Fuente: The Social Crediter, Vol. 46, Nº. 26, Sábado 25 de Marzo de 1967, páginas 1 y 4.

Visto en: SOCIAL CREDIT.AU




Los Planificadores: ¿Constructores o Destructores?

Por C. H. Douglas

(Originalmente publicado en The Social Crediter, 4 de Enero de 1941)



Lord Elton, uno de esos Obreros cuyo Aprendizaje fue desarrollado en los institutos Rugby y Balliol, y que combina apaciblemente filiaciones izquierdistas junto con la Secretaría de The Rhodes Trust, nos ha estado contando que el Nuevo Orden –Edición Británica– ya está con nosotros, y que sus principales características son fácilmente observables.

Mi primera reacción a esta interesante –aunque no novedosa, en realidad– declaración fue igual a la de la chiquilla a la que se le pidió que contemplara a su nuevo hermanito recién nacido: “Espero que lo hayas adquirido previa prueba, mami, porque yo no pienso que se vaya a adaptar.” Mi segundo y, quizás, más relevante pensamiento fue el de que, o bien aquellos poderes a los que Disraeli (¿y quién podía conocerlos mejor?) se refería, como verdaderos gobernantes del mundo, se están volviendo descuidados, o bien se están poniendo nerviosos.

Resulta razonablemente cierto que la inmensa influencia que ha sido ejercida por organizaciones tales como la finanza internacional y la Francmasonería ha dependido, en el pasado, primariamente de una bien disimulada conspiración. La técnica de la actividad bancaria nunca ha sido la que ella pretendía que era, del mismo modo que la Francmasonería no tiene como sus verdaderos objetivos nada de lo revelado a las grandes masas de sus neófitos incautos.

Pero ningún observador inteligente ordinario puede dejar de advertir la aparición de un grupo organizado en todo país con importancia estratégica, que anuncia que el Nuevo Orden está sobre nosotros. A decir verdad, la mayoría de nosotros nos encontraríamos con serias dificultades si se nos pidiera indicar con precisión los objetivos de guerra de Alemania o Gran Bretaña, proclamados, digamos, por Hitler para Alemania, y Mr. Anthony Eden para Gran Bretaña, en caso de que no se nos permitiera usar esa expresión.

No la misma marca, por supuesto; o con los mismos Directores. Dios mío, no. Pero, bajo examen detallado, mostrando ambos una muy destacable madurez en su preparación.

A pesar de todo, supongo que si al inglés o alemán medio se le hubiera preguntado hace unos pocos años si querían un ejército de funcionarios, a todos los efectos pagado por él, para planear un Nuevo Orden para él, la contestación habría sido instantánea, y muy probablemente ofensiva. Sin embargo, en esencia, ésta se habría reducido a una afirmación incondicional de que lo que él querría sobre todas las demás cosas sería que se le permitiera hacer una pequeña planificación para sí mismo. Tan inequívocamente evidente era este sentimiento que la organización del Sr. Moses Israel Sieff, la P.E.P., se vio impulsada a confesar que, “Solamente en tiempos de guerra, o bajo amenaza de guerra, puede el Gobierno Británico ser persuadido para embarcarse en una Planificación exhaustiva.” De manera similar, la población alemana fue persuadida para que se convirtiera, en efecto, en una edición en gigante de Port Sunlight, o de las colonias industriales del Sr. Henry Ford, bajo amenaza de guerra.

Hoy día, a un buen número de gente, incluyéndome a mi, nos ha costado no pocos dolores demostrar que el separar la guerra del sistema económico –y, en particular, del sistema de crédito monopolístico, bajo el cual todos los países del mundo sin excepción llevan a cabo sus tareas– constituye un proceso del mismo orden de inteligencia que el de aquél que separa los granos de la enfermedad de sarampión. Es muy cierto que las Estaciones de Radiodifusión alemanas, desde el comienzo de la presente fase de la guerra, han extendido una gran cantidad de incisiva, enérgica y razonable crítica exacta acerca del monopolio internacional del crédito y su relación con la formación de la guerra. Pero su tema principal todavía sigue siendo el evangelio del trabajo: del trabajo económico; y la consecuente necesidad del Lebensraum alemán, para así hacer y absorber trabajo. Lord Elton, por su parte, explica que el Nuevo Orden no proporcionará igualdad en sí, sino más bien igualdad de oportunidades. ¿Para qué? Para competir por los lugares dejados a elección en una Economía Planificada del trabajo. Y el Times nos cuenta que la Nueva Libertad será, no libertad con respecto a las intervenciones o ingerencias (con lo cual podemos deducir que habrá todavía más ingerencias), sino libertad para trabajar. Hasta donde yo sé, el Esclavo fue siempre libre para trabajar.

