Antipapas del Gran Cisma de Occidente, Clemente VII y Benedicto XIII
▪ Durante el Gran Cisma de Occidente, hubo tres reclamantes al papado al mismo tiempo (dos antipapas), siendo el verdadero papa el menos apoyado de los tres.
▪ En un momento durante el Gran Cisma de Occidente, la totalidad del colegio de cardenales rechazó al verdadero papa y reconoció a un antipapa.
▪ Durante el Cisma de Occidente hubo una confusión total, con varios antipapas y un antipapa reinando en Roma.
▪ Comentando sobre el Gran Cisma de Occidente, un teólogo pre-Vaticano II dice que Dios podría haber dejado sin papa a la Iglesia durante todo el periodo del Gran Cisma de Occidente.
Una enorme confusión, múltiples antipapas, antipapas en Roma, un antipapa reconocido por todos los cardenales; el Gran Cisma de Occidente demuestra que es absolutamente posible que exista una línea de antipapas en el corazón de la crisis post-Vaticano II
ANÁLIIS DEL GRAN CISMA DE OCCIDENTE
Los Papas
Urbano VI (1378-1389)
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Bonifacio IX (1389-1404)
↓
Inocencio VII (1404-1406)
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Gregorio XII (1406-1415) El papa menos apoyado de la historia, el menos reconocido por los tres reclamantes, rechazado por casi toda la cristiandad
Línea de Aviñón
Clemente VII (1378-1394) Reconocido por casi todos los cardenales vivientes que habían elegido a Urbano VI
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Benedicto XIII (1394-1417) Reconocido, por algún tiempo, por San Vicente Ferrer
Línea de Pisa
*Línea favorecida por la mayoría de los teólogos de aquella época, elegidos por los cardenales de cada bando*
Alejandro V (1409-1410) elegido por los cardenales en Pisa
↓
Juan XXIII (1410-1415) reinó en Roma, tuvo el apoyo más amplio de los tres reclamantes
*
Resuelto con la elección del Papa Martín V en 1417, en el Concilio de Constanza
*
El cónclave en el Vaticano (1378), después de la muerte del papa Gregorio XI, fue el primero en reunirse en Roma desde 1303. Los papas habían residido en Aviñón por aproximadamente 70 años debido al desorden político. El cónclave se realizó en medio de escenas de alboroto sin precedentes[1]. Como Francia se había convertido en la casa de los papas durante los últimos 70 años, la multitud romana que rodeaba al cónclave era muy revoltosa y exigía que los cardenales eligieran a un romano, o a lo menos a un italiano. En determinado momento, creyendo que había sido elegido un francés en vez de un italiano, la multitud tomó por asalto el palacio:
“La multitud furiosa comenzó a lanzar piedras a las ventanas del palacio y atacó las puertas con picos y hachas. No había fuerza de defensa efectiva; la multitud entró como un torbellino”[2].
Finalmente un italiano, el papa Urbano VI, fue elegido por 16 cardenales. El nuevo papa preguntó a los cardenales si lo habían elegido libre y canónicamente; ellos dijeron que sí. Poco después de la elección, los 16 que lo habían elegido le escribieron a los seis cardenales que permanecieron obstinadamente en Aviñón:
“Hemos dado nuestro voto a Bartolomeo, el arzobispo de Bari [Urbano VI], que se distingue por sus grandes méritos y múltiples virtudes, las que lo convierten en un ejemplo brillante; lo hemos elevado, de pleno acuerdo, a la excelencia apostólica y hemos anunciado nuestra elección a la multitud de los cristianos”[3].
LOS CARDENALES RECHAZAN AL PAPA URBANO VI BAJO EL PRETEXTO DE LA MULTITUD ROMANA REBELDE
Sin embargo, poco después de su elección, el papa Urbano VI empezó a alejarse de los cardenales.
“Los cardenales franceses, que formaban la mayoría del Sacro Colegio, no estaban satisfechos con la ciudad y deseaban regresar a Aviñón, donde no había basílicas en ruinas ni palacios arruinados, ni tumultuosas turbas romanas y pestes mortales, donde la vida era, en un palabra, mucho más cómoda. Urbano VI se negó salir de Roma, y con severa determinación, les dio a entender sin pelos en la lengua, que reformaría la corte papal y acabaría con el lujo de su vida, lo que ofendió profundamente a los cardenales”[4].
Uno por uno, los cardenales se fueron a Anagni en Francia para las vacaciones. “El nuevo papa, sin sospechar nada, les permitió que fueran allí durante el verano. A mediados de julio… llegaron a un acuerdo entre ellos mismos, de que la elección de abril había sido inválida debido a la coacción de la multitud que los rodeada y que, usando esto como razón, ellos dejarían de reconocer a Urbano”[5].
