Fuente: Social Justice, 6 de Junio de 1938, página 15.
EL CAMINO DE SALIDA
Por Hilaire Belloc
En los primeros trece artículos de esta serie, el Sr. Belloc ha tratado de los males sociales intolerables que el capitalismo industrial ha producido. Ahora se vuelve hacia los remedios: verdaderos y falsos.
Hay cuatro propuestas principales ofrecidas para poner las cosas en su sitio otra vez, y para encontrar nuestro camino de salida del espantoso estado en que hemos caído. Las tres primeras son falsos remedios, la cuarta es el verdadero remedio, que consiste en la restauración de la propiedad, la edificación de la libertad económica para las masas de hombres, y la recreación de aquella independencia de la familia que el capitalismo industrial ha destruido. La mayor parte de esta serie tratará en detalle el verdadero remedio, la restauración de la propiedad; pero, antes que nada, debemos examinar los falsos remedios. Es urgente que los debamos examinar, pues se está clamando por su puesta en práctica, y cuanto peor y más falsos sean, mayor será su atracción.
Estos tres remedios son, en orden a su falsedad y su imperfección: en primer lugar, el Comunismo, que es el peor; en segundo lugar, el aseguramiento del capitalismo por el Estado; y en tercer lugar, ese muy interesante y bien conocido, aunque ilusorio, esquema denominado Crédito Nacional. Voy a ocuparme de cada uno de éstos sucesivamente antes de hablar de cómo alcanzar el verdadero remedio de la propiedad, combinado con un sistema gremial y con el control de los monopolios por el Estado.
El Comunismo hace un llamamiento violento y directo porque es “radical”, en el sentido original de la palabra “radical”, que significa “ir a la raíz”. El Comunismo va a la raíz del asunto. Propone liberarse de un golpe de todos los males de los cuales sufre el proletariado industrializado moderno. El hombre a quien la presión de esas condiciones ha hecho la vida intolerable, se agarra al remedio comunista como un hombre que se muriese de sed se agarraría a una jarra de agua con aspecto cristalino… sin saber que estaba envenenada. El llamamiento del Comunismo es tan inmediato, tan llano, tan comprehensible a cualquier inteligencia, y tan completo, que, allí donde existe el capitalismo industrial, los hombres acuden en tropel a él. La idea despierta el entusiasmo en los oprimidos, y los hombres son preparados a consagrarse a ella como a una nueva religión.
Pronto veremos por qué, a pesar de estas ventajas, el Comunismo no sólo ha de ser condenado con la simple moral y el sentido común, sino también por qué está ya en el camino hacia un fracaso parcial.
El segundo falso remedio –el capitalismo asegurado por el Estado– es de una gran importancia, porque se está aplicando cada vez más y más en Inglaterra, siendo Inglaterra el primer país que dio nacimiento al capitalismo industrial, el país cuya lengua cubre una gran parte de la Tierra, y el país que se presta más que cualquier otro a exitosos experimentos políticos. Este falso remedio ha echado raíces también en Inglaterra porque es el país en que, más que cualquier otro, los hombres están preparados para obedecer leyes en cuya elaboración han tenido poca o ninguna parte.
No es fácil encontrar un nombre para este segundo falso remedio, ya que, aunque ya está en plena marcha a este lado del Atlántico [1], no se le ha dado un título oficial [2]; pero debemos darle un nombre si hemos de ocuparnos algo de él: llamémoslo “Capitalismo Asegurado”. No es Socialismo Estatal (como a menudo se le llama), aunque viene acompañado de muchos rasgos del Socialismo Estatal.
Lo característico de este segundo falso remedio, tanto en su motivación como en sus planes, es la salvación del capitalismo mediante ciertas reformas que se espera que lo harán estable y permanente; siendo la más importante de estas reformas, el mantenimiento del proletariado desempleado a través de los impuestos.
Los evidentes males del capitalismo industrial moderno, los males que son apreciables por todas sus víctimas y que más agudamente se sienten, son los de la inseguridad y la insuficiencia. Del capitalismo industrial, definiéndose como una condición en la que la riqueza es producida mediante instrumentos cuya dirección corresponde a una minoría rica y no a los trabajadores que usan esos instrumentos, se sigue todo aquel conjunto de males que hemos estado describiendo y anunciando en estos artículos. De estos males, repito, los más obvios, que millones de personas han experimentado y de los cuales violentamente se han resentido, son la insuficiencia de sustento y la inseguridad aun de ese sustento insuficiente. Es difícil decir cuál de estos dos males es el más desesperante; cada uno de ellos ha llevado a las masas de hombres al borde de la revolución, y los dos combinados están haciendo imposible la vida en los países industrializados.
