Revista FUERZA NUEVA, nº 514, 13-Nov-1976
¿PATRONES CALCADOS?
Antecedentes de la reforma político-sindical
ALEJANDRO Lerroux es de sobra conocido por su actuación en la política española del siglo XX. Lo complicado es que Lerroux es un producto de la monarquía liberal, parlamentaria, con Segismundo Moret, que le promocionó a fin de paralizar el movimiento catalanista. La monarquía del sufragio universal, de los partidos políticos, fue un vivero de desgracias nacionales: pérdida de las colonias, propulsión del socialismo, fomento de la Institución Libre de la Enseñanza, los movimientos centrífugos de los separatismos y los republicanismos a lo Alejandro Lerroux.
Se equivocan los que atribuyen la Semana Trágica unilateralmente y en su totalidad a Ferrer Guardia. En una carta de Lerroux a Ferrer Guardia, le decía:
«Querido amigo Ferrer: esta vida perra, que consume tantas energías por el garbanzo y la lucha noble, fecunda en amarguras por los ideales, me embarga el tiempo. Yo no puedo ser jefe de nada ni caudillo. Si alguna vez parezco lo segundo es porque me pongo delante, donde se bate el cobre. Las doctrinas republicanas no han progresado; ha progresado todo alrededor de los dogmas republicanos, menos estos mismos dogmas. Moldes nuevos, programas nuevos y nuevos ideales hacen falta. Busquemos al pueblo y digámosle: Viven del Estado el rico, el cura, el soldado y el juez, que te roban las dos terceras partes de un producto que es tuyo. Luchemos hasta conseguir que los hombres no necesiten leyes, ni Gobierno, ni Dios, ni amor.»
DATOS Y MAS DATOS
Jesús Pabón sentencia así la Semana Trágica:
«Fructificaba espléndidamente, en el trance, la semilla lanzada a boleo por el radicalismo de Lerroux y sembrada por Ferrer en el surco de la Escuela Moderna.»
O sea, aquellas doctrinas que sintetizan todo el programa del Lerroux de los jóvenes bárbaros, en uno de sus escritos, en 1906:
«Jóvenes bárbaros de hoy: entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura; destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevarlas a la categoría de madres para virilizar la especie; penetrad en los Registros de la Propiedad y haced hogueras con sus papeles para que el fuego purifique la infame organización social; entrad envíos lugares humildes y levantad legiones de proletarios para que el mundo tiemble ante sus jueces despiertos. Hay que hacerlo todo nuevo, con los sillares empolvados, con las vigas humeantes de los viejos edificios derrumbados; pero antes necesitamos la catapulta que abata los muros y el rodillo que nivele las hogueras... Seguid, seguid... No os detengáis ni ante los sepulcros ni ante los altares… Hay que destruir la Iglesia... Luchad, matad, morir...»
Es interesante ahora repasar algunos textos escritos en diferentes épocas por Alejandro Lerroux |
Al enterarse, en Buenos Aires, del vandalismo incendiario de Barcelona, en 1909, Lerroux exclama:
«Cuando conocí detalles de vuestro comportamiento en los días de la semana gloriosa, mi deseo habría sido volar a vuestro lado, y me decía con orgullo: ¡Son ellos, son mis discípulos!»
Nadie puede dudar de la negra culpabilidad de Ferrer Guardia. Aunque hay que recordar que fueron testigos de cargo varios políticos radicales en el juicio contra Ferrer Guardia. Y que la oleada de odio, de ateísmo, de inmoralidad que se aventó, por entonces, es un poso que nunca se ha enervado. En el mismo han crecido las más ácratas y disolventes vorágines antinacionales.
LA SEGUNDA REPÚBLICA Y LERROUX
El republicanismo histórico de Lerroux le valió ocupar inmediatamente carteras en varios gobiernos de la República. Si en la primera etapa de su vida política era «organizador del desorden, desbravador de turbas y magnetizador de muchedumbres», como decía Mella, en su vejez había aprendido mucho. Se equivocaba Azaña cuando anotaba que «Lerroux no tiene ideas ni dotes de gobernante». Probablemente Lerroux habría solidificado la República, de no estorbarle la envidia de Alcalá Zamora, el orgullo de Azaña y la demagogia de los socialistas.
