Algo más sobre el mismo tema, tomado del portal italiano EFFEDIEFFE.COM. La traducción es mía, por si luego hay alguna queja.
Jesús y Roma, una cuestión de estado (1ª parte)
Maurizio Blondet
24/09/2006
Todavía hay incrédulos que sostienen que Jesús no existió jamás porque los Evangelios constituyen el único testimonio de su existencia, siendo por tanto un testimonio interesado que no merece crédito.
Añaden que las fuentes paganas independientes de los Evangelios que hablan de Él son interpolaciones y falsificaciones añadidas al texto por los primeros cristianos.
Estos incrédulos son herederos rezagados de la hipercrítica textual anticristiana del siglo XIX, que entre otras cosas tildó de interpolaciones (es decir, de añadidos falsos por parte de cristianos) el pasaje de Tácito (XV 44,5) que afirma que un tal Cresto fue condenado a muerte por el procurador Pilato. Y más aún lo hacen con la frase de Flavio Josefo en sus Antigüedades de los judíos (XVIII, 64) que habla de Jesús y dice: «denunciado por nuestros notables [Josefo era hebreo] Pilato lo condenó a muerte»: es el celebre Testimonio Flaviano, que rechazan considerándolo falso.
Pocos saben, sin embargo, que la investigación históriográfica ha logrado grandes avances de entonces para acá, dejando sin argumentos a los hipercríticos.
A partir de precisos descubrimientos arqueológicos --la lápida descubierta en 1961 en Cesarea, dondo dice con relación a un edificio dedicado a Tiberio por [PO] NTIUS PILATUS [PRAEF]ECTUS IUDA[EE]--, los historiadores de la romanidad han reconstruido paso a paso con una investigación digna de la policía científica, no solo la historia de Jesús, sino del interés inmediato que suscitó su predicación en los círculos del poder imperial romano.
En particular las investigaciones realizadas por la historiadora Marta Sordi y sus colaboradores (en su mayor parte colaboradoras) han revolucionado los conocimientos sobre los primeros años del cristianismo, hasta el punto de que permiten establecer una cronología precisa y minuciosa de los acontecimientos.
Vamos a intentar esbozarla.
Año 31 de nuestra era: En Roma cae en desgracia Sejano, el poderosísimo prefecto de los pretorianos (es decir, la guardia del cuerpo imperial) a quien el temperamental Tiberio, que se había retirado Capri, había confiado los asuntos de gobierno.
Advertido por unos delatores de que Sejano estaba tramando para arrebatarle el imperio, Tiberio pasó de la confianza excessiva a la desconfianza total y mandó matar al que había sido su brazo derecho.
¿Por qué la caída de Sejano fue crucial en el destino mortal de Jesús?
Porque Pilato, prefecto de Judea, era un recomendado de Sejano, un cliente suyo.
Le debía el puesto.
Así pues, Pilato, privado de golpe de su protector en Roma, se siente débil e inseguro en el 31, que es el año en que probablemente tuvo lugar el proceso (algunos historiadores dan hasta la fecha exacta: el 27 de abril), y no se ve en condiciones de poder resistir las presiones de los sacerdotes que soliviantan a las muchedumbres contra el Nazareno.
Cuando estas le gritaron que si salva a Jesús no es amigo del César, Pilato debió de pensar: «¡Maldita sea, estos tipos me van a acarrear la ruina!»
No era la primera vez que los dirigentes hebreos hacían llegar informes contra él al Emperador.
Por ejemplo, Tiberio, informado por los dirigentes judíos, le había ordenado retirar unos escudos dorados dedicados por adulación al Emperador y expuestos en el palacio de Herodes.
Otra señal de que el Emperador no lo veía con buenos ojos: en aquel momento, el suspicaz Tiberio podia llegar a sospechar de la complicidad de Pilato en la conspiración de Sejano.
Eso significaba la muerte.
Los dirigentes judíos, por el contrario, se sentían fuertes: la caída de Sejano había supuesto la desaparición de un enemigo suyo (un antisemita dirían hoy) que se había opuesto duramente al proselitismo hebraico en la capital.
Jesús fue condenado a la cruz en el contexto de este repentino relevo de gobernantes y de fuerzas.
Año 34: ejecución de San Esteban el protomártir.
Su lapidación, relatada en los Hechos de los apóstoles (que nos dicen también que Saulo de Tarso, ardiente y feroz discípulo del sabio rabino Gamaliel, participó en la ejecución), infringió las leyes romanas: en las provincias, la prerrogativa de imponer la pena capital correspondía al gobernador romano, no a las autoridades etnicas locales.
Esto dio a Tiberio la oportunidad, que probablemente esperaba desde hacía bastante tiempo, de poner orden en la sediciosa provincia judaica.
De hecho, como dice Tácito (Anales VI, 38,5), el Emperador mandó a su legado L. Vitelio, para proceder «a la resolución general de los problemas del Oriente».
Año 36 ó 37: Vitelio llega a Jerusalén y la primera medida que toma consiste en deponer al sumo sacerdote judío Caifás, el mismo que había condenado a Jesús. Evidentemente, por ser responsable de la ejecución sumaria de S. Esteban, que para Roma era ilegal.
Segunda medida: Vitelio depone a Pilato, que ya no será rehabilitado, y lo sustituye por un hombre de su confianza llamado --recordémoslo-- Marcelo.
Lo cierto es que entre tanto la corte imperial había recibido otro informe contra Pilato, en esta ocasión enviado por los samaritanos; pero sin duda la debilidad manifestada por el gobernador no solo durante el proceso a Jesús (formalmente legal) sino por no haber impedido la lapidación abusiva de S. Esteban, debió de haber influido también en la deposición.