Ahora bien, el capitalismo “asegurado” o “garantizado por el Estado”, es un sistema en donde estos dos obvios e inmediatos males desaparecen. La inseguridad desaparece porque el sustento de cada ciudadano está garantizado por el Estado en una cierta proporción fijada. Encontramos, una vez que el sistema está completo (como ya está casi completo en Gran Bretaña), que la única diferencia entre el empleado y el desempleado es que el empleado podría tener (no siempre lo tiene) más para subsistir que el desempleado. También desaparece la insuficiencia, al menos en teoría, pues la asistencia pública dada a las familias que no pueden obtener salarios, se calcula sobre un cierto mínimo, al que se le supone suficiente para mantener vestidos y alimentados y cobijados a los hombres.
Pero el capitalismo “asegurado” o “garantizado por el Estado”, capitalismo en su nuevo estado reformado, continúa manifestando el mal espiritual original conexo a todo capitalismo, mal que consiste en el mal uso de la propiedad; el poder especial de una pequeña clase de ciudadanos, fuertes por medio de ningún otro instrumento distinto a su riqueza; y la explotación de las masas de hombres por patronos a los que no deben lealtad alguna y con los que no tienen lazo espiritual alguno.
Cuando vengamos a estudiar en detalle este remedio propuesto de “capitalismo garantizado”, habremos de ver a qué males finales conduce este gran mal espiritual del capitalismo, por más asegurado que estuviera el sustento de la gente bajo él.
El tercer falso remedio es el menos malo y también el más interesante. Es el remedio llamado “Crédito Nacional”. Está asociado con el nombre de su brillante original expositor, a quien bien se le podría llamar su descubridor, el Mayor Douglas, y, por tanto, a menudo se le llama “El Esquema Douglas de Crédito Nacional”.
La idea central de esta reforma es la de comprobar el poder productivo total de la comunidad, y, entonces, distribuir a todos los miembros de la comunidad tickets de crédito que les proporcionará poder adquisitivo equivalente a la producción total posible. Suponiendo que en una comunidad hubiese existencias de materias primas e instalaciones capaces de producir bienes por valor de cien mil millones de dólares, y que la comunidad estuviese realmente produciendo sólo por valor de cincuenta mil millones, habría margen para otros cincuenta mil millones que no existen, pero que podrían ser llamados a la existencia mediante la presentación por los ciudadanos de sus tickets como pago por los bienes que desean [3].
Cómo se propone hacer funcionar este esquema, los habremos de ver más tarde cuando vengamos a considerarlo en detalle [4]. Por el momento, será suficiente con decir que posee la gran ventaja, en relación con los otros dos, de que no explota a los hombres ni los degrada. No hay nada servil en él. El hombre con su ticket de crédito al final de la semana, dándole poder adquisitivo por encima de sus salarios regulares, suficiente para comprar, digamos, un buen abrigo, hace su elección del artículo tan libremente como el hombre más rico que estuviese comprando lo mismo bajo nuestras actuales condiciones. El asalariado vivirá (de acuerdo con los defensores del Esquema de Crédito Nacional) de la misma manera que lo hacía antes, pero con sólo esta diferencia: que él tendrá un ingreso mucho más satisfactorio mediante la tenencia de un poder adquisitivo más grande y regular.
Como habremos de ver, cuando vengamos a los detalles de este esquema unos pocos artículos más adelante, hay mucho que decirse contra él, y ésa es la razón por la que lo he llamado falso remedio; pero no es falso en el sentido de que sea una mala moral o inhumano. No roba a nadie; no oprime en teoría a nadie. Ni siquiera ordena algo a nadie.
Aquí, pues, tenemos los tres principales remedios propuestos: 1. Comunismo; 2. Capitalismo Asegurado, o Garantizado; 3. Crédito Nacional. Ahora vayamos a cada uno de éstos sucesivamente, y veamos por qué los hemos llamado falsos remedios.
[1] Nota mía. Se refiere a Gran Bretaña de esta forma, porque la revista Social Justice para la que escribe el artículo es una revista estadounidense.
[2] Nota mía. A este tipo de política económica, propia y característica del llamado mundo occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis económica de principios de la década de los ´70, se la conoce comúnmente con el nombre de política keynesiana o keynesianismo, en honor a uno de sus principales fundadores y promotores: el economista británico John Maynard Keynes.
