El objetivo de la Masonería organizada:
Neutralizar y utilizar la Iglesia Católica como un “instrumento”
Como hemos visto con el ejemplo de Portugal en 1917, las fuerzas de la Masonería (y de sus simpatizantes, los comunistas) conspiraron para impedir que el Mensaje de Fátima alcanzara su cumplimiento en Portugal. Se insinuó que el Mensaje era un fraude o una ilusión infantil; los propios videntes fueron perseguidos y hasta amenazados de muerte. Tal era el odio de esas fuerzas contra la Iglesia Católica y contra la Virgen Madre de Dios.
Lo mismo ocurre con estas fuerzas, que hoy actúan libremente en todo el mundo. No es preciso sumirse en los delirios cenagosos de las teorías de la conspiración, para saber que, hasta 1960, los Papas publicaron más condenaciones y advertencias sobre las maquinaciones de los masones y de los comunistas contra la Iglesia, que sobre cualquier otro tema en la Historia de la Iglesia.
Con respecto a esto, no podemos dejar de considerar la infamante Instrucción Permanente de Alta Vendita, un documento masónico que describía minuciosamente un plan para la infiltración y corrupción de la Iglesia Católica en el siglo XX.1
A pesar de estar en moda, desde el Concilio Vaticano II, ridiculizar la existencia de tal conspiración, cumple observar que los documentos confidenciales de Alta Vendita (una sociedad secreta italiana), entre los cuales la Instrucción Permanente, fueron a parar a manos del Papa Gregorio XVI. A pedido del Papa Beato Pío IX, la Instrucción Permanente fue publicada por el Cardenal Crétineau-Joly en su libro The Roman Church and Revolution [La Iglesia Romana y Revolución].2Por medio de su Breve Laudatorio, de 25 de febrero de 1861, dirigido al autor, el Papa Pío IX certificó la autenticidad de la Instrucción Permanente y de los demás documentos masónicos, pero no permitió que se divulgasen los nombres verdaderos de los miembros de la Alta Vendita mencionados en los documentos. El Papa León XIII pidió igualmente su publicación. Indudablemente, esos dos Papas actuaron con el propósito de evitar que ocurriese una tragedia. Estos grandes Pontífices sabían perfectamente que tal calamidad distaba mucho de ser imposible. (El Papa Pío XII también lo sabía, como se puede deducir de los comentarios proféticos cuando aún era Secretario de Estado del Vaticano). El texto íntegro de la Instrucción Permanente también se encuentra en el libro de Mons. George E. Dillon, Grand Orient Freemasonry Unmasked [Desenmascarada la Masonería del Gran Oriente].3 Cuando le entregaron al Papa León XIII un ejemplar del libro de Mons. Dillon, se quedó tan impresionado que mandó preparar a sus expensas una edición en italiano.4
Alta Vendita era la logia más importante de los Carbonarios, una sociedad secreta italiana vinculada a la Masonería, que, juntamente con ésta, fue condenada por la Iglesia Católica.5 El prestigioso historiador católico P. E. Cahill, S.J., al que no se puede tachar de “maníaco de las conspiraciones”, en su libro Freemasonry and The Anti-Christian Movement [La Masonería y el Movimiento Anticristiano], escribió que la Alta Vendita «era comúnmente considerada en la época como el gobierno central de la Masonería europea.»6 Los Carbonarios fueron muy activos en Italia y Francia [y en Portugal, principalmente de 1910 a 1926] [6a].
En su libro Athanasius and the Church of Our Time [Atanasio y la Iglesia de Nuestro Tiempo] (1974), el Obispo Rudolph Graber, otro experto objetiva y totalmente irreprochable, que escribió después del Vaticano II, citó a un ilustre masón, el cual había declarado que «el objetivo (de la Masonería) ya no es la destrucción de la Iglesia, sino utilizarla por medio de infiltración.»7 Con otras palabras: como la Masonería no puede eliminar totalmente a la Iglesia de Cristo, pretende no sólo erradicar la influencia del Catolicismo en la sociedad sino también manipular la estructura de la Iglesia como un instrumento de “renovación”, “progreso” e “ilustración”; es decir, como un medio de promover muchos de los principios y objetivos masónicos.
