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Tema: Rusia y España

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  1. #1
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    Re: Rusia y España

    ¿Sabías qué...

    ...Alfonso XIII intentó salvar al zar Nicolás II?


    Lunes 23 de Febrero, 2015





    España se mantuvo neutral durante la Gran Guerra y este hecho le dejó las manos libres a Alfonso XIII para interceder por ambos bandos. En febrero de 1917, la Revolución Rusa obligó a abdicar a Nicolás II. El destino del zar era incierto y, en un primer momento, fue trasladado a la ciudad de Toblosk, donde se alojó en el palacio del gobernador. El zar siempre confió en que las monarquías europeas le rescataran, tanto a él como a su familia. Sin embargo, Gran Bretaña y Alemania no aceptaron acoger a la familia imperial por miedo a una reacción revolucionaria en sus propios países. La única monarquía del Viejo Continente que inició gestiones para salvar a Nicolás II fue España. Alfonso XIII se entrevistó con el nuevo embajador del gobierno provisional ruso, Nekliudov, pero cuando este cayó meses más tarde y tomaron el poder los bolcheviques, la suerte del emperador se hizo cada vez más precaria. El 30 de abril de 1918 la familia real fue trasladada a Ekaterimburgo y asesinada el 17 de julio. El hecho fue ocultado a la opinión pública y Alfonso XIII, ignorante del fatal desenlace, prosiguió con sus esfuerzos. Tras la negativa de Gran Bretaña y Alemania, se dirigió a las monarquías de Suecia y Noruega, pero tampoco esa tentativa llegó a buen puerto. Hay documentos del ministerio de Exteriores francés que atestiguan que el 2 de agosto de 1918 Alfonso XIII seguía en sus trece, e incluso en septiembre hubo reuniones entre Fernando Gómez Contreras, en representación de España, y un ministro de Lenin, que le hizo creer que estarían dispuestos a entregar al zar a España a cambio de que nuestro país reconociera oficialmente al gobierno soviético, algo que no ocurriría hasta la Segunda República.


    Fuente:

    Alfonso XIII intentó salvar al zar Nicolás II | Historia de Iberia VIeja

  2. #2
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    Re: Rusia y España

    Conocía la historia, y está bien documentada. Muy loable su intento de salvar al Zar y su familia. Lo malo es que no le dio la gana de salvar a España de la República, es más, se la entregó en bandeja. Y desde luego, aunque fuera una buena causa, primero hay que ocuparse de la propia familia antes de ayudar o salvar a la ajena. En fin, ¿qué se puede esperar de la dinastía usurpadora y del que introdujo la pornografía en España?

  3. #3
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    Re: Rusia y España

    No tiene nada que ver Hyeronimus; el comportamiento de Alfonso XIII no sólo con la Familia Imperial Rusa sino con la oficina de desaparecidos y cautivos poniendo dinero de su bolsillo y demás fue irreprochable. Posiblemente es la única ocasión en la que se comportó de acuerdo con sus mejores ancestros y como se espera que lo haga un príncipe cristiano; si está a la derecha del Padre será en gran medida por esto no te quepa duda.

    Justo es reconocerlo como católicos que somos por encima de cualquier otra circunstancia; las ilegitimidades de ésta persona, sus trascendentales errores y sus miserias humanas son muy conocidas aquí, pero la verdad ante todo como hijos de Dios.
    Última edición por Donoso; 14/03/2015 a las 18:09

  4. #4
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    Re: Rusia y España

    Es cierto que se rescató a muchos desaparecidos y cautivos. Lo sé y no lo discuto. Y abundan las anécdotas que dan prueba de su buen corazón. Como tantos otros personajes históricos, tiene sus luces y sus sombras. Dio unas de cal y otras de arena. Yo tiendo a creer que el problema no es que Alfonso XIII fuera malo, sino que era demasiado bueno. Demasiado blando. Tanto que, en vez de aguantar, se fue y abandonó a España a sus enemigos. Si obro de buena fe o no, no lo puedo decir, y en todo caso ya ha comparecido ante Dios para dar cuenta de sus actos y no me corresponde a mí juzgar sus intenciones. Pero sobre sus actos y las consecuencias de éstos se puede opinar libremente. Y sí, espero que salvara su alma, claro.
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.

  5. #5
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    Re: Rusia y España

    Fiesta en memoria de la batalla del siglo

    2 de noviembre de 2012

    Pablo León, Rusia Hoy

    Varios actos en la capital de España recuerdan la guerra contra Napoleón y la batalla de Borodinó.



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    Diversos actos en Madrid recuerdan la guerra contra Napoleón y los acontecimientos de Borodinó en su 200º aniversario. Fuente: Pablo León“Una batalla la gana el que no tiene dudas de que va a ganarla”. Por esta razón Rusia perdió la pugna de Austerlitz. Según Tolstói, que utilizó estas palabras en su gran obra Guerra y Paz, en esa confrontación con Francia, a principios del siglo XIX, los soldados y el propio zar luchaban con fines egoístas como la gloria o la fama.

    Eso cambió en Borodinó, el 7 de septiembre de 1812, cuando el pueblo ruso logró agotar a las tropas de Napoleón, que a partir de ese momento decayeron, evitando así la invasión del estratega francés.

    La cita, máximo exponente de la Guerra Patriótica, ha cumplido 200 años y su conmemoración no solo ha recorrido Rusia sino que también ha llegado hasta Madrid.

    La lluvia acompañó el recorrido de una corona de flores el pasado 25 de septiembre. Varios representantes de la política y la cultura rusa depositaron una ofrenda floral junto a la sempiterna llama del Monumento a los Caídos del Dos de Mayo en el madrileño paseo de Recoletos.

    “En 1812, en Rusia, se seguía hablando de los hechos ocurridos en España cuatro años antes. El poder ruso se esforzó en orientar y presentar el paralelismo de la lucha de ambos pueblos contra Napoleón con ideas como la defensa del hogar y la exaltación, la energía o la emoción española”, explica Vera Bokova, doctora en Historia y directora del Museo Histórico Estatal ruso que tras el homenaje dio una charla, acompañada de varios expertos en el Centro Ruso de Cultura y Ciencia.

    El rechazo a Napoleón en ambos países se basó en la repulsa que provocó en el pueblo, que, a través de la guerrilla, se implicó en la lucha. Aunque en España, el levantamiento de Madrid, en 1808, se usa como conmemoración de la Guerra de la Independencia, el conflicto con Napoleón duró hasta 1814.

    La Guerra Patriótica rusa contra Bonaparte ocurrió en medio de esa contienda. En Europa, dominada por Bonaparte, el rechazo español y ruso se vivió como una resistencia al cambio de valores: una pugna entre modernidad y tradición.

    Algo que el historiador Emilio de Diego, presidente de la asociación para el estudio de la Guerra de la Independencia 1808-1814, no comparte del todo. “Es cierto que ambos conflictos compartían tres ideas clave: Dios, patria y monarca (rey o zar, según el caso), consideradas conservadoras”, aclara.

    “Pero, sobre todo, se trató de un movimiento popular que vio su máxima expresión en los grupos ciudadanos o guerrilla. Una imagen que el romanticismo exaltó y asoció a los españoles. Esa idiosincrasia perduró y fue la que luego se utilizó en Moscú”, añade.




