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Tema: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

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  1. #1
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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    El perro existe






    Por William Waite


    Imaginen esta situación. El perro de tu vecino te mantiene despierto por la noche con sus incesantes ladridos. Te acercas a tu vecino, le cuentas el problema y le preguntas qué va a hacer al respecto. Su respuesta consiste en decirte que no hay ningún perro y que, por tanto, no hay ningún problema, y que tengas un buen día.

    Su respuesta no te convence de que te estés imaginando las cosas todas las noches, sino más bien que él está buscando evitar tomar cualquier acción negando la existencia del problema. Tienes dos opciones; puedes quedarte aguantando los ladridos y dirigirte hasta el borde de la locura a causa de la privación de sueño, en cuyo caso la culpa será sólo tuya; o bien puedes examinar las vías que tengas disponibles para poder solucionar el problema con tu propia acción. Podrías sugerir a tu vecino soluciones para parar los ladridos del perro, podrías ponerte en contacto con la perrera, cambiarte de casa o, en caso extremo, fabricar un adobo con arsénico, tratar un filete y arrojarlo por encima de la valla. Lo que no haces es gastar el resto de tu perturbada vida oponiéndote a la obstinada negación del vecino en relación a la existencia de un perro.

    Los Creditistas Sociales se enfrentan con este dilema. Douglas hizo el mayor de los servicios al identificar la fuente esencial de nuestros males económicos. El caso se ha planteado y replanteado miles de veces y nuestra situación convalida el análisis del Crédito Social. El Crédito Social predice los síntomas que se encuentran todos ellos alrededor nuestro; deuda, guerra, pesada tributación, la centralización del control, pobreza en medio de la abundancia, descontento general y despilfarro, en medio de otros tumores que hunden sus raíces en la persistente negación de la realidad.

    Afortunadamente, no se trata de un defecto inherente a la naturaleza humana o una lucha de clases eterna e inevitable. El defecto esencial es simplemente que no hay suficiente dinero distribuido a los consumidores para poder comprar lo que se produce. Ahora bien, si el Crédito Social es algo que te viene de nuevas, no conseguirás apreciar en ningún momento los efectos de largo alcance que provienen de esta desorganización. Si dedicas un poco de tiempo a leer y pensar sobre el problema, gradualmente te irás dando cuenta de que este desequilibrio ha llegado a alcanzar a cualquier aspecto de la vida moderna y lo ha retorcido convirtiéndolo en algo completamente deforme en comparación con lo que sería en otras circunstancias. No creo estar exagerando el caso.

    Douglas propuso una solución y yo no la puedo presentar en forma más simple que como la hizo él:


    “(…) los individuos en el mundo moderno obtienen su poder adquisitivo a través de tres fuentes: sueldos, salarios y dividendos. Este poder adquisitivo se les quita por medio de lo que llamamos precios, y es algo que os resultará bastante obvio que la primera cosa necesaria es hacer que el total de poder adquisitivo iguale al total de precios; una proposición que no posee ninguna otra solución conocida que mediante la adición de una emisión de crédito al poder adquisitivo. Es decir, debemos dar al consumidor poder adquisitivo que no aparezca en los precios.” [1]

    Ahora bien, la razón por la que no disfrutamos ya de este poder adquisitivo extra es porque se desvía de los medios convencionales de creación de dinero disfrutados por la banca. La dominación de la industria bancaria depende de su control monopolístico de la creación de crédito. El método por el cual el dinero se crea –como deudas contratadas con aquéllos que los bancos valoran capaces de devolverlas– implica que en alguna parte todo el dinero deberá aparecer en los precios.

    Perdónenme mientras trato de ilustrar lo obvio. Un carnicero toma prestados $ 300.000 para comprar una casa. El banco transfiere el dinero a la cuenta bancaria del vendedor, lo cual crea un depósito. El vendedor es libre de usar ese crédito para comprar cosas; se trata en todos los sentidos de dinero nuevo. El carnicero tiene una deuda de $ 300.000 más interés y otras cargas bancarias. El carnicero se sienta para evaluar el precio de sus salchichas. Si quiere mantener la casa para la cual ha tomado prestado el dinero, necesitará reflejar el coste de las devoluciones del préstamo en el precio de sus salchichas. Es así como esa deuda aparece en los precios. En el caso de préstamos comerciales, la inclusión de las cargas bancarias en los precios es más directa.

    Así pues, podrá observarse que la propuesta de Douglas para “dar al consumidor poder adquisitivo que no aparezca en los precios” podría ser justamente considerada por el establishment financiero como un ataque directo sobre el mecanismo que les da a ellos el poder. Hasta hoy todavía, la mejor estrategia para el banquero ha sido la de pretender que no había problema, que no había perro, que la causa primaria del malestar económico es cualquier cosa menos sistemática. Nuestros problemas, se nos dice, son el resultado de la corrupción, la incompetencia, la regulación del mercado, la desregulación del mercado, la codicia, la escasez de puestos de trabajo, la lucha de clases, el Zeitgeist (o Espíritu de los Tiempos), la religión, el desempleo, y todos los otros imponderables y falsas soluciones que constantemente nos distraen mientras esta plutocracia basada en la finanza consolida su dominio. Pienso que ya es ahora de que nos fijemos en el perro.


    [1] Douglas, Mayor C. H. The Control and Distribution of Production. 1922. Reprint. London: Forgoteen Books, 2013. 27. Print.



    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  2. #2
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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    ¿Qué es el “Monopolio del Crédito”?





    Por M. Oliver Heydorn


    Al hojear la literatura del Crédito Social, una frase que uno se encuentra muy frecuentemente es la de “Monopolio del Crédito”. De hecho, El Monopolio del Crédito fue el título de la última principal obra técnica de C. H. Douglas dedicada a la exposición de la economía del Crédito Social. Puesto que la frase es empleada a menudo sin ser definida con precisión, y puesto que algunos Creditistas Sociales la usan sin ser conscientes de su significado exacto, podría ser un ejercicio útil detenernos un momento y focalizar nuestra atención en este particular fenómeno; un fenómeno que, más que cualquier otro, puede ser considerado como la característica central del sistema financiero estándar que actualmente rige en todo el mundo.

    Tal y como mucha gente está ahora aprendiendo por primera vez, el dinero –la sangre vital de la economía– existe en una de estas dos formas: moneda o crédito. [1] La moneda se refiere a las fichas físicas de dinero, es decir, los billetes y monedas que se imprimen y acuñan típicamente por la autoridad gubernamental. El crédito, por otro lado, toma la forma de números intangibles que solían registrarse en documentos de contabilidad y que hoy en día se archivan en las bases de datos de los ordenadores. En nuestro mundo contemporáneo, la creación y emisión de crédito constituye la prerrogativa de los bancos privados.

    Sí, así es. Permítanme repetirlo por enésima vez si es necesario: los bancos no prestan los depósitos de sus clientes; no son intermediarios entre ahorradores y prestatarios. En lugar de ello, son creadores de los depósitos que prestan, invierten o traen de cualquier otra forma a la existencia. ¿Cómo se realiza esto? Muy simple, mediante un acto de la voluntad que implica una prestidigitación contable, cuya confirmación es otorgada mediante sanciones legales, y cuyas reglas son las exigidas por la buena práctica empresarial. [2] En concordancia con los principios de contabilidad de doble entrada, la creación del crédito genera tanto un activo como un pasivo en los libros del banco. El crédito que se mantiene como un depósito en un banco, con independencia de su origen a través de un préstamo, una inversión o un gasto de operación del banco, se contabiliza como un pasivo, mientras que el préstamo, los títulos, la propiedad del banco, etc., se consideran como activos.

    El “Monopolio del Crédito” es, por tanto, el monopolio que los bancos privados, o el sistema bancario privado considerado en su conjunto, ejercitan sobre la creación y emisión del crédito. Y, puesto que la gran mayoría de la oferta monetaria en cualquier punto dado del tiempo existe en forma de crédito bancario (esa cifra corresponde a más del 95% en las naciones desarrolladas), el “monopolio del crédito” de los bancos constituye casi el total del “monopolio del dinero”.

    Véase también: Sí, Virginia, los bancos realmente crean dinero de la nada.

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    [1] La definición aceptada del dinero por el Crédito Social tiene su origen en los escritos de un cierto Profesor Walker quien, en su libro Money, Trade and Industry, había dicho que el dinero consiste en “cualquier medio –sin importar de qué esté hecho o por qué la gente lo quiere– que nadie rechazará a cambio de sus bienes.”

    [2] Sólo los bancos pueden crear crédito legalmente. Cualquier otro que intentara hacer lo mismo sería culpado de falsificación de dinero.



    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  3. #3
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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    Una introducción al Crédito Social




    Por M. Oliver Heydorn


    El siguiente artículo será publicado en el primer número de la revista portuguesa “Libertária”


    En el sentido más amplio del término, el “Crédito Social” hace referencia a las ideas filosóficas, económicas, políticas e históricas del brillante ingeniero anglo-escocés, Mayor Clifford Hugh Douglas (1879 – 1952). Hace no demasiadas décadas, el movimiento del Crédito Social constituía una fuerza altamente activa e influyente en el Reino Unido y a lo largo de todo el mundo angloparlante (más especialmente en los Dominios británicos de Australia, Canadá y Nueva Zelanda). El renombre de Douglas durante el periodo de entreguerras era tan grande que se le invitó a presentar testimonio ante la Comisión de Banca canadiense en 1923; ante el británico Comité Macmillan en 1930; y ante el comité legislativo de Alberta en 1934. En 1935 fue nombrado Consejero Jefe de Reconstrucción para el gobierno de la provincia canadiense de Alberta, una provincia que pasó ese mismo año a elegir al primer Gobierno de Crédito Social oficial jamás visto por el mundo hasta entonces.

