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Tema: Significado y sentido de Castilla para Blas Piñar

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    Significado y sentido de Castilla para Blas Piñar

    Blas Piñar en Salamanca: significado y sentido de Castilla (y Salamanca)

    Revista FUERZA NUEVA, nº 568, 26-Nov-1977

    Blas Piñar en Salamanca

    “DEMOCRACIA AFECTIVA”

    (Discurso pronunciado por Blas Piñar en el salón de actos de la antigua Jefatura Provincial del Movimiento de Salamanca, el día 13 de noviembre de 1977.)

    I

    Azorín, que cantó a todas las regiones de España con aquella maestría singular de su verbo claro, luminoso y levantino, cuando sobre el papel escribió Castilla quedóse absorto, ensimismado y quieto. Y añadió, recobrando el hilo:

    ¡Qué profunda y sincera emoción experimentamos al escribir esta palabra!”

    ¡Y nosotros también! No sólo porque la palabra Castilla nos trae a la memoria nuestra vinculación con la tierra, sino porque más allá, y por encima de esta vinculación geográfica y material -puro sitio de nacimiento- la palabra Castilla penetra en el alma y nos pone en trance de sintonía interior con todo aquello que, además de geográficamente, la región supone en lo histórico, en lo literario, en lo espiritual y en lo político.

    Y ahora (1977), cuando el tema artificial de las autonomías se plantea con ruido, en un mar de confusiones que nadie aclara, tergiversando la reforma de la administración -que debe transformarla en un mecanismo instrumental ágil, próximo y flexible-, con la creación de unos gobiernos regionales, que duplicarán y encarecerán la burocracia, que deberán coordinarse entre sí en nuevos “pactos de la Moncloa”, y que, en muchos casos, lejos de coordinar, contribuirán a la dispersión de energía y el enturbiamiento y desaparición del sentido de unidad, bueno es que en Salamanca nos ocupemos, con la brevedad posible, de Castilla, de la que alguien dijo que tiene “fe de roca y esperanza de diamante”.

    ****

    • “Planimetría sin accidentes,
    • mar convertido en tierra,
    • uniformidad plana,
    • horizontalidad lacustre,
    • tristeza reconcentrada y soñadora
    ”.

    Eso es Castilla, nos dice Pérez Galdós.

    Pero ese rostro pardo y austero de Castilla no basta para su entera definición. Parece como si Castilla estuviera privado de hermosura. Una mujer, Emilia Pardo y Bazán, la descubre:

    En Castilla, la hermosura se reviste de sayal penitente. Su atractivo no está en la superficie, sino en la entraña: sale de adentro y adentro vuelve. Por ello, porque goza de esa hermosura interior, no importa que Castilla sea a un tiempo grave y árida”.

    Esa Castilla grave, y a la vez hermosa, es la que describe en versos magistrales Gabriel y Galán cuando, con el recuerdo de la esposa idolatrada y muerta, dice:

    Cantaba el equilibrio
    de aquel alma serena,
    como los anchos cielos,
    como los campos de mi amada tierra.
    Y cantaba también aquellos campos,
    los de las pardas, onduladas cuestas,
    los de los mares de enceradas mieses,
    los de las mudas perspectivas serias,
    los de las castas soledades hondas,
    los de las grises lontananzas muertas.”

    Pero hay algo más que llanura y belleza interior en la Castilla nuestra. Quizá porque haga falta perspectiva y distancia para contemplar mejor, ha sido un extranjero, Waldo Frank, el autor del “Mensaje a la América hispana”, el que, meditando sobre Castilla, escribe:

    Castillos y sierras como castillos existen aquí en todas partes. ¿Por qué, entonces -se pregunta- sólo a esta región del mundo se le ha llamado Castilla?
    Y continúa:
    Pero, ¿qué es un castillo? Es un lugar cerrado que domina por medio de su clausura el espacio abierto que le rodea. Está edificado de la misma piedra de su mundo, y es eso, la piedra de su mundo”.

