Puritanismo económico
Fuente: Extractos del libro de Gorham Munson, “La Lámpara de Aladino: La Riqueza del Pueblo Americano” (North American Review, Septiembre 1933)
Puritanismo Económico
Por Gorham Munson
Quien, siendo un exponente de la “nueva economía” [Nota mía. Es decir, del Crédito Social], encuentra la principal resistencia a las ideas del Mayor Douglas en nuestra actitud moral.
Es algo singular que muy poca gente haya descubierto la más grande fortaleza del Puritanismo. El siglo veinte ha sido testigo de una sucesión de incursiones contra los supervivientes de un culto que en Milton adquirió nobleza, y estas incursiones han sido generalmente exitosas. Pero en aquello que ahora constituye la parte más importante de la vida de un hombre, en tanto que es la más obsesionante, el Puritanismo es supremo y casi incuestionado. Las victorias han sido todas de tipo menor. A los detestables censores de libros se les ha hecho retroceder más y más, los Prohibicionistas están de retirada, los modales han recobrado la libertad, el sexo ha perdido su condición de estigma; todo esto ha sido la labor de los hombres de literatura, de los liberales en la vida pública, de los científicos, reforzados mediante el cambio del gusto popular. Pero, salvo pocas excepciones, todos somos Puritanos en economía. Tribulation Wholesome [1] puede retirarse de un campo tras otro y, aún así, regodearse por dentro en tanto en cuanto mantiene su influencia sobre la industria, los negocios y la banca de los hombres, y gobernar sobre todo eso sin que quepa la menor duda. Constituyen su posición clave, y esto no ha cambiado. En la medida en que la industria, los negocios y la banca controlan nuestras vidas, necesariamente estaremos bajo dominio Puritano.
Se sabe ahora que la humanidad posee los medios para vivir muy bien en realidad. Los medios les han sido dados a los hombres en los recursos y fecundidad de su planeta, y en su propio ingenio (ciencia) y fecundidad (invención). Más allá de sueños fantásticos, ellos son realmente ricos en riqueza real; es decir, pueden explotar su planeta y distribuirse a ellos mismos bienes y servicios en cualquier proporción razonable que ellos deseen. Pueden hacerlo, pero se les impide hacerlo. Paradójicamente, viven en necesidad en medio de una abundancia potencial. Esa restricción para los hombres en general constituye una autorrestricción, es Puritana. Es increíble que rara vez se le haya ocurrido a los hombres examinar el carácter ético y psicológico de esta restricción. ¿En qué parte dentro de nosotros se encuentran sus sanciones?
El Puritanismo es un asunto complejo y el término ha sido a menudo ilegítimamente ensanchado y simplificado. Pero existe un consenso acerca de que el legalismo constituye una característica dominante del Puritano. Él es un árido legislador por temperamento. Pero detrás de esta aridez legislativa existe una pasión, a veces llamada voluntad de poder, pero más exactamente se llama voluntad de gobernar. Vive y deja vivir no forma parte del credo del Puritano. Por el contrario, está comprometido de todo corazón en una política de coacción. La historia del Puritanismo es un registro de intentos por coaccionar a otros por caminos estrechos, y de prohibirles todo tipo de “indulgencias”, mal vistas por el legalista. Pues ocurre que el legalista es ascético por temperamento, y de ahí que sus ideas de indulgencia estén muy descarriadas en realidad.
Muchos de nosotros no nos reconoceremos a nosotros mismos en esta descripción. Nos rebelamos contra la multiplicación de las leyes, hemos desarrollado la tolerancia, y objetamos contra los códigos éticos unilaterales, ya sean de puro ascetismo o de puro epicureismo. Pero en nuestras opiniones económicas, ¿somos tan equilibrados en nuestro juicio, tan tolerantes, tan desconfiados de los incentivos y de los castigos como lo somos en nuestras opiniones sobre la religión, la filosofía, el arte y la ciencia?