Al discutir la visión masónica de la sociedad y del mundo, el Obispo Graber introduce el concepto de “sinarquía”: «Lo que afrontamos ahora es la síntesis de las fuerzas secretas de todas las ‘órdenes’ y escuelas, aglutinadas para formar un Gobierno Mundial invisible. En el sentido político, la sinarquía tiene por objetivo la integración de todas las fuerzas del mundo de las finanzas y de la sociedad, que el Gobierno Mundial tiene que apoyar y promover, naturalmente bajo el liderazgo de los socialistas. En consecuencia de ello, el Catolicismo, como también las demás religiones, sería absorbido en un sincretismo universal. No sería suprimido, sino, por el contrario, sería integrado — una trayectoria que ya está siendo orientada por el principio de la fraternidad entre los clérigos (de diversas religiones).»
La estrategia propuesta en la Instrucción Permanente para alcanzar ese objetivo causa asombro por su audacia y astucia. Desde el comienzo, el documento se refiere a un proceso que llevará décadas para cumplirse. Los autores del documento sabían que no vivirían lo suficiente para comprobar su cumplimiento. Lo que hicieron fue dar inicio a una tarea que sería llevada adelante por generaciones posteriores de iniciados. Como dice la Instrucción Permanente, «en nuestras filas, el soldado muere, pero la lucha continúa.»
La Instrucción proponía la difusión de las ideas y axiomas liberales por toda la sociedad y dentro de las instituciones de la Iglesia Católica, de tal modo que los laicos, los seminaristas, los clérigos y los prelados, de forma gradual y año tras año, se quedarían impregnados de principios progresistas. Esta nueva mentalidad a su debido tiempo llegaría a extenderse tanto, que se ordenarían Sacerdotes, se consagrarían Obispos y se nombrarían Cardenales cuyas ideas coincidiesen con el pensamiento moderno, derivado de los “Principios de 1789” (es decir, de los principios de la Masonería, que inspiró la Revolución Francesa): el pluralismo, la igualdad de todas las religiones, la separación entre la Iglesia y el Estado, la libertad de expresión sin freno alguno, y así sucesivamente.
Por fin, se llegaría a elegir un Papa proveniente de esas huestes, el cual conduciría la Iglesia por la senda de la “ilustración” y de la “renovación”. Nótese que no tenían el propósito de colocar un masón en el Trono de San Pedro. Su objetivo era crear un ambiente tal que produjera un Papa y una Jerarquía dominados por las ideas del Catolicismo liberal, y que, al mismo tiempo, se considerasen fieles católicos.
Estos dirigentes católicos liberales ya no se opondrían a las ideas modernas de la Revolución (como se opusieron, de forma sistemática, desde 1789 hasta 1958, los Papas, que unánimemente condenaron aquellos principios liberales), sino que los integrarían o “bautizarían” dentro de la Iglesia. El resultado final sería un clero y un laicado católicos, marchando bajo la bandera de la “ilustración”, convencidos de que marchaban bajo la bandera de las Llaves apostólicas.
Teniendo en mente, sin duda, la Instrucción Permanente, el Papa León XIII, en Humanum Genus, exhortó a los dirigentes católicos a «arrancar a los Masones su máscara, para que sean conocidos tales cuales son.»8 La publicación de estos documentos de Alta Vendita fue una de las maneras de “arrancarle la máscara”.
Para que no se insinúe que hemos tergiversado el texto de la Instrucción Permanente, transcribiremos ahora una parte considerable de la Instrucción. Lo que sigue no es la Instrucción completa, sino aquellos puntos más adecuados a la prueba que hemos asumido. En dicho documento se lee:
Cualquiera que sea el Papa, jamás se acercará a las Sociedades secretas; es incumbencia de las Sociedades secretas dar el primer paso en dirección a la Iglesia, para conquistar a uno y otra.
La empresa que vamos a intentar no es obra de un día, ni de un mes, ni de un año; puede durar varios años, tal vez un siglo; sin embargo, en nuestras filas, el soldado muere, pero la lucha continúa.