    Fuente: Pablo León



    Para ahondar en Boradinó, las guerras napoleónicas o trasladarse al pasado, basta con recorrer la exposición histórico-documental Borodinó, batalla de los gigantes. 1812-2012 en el Centro Ruso (Atocha, 34), que se inauguró durante la conmemoración del bicentenario.

    Aunque no posee piezas originales, las litografías, los óleos, los cuadros, las imágenes o los recortes de periódicos de la época reflejan en profundidad los tejemanejes de la época. Todo ello sin olvidarse del presente: una colección de fotografías ilustra los actos conmemorativos que tuvieron lugar en Rusia hace dos meses, entre ellos una recreación con más de 2.000 actores de la pugna que ocurrió hace dos siglos.

    En Madrid la celebración fue más modesta pero no menos interesante. A continuación de la ofrenda floral, Eduard Sokolov, director del centro Ruso de Cultura y Ciencia, inauguró los actos que se extendieron durante dos días.

    Durante la primera jornada, una veintena de personas escucharon a varios expertos hablar sobre los hechos, que hace doscientos años, unieron a ambos países.

    “Desde 1808 ya se habla en Rusia de la guerra de la Independencia española a través de la prensa, tertulias intelectuales y en el ámbito diplomático. Esa experiencia es inspiradora y empiezan a surgir muestras del mundo de la cultura como oda a la misma. Así, aparecen poemas sobre la victoria y el mismo año del levantamiento en Madrid, se lleva a escena una primera versión del ballet Don Quijote”, cuenta la historiadora Bókova.


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    El ejército de Napoleón vuelve a Rusia

    Napoleón se presentaba como un reformador; una imagen que en ambos países, en los extremos de Europa no caló. La autoconciencia rusa y la profundización de su carácter se vieron animada por la reafirmación nacional española. Así, la prensa y la propaganda en ambos países hablaba de un estrechamiento de las relaciones en base a la lucha común por la independencia.

    Por otro lado, los medio afrancesados obviaban esa información. “La objetividad no siempre primaba en las noticias de la época. A la vez que un conflicto físico, hubo una guerra en prosa y ambas partes manejaban la pluma con el mismo arte que las armas”, explica Fiódor Petrov, doctor en Historia y jefe de investigaciones científicas del departamento de los manuscritos. Como experto en textos realizó una comparación literaria entre ambas contiendas; la española y la rusa contra el enemigo común, Bonaparte.

    El investigador también participó en la segunda jornada de la celebración, que tuvo lugar en la Universidad Carlos III. Allí, el Centro Ruso, en cooperación con el Instituto de Historiografía Julio Caro Baroja, realizó unas charlas monográficas centradas en la victoria rusa de 1812.

    Muchos de los expertos que acudieron a la mesa redonda del primer día, continuaron sus ponencias en esta jornada. “Se pueden extraer muchas analogías en base a los escritos de la época no solo de periodistas, escritores o poetas sino usando también diarios militares de generales o soldados”, aclara Petrov.

    La analogía de Napoleón como hidra peligrosa se repite en ambos países así como el carácter popular de la guerra. “Después de Bailén, España no se puede conquistar porque ya no es una guerra contra un ejército sino contra un pueblo insurrecto”, anunciaban los titulares de la época. Después de Borodinó, Napoleón tampoco pudo ganar la guerra.



    Fuente:

    Fiesta en memoria de la batalla del siglo | Russia Beyond the Headlines

  6. #6
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    Re: Rusia y España

    Aventuras y desventuras de los primeros españoles en San Petersburgo

    16 de junio de 2013
    Carmen Marín, Rusia Hoy

    La ciudad de San Petersburgo, fundada por Pedro el Grande se convirtió en el primer punto de atracción para europeos en Rusia. Diplomáticos, militares, comerciantes e ingenieros se instalaron en la capital de un floreciente Imperio.





    José de Urrutia y de las Casas, caballero Comendador de la Imperial Orden Militar de San Jorge de Rusia en 4º Grado. Fuente: Wikipedia




    Parece ser que el primer personaje que pone los pies en suelo ruso en representación de España es Fitz-James Stuart, duque de Liria y de Jérica, hijo del duque de Berwick, en 1727y con 31 años. Llegó como embajador español a Rusia y su labor era influir en la corte del Zar a favor de España, pues se temía una posible guerra con Inglaterra a causa del bloqueo de Gibraltar y el apoyo al pretendiente Estuardo.

    Con buena disposición de ánimo, este joven embajador pensó que sería una gran idea llevar unos vinos españoles consigo, pues, como él pensaba, “la amistad se celebra con la botella”. Lo que desconocía el duque de Liria, es que en Rusia se bebía en generosas cantidades y gastó ingentes sumas de dinero de su propia fortuna para representar a la Embajada espléndidamente e invitar a beber a los boyardos.

    Los vinos tuvieron gran éxito pero los esfuerzos del duque se frustraron al firmar Inglaterra con Rusia el tratado de Soissons en 1728. Por sus cartas sabemos que su pobreza había llegado al límite y que no tenía ni para pagar a la lavandera. Sin embargo, recordando el dicho de ‘afortunado en el juego, desafortunado en amores’ en el terreno sentimental obtuvo grandes éxitos. Eficiente adúltero, reunió una buena colección de amoríos, incluso hay de rumores de un romance con la emperatriz Anna Ivánovna.

    Carlos III decidió reanudar la representación diplomática en Rusia y nombró al cordobés marqués de Almodóvar ministro plenipotenciario en San Petersburgo, cuya misión sería estrechar relaciones con Rusia y realizar un buen intercambio comercial. Almodóvar pronto envió informes certeros a sus superiores pero su situación empezó a verse cada vez más comprometida, al sucederse la entrada de España en la Guerra de los Siete Años tras la renovación del Pacto de Familia con Francia, y la muerte de la zarina Isabel Petrovna.

    Y a zarina muerta, zarina puesta. Con la coronación de Catalina la Grande, en 1762, se intentó volver a las buenas relaciones comerciales con Rusia, pero todas sus interesantes sugerencias para mejorarlo cayeron en saco roto en España y el comercio ruso siguió en manos de ingleses, holandeses y hamburgueses. Almodóvar dejó Rusia a causa de la quebrantada salud de su esposa debido al despiadado clima ruso.

    José de Ribas y Boyons fue conocido en Rusia como Ósip Mijáilovich Deribás. Fue marino y llegó a almirante de la Armada rusa. Entre sus logros está el de ser fundador de la ciudad de Odessa, actual Ucrania. Su carrera militar en Rusia fue vertiginosa, llegó en 1772, fue presentado a los más cercanos a la emperatriz Catalina la Grande y se casó con la hija ilegítima del ministro de Construcción de la Emperatriz.

    Participó en la batalla naval de Chesme, en la que la flota rusa venció a la otomana. Ascendió a coronel y conoció a Grigori Potemkim, favorito de la zarina, al que ayudó a conquistar para Rusia la península de Crimea y a construir la Flota del mar Negro y su puerto base, Sebastópol.

