No es humilde un Papa por despreciar las tradiciones pruriseculares de la Iglesia, sino quien se somete a ellas por ser lo que conviene a su dignidad. Y él no es su dignidad sino que la inviste; por consiguiente, debe ostentar los signos que exterioricen del más excelente de los modos el altísimo ministerio a que ha sido llamado. Toda la belleza y el boato litúrgico no son para él, sino para Nuestro señor. Parecen olvidar los pedisecuos del CVII que el Papa es Vicario de Cristo, su autoridad no estriba en sí mismo. Si el rebaja su dignidad es a Nuestro Señor a quien rebaja. Una tal pretendida humildad constituye un verdadero desprecio e insulto a la Tradición. No se es humilde por vestir harapos, es humilde el que vive en la verdad-como decía Santa Teresa- el que vive conforme a su vocación y estado. Pero en todos sus actos hasta ahora, Francisco I ha demostrado un total y afectado desprecio-cuando no inquina- por una Tradición de la que no es dueño.
Es vergonzoso ver como el “católico” postconciliar canoniza al Papa, del mismo modo que los protestantes más burdos a sus pastores. Al Papa le permite cualquier barbaridad por el solo hecho de ser Papa. Ve la asistencia del Espíritu Santo donde evidentemente ha sido resistida y edulcora todos y cada uno de sus actos con el relamido eslogan de ser un pobre entre los pobres. La pobreza no es virtud alguna si no se funda en la Caridad-que nada tiene que ver con filantropía-y, evidentemente, en la Fe (Católica Romana), sin la cual la Caridad no es posible. Hasta ahora, en sus dichos y actos, Francisco I no ha hecho precisamente una profesión de Fe.
Otro error posconciliar muy llamativo es asignarle al ministerio petrino una suerte de impresión de carácter; pero no existe tal, la impresión que produce en el alma no es de la categoría de un sacramento, menos aún de uno que imprime carácter. Al Papa Nuestro Señor le ha prometido la Asistencia del Espíritu Santo para difundir la verdad y en virtud del ministerio principalísimo de custodiar la Fe, no a los pobres. Pero el Papa sigue teniendo libre albedrío y puede perfectamente resistir dicha acción y actuar en contra de la Fe, nada lo impide. Lo que no puede hacer es definir errores. Pero el problema es que los Papas posconciliares no han creído ni en la verdad absoluta ni en la verdad, y Francisco I sigue sin ser la excepción. Incluso hemos sufrido la vergüenza de oir su negativa a dar la bendición pontificia so pretexto, fundado en un error teológico condenado por la Iglesia, de respetar la conciencia de cada cual. Y como si fuera poco, los peores enemigos de la Iglesia se han dado cita a su ceremonia de entronización.

EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM