Revista FUERZA NUEVA, nº 556, 3-Sep-1977
Aparecido en la prensa
ATAQUE MASÓNICO A FRANCO
Un profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, José A. Ferrer Benimeli, ex jesuita al parecer, se ha permitido arremeter contra Franco y contra lo que él denomina su “fobia anti-masónica” (1). La repulsa de Franco a la masonería es calificada por el profesor Ferrer de “preocupación obsesiva” y de “complejo de persecución”. Si hubiéramos de aceptar rigurosamente esas conceptuaciones, Franco no habría sido más que un neurótico, el cual atribuía, sin motivo, todas las malaventuras de su vida a una entidad inocente, a la que su morbosa fantasía atribuyó los propósitos más malévolos. Mas no llega a tanto el singular historiador. Las malas relaciones entre Franco y la masonería se debieron, a su juicio, a algo más vulgar: a un mezquino resentimiento.
Si hacemos caso al antiguo miembro de la Compañía Ignaciana, Franco estuvo mortalmente resentido contra la “Orden del Gran Arquitecto del Universo” porque, habiendo querido ingresar en ella dos veces, las dos había visto denegada su pretensión. La única fuente en que Ferrer asienta tan sorprendente afirmación es la de una “declaración jurada” de cierto teniente coronel, de nombre Joaquín Morlanes. ¿Quién es este personaje? Ferrer Benimeli no lo aclara pero, según lo aparecido en otra revista porno-política de nuestros días (2), el tal Morlanes es “grado 33” de la Gran Logia española; huido a Francia el año 39, reorganizador de los masones dispersos en el norte de África (entonces bajo dominio francés) perteneciente hoy a la logia “Iberia”, vinculada al Gran Oriente de París.
Algunas preguntas
Ya es significativo que un masón de tanta jerarquía se atreva a redactar una “declaración jurada” referente a un asunto tan protegido por el secreto masónico como son las votaciones habidas en sesión de logia y, además, mencionando a sus hermanos por sus nombres profanos y no por los simbólicos; eso parece quebrantamiento del solemne juramento de ser impenetrable en todo lo que le sea confiado y jamás escribir nada que pueda ocasionar su divulgación. Está claro que un Maestro del grado 33 -o sea, un Soberano Gran Inspector General- no quebranta un juramento con la misma soltura que un político ex franquista (ironía): ha tenido que ser autorizado para ello. Pero en seguida surge una pregunta: ¿por qué han esperado, para autorizarle, a que Franco estuviese muerto?
¿No hubiera sido más conveniente, para los intereses masónicos, “desenmascarar” a Franco, mientras vivía y denunciaba los manejos de los HH. MM.? He aquí otro misterio que un historiador tan versado en la Francmasonería como Ferrer Benimeli debería ocuparse en aclarar. Como también habría que exigirle el pormenor de las circunstancias en que tuvo acceso a la citada “declaración” de Morlanes. ¿Habrá sido en el Instituto de Altos Estudios y de Investigaciones Masónicas, dependiente del Gran Oriente de Francia, del cual es miembro? (3). ¿Habrá sido con el encargo de su divulgación, sumándose a la activa campaña antifranquista y pro-masónica, que se advierte en buen número de publicaciones de la nueva España democrática? No arriesguemos juicios infundados. José A. Ferrer Benimeli es profesor universitario de historia contemporánea. Como tal, está obligado a noticiar puntualmente, con la mayor objetividad, los acontecimientos decisivos de nuestra época. Pero ¿lo hace realmente así? En este caso se puede asegurar que no. Vamos a verlo.
¿IGNORA ESTO EL “HISTORIADOR”?
Examinemos los datos aducidos por la declaración de Morlanes, en que Ferrer Benimeli se apoya. ¿Qué se sigue de ahí? Que Franco solicitó su ingreso en la logia “Lukus” de Larache, siendo teniente coronel, y más tarde, en plena República, concretamente en 1932.
Dicho así, se induce a los lectores no avisados a un grave error. Y a un error querido por el “historiador” que expone de esa manera los hechos. Porque lo que el ex jesuita no ignora -puesto que se trata del más documentado “masonólogo” español de nuestro tiempo- es que en la masonería no se solicita, sin más, el ingreso. No es tan fácil. No es que cualquiera pueda “elegir” ser masón, sino que es la Orden quien “elige a uno” para serlo, atendiendo primordialmente a los trabajos toda índole que puedan esperarse de él, según el puesto que ocupa en la sociedad o en la Administración del Estado y -sobre todo- según sus cualidades personales.
