Revista FUERZA NUEVA, nº 570, 10-Dic-1977
Blas Piñar en Burgos
TIERRA ABSOLUTA
(Discurso pronunciado por Blas Piñar en el restaurante “La Brújula”, carretera de Burgos, el 27 de noviembre de 1977)
“El sacerdote, en el curso de la liturgia de la palabra, se recoge antes de iniciar la lectura de un trozo del Nuevo Testamento, y reza en voz baja una oración. Se da cuenta de que aquello que va a rememorar ante los fieles no es un pasaje de la Antigua Alianza o los versículos de una Epístola. Son palabras del propio Jesucristo, Verdad encarnada y Maestro fidelísimo de la Verdad. Por ello, se dirige a Dios en demanda de su auxilio omnipotente, para que la lectura del texto elegido sea clara, y para que sea claro y eficaz el comentario de su homilía.
Pues bien, de algún modo, distante, por supuesto, pero no carente de analogía, en esta liturgia nacional en que se van convirtiendo los actos de FUERZA NUEVA, el que os habla percibe, no sólo la trascendencia del momento, sino también la emoción y la responsabilidad personal ante el discurso, ante el mensaje de la buena nueva con que tratamos de levantar y enardecer a los españoles de nuestro tiempo.
Por eso, permitidme que yo también pida al Señor que purifique mi corazón y mis labios para que pueda anunciar dignamente ante vosotros el evangelio de la Patria.
Y pueda anunciarlo con transparencia, sin juegos semánticos, sin metáforas o retruécanos que exijan después una explicación, porque en esta hora de incertidumbre, de confusión y de equívocos que sólo conducen al engaño, bien está que hagamos nuestro el propósito de aquel poeta primerizo de la lengua castellana, Gonzalo de Berceo, educado por los monjes de San Millán de la Cogolla:
“Quero fer una prosa en román paladino
en el cual suele el pueblo fablar a su vecino”.
¿Y cómo no hablar en román paladino, paladinamente, con lealtad y con franqueza, embarcando para su misión transitiva cada concepto en su vocablo propio, en las inmediaciones de Burgos, “caput Castellae”, en el páramo inmenso de Castilla la Vieja?
Esta es, como dijera José Antonio (Valladolid, 4-III-1934), la tierra absoluta y el cielo absoluto.
•La tierra absoluta depositaria de valores eternos:
la austeridad,
el sentido religioso de la vida,
la solidaridad entre antepasados y descendientes.
•El cielo absoluto, tan azul, tan sin celajes, tan sin reflejos verdosos de frondas terrenas, que se dijera casi blanco de puro azul.
Y así, concluía José Antonio, Castilla, tierra absoluta y cielo absoluto, mirándose, no ha sabido nunca ser una comarca -una región autónoma, una nacionalidad distinta dentro de un Estado artificial y sin alma, añadiríamos ahora- porque Castilla no ha podido entender, o al menos detenerse y contentarse nunca con lo meramente local y aldeano. Castilla sólo ha podido comprender lo universal. Y por eso, negándose a sí misma, robustece su personalidad, se agiganta y multiplica, como el grano de trigo, que renuncia a exhibirse como pieza de museo en la vitrina de un laboratorio rural y se entierra en el surco para sufrir el azote de la escarcha y la quemadura del sol, transformarse en la espiga dorada y repleta de un verano vivido en esperanza.
***
El héroe castellano por excelencia ha sido y será por ello Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador para los cristianos, el Cid para los moros. En él confluyen aquellos valores eternos de la tierra absoluta y aquel entendimiento de Castilla como empresa universal.
El Cid tipifica a nuestro pueblo, y como ha escrito Felipe Ximénez de Sandoval, se produce como un trueque fecundo de almas. El Cid entregó a Castilla su alma, y Castilla, que se siente simbolizada en su vocación y en su talante por Rodrigo, le entrega la suya en el poema más grande del romancero nacional.
En el Cid, afirma Menéndez y Pelayo, se juntan los más nobles atributos del alma castellana:
• la grandeza sin énfasis.
• la ternura conyugal, más honda que expresiva.
• la lealtad al monarca.
• la entereza para querellarse de sus desafueros.
• Por eso, urdimbre justa de lealtad y entereza, conforme a la ley de Castilla, exigirá a Alfonso VI la jura de Santa Gadea.
• Por eso, desterrado por el rey, se llegará hasta San Pedro de Cardeña para abrazar a su esposa, doña Jimena y sus hijas, doña Elvira y doña Sol, y despedirse de ellas, con un dolor tan intenso y tan profundo como el que produce la uña cuando se arranca de la carne.
•Por eso reunirá a su mesnada, con Alvar Fáñez, su brazo derecho, y Martín Antolínez, el burgalés de pro que, desafiando la orden del rey, le ha provisto de víveres para la andadura, y marchará a campear para rehacer la España cautiva, más allá del estrecho recinto castellano.
Y el autor del poema trasladará su fantasía del héroe a “Babieca”, su caballo, al igual que ha ocurrido siempre, desde el “Bucéfalo” de Alejandro Magno hasta el “Rocinante” de Don Quijote; desde el “Centauro” de Hernán Cortés y sus hombres, a los caballos fuertes y ágiles que cantara Santos Chocano, los de la conquista primero, y los de Martín Fierro, los gauchos argentinos, los guasos de Chile y los llaneros de Venezuela después; desde el caballo de Atila, al “Pegaso” de la mitología griega, hijo de “Poseidón” y de “Medusa”, domado por Belerofonte con el freno de oro, regalo de la diosa Atenea.
