El oso abraza a la Conferencia Episcopal
“Ganar tiempo, salvar todo lo que sea posible y concertar un arreglo interino o modus vivendi con el gobierno” (Cardenal Vidal y Barraquer).
El 50 aniversario de la fundación de la Conferencia Episcopal Española fue la ocasión para que la Asamblea plenaria de los obispos recibiera con obsequioso y agradecido estupor al rey de España, Felipe VI.
Llamó la atención que los reyes entraran en el pastoral hemiciclo, pasaran sin detenerse por la primera fila, por delante de los cardenales Amigó Vallejo y Luis Martínez Sistach sin mirarles a la cara y sólo se detuvieran para saludar efusivamente a Carlos Osoro, Arzobispo de Madrid y recién creado cardenal. El Cardenal y Arzobispo emérito de Sevilla, miraba la escena con cara de sereno. En cambio, el cardenal Sistach no paraba de sonreírles ostensiblemente sin recibir la más mínima respuesta por parte de los Condes de Barcelona. Ay… Sic transit gloria mundi.
El melifluo y merengoso discurso del presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, recordaba la actitud de aquellos complacientes obispos galicanos sometidos a la autoridad gubernativa: Somos -los obispos- leales ciudadanos al servicio de la sociedad a la que aportamos un importante servicio asistencial a los necesitados. Las actividades de culto, catequesis y exposición de la doctrina cristiana -sin molestar a nadie, claro-, vino a decir que serían esos rasgos que nos diferenciarían como singular ONG.
En la transición la Iglesia se puso incondicionalmente al servicio del Estado y prestó una colaboración relevante a nuestro pueblo, dijo D. Ricardo. La Constitución española está en sintonía con la Declaración del Vaticano II sobre la libertad religiosa. Tras canonizar pues la Constitución del divorcio, el aborto, la eutanasia y el gaymonio, encima citó la Declaración conciliar: Este Santo Concilio declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar libres de coacción tanto por parte de personas particulares como de los grupos sociales o de cualquier poder humano, de modo que en materia religiosa no se obligue a nadie a actuar en contra de su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella, pública o privadamente, solo o asociado con otros.
Y siguió con proverbial desfachatez: Nos sentimos reconocidos en el marco de nuestra Constitución que se inspira en las palabras también conciliares de una mutua independencia y una sana colaboración. El respeto a las legítimas libertades propicia nuestro servicio a la sociedad según la identidad de la Iglesia. ¿Por qué no dijo cuáles son las legítimas libertades y cuáles no? ¡Ah! Es que en ese momento no tocaba, con el Rey y Soraya Sáez de Santamaría, la vicepresidenta del Gobierno, presentes. Había que compadrear, intimar, relacionarse sin polémicas con el poder. Nosotros -los curas y obispos- estamos aquí para apuntalar el sistema, para ahorrarle una pasta en asistencia social y mirar para otro lado mientras nos corrompe al pueblo moral y materialmente y sobre todo… para caerle simpáticos y ser digestivos al poder. Ya neutralizaremos luego a los fanáticos integristas que nos quieren marcar nuestra episcopal agenda y llevarnos hacia donde no queremos ir… a la defensa a ultranza de los principios no negociables de Benedicto XVI: La sacralidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, el matrimonio y la familia fundados sobre la amorosa fidelidad entre el hombre y la mujer, la libertad de enseñanza, ya que son los padres los que tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos, no el Estado, ni los empresarios educativos, ni los profesores y el bien común, porque el Estado ha de estar al servicio de la sociedad y no al revés… Pero eso era demasiado para el empalagoso Blázquez, que había puesto todo su empeño no en anunciar el Evangelio, sino en quedar bien con aquellos que desde hace cuarenta años están pudriendo la nación.
La melindrosa actitud del presidente de la Conferencia Episcopal dio paso al discurso del Gobierno pronunciado por el Rey, pues no puede hacer otra cosa, el pobre. Eso sí que fue un discurso, una declaración de intenciones en toda regla, un marcar el terreno, el juego y las normas, no sea que los obispos piensen que pueden un día, a pesar de todo, actuar en conciencia y, cual nuevos Juanes Bautistas, atosigar al poder con inconcebibles reivindicaciones.
Desde el diálogo con el poder público -afirmó el Gobierno por boca del Rey– la Iglesia ha cumplido con el principio de cooperación, consagrado en la Constitución y que se ha convertido en instrumento para hacer efectiva la libertad religiosa. El principio de la cooperación -colaboracionismo, más bien– con el Estado es la piedra angular sobre el que descansa el principio de libertad religiosa. Y lo repitió dos veces por si no había quedado claro. La libertad religiosa ha dejado de ser para el Gobierno de España un derecho humano, inherente a la persona por tanto, para convertirse en una mercancía que se compra y se vende. Mientras haya cooperacionismo y colaboracionismo con el gobierno, habrá libertad religiosa. Pero si la Iglesia se rebela, cuestiona, denuncia los excesos morales del Estado, éste se reserva el derecho de cuestionar también él esa libertad religiosa que se cree con el derecho de conceder a quien se porta bien.
En román paladino: Tú, Iglesia, sigue con tu labor asistencial de servicio y ayuda a enfermos, excluidos e inmigrantes y contribuye así a la cohesión social. Elimina las desigualdades y las causas de exclusión con el dinero de tus feligreses, que ya pagan los impuestos que el gobierno derrocha, y así contribuirás a la paz social. ¡Y cállate la boca! Nosotros -el Estado- somos los que gobernamos las vidas, las haciendas y hasta las conciencias de nuestros súbditos. Ya sabes cuál es la función que te hemos designado, la música que nosotros tocamos y que tú, Iglesia, has de que bailar. Porque el abrazo del oso Estado puede ser suave, pero también mortal, si hay resistencia. Y no la puede haber. El Nuncio desde aquí y la Congregación de Obispos desde Roma se encargarán de ello. Otra cosa es que el Espíritu Santo, que es el que defiende a la Iglesia de Cristo, siempre soplará donde le dé la gana y hará profetas, mártires y santos.
Gerásimo Fillat Bistuer
El oso abraza a la Conferencia Episcopal
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