    El castillo se apodera de la abundancia presente de su mundo y lo alza para preservarlo, para defenderlo y para salvarlo.

    Pues bien, lo que hoy como ayer llamamos Castilla, es toda ella castillo, porque toda ella, al convertirse en castillo, ha salvado siempre la abundancia espiritual de su mundo y ha hecho de España en el curso de la historia pasada, y casi presente, una pasión recia, firme, contagiosa y creadora, fruto de su voluntad y de su coraje.

    Castilla no tiene más razón de ser que la que es propia del castillo. Castillo para defender y salvar y perpetuar el alma de España. Castillo que sabe convertirse en alquería, en tiempo de paz, en molino, cuando rompe amarras, sobre las cresterías de Consuegra y Puerto Lápice, en fuerte militar en Cartagena de Indias o en San Agustín, y en morada para el desposorio místico de Santa Teresa.

    Por eso, qué pena da oír esos gritos de autonomía, de abandono irreflexivo de la continuidad histórica, de negación brutal y hasta colérica del sentido de misión. Castilla no puede abdicar de sí misma y suicidarse, porque precisamente su personalidad se ahonda y robustece en la medida en que, frente al huracán que asola y dispersa, se alza como un castillo inconmovible, serena, y hasta me atrevería a decir que altiva, desafiando al viento, segura de que volverá la calma. Por eso, cuando los demás, torpes y alocados, contemplen el doloroso panorama de su propia ruina material y espiritual, Castilla, desde su castillo, donde todo habrá quedado indemne, podrá echar el puente levadizo y salir a campo abierto para restaurarlo todo, para rehacerlo todo, para devolver a España la unidad, la grandeza y la libertad, perdidas en un tiempo de locura.

    ¿Es esto ponerse a la exaltación de la personalidad regional de Castilla? Al contrario; es reconocerla, amarla, y hacer, sin falsificaciones, todo lo posible para enriquecerla.

    Y ya que hablamos de falsificaciones, y por ello mismo de propósito de enzarzar y dividir, conforme la dialéctica marxista, de una parte, y a la tolerancia y blandenguería liberal, de otra, pensemos en el pendón que como emblema de Castilla se nos ofrece, el pendón morado que unos manifestantes -que sin reflexión intelectual acuden al silbido del que manda- colocaron con violencia en el Gobierno Civil de Salamanca el pasado 30 de octubre.

    Pues bien, ese pendón, mis queridos autonomistas, no es el pendón de Castilla. El pendón de Castilla es carmesí y lo atraviesa una banda de oro. Ese pendón fue el de la Reconquista castellana, el que, cuando la Reconquista terminó y volvió a rehacerse nuestra unidad geográfica y política, llevaron los Reyes Católicos hasta Granada.

    El rojo y el amarillo son los colores de Castilla, como amarillos y rojos son los colores del reino de Aragón, y por tanto los de Cataluña, Valencia y Baleares. Por eso, cuando frente a la bandera blanca y dinástica de los Borbones, que se importó de Francia, alzamos un distintivo nacional y propio, fue creada la enseña nacional: sangre y oro. A su sombra han nacido y han muerto los españoles. Por ello se ha luchado y combatido. Y por ella (sépase bien claro), pese a la deserción y a la cobardía, somos muchos los españoles que estamos dispuestos a luchar y combatir.

    Entonces, ¿qué significa y de dónde procede el pendón que enarbolan algunos, y que con riesgo, que ojalá se empleara por causa mejor, nos quieren imponer?

    El pendón morado ni siquiera fue el de los comuneros de Castilla. Fue tan sólo el de una legión llamada comunera, creada en Madrid el siglo pasado. El morado es un color clerical, propio del estamento eclesiástico. El morado es un color real, que convirtió la reina Isabel II en divisa para su propio estandarte.

    ¡Fijaos hasta dónde llega la hostilidad cegadora! A que algunos marxistas-leninistas, que quieren la República y se proclaman ateos, enarbolen como signo un pendón monárquico, borbónico y clerical, sin saber, por supuesto, lo que llevan entre las manos.