    Siguió siendo ascendido en el escalafón militar. Participó en diversas intrigas palaciegas, incluso se habla de un hijo ilegítimo con la emperatriz. Tras ser nombrado almirante de la Flota rusa, todo empezó a oscurecerse, se le acusó de malversación de fondos y después de participar en un complot sin resultado contra Pablo I, empezó a enfermar y delirar lo que acabó con muerte por envenenamiento, según dice la leyenda. La calle principal de Odesa, lleva en su honor el nombre de Deribásovskaya.

    José de Urrutia y de las Casas, comisionado por Carlos III, llegó a Rusia en 1784. Recibió la Cruz de la Orden de San Jorge, la Espada del Mérito y el ascenso a mariscal del Imperio, jerarquía que le obligaba a juramento de servir a Rusia durante toda su vida militar y Urrutia declinó agradecido la oferta.

    La representación española en San Petersburgo continuó, sobre todo gracias más bien a las tareas de los vicecónsules al promover el comercio entre ambos países.

    Llovieron guerras acuerdos y desacuerdos, y de nuevo se reanudó el intercambio diplomático entre España y Rusia y como nuevo ministro español llegaba a San Petersburgo en 1802el militar y literato conde de Noroña. Se disfrutó de un periodo de estabilidad que fue favorable para el comercio, pero de nuevo las cosas se torcieron y a fines de 1804 España declaró la guerra a Inglaterra, lo que trajo sus correspondientes consecuencias.

    Y a finales de 1807 las perspectivas de nuestros protagonistas en San Petersburgo eran poco halagüeñas y el conde de Noroña solicitó el traslado. En su diario personal dejaba escrito: “Ya hace cinco años que estoy en este país de clima tan extraordinariamente duro y de carestía tan inmensa que nadie puede formarse una idea exacta de ella”. Meses después empezaba un periodo difícil para España, en el que no obstante, dos compatriotas brillarían con luz propia bajo el tenue sol de San Petersburgo: el ingeniero Agustín de Betancourt y el diplomático Cea Bermúdez.

    El ingeniero e inventor ilustrado, Agustín de Betancourt y Molina llegó a la capital rusa en 1808, obligado a emigrar de España debido a las malas relaciones con el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy.

    Un mes después de su llegada a San Petersburgo recibió el grado de general mayor e instructor del Cuerpo de Vías y Comunicaciones y como único superior tenía al zar, el cual, por su intensa actividad le otorgó la condecoración de Alexánder Nevski, la segunda del país en importancia. La amistad con el zar le creó envidiosos enemigos en la corte rusa.

    Entre las muchas obras que dejó Betancourt en Rusia destacan los famosos puentes levadizos de San Petersburgo, la reforma de la catedral de San Isaac o la gran sala Manezh en Moscú, uno de los edificios neoclásicos más emblemáticos de la capital rusa. Agustín de Betancourt fue enterrado en San Petersburgo.

    Cea Bermúdez y Buzo, enviado por las Cortes de Cádiz como diplomático a Rusia, negoció el tratado de Amistad, Alianza y Cooperación el 20 de julio de 1812, por el cual el zar Alejandro I, nuevamente en guerra con Napoleón, establecía una alianza con España y reconocía la Constitución de Cádiz. Tuvo también una destacada actuación en la incorporación de España a la Santa Alianza.


    Lea más

    ¿Qué piensan los rusos sobre los españoles?




    No falta en la lista de visitantes un autor de óperas y ballets: el valenciano Vicente Martín y Soler. Después de una fructífera estancia en Viena, en 1788 Catalina la Grande lo invitó como compositor de la corte en San Petersburgo donde compuso nuevas óperas, algunas en ruso y, tras un breve intento de instalarse en Londres donde tuvo un efímero éxito volvió a San Petersburgo donde se dedicó en exclusiva a la enseñanza y abandonó la composición.

    Tras atravesar en trineo estepas nevadas y lagos helados, en 1856, el duque de Osuna, don Mariano Téllez llegó a San Petersburgo en calidad de embajador. Juan Valera, que nos dejó un interesante y divertido libro Cartas desde Rusia, cuenta con su ironía habitual lo que ve en San Petersburgo, y lo que allí le ocurre al duque del Infantado.




    Juan Valera fue un diplomático, político y escritor español. Fuente: wikipedia



    Don Mariano fue famoso por sus gastos fabulosos y su progresivo endeudamiento. Se dice que no había día que repitiera traje y hasta siete veces en un día. La apostura del duque, su riqueza y cuanto representaba, se hizo eco en la capital rusa. Con los zares tenía íntima amistad, y era famosa su galantería. La casa del duque estaba situada a la orilla del río Neva, frente a la isla Vasílievski, al lado del puente Nikolái. Osuna se mantuvo durante seis años, hasta 1862, como embajador en Rusia.

    Y estas son algunas de las experiencias de estos primeros españoles, intrépidos aventureros, por tierras rusas. Y se seguirán repitiendo las mismas para cualquiera que tenga una misión que cumplir en Rusia. Intrigas y amoríos no faltarán, el vino siempre será escaso, si quiere agasajar como es debido, y nadie se librará de vérselas cara a cara con el acerbo clima ruso.



    La opinión del autor no coincide necesariamente con la de RBTH.



    Fuente:

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  7. #7
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    Re: Rusia y España

    Un regimiento español en la corte del zar Alejandro I

    23 de noviembre de 2013

    Yolanda Delgado, Rusia Hoy


    El pasado viernes, 22 de noviembre, en la Embajada de la Federación de Rusia de Madrid se celebró un acto entrañable que conmemoró el bicentenario del Regimiento Imperial Alejandro I, un capítulo emocionante, para muchos desconocido, que forma parte de la Historia común de Rusia y España.





    Momento del solemne acto en la Embajada de la Federación de Rusia en Madrid. Fuente: Yolanda Delgado.



    La Asociación Histórico-Cultural "Voluntarios de Madrid 1808-1814", por medio de Jesús Ruiz de Burgos, coordinador general de la conmemoración, hizo entrega al embajador ruso de una réplica exacta de la bandera del Regimiento Imperial Alejandro I al Museo-Panorama Batalla de Borodinó. Lidia Luchenko, conservadora principal de esta institución, viajó expresamente a Madrid para recoger esta insignia que según declaró en su discurso de agradecimiento: "ocupará un lugar privilegiado en el museo de Moscú".

    Para conocer el origen de este curioso regimiento español, creado en el otro extremo del continente, hay que remontarse a la invasión de Rusia en junio de 1812. Cuando Napoleón formó su gran ejército, la "Grande Armée", con soldados franceses pero también con soldados españoles internados en campos de concentración, que habían sido capturados durante la guerra de 1808 contra Bonaparte.

    Después de la cruenta batalla de Borodinó (descrita por Lev Tolstói en su célebre novela: Guerra y Paz) , muchos soldados españoles comenzaron a desertar para pasarse al ejército ruso. "Los españoles llegaron como enemigos y los rusos los acogieron como hermanos. Sin Rusia, Europa nunca hubiera derrotado a Napoleón", nos comenta Gabriel González Pavón, presidente de la Asociación "Voluntarios de Madrid 1808-1814”, uno de los grupos de recreación histórica de mayor tradición en España.




