Creo que a esto responde ya el propio artículo de J. M. Gambra:
entender la Pascendi como condenación en un momento dado de las doctrinas de unos pensadores muy determinados es, en cierta medida, hacerle el juego a los propios modernistas y a sus sucesores. En efecto, esta encíclica, en cuanto constituye una parte del magisterio ordinario, por cuanto se halla en consonancia con lo que la Iglesia ha mantenido desde sus comienzos, tiene un alcance muy superior al de unas circunstancias determinadas.
Precisamente esa es la piedra de toque que los modernistas (camuflados) usan para eludir la antigua condena de san Pío X: contextualizar el Magisterio sólo a la época concreta en que se ejerce; que lo condenado hace cien años no tenga por qué estarlo hoy día.
Ello presupone en última instancia el relativismo del Magisterio, el relativismo de las doctrinas, el relativismo del bien y del mal, de lo verdadero y de lo falso...
(que es, por supuesto, la raíz de las tesis modernistas, procedentes de una falsa y concreta filosofía).
El “modernismo” del que ellos hablan es como algo propio de la época de San Pío X, algo malo, sí, pero entonces, no en nuestra época; por ello, el hecho de sostener lo mismo que aquellos herejes hoy día no es, para ellos, ser modernista (cosa que ellos hacen).
Porque desde que han conquistado los puestos clave de la Iglesia, solo les sirve (¿si es que les sirve…?) el magisterio (modernista) del Vaticano II.
Repito que, cuando hablan de “modernismo”, lo hacen como si fuera algo viejísimo y superado; de cosas de la época de San Pío X.
(En caso contrario, tendrían que reconocerse modernistas… pero, lógicamente, una cosa es ser pillo y otra cosa es ser tonto.
Y otra cosa es la buena o la mala fe; la buena fe se presume en la casi totalidad de católicos de a pie
Y otra cosa es la ignorancia de todo este embrollado asunto.)
Sobre ello escribe J. M. Gambra:
El modernismo pretende que los documentos eclesiásticos tienen una vigencia limitada y transitoria que se debe comprender a la luz de unas condiciones ambientales particulares; los conciben como respuestas de la jerarquía a retos momentáneos que nunca deben sacarse fuera de su contexto histórico. Y así, respecto de la Pascendi los historiadores de la Iglesia, más o menos progresistas, están dispuestos a reconocer la imprudencia y exageración de los autores que inmediatamente provocaron lo que llaman crisis del modernismo. Pero, al mismo tiempo, califican de injusta lo que llaman tendencia integrista que extiende a otras épocas, a otros movimientos y a otros autores las condenas contenidas en la encíclica y el decreto.
Y es que el Magisterio, para ser Magisterio (y ser respetado y obedecido) está obligado a ser fiel a sí mismo. La solemnidad y rotundidad del Magisterio debe ser proporcional al respeto que se le debe. Si no hay respeto no hay Magisterio.
Por ello, ninguna condena del Magisterio está contextualizada solo a una época: lo que se condena solemnemente es condenado para siempre.
Como escribe el propio J. M. Gambra:
Esta es la actitud a mi entender propiamente católica, pues conlleva que las enseñanzas del magisterio ordinario sean de carácter intemporal y que las condenas lo sean de manera definitiva. Y para recordar que esa intemporalidad de doctrinas y condenas es ella misma doctrina intemporal de la Iglesia, me gusta repetir las hermosa palabras del papa San Simplicio que, ya en el s. V, señalaba:
Lo que por las manos apostólicas, con asentimiento de la Iglesia universal, mereció ser cortado al filo de la hoz evangélica, no puede cobrar vigor para renacer, ni puede volver a ser sarmiento feraz de la viña del Señor lo que consta haber sido destinado al fuego eterno (Denz. 160).
