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Tema: Odio eterno de la masonería a Franco tras rechazar, desde joven, ingresar en ella

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    Re: Odio eterno de la masonería a Franco tras rechazar, desde joven, ingresar en ella

    “El porqué del odio a Franco”


    Revista FUERZA NUEVA, nº 563, 22-Oct-1977

    EL PORQUÉ DEL ODIO A FRANCO

    Me dicen que hay personas que lo deben toda Franco y que, al nombrarlo, aunque sea incidentalmente, se ponen “morados”. Ignoro cuál es la causa de esta mala conciencia que troca en profundo malhumor la referencia al Caudillo. Debe ser la misma que ha organizado y permite la difamación más amplia y venenosa que pueda imaginarse contra un Jefe de Estado sin que hasta ahora, aparte de las calumnias, se haya podido apuntar contra él algo deshonroso. Probablemente se tendrán que hacer estudios de mucho calado para entender hasta dónde puede llegar la maldad de un perjurio. Pero, adelantándonos, daremos aquí algunas pistas que nos conduzcan a las fuentes negras que originan este torrente borrascoso contra nuestro inmediato pasado, lleno de sacrificios y de progreso, para justificar la zafiedad y la entrega del momento actual.

    Digamos inmediatamente que Franco ha merecido el odio eterno del comunismo. De cualquier forma, todos los que odian a Franco son marionetas del mismo, cuando no matizan las posibles discrepancias constructivas. Franco era el hombre odiado del comunismo durante toda la República. Fue Franco quien dijo al presidente de la República española, en 1936, cuando le destinaban al Gobierno Militar de Canarias: “Pase lo que pase, donde yo esté no habrá comunismo”. Fue Franco el que, al aceptar la jefatura del Estado, en Burgos, proclamó y cumplió este juramento -cosa rara cuando la epidemia de los perjurios es casi normal en nuestros días-: “Ponéis en mis manos a España, y yo os aseguro que mi pulso no temblará, que mi mano estará siempre firme. Llevaré la Patria a lo más alto o moriré en mi empeño”. Fue Franco quien, el 6 de enero de 1956, consignaba ante nuestros Ejércitos: “No han variado en el mundo las circunstancias del año 1936 a nuestros días. Desgraciadamente los problemas siguen latentes y sin solución. Las mismas amenazas que entonces había se ciernen hoy sobre Europa”.

    Fue Franco quien, en el mensaje, en 1960, de fin de año, advertía lúcidamente: “El que en sus juicios o planteamientos no cuente antes de pronunciarse con este fenómeno, es práctica y socialmente un irresponsable. Si por las razones que fuere prescinde de ese dato esencial y determinante, de hecho, es un colaborador, inconsciente, puede ser, pero muy eficaz, del comunismo”. Fue Franco el mismo que, en 3 de junio de 1961, descubrió la táctica comunista con estas palabras: “Las organizaciones comunistas y sus afines se muestran partidarios del liberalismo político en el mundo no conquistado y rebaten con saña y sin reposo a los Estados que no caen en la trampa y ordenan esas libertades que, abandonadas a la anarquía, han permitido en otros países asentar con firmeza una organización comunista obediente a Moscú”.

    Franco, mucho más sagaz que los estadistas más renombrados, advertía a Churchill, en 1944: “No podemos creer en la buena fe de la Rusia comunista, y conocemos el poder insidioso del bolchevismo; tenemos que considerar que la destrucción o debilitamiento de sus vecinos acrecentarán grandemente su ambición y su poder, haciendo más necesaria que nunca la inteligencia y comprensión de los países del Occidente de Europa”. (…)

    Franco jamás habría legalizado el Partido Comunista ni habría dado la mano a Santiago Carrillo. Franco sabía que el comunismo es el enemigo de España, el que robó nuestro oro, el que asesinó a millares y millares de españoles, el que convirtió la España roja en una colonia soviética, el que tenía a Rosenberg, el embajador ruso, que mangoneaba y dictaba órdenes a Largo Caballero, Azaña y a todos los militares rojos, así como a Companys y a Tarradellas a través de Owscenko. Franco, por militar, por español, por católico, jamás hubiera ofrecido plataformas al comunismo y esta es una de las claves para captar la razón del odio a Franco.