    Jesús Ruiz de Burgos Moreno entrega la bandera al embajador Yuri Korchagin. Fuente: Yolanda Delgado.


    El Regimiento Imperial Alejandro I nació el 2 de mayo de 1813, fecha que conmemoraba el levantamiento de 1808. Fue creado por decreto del zar Alejandro I, quien le dio su nombre. Se integró en la Guardia Imperial rusa y fue destinado a la corte de San Petersburgo como escolta de la emperatriz madre. Un año después, el regimiento español embarcó en la base naval de Kronstadt rumbo a España donde fue recibida con todos los honores y pasó a formar parte del Ejército regular con el apodo de el Moscovita.

    La bandera tiene en el centro la Cruz de San Andrés, símbolo del ejército español hasta 1760; y en las esquinas aparecen cuatro águilas imperiales de Rusia. Se sabe que la tela fue bordada por las emperatrices Isabel Alexséievna y María Feódorovna, esposa y madre del zar. La bandera original forma parte de la colección del Museo del Ejército en Toledo. A partir de ahora, una copia confeccionada por mujeres españolas estará expuesta en el museo monográfico dedicado a la Guerra Patria de 1812 de Moscú.

    El embajador de la Federación Rusa en España, Yuri P. Korchagin y los numerosos invitados al acto, disfrutaron del desfile militar que este grupo de hombres y mujeres de la asociación, vestidos con el uniforme del ejército ruso de la época, protagonizaron en la calle Velázquez delante del edificio de la Embajada. El embajador Korchagin nos comentó : "agradezco este acto tan simpático, una prueba de que los lazos de amistad entre nuestros dos pueblos perdura en el tiempo".




    Fuente:

    Un regimiento español en la corte del zar Alejandro I | Russia Beyond the Headlines

  8. #8
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    Re: Rusia y España

    ¿Cómo veían los rusos a los españoles...hace tres siglos?

    2 de octubre de 2013

    Víctor Colmenarejo, Rusia Hoy

    El Instituto Cervantes de Moscú y la Biblioteca Nacional de Literatura Extranjera publican un libro con testimonios de rusos que visitaron España entre los siglos XVII y XIX





    Fuente: Ullstein / vostock-photo





    Más de un millón de rusos pasó por España en 2012, la mayoría turistas de sol y playa, pero hasta el siglo XX los rusos que visitaban España eran contados y lo hacían en acto de servicio o como viaje existencial.

    “Ya en la primera ciudad española según cruzas la frontera, Irún, no verás nada parecido, ya no a Francia, sino al resto de Europa”, narra el periodista polaco naturalizado ruso, Faddei Bulgarin, sobre su viaje a comienzos del siglo XIX. El primer libro de la colección Rusos en España que publica la Biblioteca Nacional de Literatura Extranjera con el apoyo del Instituto Cervantes de Moscú es un compendio de testimonios de rusos que visitaron España entre los siglos XVII y XIX.

    A través de sus cartas, diarios o incluso poemas se dibuja un boceto de la España de la época vista desde los ojos de sus invitados rusos. Por el momento el libro, de más de 700 páginas y con textos e ilustraciones de 37 autores diferentes, está únicamente disponible en ruso. A finales de 2014 se publicará un segundo número, con la historia de los rusos en España en el siglo XX. La veterana hispanista Valentina Guinkó, colaboradora de la Biblioteca Nacional de Literatura Extranjera, es la autora del prefacio y de la selección de textos, un vasto trabajo bibliográfico.

    ¿Qué impresión causaba España a los rusos entre los siglos XVII y XIX?

    Los viajeros rusos del siglo XIX a menudo se quejaban de los inconvenientes, como la falta de comodidad de los hoteles españoles en comparación con otros países europeos, las malas carreteras, lo desfasado de los vehículos a motor o la escasa puntualidad de los trenes. También les llamaba la atención el gran número de mendigos por las calles, lo mucho que fuman los españoles o la poca cantidad de borrachos.

    Alguno asistió con indignación a una corrida de toros, que calificó como “espectáculo sangriento”. Pero los rusos también veían muchos aspectos positivos, destacaban de España el clima, la fruta, los patios de colores, las catedrales católicas y la arquitectura árabe.

    ¿Y qué impresión causaban los ciudadanos españoles y su carácter?

    En los textos del libro hay muchas palabras amables para los españoles, los rusos destacaban su cortesía, su benevolencia y su corazón sencillo.

    También la igualdad de las relaciones entre personas de diferentes clases sociales, la autoestima inherente a todos los españoles, cualquiera que sea la posición que ocupe. Conviene recordar que la servidumbre en Rusia no se abolió hasta 1861.

    ¿Cómo surge la idea del libro?

    Detecté interés en el tema a través de artículos en revistas literarias, sobre libros de extranjeros que visitaron España, pero no encontré nada sobre rusos, no al menos de forma ordenada y comprensible. La idea era crear una recopilación de artículos, cartas, diarios, etc.

    La documentación del libro supuso mucho tiempo, pero el proceso fue apasionante. Resulta una referencia interesante conocer cómo nos perciben ojos diferentes, una mirada a nosotros mismos desde otra perspectiva.

    ¿Qué tipo de textos se pueden encontrar en el libro?

    Los de los siglos XVII -XVIII son más informativos que literarios, tratan de negocios y diplomacia. Por ejemplo las cartas de Piotr Potemkin, Semión Rumyantsev y Alexander Vorontsov son básicamente informes, con un propósito eminentemente práctico.

    En el siglo XIX llegarán a España viajeros más variopintos y encontramos todo tipo de manuscritos: cartas literarias destinadas a un público general, mensajes privados, textos de carácter general sobre España (clima, carácter de la gente) y otros más específicos, sobre arte o política.

    ¿Cuál es su carta o pasaje preferido del libro?

    Los textos del libro son heterogéneos y todos tienen su interés en algún sentido. Como lector me interesan Glinka, Saltykov , Kachenovski... Tal vez porque en sus cartas hay más descripción y menos literatura. Algunos textos de la época mezclaban realidad con pasajes de ficción algo tediosos. Puestos a elegir, mis textos preferidos del libro serían las notas de Vladímir Romanov cuando se alojó en Cádiz durante 1818 y las cartas del joven diplomático Dmitri Dolgorukov a su hermano desde Madrid en 1826.

    ¿Qué era lo que atraía a los rusos de España por entonces?

    En la primera mitad de siglo XIX España era para un ruso un país lejano, exótico, lleno de leyendas. Un mito al que contribuyó la literatura romántica francesa e inglesa, autores como Washington Irving. Por poner un ejemplo, durante su viaje por mar en 1858, Dmitri Grigorovich escribió: "Estoy en la ciudad de Cádiz, de la que tantas maravillas hemos oído y leído... " .

    Para algunos de los viajeros cuyos textos recoge el libro España era el sueño de su infancia. Por otra parte, el enemigo común, Napoleón, contribuyó a en cierto modo hermanar a ambos países. A partir de 1812 en la prensa rusa comenzaron a leerse historias sobre la heroica resistencia española.