Lerroux entendió que con la persecución descarada a la Iglesia, con la marginación de las derechas, como la CEDA, que habían hecho profesión de republicanismo, la República no podría sostenerse. Cierto que su plan era irrealizable, porque la República siempre termina en «fango, sangre y lágrimas», como expresaba Martínez Barrio, gran maestre de la masonería, y después desleal a su jefe. Pero Lerroux sabía, a su manera, lo que buscaba. Lo
explica él:
«Acción Popular había pasado el Rubicón por la fuerza de las circunstancias, deliberadamente o no. Ello habíale acarreado críticas y censuras acerbas de otras agrupaciones que esperaban su adhesión y merodeaban sin fortuna buscando clientela... El caso es que Gil-Robles ocupó la cartera de Guerra, y no conspiró, ni se sublevó, ni intentó un golpe de Estado... Respondía, en suma, mi actitud al pensamiento y propósito políticos, tantas veces expuestos, de solidarizar a la CEDA con la República y a Gil-Robles con don Niceto. Había llegado a formularme esta conclusión: para que la República se equilibre y dure, necesita pasar de la triste experiencia demagógica de sus dos años con Azaña a la experiencia de otros dos de gobierno templado y moderado, que faciliten más tarde el de gabinetes de centro, equilibrados y progresivos. La segunda experiencia pide que el poder vaya a manos de la CEDA. Que vaya y en él pierda ese partido rigideces doctrinarias, adquiera ductilidad, se homogenice más, acabe de organizarse y se vincule a la República por muy de la derecha que sea. Después el péndulo recobrará su marcha sincrónica.»
Queda claro el objetivo de Lerroux: asegurar aquella República enzarzando a todas las fuerzas nacionales. Si por parte de Lerroux era inteligente la operación, por parte de Gil-Robles era de una torpeza sin igual. Solamente podía engañar a José María Gil-Robles Quiñones, tan insigne parlamentario como fracasado político. ¿Alguien imagina que con José Calvo Sotelo, rodeado de las fuerzas políticas de Gil-Robles y de las oportunidades que se le ofrecieron, hubiera caído en la trampa? Con José Calvo Sotelo al frente de la CEDA, España hubiera evitado la guerra y la entrega de la República a la URSS.
OTROS ROSTROS DE LERROUX
Era bastante avispado Alejandro Lerroux, en 1936, para escapar de la quema del Frente Popular y refugiarse en el Portugal de Oliveira Salazar. Y husmeó lo que se acercaba. Con plena verdad pudo escribir:
«El general Franco no se sublevó. Se subleva el militar obligado a la disciplina que se rebela contra la organización del Estado, el cual ejerce un poder efectivo para garantía de la ley que todos acatan y cumplen en la convivencia social y civil. Pero hablar de la sublevación en este caso es no solamente un absurdo jurídico, sino también una mentira histórica. Ni los militares ni los civiles que en distintos momentos de nuestra Historia hicieron frente a los invasores extranjeros, se sublevaron. Y eso que en aquellas invasiones sólo se defendía la independencia nacional. A la hora presente, nuestro Ejército no sólo defiende la independencia nacional, amenazada por hombres y doctrinas que niegan la Patria, sino también el hogar, la familia, la propiedad, el honor de nuestras mujeres, la vida de nuestros hijos, la religión de nuestros padres, ¡hasta la tumba de nuestros mayores, que ha sido sacrílegamente profanada! El Ejército no se sublevó contra el pueblo, que no era pueblo, sino rebaño de fieras... La posteridad hará justicia al gesto heroico del general Franco y al impulso patriótico del Ejército.»
El que fuera jefe del Partido Radical ya propuso en su día a Franco lo que hoy está llevando a cabo el Gobierno de la Monarquía |
¡Qué diferencia del Lerroux de entonces al Lerroux de 1906! Pero esto que escribió Lerroux ¿significaba una conversión a la verdad política del Alzamiento Nacional?