    Y así sucede todo. En este telégrafo de señales en que se está convirtiendo la heráldica española, surgen banderas inexplicables.

    Pensad en la enseña blanca y verde de Andalucía. Es posible que vosotros, y muchos de aquellos que la enarbolan, ignoréis también lo que significa y de dónde trae su causa y origen.

    Pues bien, la bandera blanca y verde de los autonomistas andaluces es la que trajeron a España los almohades africanos, enemigos no sólo de la civilización cristiana, sino de la musulmana y andaluza del Califato de Córdoba. Con ella derrotaron a Alfonso VIII en la batalla del Alarcos en 1195. Cuando Alarcos se recobró tres años más tarde, la bandera blanca y verde ondeó sobre la Giralda, y más tarde, cuando la rebelión morisca, fue alzada entre Estepona y Marbella.

    ¡Pues ahí la tenéis, la bandera blanca y verde, africana, almohade, anticristiana y antiandaluza, levantada como enseña de Andalucía!

    Pero estamos en Salamanca, donde Castilla, sobre un fondo común a toda la inmensa comarca, adquiere perfiles propios y especiales.

    Y es curioso el contraste de pareceres en torno a la ciudad. José Antonio habló de su “áspero decoro”, mientras que Unamuno dijo que Salamanca era “una ciudad abierta y alegre, muy alegre”.

    ¿Hay contradicción entre el modo de ver a Salamanca dos personalidades, sin duda fuera de serie? A mi juicio, no.

    Lo que ocurre es que Unamuno ve en Salamanca la alegría de la piedra jubilosa que nace dulce y blanda y se torna ocre, dorada por la caricia del sol y de la lluvia. Pero esa alegría de la piedra románica, gótica, renacentista, plateresca y barroca, no se pierde en frivolidad, en superficialidad marginante, sino que lleva de la mano al silencio dulce, a la paz que exige el propio señorío.

    Don Miguel lo dirá en sus versos de profesor:

    Bosque de piedras que arrancó la historia
    a las entrañas de la tierra madre,
    remanso de quietud, yo te bendigo
    ¡mi Salamanca!”

    Pues bien, es este remanso de quietud íntima, de noble arquitectura clásica, de orden diría que casi matemático, de precisión y exactitud meticulosa, que representan, de un lado la Plaza Mayor -cuadro tan perfecto como un silogismo-, las dos catedrales y las dos universidades, es el que José Antonio, en su discurso de Salamanca de 10 de febrero de 1935, en el teatro Bretón, puso de relieve al hablarnos del “señorial decoro de la ciudad”; porque la aspereza, ya señalada, y el decoro nacional, constituyen las dos notas características de lo que el mismo José Antonio, y nosotros con él, deseamos para España en una hora como la presente, y en cierto modo tan parecida a aquélla, en que un tedio insoportable y una desgana pesimista se adueñan del alma nacional, hasta el punto de que el pueblo duda de su propio destino.

    Frente al maridaje de logias y sacristías, pidió entonces José Antonio la nacionalización del Estado beligerante contra los peores enemigos de España, el separatismo y el marxismo, y una fe audaz y salvadora que evitara nuestra andadura torpe, sin bastón y sin meta, al modo del ciego que no sabe dónde está y que cuando marcha lo hace palpando, a tientas y sin tino.

    También entonces, en medio de la confusión abajo y del maridaje arriba, españoles llenos de juventud caían abatidos en las calles.

    José Antonio, en Salamanca, pasó en vela el aniversario de Matías Montero. ¡Y cómo hablaba a sus escuadristas, con un sentido católico de su empresa!:

    Cuando dudemos, cuando desfallezcamos, cuando nos acometa el terror de si andaremos persiguiendo fantasmas, digamos ¡No! Esto es grande, esto es verdadero, esto es fecundo; si no, no hubiera ofrendado la vida por la causa –(esa vida) que él estimaba en su tremendo valor de eternidad- Matías Montero”.