Cuando una logia ha echado el ojo a algún “pez” -más o menos gordo, pero preferiblemente más-, procede a enviarle un emisario para iniciar la tarea de su captación. El enviado empieza por hablar al incauto, como sin darle importancia, de la francmasonería y de sus “benéficos y altos fines humanitarios y progresistas”, de su moral universalista y muy superior a la de las religiones “dogmáticas”, de su tolerancia con todos los credos que no sean “fanáticos” o “supersticiosos”, de su inmenso afán por extinguir los odios entre los hombres, de la perfecta “igualdad y unión” entre todos sus miembros, de las ventajas que la “fraternidad” proporciona para la vida profesional y para superar las contrariedades de la vida, etc.
Si el “captando” no hace demasiados ascos, el emisario lo comunica a la logia, y ésta forma una comisión de iniciación, compuesta por tres maestros masones, la cual se pone a investigar más de cerca la vida y circunstancias del sujeto en cuestión. El resultado de esas investigaciones es sometido al pleno de la logia para que, por bolas blancas o negras, dé el veredicto afirmativo o negativo. Y es sólo en el primer caso cuando se cita al neófito para que realice las pruebas de la cámara de reflexión.
Todo esto lo sabe perfectamente Ferrer Benimeli. Por tanto, el supuesto de un intento de Franco para ingresar en la orden debiera haberlo expuesto precisamente al revés: como un doble intento de la masonería para conseguir que tan prestigioso militar pasase a integrarse en sus filas. Debería decirnos también que la masonería española, desde principios del XIX por lo menos, tuvo por norma la incorporación de militares. Aquí podría haber citado los casos de Evaristo San Miguel, de Rafael de Riego, de Lacy, de Porlier, de Espartero, de Serrano, de Prim, y de Martínez de Campos, por no citar sino a los más notables, cuya influencia en los avatares españoles del siglo XIX es innecesario encarecer. Una vez esto en claro, debería haber subrayado que la técnica de “masonificar” los escalafones militares españoles -como los franceses, los ingleses, los portugueses, los norteamericanos…- ha seguido siendo invariante del trabajo masónico también en el siglo XX. Así, el relato varía fundamentalmente de sentido y todo se entiende mucho mejor. Pero eso es precisamente lo que no pretendía Ferrer Benimeli.
A FRANCO SE LE NEGÓ LA ADMISIÓN, ¿POR QUÉ?
¿Qué pasaba en 1923 para que la logia “Lukus” de Larache decidiera tender sus redes en torno al teniente coronel Francisco Franco? ¿Por qué no nos lo dice el historiador zaragozano? Ese año pasa que Franco había sido condecorado con la Medalla Militar individual, había sido nombrado, por el Rey, Gentilhombre de Cámara con ejercicio, y había sido designado jefe del Tercio de Extranjeros. Todo ello tras una carrera militar brillantísima, en la que había acreditado tempranamente -tenía treinta años- su valor, su dominio del mando, su capacidad para inspirar confianza y arrojo sin límite a sus tropas, lo cual hacía fácil pronosticar que, fuesen cuales fueran los eventos político-militares que se produjesen en España, Francisco Franco Bahamonde no iba a estar muy lejos de los centros de decisión. ¿No era esto más que suficiente para que la logia de Larache decidiera atraérselo? Pero es que Franco no pareció reacio a tales intentos, nos dirá Benimeli o el “declarante” Morlanes. Si así fue, nada tendría de extraño.
Por aquel tiempo, Franco, entregado de lleno a su absorbente misión militar -como lo acredita el hecho de haber tenido que postergar por dos veces su boda-, no tendría de la masonería más noticias que las muy favorables que le brindarían sus compañeros “iniciados en el arte de Hiram-Abiff”. Y menos que a nadie debiera de extrañar a quien, como el profesor Ferrer Benimeli, viene dedicándose durante tantos años -en libros, artículos y conferencias- a tratar de convencernos de las bondades sin tasa que emanan de “la congregación de los Hijos de la Viuda”. En sus circunstancias de entonces, Franco pudo muy bien haber formulado su deseo de incorporación a esa “fraternidad” con la mejor buena fe. No habría sido el primero ni tampoco el último en hacerlo, dados los favorables colores con que pintan sus propagandistas -entre los cuales se halla, fervorosamente, Ferrer Benimeli- a esa “sublime y universal comunidad moral y filosófica, constituida para el progreso humano”.