    Si bien la “historia” del Crédito Social es extensa y multifacética, este artículo se limitará a un examen acerca del modo en que el Crédito Social aborda o se aproxima al orden económico.

    En muchas formas, nuestra economía puede compararse a un ordenador. Igual que un ordenador, su funcionamiento depende de dos elementos distintos: el hardware y el software. En el caso de un ordenador, el hardware hace referencia a todos aquellos mecanismos y componentes que forman una parte de la estructura física y del potencial del ordenador. De manera similar, el “hardware” de la economía consiste en todos aquellos factores del mundo real que pueden tomar parte en la producción y distribución de bienes y servicios: la tierra (o, en un sentido más amplio, los recursos naturales), el trabajo, y el capital real (maquinaria y equipo). El software, por contraste, proporciona las instrucciones que permiten al hardware poder funcionar, de tal forma que éste pueda activarse al servicio de algún propósito racional. El software de la economía consiste en sus estructuras organizativas (sus instituciones y sus convenciones legales o de negocios), de entre las cuales la principal es su sistema financiero (es decir, banca y contabilidad del coste). Del mismo modo que el sistema operativo de un ordenador maneja y dirige a todos los otros programas que se han cargado en el ordenador, el sistema financiero de una economía condiciona a todas las actividades que ocurren dentro de la economía formal, monetaria.

    Ahora bien, lo más importante que se ha de entender acerca del hardware de la economía moderna son las consecuencias que en el mundo real se han producido a raíz de la revolución industrial. La introducción de maquinaria que funciona con energía motora, seguida del desarrollo de varias tecnologías de la información, han multiplicado en cientos o miles de veces la cantidad y, en muchos casos también la calidad, de aquello que los seres humanos seguirían produciendo si carecieran de la ayuda de todas esas magníficas herramientas. También ellas han hecho posibles muchas nuevas formas de producción. En otras palabras, gracias a las maravillas de la ciencia aplicada podemos producir un mucho mayor volumen de bienes y servicios útiles y valiosos, reduciendo simultáneamente el trabajo humano requerido para hacer funcionar al sistema productivo. Esto es un hecho, una realidad pura y dura; y tiene el potencial de revolucionar todos los aspectos de la organización social. [1]

    ¿Qué significa todo esto en términos concretos, del día a día? Quiere decir que una nación del primer mundo es fácilmente capaz de distribuir todos los bienes y servicios que la población puede razonablemente usar en provecho de ella misma –es decir, toda esa gama completa de bienes y servicios que realmente contribuyen al bienestar humano– recurriendo al mismo tiempo únicamente a un pequeño y cada vez más decreciente complemento de trabajadores humanos.

    En otras palabras, dada la enorme capacidad productiva (tanto actual como potencial) de la economía industrializada moderna, no hay razón física alguna para la pobreza –por no decir miseria–, ni para la servidumbre en sus variadas formas (incluyendo la fútil política del pleno empleo), ni para los desastrosos efectos sociales, psicológicos, medioambientales e internacionales que se originan a partir de esa disfunción económica crónica que nos oprime. En resumen, nuestro hardware económico es de la más alta calidad.

    ¿Qué es lo que entonces puede explicar esta enorme discrepancia entre lo que la economía de un estado industrializado moderno puede y debería suministrar, y los gravemente insatisfactorios resultados que realmente suministra? ¿Cuál es ese gran factor limitante y distorsionador que ocasiona esta discrepancia?

    El análisis del Crédito Social revela que el principal problema que hay en el actual orden económico existente no tiene nada que ver con una escasez física o la existencia de obstáculos naturales para la producción, ni tampoco con la existencia de defectos en la naturaleza humana, ni con el libre mercado y la posesión privada de la propiedad productiva en cuanto tal; sino más bien con el sistema operativo de la economía, es decir, con su sistema financiero. No se trata simplemente de que los financieros y sus cómplices corporativos tomen decisiones centradas en sus propios intereses, o que a menudo se impliquen en delitos de cuello blanco; el problema fundamental con la finanza es en esencia estructural o sistemático.

    La afirmación diagnóstica básica de Douglas era que, si consideramos que la verdadera o correcta finalidad de la economía es la de distribuir, con la menor cantidad posible de trabajo y de consumo de recursos, los bienes y servicios que la población necesita para sobrevivir y desarrollarse, entonces podemos concluir que el sistema financiero actualmente reinante no está apropiadamente diseñado para producir dicho resultado. [2]

    Continuando con la analogía del ordenador, el principal problema de la economía se encuentra en su software. Más específicamente, el sistema operativo financiero estándar, que se puede encontrar hoy día en prácticamente cualquier país, no nos permite hacer el mejor uso posible de nuestro hardware económico. En lugar de ello, se dedica a limitar y distorsionar el funcionamiento de ese hardware y, como resultado directo, todos venimos a sufrir de variadas, y enteramente innecesarias, formas.

    Para que quede claro, el sistema financiero estándar de hoy día posee un buen número de aspectos problemáticos; pero la primordial y principal dificultad que radica en él tiene que ver con la forma en que socava y subvierte el flujo circular de la economía.

    Igual que muchos procesos naturales, la economía incorpora un par de ciclos complementarios; uno de carácter esencialmente físico, y el otro de carácter financiero:

    Los hogares poseen aquello que demandan los negocios, y los negocios suministran aquello que los hogares demandan. La población se va a “trabajar”, suministrando a las compañías trabajo (o tierra o capital, si eso es lo que poseen) para que así puedan producirse los bienes. A cambio de su trabajo (o tierra o capital), reciben dinero que ellos gastan en el mercado para comprar los bienes y servicios que ellos han producido. [3]

    De acuerdo con la teoría económica ortodoxa, este flujo circular se caracteriza por gozar de un equilibrio financiero automático y endógeno.

    En el movimiento hacia afuera del ciclo financiero, los negocios se encuentran desembolsando dinero a medida que se van produciendo los bienes, y este dinero se transforma entonces en ingresos en favor de los trabajadores, y en favor de los propietarios de la tierra o el capital. En el movimiento hacia adentro del ciclo financiero, esos mismos ingresos del consumidor se van gastando en bienes y servicios, y son devueltos a los negocios en forma de ingresos del negocio, permitiendo así que pueda iniciarse un nuevo ciclo de producción.

    La principal asunción en la concepción ortodoxa consiste en que esa producción de los bienes y servicios distribuye automáticamente dinero suficiente, en forma de ingresos, como para poder satisfacer los costes y, en consecuencia, los precios de los bienes y servicios puestos a la venta. A este estado de cosas a veces se le denomina con el nombre de ley de Say (en alusión al economista francés del siglo XVIII Jean-Baptiste Say): la oferta crea su propia demanda o, en términos financieros, el flujo de precios queda automáticamente equilibrado con el flujo de demanda efectiva en forma de ingresos. Desde esta perspectiva, si en un periodo económico dado quedaran sin vender un cierto volumen de producción, esto sólo podría tener lugar como consecuencia de que la población estuviera ahorrando sus ingresos en lugar de estar gastándolos.

    Esta relativamente sencilla explicación de la forma en que la visión ortodoxa entiende que funciona la economía, debería hacernos muy simple a continuación la comprensión tanto del diagnóstico del Crédito Social como de sus correspondientes propuestas terapéuticas.

    La gran contribución de Douglas a la economía consistió en su descubrimiento de que, bajo las condiciones de la economía industrializada moderna, la asunción básica de la ortodoxia económica resulta ser falsa. La ley de Say no se sostiene; es decir, el flujo circular NO se caracteriza por gozar de un equilibrio automático y endógeno. En lugar de ello, el flujo de los precios de los bienes de consumo es más grande que el flujo de los ingresos que se distribuyen en el transcurso de la correspondiente producción. En otras palabras, existe una deficiencia crónica e inherente de poder de compra del consumidor.

    Bajo el actual sistema financiero, es como si la economía estuviera produciendo cada año una producción total de 100 pasteles de nata (los cuales asumimos que son puestos a la venta al precio de un euro cada uno a fin de cubrir todos los costes) pero, en el transcurso de su producción, solamente se hubieran distribuido en forma de sueldos, salarios y dividendos, una suma insuficiente, digamos de 50 euros, con los que poder comprar las 100 tartas.

    A fin de poder entender las razones y causas de este desequilibrio financiero, debemos primero asimilar algunos hechos básicos relacionados con el funcionamiento del sistema bancario. En contraste con una creencia que todavía se sigue sosteniendo comúnmente bastante, los bancos no prestan el dinero de sus depositantes. En lugar de ello, todo préstamo bancario o toda compra bancaria de títulos-valores crea un depósito, es decir, dinero completamente nuevo en forma de crédito bancario, mientras que toda devolución de un préstamo bancario o toda venta de títulos-valores en posesión del banco destruye dinero. De hecho, esos números intangibles que los bancos crean y emiten, normalmente en forma de una deuda con interés o un equivalente de la deuda, constituye el 95% o más de la oferta monetaria de un típico país industrializado. Los billetes y monedas típicos que son creados por el gobierno, solamente representan la “calderilla” de la economía.