Un auténtico sondeo del pensamiento político de Lerroux lo encontramos en lo que llama «Mi testamento político», dirigido a un amigo suyo y publicado por primera vez en «El País», el pasado 18 de julio de este año (1976).
Tal escrito, Lerroux lo envió a Francisco Franco. Este ni le contestó. Franco conocía al enemigo y los entresijos masónicos que quizá se ocultaban tras todo ello. Lerroux escribía:
«El ideal sería una solución pacífica a la que concurriese el mayor número de españoles con su voto y con el propósito resuelto de someterse voluntaria y sinceramente a ella sin renunciamientos de la conciencia individual, porque aceptar los hechos legalmente consumados, acatando la República o la Monarquía, no significaría que monárquicos o republicanos debieran renunciar a sus ideales... Si yo me encontrase en el lugar del Jefe del Estado me anticiparía a los acontecimientos promulgando inmediatamente una disposición igual o parecida a la siguiente:
Ordeno y mando:
1. Se conceda amnistía a todos los españoles presentes en la patria o ausentes de ella que no se hallen sujetos a responsabilidad criminal por delitos comunes y que se consideren amenazados de ser sometidos a proceso por responsabilidades políticas. En ningún caso podrá ser aplicada la última pena. Se da un plazo de presentación de tres meses, la cual podrá hacerse también ante los consultados.
2. Se autoriza a las entidades de todas clases —políticas, patronales, profesionales, económicas, académicas, científicas, obreras, eclesiásticas, etc.— que existan y existieran legalmente en España antes del 18 de julio de 1936, para reorganizarse y designar persona que autorizadamente las represente, a cuyo fin se da un plazo de dos meses y las facilidades necesarias con arreglo a la Ley de Reuniones.
3. Todos esos representantes serán invitados antes del tercer mes a una reunión que se celebrará en Madrid bajo mi presidencia, y gozarán de las mismas inmunidades y consideraciones que los diputados a Cortes, mientras dure su representación.
4. El orden del día de esta reunión contendrá los postulados siguientes, más los que puedan presentarse en ella y sean declarados pertinentes: a) Objeto de la reunión: deliberar sobre la forma de consultar democráticamente al país acerca de la forma de gobierno de su preferencia, b) Establecer que todos los elementos que concurran a la reunión se comprometan, en nombre de sus representados, a respetar y reconocer como legítimo el resultado de aquella consulta, c) Comprometerse igualmente a no combatirlo por medio de la fuerza ni otro alguno fuera de la Ley. d) El mismo compromiso de mantener entre sí relaciones normales, sin dividirse ni hostilizarse, hasta que la solución que resulte preferida haya podido organizarse en función del poder público capaz de mantener el orden y gobernar para todos los españoles. e) Para que ni dentro ni fuera del país puedan suscitarse dudas sobre la lealtad y sinceridad con que los españoles procuran pacífica y democráticamente la solución de su problema, se invitará a todas las naciones y a la prensa universal a que envíen a España representantes autorizados, a fin de que actúen como testigos fehacientes, a cuyo objeto se les darán todas las facilidades.»
LOS HECHOS SON LOS HECHOS
Con simplicidad y nobleza preguntamos: ¿Qué diferencia hay entre estos puntos redactados por Alejandro Lerroux, y la reforma política y los proyectos de desmantelamiento sindical que nos auguran? Nosotros, sustancialmente, comprobamos una casi identidad. Desde la amnistía a la legalización de todos los partidos, sindicatos e ideologías vigentes en la España de 1936, inclusive con una consulta electoral para determinar si España queda en República o en Monarquía, como preconizan muchos de la oposición y algunos de los que no lo son. No hacemos ninguna acusación. Solamente indicamos el paralelismo.