Y, al contrario, la prueba de que el magisterio del Vaticano II y el del postconcilio son, más bien, modernistas la tenemos en la forma de ese magisterio, más que en su contenido; en el hecho de la falta de rotundidad de sus definiciones y sus condenas; actitud propia de quien no quiere definir, ni condenar, como de quien duda de algo que pudiera cambiar… que es la actitud típica del modernista.
¿Hubiese escrito la misma encíclica cincuenta años después?
La pregunta lleva implícita también una perspectiva modernista.
Más o menos cincuenta años después, Pío XII todavía condenaba las tesis de los modernistas (camuflados por supuesto) en la encíclica Humani Generis.
El problema era que, ya para entonces, las altas instancias de la Curia romana estaban intoxicadas, veladamente, de modernismo; siendo Pío XII una especie de náufrago en la defensa del catolicismo ortodoxo.
Lamentablemente, se perdía la encíclica en condenas abstractas, sin condenar con nombres ni apellidos, y sin tomar ninguna medida disciplinaria al efecto, con lo cual, toda la condena quedaba en papel mojado.
Más aun, esa falta de concreción en la condena les permitía a los modernistas ya no sólo considerarse a salvo de ella, ¡¡sino incluso (ya en el colmo de la desvergüenza) interpretar la encíclica Humani generis como defensora de su actitud!!
(Pero, por si acaso, ya procuran ellos ocultarle al católico de a pie la Humani Generis…)
Y es que, como escribe J. M. Gambra:
En fin, el modernista, por principio, está interiormente a salvo de las condenas. Para cualquiera de nosotros la condena de nuestras opiniones, la suspensión, o la excomunión son penas canónicas de extraordinaria importancia que difícilmente soportaríamos sobre nuestras espaldas con tranquilidad. Para el modernista, dado el papel de motor del cambio que confiere al teólogo y al laico, las condenaciones son cosa que no le afectan en su interior. Porque el sabio modernista entiende que su papel y su deber consiste en promover la adaptación a los tiempos, de lo cual necesariamente se sigue el enfrentamiento a una jerarquía cuya función es, por su lado, la de mantener la tradición que une la comunidad de creyentes con el espíritu de su fundador. Sufrir la oposición de la jerarquía es parte del oficio del teólogo, y lograr mantenerse dentro de lo que ellos entienden que es el seno de la Iglesia, es decir, con cátedra dentro de la sociedad de creyentes, es también parte de su oficio.
Estas características de la doctrina modernista y de otras teorías más o menos próximas, como el liberalismo católico, han hecho que una y otra vez las condenas y admoniciones no hayan logrado apartar este compendio de herejías del seno de la Iglesia. Una y otra vez los afectados por ellas han comentado, reinterpretado y tergiversado los textos condenatorios de para justificarse, sin alejarse oficialmente de la Iglesia. Así ha ocurrido desde los discípulos de Lammenais hasta Teilhard de Chardin y Rahner, pasando por Dupanloup y otros muchos.
¿Qué diría si hoy fuese elegido Papa?
Supongo que debería repetir lo mismo que dijo.
Imaginar otra cosa sería dar la razón al modernismo, y entrar en un inacabable círculo vicioso, donde las palabras acabarían careciendo de sentido porque condenar condicionalmente o para un tiempo concreto es, a la postre, igual que no condenar, y ya no cabria hablar entonces de Magisterio.
Por otra parte, ¡¡en caso contrario, si san Pío X pudiera llegar a a disculpar o a comprender a los modernistas… pasaría él mismo a ser modernista…!!
No olvidemos, por último, que estamos hablando no solo de un magisterio ordinario, sino también de un magisterio infalible; una vez afirmado por el Vaticano I el dogma de la infalibilidad papal (en materia de fe y costumbres), sabemos que el Espíritu Santo asiste al Pontífice en la veracidad de lo que éste afirma o condena, cuando el Pontífice lo hace con toda la autoridad y solemnidad de la que dispone.
Y esos caracteres se dieron en la Pascendi.
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