    Una de las primeras y más interesantes cartas del libro es la de Piotr Potemkin, cuéntenos un poco más sobre su historia.

    En mayo de 1667 el zar Alexéi Mijáilovich envió a España y Francia una misión diplomática dirigida por Potemkin. Llevaba consigo unas cartas del Zar para el monarca español que contenían una propuesta de relaciones comerciales y la invitación a Moscú para una delegación diplomática española.

    Por entonces España no tenía mayores disputas con sus vecinos, Portugal y Francia, y Rusia quedaba demasiado lejos de sus intereses y preocupaciones. La reina Mariana de Austria, regente de Carlos II, agradeció formalmente la propuesta del Zar pero no expresó interés en establecer una colaboración regular. En el verano de 1681 el Zar volvió a enviar a Piotr Potemkin a España con una propuesta similar que tuvo la misma acogida que la primera.

    ¿Cuándo se normalizaron finalmente las relaciones diplomáticas entre España y Rusia?

    En 1722, bajo el reinado del zar Pedro I, el príncipe Serguéi Golitsin se convirtió en el primer representante diplomático oficial de Rusia en España. El primer embajador plenipotenciario de España en Rusia fue nombrado por el Duque de Liria cinco años después, en 1727.


    Fuente:

    ¿Cómo veían los rusos a los españoles...hace tres siglos? | Russia Beyond the Headlines

  9. #9
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    Re: Rusia y España


    miércoles, 15 de agosto de 2012


    Toreros rusos

    La Fiesta en sí misma es una caja de sorpresas capaz de acoger en su interior a todo tipo de personajes procedentes de las más diversas naciones: Todos suman. Hace días conocimos los singulares aportes de personas procedentes de Norteamérica. Hoy queremos centrarnos en Rusia, país con menor bagaje tauromáquico pero que no ha dejado el casillero a cero. Su representante más señero ha sido Román Karpoukhine "Finito de Moscú", nacido en Jarkov (Ucrania) en 1967 y residente en Tarrasa (Barcelona).




    "Finito" debutó de luces en la tarde del 16 de abril de 2000, en La Monumental de Barcelona, con reses de Rogelio Martín Albalat junto a Raúl Cuadrado, Omar Guerra, López Díaz, Serafín Marín y Enrique Guillén, sin mucha suerte para el ruso. A partir de ahí la carrera fue corta: Olot, Yecla y poco más, hasta desaparecer del panorama en 2004.
    Tan singular personaje se decidió a ser torero en 1995, tras una estancia en Albacete en casa de la familia del matador Manuel Amador. Este ex-oficial de las Fuerzas Aéreas rusas y luego profesor de bailes de salón, conoció el mundo del toro y aquí se quedó. Se hizo socio de la peña Taurina de Sabadell y alumno de la primera escuela taurina oficial creada en Cataluña. Tras su debut en Barcelona, el responsable del libro de los récords de Rusia viajó hasta la Ciudad Condal para registrarlo como el primer torero ruso, aunque ya en 1952 hubo en Amposta (Tarragona) una novillada en la que lidiaron el español Joselito Alvarez, el boliviano Abel Fernández y el también ruso Igor Sonsonoff, de quien nada se sabe.






    Dentro del exiguo panorama ruso habría que incluir a la rejoneadora Lidia Artamonova, que llegó a actuar en cosos de España, Francia y Portugal y fracasó rotundamente al querer organizar un festejo en Moscú en el año 2001, de la cual apenas tenemos datos de su trayectoria profesional.

    Esto ha sido todo. La fría Rusia no tiene cerca una cálida Méjico y por tanto la influencia del toro no les afecta en demasía, eso es una evidencia.



    Fuente:

    Los toros con Paco Martínez: Toreros rusos

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    Re: Rusia y España


    1. ENIGMAS DE LA HISTORIA 2004-03-05

    ¿Por qué Alfonso XIII no pudo salvar al zar Nicolás II?

    César Vidal




    Durante la Primera guerra mundial, el monarca español Alfonso XIII fue responsable de la salvación de miles de vidas humanas. Sin embargo, fracasó en uno de sus proyectos más queridos, el de salvar la vida del derrocado zar de Rusia y de la familia imperial. ¿Por qué Alfonso XIII no pudo salvar al zar Nicolás II?




    A pesar de que las presiones ejercidas sobre España para que entrara en la Primera guerra mundial fueron numerosas y a pesar de que existían relaciones de parentesco con ambos bandos —la madre del rey estaba emparentada con soberanos de las Potencias centrales y la esposa era pariente de la reina Victoria de Inglaterra— lo cierto es que Alfonso XIII optó por mantener a la nación en una situación de estricta neutralidad. Ni siquiera el comportamiento, completamente contra derecho, de los submarinos alemanes le llevó a cambiar esa posición avanzado ya el conflicto. Sin embargo, la política de neutralidad no fue un equivalente —ni mucho menos— de la indiferencia frente a la guerra.

    Al inicio de la misma, una lavandera francesa escribió a Alfonso XIII para indicarle que su esposo había desaparecido en combate y rogarle que hiciera lo posible para descubrir su paradero. El monarca español atendió las súplicas de la mujer y así logró averiguar que seguía vivo y se encontraba internado en un campo de prisioneros en Alemania. El episodio fue publicado por la prensa francesa y, de manera lógica, llegó hasta las manos de Alfonso XIII un verdadero aluvión de solicitudes de personas que estaban interesadas en conocer el destino de sus seres queridos. La consecuencia inmediata de esta circunstancia fue la creación de una oficina costeada por el presupuesto del rey y compuesta por cuarenta empleados cuya finalidad era localizar a los desaparecidos en el curso del conflicto, hacerles llegar ayuda material e incluso interceder por ellos. La labor llevada a cabo por esta oficina fue realmente extraordinaria —por ello resulta aún más incomprensible el desconocimiento de su labor humanitaria— hasta el punto de que ayudó a repatriar a unos setenta mil civiles y a veintiún mil soldados. Además intervino a favor de 136.000 prisioneros de guerra y llevó a cabo cuatro mil visitas de inspección a campamentos de prisioneros. La mayoría de esos casos fueron de gente anónima pero, ocasionalmente, estuvieron referidos a celebridades como el artista Nizhinsky, que salvó la vida en un campo de concentración gracias a la intervención personal del rey, o a la enfermera Edith Cavell, fusilada finalmente por los alemanes por ayudar a soldados aliados fugitivos. En ese contexto, puede entenderse perfectamente la preocupación que Alfonso XIII manifestó por el zar Nicolás II desde febrero de 1917.

    En esa fecha, una revolución obligó al zar a abdicar quedando el futuro de éste y el de su familia más cercana sujeto a la voluntad de los que parecían nuevos dueños de Rusia. Alfonso XIII había estado a punto de morir varias veces a manos de terroristas de izquierdas —una de ellas el mismo día de su boda— y, quizá por ello, fue consciente desde el principio de los peligros que podían cernirse sobre la familia imperial. En la primavera de 1917, visitó España Nekliudov en representación del nuevo gobierno provisional ruso. En la ceremonia de entrega de credenciales como embajador, Nekliudov agradeció a Alfonso XIII el papel extraordinario que había realizado ocupándose de la suerte de numerosos soldados rusos. Aprovechó esa circunstancia el monarca para, una vez concluida la intervención de Nekliudov, levantarse del trono y acercarse al nuevo embajador. Alfonso XIII le comentó entonces que agradecía la mención a la ayuda que había prestado a los prisioneros de guerra rusos. Ahora deseaba interesarse por otros presos, el zar y su familia, y le rogó que comunicara al nuevo gobierno su petición de que se les pusiera en libertad.