Supongo que no es necesario que recapitule todos los argumentos de los últimos veinte años, todos los cuales podrían colectivamente designarse como la tesis de la Pobreza en medio de la Abundancia. Todos los que nos tomamos un interés en estas materias sabemos muy bien que el consciente y persistente sabotaje y mala dirección de la producción ha sido el rasgo económico característico de ese periodo, junto con todo mecanismo de tributación agobiante que pudiera ayudar a reducir el número de individuos económicamente independientes, y de esta forma forzar a todavía muchos más de ellos a introducirse en un ya superpoblado Mercado de Trabajo. Está más allá de toda discusión que la política que se ha seguido conscientemente es aquélla en la cual se trata de hacer universal la ocupación, no la que trata de producir riqueza con el mínimo de trabajo.

La fase militar de esta lucha en la que estamos enfrascados en el momento presente, aparece representada como siendo debida a Hitler, o a Mussolini, o a Churchill. ¿Cualquier persona cuerda cree que el Socialismo –que, en su rasgo principal de Estado omnipotente, resulta común a Alemania, Italia y Gran Bretaña, y que por su misma naturaleza se desarrolla mejor en la ilimitada orgía de la producción de guerra– puede solamente vomitar a un Hitler, a un Mussolini, a un Stalin o a un Churchill?

Quizás pueda emerger a partir de la consideración de estas cosas que, no solamente se anticipó confiadamente el método militar de sabotaje, sino que también fue deseado, y todavía sigue siendo deseado como un requisito para la atmósfera de coerción en el que el Nuevo Orden, “cuyos principales rasgos ya están con nosotros”, podría ser instalado y ser apoyado mediante una fuerza irresistible.

Ahora bien, puedo fácilmente imaginarme que –a pesar de los indicios que pueden encontrarse en Disraeli, y en otras muchas bien informadas fuentes de información– la idea de una organización misteriosa y perpetua, trabajando constantemente para moldear los sistemas económico y social para adecuarlos a sus propios objetivos, pueda ser considerada como meramente romántica, por no decir de flojos mentales. Existe, sin embargo, como mínimo, un rasgo de la historia que puede verificarse fácilmente: un rasgo a la vez curioso y difícil de explicar al margen de la existencia de una fuerza oculta. Y éste consiste en la invariable aparición de alguna clase –o muchas clases– de misticismo, como precursor de una revolución. En el caso de Cromwell, fue una horda de fanáticos medio locos con sus peculiares interpretaciones de los pasajes más sangrientos y desagradables del Antiguo Testamento.

Al tiempo de la Revolución Francesa, el país fue barrido por la propaganda de la Edad de la Razón: igual de mística e igualmente poco entendida por sus neófitos incautos, como lo fueron los delirios apocalípticos de los predicadores calvinistas de Cromwell. La tragedia rusa de 1917 fue finalmente consumada a través de la acción del mago negro Rasputin.

Durante los pasados años, Gran Bretaña ha sido inundada con Creyentes en profecías de las Pirámides, Ligas de Servidores del Mundo, y otras oscuras Confraternidades. [*]

Algunas de éstas cuentan a sus miembros por millones, y se anuncian a gran escala en los periódicos de gran circulación, los cuales son altamente selectivos en su aceptación de anuncios publicitarios. Otras son menos llamativas. Sus aparentes principales oficiales son generalmente creyentes simples y sinceros en las doctrinas que propagan, las cuales, con independencia de cualquier otra cosa en que puedan diferir, siempre poseen dos factores en común. Tienden a paralizar el juicio sugiriendo que los acontecimientos son inevitables. Y siempre y cuando se les permite popularizarse, nunca critican la actividad bancaria, la Francmasonería o los judíos. Principalmente, lo que se insinúa es que un cuerpo de personas sabias, un conjunto de Hermanos Mayores, está velando por nosotros, y que ellos son responsables de estos Nuevos Órdenes periódicos, y que deberíamos aceptarles con agradecimiento, y ayudarles, sin entenderlos, en sus objetivos.