Una vez difundida la noticia de la decisión de los cardenales que repudiaron a Urbano VI, el canonista Baldus, considerado el jurista más famoso de su época, publicó un tratado en desacuerdo con su decisión. Él declaró:
“… no habían motivos para que los cardenales renunciaran a un papa una vez que lo habían elegido, y ninguno en la Iglesia, ni todos en conjunto podían destituirlo, excepto por la herejía pertinaz y manifiesta”[6].
A pesar de la imprecisión en esta declaración de Baldus ―de que un verdadero papa no puede ser depuesto y que un hereje se depone a sí mismo― podemos ver claramente en sus palabras la verdad comúnmente reconocida de que, si el reclamante al papado es manifiesto y pertinazmente herético, puede ser rechazado como un antipapa, puesto que él está fuera de la Iglesia.
TODOS LOS CARDENALES VIVIENTES RECHAZAN A URBANO VI Y RECONOCEN A UN ANTIPAPA
El 20 de julio de 1378, 15 de los 16 cardenales que habían elegido al papa Urbano VI le retiraron su obediencia argumentando que la multitud rebelde romana había hecho que la elección no fuese canónica.
El único cardenal que no repudió al papa Urbano VI fue el cardenal Tebaldeschi, pero murió poco después, el 7 de septiembre, dejando una situación en la que ninguno de los cardenales de la Iglesia Católica reconocieron al verdadero papa, Urbano VI. Todos los cardenales consideraron su elección como inválida .
Después de haber repudiado a Urbano VI, el 20 de septiembre de 1378, los cardenales procedieron a elegir a Clemente VII como “papa”, quien estableció su “papado” rival en Aviñón. Se había iniciado el Gran Cisma de Occidente.
“Los cardenales rebeldes escribieron a los tribunales europeos explicando su proceder. Carlos V de Francia y toda la nación francesa reconoció inmediatamente a Clemente VII, al igual que Flandes, España y Escocia. El Imperio e Inglaterra, con las naciones del norte y del este y la mayoría de las repúblicas italianas, se adhirieron a Urbano VI”[8].
A pesar de que era comprobable la validez de la elección de Urbano VI, se puede ver por qué muchos aceptaron el argumento de que la multitud romana había influido ilegalmente en su elección, convirtiéndola así en no canónica. Por otra parte, puede verse cómo la posición del antipapa Clemente VII se fortaleció de manera considerable e impositiva a los ojos de muchos, por el hecho de que 15 de los 16 cardenales que habían elegido a Urbano VI repudiaron su elección como inválida. La situación que se dio después de la aceptación del antipapa Clemente VII por los cardenales, fue una pesadilla, una pesadilla desde el principio – una pesadilla que nos muestra qué tan mal y confuso a veces Dios permite que ocurran las cosas, sin violar las promesas fundamentales que Él hizo a su Iglesia:
“El cisma era ya un hecho consumado, y durante cuarenta años la cristiandad protagonizó el triste espectáculo de afirmar su lealtad a dos y hasta tres papas rivales. Fue la crisis más peligrosa que la Iglesia haya experimentado. Ambos papas declararon una cruzada contra el otro. Cada uno de los papas reivindicaba el derecho a crear cardenales y confirmar arzobispos, obispos y abades, por lo que existían dos colegios de cardenales y en muchos lugares existían dos reclamantes a los altos cargos en la Iglesia. Cada papa trató de acaparar todas las rentas eclesiásticas, y cada uno excomulgaba al otro con todos sus seguidores”[9].
El espectáculo continuó mientras morían igualmente papas y antipapas, salvo para ser reemplazados por otros más. El papa Urbano VI murió en 1389, y fue sucedido por el papa Bonifacio IX, que reinó desde 1389 hasta 1404. Después de la elección de Bonifacio IX, fue excomulgado de inmediato por el antipapa Clemente VII, y él respondió también excomulgándolo.
Durante su reinado, el papa Bonifacio IX “fue incapaz de ampliar su esfera de influencia en Europa; Sicilia y Génova en realidad se alejaron de él. Para evitar la propagación de apoyo a Clemente en Alemania, él otorgó favores al rey alemán Wenceslao…”[10].
LOS CARDENALES DE AMBOS BANDOS HACEN UN JURAMENTO DE TRABAJAR PARA ACABAR CON EL CISMA ANTES DE PARTICIPAR EN NUEVAS ELECCIONES, LO QUE DEMUESTRA QUÉ TAN MAL SE HABÍA PUESTO LA SITUACIÓN
Mientras tanto, en Aviñón, el antipapa Clemente VII murió en 1394. Antes de elegir al sucesor de Clemente VII, todos los 21 cardenales “juraron trabajar por la eliminación del cisma, cada uno prometiendo, si era elegido, en abdicar siempre y cuando la mayoría lo juzgue adecuado”[11].