    ***
    Hoy –por qué cuesta tanto aprender las lecciones- vuelven a ofrendar la vida por idéntica causa otros españoles. Por desgracia, nos vamos acostumbrando. Nuestra sensibilidad se curte, se embota, se pierde entre la monstruosidad diaria. Una cortina de humo nos hace olvidar con rapidez el delito horrible. Más tarde, el asesino, liberado, se nos muestra como un héroe.

    ¡Pero eso sí! La infracción pequeña, fruto de la ira justificada, o el delito mayor, pero aislado, de quien no forma parte del grupo victorioso, quedarán petrificados, sin amnistía posible, recordado a cada hora para obnubilar a la opinión. ¡Así es la democracia de los liberales y de los marxistas!

    Es curioso que después de habernos salvado del liberalismo se produzca un regreso para su busca; que otra vez volvamos a escuchar y a dejarnos seducir -pagando un precio de pobreza y de sangre- por las voces de aquellos que nos llevaron a la disolución y a la ruina.

    Permitidme que traiga a colación el criterio de dos hombres a los que un lugar común cualquiera consideraría como portadores tipificados del liberalismo que hoy se predica: Ortega y Gasset y Joaquín Costa.

    Pues bien, Ortega dijo: “A la esencia de la verdad le son indiferentes las vicisitudes del sufragio. La coincidencia de todos los hombres en una misma opinión, no daría a ésta un quilate nuevo de verdad”.

    Y Joaquín Costa escribió: “El liberalismo rechaza la soberanía de derecho divino, pero tampoco acepta la del pueblo. El día de las elecciones el aspirante a legislador proclama al pueblo César. Pero cayó la papeleta en la urna y se acabó la soberanía. El diputado, el senador, el ministro, desciñen al pueblo la corona, echan una losa sobre su voluntad, llevándola al Calvario del Congreso, lo crucifican a discursos y a leyes, y le condenan si se permite opinar en contra”.

    Acaso no se explica así que José Antonio, que pertenecía a una estirpe que había servido con las armas la causa liberal, no estalle indignado: “Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre”, añadiendo: “Ya veréis cómo rehacemos la dignidad del hombre para, sobre ella, rehacer la dignidad de la Patria”.

    Esta fue la gran obra de Franco. Rehacer la dignidad del hombre y sobre ella la dignidad de la Patria. La dignidad del hombre, empezando por la del trabajador. ¿Cuándo fue más respetado? ¿Cuándo, sin convertirse en muñeco de fuerzas ocultas, consiguió lo que parece milagroso, en una nación empobrecida por el liberalismo, arrasada por la guerra a que el liberalismo nos llevó, odiada por las potencias vencedoras del último enfrentamiento mundial?

    La Seguridad Social, la anulación del despido libre, la participación en los beneficios de la empresa, el nivel de vida más alto, las becas de estudio, ¿fueron conquistas sociales del marxismo, o fue la obra de Franco?

    Y sobre ello, la dignidad de la Patria. En lo económico, en la moral interna, en la política internacional, sin peregrinaciones mendicantes ridículas y abusivas.

    Se acerca el 20 de noviembre, conmemoración común de José Antonio y de Franco. Nosotros hemos encabezado una solicitud para concedernos en Madrid, en la Plaza de Oriente, en la mañana de ese día. (…)

    Y aquí venimos también nosotros, casi en vísperas del segundo aniversario de su muerte, a Salamanca, hecha sabiduría política, a la Salamanca universitaria que salvó la unidad de la Iglesia, que ganó América para la verdad cristiana, que iluminó, en lo humano, a los místicos y a los gobernantes.

    Pidamos a Dios como quería José Antonio, que la inteligencia asuma otra vez su función rectora para impedir que la acción pueda convertirse en barbarie.