    Sin embargo, y en contraste con las opiniones de un muy buen número de reformadores financieros, el principal fallo en el sistema financiero no radica en el simple hecho de que los bancos privados creen la mayor parte de nuestro dinero de la nada y, a continuación, procedan a cargar un interés sobre dichos préstamos (aun cuando uno tenga que admitir que, bajo el actual sistema, esas cargas de interés son a menudo bastante onerosas, y/o excesivas, y/o explotadoras).

    El verdadero problema radica en un estrato mucho más profundo que ése.

    La creación y destrucción de nuestra oferta monetaria por el banco significa que el dinero no circula indefinidamente en la economía desde los productores hasta los consumidores y vuelta otra vez. En lugar de ello, el dinero se encuentra circulando continuamente entrando y saliendo de la existencia. El dinero es suministrado a los productores por los bancos cada vez que aquéllos toman prestado de una línea de crédito rotativo o contraen préstamos a largo plazo; dicho dinero se gasta en varios costes de producción; y finalmente es devuelto a los productores cuando, una vez que venden sus bienes y servicios, recolectan el dinero que se había suministrado a los consumidores en forma de sueldos, salarios y dividendos. El dinero que reciben los productores es utilizado a continuación para devolver sus préstamos bancarios (y, subsiguientemente, es destruido) o es utilizado para reponer su stock de capital circulante (de donde únicamente puede volver a suministrarse a los consumidores acompañándolo de un volumen de nuevos costes de producción).

    La circulación cíclica del dinero no constituiría problema ninguno en absoluto, siempre que se cumpliera la condición de que el crédito al productor que se emite para financiar cada ciclo de producción, se transformara completamente en ingresos del consumidor, y que estos ingresos a continuación fueran utilizados en su totalidad para liquidar o cancelar un flujo equivalente de precios, que representan todos los costes de la producción. Si el ciclo de la creación y destrucción del dinero estuviera completamente en sincronía con el ciclo de la creación del coste/precio y la liquidación del precio, entonces el flujo de precios de bienes de consumo y el flujo de ingresos del consumidor estarían en equilibrio, tal y como dice que están la clásica ley de Say. El sistema estaría en equilibrio.

    Lo que Douglas descubrió –y esto es de una importancia épica– fue que a medida que el crédito al productor fluye hacia afuera desde los bancos y a través del sistema productivo, genera a su vez un mayor volumen en costes y, en consecuencia, en precios en comparación con el que genera o libera en forma de ingresos al consumidor. La principal causa de esta discrepancia tiene que ver con las convenciones existentes en materia de contabilidad que gobiernan en la contabilidad del coste del capital real (es decir, máquinas y otros equipos). Las cargas normales o estándar que son impuestas o asignadas por las compañías en nombre del capital real a fin de cubrir los costes de las devoluciones de los préstamos para el capital, los costes de depreciación, mantenimiento y obsolescencia, etc., exceden a los ingresos que están siendo simultáneamente distribuidos por esas compañías.

    Esto significa que el mismo fenómeno que, desde un plano físico, está provocando que la población se quede desempleada de manera permanente (es decir, esa tendencia cada vez más intensificada de reemplazar el trabajo humano por máquinas) constituye el mismo fenómeno que, desde un plano financiero, es el principal responsable de la cada vez más creciente brecha entre el ritmo al que se generan los precios de los bienes y servicios y el ritmo al que se están distribuyendo los ingresos en cualquier proceso productivo moderno.

    Esta carencia de poder de compra del consumidor puede agravarse mediante un buen número de otros factores (tales como la obtención de beneficios, los ahorros, la reinversión de los ahorros, políticas bancarias deflacionarias periódicas, e impuestos).

    Esta brecha entre precios de los bienes de consumo y los ingresos del consumidor es el problema por excelencia que subyace a los órdenes financiero y económico actualmente existentes, y toda propuesta de reforma financiera que no se dedicara a compensarla o cubrirla adecuadamente, en línea con la verdadera finalidad de la economía, estaría simplemente yéndose por las ramas, o incluso estaría exacerbando aún más esa perenne disfunción económica.

    La única opción que tiene el actual sistema de poder rellenar esa brecha es la de confiar en que los gobiernos, negocios e individuos tomen prestado dinero-deuda adicional y lo traigan a la existencia a partir de los bancos privados. Los proyectos y obras del gobierno financiados a través de un incremento en la deuda pública distribuyen ingresos adicionales a los empleados del gobierno sin que se incremente el flujo de los precios de los bienes de consumo en el mismo periodo de tiempo. De modo similar, los préstamos para el incremento en la producción privada (especialmente producción de capital y producción para la exportación) también elevan el nivel de los ingresos del consumidor sin que simultáneamente se incremente el flujo de los precios de los bienes de consumo. Finalmente, los consumidores a menudo toman prestado (a través de hipotecas, préstamos para el coche, líneas de crédito, tarjetas de crédito, etc.) para así poder consumir aquello que, de otra forma, quedaría sin vender.

    Sin embargo, el hecho de depender del dinero-deuda adicional como paliativo tiene un buen número de inconvenientes. En primer lugar, las deudas han de ser pagadas y atendidas. El hecho de tomar prestado para rellenar la brecha produce, de esta manera, cargas inflacionarias contra los ingresos de los futuros ciclos de producción. En realidad, ésta es la principal causa de la inflación que continuamente devalúa la moneda en cualquier país. Las deudas merman los ingresos y, de esta forma, éstos necesitan de un incremento en el nivel salarial a fin de poder mantener el estándar de vida. Esto a su vez tenderá a subir los precios en una interminable espiral de salario-precio. Más aún, puesto que estas deudas compensatorias se contraen a un ritmo más rápido que el ritmo al que son devueltas, esto también conduce a la acumulación de una cada vez mayor carga de deuda social (deudas públicas, empresariales y personales) que nunca podrá ser liquidada. Una vez que esta carga de deuda se hace demasiado gravosa, los bancos privados se hacen reacios a prestar más y la economía cae en una recesión o algo peor. Las bancarrotas y ejecuciones hipotecarias, sin embargo, ayudan a la economía a librarse de algunas de sus cargas de deuda a medida que las deudas impagables son canceladas, proporcionando así un cierto espacio para respirar y un cierto margen financiero para una mejora en el clima económico.

    Además de la constante inflación, los ciclos económicos, una cada vez mayor montaña de deuda social –que es, tomada en su totalidad, impagable–, y las crisis financieras recurrentes, el hecho de usar la droga del “dinero-deuda” para tratar con la brecha es algo que también está fuertemente implicado y relacionado, directa o indirectamente, con la ineficiencia económica, el despilfarro económico y el sabotaje, en unión con el crecimiento económico forzoso (mal manejo o destinación de los recursos económicos); los gravosos y a menudo crecientes impuestos; el incremento en la regulación gubernamental; la esclavitud salarial y la esclavitud de la deuda; servidumbre; la usurpación, por el sistema bancario privado, de la plusvalía que se origina a partir de la asociación; la centralización de la riqueza económica, los privilegios y el poder en cada vez menos y menos manos; migración forzosa; dislocación cultural; innecesarios estreses y tensiones; conflicto social; degradación medioambiental; un conflicto económico internacional que conduce a la guerra, etc. Todos estos fenómenos son síntomas o manifestaciones de ese desequilibrio financiero que existe en el flujo circular de la economía.

    La solución del Crédito Social al problema de la brecha consiste en tener un órgano del estado políticamente independiente, una Oficina de Crédito Nacional, que continuamente emita, sobre la base de estadísticas pertinentes y adecuadas, un volumen suficiente de crédito a fin de que los consumidores puedan adquirir el “excedente” de bienes y servicios que se están produciendo (es decir, de aquéllos que no pueden ser comprados puesto que no se ha distribuido en el transcurso de su producción ingreso alguno con el que poder compensar o liquidar sus costes). Este crédito deberá emitirse libre de deuda y en lugar de todos aquellos paliativos convencionales que actualmente se emplean para intentar arreglar la brecha.

    El hecho de restaurar el equilibrio en cada ciclo económico con un flujo adecuado de crédito libre de deuda, permitiría reemplazar a ese equilibrio –cuando hay equilibrio– exógeno, inestable, inflacionario y acumulador de deuda entre el flujo de precios y el poder adquisitivo del consumidor en el flujo circular, sustituyéndolo por un equilibrio que sería endógeno, estable, antinflacionario y liquidador de costes.

    A fin de poder reflejar de manera exacta la realidad física, un cierto volumen de ese crédito compensatorio sería utilizado para rebajar los precios de los bienes al por menor en concordancia con una tasa de consumo/producción general o total de la economía. El verdadero coste de la producción es el consumo. Por lo tanto, la producción no debería costar, en términos financieros, más de lo que se gastó en todo aquel consumo que resultó necesario para traer a aquélla a la existencia. El vender los bienes al consumidor por debajo del coste y compensar la diferencia al minorista, permitiría que la producción se vendiera a su “Precio Justo” –es decir, al precio que refleje su coste real. Esto conllevaría la existencia de un “Descuento Nacional” en todos los artículos de consumo.