Ni siquiera hacemos hincapié en que a Adolfo Suárez, presidente del Gobierno, en «Ya» del 20 de diciembre de 1972, se le presentaba como presidente de la YMCA en España. Y, según el doctor Juan Tusquets, en su obra «El teosofismo», «en el teosofismo, y en justa correspondencia, se permiten también las actividades protestantes más próximas a la ideología de la Besant. Los teósofos, por ejemplo, han sido introductores excelentes de la Young Mens's Christian Assotiation (YMCA), de inspiración indiscutiblemente protestante». No; nosotros no sacamos ninguna conclusión, no marcamos ninguna pista, ni nos corre la imaginación hacia acusaciones de ningún género.
Lo que sostenemos, con la doctrina de la Iglesia en la mano, con la historia de España, con las Leyes Fundamentales y Principios del Movimiento Nacional, es que la reforma política Suárez y lo que se vislumbra de tribalismo sindical no responde ni al bien común de nuestro pueblo, ni a sus realidades sociales, ni a su conveniencia verdadera en orden a su progreso. Todo esto conjuga muy bien, quizá por azar, con lo que Alejandro Lerroux osó proponer a Franco. Y no dudamos en afirmar que si la reforma Suárez se lleva a cabo tal como está propuesta, y se descuartiza el sindicalismo nacional, y se abroga la confesionalidad del Estado, silenciosamente pero con efectividad se habrá abrogado lo que Franco quería de la Monarquía instaurada por él y el pueblo español, como Monarquía tradicional, católica, social y representativa.
LA MONARQUÍA ES INVIABLE CON CUERPOS EXTRAÑOS A ELLA
Y el lerrouxismo no es otra cosa, en definitiva, que la III República. Porque la Monarquía constitucional, partitocrática, con sufragio universal, con enfrentamientos sindicales, con tolerancia de partidos nacionalistas-separatistas, con vía libre a la pornografía y a las propagandas del aborto y del divorcio, no puede subsistir. Esto ya lo probó Alfonso XIII. Y, antes, Isabel II. Pero Alfonso XIII, que había defenestrado a Maura y a los políticos honrados, así como al general Primo de Rivera, alcanzó la total soledad y la historia desvelará algún día —algo ya está claro— de lo que pactó aquel monarca con las fuerzas subversivas. Largo Caballero, en «Mis recuerdos»,
escribe:
«Por la tarde, él Comité revolucionario estuvo en sesión permanente en casa de don Miguel Maura. El conde de Romanones le había dicho a Alcalá Zamora que lo mejor, para acabar pacíficamente con el problema político, era entregar los poderes al Comité revolucionario, y al despedirse prometió volver por la tarde. Pasaron las horas y el conde no volvía, cuando llegó a nosotros la noticia de que el rey se había marchado en automóvil a Cartagena. Se supo que al marcharse don Alfonso a Cartagena había dejado a la familia en Palacio. El Comité revolucionario ordenó a las juventudes socialistas y republicanas que se colocasen brazaletes, como distintivos de agentes de orden, y que formasen un cordón para aislar el palacio con objeto de que nadie pudiese molestar a aquella familia. Al día siguiente, saliendo por la Casa de Campo en automóviles, marcharon hasta el apeadero de El Plantío, donde esperaba el conde de Romanones para despedirlos. En tren especial marcharon la reina y sus hijos para Francia, sin sufrir el menor contratiempo. Los que les abandonaron fueron aquellos que a diario les habían hecho objeto de toda clase de halagos y reverencias para obtener mercedes. En aquella ocasión "la grandeza" no tuvo nada de grande.»
Mala cosa es el posible parentesco entre las propuestas de Lerroux y lo que se cierne sobre España. François Mauriac decía: «No es muy difícil, que digamos, tener ingenio: no hay más que llevar la contraria en todo a lo que sea razonable.» De esta clase de ingenio, que nos libre Dios. Y los que fervientemente deseamos que el Rey don Juan Carlos esté a la altura de la herencia de Franco, auténtico instaurador de la Monarquía y de las Leyes Fundamentales y Principios del Movimiento Nacional, no podemos menos que alzar nuestra voz de alarma por el
bien de España.
Jaime TARRAGÓ
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