Revista FUERZA NUEVA, nº 513, 6-Nov-1976
CARTA DE UN GENERAL SOBRE EL LIBRO DE FRANCO SALGADO
El general don Fernando Córdoba-Samaniego ha remitido a nuestro colaborador don José María Ruiz Gallardón la siguiente carta:
Mi distinguido amigo:
En reciente artículo dice usted: «Es lamentable, pero es así.» Y yo, sintiéndolo en el alma, porque conocí y traté en vida al «criticado» y al «critico» (a don Paco y a Pacón, como les llamábamos los de su tiempo), tengo que decirle que suscribo, aunque me sea doloroso, todo cuanto usted dice en relación con Franco Salgado y aplaudo sin reservas su veredicto cuando usted juzga al Generalísimo: con independencia, sin servilismo.
Califica usted en su artículo —que ha causado verdadero impacto— al crítico de «distinguido "ayuda de cámara". Y yo me pregunto: ¿qué otro cargo podía ofrecerle el Caudillo ni que misión podía encomendarle?
Como Generalísimo, disponía de un Estado Mayor. Como Jefe del Estado, contaba con su Casa Militar, y dentro de cuadro tan completo no podía haber misión para Franco Salgado: menos aún siendo teniente general. Se trataba, pues, de algo que en tiempos de ingrato recuerdo se denominaba «enchufe».
Como usted dice que Franco Salgado en su libro se lamenta de no haber tenido pingües ingresos, yo quisiera puntualizar y poner las cosas en su lugar para conocimiento general.
Los oficiales generales al pasar a la reserva no solamente ven reducido lo que se denomina sueldo, sino que el número de sus trienios queda congelado y además dejan de percibir los llamados «complementos», partida hoy de tanta importancia, que un general de División con cincuenta años de servicio activo cobra en la reserva lo que algún capitán en activo.
Ahora, si al general se le «coloca» en un destino —fuera de plantilla—, la cosa varía.
Y ya llegamos a ese «víctima propiciatoria» con cuyo perfil se nos quiere aparecer Franco Salgado. Desde el ano 1960 hasta 1975, en que acaeció su muerte, ha estado cobrando como si estuviera en activo, por benevolencia del Caudillo, alcanzando los 21 trienios; pero dejemos a las cifras que hablen.
En el año 1975 cobraba por Ejército por encima de las 102.000 pesetas mensuales, mientras otro teniente general de su época, en posesión también de la medalla militar, disfrutaba de un más parvo «señalamiento» consistente en 60.000. La diferencia era notable.
Y voy ahora a ocuparme de la legítima preocupación que sentía Franco Salgado por sus seres queridos el día que él faltase. Bastará recordar que por ley de 30 de diciembre de 1975, publicada en el «Boletín Oficial del Estado», se concedió por las Cortes, y Franco sancionó, una pensión «extraordinaria» que, actualizada hoy. rebasará las 10.000 pesetas, y que, a su vez, por los haberes que disfrutaba al morir (y a los que nos hemos referido), que son los reguladores de la viudedad, con un mínimo error podemos asegurar la cantidad que percibirá su viuda, que estará por encima de las 41.000 pesetas, casi el doble de lo que disfrutan otras viudas de igual rango; así, pues, de «victima», nada.
Ciertamente no son cantidades astronómicas, pero sí es de proporción astronómica el «resentimiento» que el trato de favor a un privilegiado se incuba en compañeros que también se preocupan por sus viudas del mañana y que únicamente esa «devoción» que sentían por la inmensa figura del Caudillo tenía la facultad de difuminar.
No estará de más dejar sentado que cuanto expongo en loa del Caudillo no está empequeñecido por favores recibidos, pues en mi «Debe» no figura ninguno.
Y en esos, largos años en los que hemos contemplado como ex ministros en sus «cesantías perpetuas» se han situado de inmediato en altos cargos paraestatales y cómo jerarcas al cesar en actividad han sido acogidos en Telefónica, Iberia, Campsa, confederaciones hidrográficas de importancia hasta llegar en orden descendente a la del Manzanares y a los Ferrocarriles de Vía Estrecha; a mí nada se me ha ofrecido y por supuesto no he pedido nunca nada.
Para terminar, me gustaría puntualizar que ese «frialdad» de trato del Caudillo hacia Franco Salgado no era del todo su «característica».
Posiblemente las apetencias y los egoísmos desatados que le asaltaban y cercaban de continuo le aconsejaban aparecer glacial.
Admirando como usted la gran obra realizada por Franco, queda a su disposición, afectuosamente.
Fernando CÓRDOBA SAMANIEGO
«ABC», de Madrid
|
Marcadores