    El resto del crédito compensatorio habrá de emitirse en proporciones iguales a todos y cada uno los ciudadanos, con independencia de que estén o no empleados en la economía formal.

    Aquello a lo que los Creditistas Sociales se refieren con el nombre de “El Dividendo Nacional” está justificado moralmente por el hecho de cada ciudadano es considerado legítimamente como un participante o accionista en su asociación económica, así como un heredero de la herencia cultural de la sociedad. Es esta herencia cultural (los inventos y descubrimientos de pasados científicos, ingenieros, organizadores, etc.) la que hace posible la existencia del factor mayor y más importante en la producción moderna: el capital real. Y es este mismo capital real, como hemos visto, el responsable principal de la brecha entre precios e ingresos. Por tanto, el modo más apropiado para rellenar esta brecha sería reconocer que los individuos son los usufructuarios del capital real y merecen recibir un dividendo en base a su funcionamiento.

    El Dividendo Nacional (que no ha de confundirse con un ingreso básico convencional) se justifica desde un punto de vista pragmático por el hecho de que la economía necesita una inyección de crédito libre de deuda a fin de poder funcionar con un equilibrio real o autoliquidante, y también necesita proporcionar a aquéllos cuyo trabajo ya no es requerido en la economía formal (a consecuencia de los avances tecnológicos y de la mejorada eficiencia en la producción) un ingreso a fin de que puedan, sin embargo, adquirir bienes y servicios. Una política de pleno empleo carece en absoluto de sentido cuando la eficiente producción de aquellos bienes y servicios que la población puede usar en provecho propio no necesita, en el contexto de una economía industrial moderna, de la plena o total capacidad de la fuerza laboral disponible.

    El sistema económico del Crédito Social consiste simplemente en la libre empresa (es decir, la propiedad privada de los medios de producción, el libre mercado, la iniciativa individual, y un ánimo de lucro funcionalista) en conjunción con un sistema financiero honesto. No es socialista ni capitalista, sino que tiene más bien una orientación distributista: por medio del dividendo, a cada ciudadano se le garantizaría un derecho mínimo sobre la producción; producción hecha posible gracias al capital real. El Crédito Social transformaría a la sociedad en una gigantesca cooperativa con reparto o participación de beneficios.

    Las consecuencias de una reforma financiera de Crédito Social consistirían en el establecimiento de una seguridad económica absoluta para cada ciudadano, en lugar de la pobreza o la amenaza de caer en la pobreza; incremento del ocio en lugar de la servidumbre (es decir, liberación de la esclavitud salarial, de la esclavitud de la deuda, y del empleo inútil, estúpido y/o destructivo); la eliminación de la carga de deuda crónica e impagable de la sociedad así como de las cargas de interés que la acompañan; la descentralización de la riqueza y el poder económico en favor del individuo; la eliminación del despilfarro y el sabotaje económicos; reducciones continuas en los precios en lugar de inflación; impuestos mucho más bajos; mucha menos regulación e interferencia gubernamentales; cooperación económica en lugar de una despiadada competencia; estabilidad social; la transformación de la civilización basada en el desencadenamiento del impulso creativo y el florecimiento tanto de la cultura popular como de la alta cultura; protección, conservación y reparación medioambiental; y comercio internacional mutuamente beneficioso, proporcionando así una base más sólida para la paz mundial.

    Todo lo que fuera físicamente posible y deseable debería ser también financieramente posible. Todo lo que se requiere es alterar el sistema financiero de tal forma que represente de manera exacta los hechos físicos y el potencial de la economía real. La introducción de un sistema financiero honesto –y eso es todo lo que el Crédito Social propone en el campo de la economía– transformaría al dinero y a los banqueros en siervos obedientes e inflexibles del auténtico bien común.


    ------------------------


    [1] Por ejemplo, Jeremy Rifkin, en su libro The End of Work, ha especulado que, a causa de los recientes y continuos desarrollos en las tecnologías de la información, automatización y telecomunicación, es muy posible que “(…) solamente un porcentaje tan pequeño como el 5 % de la población adulta será necesaria para manejar y hacer funcionar toda la esfera industrial tradicional para el año 2050. Granjas, fábricas y oficinas funcionando casi sin trabajadores constituirán la norma en cualquier país”. Jeremy Rifkin, The End of Work (New York: Jeremy P. Tarcher/Penguin, 2002), xxii.

    [2] Esto no quiere decir que el sistema financiero actualmente reinante sea simplemente ineficaz, ineficiente e injusto. Ya sea por accidente o por intención deliberada, el sistema sirve bastante bien a un propósito alternativo: la centralización de la riqueza, los privilegios y el poder en manos de una élite plutocrática. Las implicaciones políticas de esta situación para la “democracia” convencional deberían ser evidentes por sí mismas.

    [3] Frances Hutchinson, Understanding the Financial System (Charlbury, England: Jon Carpenter Publishing, 2010), 55.



    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  4. #4
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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    El sol nunca dice…




    Por M. Oliver Heydorn



    “Aún después de todo este tiempo,
    el sol nunca dice a la tierra,
    ‘Estás en deuda conmigo’.
    Mira lo que pasa con un amor como ése…
    Ilumina a todo el cielo.”



    El anterior poema es ampliamente atribuido, y muy probablemente de manera falsa, al gran poeta persa Hafez (1325/26 – 1389/90) [1]. Sea como fuere, “El sol nunca dice” destaca exitosa y adecuadamente la realidad y el poder del don; del “algo por nada”, que es inherente a la naturaleza misma de la realidad.

    Por razones ideológicas y, sin duda, políticas, la economía ortodoxa ha intentado sepultar el concepto de don, para expulsarlo de la esfera de la economía con el mantra –repetido sin fin como si fuera una forma de tortura china de la gota de agua– de que “¡Las comidas gratis no existen!”

    En oposición directa a las enseñanzas de la economía ortodoxa, la teoría del Crédito Social afirma la existencia de la “plusvalía o beneficio originado a partir de la asociación”. La pura verdad es que, esa muy difamada “comida gratis” es una realidad que aparece operativa en todas las esferas de actividad con las que estamos familiarizados, incluyendo el acto de producción.

    El ser, esto es, la realidad o la naturaleza, está construida de tal forma que cuando dos o más elementos diferentes se conjuntan el uno con el otro dentro de una relación o asociación apropiada, el poder que estos elementos tienen entonces para hacer o efectuar cambios en el mundo es mayor que el de la mera suma de sus partes componentes. Es decir, el poder o producción puede multiplicarse mediante la aparente “magia” de la asociación, siendo el excedente (es decir, aquello que excede a la aislada contribución de cada elemento por separado) que sobreviene de la asociación en su conjunto como un don superabundante. Este excedente no es propiedad exclusiva de ninguno de los componentes, ni tampoco ha sido merecido por ninguno de ellos en virtud de ningún trabajo o servicio. Se trata de algo ganado a cambio de nada, o una comida gratis.

    Uno de los ejemplos más simples de la plusvalía que se origina a partir de la asociación es el de una palanca. Una palanca es un artefacto mecánico que consiste en la asociación de una viga o tablón con un fulcro sobre el cual pude apoyarse o pivotar la viga. Aplicando fuerza a uno de los extremos de la viga, las palancas permiten a los seres humanos mover pesos en el otro extremo con menos esfuerzo que el que requeriría una aplicación directa de fuerza. El esfuerzo ahorrado o, alternativamente, el movimiento de un objeto que, de otra manera, no habría podido ser movido con la fuerza de la mano, constituye esa plusvalía originada a partir de la asociación que revierte en favor de aquel ser humano que es lo suficientemente inteligente para hacer uso de la palanca.

    Toda la realidad está impregnada de asociaciones de varios tipos y de sus correspondientes plusvalías. Los sistemas biológicos no podrían funcionar sin ellas. La sociedad misma no tendría razón de ser si no hubiera ningún provecho, ni beneficio, en el hecho de asociarse con nuestros compañeros en la persecución de objetivos comunes. Si aprendemos a identificar y aprovechar estas plusvalías, seremos capaces, en cierto sentido, de obtener algo “más” de lo que introdujimos en el sistema al comenzar. Nuestros beneficios excederán nuestros costes.

    El campo económico no constituye una excepción. Existe una plusvalía que se origina a partir de la asociación económica, y que se hace posible mediante la conjunción de recursos naturales, la cooperación entre individuos y grupos, y la aplicación de la herencia cultural (es decir, los descubrimientos e innovaciones de los científicos, ingenieros, organizadores, etc.) en la fabricación de capital real (máquinas y equipo). Bajo las condiciones industrializadas modernas, la apropiada asociación de estos elementos hacen posible la producción de todos los bienes y servicios que la población pueda usar con provecho para ella misma, al mismo tiempo que se va empleando cada vez menos y menos trabajo humano. Este excedente de bienes y servicios de consumo que pueden o podrían producirse bajo condiciones industriales, en comparación de lo que los seres humanos estarían produciendo si no poseyeran herramientas de ningún tipo, constituye el beneficio económico de la sociedad o la comida gratis económica.