    La masonería, contra Franco

    Que la República fue un régimen bajo las órdenes masónicas, no se puede dudar. El actual (1977) obispo auxiliar de Sevilla, Antonio Montero, en su “Historia de la persecución religiosa en España”, reconoce que la Constitución republicana presenta como “evidente la filiación masónica de estos artículos. La asamblea nacional de la Gran Logia de Madrid -celebrada el 23 al 25 de mayo de 1931- elaboró una minuta de lo que había de ser la Constitución republicana. Se programaba explícitamente el matrimonio civil, la ley del divorcio y legitimación de los hijos naturales, separación de la Iglesia y del Estado, expulsión de las órdenes religiosas extranjeras y sometimiento de las nacionales a la Ley de Asociaciones (documento que figura en el archivo de la Delegación Nacional de Servicios Documentales, de Salamanca). El contenido de esta minuta se remitía días después -20 de julio- a ministros -fueran o no masones- y prohombres de la situación, acompañando una carta de la Gran Secretaría de la Gran Logia española, pidiendo apoyo para la inclusión de estos puntos en el texto constitucional”. (…)

    Franco tuvo siempre una clarividencia palpable de la maldad rufianesca de la masonería. Son de Franco estas palabras: “La masonería y las Internacionales no son hijas de la Patria. Quienes las secunden no son hijos legítimos de España… sobre los Estados, sobre la vida propia de los gobiernos, existe un super-Estado: el súper-Estado masónico, que dicta sus leyes a los afiliados, a los que envía sus órdenes y sus consignas”. Y Franco sabía que España había padecido monarcas masones, como Fernando VII, Alfonso XII y otros. Y Franco sabía que la peor desgracia de una nación es que la masonería atrape a la propia Corona. También los “kerenskis” republicanos Alcalá Zamora y Azaña eran masones. La masonería en la cúspide del Estado es el máximo mal. Si la masonería fue el motor de toda la subversión del Frente Popular, de la persecución religiosa, de la perversión universitaria, de la prensa corruptora, y Franco fue el que se enfrentó contra ella, a escala mundial y en los más diversos escalafones, hay que indicar que el odio a Franco procede de las logias. Esta explica ciertos silencios, nerviosismos y tolerancias contra la figura de Franco, contra toda lógica, lealtad y coherencia, Sí, en el odio Franco hay mucho de masónico.

    Mercenarios del capitalismo

    El gran capitalismo necesita una España miserable, dividida, enfrentada. Para ello se vale de la democracia inorgánica, del sufragio universal, del sucursalismo de los partidos políticos. Franco, fiel al pensamiento tradicional y al magisterio de la Iglesia, entendió que la paz y la justicia social exigían una verdadera democracia. Por ello dijo Franco: “Bajo la aparente organización política de partidos había otra organización: la de los intereses económicos frente a los sociales, una lucha civil por encima de los intereses superiores de la Patria y de los ideales, que llenaba a España de los odios capitaneados por el capitalismo por un lado y los explotadores del proletariado por el otro (12-V-1951). Más explícitamente, y con solemnidad, Franco repitió: “Desde el momento en que los partidos se convierten en plataformas para la lucha de clases y en desintegradores de unidad nacional, los partidos políticos no son una solución constructiva, ni tolerante para abrir la vía española a una democracia auténtica, ordenada y eficaz. Pero la exclusión de los partidos políticos en manera alguna implica la exclusión del legítimo contraste de pareceres, del análisis crítico de las soluciones de Gobierno, de la formulación pública de programas y medidas que contribuyan a perfeccionar la marcha de la comunidad” (22-XI-1966).

    Y anteriormente aclaraba: “Repudiar el sistema de partidos por lo que tiene de disgregante y envilecedor no es desconocer la diversidad de opiniones sino hacer que se expresen por sus legítimos cauces representativos en vez de enfrentarse de modo irreductible. Queremos libertad de opiniones; pero no al servicio del antagonismo permanente de los partidos, sino libertad para llegar a un entendimiento-solución. La razón de ser de los partidos políticos estriba justamente en lo que divide, no en lo que une. Nosotros, en vez de hacer crónicas las discordias buscamos la unidad dentro de la libertad responsable y de la crítica fundamentada y solvente” (3-VI-1931). (…)


    Soberanía nacional y Franco

    Franco es un vértice mayor de la dignidad nacional. En la ONU, en 1946, se perpetró el acoso contra la independencia de España. Por una resolución criminal se aislaba a España y se la eliminaba del concierto mundial. Pero Franco no era un muñeco para pasear por las cancillerías mostrando debilidades de castrado mental y propicio a bigamias indignas. Franco, con España, no se arredró. El 9 de diciembre de 1946, en la Plaza de Oriente, ante más de un millón de españoles, Franco decía: “La situación del mundo y sus vergüenzas llena una vez más de contenido a nuestra gloriosa cruzada. Hay que pensar lo que hubiera sido sin ella en estos tiempos calamitosos de Europa. Unamos a la gran fuerza de nuestra razón, la fortaleza de nuestra unidad. Con ellas y la protección de Dios nada ni nadie podrá malograr nuestra victoria. Y volvemos en la historia a polarizar la atención del mundo”. (…)