¿Cómo lo sabemos?
Un historiador armenio del siglo V habla de una carta de Tiberio a Agbar, toparca de Edesa entre el 13 y el 50 d.C., en la que el Emperador le comunica que «castigará a los judíos» en cuanto haya sofocado la revuelta de los iberos, y ya la ha mandado por intermedio de Pilato.
Falso, afirman los hipercríticos: todo lo contrario.
La carta describe con precisión la misión confiada por Tiberio a Vitelio de la cual da cuenta Tácito: la puesta en orden o reorganización general del Oriente.
Los iberos a los que se refiere no son los de Hispania, sino los del Cáucaso, de los que Vitelio en efecto se ocupó (también se ocupó de los partos y más tarde de Aretas, etnarca de Damasco que se había sustraído al dominio de Roma, en el marco de la mencionada reorganización general).
Los Hechos de los apóstoles refieren a su manera lo mismo: que en el año 36 (Pedro y Pablo están en Jerusalén en esa fecha) hay «paz para la Iglesia en Judea, Galilea y Samaria».
Vitelio había puesto fin a la persecución de los judíos contra los primeros cristianos.
Pero ahora, se da un pequeño paso atrás: crucial, importantísimo.
Año 35: Tiberio propone al Senado reconocer el cristianismo como «religio licita»; el Senado, molesto porque la admisión de nuevas religiones era prerrogativa suya, rechaza la moción del Emperador.
Y lo hace por medio de un senadoconsulto fatal, ya que se convertirá en el fundamento de todas las persecuciones futuras: Non licet esse christianos.
Un senadoconsulto tiene fuerza de ley.
Como los actuales presidentes de EE.UU., Tiberio no puede hacer otra cosa que imponer su veto: mientras viva, esta ley anticristiana quedará en suspenso.
En pocas palabras, esto es lo que cuenta Tertuliano en su Apologia (V, 2).
Replican los hipercríticos: Tertuliano escribe en el siglo segundo. No podía conocer aquella propuesta de Tiberio de cien años antes. Se lo inventó todo.
Pero la objeción no es válida: Tertuliano escribe a los «responsables del Imperio» (imperii antistites) para convencerlos de que deben abrogar aquel senadoconsulto: ¿cómo se lo iba a inventar?
Las autoridades, que tenían a su disposición los archivos, lo habrían desmentido de inmediato.
De hecho, Tertuliano habría sido el primer interesado en negar la existencia de semejante ley, porque sostenía que las persecuciones carecían de fundamento jurídico.
[SIZE=3]Tertuliano explica además que el Senado desconocía la situación en Palestina, mientras que Tiberio estaba bien informado por haber recibido un informe de Pilato sobre la rápida difusión de aquella creencia.
En resumidas cuentas, el Emeperador, al contrario que los senadores, había estudiado la práctica cristiana, y había entendido como mínimo que los seguidores de Cristo quitaban al mesianismo judío toda inclinación a la violencia y política antirromana («mi reino no es de este mundo»). Por tanto, era políticamente oportuno reconocer aquella nueva religión que prometía aplacar la constante tendencia judía a la rebelión.
Falso, falso, replican los hipercríticos: no hay la menor prueba de ese informe de Pilato.
Lo cierto es que Justino y Eusebio de Cesarea también hablan del mencionado informe.
Es verdad que el autor es tardío, pero refiere el proceso y la ejecución de un senador acusado de cristianismo, Apolonio, que tuvieron lugar entre el 183 y el 185, y dice que Apolonio fue condenado en virtud «del senadoconsulto que declara ilícito ser cristiano ».
No pudo habérselo inventado.
Y la verdad es que lo extraño hubiera sido lo contrario: que Pilato no hubiera dado cuenta a Roma de la situación.
El gobierno romano era cosa seria; en su burocracia los informes de los gobernadores de las provincias eran moneda corriente.
Pilato tal vez podría haberse abstenido de informar a Tiberio del proceso a Jesús, que al fin y al cabo había concluido con una ejecución legal, romana; lo que no podía haberse callado era el proceso y ejecución ilegales desencadenados por el Sanedrín contra los seguidores de Cristo: era un problema urgente de orden público.
Todo lo que hemos referido explica y aclara el misterioso pasaje de la segunda carta de San Pablo a los tesalonicenses, en la que habla del katejon.
O sea. de algo o alguien que contiene al Anticristo (2,1-7).
Escribe S. Pablo que hay algo que retiene ai «hombre de la iniquidad»; solo falta que el que lo retiene «sea apartado del medio».
Según Marta Sordi y su equipo de investigación, S. Pablo se refiere al veto de Tiberio a la ley senatorial que declaraba ilegal la fe cristiana.
El veto es «lo que le retiene» (griego katejon, neutro).
Mientras Tiberio no es quitado de en medio, es el que contiene la persecución (aquí San Pablo no emplea el género neutro, sino el masculino).
La persecución vendrá tras la muerte de Emperador, cuando suba al trono Nerón.
A lo largo de los siglos, los cristianos no han entendido la alusión.
Pero han sostenido que el katejon era el Imperio Romano, come dice Sto. Tomás de Aquino: un poder político amigo del hombre y de la verdad.
No andaban lejos de la verdad.
Y de esta amistad de los niveles más altos del poder imperial con los primeros cristianos hay otras pruebas.
Para los interesados, lo explico en la próxima entrega.
Maurizio Blondet
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