    Desde una perspectiva de Crédito Social, el mayor problema que hay con el actual orden económico existente es que el sistema financiero convencional no está diseñado para reconocer o distribuir equitativamente esa comida gratis. En lugar de ello, permite al sistema bancario privado usar su actual poder de monopolio sobre la creación de dinero como una forma de control o dominio, de tal forma que el acceso a ese beneficio social solamente se concede bajo condiciones asimétricas o irregulares. Esto produce como consecuencia la transferencia de la riqueza, privilegios y poder de manos de la ciudadanía común a manos de la élite financiera. Producción y consumo, las actividades de la economía real, pasan a estar en deuda con el sistema bancario y sus operadores. Si bien muchos reformadores financieros cometen el error de pensar que este problema constituye EL problema que existe con el sistema financiero, en realidad se trata de un asunto secundario. El problema más fundamental se encuentra en el sistema de precios y su fallo o fracaso a la hora de monetizar –en total provecho del consumidor y, en consecuencia, en forma gratuita o libre de deuda– la plusvalía que se origina de la asociación económica, y que es ya una característica propia de la economía física.

    Como ya habrán advertido los seguidores de este blog, la mayor parte de la oferta monetaria (+ 95 %) en cualquier país desarrollado existe en forma de crédito bancario. Ahora bien, este crédito bancario, –es decir, números intangibles, abstracciones enumeradas o dinero en anotaciones en cuenta–, es creado por los bancos privados y, para todos los efectos, es emitido o inyectado en la economía en forma de deuda de un tipo o de otro. Siempre que un banco hace un préstamo o adquiere títulos-valores, etc., se crea dinero nuevo en forma de crédito bancario, y siempre que se devuelve un préstamo, o se vende o redime de alguna otra forma una adquisición bancaria de títulos, se destruye el dinero en forma de crédito bancario. Todo el dinero que un banco inyecta en la economía, buscará recobrarlo o retirarlo de la economía en un momento u otro. Ningún dinero del que inyecta constituye un don gratuito.

    Pero, estimado lector, ¿dónde, oh, dónde está escrito que todo el dinero de la sociedad debería inyectarse en la economía en forma de deuda (o en forma equivalente a una deuda); una deuda que se debe a los bancos privados? Ésta es, para todos los efectos, la convención actual; pero las convenciones pueden cambiarse. En efecto, si las susodichas convenciones interfieren en el cumplimiento del original y único auténtico propósito de la economía –tal y como el Crédito Social afirma que hacen– entonces deberían ser adecuadamente alteradas.

    Lo que el Crédito Social propone es que, en lugar de un sistema basado en deudas omnipresentes por todos lados, es necesario (es justo y conveniente) que una cierta proporción de oferta o suministro monetario –la cual representaría esa plusvalía que se origina de la asociación económica, es decir, el beneficio social– sea inyectada a la economía en forma de crédito “libre de deuda”.

    La emisión de todo el dinero como “dinero-deuda” no supondría ningún problema por sí mismo si el flujo circular realmente funcionara en la forma que los economistas ortodoxos afirman que funciona. Esto es, si el dinero creado y prestado para la producción igualara a) el dinero recibido por los consumidores (por medio de salarios, sueldos y dividendos) y realmente gastado en bienes y servicios, el cual a su vez igualara b) los costes y, por tanto, los precios de la producción puesta en el mercado, entonces no habría ningún problema. El flujo circular manifestaría un equilibrio perfecto y automático, con un flujo de ingresos derivados de la producción en igualación o equilibrio con el flujo de precios que ese mismo volumen de producción ha generado.

    Douglas descubrió que, bajo las condiciones industriales modernas, el sistema financiero reinante (es decir, el sistema bancario en conjunción con el sistema de contabilidad de costes) provoca que el flujo circular se desvíe del patrón de equilibrio antes mencionado. El dinero creado y prestado para la producción no iguala al dinero recibido por los consumidores (por medio de salarios, sueldos y dividendos); e incluso si todos los ingresos del consumidor disponibles se gastaran en bienes y servicios (en lugar de ahorrarse o reinvertirse), el flujo de ingresos no igualaría los costes y, por tanto, los precios que el sistema industrial se ve obligado a cargar para que todos sus gastos y cargas asignadas puedan ser atendidas y evitar así la bancarrota.

    En oposición al funcionamiento ideal y apropiado del flujo circular tal y como fue imaginado por la ley de Saw, el flujo circular real continuamente se ve socavado debido a que el proceso de producción genera precios a un ritmo más rápido que el ritmo al que distribuye ingresos a los consumidores. Hay una escasez crónica de suficientes ingresos del consumidor en relación a los correspondientes precios; el sistema de precios está inherentemente desequilibrado. (N.B. El factor primordialmente responsable del beneficio social –es decir, el capital real o físico– es también el mismo factor principalmente responsable de provocar que los costes excedan a los ingresos).

    La prescripción terapéutica que se ha de aplicar se deduce de manera muy natural a partir del diagnóstico. El objetivo clave de la reforma financiera del Crédito Social consiste en restaurar un equilibrio autoliquidante al flujo circular económico. En lugar de los paliativos convencionales que se utilizan hoy día para intentar restaurar el equilibrio en cada periodo económico –siendo de entre ellos el principal la toma de más préstamos adicionales de créditos recién creados por los bancos privados, en forma de préstamos a las corporaciones, préstamos públicos o préstamos a los consumidores–, el Crédito Social propone el establecimiento de una Oficina de Crédito Nacional (OCN) a fin de romper el control monopolístico de los bancos sobre el sistema financiero. La OCN asegurará, entre otros fines, que haya suficiente poder adquisitivo en manos de los consumidores para cubrir todos los costes y, por tanto, los precios de la producción a medida que los bienes y servicios de consumo entran en el mercado. Una cierta porción de este crédito compensatorio se distribuiría a cada ciudadano en forma de un Dividendo Nacional –posiblemente, de manera mensual– mientras que otra porción, el Descuento Nacional o precio compensado, permitiría que los bienes y servicios de consumo se pudieran vender en una adecuada fracción de sus costes financieros (correspondiéndose dicha fracción a sus verdaderos o naturales costes de producción).

    En contraste con la práctica habitual de los bancos privados, el dinero distribuido por la Oficina de Crédito Nacional (OCN) en forma de Dividendo Nacional y Descuento Nacional vendrían a ser dones libres o gratuitos para la economía; la OCN no haría ningún intento de recuperar o retirar el crédito que inyecte. Es por esta razón que el crédito compensatorio de la OCN a menudo ha sido descrito como un crédito “libre de deuda”. Se emite sin ninguna obligación de parte de los receptores de tener que devolverlo a la OCN; se emite sin crear al mismo tiempo un coste correspondiente. Cuando es recibido por los minoristas a cambio de sus productos, a continuación es utilizado para devolver los préstamos que se les concedió para la producción, y/o para renovar su capital circulante. Puesto que se emite en la proporción correcta para poder atender los costes de producción pendientes o sin liquidar (con independencia de que éstos se compongan de deudas bancarias pendientes o de otros costes), no hay peligro de que el crédito compensatorio incremente o cause inflación. El crédito emitido para atender el excedente de costes, o bien será destruido en la devolución de un préstamo bancario, o bien será utilizado para renovar el capital circulante. Desde el punto de vista de los consumidores, sin embargo, el crédito compensatorio es en realidad un don gratuito, una comida gratis, y la lección del Crédito Social es que, a menos que el sistema financiero otorgue este don gratuito a la ciudadanía, el sistema económico no podrá conseguir un equilibrio real, esto es, autoliquidante. En otras palabras, sin el don del crédito “libre de deuda”, no se podrá hacer funcionar a la economía de una manera estable, eficiente, eficaz y justa. La economía necesita de este don.

    Y de esta forma nos vemos enfrentados con un dilema: o bien podemos continuar rechazando blasfemamente la posibilidad de un más fácil, más libremente fluido, acceso a esa abundancia hecha posible por los designios de Dios y los dones gratuitos de la naturaleza (con la justificación puritana y falsa de que “no debe haber nunca riqueza alguna sin trabajo previo”, es decir, “toda la riqueza deber ser merecida, o ganada a cambio de trabajos o servicios”); o bien podemos agradecida y humildemente abrazar nuestra buena fortuna como la bendición que realmente es, y reenfocar nuestra atención y esfuerzo hacia planes de actividad completamente más elevados.


    [1] Supposed Hafiz poem recited by McGuinty turns out to be fake


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  5. #5
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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    .
    Última edición por Martin Ant; 05/03/2016 a las 17:23

  6. #6
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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    ¿Organizaciones benéficas? ¡Bah, farsantes!




    M. Oliver Heydorn



    Al final de la Misa del pasado Domingo, se nos hizo una solicitud urgente en nombre de la colecta de alimentos de la comunidad. Encuentro estas solicitudes increíblemente molestas.

    No me gustan las organizaciones benéficas, todas las organizaciones benéficas… y no porque yo no sea una persona caritativa. Ni tampoco estoy negando que, bajo las actuales circunstancias, algunas organizaciones benéficas proporcionan, en efecto, un alivio adecuado a gente que está en verdadera necesidad (en contraposición a organizaciones benéficas que son puras estafas; organizaciones benéficas que realmente hacen más daño que bien a la gente a la que se supone que se le está ayudando; organizaciones benéficas que son frentes de ingeniería social o agentes para el cambio globalista; y, al otro lado de la ecuación, en contraposición a los individuos que cuentan con las organizaciones benéficas para subvencionar comportamientos irresponsables).