Ahora bien, pienso que no hace ningún daño el hecho de postular la existencia de estos secretos Moldeadores del Destino, si se hace solamente para inferir su carácter a partir de sus obras. El Nuevo Orden de Cromwell (sin duda uno habrá notado la constante interpolación de Cromwell como sujeto de admiración en el último año aproximadamente) comenzó a través de vandalismos de todos los tipos posibles: cualquier cosa con belleza fue salvajemente atacada, mutilada o destruida. Con el lamentable interregno de la Restauración, ésta fue seguida a continuación por la Economía Whig: trabajo infantil, Sistema de Fábricas, la destrucción de la campiña en las preciosas Lancashire, Staffordshire y Cheshire. A continuación vino la Revolución Francesa, de la cual reconocen abiertamente los Francmasones Continentales el haber sido los organizadores. El mismo ataque salvaje sobre la belleza y la cultura. Cualesquiera que fueran las faltas que la aristocracia francesa pudo haber tenido como clase, ella ciertamente era, medida con cualquier estándar, más admirable que Danton, Robespierre y los “sansculottes”. Eran más embellecedores, tenían una vívida concepción de la gracia de la vida, y murieron más bravamente. La Francia que siguió a continuación a la revolución fue devastada por la guerra, y después, y hasta el presente día, ha sido el modelo para todo tipo de corrupción y desgobierno financiero y político.

Hacia el mismo periodo, se hizo un desesperado esfuerzo por producir ese mismo estado de cosas en Inglaterra y, de esta forma, completar el trabajo de Cromwell. Los Disturbios Cartistas y de Peterloo, y los Hambrientos Años Cuarenta, pueden todos ellos remontarse en última instancia, sin ninguna dificultad, a la Finanza del Sistema de Patrón Oro y a aquellas organizaciones internacionales que eran depositarias de sus Secretos. En 1848 Alemania cayó bajo la misma influencia: y así nació la Alemania que ha sido, y es, la Peste de Europa. De Rusia, Austria e Italia, sabemos bien la historia.

Lo que estoy insinuando son dos cosas. En primer lugar, si estos Maestros de la Sabiduría han de ser juzgados por sus obras, entonces se observa que toda intervención que han realizado en los asuntos humanos viene marcada por un odio del ocio cultural, por una total destrucción de lo mejor que una imperfecta humanidad ha sido capaz de desarrollar, unida a un resuelto esfuerzo de nivelar por lo bajo para así prevenir cualquier elevación de nivel, así como un incremento en el Poder del Dinero. Y en segundo lugar, estos resultados se han logrado mediante métodos que creo yo que son probablemente para conseguir, si se persistiera en ellos, la destrucción final de toda Sociedad organizada.

La característica fundamental de estos métodos es la falsedad. “Liberte, Egalite, Fraternite.” “El interés del individuo debe ceder el paso al interés público,” “Una Guerra para hacer al mundo seguro para la Democracia,” (Me abstengo de citar del actual aluvión).

El Gran Crítico de los Asuntos del Mundo dijo, “Por sus obras, los conoceréis.” No creo que exista ninguna otra prueba más sólida. Y lo característico de esas obras es que el fin justifica los medios, todos los cuales están demostradamente encarados o dirigidos hacia la esclavitud final de la raza humana.


[*] No habrá escapado a la atención de nuestros lectores el hecho de que el actual misticismo, que acompaña a la revolución permanente, consiste en la elevación de la “ciencia” a una posición virtualmente sobrenatural. “Un pastel en el cielo cuando mueras” [“A pie in the sky when you die”] se ha convertido ahora en la promesa inminente que se cumplirá al poblar, primero los planetas más cercanos, y poco después los más distantes; desde donde, sin duda, se organizarán expediciones a otros sistemas estelares. ¿Qué objetivo más beneficioso de esclavitud universal se podría haber ideado o incluso imaginado?

– Editor, T.S.C.