Pero a Franco se le negó a la admisión en la logia “Lukus”. Ferrer Benimeli hace hincapié en que fueron los hermanos militares quienes votaron negativamente la propuesta de admisión. Lo que debe interpretarse -aunque lo calle Benimeli- en el sentido de que los hermanos civiles votaron positivamente. Ferrer Benimeli afirma -y habrá que creerle bajo su palabra- que “había varios motivos”, pero solo explicita uno. ¿Por qué no los dice claramente todos? Pues porque lo que él se propone es denigrar a Franco y, sin duda, el único motivo de posible denigración es el que cita. El de que Franco había aceptado el ascenso a teniente coronel por méritos de guerra, cuando toda la guarnición de Marruecos se había comprometido a no aceptar ascensos de tal índole. Si Ferrer Benimeli fuese un auténtico historiador hubiera hecho, al llegar aquí, un paréntesis para referirnos los factores que concurrieron en ese importante episodio de la vida militar de Franco. Pero no lo hace. Prefiere dejar el tema mencionado al pasar, porque, leído así, lleva a formar un pésimo concepto del poco sentido de compañerismo y del afán de medro del que había de llegar a ser Caudillo de España. Que es lo que Ferrer Benimeli quería demostrar. Por ello es preciso llenar esa laguna.
Su interpretación católica de la vida y de la muerte…
El 7 de junio de 1923 había caído heroicamente el jefe de la Legión, teniente coronel Valenzuela. El era quien había sustituido al coronel Millán Astray, tras quedar éste inútil para el servicio activo, por haber perdido sucesivamente en combate, el brazo izquierdo y un ojo. El Ministro de la Guerra, al dar la noticia de la muerte de Valenzuela, nombraba sucesor suyo al comandante Francisco Franco, ascendiéndole al mismo tiempo, para que tuviese la graduación mínima que habilitaba para el mando del Tercio. Y ahora preguntemos al profesor Ferrer Benimeli: ¿qué sabe del honor militar? ¿Cree de verdad que un soldado digno puede rechazar sin mengua un puesto que supone evidente riesgo para la propia vida? Si es cierto que los militares masones de la logia de Larache alegaron ese motivo para no admitir a Franco, podemos asegurar que no fueron sinceros o que no eran auténticos militares. Porque cualquiera de ellos hubiese tenido que hacer lo mismo en idénticas circunstancias.
¿Y los otros motivos? Ferrer Benimeli indica sólo que “había varios más, pero en ningún caso se esgrimieron argumentos estrictamente políticos”. Claro que no. Como que Franco, por entonces, estaba totalmente ajeno a la política. Y si no eran políticos, solo podían ser índole personal, moral o religiosa. Podemos estar ciertos de que, si hubiera un solo motivo que pudiese significar desdoro para Franco en esos aspectos, Benimeli lo hubiera proclamado. No lo hace, luego no lo hay. Los tales motivos habían de estar centrados en su carácter enérgico, en su sentido de la disciplina, en su fidelidad al Rey, en su interpretación católica de la vida y de la muerte…, detalles indicativos de lo que en la jerga masónica es denominado con epítetos tales como “inflexible”, “intolerante”, “fanático”, “retrógrado”, “carca”, “cavernícola”, “inmovilista”, bunkeriano”…
***
Vamos con el otro episodio del cuento. Estamos ya en el año 1932, en plena II República. Franco, cerrada la Academia Militar de Zaragoza, se hallaba destinado en La Coruña, mandando la XV Brigada de Infantería. Es entonces (siempre en la versión del dúo Ferrer-Morlanes) cuando se produce el “segundo intento”. Y, si admitimos lo que anota J. Catalán en la revista “Reporter” (4), fue su paisano Santiago Casares Quiroga quien avalaba la solicitud del general para su ingreso en la Gran Logia Regional Centro, situada en Madrid. Casares, que había sido ministro de Marina en el Gobierno provisional, desempeñaba entonces con Azaña como presidente del Gobierno, la cartera de Gobernación. En tal puesto tenía que lidiar los múltiples problemas que la agitación subversiva planteaba, quemándole el terreno, a la “República de trabajadores de todas clases”: huelgas generales a troche y moche, de las cuales se llevó la palma la huelga revolucionaria de Barcelona, sin olvidar la proclamación del anarquismo libertario en varias localidades de Cataluña. Los locales de la CNT en Sevilla hubieron de ser ocupados a cañonazos y 104 anarcosindicalistas deportados a la Guinea.
Por su parte, el Partido Comunista proclamaba su intención de destruir la República burguesa -siguiendo el ejemplo de Lenin en 1917- y el PSOE, para no ser menos, acordaba en su congreso la creación de milicias. El malestar de los católicos estaba siendo llevado al punto de explosión: tras la quema de conventos en mayo del 31, se había decretado la disolución de la Compañía de Jesús, la supresión de «El Debate» y de otros periódicos de igual significación; no se había autorizado la celebración de la Semana Santa sevillana. Casares tenía en sus manos un precario instrumento legal, elaborado a contrapelo de los derechos proclamados en la flamante Constitución republicana: la Ley de Defensa de la República, “una ley tristísima que mancilla a la República”, la había calificado Ortega y Gasset en aquellos días (5).