    Última edición por ALACRAN; 19/01/2024 a las 14:24
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Significado y sentido de Castilla para Blas Piñar

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    Discurso de Blas Piñar en Burgos


    Revista FUERZA NUEVA, nº 570, 10-Dic-1977

    Blas Piñar en Burgos

    TIERRA ABSOLUTA

    (Discurso pronunciado por Blas Piñar en el restaurante “La Brújula”, carretera de Burgos, el 27 de noviembre de 1977)

    “El sacerdote, en el curso de la liturgia de la palabra, se recoge antes de iniciar la lectura de un trozo del Nuevo Testamento, y reza en voz baja una oración. Se da cuenta de que aquello que va a rememorar ante los fieles no es un pasaje de la Antigua Alianza o los versículos de una Epístola. Son palabras del propio Jesucristo, Verdad encarnada y Maestro fidelísimo de la Verdad. Por ello, se dirige a Dios en demanda de su auxilio omnipotente, para que la lectura del texto elegido sea clara, y para que sea claro y eficaz el comentario de su homilía.

    Pues bien, de algún modo, distante, por supuesto, pero no carente de analogía, en esta liturgia nacional en que se van convirtiendo los actos de FUERZA NUEVA, el que os habla percibe, no sólo la trascendencia del momento, sino también la emoción y la responsabilidad personal ante el discurso, ante el mensaje de la buena nueva con que tratamos de levantar y enardecer a los españoles de nuestro tiempo.

    Por eso, permitidme que yo también pida al Señor que purifique mi corazón y mis labios para que pueda anunciar dignamente ante vosotros el evangelio de la Patria.

    Y pueda anunciarlo con transparencia, sin juegos semánticos, sin metáforas o retruécanos que exijan después una explicación, porque en esta hora de incertidumbre, de confusión y de equívocos que sólo conducen al engaño, bien está que hagamos nuestro el propósito de aquel poeta primerizo de la lengua castellana, Gonzalo de Berceo, educado por los monjes de San Millán de la Cogolla:

    Quero fer una prosa en román paladino
    en el cual suele el pueblo fablar a su vecino”.

    ¿Y cómo no hablar en román paladino, paladinamente, con lealtad y con franqueza, embarcando para su misión transitiva cada concepto en su vocablo propio, en las inmediaciones de Burgos, “caput Castellae”, en el páramo inmenso de Castilla la Vieja?

    Esta es, como dijera José Antonio (Valladolid, 4-III-1934), la tierra absoluta y el cielo absoluto.

    La tierra absoluta depositaria de valores eternos:
    la austeridad,
    el sentido religioso de la vida,
    la solidaridad entre antepasados y descendientes.

    El cielo absoluto, tan azul, tan sin celajes, tan sin reflejos verdosos de frondas terrenas, que se dijera casi blanco de puro azul.

    Y así, concluía José Antonio, Castilla, tierra absoluta y cielo absoluto, mirándose, no ha sabido nunca ser una comarca -una región autónoma, una nacionalidad distinta dentro de un Estado artificial y sin alma, añadiríamos ahora- porque Castilla no ha podido entender, o al menos detenerse y contentarse nunca con lo meramente local y aldeano. Castilla sólo ha podido comprender lo universal. Y por eso, negándose a sí misma, robustece su personalidad, se agiganta y multiplica, como el grano de trigo, que renuncia a exhibirse como pieza de museo en la vitrina de un laboratorio rural y se entierra en el surco para sufrir el azote de la escarcha y la quemadura del sol, transformarse en la espiga dorada y repleta de un verano vivido en esperanza.

    ***
    El héroe castellano por excelencia ha sido y será por ello Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador para los cristianos, el Cid para los moros. En él confluyen aquellos valores eternos de la tierra absoluta y aquel entendimiento de Castilla como empresa universal.

    El Cid tipifica a nuestro pueblo, y como ha escrito Felipe Ximénez de Sandoval, se produce como un trueque fecundo de almas. El Cid entregó a Castilla su alma, y Castilla, que se siente simbolizada en su vocación y en su talante por Rodrigo, le entrega la suya en el poema más grande del romancero nacional.