Téngase esto en cuenta, puesto que será relevante cuando cubramos por qué entró en la escena un tercer reclamante al papado.
Los cardenales de Aviñón procedieron a la elección de Pedro de Luna, (el antipapa) Benedicto XIII, para reemplazar al antipapa Clemente VII. Benedicto XIII reinó como el reclamante de Aviñón durante el resto del cisma. Por algún tiempo, Benedicto XIII tuvo como apoyo nada menos que al milagroso dominicano, San Vicente Ferrer. San Vicente fue su confesor durante un tiempo[12], creyendo que la línea de Aviñón era la línea válida (hasta un tiempo después de transcurrido el cisma). Obviamente que San Vicente había sido persuadido de que la elección del papa Urbano VI era inválida debido a la multitud romana rebelde, además de la aceptación formidable de la línea de Aviñón por parte de 15 de los 16 cardenales que habían tomado parte en la elección de Urbano VI.
Como cardenal, el antipapa Benedicto XIII había originalmente tomado parte en la elección del papa Urbano VI, y luego abandonó a Urbano y ayudó a elegir a Clemente (que, obviamente, había sido convencido de que la elección de Urbano era inválida).
Como cardenal bajo el antipapa Clemente VII, Benedicto XIII “fue su legado en la península Ibérica durante once años, y por su diplomacia atrajo a Aragón, Castilla, Navarra y Portugal a su obediencia [al antipapa Clemente VII]”[13].
Después de haber jurado continuar el camino de la abdicación para poner fin al cisma si la mayoría de sus cardenales estaban de acuerdo, el antipapa Benedicto XIII ofendió a muchos de sus cardenales cuando se retractó de su promesa y se mostró indispuesto a considerar la abdicación, aunque la mayoría de sus cardenales sí querían que abdicara.
Su rival, el papa Bonifacio IX, se mostró igualmente renuente.
En 1404, el papa Bonifacio IX (el sucesor de Urbano VI) murió, y el papa Inocencio VII fue elegido como su sucesor por los ocho cardenales partidarios. Sin embargo, el papa Inocencio VII no vivió mucho, muriendo dos años más tarde, en 1406. Durante su corto reinado, Inocencio VII se había opuesto a reunirse con el reclamante de Aviñón, Benedicto XIII, a pesar de haber hecho un juramento antes de su elección de hacer todo lo posible para poner fin al cisma, incluyendo la abdicación si fuera necesario.
Como persistió el cisma, los miembros de ambos bandos se frustraron cada vez más con la falta de voluntad de ambos reclamantes al no adoptar medidas eficaces para poner fin al cisma.
“Las voces se escuchaban por todas partes pidiendo que se restableciera la unión. La Universidad de París, o mejor dicho, sus dos prominentes profesores, Juan Gerson y Pedro d’Ailly, propusieron que se convocase un Consejo General para decidir entre los pretendientes rivales”[14].
De acuerdo con este sentimiento generalizado de adoptar medidas eficaces para poner fin al cisma, otro juramento fue tomado antes de la elección del sucesor de Inocencio VII.
“… cada uno de los catorce cardenales en el cónclave, tras la muerte de [el papa] Inocencio VII, juraron que, si uno era elegido, abdicaría con tal que el antipapa Benedicto XIII hiciera lo mismo o muriera; también, que [el elegido] no crearía nuevos cardenales, salvo para mantener la paridad de los números con los cardenales de Aviñón, y que dentro de tres meses habría de entrar en negociaciones con su rival sobre el lugar de la reunión”[15].
El hecho de que los cardenales hicieran un juramento como éste para elegir a un verdadero papa ―que incluía negociaciones con un antipapa― muestra lo horrible que fue la situación durante el cisma, y cuánto apoyo tenía el antipapa en la cristiandad.
El cónclave procedió a elegir al papa Gregorio XII, el 30 de noviembre de 1406. La esperanza de que el fin del cisma ocurriera fue renovada por las negociaciones del papa Gregorio XII con el antipapa Benedicto XIII. Incluso, los dos se pusieron de acuerdo en un lugar de reunión, pero el papa Gregorio XII dudaba; temía (y con razón) de la sinceridad de las intenciones del antipapa Benedicto XIII.
El papa Gregorio XII también fue influenciado por algunos de sus parientes cercanos en contra del camino de la abdicación, quienes le pintaron un panorama negativo de lo que podría suceder si renunciaba.