[3] Nota mía. Desgraciadamente, esta presentación esquemática del Crédito Social hecha por Belloc, no sólo es bastante pobre, sino que además es totalmente falsa y errónea.
[4] Nota mía. En realidad, Belloc no volvió a ocuparse del Crédito Social en el resto de artículos de esta serie publicada en la revista Social Justice.
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Última edición por Martin Ant; 06/07/2020 a las 19:48
Fuente: Social Justice, 11 de Julio de 1938, página 4.
EL CAMINO DE SALIDA
CAPITALISMO ASEGURADO
Por Hilaire Belloc
La esclavitud de los hombres al Estado bajo los paliativos de la Seguridad Social en una Economía Planificada, es tan malo como el Comunismo.
El Capitalismo Industrial es producto de dos cosas que actúan conjuntamente: una buena, y una mala. La buena es la libertad política; la mala es la indigencia, es decir, la falta de propiedad en las masas.
La libertad política presupone que todos los ciudadanos son iguales y libres para elegir y ordenar sus propias vidas. Por tanto, sólo pueden estar obligados a prestar servicios por contrato. No hay esclavitud alguna. La indigencia que afecta a la mayor parte de los ciudadanos –es decir, un estado de sociedad en el que la mayoría de los ciudadanos no poseen nada– deja a la masa familias a merced de la minoría que posee el capital: esto es, la comida, la ropa, las viviendas, etc., por el solo cual puede vivir el hombre. El indigente está legalmente atado por su contrato al capitalista, por quien se ha comprometido a trabajar a cambio de un salario. Él es libre de no trabajar para ese patrón; pero es sólo libertad para morirse de hambre. Es más, la minoría que posee, no está bajo obligación ninguna para emplear a la mayoría que son indigentes. De esta combinación de libertad e indigencia se siguen las propias malas consecuencias del Capitalismo Industrial, el cual se ha hecho intolerable y amenaza trastornar toda nuestra civilización.
Vimos que el Comunismo era un remedio inmediato obvio para tales males; pues el Comunismo proponía liberarse de la inseguridad e insuficiencia: las condiciones intolerables adjuntas al Capitalismo Industrial; pero únicamente lo hace a expensas de destruir la libertad. Hace a todos los hombres esclavos de los funcionarios del Estado. Es inhumano, y un remedio peor que la enfermedad.
Ahora hay otro remedio que, no sólo ha sido sugerido, sino que se ha puesto en práctica; ya ha tomado profundas raíces en Europa, particularmente en las partes industriales de Europa, y especialmente en Inglaterra. A este otro remedio se le puede llamar “Capitalismo Asegurado”. Su objetivo es una sociedad en la que, la existente minoría de poseedores que ahora controlan a la masa de indigentes, habrá de continuar controlándola y haciendo un beneficio a partir de su trabajo, pero haciéndolo de forma segura, sin miedo de revueltas de los indigentes. El peligro de tales revueltas yace en la inseguridad del sustento entre todos los indigentes y el insuficiente ingreso de la mayoría de ellos. Para remover estas causas de malestar, al indigente se le garantiza la subsistencia por el Estado en la enfermedad y una mínima mísera cantidad para sostenerle en su vejez. Al mismo tiempo, el ciudadano indigente, el asalariado sin propiedad y, por tanto, sin libertad económica, está atado de manera segura a la máquina capitalista. Él está registrado, sus movimientos son conocidos y rastreados, está controlado por el Estado en beneficio del esquema capitalista.
Este sistema es introducido y sostenido por un buen número de nuevas instituciones con las que la gente se está familiarizando cada vez más y más: “arbitraje obligatorio”, “seguro obligatorio contra el desempleo y la enfermedad”, “pensiones para la vejez”, etcétera. Se las llama en Inglaterra con el nombre genérico de “servicios sociales”, y en ellas yace el mayor peligro del momento presente, pues evitan el cambio repentino, se encajan en la sociedad capitalista existente, y no desafían abiertamente a la libertad. Pero a medida que se convierten en hábitos fijados, conducen al restablecimiento de la servidumbre, y son las más apropiadas para alcanzar esa mala conclusión al final, por el hecho de que su efecto se vela bajo frases que ocultan su acción última.
