Hubo un tiempo en que el pueblo cristiano estaba bien formado porque tenía buenos pastores que lo instruían con homilías llenas de enjundia, no sosas como las de hoy en día, y los mismos retablos de las iglesias eran una biblia en piedra y una catequesis en piedra. De padres a hijos (más bien de madres a hijos, pero para el caso es igual) se transmitía la doctrina pura y la historia sagrada. Y así, el pueblo sencillo, aunque no supiera leer, tenía a veces más clara la doctrina que algunos doctores. Cuando los teólogos disputaban y polemizaban sobre la Inmaculada Concepción, y no acababan de ponerse de acuerdo, ni la Iglesia se pronunciaba, el pueblo tenía muy claro. Con argumentos muy simples y rotundos desarmaban a cualquier doctor dominico: Si Eva había sido creada inmaculada, porque lo fue antes de la Caída, y nos trajo la perdición, ¿cómo es posible que María, que nos trajo la Salvación por medio de su Hijo no tuviera una concepción inmaculada? O: ¿Cómo va a estar la Reina de los Ángeles sometida a Satanás aunque sea por un momento?, y otros muchos por el estilo.

Hubo tiempos en que el pueblo, impregnado del sentido de la Fe se levantaba en la Vandea, o se alzaba contra Napoleón en España, en las insurgencias italianas o en el Tirol; se levantaba en guerras carlistas y cristeras y se sumaba entusiasta al Alzamiento del 36. Por desgracia, se le ha dado la vuelta como a un calcetín, como prometió Guerra, y ya no hay quien lo conozca. Vivimos tiempos de apostasía ("cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la Tierra?") y escasea el sentido de la Fe. Con todo, las potencias del infierno no podrán prevalecer contra la Iglesia, porque está fundada por Cristo. Puede ser una señal de la proximidad de la Parusía; quién sabe. En todo caso, mantengamos viva la llama de la Fe y de la Tradición, aunque seamos cuatro gatos. Non prevalebunt.