    Fueron cuatro años tremendos en que todos los tuvimos que apretar el cinturón. Pero ni Franco ni España claudicaron. Numantinamente se triunfó. En 14 de mayo de 1946 Franco pudo decir ante las Cortes: “Cuando los pueblos se equivocan es noble y honrado el rectificar. Inglaterra y Francia juzgaron la política de España por sus apariencias y partieron de una tesis completamente falsa: el que España había quedado comprometida y aliada con el Eje por motivos de nuestra cruzada. Una de las mayores sorpresas aliadas ha sido el encontrar en ese expurgo de papeles y documentos que se llevó a cabo en las cancillerías del Eje, la forma independiente, serena y firme con que España ha mantenido durante su cruzada su soberanía, sin ninguna clase de compromisos, así como la conducta entera, caballerosa y firme con que sorteó y defendió su apartamento de la guerra en todos los momentos de la gran contienda universal.”

    La seguridad y firmeza de Franco, como defensor de la soberanía nacional, se impuso a todos. Eisenhower, presidente de los Estados Unidos -con mucha más categoría que el anticomunista Carter-, en 18 de abril de 1956, dijo: “Admiraba a Franco como general, pero ahora le admiro como gran estadista”. Un estadista que no entregaba a su pueblo ni a las sectas, ni al comunismo, ni permitía que la unidad española se resquebrajara quizá irreversiblemente.

    Enemigos de la fe y de la monarquía

    El catolicismo de Franco se refleja en toda su biografía y en su muerte ejemplar. Su testamento arrebata los primeros lugares de los mensajes que pueden guiar a un pueblo a su salvación. La legislación promulgada, su conducta y su moral, apoyan toda una ejecutoria que fue coronada por los más altos reconocimientos por parte de la Iglesia. La firmeza de las convicciones religiosas de Franco no puede ser puesta en duda. El cumplió lo que había dicho antes ante las Cortes el 26 de octubre de 1953: “Para las naciones católicas las cuestiones de fe pasan al primer plano de las obligaciones de Estado”. Lo dijo y lo cumplió. Toda su obra de gobierno -paz, justicia social, prestigio de España- es un reflejo de una fe que no era teórica, sino que se traducía en la vida nacional y en el bien común. (…)

    Nuevamente en peligro

    Franco, en 1 de octubre de 1975, en la Plaza de Oriente, advertía que contra España existe “una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista terrorista de lo social que, si a nosotros nos honra, a ellos les envilece”. Franco acertaba, aunque quizá no supo adivinar a su tiempo la perversidad de la Ley de Prensa, de Fraga, cuya interpretación fue el boquete más peligroso contra nuestra seguridad interior, aunque en la letra fuera salvable. Tampoco calibró la malignidad de lo que se perpetraba en la Universidad española, a base de Ruiz-Giménez y otros como él, como el mal causado por la asepsia tecnocrática, que sien lo pragmático tuvo éxitos, no le faltaron deshonras morales, fraudes escandalosos y el desarme ideológico de nuestra política. Juntemos a esto la sibilina política vaticana, con su democracia cristiana, siempre al servicio de la subversión, con la nefanda actuación de parte de la jerarquía eclesiástica y la quinta columna marxista del progresismo. (…)

    El odio a Franco tiene sus arcanos: la masonería, el comunismo, los intereses de la sinarquía capitalista, el separatismo, la ralea de los descastados que tienen prisa en desarbolar la monarquía tal como la instauró Franco, en una “República coronada” para dar pronto un puntapié a la Corona y presentarse con el gorro frigio que nos precipite en una de las repúblicas populares que yugulan a diversas naciones en todos los continentes. El odio a Franco -vociferado, tolerado, empujado- tiene raíces muy sucias. Entre mandiles masónicos, metralletas terroristas y puños cerrados, hay un pacto evidente. (…)

    Si Franco dijo que “es necesario estar vigilantes y constantes en la guardia” (6-I-1960), esto se deberá traducir también en una vigilancia a una de las “colaboraciones más eficaces que el comunismo encuentra en la batalla que viene dando a Occidente… (con) la facilidad de que disfruta para irse infiltrando y adueñando de los órganos de opinión de los países, ya sea a través de las sociedades ficticias o con personas interpuestas” (3-VI-1961). Y las “sociedades ficticias” y las “personas interpuestas” hoy constituyen este tejido canceroso de las pandillas de degenerados que vomitan contra Franco, sólo porque les interesa que España desaparezca para siempre como nación cristiana, como sociedad civilizada, para trocarse en mera chusma de fratricidas y selva de sus intereses. A esto nos lleva el odio a Franco, promovido por mercenarios bajo la batuta de las sectas. Pero Franco siempre será un arquetipo heroico frente a los vende patrias y los revienta pueblos.

    Jaime TARRAGÓ

    Última edición por ALACRAN; 12/12/2023 a las 13:33
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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