Re: Los “católicos tradicionalistas”, tema recurrente para los medios
¿La Iglesia Católica tiene que con-celebrar lo de Lutero?
A las 12:57 PM, por José Luis Aberasturi
“CELEBRAR”, según el Diccionario de la RAE, significa “festejar", “aplaudir", “realizar algo con solemnidad y/o formalidad“, “conmemorar", “alabar", y cosas así. En castellano o español, por supuesto.
Siendo esto así, la pregunta del título es obligada, dadas las informaciones que han aparecido en la prensa: ¿la Iglesia Católica tiene algo que celebrar con los luteranos -los seguidores de Lutero- que pontó un pollo monumental en el seno de la misma Iglesia Católica, que derivó en un montón de años de guerras pan-europeas, que desgajó un buen trozo de la Iglesia, que propició la ayuda a los enemigos del Papado y de la Iglesia, que favoreció la ayuda a los turcos por parte de naciones europeas…? Todo eso entonces, y de una tacada.
A día de hoy, los luteranos no son nada, espiritualmente hablando. Se han convertido en una iglesia oficial y oficialista -lo fue enseguida, por otro lado; gracias a lo que sobrevivió y se afianzó-, de funcionarios del Estado, que cobran del Estado y que están a su servicio, y que ya, como iglesia, no saben ellos mismos ni en lo que creen; supuesto, claro, que aún crean en algo.
Han perdido el sentido de la doctrina, de la moral, y de la dignidad de la misma persona, en el mejor sentido de las palabras “doctrina", “moral” y “persona". Y no podía ser de otra manera: porque la pérdida del sentido de Dios, lleva a la pérdida del sentido de “iglesia", lleva a la pérdida del sentido de “gracia” y “pecado", para llevar, finalmente, a no querer saber siquiera lo que es el hombre. Se han quedado en cantar, y poco más.
La milonga de que tienen -conservan- el “Sacramento del Bautismo", y que eso nos une…, es eso: una milonga, un pitorreo, un “buenismo", un desideratum, un error, o sin más, una mentira. ¿Por qué lo digo?
Dirá alguno que, la misma Iglesia Católica enseña que “cualquier persona puede bautizar en caso de necesidad": en peligro de muerte, en concreto. Y dirá bien. Pero la Iglesia Católica no enseña solo eso: añade que la persona queda bautizada “si quien bautiza -un ministro extraordinario- tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia”, luego ésta, suplirá las ceremonias.
Por tanto, para saber si un pastor luterano ha bautizado con un bautismo válido para la Iglesia Católica, es decir, para que la Iglesia lo reconozca como tal -al mismo bautismo como Sacramento, y al bautizado como tal bautizado-, tendrá que afirmar clara y públicamente, que tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia Católica. Si no, no. Y eso, solo en caso de necesidad: porque si hay sacerdote católico, tiene que bautizar el sacerdote; y lo mismo si hay diácono católico, o religioso/a católicos, o fiel católico: todos están antes que el pastor luterano para que aquello sea un auténtico Sacramento del Bautismo, y la persona en cuestión quede bautizada.
¿Algún pastor luterano -o anglicano, o de la marca que sea: “cristianos separados", según nomenclatura oficial- al “bautizar” en el seno de su iglesia, tiene intención “de hacer lo que hace la Iglesia Católica” al administrar el Sacramentoel Baurtismo? ¿No? Pues no hay Sacramento del Bautismo, y nadie queda bautizado, tal como sucede en el seno de la Iglesia, a la que Cristo mismo le dio los Sacramentos y el mandato.
Cuando uno se “va” de la Iglesia Católica, no puede pretender que “me voy, sí: pero me llevo los Sacramentos, me llevo a Cristo, me llevo la Escritura, me llevo la Salvación…; y no me llevo al Papa, ni a la Virgen, ni al Sacerdocio, ni lo que me da la gana llevarme o dejarme". “Con un par". Pero soy tan cristiano como el primero, y tan iglesia como el que más.
Los Santos Padres, mucho antes de que naciese Lutero, ya habían acuñado: “ubi Petrus, ibi Eclesia, ibi Deus": “donde está Pedro, allí está la Iglesia, y allí está Dios”. Clarito, clarito.
Y los Padres dijeron eso -cosa que conocía Lutero seguramente antes de su ruptura-, primero, porque era verdad. Y segundo, porque lo contrario, o la pretensión de trocear esa “lógica” sobrenatural. Es un intento vano; y, además, es mentira.
Entonces, ¿qué tiene que con-celebrar la Iglesia Católica con los luteranos en el no se qué cuántos aniversario de lo de Lutero? Y, en caso afirmativo, ¿por qué motivos?
A mí, personalmente, se me escapa todo este “tinglado” que se pretende montar. No le veo el más mínimo sentido, ni el más mínimo beneficio, especialmente si ponemos entreparéntesis que “los caminos del Señor son inescrutables". Ahí, me pilla cualquiera.
Amén
Non mea voluntas
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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