    En el Cid, afirma Menéndez y Pelayo, se juntan los más nobles atributos del alma castellana:

    • la grandeza sin énfasis.
    • la ternura conyugal, más honda que expresiva.
    • la lealtad al monarca.
    • la entereza para querellarse de sus desafueros.
    • Por eso, urdimbre justa de lealtad y entereza, conforme a la ley de Castilla, exigirá a Alfonso VI la jura de Santa Gadea.
    • Por eso, desterrado por el rey, se llegará hasta San Pedro de Cardeña para abrazar a su esposa, doña Jimena y sus hijas, doña Elvira y doña Sol, y despedirse de ellas, con un dolor tan intenso y tan profundo como el que produce la uña cuando se arranca de la carne.
    •Por eso reunirá a su mesnada, con Alvar Fáñez, su brazo derecho, y Martín Antolínez, el burgalés de pro que, desafiando la orden del rey, le ha provisto de víveres para la andadura, y marchará a campear para rehacer la España cautiva, más allá del estrecho recinto castellano.

    Y el autor del poema trasladará su fantasía del héroe a “Babieca”, su caballo, al igual que ha ocurrido siempre, desde el “Bucéfalo” de Alejandro Magno hasta el “Rocinante” de Don Quijote; desde el “Centauro” de Hernán Cortés y sus hombres, a los caballos fuertes y ágiles que cantara Santos Chocano, los de la conquista primero, y los de Martín Fierro, los gauchos argentinos, los guasos de Chile y los llaneros de Venezuela después; desde el caballo de Atila, al “Pegaso” de la mitología griega, hijo de “Poseidón” y de “Medusa”, domado por Belerofonte con el freno de oro, regalo de la diosa Atenea.

    También nosotros, como el Cid, sufrimos destierro, aunque no por el enfado y la cólera de un rey, sino por la unánime voluntad democrática de los dueños de los teatros y cines en la ciudad de Burgos… (*)

    Pero volvamos al Cid. El héroe auténtico lo es, naturalmente, por su gesta heroica, pero lo es en tanto en cuanto se sobrevive en la memoria de su pueblo, pasando de la Historia a la leyenda, de la crónica al mito, en tanto en cuanto gana batallas después de morir.

    El Cid se convierte en piedra de escándalo, en signo de contradicción, por lo que tiene de sensitivo y medular a un tiempo.

    Cerrar en el olvido con siete llaves el sepulcro del Cid, o abrirlo y recordarlo como una invitación a la continuidad histórica, tal y como lo hizo José Antonio: “Dios, qué buen vasallo si oviere buen señor”.

    ***
    José Antonio fue el buen señor de su pueblo y ganó a España después de morir. Y Franco fue el buen señor, que hizo de España un pueblo unido y en orden, que ganó la batalla de la guerra, y la batalla de la paz, y que ahora, cuando sus enemigos de dentro y de fuera han hechizado de nuevo a España, ha comenzado a ganar, en nosotros y con nosotros su última batalla.

    ¡Qué vinculación más entrañable y decisiva la de Franco con Burgos!

    El 1 de octubre de 1936, en el Salón del trono de la Capitanía General, decía Franco: “Me entregáis España y yo os aseguro que mi pulso no temblará, que mi mano será siempre firme. Llevaré a la Patria a su punto más alto o moriré en el empeño.”

    Y el de octubre de 1961, veinticinco años después, en Burgos, resaltaría las bases del Movimiento Nacional y de su empresa política: I. Espiritual: defensa de nuestra fe; II. Nacional: Salvar a la Patria; III. Social: difundir la cultura, elevar el nivel de vida, distribuir la renta con justicia (…)

    ***
    Franco, como José Antonio, como el Cid, se sobrevive en el corazón y en la memoria de su pueblo. (…) Cuando alguien me preguntó sobre Franco, el mismo día de su muerte, yo respondí:

    “Para mí, Franco no ha sido sólo el Caudillo vencedor de la Cruzada Nacional y al mismo tiempo la espada más limpia de Europa. Franco es, y sobre todo será, un símbolo para la España del futuro y para todos aquellos que en cualquier lugar de la tierra sigan creyendo en los valores insustituibles y permanentes de la nación”.

