Una economía enloquecida y antinatural
Reducido a la condición de irrelevante engranaje en el mecanismo del mercado,
el “homo economicus”, presa de una ansiedad crónica, aquejado de bulimia existencial desde el nacimiento, trata de llenar con la acumulación cuantitativa la oquedad infinita que la muerte del alma ha dejado en su interior. Quiere entonces poseerlo todo, saberlo todo, llegar a todas partes;
abolido el sentido del pecado, revocada toda noción del límite, arrinconada la idea misma de verdad, todo lo estima permitido y toda cortapisa o restricción le parece una afrenta inaceptable.
Soberbio.
Egolátrico.
Impío.
Vacío.
El hombre moderno y su tenebroso modelo civilizatorio.
El hombre moderno ignora que la dignidad humana no viene determinada por lo que puede llegar a poseer, sino por aquello de lo que es capaz de prescindir y por las necesidades que logra suprimir. Víctima de sus prejuicios progresistas no puede comprender que la pobreza, la humildad o la templanza no son actitudes penitenciales para llegar a un imaginario cielo sino, antes que nada, simples requisitos para acceder a la condición humana digna… no la corrompida.
Ignora el valor de la renuncia a disfrutarlo todo, a tocarlo todo, ignora renunciar a lo trivial y sustraerse a la ofuscada dispersión.
La sentencia evangélica que afirma la imposibilidad de servir a dos amos no es una amonestación piadosa, sino la formulación de una ley cósmica. La cantidad se alimenta de la cualidad, y aquella crece sólo en la medida que ésta merma. Sintéticamente hablando:
cuanto más tenemos menos somos.
Reemplazar el concepto “nivel de consumo” por el de “calidad de vida” es un eufemismo mixtificador que sólo engaña a quienes ya están predispuestos a engañarse a sí mismos.
Los problemas técnicos o económicos son la expresión de problemas genuinamente metafísicos y, en el dominio estricto de la economía el problema no es tanto el subdesarrollo del tercer mundo, como el hiperdesarrollo del primero. Occidente convierte necia y pomposamente sus limitaciones en virtudes, sus perversiones en valores culturales. El Occidental no entiende que la única diferencia entre desplazarse de Toledo a Sevilla (por poner sólo un ejemplo), a caballo y no en un carro automotor totalmente ferrado es que la civilización que apuesta por el caballo no tiene prisas. Nuestro modelo civilizatorio ha desnaturalizado el tiempo. Ahora se afirma disparates del tipo:
“¡¡El tiempo es dinero!!”.
Los relojes, esa manía mecánica que la burguesía renacentista comenzó a plantar en sus ayuntamientos italianos, aviso de lo que debería llegar con el paso de los siglos.
No recuerdo ahora el nombre del sabio griego clásico ajeno a las escuelas presocráticas que dijo a unos inventores contemporáneos que le mostraron muy satisfechos sus últimos desarrollos en maquinaria hidráulica de ruedas dentadas:
“-¡Qué maravilla! ¡Cuántos objetos de los que no tengo necesidad alguna!”
Publicado por Arcana Mundi
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