Se afirma como un hecho por una escuela económica de reputación creciente que puede inaugurarse ahora una edad de plenitud y ocio para todos. Piénsese en lo que esa posibilidad significa, y la cuestión debería emerger con fuerza. Significa que dentro de nuestra vieja sociedad de duro trabajo y escasez de recompensas existe la semilla de una nueva sociedad en donde el trabajo será ejecutado en modo semi-automático y los bienes y el tiempo libre serán distribuidos profusamente a la población. Significa el paso de los látigos y escorpiones económicos y la llegada de la seguridad económica absoluta para todos. Significa, tomando una analogía biológica, que el hombre colectivo no necesita ya más prestar más atención al funcionamiento de su cuerpo físico sino que puede entrar en la vida psicológica; pues en el organismo social nuestros sistemas de industria, negocios y banca, en realidad, no son más que las funciones del metabolismo y no deberían invadir las funciones culturales del organismo.
Una afirmación que pisa los callos de un gran número de prejuicios arraigados es algo que difícilmente pueda imaginarse. Pero aún así, se trata de una afirmación que ha sido presentada sobriamente por un hombre cuyo temperamento es absolutamente conservadora y cuya preparación ha sido científica, y no solamente ha sido presentada como una posibilidad real, sino que la instrumentación para convertirla en realidad ha sido concienzudamente desarrollada. No entraré aquí en la teoría del Crédito Social del que es promotor el Mayor C. H. Douglas de Londres, ni explicaré la técnica por la cual funcionaría. Pero el pasado año en Oxford el Profesor Gustav Cassell hizo la muy interesante declaración de que la base psicológica de la crisis mundial presente la constituye el Puritanismo Americano, y esa declaración proveniente de una fuente semejante debería hacernos pensar en la posibilidad de que el progreso económico esté obstruido más bien a causa de prejuicios morales y estrecheces mentales. Ése constituye mi tema, en todo caso, aunque encuentro las enseñanzas de Douglas las más convenientes para exponer este tema. Las propuestas del Crédito Social ahuyentan a los Puritanos de los edificios económicos actuales más rápido que cualquier otro desafío del que esté informado.
Aquí dejo un bonito ejemplo de Puritano ahuyentado. En el Glasgow Evening Times el pasado año se publicó el plan de proyecto del Mayor Douglas para Escocia, y provocó considerables comentarios. Un banquero escocés escribió al periódico para decir que “si después de las penurias de los pocos años anteriores la gente, de repente, se encontrara ella misma en la opulencia por medio de este proyecto maravilloso, ¿habrá alguna razón para dudar de que ellos seguirán de nuevo los impulsos ya exhibidos por muchos de nosotros, y mostrarán un marcado rechazo hacia el gasto sabio y cauteloso?” A esto contestó el Mayor Douglas: “¿No sería posible organizar Misiones a los Puritanos?”.
Otro ejemplo afianzará el argumento de que existe un conflicto claro entre Puritano y hombre libre envuelto en el progreso de la economía conforme a los lineamientos de una economía de plenitud. Unos cuantos años atrás el Mayor Douglas y su lugarteniente, el editor de Londres, Sr. A. R. Orage, visitaron al Sr. y la Sra. de Sidney Webb para explicarles el programa del Crédito Social acerca de un descuento en el precio de los bienes finales y de dividendos para todos. El Mayor Douglas se refiere a esta entrevista en uno de sus escritos, y dice que la principal objeción de los Webb concernía al objetivo del programa: la concesión de verdadera libertad económica para todo el mundo. Se dice que la Sra. Webb exclamó lo siguiente: “¡Cómo! ¡Bajo el Crédito Social los trabajadores británicos se emborracharán y se corromperán ellos mismos hasta la muerte!”
Existe para muchas personas un sentimiento de pecaminosidad en el espectáculo de personas disfrutando de plenitud material o en el hecho de desearla o en el hecho de pensar que todos podrían conseguir abundancia material siempre y cuando se ideara un mecanismo financiero para distribuir nuestra superabundancia de bienes. Tribulation Wholesome, que llegó al poder en la Época de la Escasez antes de que Watt explotara la energía solar en beneficio del hombre, todavía piensa que no hay suficiente para dar la vuelta a la situación, que aquellos que consiguen una gran porción son unos cochinos, y que el espíritu de uno se va a dormir en cuanto adquiere conforts, comodidades y lujos. Él tiene el sentimiento de que los hombres deberían renunciar a las riquezas, deberían trabajar como caballos y sufrir privaciones, y deberían vivir en un estado de escasez artificial aún cuando la escasez real hubiera sido abolida. Pero el sentido de culpabilidad por las posesiones materiales necesita ser analizado.
