La lección de la dictadura de Miguel Primo de Rivera (por Blas Piñar)
Revista FUERZA NUEVA, nº 141, 20-Sep-1969
LA LECCIÓN DE LA DICTADURA (1923-1930)
Por Blas Piñar
“España necesitaba una revolución y la tuvo el 13 de septiembre (1923)”. Estas palabras no son mías. Son de don Miguel Primo de Rivera, y fueron publicados en “La Nación” con motivo de un incidente político provocado por unas conferencias de Miguel Maura. Así aparece en uno de los libros sobre la Dictadura, que fue prologado por don José María Pemán y que, con otros varios sobre el mismo tema, tengo a la vista en este momento.
La verdad es que el ilustre general, al producirse el golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923 no pensaba en hacer en serio ninguna revolución. Era algo más perentorio -aunque la revolución nacional fuese necesaria- lo que urgía de inmediato realizar. Don Miguel lo confesó sencilla y paladinamente en el prólogo el libro de José Pemartín, “Los valores históricos de la Dictadura española”, al referirse, cinco años después, al decisivo acontecimiento. Se trataba, escribe, “de una crisis que no podía tener resolución estrictamente constitucional…, de apuntalar el edificio en ruinas”.
Tal era el propósito del Dictador al discriminar, en su “Manifiesto” de Barcelona, entre la “indisciplina formularia” de su gesto y “la verdadera disciplina”, que le empujaba con “espíritu de sacrificio” y la “máxima autoridad”, a atender al clamoroso requerimiento de cuantos, amando a la Patria no ven para ella otra salvación que libertarla de los profesionales de la política, de los hombres que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso. La tupida red de concupiscencia -añadía con frase que debemos tener muy presente- ha cogido en sus mallas, secuestrándola, hasta la voluntad del Rey”.
La Dictadura fue, desde el punto de vista político, un apuntalamiento del sistema liberal que se desmoronaba por sí mismo y que amenazaba con destruir a la nación. El hecho de que durante el gobierno de Don Miguel, en sus dos etapas, el país experimentara un progreso insospechado en todos los órdenes, no fue argumento bastante para que sus enemigos conspirasen sin tregua para detener su empeño. Si, como escribe Yanguas Messía, en el prólogo al libro de Emilio R. Tarduchi, “Psicología del Dictador”, “Primo de Rivera salvó a España del caos de la anarquía y de la amenaza del Soviet, la ha levantado y la ha engrandecido (y) ha despertado la fe de los españoles”, el general reconocía en 1928 que “el espíritu de la vieja política estaba vivo y bien alerta”.
Esa vieja política impidió que su obra se consolidara, secuestró de nuevo la voluntad del Rey y dilapidó en unos meses de liberalismo monárquico lo que quedaba, herido de muerte, de la vieja institución. La República, sectaria en lo religioso, antinacional en lo político, suicida en lo económico, no fue más que un corolario a la versión con gorro frigio, de un sistema que había cambiado de nombre pero que, no obstante, la sustitución de las figuras, conservaba idéntico espíritu.
Aquí está, a nuestro juicio, la gran lección de la Dictadura, la que ahora (1969) cuando el país se halla en un momento histórico de la máxima trascendencia, cara al futuro, no pueden olvidar, ni los gobernantes ni los gobernados, ni el Príncipe, que a título de Rey será el primer magistrado de la nación, ni los hombres que se hallan en situación y en disponibilidad para ofrecerle su ayuda y su consejo.
Las diferencias entre el 13 de septiembre de 1923 y el 18 de julio y 1936 son muy importantes. Entonces, se trataba de “aguantar” a una Monarquía en trance de dimisión. Después, lo que se pretendía, al conjugarse con el Ejército, el tradicionalismo, que jamás desertó de su postura antiliberal, y la Falange, que aportaba una doctrina social enmadejada con el noble orgullo de ser españoles, era evitar la disolución y el aniquilamiento de España, partida por los antagonismos crueles y cruentos entre sus clases y sus tierras.
El 13 de septiembre de 1923, España necesitaba una revolución, pero esa revolución no fue iniciada hasta el 18 de julio de 1936. En su marcha, la revolución ha tenido y tendrá detenciones momentáneas y desviaciones inoportunas, que no pueden decepcionar ni desilusionar a los que saben que actúan con un tejido humano, que no ignoran las fuerzas de presión ocultas o descaradas y la influencia del acontecer histórico universal sobre las propias ilusiones. José Antonio, que previno este encuentro, brutal en ocasiones, entre la mística y la política, ambicionaba, para su justo equilibrio, que la última fuera la vocación de una minoría inasequible al desaliento.
¿Por qué razón la obra de la Dictadura no tuvo la continuidad deseada, evitando al país los episodios trágicos de la Revolución de Octubre en 1934 y de la Guerra de liberación?
José Antonio, que inicialmente intervino en la vida pública para defender el buen nombre de su padre, calumniado por los dirigente de la II República, alegaba que a la Dictadura le faltó elegancia dialéctica y, por lo tanto, la cristalización de un movimiento político que hubiera respaldado su obra, para proseguirla en el tiempo.
He aquí otro dato importante para el esquema de la lección que la Dictadura nos ofrece. Don Miguel creyó ingenuamente en la “Unión Patriótica”, creada desde el Poder y conformada y definida como un grupo apolítico; y creyó en que los hombres civiles que con él habían colaborado, y cuya gestión fue tan altamente beneficiosa para el país, desde las carteras ministeriales, podían, con su solo prestigio personal y técnico, atraer la atención y el entusiasmo populares.
Ninguna de estas previsiones fueron acertadas. La “Unión Patriótica” no pasó de ser un noble deseo cuajado artificialmente, sin coraje ni dinamismo, a pesar de los sanos propósitos que movieron al Dictador a constituirla, ni los hombres de la Dictadura, sin contacto vital con el pueblo, aspiraron a otra cosa, de momento, que a salvar su fama y en algunos casos su libertad, marchando al extranjero, cuando don Miguel, acosado por la vieja política, perdió, por añadidura, la confianza y el respaldo del Rey. (…)
Última edición por ALACRAN; Hace 1 semana a las 14:19
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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