Sí, no queda más remedio que defender a la recién estrenada República de la revolución izquierdista y de la contrarrevolución derechista. Y la masonería española, partera de la “niña”, volvía los ojos a los únicos capaces de hacerlo: a los militares. Teniéndolos seguros, obligados a ciega obediencia a las directrices de la Gran Logia, serían instrumentos útiles para mantener la escasísima vitalidad del engendro republicano. Ferrer Benimeli nos proporciona un dato corroborador: los generales Cabanellas y Pozas acababan de ingresar entonces en la masonería. Y Casares Quiroga pensó también en el general Franco. No sería el solo entre los masones civiles quien tuviera ese pensamiento. Pero, dice Benimeli, “serían especialmente los militares los que se opondrían a dicho ingreso”. Nos da los nombres, suministrados por Morlanes: Núñez de Prado, Cabanellas, Pozas, Mangada, Pérez Farrás, Sediles y su propio hermano, Ramón -en cuya boca pone Morlanes estas poco fraternales palabras: “Si este… entra, yo me voy” (6).
Pero si los militares masones votaron negativamente, esto supone un claro elogio para la personalidad inmanejable de Francisco Franco. Ferrer Benimeli no nos expone el motivo de que, esta segunda vez, se le pusieran “bolas negras” en la logia de la calle del Príncipe, número 12. Más podemos conjeturarlo. Estaba bien reciente su resonante discurso de despedida a los cadetes de la Academia General Militar, el 14 de julio de 1931, con motivo del cierre definitivo de la misma, decretado por el Gobierno provisional. Discurso comentado en España entera y que le había ocasionado una amonestación de sus superiores. En esa alocución, un párrafo en el que Franco había dejado transparentar su estado de ánimo: “¡Disciplina!, nunca bien definida y comprendida. ¡Disciplina!, que no encierra mérito cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!, que revista su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando…” (7).
Un hombre capaz de hablar de este modo no podía parecer bueno para masón, dado que la regla de oro del comportamiento masónico estriba precisamente en callar. Ferrer Benimeli comenta: “A partir de este momento empezó, según los testimonios de sus compañeros de armas, el odio de Francisco Franco contra la masonería”. ¿No sería más exacto decir que, a partir de ese momento es cuando empezó a intrigar a Francisco Franco el verdadero sentido de esa “fraternal” y “discreta” sociedad? Si se le había hablado de “sus puros y elevados ideales”, ¿a qué obedecía que no se permitiera la entrada en ella a un soldado de inmaculada hoja de servicios a su patria? ¿No podemos pensar fundadamente que fue a partir de ese año -1932- cuando Franco comenzó a estudiar seriamente la organización masónica, sus auténticos fines y su influencia en los acontecimientos políticos?
El resultado de sus estudios y observaciones fue lo que le llevó a redactar, bien conscientemente, el 1 de marzo de 1940, el preámbulo de la Ley sobre la represión de la Masonería y el Comunismo:
“Acaso ningún factor, entre los muchos que han contribuido a la decadencia de España, influyó tan perniciosamente en la misma y frustró con tanta frecuencia las saludables reacciones populares y el heroísmo de nuestras armas como las sociedades secretas de todo orden, y las fuerzas internacionales de índole clandestina. Entre las primeras ocupa el puesto más principal, la masonería…”
Estas palabras no son las de un resentido, sino las de un entendido. Franco sabía lo que estaba diciendo: al escribirlas, llevaba ocho años investigando el tema.
A. PINILLOS
(1) “Franco contra la Masonería” por J.A. Ferrer Benimeli. “Historia 16”. nº 15, julio 1977, págs. 37-51.
(2) “Vuelven los masones” por Evelyn Mezquida y José Catalán Deus, “Reporter”, nº 2, 31 mayo 77, págs. 30-32.
(3) “Masonería. Somos gente honrada”, por Ramos Perera, “Opinión", nº3, 23 al 29 de octubre 76, págs. 28-30.
(4) V. nota 2.
(5) Discurso en el Teatro Campoamor, de Oviedo, 10 abril 1932. “Obras completas”, tomo XI, pág. 441.
(6) V. nota 2
(7) “La Actualidad Española”, número fuera de serie dedicado a Franco; noviembre 1975, pág. 42.
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