Claramente, las posesiones materiales son algo inocente. El que bebe vino no es un borracho, pero el que abusa de él sí. Las debilidades de los hombres no constituyen las propiedades de las cosas. Temer a las cosas, como hace Tribulation Wholesome, supone darles demasiada importancia; supone realmente encumbrar las cosas poniéndolas por encima. El mundo ha cambiado desde aquellos días en que Tribulation Wholesome era un joven compañero. Entonces era cierto que uno tenía que escalar por encima de los demás seres para asegurarse un alto nivel de vida, y era cierto entonces que los privilegiados existían a expensas de la gran mayoría. Los hombres tenían que trabajar largas horas sacando a la fuerza de una obstinada tierra una simple cantidad suficiente para su existencia. ¿Qué más natural que la racionalización, como lo llaman los psicoanalistas, de este estado de cosas? La fatiga y la abnegación fueron santificadas; el ocio y la vida rica fueron denunciadas… con un fuerte toque de envidia. El trabajo y el ahorro fueron el orden prudente del momento. Si uno no trabajaba o ahorraba, entonces se era culpable de vivir a costa de las espaldas de los demás, de una nefanda pereza, de comportamiento antisocial. Uno, en esos casos, se arruinaba con gran estilo o se quedaba en harapos.
Pero ahora existe un común consenso de que el sistema productivo puede satisfacer cualquier demanda razonable que se le haga por la comunidad. En América puede hacer brotar bienes y servicios como para dar a cada uno un nivel de vida al año de veinte mil dólares. Las cosas han perdido, o deberían haber perdido, su valor de escasez y deberían estar disponibles ahora únicamente por su valor de uso. Por tanto, se hace posible tomar una variedad de actitudes ante la cosas. Uno debería tener la posibilidad de elegir una vida simple o la vida de un Creso o cualquier nivel entre ambos. Es una cuestión para cada individuo el decidir de acuerdo con sus gustos y deseos, además de su disponibilidad para hacer ciertos sacrificios para conseguir los niveles más extravagantes. Pero todo esto no tiene nada que ver con algo malo o inicuo. Pues la realidad fáctica de la escasez real ha sido suplantada por la realidad fáctica de la plenitud potencial, y esto ha invalidado las racionalizaciones Puritanas sobre la riqueza material.
Más aún, esta riqueza real, el aumento del ritmo al que los bienes y servicios pueden ser distribuidos, ha sido conseguida gracias a los nuevos esclavos, es decir, nuestras máquinas no humanas. Las horas-hombre en la industria productiva pueden ser reducidas y reducidas y de nuevo reducidas, liberando al hombre para otras formas de obrar que florecen a partir de la condición del ocio. Existen una multitud de tribulaciones saludables en el mundo, pero aquéllas que se concentran en la vida económica pueden ahora ser eliminadas. Ellas son más bien tribulaciones enfermizas. La batalla del hombre contra la inercia psicológica puede ser transferida a otros planos. Pero no será así mientras el hombre, puesto en frente de la máquina y de la plenitud, desconfíe de ambas.
De todo esto se puede extraer una idea general. El Puritano económico desconfía profundamente de lo agradable y glorifica lo doloroso. Despojado por la historia de sus viejos puntos de apoyo, es ahora un defensor del trabajo por el trabajo mismo y de la abstinencia por la abstinencia misma. Esto es así independientemente de que él sea burgués o proletario, como origen de su punto de vista. Léanse las exhortaciones burguesas en este tiempo de crisis y, a continuación, léanse las exhortaciones a la revolución de los proletarios. Consisten en la misma nota de desconfianza hacia lo agradable y la glorificación de lo doloroso. Debemos sacrificarnos, debemos ser personas sufridas, debemos trabajar muy duro para recuperarnos de la depresión: esto es lo que los burgueses nos dicen. No debemos esperar ningún atajo, debemos someternos a una revolución dolorosa y sangrienta, debemos abrirnos camino palmo a palmo mediante métodos de represión y reeducación violenta, dicen sombríamente los proletarios con conciencia de clase. Ninguno de ellos concede que el ingenio del hombre podría encontrar un método más sencillo para distribuir nuestro gran cuerno de la abundancia de riqueza real que mediante un prolongado sacrificio o mediante una guerra civil.