Al asalariado sin trabajo se le mantiene vivo por los funcionarios desembolsando dinero en él. Han de mantener un completo control sobre él, no sea que se aproveche del sistema. Si está ganando un poco de dinero “al margen”, este dinero debe contabilizarse contra el socorro mínimo al que tiene derecho. Si gana lo suficiente como para mantener cuerpo y alma conjuntamente, no tiene derecho a ningún socorro, y se ha de mantener una estrecha vigilancia sobre sus recibos casuales a fin de asegurarse de que él no tiene derecho al dinero público.
De nuevo una vez más: a fin de hacer funcionar el sistema, será necesario dividir a los ciudadanos en dos clases: aquéllos que ganan o poseen más que una cierta cantidad semanal, y aquéllos que ganan menos. Esto ya se está haciendo en Inglaterra. Para obtener dinero durante el desempleo a través del seguro obligatorio, uno debe llevar una tarjeta que le diga al funcionario todo sobre uno, y cuándo y cómo fue empleado, y en qué proporción. Lo mismo pasa para su derecho al beneficio por enfermedad. Así también con las pensiones para la vejez, a una persona de más de sesenta y cinco años, por ejemplo, se le pagará tanto a la semana por los funcionarios del Estado siempre y cuando no esté ganando nada por su cuenta. Cualquier pequeña cosa que pudiera ganar como hombre libre, o que pudiera poseer, se contabiliza inmediatamente contra su pensión. Sus asuntos deben, por tanto, estar bajo perpetua investigación y control.
Si ahorra algo, la cantidad que ha ahorrado se contabilizará contra cualquier derecho a socorro. Si ha ahorrado lo suficiente para comprar una pequeña propiedad, como la casa en la que vive, la renta imputada a esa casa se contabilizará contra él de la misma manera.
Una vez que todo el esquema esté en pleno funcionamiento y cubra a todos los asalariados sin propiedad de una gran sociedad industrial, esa sociedad estará completamente controlada por funcionarios cuyas actividades asegurarán el sistema capitalista. Una vez que semejante situación se haya seguido durante una generación y los hombres hayan venido a darla por sentada, habrán desaparecido no sólo el incentivo para acumular pequeñas propiedades, sino también la posibilidad de hacerlo.
Es más, el poder de negar el socorro, implica pronto el poder de dictar qué trabajo habrá de hacer un hombre. Un hombre tendrá que tomar, bajo obligación, cualquier trabajo que se le ofrezca a través de los funcionarios u ordenado por ellos. Todo esto conduce a la esclavitud a largo plazo, al igual que el Comunismo. Pero, mientras al Comunismo se le conoce por lo malo que es y se le puede hacer frente por ataque directo, las disposiciones para el aseguramiento del capitalismo en esta nueva forma se introducen gradualmente, y se establecen, por decirlo así, por subterfugio. El Capitalismo Asegurado, tal y como lo tenemos ahora en toda Inglaterra, y tal y como está siendo clamoreado por muchos reformistas por todo el mundo industrial, está muerto para cualquier esperanza de restaurar la propiedad a la masa de familias… sin cuya restauración, la dignidad humana en general, y la libertad económica, son imposibles.
Aquí se nos preguntará, “¿pero no son esos pagos de socorro necesarios bajo las actuales condiciones? No debemos permitir que los hombres se mueran de hambre. Debemos proveer a los indigentes contra la enfermedad, el desempleo y la vejez”.
Sí: estos varios esquemas son paliativos contra los intolerables males inmediatos, pero sólo son paliativos. Son necesarios porque estamos tratando con indigentes. Una vez que las masas posean los instrumentos con los que ellas trabajan y las cosas que las mantienen vivas, tales paliativos no serán necesarios. Pues, una vez que restaurásemos la propiedad y, con ella, la independencia de la familia y del individuo, los principales males del Capitalismo habrían desaparecido. Pero si edificamos el Estado sobre tales paliativos, destruimos nuestra oportunidad de restaurar la propiedad. Cesan de ser paliativos, y se convierten en funciones sociales universales inevitables. Destruyen la libertad completamente, y reintroducen la servidumbre.
Úsese paliativos sin falta; de hecho, debe usárselos para no tener que refugiarse en el Comunismo; pero líbrese uno de ellos tan pronto como sea posible, y sustitúyaselos por una bien dividida propiedad de tal forma que el hombre sea libre. Hay casos de fallo físico en donde uno debe, quizás, dar una gran dosis de licor para salvar la vida de un hombre, pero haz de eso un hábito y le arruinarás.
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