Ante la elección de un nuevo Papa, y a sabiendas tanto de que el Espíritu Santo obra en él y le inspira, como de que él puede hacerle más o menos caso... tengo dos formas de "enfrentarme" a la expectación que genera la incertidumbre. Una es ver todo lo malo que hay en él como hombre, todos sus errores y posturas que seguramente no comparta; una postura a la defensiva, totalmente justificada, por la deriva de la Santa Madre Iglesia, que me vuelve temeroso de la influencia que en su interior y exterior ejercen los judaizantes y enemigos de Cristo. Razones no hay pocas para ser precavido. Otra es aferrarme a lo bueno que leo y veo de él, en base a que nuestro Señor potencie sus virtudes para que Su Obra pueda avanzar a través de él. En ambos casos estaría manteniendo la mirada en el cardenal anterior al Papa, y en ambos casos seguramente estaría errado, pues ya no es el cardenal anterior al Papa.

Tengo dos formas de vivir estos tiempos: optimista o pesimista, y puesto que no tengo la capacidad de discernir la obra del Santo Espíritu en S.S. Francisco me dejo guiar por la esperanza y la alegría que el fin de la sede vacante me proporciona. Confío en que el Señor actúe como siempre ha actuado, edificando sobre la base positiva del cardenal su Gloria, y perdonando y apartando de él todo lo que sea malo para Su Iglesia, y que yo no sé ni debo señalar, juzgar y, ni mucho menos, condenar.

Son muchos los enemigos de Cristo y Su Iglesia, en efecto, los que se han apresurado a calumniarle, también los enemigos de Cristo y Su Iglesia que se han apresurado a bendecirle. ¿Cómo es posible esto?. En mi opinión si las calumnias vienen del odio a Dios, las falsas bendiciones vienen del miedo a Dios. Judíos, masones y herejes corren a mostrarse cercanos, amistosos y dóciles, y pienso que no porque crean que el papado les vendrá bien, sino porque temen que les venga mal y prefieren mostrar su engañosa cara más amable.

Es el gran poder de la Iglesia Católica, todos están pendientes de ella, porque ella prima en el mundo y es soberana en el nombre de Dios. Es tarea de Su Santidad ahora saber regir esta primacía, saber permanecer soberano en nombre y con la ayuda de Dios, y mostrar la firmeza de nuestra Iglesia para que todos las pérfidas influencias que puedan ejercer esos lobos con piel de cordero que ahora le bendicen, no sólo no obtengan sus nefastos frutos malvados, sino que deslumbrados ante la Luz de Cristo en el heredero de Pedro, tengan la oportunidad de arrepentirse y enmendar sus ya demasiado profundos errores. Ellos ahora se acercan como carroñeros ante un recién nacido, tanteando amistosamente la oportunidad de lanzarse sobre él, pero jamás comprenderán que ese recién nacido es el cetro del mundo que les hará postrarse. Tarde o temprano, todo llega.

Quizá peco de inocente y de optimista, pero está escrito que tarde o temprano debe ocurrir tal soberanía mundial y Dios escribe recto sobre renglones torcidos, como bien decía nuestra Santa Teresa de Jesús. Veo cosas en el Vaticano que no me gustan, en la Iglesia y, a menudo, en el pueblo de Dios, pero soy consciente de que todos somos piezas del engranaje de la Gran Obra y que, quizá, lo que yo veo mal está bien y sencillamente no tengo la capacidad de comprenderlo. Quien sabe si todas estas penurias modernistas no son nuestra más alta prueba, y nuestro reflejo en el santo Job.

Por mi parte, me postro a los pies de mi Señor Crucificado y marcho firme por la senda que nos traza, presto a defender su causa cuando necesario sea, contra quien Él, y sólo Él, me lance.