Tomó a los científicos largo tiempo darse cuenta de que ellos tenían un prejuicio en favor de la simplicidad que la realidad no podía compartir. El prejuicio en el pensamiento económico consiste en la creencia de la existencia de tremendas dificultades que hay que conquistar, mientras que la solución al problema económico podría ser, por el contrario, ridículamente sencilla. Mark Twain escribió un cuento sobre un hombre que fue encarcelado durante veinte años y, a continuación, salió descubriendo que la puerta de la celda nunca había sido cerrada con llave. Él había aceptado la hipótesis de que existían dificultades inmensas para poder escapar del mundo aprisionado de hoy; gracias quizás a su tendencia Puritana, él acepta esta hipótesis y no admitirá que podría ser que pudiéramos precisamente salir hacia la libertad económica. No, el camino hacia ella yace sobre minas y alambradas y trincheras.
A pesar de todo, existe más excusa para la actitud recién descrita que para los prejuicios contra la “obtención de algo por nada”. A la gente se le ha enseñado a enorgullecerse de ser capaz de ganarse la vida, y éste es un orgullo legítimo. También se acepta que la recepción de legados no entra en conflicto con este orgullo, pues se entiende que los legados son el resultado de otras personas que se han estado ganando la vida y absteniéndose de consumir, de forma tal que sumas aseadas y ordenadas pudieran ser traspasadas a sus sobrevivientes. Pero ahora permítasenos considerar la siguiente proposición, “obtener algo por nada”, y encontraremos que, si bien no nos asusta hasta el punto de provocar una resistencia irracional en nosotros mismos hacia esa idea, sí que asustará hasta ese punto a otra gente. Existe una objeción aún más divertida que a menudo suele presentarse, aunque rara vez se mencione francamente; es ésta: “Para mí no hay ningún problema en que se pueda obtener algo por nada; soy un hombre con sentido; pero mi vecino, ése que no sirve para nada, sería algo muy malo para él recibir Dividendos Nacionales.”
La propuesta, por el contrario, consiste en Dividendos Nacionales para todo ciudadano. En forma abreviada, el argumento para su existencia se infiere de lo siguiente:
La producción existe para el consumo. Pero el consumo no puede financiarse mediante métodos ortodoxos. Es necesario añadir algo al ingreso nacional que se genera a partir de la participación en la producción, y esto puede hacerse mejor mediante la creación por el Estado de poder adquisitivo y distribuyéndolo directamente a los consumidores en forma de dividendos industriales nacionales. Estos dividendos serán calculados científicamente sobre la base del crédito real de la comunidad, y no serán inflacionarios ya que irán unidos con una regulación del precio. Ahora bien, esto se parece a obtener algo por nada. Pues los dividendos no son un subsidio o una subvención; es decir, nadie es gravado fiscalmente para poder pagarlos, ni tampoco provienen de fondos existentes de poder adquisitivo. Se trata de sumas de dinero recién creadas que se dan a los miembros de la comunidad. Pero realmente ellas no son algo por nada.
En 1827 Friedrich List, el afamado economista alemán, estuvo viviendo en Reading, Pensilvania, y fue muy activo en la Sociedad de Pensilvania para la Promoción de las Fábricas y de las Artes Mecánicas. Él escribió un número de cartas en nombre de su sociedad que fueron publicadas y que ahora son apreciadas como la formulación de los fundamentos del nacionalismo económico. Al atacar a Adam Smith, List objetaba contra las limitadas ideas sobre el capital que el escocés tenía. Existe, decía él, significativamente, un capital de la mente del mismo modo que de la materia productiva. El capital de la mente consistía en “la inteligencia y las condiciones sociales de una nación”. Comprendía “un grado de industria, de instrucción, de emulación, de espíritu emprendedor, de perseverancia… una seguridad de la propiedad, un mercado y consumo de necesidades y de conforts de la vida, y una libertad.” Esta idea se fortaleció con el avance de la ciencia y la tecnología y ahora es familiar para los estudiantes, con el nombre de “estado de las artes industriales”, acuñado por Veblen, y con el nombre de “herencia cultural común”, acuñado por Douglas. El caso es que ninguna persona es dueña de este capital de la mente y nadie puede reivindicarlo como suyo. El capitalista puede reivindicar la propiedad de las herramientas de la producción, el trabajador puede reivindicar la propiedad de su trabajo, y cada uno contribuye a la producción. Pero, ¿quién es dueño de nuestros conocimientos heredados y de las técnicas y procesos que también entran dentro de la producción? Solamente la comunidad puede reivindicar este nuevo factor de producción de riqueza, el capital de la mente, y es a la comunidad a la que deberían ir los dividendos que se fundamentan en su uso. Pues el mayor de todos los factores de producción a día de hoy es justamente esta herencia cultural común.