    No me gustan de manera categórica las organizaciones benéficas en la medida en que la legítima necesidad de organizaciones benéficas, como los bancos de alimentos, únicamente tiene lugar porque el actual y estructuralmente fraudulento sistema financiero no permite que los bienes y servicios –que se pueden producir en tal abundancia mediante la tecnología moderna– se distribuyan efectivamente a aquellos que lo necesitan.

    Las organizaciones benéficas son, de esta forma, el signo de un fallo económico… un fallo que es enteramente artificial en sus causas y, por tanto, totalmente innecesario en su existencia.

    Para poner peor las cosas, las organizaciones benéficas refuerzan ese embotellamiento de la distribución al ayudar a apuntalar y respaldar al sistema financiero oligárquico, manteniéndolo en su mal funcionamiento. Actúan como válvulas de liberación de presión al absorber o compensar algo del enredo que genera el actual orden económico, permitiendo así que puedan continuar “los negocios como de costumbre” otra temporada más.

    Ahora bien, estoy muy seguro de que varias organizaciones benéficas hacen también que algunos de sus organizadores y donantes se sientan muy bien consigo mismos, porque están “ayudando a los pobres”. Sin embargo, si esos individuos estuvieran realmente interesados en ayudar a los pobres, deberían estar luchando en favor de una reforma racional del sistema financiero; en una reforma que proporcionaría a cada ciudadano un derecho como accionista en su asociación económica. Lo que la gente necesita, en estricta justicia, es un Dividendo Nacional, y no limosnas de sus superiores. Cierto, esto haría redundantes a las organizaciones benéficas y destruiría cualquier poder político, económico y social que los promotores y organizadores de organizaciones benéficas disfrutan a cuenta de ellas; pero éste es el mejor resultado posible desde el punto de vista de un verdadero individuo caritativo (es decir, no egoísta).

    Por desgracia, querido lector, trate usted de explicar cualquier cosa de esto a las masas y verá lo lejos que llega usted… Me atrevería a decir que la experiencia será, sin embargo, instructiva: empezará usted a darse cuenta, si no lo ha hecho ya, de la naturaleza trágica de nuestra difícil situación.


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  7. #7
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    La 4ª Revolución Industrial podría dejar atrás a muchos trabajadores





    Por Mark Anderson


    Reimpreso con permiso de The Progressive Populist: Anderson 4th Industrial Revolution may leave workers behind.



    Cuando el vicepresidente Joe Biden hizo su 10ª aparición en el Foro Económico Mundial (FEM) anual en Davos, Suiza, para abordar el tema central del foro en 2016: “La Cuarta Revolución Industrial”, se dirigió a los varios elitistas presentes para saludar la venida de la era de la automoción y la robótica.

    Otros funcionarios de primera categoría estadounidenses que participaron en la confabulación de Davos los días 20-23 de Enero incluían al Secretario de Defensa Ash Carter, el Secretario de Estado John Kerry, el Jefe del Tesoro Jack Lew, la Fiscal General Loretta Lynch y el Representante de Comercio Michael Froman. Reflexionaron sobre la suerte del mundo junto al Primer Ministro británico David Cameron, el ejecutivo de la Business Roundtable y de Alcoa Klaus Kleinfeld, la presidente del FMI señora Christine Lagarde y el Ministro de Hacienda del Reino Unido George Osborn, entro otros.

    Ya sean monstruos o santos, la cruda realidad es que la organización del FEM representa principalmente a la clase inversora-acreedora, cuya autoimpuesta “misión” es la de decidir “la forma que han de tomar las cosas que vienen”, en medio de un presunto “consentimiento”.

    La persona importante del FEM es Klaus Schwab, de Alemania. Él describió esta “cuarta revolución industrial” en Foreign Affairs, el órgano de publicación del Consejo de Relaciones Exteriores (una camarilla política colusiva impulsada hace tiempo con el dinero de Rockefeller). El CRE es un “puente” que conecta a los más poderosos intereses globales con las cámaras legislativas y los gobiernos ejecutivos.

    Schwab escribió:

    “La Primera Revolución Industrial usó agua y energía de vapor para mecanizar la producción. La Segunda usó la energía eléctrica para crear producciones en masa. La Tercera usó la electrónica y la tecnología de la información para automatizar la producción. Ahora, la Cuarta Revolución Industrial se está construyendo sobre la Tercera, la revolución digital… Se caracteriza por una fusión de tecnologías que están haciendo borrosas las líneas entre las esferas física, digital y biológica”.

    En concordancia, Biden habló con altanería de varias tecnologías que estimulan un crecimiento económico “exponencial” ilimitado, aunque lamentó el “vaciamiento” de la clase media.

    Este “hueco” o “cavidad” se encuentra entre los relativamente pocos trabajos tecnológicos (y algunos de carácter administrativo) de alta gama en la parte superior, y los trabajos de baja especialización del sector servicios en la parte inferior… con los trabajos de fábrica de la clase media habiéndose automatizado, externalizado o “internalizado” a trabajadores extranjeros de tecnología de la información con visas de empleo estadounidenses.

    “Todos nosotros en esta sala probablemente vamos a estar bien”, aseguró Biden a los capitanes de las corporaciones, oligarcas, banqueros, activistas de ONGs, celebridades y otros del auditorio del FEM. “Pero necesitamos un ambiente, en el despertar de esta revolución, en donde todos tengan la oportunidad de ser parte de la mezcla”.

    Añadió: “No estoy haciendo de esto un asunto populista; esto no es una guerra de clases”, adjudicando al populismo el rol de simple antagonismo hacia el rico.

    Con todo, Biden aparentemente buscaba una “prosperidad compartida” al empujar suavemente a su auditorio para que mirara más allá de los intereses de los accionistas y apoyara a los trabajadores y a las comunidades.

    Pero las tecnologías digitales y robóticas emergentes que comprenden esa cuarta revolución automatizada indudablemente desplazarán a un lado a montones de trabajadores. Y esto en gran parte es algo malo, a menos que consideremos algún nuevo modo de pensar valiente; algo que el FEM probablemente no nos proporcionará.

    Entre las alternativas reformas económicas y monetarias, el “Crédito Social” es el único sistema documentado que ha determinado con precisión cómo podríamos beneficiarnos en general de esta automatización creciente.

    Concebido por el ingeniero escocés C. H. Douglas y promovido por, entre otros, el académico estadounidense Gorham Munson, el Crédito Social reconoce que la humanidad no debería estar organizada de manera estricta en un “Estado laboral” orwelliano para toda la vida, y que todos somos herederos de la riqueza natural de la tierra y de los logros culturales y tecnológicos acumulados.

    Fundándose en esta comunidad de bienes heredada, el Crédito Social aboga por un dividendo, derivado a partir de dinero nuevo creado libre de deuda, para ser regularmente pagado a todos y cada uno de la sociedad (para complementar las remuneraciones por trabajo cuando éste se aplique, reduciéndose enormemente los poderes de los bancos privados), con independencia de si los receptores están o no empleados.

    La cantidad del dividendo estaría alineada o en concordancia con los datos objetivos de producción, para así prevenir la inflación de precios. Otras medidas vendrían incluso a rebajar los precios. El dividendo cubre la brecha crónica entre el mezquino poder adquisitivo que hay en la “Plaza de Mercado” y la mucho más grande acumulación de bienes y sus precios, que se hace más montañosa aún por la supereficiente automatización. De ahí que tengamos almacenes repletos y carteras vacías.

    Además, a medida que el mundo se automatiza más, la economía simplemente no requiere de tanto trabajo humano como solía, a fin de producir los bienes. Por tanto, necesitamos medidas valientes para poder sobrevivir y prosperar.

    Nuestra revistas ilustradas y autores como Jeremy Rifkin han predicho a lo largo de los años que los humanos trabajarían algún día mucho menos y tendrían mucho más. Bajo el Crédito Social eso puede ocurrir; a medida que crece la producción automatizada, así también lo hace el dividendo del ciudadano, estimulando el tiempo de ocio creciente, con independencia de la clase a la que se pertenezca. De esa forma, todos los individuos pueden perseguir la pasión o amor de sus respectivas vidas. (Véase www.socred.org).

    Pero en ausencia de este modelo “distributista”, los superricos arrinconarán los beneficios que proceden de la automatización y oprimirán y desplazarán aún más a las clases más bajas.

    El Crédito Social no es socialismo redistributivo (a diferencia del socialismo, la producción es descentralizada); ni es capitalismo de monopolio; por el contrario, es una tercera vía que neutraliza la palanca económica con la que unos pocos dominan a la mayoría.

    El albertano Wallace Klinck, descendiente del gobierno provincial de Crédito Social que operó en la década de 1930, dijo: “O bien diseñamos una sana economía distributiva en una sociedad libre o se nos impondrá un sistema tiránico de administración directa, esencialmente dictatorial-tecnocrático en su naturaleza”.



    Mark Anderson es un periodista veterano que divide su tiempo entre Texas y Michigan. Envíale emails a truthhound2@yahoo.com.


    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  8. #8
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    Re: Artículos del Clifford Hugh Douglas Institute (Oliver Heydorn, W. Klinck, etc.)

    Crédito Social: un modelo económico para los personalistas




    Por M. Oliver Heydorn



    Una de las corrientes más significativas en la filosofía contemporánea es la escuela de pensamiento conocida con el nombre de “personalismo”. Mientras otros filósofos reflexionan acerca de la naturaleza del conocimiento, de la moralidad, o de la realidad última, los filósofos personalistas toman un especial interés en el ser personal como objeto central de sus preocupaciones. Estos pensadores están muy interesados en hacer plena justicia, en su investigación y enseñanza, a la naturaleza y dignidad de lo personal; especialmente cuando esta realidad se hace manifiesta en el caso de las personas humanas.

    En comparación con los seres no personales o impersonales, las personas son más plenamente reales, esto es, ocupan un escalón más alto en la jerarquía del ser. No son objetos pasivos desprovistos de interioridad; por el contrario, gozan de autoposesión y de autotrascendencia o autosuperación. A través de las potencias de autoconciencia y autodeterminación, la persona tiene conscientemente experiencia de sí mismo como un sujeto incomunicable e irrepetible; un sujeto que puede establecer varias relaciones con otros seres fuera de sí mismo.

    Naturalmente, tal alta visión de la dignidad ontológica de la persona necesariamente conlleva implicaciones morales. Si uno acepta ciertos estándares éticos “personalistas” como normativos (tómese, por ejemplo, la afirmación de que los seres humanos no deberían ser tratados como meros medios, sino como fines en sí mismos), entonces de ahí se sigue que existen patrones de vida social que serán más, o menos, concordantes con el valor de la persona.

    En esta bitácora, me propongo examinar lo que una tradición particular dentro del personalismo, la que podría denominarse “personalismo realista”, exige, en términos morales, de la economía, y cómo la introducción del Crédito Social permitiría que esas exigencias morales pudieran ser plena y apropiadamente satisfechas en la práctica. A diferencia de algunas ramas más “seculares” del personalismo, el “personalismo realista” se ha desarrollado en estrecha asociación con la filosofía cristiana, es decir, con la reflexión razonada sobre la creencia y práctica cristiana.

    Uno de los primeros pensadores dentro de esta tradición, el filósofo Emmanuel Mounier, hizo la siguiente declaración en su libro Manifiesto al servicio del personalismo:


    “Una civilización personalista es una civilización cuyas estructuras y espíritu están orientadas a la realización como persona de cada uno de los individuos que la componen. (…) tienen como fin último el poner a cada persona en estado de poder vivir como persona, es decir, de poder acceder al máximum de iniciativa, de responsabilidad, de vida espiritual.” [1]


    Nótese que en esta descripción de una “civilización personalista” –con la cual él se refiere a una civilización que sea digna de la incomparable dignidad de cada ser humano– Mounier explícitamente incluye el concepto de “estructura”. No es suficiente el que se hable sobre, o se promuevan, las “virtudes personalistas” por parte de agentes morales individuales, como algunos personalistas acostumbran a hacer. En lugar de ello, debemos reconocer que son los mismos sistemas políticos, económicos y culturales, bajo los cuales vivimos, los que, o bien promoverán a la persona –respetando su dignidad y facilitando su florecimiento–, o bien la quebrantarán e interferirán en el despliegue de su vocación como persona. Por esta razón, la elección de estructuras, de instituciones, leyes y convenciones, son moralmente relevantes e ineluctables. Este hecho ha sido subrayado por los Papas recientes, los cuales han dilucidado y explicado, en su enseñanza social, la noción de “estructuras de pecado”, y han declarado esas estructuras como incompatibles con la doctrina y práctica cristiana.

    La conclusión final es que la civilización personalista que Mounier capitaneó, no podrá venir a la existencia si el orden económico actual, por ejemplo, no apoya de manera adecuada los fines personalistas. Puesto que un orden económico personalista constituye una condición necesaria para el establecimiento de una civilización personalista, las ecuaciones económicas no pueden o no deberían ser ignoradas por los pensadores personalistas. Es más, los personalistas tienen la obligación de trabajar en favor de un cambio positivo: siempre que, o en la medida en que, las estructuras económicas traten a la persona como si fuera un objeto personal (como, por ejemplo, simple materia prima para el proceso económico), los personalistas deberían denunciar esas estructuras y abogar por su reemplazamiento por alternativas que estén en mayor acorde con la ética personalista y, por tanto, con la ley natural.

    Pero, ¿qué modelo económico específico deberían apoyar los personalistas?

    A diferencia de la doctrina de la “economía personalista” (así llamada) que hace circular el Instituto Acton, yo no pienso que una versión derechista de la economía mixta –una que tiende hacia los ideales del laissez-faire del capitalismo– sea de ninguna manera suficiente –aun cuando estuviera fortificada por las cualidades personales de una población virtuosa– para proporcionar el tipo de resultados que los personalistas deberían esperar a partir de su asociación económica.

    En realidad, si queremos mirar a la economía a través de unas lentes personalistas, pienso que tendríamos que admitir –dejando al margen cualesquiera cuestiones relacionadas con la ética individual– que en ningún sitio del mundo occidental aparece el fracaso estructural del sistema económico –a la hora de respetar a la persona y servir al auténtico bien común– de manera más evidente que en el caso de los Estados Unidos. Considérese solamente su puritana ética del trabajo; su fracaso sistemático a la hora de reconocer (mucho menos respetar) los legítimos derechos de los trabajadores; su institucionalización del ejercicio del poder sin responsabilidad tanto en las entidades de las corporaciones como en los cuerpos gubernamentales; y, en realidad, su sistemática consagración de todo el conjunto de la sociedad a la religión de Mammon, es decir, la búsqueda y adulación del todopoderoso dólar como fin en sí mismo, tal y como se evidencia a partir de la difusión generalizada de las celebridades adineradas, el consumo conspicuo, y el consumismo despilfarrador como pilares de la “cultura” americana. Para colmo, existe la curiosa tendencia, por parte de muchos americanos, de negar la verdad objetiva (quizás porque carecen de estándares de comparación); esto es, de negar la realidad de que, efectivamente, existen serios problemas éticos con aquello que ellos consideran que es la forma normal de conducir los negocios y de hacer funcionar la economía. Desde una valoración ética y, en realidad, personalista, la economía americana –que es uno de los ejemplos más cercanos que tenemos del ideal del laissez-faire (al menos desde un punto de vista retórico o verbalista, si bien no siempre desde el punto de vista de la realidad práctica)– constituye un abyecto fracaso. Cf. La obsesión puritana de América con el trabajo.

    Pero esta crítica del capitalismo al estilo americano, no tiene como objetivo sugerir que los personalistas debieran, por tanto, abrazar el socialismo, como si eso fuera la única alternativa. En su libro, Jobs of Our Own, Race Mathews señala lo siguiente en relación a las opiniones económicas de dos de los primeros pensadores personalistas: “Maritain y Mounier en particular –partidarios de la escuela de filosofía personalista– vieron tanto al capitalismo como al socialismo estatal como incompatibles con los valores personalistas”. [2] En efecto, un socialismo en toda regla, con su centralización del control sobre la iniciativa económica; su subordinación del individuo al grupo; y las limitaciones que pone a la genuina independencia y libertad económicas, podría decirse que están incluso más alejadas de la dignidad humana que la despersonalización del orden económico capitalista.

    En lugar de estos dos sistemas, que conforman los dos extremos del espectro económico convencional; y en lugar de cualquier mezcla o posición de compromiso entre ellos dos, Matheus señala también que las inquietudes personalistas de Mounier y Maritain parecerían estar implicadas más bien en la línea del distributismo: “Las enseñanzas personalistas de estos preeminentes filósofos católicos franceses, Jacques Maritain y Emmanuel Mounier, fueron ampliamente vistas como defensoras del distributismo.” [3]

    Mientras el capitalismo concentra la posesión privada de la propiedad productiva en manos de pocos, y el socialismo desea reemplazar la posesión privada por una posesión pública o colectiva de un tipo u otro, el distributismo, por su parte, busca la descentralización de la propiedad privada, esto es, hacer propietarios al mayor número de población posible.

    La conexión orgánica entre distributismo y personalismo se encuentra en el hecho de que la “propiedad” es algo apropiado para la persona. Es algo apropiado (esto es, adecuado) e, incluso, en cierto sentido, necesario para cada persona el poseer una propiedad, especialmente propiedad productiva. Por tanto, un sistema económico personalista busca naturalmente conceder a los miembros de una asociación económica el derecho a una propiedad. La propiedad otorga al individuo la independencia, seguridad y liberad económicas, que se adecúan o corresponden con la naturaleza metafísica de las personas, en tanto que seres autoconscientes y autodeterminantes. El distributismo constituye, por tanto, el único tipo de sistema económico que busca –en sus mismas instituciones y convenciones– hacer plena justicia a la naturaleza y dignidad de la persona; del mismo modo que el personalismo, en el plano filosófico, busca hacer en sus investigaciones plena justicia a la persona.

    Los instintos de nuestros personalistas franceses eran, creo yo, verdaderamente correctos: el distributismo, el personalismo y la enseñanza social católica forman todos ellos una misma pieza.