    La solicitud de Alfonso XIII en puridad debía de haber contado con paralelos en otras casas reales europeas pero, lamentablemente, no fue así. De hecho, cuando el monarca español se dirigió a Jorge V de Inglaterra —pariente del zar— para que apoyara una iniciativa encaminada a liberar a los Romanov, sólo recibió una respuesta por vía diplomática —el día de los Tontos de abril, equivalente a nuestros Santos Inocentes— comunicándole que debía perder cuidado. No tardó Alfonso XIII en percatarse de que la seguridad que había intentado transmitirle el embajador británico en España no se sustentaba sobre bases sólidas. Así, en cuanto que el gobierno británico se planteó con seriedad la posibilidad de dar asilo al zar y a su familia, fue el propio Jorge V el que se opuso a ella. A lo largo de dos semanas que resultaron decisivas, Jorge V se esforzó por convencer al gobierno británico de que no era conveniente recibir al zar y a su familia. Las razones fundamentalmente se reducían al deseo de Jorge V de no tener problemas con la opinión pública y, muy especialmente, con el partido laborista. Desde su perspectiva, el pueblo acogería mal que se recibiera a la zarina Alejandra, una princesa alemana a fin de cuentas, en Gran Bretaña. Por añadidura, era posible que los laboristas sintieran veleidades republicanas tras lo sucedido en Rusia. No convenía, por lo tanto, incomodarlos proporcionando refugio al derrocado zar.

    El 13 de abril de 1917, el primer ministro británico se vio obligado a ceder a las presiones regias y se limitó a comentar en una reunión de su gabinete que España sería un lugar mejor para acoger al zar y a su familia. Al cabo de unas horas, el proyecto de solicitar la liberación del zar fue abandonado por el gobierno británico. Para colmo de males, en octubre, los bolcheviques dieron un golpe de Estado derribando al gobierno provisional e implantaron un gobierno que, según palabras del propio Lenin, aplicaría el “terror de masas” para mantenerse en el poder.

    A esas alturas, Alfonso XIII se había percatado sobradamente de lo sucedido en Gran Bretaña y entonces decidió intentar que otras monarquías europeas se sumaran a su proyecto de liberar al zar. Propuso así a los reyes de Suecia y de Noruega el envío de un navío de guerra español a un puerto escandinavo para recoger allí al zar, a la zarina y a sus cinco hijos. Lo único que pedía de las monarquías nórdicas era que mediaran ante el gobierno soviético. Unos meses antes —en junio de 1917— Gustavo de Suecia había intentado salvar al zar pidiendo ayuda para ello al gobierno británico que había rechazado su plan como “rebuscado” e “impracticable”. La solicitud de Alfonso XIII llegaba, por lo tanto, en un momento en que ni Suecia ni Noruega tenían ya esperanzas de salvar a Nicolás II.

    Tampoco cabía esperar nada del káiser. A pesar de su relación de parentesco con Nicolás II, Guillermo II no dio ningún paso efectivo para salvar al zar. Lo más grave es que Alemania había entrado ya en negociaciones con el poder soviético para firmar una paz por separado y contaba con esa baza para presionar sobre los bolcheviques. Sin embargo, no lo hizo. Por el contrario, sí aceptó, por ejemplo, poner en libertad al socialista Liebnekht para complacer a Lenin.

    Ciertamente, a mediados de 1918, las circunstancias no se presentaban en absoluto favorables para lograr la liberación del zar y de su familia. Sin embargo, Alfonso XIII no estaba dispuesto a arrojar la toalla y decidió continuar sus gestiones en solitario ya que no podía contar con el respaldo de otras potencias. Lamentablemente, sus esfuerzos no iban a llegar a buen puerto.

    La próxima semana terminaremos de desvelar el ENIGMA sobre los intentos de Alfonso XIII para salvar al zar Nicolás II.




    Fuente:

    César Vidal - ¿Por qué Alfonso XIII no pudo salvar al zar Nicolás II? - Libertad Digital

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    Re: Rusia y España

    Y 2. ENIGMAS DE LA HISTORIA 2004-03-12

    ¿Por qué Alfonso XIII no pudo salvar al zar Nicolás II?

    César Vidal



    Durante la noche del 16 al 17 de julio de 1918, el zar Nicolás II, la zarina Alejandra, el zarevich Alexis y las grandes duquesas Anastasia, Olga, María y Tatiana fueron asesinados por un pelotón bolchevique en la casa Ipatiev en Yekaterimburg. El asesinato había contado con la autorización expresa de Lenin y del gobierno soviético.




    En el curso de la reunión que decidió la matanza no se hallaba Trotsky pero cuando a éste se le informó algún tiempo después, el conocido dirigente manifestó que la decisión había sido acertada. Quizá lo único que lamentó fue que el asesinato le privó de llevar a cabo uno de sus sueños más acariciados, el de ser el fiscal en un gran proceso público contra Nicolás II.

    El destino del zar y de su familia había quedado zanjado a mediados de julio de 1918 pero semejante circunstancia era ignorada por Alfonso XIII, que siguió insistiendo en su empeño de salvarlos. El 2 de agosto, documentos del ministerio francés de Asuntos Exteriores indican que estaban al corriente de las gestiones que en esos momentos realizaba el monarca español para salvar al zar. Al día siguiente, Alfonso XIII incluso podía enviar un telegrama a Victoria, hermana de la zarina, para informarle de que seguían las gestiones para salvar a Alejandra y a sus hijas. “Al parecer el zarevich ha muerto”, señalaba en ese mismo texto Alfonso XIII. En apariencia, había razones para la esperanza y el 8 de agosto, el ABC anunciaba que el gobierno bolchevique accedía a que la familia del zar viniera a España.

    Posiblemente animado por esas buenas perspectivas —totalmente ficticias como sabemos—, Alfonso XIII volvió a cablegrafiar a Jorge V y el 13 de agosto, al káiser. El telegrama dirigido al emperador alemán hacía referencia a la “desventurada familia del zar” e incluía la promesa de que los miembros de la casa real rusa se mantendrían al margen de la política hasta el final de la guerra. Tres días después, Alfonso XIII recibió un mensaje en clave de Berlín donde se indicaba que el gobierno del káiser no tenía inconveniente en que España recibiera a la familia del zar.

    El resto del mes de agosto estuvo caracterizado por una cierta euforia a la que se sumó el propio papa Benedicto XV, que estaba convencido del éxito de las gestiones españolas. El 25 de ese mes incluso llegó a anunciarse que el asunto había quedado resuelto con el gobierno soviético.