De esta forma, los Dividendos Nacionales no constituyen en absoluto algo por nada, sino que son la recompensa para esta generación por la abstención de las generaciones pasadas. Aún así, un gran número de gente objeta contra ellos por principio y se vuelven violentos cuando piensan en sus vecinos recibiendo una donación gratis de poder adquisitivo procedente del Estado.
Aquí, pienso yo, golpeamos muy cerca a la forma radical del Puritanismo económico, esa forma que fue manifestada por la Sra. Webb cuando dijo que los trabajadores británicos irían al infierno bajo un régimen de Crédito Social, y que también fue manifestado igualmente por el Dr. Eisler, el reformador monetario, cuando dijo que a él no le gustaría depender de la buena voluntad de alguien para conseguir su taza de café de la mañana. Esta forma básica consiste sencillamente en la desconfianza hacia los propios compañeros. Un extremo consiste en el optimismo rousseauniano sobre los hombres, la creencia exagerada en la bondad natural del hombre. Tiñó los primeros experimentos de la democracia política. Ha sido desacreditado. El otro extremo es la desconfianza Puritana hacia el hombre, la creencia exagerada en la maldad natural del hombre. Está afianzado en nuestro sistema económico. Ya es hora de que lo hagamos explosionar.
Los economistas Puritanos sostienen que los hombres son tan incorregiblemente perezosos que deben ser estimulados siempre a trabajar. A menos que se les obligue a trabajar, ellos no lo harán. Sostienen que el sistema industrial debería ser un instrumento de coerción social, una forma de gobernanza moral. Ellos miran al ocio como una maravillosa oportunidad para el Diablo. Satanás encuentra malicias para las manos ociosas. Ellos sienten que los hombres no merecen la libertad, y que no deberían tenerla aún incluso cuando la merecieran. El infierno sería dejado libre si los hombres no caminaran con miedo a la indigencia.
Es razonable suponer que la verdad acerca del hombre radica en alguna parte entre los extremos de la cruel desconfianza Puritana y la tonta credulidad rousseauniana. Nadie negará que las condiciones económicas injustas y degradantes hacen a los hombres como bestias, pero las condiciones pueden ser cambiadas, eliminando una gran cantidad de tensiones y ansiedades sin sentido, disminuyendo la necesidad de emborracharse y de acudir al crimen, creando una ambiente favorable para los impulsos más loables de los hombres. Nuestra experiencia de la humanidad es, después de todo, limitada. La vida continúa siendo un experimento, y el experimento de la democracia económica no se ha intentado nunca.
No, no ha sido intentado por los comunistas. Existe un Puritanismo capitalista en economía, pero también existe una Puritanismo comunista. Tanto el capitalista como el comunista creen en una política de coacción. El Puritanismo capitalista se basa en la premisa de que los hombres deben trabajar para ganar poder adquisitivo, definiéndose el trabajo como empleo en el sistema productivo. Excelente premisa para otras épocas, pero es que los hombres han experimentado rápidamente la Edad de la Máquina y han entrado ahora, desconcertados, en la Edad de la Energía. Están dispuestos a tomar trabajos, pero la energía ha abolido los trabajos, cortando así a los hombres el acceso al trabajo productivo en el sentido capitalista. ¿Por qué entonces no se hace, por mutuo consenso y de manera inmediata, un ajuste en la economía financiera para adecuarla a la Edad de la Energía? La respuesta es que tal ajuste es bloqueado por el Puritanismo capitalista, una reliquia de la Edad de la Escasez. Un cambio en el sistema financiero que otorgaría poder adquisitivo a la comunidad con independencia del empleo, amenaza el sistema de penas y recompensas entrelazado con la técnica de producción y distribución de bienes y servicios. La industria no posee sólo ahora el simple objetivo técnico de suministrar los bienes con la máxima eficiencia y el mínimo esfuerzo, sino que también debe recompensar con riquezas y castigar con pobreza igualmente. Los hombres son coaccionados a trabajar apelando potentemente a las razones de la codicia y el miedo; pero en nuestra nueva edad, son conducidos en masas contra puertas cerradas en donde cuelgan pancartas que dicen “No se Necesita Ayuda”. ¡Ingresos inadecuados para todos y sálvese quien pueda! Recompensas para los más fuertes, los más astutos, los más serviles y los más afortunados; penas, merecidas o inmerecidas, para el resto. Se trata de un método tosco y anticuado de control social, y no puede durar (aunque el cambio puede ser retrogresivo y para lo peor).