LOS CARDENALES DE AMBOS BANDOS SE ENFADAN, VAN A PISA Y ELIGEN A UN NUEVO “PAPA” EN UNA CEREMONIA IMPRESIONANTE CON LOS CARDENALES DE AMBOS LADOS
“Debido a que las negociaciones [entre el papa Gregorio XII y Benedicto XIII de Aviñón] se prolongaban, los cardenales de Gregorio XII se pusieron cada vez más inquietos. Una ruptura abierta se hizo inevitable cuando el papa Gregorio XII, sospechando de sus lealtades, rompió su promesa pre-electoral y, el 4 de mayo, anunció la creación de cuatro nuevos cardenales. … Todos, menos tres de su colegio original ahora lo abandonaron y huyeron a Pisa…”[16].
Los 14 cardenales que abandonaron la obediencia al papa Gregorio XII y huyeron a Pisa se unieron allí con 10 cardenales que abandonaron la obediencia al antipapa Benedicto XIII. Los cardenales de los dos bandos habían organizado un concilio, y estaban decididos a poner fin al cisma por medio de una elección conjunta en Pisa.
“A los ojos del mundo, el Concilio de Pisa fue sin duda una asamblea brillante, a la que asistieron 24 cardenales (catorce que anteriormente se adhirieron al papa Gregorio XII, los diez de Luna [Benedicto XIII]… cuatro patriarcas, 80 obispos, 89 abades, 41 priores, los jefes de las cuatro órdenes religiosas, y representantes de prácticamente todas las universidades, reinos, y gran parte de las casas nobles en la Europa católica”[17].
El cardenal arzobispo de Milán dio el discurso de apertura en Pisa. Él condenó a los dos reclamantes, Gregorio XII y a (el antipapa) Benedicto XIII, y formalmente los convocó a comparecer al concilio. Cuando no se presentaron, fueron declarados como obstinadamente desobedientes.
Hay que subrayar que, en este momento del cisma (1409), la gente estaba tan exasperada con la prolongada desunión y las promesas rotas por los dos reclamantes, que la asamblea en Pisa fue recibida y apoyada ampliamente. Se hizo aún más impresionante y atractiva por el hecho de que sus 24 cardenales estaban compuestos por un número considerable de cardenales que habían formado parte de ambos bandos [Gregorio XII y el antipapa Benedicto XIII]. Esto le dio la apariencia de una acción unida de los cardenales de la Iglesia.
El 29 de junio de 1409, los 24 cardenales eligieron por unanimidad a Alejandro V. Ahora había tres reclamantes al papado, al mismo tiempo.
P. John Laux, Historia de la Iglesia, p. 405: “Habían ahora tres papas, y tres colegios de cardenales, en algunas diócesis, tres obispos rivales, y en algunas órdenes religiosas, tres superiores rivales”[18].
EL TERCER RECLAMANTE, EL ANTIPAPA DE PISA, OBTUVO EL APOYO MÁS AMPLIO Y DE LA MAYORÍA DE LOS TEÓLOGOS, PORQUE ÉL PARECÍA SER LA ELECCIÓN UNIFICADA DE LOS CARDENALES DE AMBOS BANDOS
El recién elegido antipapa de Pisa, Alejandro V, obtuvo el apoyo más amplio de la cristiandad entre los tres reclamantes.
El verdadero papa, Gregorio XIII, obtuvo la minoría.
Desde el principio, Alejandro V “obtuvo el apoyo de Inglaterra, la mayor parte de Francia, los Países Bajos, Bohemia… Polonia… su propia Milán, Venecia y Florencia.
De Luna [el antipapa Benedicto XIII] conservaba el apoyo de su propia Aragón, de Castilla, de partes del sur de Francia y Escocia. …
Gregorio XII fue el más débil de los tres, conservando la única lealtad de Nápoles, el oeste de Alemania, algunas ciudades del norte de Italia, y el firmísimo Carlo Malatesta de Rímini. … El Gran Cisma de Occidente se había convertido en un triángulo de lealtades distorsionadas, con el verdadero papa siendo el más débil de los tres. …
La Iglesia Católica parecía estar sufriendo el destino que más tarde alcanzaría el protestantismo: subdivisiones repetidas e incontenibles. … Lo peor de todo es que no parecía posible librarse de este desastre”[19].
La mayoría de los sabios teólogos y canonistas de la época estaban a favor de la línea de los antipapas de Pisa.
“Durante el otoño del 1408 y el invierno de 1409, el debate continuó haciendo estragos entre los teólogos y canonistas. La mayoría de ellos, en mayor o menor grado de desesperación, ahora estaban a favor del concilio, sin tener en cuenta quién podría ser el verdadero papa o cómo iba ser reconocido”[20].