    La verdad es que todavía el 1 y el 5 de septiembre, Fernando Gómez Contreras, en representación del gobierno español, mantuvo sendas entrevistas en Petrogrado con el bolchevique Chicherin, uno de los ministros de Lenin. Las entrevistas —de las que informó puntualmente a sus superiores españoles— fueron un tenso tira y afloja en el que Chicherin afirmó que el gobierno leninista estaba dispuesto a poner en libertad a la familia del zar siempre que España lo reconociera como gobierno legítimo. Para aderezar las negociaciones, Chicherin se quejó incluso de lo mal que habían tratado las autoridades a Trotsky a su paso por España. Todavía el 15 de septiembre de 1918, Gómez Contreras envió una comunicación a España indicando que las conversaciones iban por buen camino.

    Sin embargo, no tardó en descubrirse la falacia. En septiembre aparecieron distintas noticias sobre el asesinato de la casa real y, lógicamente, se llegó a la conclusión de que los bolcheviques tan sólo estaban jugando con sus interlocutores para obtener alguna ventaja. En octubre de 1918, la Santa Sede se puso en contacto con el gobierno soviético a través del cónsul austro-húngaro en Moscú para saber qué había sido de la familia del zar. La respuesta fue que la zarina y sus hijas estaban en Ucrania —a la sazón libre del dominio bolchevique— y que, por lo tanto, ignoraban dónde se encontraban. Semejante versión volvería a ser utilizada a inicios de 1919 pero ya sin credibilidad alguna. Los blancos habían entrado en Yekaterimburg, habían buscado —infructuosamente— los cuerpos de la familia imperial y habían recogido testimonios más que suficientes del asesinato. El gobierno soviético no realizaría declaración oficial alguna sobre el tema pero para cualquiera éste había quedado trágicamente zanjado.

    Llegados a este punto, hay que preguntarse por qué las gestiones —verdaderamente incansables— de Alfonso XIII resultaron fallidas. La primera razón, obviamente, fue la indiferencia de las potencias mundiales en relación con la suerte de la familia imperial rusa. La republicana Francia decidió no mover un dedo para salvar al zar, y lo mismo sucedió con Estados Unidos, cuya opinión pública por otra parte era muy sensible desde hacía años a la propaganda anti-zarista que acusaba a Nicolás II de anti-semita. Sin embargo, no reaccionaron mejor las potencias monárquicas. Ni Guillermo II ni Jorge V hicieron esfuerzos por salvar a su pariente Nicolás II, una circunstancia aún peor en el caso del monarca británico, ya que Rusia podía haber firmado una paz por separado en 1916 y no lo hizo por la lealtad inquebrantable del zar hacia sus aliados. Finalmente, países pequeños como Dinamarca o Suecia hubieran deseado colaborar en esa tarea pero sólo recibieron frías respuestas de Gran Bretaña. Al fin y a la postre, sólo Alfonso XIII mantuvo sus gestiones hasta el último momento.

    Si éstas fracasaron, finalmente, fue porque los bolcheviques actuaron deslealmente con el gobierno español. De ellos había partido la orden de asesinar a los Romanov pero, aún así, no sólo ocultaron el hecho sino que además pretendieron usarlo para obtener concesiones de España. Sólo cuando las noticias sobre la matanza de Yekaterimburg se difundieron resultó imposible ocultar la realidad y continuar las negociaciones.

    Una última cuestión que debería analizarse es hasta qué punto el ejemplo de lo padecido por el zar influyó en la salida de Alfonso XIII de España en abril de 1931. Los motivos de su abdicación fueron varios y, ciertamente, los republicanos los aprovecharon hábilmente para, sin ninguna legitimidad, forzar la caída de la monarquía parlamentaria. Entre ellos, muy posiblemente, pudo pesar en el ánimo de Alfonso XIII el recuerdo de lo que había sucedido con Nicolás II y su familia. Ninguna potencia había movido un dedo para salvarlos, ni siquiera las monárquicas emparentadas con los Romanov. Esa pasividad se había traducido no sólo en los horribles asesinatos de la casa Ipatiev sino en el exterminio buscado y sistemático de buena parte de los familiares del zar derrocado. Difícilmente podía esperar más apoyo Alfonso XIII —a pesar de su labor humanitaria durante la guerra— y su familia si los republicanos españoles los encarcelaban.





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    César Vidal - ¿Por qué Alfonso XIII no pudo salvar al zar Nicolás II? - Libertad Digital

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    Re: Rusia y España

    Revista Eslavia 1(2015)


    EL MISTERIO HISPANO-RUSO

    Antonio Moreno Ruiz

    Historiador y escritor

    ANTONIO MORENO RUIZ





    Desde hace mucho tiempo albergo una intuición que a muchos les podrá sonar extraña, mas el tiempo y el conocimiento me han ido llevando a presentarla y defenderla con formas muy tangibles: Existe un gran paralelismo entre el mundo hispánico y el eslavo-oriental, entre las Españas y las Rusias; y todavía es un misterio por desvelar.

    Mi curiosidad sobre la cultura rusa me llevó a nutrirme de aspectos que veía desde muy niño a través del cine y la literatura. No sé exactamente por qué, pero creo que el gusto de mis padres por la película “Doctor Zhivago”, con aquella mítica banda sonora de Maurice Jarre comenzó a empujar mi curiosidad. Parte de esa película está rodada en España, y yo me preguntaba cómo era posible recrear un paisaje ruso en nuestra Piel de Toro… Claro que eran tiempos de la Unión Soviética, donde en Moscú no gustaban demasiado ciertas “expresiones artísticas”… Y sin embargo, mientras que en la URSS miles de artistas eran arrojados a la prisión o a la muerte, en la Europa liberal-capitalista el ser comunista constituía una especie de garantía cultural y superioridad moral. A los años, vemos cómo el progresismo, esto es, ese sofrito de marxismo cultural y Escuela de Frankfurt (1), ha calado mucho más en la Europa occidental que en los países que estuvieron bajo el telón de acero.