Por Puritanismo comunista no se quiere dar a entender simplemente el obvio elemento religioso sectario existente en el comunismo, el cual muchos lo han hecho notar, Berdiaeff y A. J. Penty más fuertemente que todos. Casi todos reconocen en las actitudes características que el comunista de hoy tiene hacia el arte, hacia el juego libre de la mente, hacia las comodidades, hacia el ocio, el antiguo odio Puritano contra la expresión de la individualidad humana. Igual que el Puritano, el comunista es un fanático doctrinario impaciente con la naturaleza humana tal y como él la encuentra, y está determinado a forzarla dentro de un patrón prescrito. Su solución, tal y como el Mayor Douglas advirtió hace más de diez años, exige la centralización de la administración y una organización mediante la cual los individuos puedan ser coaccionados a trabajar, a luchar, etc. “La máquina debe ser más fuerte que el hombre.” El severo legalista a la palestra de nuevo.
Pero todo esto sólo es la parte delantera del Puritanismo económico. Debemos penetrar en la esencia del asunto, que consiste en el rechazo a admitir que “el problema del paro” consiste realmente en el problema del ocio no remunerado. El ocio remunerado genera una ciudadanía económicamente libre, y es digno de ser notado que la propaganda comunista hace hincapié únicamente en la redistribución del ingreso existente y en el empleo para los parados y no, permítasenos decir, en los dividendos para todos y en la continua ampliación del número de personas en estado de ocio. El comunismo está dominado por un complejo de escasez, y si bien Marx no previó la primera revolución comunista en una nación industrialmente atrasada, resulta fácil ver por qué la revolución debía haber ocurrido en un país como Rusia en lugar de en Inglaterra. Porque el problema ruso es del siglo XIX y pertenece a la recientemente terminada Edad de la Máquina. Es el problema de llevar la energía productiva hasta el nivel del consumo, lo cual constituye el reverso del problema de las naciones avanzadas dentro de la Edad de la Energía, las cuales deben igualar el consumo con la producción tremendamente aumentada.
La mente moderna debe despejarse ella misma de los prejuicios heredados acerca del trabajo y el ocio. Específicamente, debe eliminar y sacar fuera de la producción los criterios pseudomorales, y debe aplicar la verdadera moral a la distribución de los frutos de la industria.
La gran cuestión de nuestra era es, ¿triunfará el espíritu de reforma económica o reunirá fuerzas el nuevo espíritu de renacimiento económico y superará el espíritu de clase de aquella reforma? Parece apropiado asociar aquella reforma en sus formas más extremas con el celo del fascista y del comunista, aunque no con su adoración de la autoridad del Estado, y asociar aquel renacimiento con aquellos defensores de las libertades económicas [2] tales como los de la escuela de Douglas y, en menor medida, los del grupo Distributista de Belloc-Chesterton. Los precursores del nuevo espíritu de renacimiento económico han comprendido, para empezar, la realidad fáctica de la plenitud material para todo el mundo. Lo han comprendido emocional e imaginativamente; resulta tan gráfico para ellos como lo es el hecho de que a un hombre pobre, que mediante una batalla legal puede asegurarse una fortuna de, digamos, cien mil dólares, le sean injustamente retenidos. La convicción de una abundancia para todos sienta las bases para disponer el ánimo a la generosidad y la magnanimidad. Abre nuevas vistas para el desarrollo de la raza humana. Es un signo de que un gran problema, el problema de la producción, ha sido resuelto.
Trátese de concebir lo que esto significa. Significa que se ha dado en la vida social un gran paso como el que ocurrió en aquel primer hombre cuyo cuerpo comenzó a funcionar semi-automáticamente, permitiendo a su mente fijarse en otras preocupaciones que no fueran las de tipo corporal. Significa que el problema es simplemente de distribución, es decir, es simplemente un problema de dinero. Este problema debe ser considerado de nuevo; el descubrimiento de nuevos problemas, la emoción de realizar nuevas aproximaciones al problema, la fuerza de nuevas ideas-clave, todo esto genera la excitación por un nuevo renacimiento.
Pero el problema del dinero debe ser abordado con un espíritu científico. Las emociones irrelevantes y las presuposiciones morales deben ser excluidas. Debe examinarse conforme a la vía baconiana de considerar los problemas físicos. Esto también está en la clave de este renacimiento. Se ejemplifica hoy en día más por hombres como el ganador del premio Nobel de química, Frederick Soddy, y el ingeniero C. H. Douglas, que por los economistas profesionales perdidos en un laberinto de abstracciones ajeno a las realidades físicas. Es en la parte del dinero en donde el espíritu de aventura se encuentra hoy en día más en su lugar.
Asociado a la revolución monetaria, se encuentran también el renacimiento tradicional de los valores de la libertad, el ocio y la cultura. Si se diera ahora seguridad económica, el individuo experimentaría un sentido de libertad, sería capaz de iniciar sus propias actividades, sus intereses culturales emergerían a la superficie. Sería capaz de sumergir su vida de negocios, sus actividades dirigidas a la obtención de los medios de existencia; tales actividades se convertirían únicamente en una de sus funciones y no serían tan completamente absorbentes. El objetivo de la reforma monetaria radical es dar seguridad económica a todos, y reproducir a escala social el mismo cambio que se produce en un individuo que ha heredado una fortuna.
¿Algunas personas harán mal uso de sus nuevos medios para disfrutar de la existencia? Por supuesto. ¿No se puede confiar en la política de incentivos para trabajar? Existe una buena evidencia de que sí se puede. ¿Las cosas se irán a la ruina? Posiblemente, pero no probablemente. Existe un riesgo. Pero el espíritu de renacimiento asume riesgos. Quedarse parado es decaer. El mundo hoy en día es una gigantesca demostración de que no podemos quedarnos quietos y de que existen únicamente dos caminos por los que moverse; o bien a lo largo de la dirección indicada por el Puritanismo económico, con su política de restricciones y su evangelio del trabajo, o bien a lo largo de la dirección prevista por los defensores de las libertades monetarias, con sus primeros proyectos de una política de incentivo y su afirmación cardinal sobre el valor del ocio. A los slogans de los Puritanos económicos, ellos oponen el grito de ¡poder adquisitivo adecuado para todos y que le zurzan al tonto que no quiera! Los mecanismos técnicos para la libertad económica están, como dije, fuera del ámbito de este artículo. Pero como preliminar para su estudio nada puede ser mejor que percibir en cuán medida nuestro pensamiento sobre economía se encuentra atravesado por los disparos de las presunciones Puritanas. Tener conciencia de ellas hará limpiar la mente para la fría consideración técnica que ésta debe dar a los cambios propuestos.
[1] Nota mía. Literalmente “Tribulación Saludable”. Personaje de la obra teatral de Ben Jonson, “El Alquimista” (1610), el cual, como pastor anabaptista de Amsterdam, representa la típica mentalidad puritana.
[2] Nota mía. En el original dice “economic libertarians”. Lo he traducido como “defensores de las libertades económicas” y no como “libertarios económicos”, ya que este último término podría llevar a la confusión de que el autor quisiera hacer referencia a un grupo político-económico conservatista estadounidense de la posguerra, cosa que no tiene nada que ver con la idea expresada por el autor (más aún si se tiene en cuenta que la filosofía político-social-económica tanto del Crédito Social como del Distributismo, a las que hace referencia el autor, es diametralmente opuesta a la que pregonarían los defensores de la llamada escuela libertaria, que se desarrolló, como digo, mucho después de la redacción de este artículo sobre el puritanismo de Gorham Munson).
Texto original en inglés.
Visto en: THE AUSTRALIAN LEAGUE OF RIGHTS
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