También nosotros, como el Cid, sufrimos destierro, aunque no por el enfado y la cólera de un rey, sino por la unánime voluntad democrática de los dueños de los teatros y cines en la ciudad de Burgos… (*)
Pero volvamos al Cid. El héroe auténtico lo es, naturalmente, por su gesta heroica, pero lo es en tanto en cuanto se sobrevive en la memoria de su pueblo, pasando de la Historia a la leyenda, de la crónica al mito, en tanto en cuanto gana batallas después de morir.
El Cid se convierte en piedra de escándalo, en signo de contradicción, por lo que tiene de sensitivo y medular a un tiempo.
Cerrar en el olvido con siete llaves el sepulcro del Cid, o abrirlo y recordarlo como una invitación a la continuidad histórica, tal y como lo hizo José Antonio: “Dios, qué buen vasallo si oviere buen señor”.
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José Antonio fue el buen señor de su pueblo y ganó a España después de morir. Y Franco fue el buen señor, que hizo de España un pueblo unido y en orden, que ganó la batalla de la guerra, y la batalla de la paz, y que ahora, cuando sus enemigos de dentro y de fuera han hechizado de nuevo a España, ha comenzado a ganar, en nosotros y con nosotros su última batalla.
¡Qué vinculación más entrañable y decisiva la de Franco con Burgos!
El 1 de octubre de 1936, en el Salón del trono de la Capitanía General, decía Franco: “Me entregáis España y yo os aseguro que mi pulso no temblará, que mi mano será siempre firme. Llevaré a la Patria a su punto más alto o moriré en el empeño.”
Y el de octubre de 1961, veinticinco años después, en Burgos, resaltaría las bases del Movimiento Nacional y de su empresa política: I. Espiritual: defensa de nuestra fe; II. Nacional: Salvar a la Patria; III. Social: difundir la cultura, elevar el nivel de vida, distribuir la renta con justicia (…)
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Franco, como José Antonio, como el Cid, se sobrevive en el corazón y en la memoria de su pueblo. (…) Cuando alguien me preguntó sobre Franco, el mismo día de su muerte, yo respondí:
“Para mí, Franco no ha sido sólo el Caudillo vencedor de la Cruzada Nacional y al mismo tiempo la espada más limpia de Europa. Franco es, y sobre todo será, un símbolo para la España del futuro y para todos aquellos que en cualquier lugar de la tierra sigan creyendo en los valores insustituibles y permanentes de la nación”.
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Por eso resalta más el espectáculo vergonzoso del presente (1977), desde el escándalo y el barullo por la bofetada a un diputado socialista, hasta la Constitución en proyecto, la ley de divorcio que se anuncia, la retirada del crucifijo, las quejas farisaicas de los culpables de cuanto sucede, la ruina económica (más paro y más impuestos), el terrorismo en auge, colmado ayer con el asesinato en Pamplona del comandante Joaquín Imaz.
Por este camino iremos a la autodestrucción de España. Por ello, hacen falta los reactivos: organizarse ya para imponer la fuerza de nuestra razón con la razón de nuestra fuerza; porque no hay democracia ni sufragios bastantes para justificar con ellos la aniquilación de la Patria.
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Aquí en Burgos, en Castilla, entre la tierra y el cielo absolutos, entre la prosa y la poesía, entre el drama que vivimos y el ideal que añoramos, hay un enlace, un camino erecto, el del ciprés de Silos, que cantara Gerardo Diego, como:
“Enhiesto surtidor de sombra y sueño.
Flecha de fe y saeta de esperanza”.
Burgos, monasterio para la mística, espolón para la lucha, torres agudas de catedral para la guardia y la vigilia.
Dejemos a los Papamoscas con su viejo papel en la mano, puro robot sin alma, y a los Martinillos bobalicones que le observan, y alcemos nuestras tiendas a orillas del Arlanzón, dispuestos a campear y a romper el hechizo de España en el palacio encantado de la Moncloa.
Porque España es hoy -lo han dicho quienes nos respetan y nos aman- algo más que un fragmento de tierra, algo más que un trozo de geografía universal. España es un girón del alma humana, y yo añadiría que la célula aún viva y salvadora de la libertad. Por eso exclama Alfonso Reyes, el mejicano: “¡Bienvenida, España virgen!”Porque el mundo espera a España como se espera a la novia con el atavío de su doncellez y de su ilusionada fecundidad en ciernes.
Decía Ganivet, reflexionando sobre el apasionamiento con que en España ha sido defendido y proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción, que en el fondo de ese dogma debía de haber algún misterio que por ocultos caminos se enlazase con la esencia del alma nacional; y que acaso ese dogma de pureza sin mácula e inmaculante -que luego se desdobla en virginidad y en maternidad a un tiempo- constituye el símbolo admirable y la razón de ser de España.
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Y esta razón de ser de España rebrota cuando España se enfrenta con el tiempo difícil: en la Reconquista, en América, en la Europa de Carlos y de Trento, en la guerra de la Independencia, en la Cruzada, y ahora mismo (1977).
El espíritu que levantó al Cid, a Hernán Cortés, a Gonzalo de Córdoba, a Daoíz y Velarde o al General Moscardó, levanta ahora a nuestras juventudes. A pesar de vuestro esfuerzo, como Franco diría ahora con aquellas palabras del 24 de julio de 1955: “No pudisteis cerrar con la llave de los siete pecados mayores el sepulcro del Cid. Teníais miedo a que el Cid saliera de su tumba y encarnase en las nuevas generaciones. Teníais pánico, y lo tenéis ya, al pueblo viril de Santa Gadea, que en el ágora de la calle acusa de perjurio a los trepadores, a los cortesanos y a los que negocian con la Patria, con el honor y con la sangre”.
Ese pueblo sano de España nos sigue, está con nosotros, ha comprendido y se dispone a jugar su papel con dignidad y coraje, con valentía y heroísmo.
¡No olvidéis!
¡Arriba España!”
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