CERCA DEL FINAL DEL GRAN CISMA DE OCCIDENTE, NINGÚN VERDADERO PAPA EN LA HISTORIA HABÍA TENIDO TAN POCO APOYO COMO EL PAPA GREGORIO XII
En 1411, Segismundo, el recién elegido emperador del Sacro Imperio Romano, siguió el sentimiento general y abandonó al verdadero papa, Gregorio XII.
“Segismundo quería el respaldo electoral unánime, y teniendo en cuenta el abandono generalizado de Gregorio XII por muchos de los que lo habían obedecido previamente (sobre todo en Italia e Inglaterra), la confianza de Segismundo en la legitimidad de Gregorio pudo haber sido modificada. Ningún verdadero papa en la historia de la Iglesia había tenido tan poco apoyo como Gregorio XII tras el Concilio de Pisa”[21].
El recién elegido antipapa de Pisa, Alejandro V, no vivió mucho tiempo. Murió menos de un año después de su elección, en mayo de 1410. Para sucederlo, el 17 de mayo de 1410, los cardenales eligieron por unanimidad al pisano Baltasar Cossa como Juan XXIII. Al igual que su predecesor el antipapa Alejandro V, Juan XXIII también obtuvo el apoyo más amplio entre los tres reclamantes.
“Aunque todavía habían tres reclamantes al papado, Juan [XXIII] comandaba el apoyo más amplio, con Francia, Inglaterra y varios estados italianos y alemanes que lo reconocieron. Con la ayuda de Luis de Anjou… fue capaz de establecerse en Roma”[22].
Como vemos, el antipapa Juan XXIII pudo reinar en Roma. Juan XXIII (1410-1415) sería el último antipapa en reinar desde Roma, hasta la apostasía post-Vaticano II, que comenzó con un hombre que también se hizo llamar Juan XXIII (Angelo Roncalli, 1958-1963).
Durante el cuarto año de su reinado como antipapa, Juan XXIII convocó el Concilio de Constanza en 1414, a instancias del emperador Segismundo.
Es muy interesante notar que el reciente Juan XXIII también convocó el Vaticano II en el cuarto año de su reinado, en 1962. Y al igual que el Vaticano II, el Concilio de Constanza comenzó como un falso concilio, por haber sido convocado por un antipapa.
En este punto del cisma, el emperador Segismundo estaba decidido a unir la Cristiandad para trabajar por la abdicación de los tres reclamantes. Cuando el antipapa Juan XXIII se dio cuenta que no iba a ser aceptado como el verdadero papa en el Concilio de Constanza, huyó del Concilio. “Esa tarde, Cossa huyó de Constanza, montado en un caballo pequeño y oscuro (en contraste con los nueve caballos blancos detrás de los cuales había entrado en la ciudad en octubre), arropado con una gran capa gris enrollada sobre él para esconder la mayor parte de su rostro y cuerpo…”[23].
El antipapa Juan XXIII fue formalmente condenado y depuesto por el concilio. La orden de arresto fue enviada por el emperador; fue detenido y encarcelado. En la cárcel, el antipapa Juan XXIII “entregó con lágrimas su sello papal y el anillo del pescador a los representantes del concilio”. Aceptó el veredicto en su contra sin protestar[24].
“Cuando el Concilio de Constanza hubo depuesto a Juan XXIII (considerado en parte o completamente como el decimosexto ecuménico, 1414-1417)…, que entró en negociaciones con Gregorio XII, éste transmitió su disposición de renunciar, con la condición de que, formalmente, se le permitiera convocar a prelados y dignatarios reunidos nuevamente en un concilio general; ya que el papa no podía reconocer a un [concilio] que fuera convocado por Juan XXIII. Este procedimiento fue aceptado, y en la decimocuarta sesión solemne, el 4 de julio de 1415, su cardenal Juan Dominici dio lectura a su bula convocando el concilio, con lo cual Carlo Malatesta [el papa Gregorio XII] anunció su renuncia. Los dos colegios de cardenales se unieron y los actos de Gregorio XII en su pontificado fueron ratificados…”[25].
Así, después que fue depuesto el antipapa Juan XXIII, el papa Gregorio XII acordó convocar el Concilio de Constanza (con el fin de conferirle la legitimidad papal que el antipapa Juan XXIII no pudo darle) y luego renunció con la esperanza de poner fin al cisma.
Mientras tanto, el antipapa Benedicto XIII (el reclamante de Aviñón) fue contactado por el emperador Segismundo y le pidió la renuncia. Él se negó obstinadamente hasta el final, pero hasta ahora el sentimiento general había ido tan en su contra que sus seguidores disminuían considerablemente.
“Segismundo, que había hecho todo lo posible para inducir a Benedicto XIII, de la línea de Aviñón, a que abdicara, logró separar a los españoles de su causa. Entonces, el concilio declaró su deposición, el 16 de julio de 1417”[26].
Los dos antipapas habían sido depuestos, y el verdadero papa había renunciado, el Concilio de Constanza procedió a elegir al papa Martín V el 11 de noviembre de 1417, poniendo fin oficial al Gran Cisma de Occidente. (La línea de antipapas de Aviñón se mantuvo después de la muerte del antipapa Benedicto XIII con la elección del antipapa Clemente VIII como su sucesor, por sus cuatro cardenales restantes. Estos cardenales luego consideraron la elección del antipapa Clemente VIII como inválida y eligieron al antipapa Benedicto XIV; pero en el momento de la deposición del antipapa Benedicto XIII por el Concilio de Constanza, la línea de Aviñón ya había perdido tanto apoyo que estos dos últimos sucesores del antipapa Benedicto XIII son tan insignificantes que no merecen una nota al pie de página).
CONCLUSIÓN: LO QUE EL GRAN CISMA DE OCCIDENTE NOS ENSEÑA SOBRE NUESTROS TIEMPOS
En este artículo hemos revisado uno de los capítulos importantes de la historia de la Iglesia. En el proceso hemos visto una serie de cosas muy relevantes para nuestra situación actual.
▫ Hemos visto que los antipapas pueden existir.
▫ Hemos visto que los antipapas pueden reinar desde Roma.
▫ Hemos visto que todos los cardenales rechazaron al verdadero papa (Urbano VI) y reconocieron al antipapa Clemente VII. Esto demuestra que el hecho que todos los cardenales reconozcan a un antipapa no es en absoluto incompatible con la indefectibilidad de la Iglesia (es decir, con las promesas de Cristo de estar con su Iglesia y el papado hasta el fin de los tiempos).
▫ Hemos visto que la mayoría de los teólogos de la época estaban a favor de la tercera línea, la línea de antipapas de Pisa. Esta línea de antipapas tuvo que haber sido una opción tentadora para muchos, porque los cardenales de ambos bandos la apoyaron.
Esto nos muestra cómo Dios a veces permite que las cosas se pongan engañosas sin violar las promesas fundamentales que Él hizo a su Iglesia. Por otra parte, la mayoría del apoyo de los teólogos para la línea de Pisa demuestra claramente que, contrariamente a lo que algunos afirman en la actualidad, la enseñanza común de los teólogos sobre un asunto particular (por ejemplo, la salvación) no es obligatoria.
▫ También hemos visto que es antiguo el principio de que un hereje manifiesto no puede considerarse como el papa y ello fue expresado por el canonista líder de la época, Baldus.
▫ Hemos visto que las cosas estuvieron tan mal y desesperantes durante el Gran Cisma de Occidente que la gente no veía ninguna salida a este desastre; un desastre que les presentó, en un momento, a tres obispos rivales, tres superiores religiosos rivales, y tres reclamantes al papado, excomulgándose uno al otro.
▫ Aprender de esto nos puede ayudar a comprender con claridad lo que hemos demostrado a través de razones doctrinales, a saber, que no es un ABSURDO PATENTE ―como algunos han dicho erróneamente― el que haya habido una línea de antipapas desde el Vaticano II que ha impuesto al mundo una falsa nueva religión y que ha reducido a la verdadera Iglesia Católica a un remanente (en cumplimiento de las Escrituras y de las profecías católicas sobre el engaño en la Gran Apostasía y los últimos días).
Por el contrario, si Dios permitió los desastres antes mencionados que se produjeron durante el Gran Cisma de Occidente (que pudo haber sido, en el peor de los casos, sólo un preludio de la Gran Apostasía), con varios antipapas reinando a la vez y el verdadero papa siendo el más débil de los tres, ¿qué tipo de desastre y engaño Él permitirá con los antipapas (sin violar jamás las promesas fundamentales que Él hizo a su Iglesia) durante la última tribulación espiritual, que será la más engañosa de todas ellas?
Es un ABSURDO PATENTE, y directamente refutado por la enseñanza católica y los hechos de la historia de la Iglesia, el afirmar que es imposible que una línea de antipapas crease una secta falsificada para oponerse a la verdadera Iglesia.
Además, es inaudito en extremo afirmar que tal situación sea un “absurdo patente” después de haber revisado los hechos innegables que hemos presentado para probarlo como verdad.
Terminamos este repaso del Gran Cisma de Occidente citando al P. Edmund James O’Reilly, S.J. Él dijo varias cosas interesantes sobre el Gran Cisma de Occidente en su libro Las Relaciones de la Iglesia con la Sociedad – Ensayos Teológicos, escrito en 1882. En su libro, él menciona la posibilidad de un interregno papal (un período sin un papa) cubriendo todo el período que duró el Gran Cisma de Occidente (casi 40 años).
Empezamos con una cita del discurso del Padre O’Reilly sobre el Gran Cisma de Occidente.
“Podemos parar aquí para preguntar lo que se puede decir de la posición, en esa época, de los tres reclamantes, y sus derechos en relación con el papado.
En primer lugar, desde la muerte de Gregorio XI en 1378, siempre hubo un papa; con la excepción, por supuesto, de los intervalos entre las muertes y las elecciones para llenar las vacantes que ello conlleva. Hubo, digo, en cada momento dado un papa, realmente investido de la dignidad del vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia, cualesquiera que sean las opiniones que pudieron existir entre muchos en cuanto a su autenticidad; no sería algo imposible o inconsecuente con las promesas de Cristo el que hubiese un interregno que cubriere todo el período, porque esto es por ningún medio manifestado, pero que, en realidad, no hubo tal interregno”[27].
El P. O’Reilly dice que un interregno (un período sin un papa), que abarcare todo el período del Gran Cisma Occidental no es en absoluto incompatible con las promesas de Cristo sobre su Iglesia. El período del cual está hablando el P. O’Reilly se inició en 1378 con la muerte del papa Gregorio XI y finalizó en 1417, esencialmente con la elección del papa Martín V. ¡Eso es un interregno de treinta y nueve años!
Escribiendo después del Primer Concilio Vaticano, es evidente que el P. O’Reilly está en el lado de los que sostienen la posibilidad de una vacancia de largo plazo de la Santa Sede al rechazar a los antipapas Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
De hecho, en la página 287 de su libro, el P. O’Reilly da esta advertencia profética:
“El gran cisma de Occidente me sugiere una reflexión que me tomo la libertad de expresar aquí. Si este cisma no hubiera ocurrido, la hipótesis de que tal cosa sucediera, parecería a muchos como quimérico (absurdo). Dirían que no podría ser; Dios no permitiría que la Iglesia entrara en una situación tan desdichada. Las herejías podrían surgir y extenderse y durar dolorosamente por largo tiempo, a través de la culpa y la perdición de sus autores y cómplices, también para gran angustia de los fieles, aumentada por la persecución real en los muchos lugares donde los herejes eran los dominantes. Pero que la verdadera Iglesia deba permanecer entre treinta y cuarenta años sin un jefe bien determinado como representante de Cristo en la tierra, esto no sería [posible]. Sin embargo, ha sido; y no tenemos ninguna garantía de que no vuelva a ocurrir otra vez, aunque fervorosamente esperamos lo contrario. Lo que puedo inferir es que no hay que ser demasiado listo para pronunciarse sobre lo que Dios puede permitir. Sabemos con absoluta certeza que Él cumplirá sus promesas… También podemos confiar en que Él va a hacer mucho más de lo que Él se ha obligado por sus promesas. Podemos mirar hacia adelante con vítores la probabilidad de la exención para el futuro de algunos de los problemas y desgracias que han acontecido en el pasado. Pero nosotros, o nuestros sucesores en las futuras generaciones de cristianos, quizás vean males más extraños de los que han sido experimentados, incluso antes de la aproximación inmediata de esa gran consumación de todas las cosas en la tierra que precederá al día del juicio. Yo no me presento como un profeta, ni pretendo ver prodigios infelices, de los cuales no tengo conocimiento alguno. Todo lo que trato de dar a entender es que las contingencias en relación con la Iglesia —que no están excluidas por las promesas divinas— no pueden ser consideradas como prácticamente imposibles, aunque fueran terribles y angustiosas en un grado muy elevado”[28].
El P. O’Reilly dice que si el Gran Cisma de Occidente nunca hubiera ocurrido, la gente diría que tal situación sería imposible e incompatible con las promesas de Cristo a su Iglesia, pero con la evidencia histórica que prueba lo contrario, no podemos descartar la posibilidad de cosas similares y tal vez peores en el futuro aunque fueran angustiosas en un grado muy elevado.
27/10/2014
Notas:
[1] J.N.D. Kelly, Oxford Dictionary of Popes, Oxford University Press, 1986, p. 227.
[2] Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 3 (The Glory of Christendom), Front Royal, VA:
Christendom Press, p. 429.
[3] Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 3 (The Glory of Christendom), p. 431.
[4] P. John Laux, Church History, Rockford, IL: Tan Books, 1989, p. 404.
[5] Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 3 (The Glory of Christendom), pp. 432-433.
[6] Citado por Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 3 (The Glory of Christendom), p. 433.
[7] Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 3 (The Glory of Christendom), pp. 432-434.
[8] P. John Laux, Church History, p. 404.
[9] P. John Laux, Church History, p. 405.
[10] J.N.D. Kelly, Oxford Dictionary of Popes, p. 231.
[11] J.N.D. Kelly, Oxford Dictionary of Popes, p. 232.
[12] P. Andrew Pradel, St. Vincent Ferrer: The Angel of the Judgment, Tan Books, 2000, p. 39.
[13] J.N.D. Kelly, Oxford Dictionary of Popes, p. 237.
[14] P. John Laux, Historia de la Iglesia, p. 405.
[15] J.N.D. Kelly, Oxford Dictionary of Popes, p. 235.
[16] J.N.D. Kelly, Oxford Dictionary of Popes, p. 235.
[17] Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 3 (The Glory of Christendom), p. 472.
[18] P. John Laux, Church History, p. 405.
[19] Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 3 (The Glory of Christendom), pp. 473-474.
[20] Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 3 (The Glory of Christendom), p. 471.
[21] Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 3 (The Glory of Christendom), p. 479.
[22] J.N.D. Kelly, Oxford Dictionary of Popes, p. 238.
[23] Warren H. Carroll, A History of Christendom, Vol. 3 (The Glory of Christendom), p. 485.
[24] Warren H. Carroll, A History of Christendom, Vol. 3 (The Glory of Christendom), p. 487.
[25] J.N.D. Kelly, Oxford Dictionary of Popes, p. 236.
[26] P. John Laux, Church History, p. 408.
[27] P. James Edmund O’Reilly, The Relations of the Church to Society – Theological Essays.
[28] P. James Edmund O’Reilly, ibídem, p. 287.
La cosa tiene miga: hacerse llamar en 1958 Roncalli, precisamente, con el nombre del antiguo antipapa "Juan XXIII", que había quedado vacante desde el siglo XV....el 17 de mayo de 1410, los cardenales eligieron por unanimidad al pisano Baltasar Cossa como Juan XXIII. Al igual que su predecesor el antipapa Alejandro V, Juan XXIII también obtuvo el apoyo más amplio entre los tres reclamantes.
“Aunque todavía habían tres reclamantes al papado, Juan [XXIII] comandaba el apoyo más amplio, con Francia, Inglaterra y varios estados italianos y alemanes que lo reconocieron. Con la ayuda de Luis de Anjou… fue capaz de establecerse en Roma”[22].
Como vemos, el antipapa Juan XXIII pudo reinar en Roma. Juan XXIII (1410-1415) sería el último antipapa en reinar desde Roma, hasta la apostasía post-Vaticano II, que comenzó con un hombre que también se hizo llamar Juan XXIII (Angelo Roncalli, 1958-1963).
Durante el cuarto año de su reinado como antipapa, Juan XXIII convocó el Concilio de Constanza en 1414, a instancias del emperador Segismundo.
Es muy interesante notar que el reciente Juan XXIII también convocó el Vaticano II en el cuarto año de su reinado, en 1962. Y al igual que el Vaticano II, el Concilio de Constanza comenzó como un falso concilio, por haber sido convocado por un antipapa.
La coincidencia y la "provocación" son tan enormes que solo queda pensar que lo eligió precisamente por lo mismo que caracterizó al lejano "Juan XXIII Baltasar Cossa" : la convocatoria de un Concilio (el de Constanza).
De este Concilio de Constanza, se lee en el Tomo III de la ‘Historia de la Iglesia’ (BAC) (Cap 8. “Pisa y Constanza, fin del Cisma”):
... “famosos artículos del concilio de Constanza, base del conciliarismo doctrinal, que, renovados en el concilio de Basilea con gesto más revolucionario y ratificados en la pragmática sanción de Bourges, fueron abrazados como un dogma por la iglesia galicana en 1682.”
O sea: fue la idea de la supremacía del Concilio sobre el Papa (el llamado “conciliarismo”) que se plasmó en Constanza, el ideal que movería a Juan XXIII en 1959 a convocar otro Concilio (Vaticano II) para imponer allí el conciliarismo que, de facto, haría a todo Concilio superior al Primado papal. Y por tanto, borrando todo lo que estableció dogmáticamente el Concilio Vaticano I en los años 1869-70 sobre la inviolabilidad absoluta del Primado pontificio. (Como si ya la Iglesia, a la defensiva hubiera atisbado el peligro que estaba al acecho).
Aunque el Vaticano II establece el poder supremo del "Concilio junto al Papa", no deja de contradecir al Vaticano I que fijaba al Primado Papal inmune y no limitado ni compartido por nada ni por nadie (por supuesto, tampoco por un Concilio por más sumiso al Papa que fuere).
No cabe duda. Resumiendo: Roncalli, se haría llamar “Juan XXIII” a sabiendas, ya desde su elección, por su admiración y deseo de implantar la doctrina conciliarista que plasmó el Concilio de Constanza de su admirado antipapa del siglo XV.
Última edición por ALACRAN; 06/06/2017 a las 00:21
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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