    Uno de los problemas básicos que hay con el distributismo clásico, sin embargo, es que se trata de un sistema de do ut des. Siempre ha de haber un algo por algo, y nunca un algo por nada. En otras palabras, se asume que todos los beneficios económicos han de ser ganados remuneradamente por alguien que en algún lugar esté trabajando muy, muy duro, y que, en consecuencia, no existe nada parecido a una comida gratis (a menos que esta comida gratis lo fuera en forma de renta económica y, por tanto, enteramente ilegítima). En efecto, todos los sistemas económicos existentes y todos los sistemas alternativos con los que estoy familiarizado, son sistemas de do ut des… en completa oposición, podría añadir, con lo que la doctrina cristiana, en relación a la realidad y necesidad de la gracia inmerecida en la vida espiritual, parecería implicar para la organización económica de un verdadero orden social cristiano. [4]

    Afortunadamente, sí hay una alternativa. El Modelo Económico del Crédito Social, desarrollado por el ya fallecido ingeniero británico, Clifford Hugh Doulgas (1879 – 1952), se distingue de todas las demás teorías explicativas defectuosas al encarnar un principio de gratuidad, como parte integrante de lo que la justicia distributiva y las condiciones para la posibilidad de un equilibrio demandan o exigen de la economía moderna industrializada. El reconocimiento de la necesidad de la “gracia” económica como parte del sistema financiero, no es sino una de las razones por las que el Crédito Social ha sido denominado como “Cristianismo Práctico”.

    ¿Cómo es posible este aparente milagro de gracia económica? Por muy irónico que pueda resultar, el actual sistema financiero hace un buen trabajo a la hora de monetizar, como componente de los valores en precios, todas aquellas contribuciones que son hechas al proceso productivo por los factores comunes de producción. Nos estamos refiriendo aquí a tales cosas como los recursos naturales, las plusvalías que se originan a partir de la asociación humana, y la herencia cultural. Estos factores comunes, por cuya virtud cada individuo puede hacer una reivindicación de su parte en el volumen o resultado productivo de la sociedad, se los puede considerar como estando representados (aunque no intencionadamente) por la brecha que existe entre los precios y los ingresos, una brecha que principalmente se debe a la existencia y uso de capital real bajo las reglas estándar de contabilidad industrial del coste. Esa brecha existe precisamente porque, mientras el actual sistema financiero monetiza inadvertidamente los factores comunes de producción como valores en precios dentro de la estructura de precios, simultáneamente no monetiza, en forma de un flujo correspondiente de ingresos al consumidor, las ganancias que deberían derivarse de estos factores comunes.

    La genialidad del Crédito Social está en su propuesta de que, en lugar de depender, como actualmente hacemos, de deuda adicional para poder rellenar la brecha, es justo y conveniente que la brecha sea monetizada a través de la creación de un flujo suficiente de crédito “libre de deuda”. Este crédito compensatorio ha de ser emitido, tanto directa como indirectamente, para el principal beneficio de los consumidores. En consecuencia, una porción de este crédito compensatorio se utilizaría para rebajar los precios minoristas en conformidad con la ratio o tasa de consumo/producción de la economía, mientras que otra proporción sería distribuida como ingreso a cada ciudadano, con independencia de que estuviera o no empleado, en forma de un Dividendo Nacional. La actualmente oscura realidad a la que este dividendo (cuyo poder adquisitivo se vería aumentado por los precios compensados) proporcionaría un efecto iluminador concreto es la siguiente: “debido a la mucha mayor productividad que la moderna tecnología hace posible, simplemente no resultará necesario insistir en que todo adulto corporalmente capacitado tenga que trabajar como requisito previo para concederle acceso a los bienes y servicios.” En efecto, la noción de que “toda riqueza ha de ser ganada remuneradamente” no solamente es inapropiada como condición necesaria para la participación económica, sino que se convierte en una imposibilidad en la medida en que las máquinas están haciendo más y más el trabajo.

    Pero yo argumentaría que la introducción de un principio de gratuidad como principio distributivo, no solamente se requiere o exige en base a una estricta justicia (por muy paradójico que pueda resultar), y en base a una necesidad funcional, sino porque ese principio constituye también un requerimiento personalista.

    Si una economía personalista ha de ser una economía del pueblo, para el pueblo, y por el pueblo (pueblo entendido como el conjunto agregado de individuos, y no como una masa abstracta), entonces ha de tratar al pueblo, en fin, como pueblo, y no como mercancías o simples medios para la consecución de un fin económico impersonal, con independencia de que ese objetivo o meta sea el empleo como fin en sí mismo, la maximización de los beneficios monetarios cueste lo que cueste, o la centralización del poder en manos de una élite oligárquica.

    Pero otra cosa se requiere más allá de estas proscripciones. Pues los personalistas han percibido que la única respuesta apropiada o adecuada para la persona, es decir, la única forma de tratar plenamente al pueblo como pueblo, es a través del don del amor. Por “amor” no me refiero a cualquier sentimentalismo blando o, incluso, a las más nobles respuestas afectivas con las que se asocia a veces dicha palabra, sino más bien a la afirmación del otro en su naturaleza y la promoción, a través de acciones concretas, de su bienestar: “Amor es querer el bien objetivo del otro”.

    Si esto es así, entonces de ahí se sigue que el don económico, el dar algo por nada, es algo también necesario si se quiere que las personas sean tratadas en el plano económico con la dignidad que les es debida. El Crédito Social –y solamente el Crédito Social– busca hacer del don económico una característica real de nuestras estructuras sociales. El Dividendo Nacional, en conjunción con el Descuento Nacional permitiría, en palabras de Mounier, “poner a cada persona en estado de poder vivir como persona, es decir, de poder acceder al máximum de iniciativa, de responsabilidad, de vida espiritual.” Proporcionarían a cada individuo seguridad, independencia y libertad económicas y, quizás, lo que es más importante, oportunidad para el ocio. Es por esta razón por la que el Crédito Social debería ser algo de gran interés para los pensadores personalistas.

    La necesidad de un don económico como debida respuesta hacia la persona, fue reconocido por nada menos que un personalista de la talla de Jacques Maritain, en su libro Humanismo Integral:


    “Es un axioma de la economía burguesa y de la civilización mercantil el que uno obtenga nada por nada… Por el contrario, al menos y en primer lugar en lo que concierne a las primarias necesidades materiales y espirituales del ser humano, resulta adecuado para él recibir el máximo número de cosas posibles a cambio de nada. (…) Que la persona humana sea servida de esta forma en sus necesidades primordiales constituye, después de todo, la condición preliminar de una economía digna de no merecer el nombre de bárbara. Los principios de una economía como esa conducirían a una mejor apreciación del profundo significado y de las raíces esencialmente humanas de la idea de la herencia. (…) de tal forma que cualquier hombre, al entrar en este mundo, pueda efectivamente disfrutar, de alguna forma, de la condición de ser heredero de las generaciones precedentes.” [5]


    Esta civilización personalista alternativa a la que dirigía sus esperanzas Maritain; una civilización que proporcionara a las personas todo lo posible en términos de bienes y servicios a cambio de nada, que se proporcionaran en base a su herencia cultural, es el mismo objetivo respecto del cual el Crédito Social constituye el medio efectivo para su consecución:


    “¿Qué es lo que nos proponemos? ¿Qué es lo que estamos intentando obtener?

    Bueno, ahora, lo presentaré en una forma muy general, tal y como yo lo veo desde un punto de vista.

    Nos estamos esforzando en hacer nacer una NUEVA CIVILIZACIÓN. Estamos haciendo algo que realmente se extiende mucho más allá de los confines de un cambio en el sistema financiero.

    Estamos esperando, a través de varios medios, principalmente el financiero, permitir que la comunidad humana sea capaz de poder salir de un tipo de civilización para entrar en otro tipo de civilización, y el primer y básico requisito para ello, tal y como lo vemos nosotros, es la obtención de una seguridad económica absoluta.” [6]


    En efecto, en comparación con esta visión, el orden económico de do ut des que prevalece hoy día no es más que un barbarismo.




    [1] Emmanuel Mounier, A Personalist Manifesto (London: Longman, Green & Co, 1938), 167.

    [2] Race Mathews, Jobs of Our Own (Irving, Texas: The Distributist Review Press), 181.

    [3] Race Mathews, Jobs of Our Own (Irving, Texas: The Distributist Review Press), 5.

    [4] Como resultado directo, la triste realidad es que este “don gratuito” no está en absoluto estructuralmente enclavado en el actual orden económico. Cualquier cosa ha de ser ganada por uno mismo, o bien tomada a la fuerza (a través de los impuestos redistributivos) de aquellos que tienen la suficiente suerte de ganar un ingreso. Incluso los dones que provienen de la caridad que pueda realizar un individuo o grupo de individuos, presuponen costes que deben deducirse de las ganancias de capital o de trabajo de uno.

    [5] Traducción mía. ''C’est un axiome pour l’économie « bourgeoise » et la civilisation mercantile qu’on a rien pour rien…Bien au contraire, du moins et d’abord pour ce qui concerne les besoins premiers, matériels et spirituels, de l’être humain, il convient qu’on ait pour rien le plus de choses possible. (...) Que la personne humaine soit ainsi servie dans ses nécessités primordiales, ce n’est après tout que la première condition d’une économie qui ne mérite pas le nom de barbare. Les principes d’une telle économie conduiraient à mieux saisir le sens profond et les racines essentiellement humaines de l’idée d’héritage. (…) en telle sorte que tout homme, en entrant en ce monde, puisse effectivement jouir, en quelque façon, de la condition d’héritier des générations précédentes.'' (Jacques Maritain, Humanisme Intégral (Éditions Montaigne: Paris, 1946), 197.

    [6] C. H. Douglas, Major C. H. Douglas Speaks (Sydney: Douglas Social Credit Association, 1933), 84.



    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

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