El Papa revolucionario
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A los que nos creemos ateos -tal vez sin serlo, que el mundo de las creencias es muy resbaladizo-, nos encanta este Papa. A veces dudo de si es real o si se trata de una impostor designado por el ala dura del Vaticano para seducir a las ovejas descarriadas.
Yo hace tiempo que no solo descarrié del trayecto esperado en un chaval que hizo el bachillerato en los Escolapios, sino que directamente me convertí al hedonismo menos jaleado por los clericales. O, debería decir, al
hedonismo más teóricamente alejado del mundo religioso, porque los profesionales de la materia espiritual llevan siglos viviendo como -por supuesto- curas.
Pero el
Papa Francisco está consiguiendo que los agnósticos -donde estamos todos, queramos o no-, reflexionemos como nunca antes lo habíamos hecho sobre muchos de los paradigmas sostiene la Iglesia como indiscutibles, y que moldean las percepciones y los comportamientos de millones de personas en todo el mundo.
Y es que después de tantas generaciones de Papas escondiendo la porquería bajo la alfombra, y en ocasiones pisándola después para que no se note, tras tantos líderes vaticanos mirando conscientemente hacia donde no se practicaba la pederastia, ni sexo alguno, tantos máximos responsables cristianos después, previsibles y arcaicos, aparece un Papa argentino que nos dribla a todos con la habilidad de Messi, la rapidez de Di Maria y la valentía de Simeone: como el mejor Maradona.
El astro argentino utilizó la mano de Dios en aquel hermoso partido que hundió a los ingleses; Francisco, más que las manos, utiliza una lengua insólita que asombra y magnetiza a los que no nos sentimos afectados por los
dogmas eclesiásticos y que, intuyo, como mínimo aturde y desazona a los más cercanos a los criterios tradicionales.
Primero alentó que rodaran las primeras cabezas vaticanas al comienzo de su mandato, como las de Nuncio Scarano, también conocido como "Monseñor 500", y las de Paolo Cipriani y Massimo Tulli, máximos dirigentes del Banco del Vaticano, todos ellos envueltos en turbios escándalos de corrupción.
Después, se mantuvo en pie en el pasillo del avión papal, con los codos reposando sobre los asientos y, ante los atónitos periodistas que cubrían su viaje a Brasil, se preguntó quién era él para cuestionar a un gay.
Ahora, más directo aún, cuestiona algunos de los rígidos posicionamientos que más han alejado a la Iglesia de muchos ciudadanos, como son su perspectiva ante el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y el uso de anticonceptivos.
Además, el
Papa revolucionario ha manifestado que ambiciona una mayor presencia de la mujer en la Iglesia. Como hace ya mucho tiempo que sabemos muchos hombres -aunque otros se nieguen a aceptarlo-, Jorge Mario Bergoglio es consciente de que es necesario "el genio femenino" en los lugares "donde se toman las decisiones importantes". En ésos, sí, y en cualquier otro.
El Papa, en lo que tal vez pueda cerrar cualquier duda sobre su posicionamiento al respecto de la tenebrosa dictadura (1976-1983) que asoló Argentina, afirma que nunca fue "de derechas".
Este pecador -como él mismo se define- que adora a Dostoievski, plantea en realidad una revolución que sacude los cimientos envejecidos y cuarteados de la institución eclesiástica. El Papa revolucionario, inteligente y provocador, conmociona a muchos conservadores pero emociona, quién lo iba a decir, a los ateos.
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El artículo arriba, firmado por un confieso ateo, está cargado de razón. El corto pontificado de Francisco viene siendo un verdadero desastre pastoral; en Portugal hay un dicho centenario que afirma que uno no puede ser amigo de judíos y la vez de jesuitas; pues esto jesuita amigo de los judíos ha de virar el Cristianismo de patas arriba (más aún). Cuando eligieron a Bergoglio para Papa, he escrito aquí que todos se merecen el beneficio de la duda y que, sin mucha esperanza, habría que esperar para ver: pues ni un año se ha pasado y ya lo tengo por seguro. Francisco es dañino para la Iglesia.
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