    ***
    Por eso resalta más el espectáculo vergonzoso del presente (1977), desde el escándalo y el barullo por la bofetada a un diputado socialista, hasta la Constitución en proyecto, la ley de divorcio que se anuncia, la retirada del crucifijo, las quejas farisaicas de los culpables de cuanto sucede, la ruina económica (más paro y más impuestos), el terrorismo en auge, colmado ayer con el asesinato en Pamplona del comandante Joaquín Imaz.

    Por este camino iremos a la autodestrucción de España. Por ello, hacen falta los reactivos: organizarse ya para imponer la fuerza de nuestra razón con la razón de nuestra fuerza; porque no hay democracia ni sufragios bastantes para justificar con ellos la aniquilación de la Patria.

    ***
    Aquí en Burgos, en Castilla, entre la tierra y el cielo absolutos, entre la prosa y la poesía, entre el drama que vivimos y el ideal que añoramos, hay un enlace, un camino erecto, el del ciprés de Silos, que cantara Gerardo Diego, como:

    Enhiesto surtidor de sombra y sueño.
    Flecha de fe y saeta de esperanza”.

    Burgos, monasterio para la mística, espolón para la lucha, torres agudas de catedral para la guardia y la vigilia.

    Dejemos a los Papamoscas con su viejo papel en la mano, puro robot sin alma, y a los Martinillos bobalicones que le observan, y alcemos nuestras tiendas a orillas del Arlanzón, dispuestos a campear y a romper el hechizo de España en el palacio encantado de la Moncloa.

    Porque España es hoy -lo han dicho quienes nos respetan y nos aman- algo más que un fragmento de tierra, algo más que un trozo de geografía universal. España es un girón del alma humana, y yo añadiría que la célula aún viva y salvadora de la libertad. Por eso exclama Alfonso Reyes, el mejicano: “¡Bienvenida, España virgen!”Porque el mundo espera a España como se espera a la novia con el atavío de su doncellez y de su ilusionada fecundidad en ciernes.

    Decía Ganivet, reflexionando sobre el apasionamiento con que en España ha sido defendido y proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción, que en el fondo de ese dogma debía de haber algún misterio que por ocultos caminos se enlazase con la esencia del alma nacional; y que acaso ese dogma de pureza sin mácula e inmaculante -que luego se desdobla en virginidad y en maternidad a un tiempo- constituye el símbolo admirable y la razón de ser de España.

    ***
    Y esta razón de ser de España rebrota cuando España se enfrenta con el tiempo difícil: en la Reconquista, en América, en la Europa de Carlos y de Trento, en la guerra de la Independencia, en la Cruzada, y ahora mismo (1977).

    El espíritu que levantó al Cid, a Hernán Cortés, a Gonzalo de Córdoba, a Daoíz y Velarde o al General Moscardó, levanta ahora a nuestras juventudes. A pesar de vuestro esfuerzo, como Franco diría ahora con aquellas palabras del 24 de julio de 1955: “No pudisteis cerrar con la llave de los siete pecados mayores el sepulcro del Cid. Teníais miedo a que el Cid saliera de su tumba y encarnase en las nuevas generaciones. Teníais pánico, y lo tenéis ya, al pueblo viril de Santa Gadea, que en el ágora de la calle acusa de perjurio a los trepadores, a los cortesanos y a los que negocian con la Patria, con el honor y con la sangre”.

    Ese pueblo sano de España nos sigue, está con nosotros, ha comprendido y se dispone a jugar su papel con dignidad y coraje, con valentía y heroísmo.

    ¡No olvidéis!
    ¡Arriba España!”


    (*) Parece que ningún teatro ni cine burgalés cedió sus instalaciones a Blas Piñar, que hubo de realizar el acto en un restaurante de las afueras de la ciudad.
    Última edición por ALACRAN; 21/02/2024 a las 15:56
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