No tenemos intención de seducir a los Papas a favor de nuestra causa, de que defiendan nuestros principios, de que propaguen nuestras ideas. Sería eso un sueño absurdo. Y si los acontecimientos sufren un cambio radical; si, por ejemplo, alguno de los Cardenales o Prelados lograse acceder a determinada parte de nuestros arcanos — sea por propia y libre decisión, sea de modo fortuito —, eso no constituiría ningún estímulo para que deseásemos su elevación al Trono de Pedro. Tal elevación nos llevaría a la ruina. La sola ambición los llevaría a la apostasía, y los condicionamientos del poder los obligarían a perjudicarnos. Lo que sí debemos procurar, lo que deberíamos buscar y esperar — tal como los judíos esperan al Mesías — es un Papa amoldado a nuestras necesidades (...)
Con esto, nos dispondremos al asalto de la Iglesia con más eficacia que con los panfletos de nuestros hermanos en Francia, y aun con el oro de Inglaterra. ¿Queréis saber la razón de ello? Siguiendo el modo propuesto, ya no precisamos del vinagre de Aníbal, ni de la pólvora, ni siquiera de nuestras armas, para despedazar la gran roca en que Dios edificó Su Iglesia. Colaborando en esta estratagema, contamos con el dedo meñique del sucesor de Pedro, y ese meñique es tan eficaz para esta cruzada como todos los Urbanos II y los Santos Bernardos de la Cristiandad.
No nos cabe duda de que alcanzaremos este objetivo supremo de nuestros esfuerzos. Pero, ¿cuándo?, ¿y cómo? Lo desconocido todavía permanece oculto. A pesar de todo, como nada nos desviará del plan establecido, y como, por el contrario, todo habrá de tender a su favor, como si mañana mismo el éxito fuese a coronar la obra tan sólo esbozada en esta Instrucción (que permanecerá secreta para los simples iniciados), deseamos ofrecer a los dignatarios que tienen a su cargo la Suprema Vendita algunos consejos en forma de instrucción o memorándum, que ellos se encargarán de inculcar en todos los hermanos. (...)
Ahora bien: para que podamos contar con un Papa con las características exigidas, lo primero que hay que hacer es amoldarlo (...) para este Papa, una generación digna del dominio que estamos imaginando. Dejad de lado a los viejos y a los de edad madura; dedicaos a los jóvenes y, si es posible, también a los niños. (...) Con bajo costo, os granjearéis una reputación de católicos ejemplares y patriotas de verdad.
Esta reputación le dará a nuestra doctrina el acceso a los clérigos jóvenes, y, con no menor profundidad, a los conventos. En pocos años, por la fuerza de las cosas, este Clero joven habrá copado todos los cargos; formará el consejo del Sumo Pontífice, será llamado a elegir el nuevo Pontífice que habrá de reinar. Y este Pontífice, como la mayoría de sus contemporáneos, necesariamente estará más o menos comprometido con los principios italianos y humanitarios que vamos a empezar a divulgar. Es sólo un granito de mostaza lo que le vamos a confiar a la tierra; pero el Sol de la justicia lo habrá de desarrollar hasta el más elevado poder. Y un día veréis la magnífica cosecha que habrá producido esta pequeña semilla..
En el camino que estamos trazando para nuestros hermanos, habrá que superar enormes obstáculos, habrá que vencer dificultades sin cuenta. Por la experiencia y por la clarividencia, ellos triunfarán sobre todo esto. Pero el objetivo es tan espléndido que, para alcanzarlo, es fundamental que se desplieguen todas las velas al viento. Si queréis llevar la Revolución a Italia, procurad el Papa cuyo perfil acabamos de esbozar. Si queréis instaurar el Reino de los escogidos en el trono de la Prostituta de Babilonia, haced que el Clero marche bajo vuestra bandera, mientras se imagina que continúa marchando siempre bajo la bandera de las Llaves apostólicas. Si queréis eliminar el último vestigio de los tiranos y opresores, echad vuestras redes, como Simón bar Yona; pero en vez de echarlas al fondo del mar, echadlas en las sacristías, en los seminarios, en los conventos; y si no os precipitáis, os prometemos una pesca más milagrosa que la de aquél. El pescador de peces se convirtió en pescador de hombres; vosotros colocaréis a vuestros compañeros alrededor de la Sede apostólica. Habréis predicado una revolución en la Tiara y en la Capa pluvial, marchando con la cruz y el estandarte; una revolución que necesitará tan sólo de un ligero estímulo para incendiar los cuatro costados del Mundo.9
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