    En fin, muy pronto me toparía con la literatura del gran país del Este. Alguna imagen conocía gracias al libro Piotr, escrito por el holandés Jan Terlouw, el cual crea su personaje en el ambiente de una granja al sur de Moscú. Fue uno de los muchos libros que leí de la editorial El Barco de Vapor, una editorial que acaso nos marcó a todos aquellos que pasamos nuestra infancia a caballo entre los 80 y los 90 del pasado y malhadado siglo XX. Y en la adolescencia, ya comencé con Dostoyevski, viendo en su enorme capacidad descriptiva y psicológica paralelismos considerables con el estilo realista español que se desarrolló entre los siglos XIX y XX, cuyo máximo precursor fue José María de Pereda, al que admiraba, entre otros, el muy conocido Benito Pérez Galdós. Como escritor, reconozco que he seguido bastante este estilo, siendo de hecho una de mis escuelas, yendo también hacia el realismo mágico hispanoamericano, que a su vez, entronca con el esperpento de Ramón del Valle-Inclán. Conforme leía a Dostoyevski también leía a Tolstoi, siendo que me gustaba mucho más el primero que el segundo; con todo, también veía paralelismos en Tolstoi, sobre todo en su modo de narrar, en sus muchos detalles descriptivos, en sus ansias costumbristas… Era raro, pero aquella intuición me quería decir algo. Y aquella intuición se desarrolló mientras descubría picoteos de Gogol, Chejov, Soloiev y Berdiaev. Con todo, aquella pequeña intuición que fue naciendo en base a elucubraciones más o menos literarias se hizo carne al sumergirme de lleno en la figura de Alexander Isayevich Solzhenitsyn. En aquellos universitarios años, asimismo, conocí el Strannik, el libro del peregrino ruso, una especie de camino de Santiago eslavo. Con Solzhenitsyn, empero, fui hacia el Archipiélago Gulag, la enorme colección de historias de los campos de concentración comunistas, de los que él formó parte como represaliado de aquella tiranía, pero también hacia Un día en la vida de Iván Denisovich, La casa de Matriona, Pabellón de cáncer, Lenin en Zurich, El error de Occidente y algunos otros que me dejo en el camino. Y todos ellos me fueron dibujando con trazos cada vez más realistas los curiosísimos paralelismos sociales, culturales, históricos e incluso espirituales entre ambos mundos a priori tan lejanos. Empero, los que mejor me presentaron lo que empezaba a ser “mi teoría” fueron sus ensayos contemporáneos: El “problema ruso” al final del siglo XX , Cómo reorganizar Rusia y Rusia bajo los escombros. En esta tríada de ensayos, Solzhenitsyn habla del pasado y el presente, así como de las propuestas de futuro basadas en lo mejor de la tradición rusa que él cree olvidada y vilipendiada por un sistema sin escrúpulos y por la confusión y ansias que genera ese “nuevo mundo” para buena parte de un pueblo ruso, castigado y humillado ad nauseam. Y ahí ya me convencí del todo que lo que yo iba pensando y defendiendo iba más allá de una mera intuición, porque las coincidencias históricas se veían muy nítidas en el delineamiento de aquel gran matemático, físico e historiador que, lejos de quedarse en una mera crítica anticomunista, analizó con dura perspicacia todos los errores de la modernidad que de hecho nos están consumiendo. Así las cosas, el leer a Solzhenitsyn supuso también el dar un nuevo enfoque intelectual no sólo en general, sino también a la visión española en particular y del mundo hispánico en general. Fue él quien, como Juan Vázquez de Mella, el gran tribuno del tradicionalismo español, me hizo ver que la tradición es un concepto dinámico, que la tradición no significa anclarse en el pasado, sino recoger lo mejor de él para construir mejor un futuro que no pierda su identidad, su esencia; y que, en definitiva, sin tradición no hay progreso.

    Del pasado al futuro, Solzhenitsyn como digo fue, una gran confirmación entre los paralelismos que yo avistaba para con lo español y con lo ruso. Paralelismos que ya habían sido avistados y defendidos antes por personalidades tan diferentes como el mentado Tolstoi y Miguel de Unamuno.

    Y así, conforme iba tomando cuerpo mi idea, un buen día, hablando de este tema con un amigo argentino, me dijo que él también pensaba lo mismo, y que luego de que leyera Europa y el alma del Oriente del germano Walter Schubart (2), mi visión se acrecentaría aún más. Y así fue. Schubart, que fue profesor de sociología y filosofía de la universidad de Riga (Letonia), aunque germánico, escribe enteramente como un oriental. Leerlo fue como tener ante mis ojos a un profeta del Oriente hablando a un Occidente sordo, ciego y mudo (tal era la sensación cuando leía a Solzhenitsyn), en un lenguaje espiritual como ya no se entiende en el Viejo Continente.Y en este libro hay un apartado especial a las comparaciones entre rusos y españoles, a los pueblos de la periferia del Viejo Mundo, cuyas puertas fueron primero cerradas al enemigo islámico, y luego abiertas para extender la cruz gracias a ellos; y sin embargo, tanto España como Rusia sufren una leyenda negra tan injusta como embustera en no pocos países de ese continente que no existiría como tal sin haber sido salvaguardado por sus extremos geográficos. Y sin embargo, tanto rusos como españoles hemos recibido la acusación de “poco europeos”, o incluso rusos de “asiáticos” y españoles de “africanos”… ¡¡Encima!! Y bueno: Dice el refranero español que de bien nacidos es ser agradecidos, así que ya sabemos el calificativo que hay que emplear en estos casos…

    Asimismo, fue el mismo amigo argentino que me proporcionó la lectura de Schubart quien me hizo notar algo interesante: (Siendo nieto de españoles) En sus viajes por España, percibió mucha impaciencia en los caracteres, y dizque "frustración". Tanto él como otros nietos de españoles en el Nuevo Continente me dicen que los españoles de ahora son muy distintos de los de antes: Que el español de antes era mucho más humilde, sufrido y aguerrido, entre otros. Y todo eso es verdad, y la palabra clave es la frustración. No en vano, tengo para mí que los problemas de España van mucho más allá de la economía. Es algo muy psicológico, si se quiere. Especialmente desde el siglo XVIII nos encanta compararnos con Francia, Inglaterra Alemania... Pues bien: Nos guste más o nos guste menos, somos de tierra de frontera, somos de la tierra y del mar, somos continente e islas adyacentes, y si hay algún paralelismo que nos podría servir, no es el de allende los Pirineos ipso facto, sino el mundo eslavo oriental; un mundo paralelo, casi tan paralelo como lo es nuestra América. Y eso lo supo ver a las mil maravillas el mentado Schubart, quien terminó de abrirme los ojos, indicándome cuál es el plano a trazar. Porque el mundo eslavo oriental nos podrá ayudar a comprender muchas cosas. Si lo conociéramos e investigáramos más, otros gallos nos cantarían. En cambio otros mundos, añadiendo la mentalidad de nuevos ricos progres (¡encima!), no nos precipitarán sino al abismo, al abismo de sempiternos adolescentes malcriados y frustrados, que eso es lo que parecemos y somos, dentro de una irritante frustración propia del complejo de inferioridad y de la incomprensión alarmante. De donde no hay, no se puede sacar. Tenemos que ir a nuestras raíces, tenemos que acudir a nuestros intereses. A estas alturas de la película, lo demás es música ratonera. Las Rusias y las Españas en teoría son polos opuestos, ¿pero acaso no es ley que éstos se atraigan? Además, no es nada nuevo, porque mal que bien, hay un trasvase importantísimo entre ambos pueblos: La influencia bizantina, la continuación del Oriente Romano por todo el Mediterráneo. Desde el siglo VI al VIII, desde las islas Baleares a Ceuta estuvieron en manos bizantinas, no sin potentes incursiones sobre el sur peninsular. Y no olvidemos que Bizancio significa la continuidad histórica, política y hasta espiritual del mundo romano sobre las nuevas improntas germanas y eslavas. Como bien corrobora el historiador bizantinista argentino G. Martín (3): " Influencia bizantina en España? El Reino de los Visigodos en la península Ibérica fue algo así como una sucursal de Bizancio, lo cual se manifestaba sobre todo en las compilaciones en el Liber Iudicum, en la administración del reino, en la mismísima Iglesia visigótica tras Recaredo (una copia de la bizantina, a través de Isidoro de Sevilla). De entre todos los reinos que surgieron tras el hundimiento de la sección occidental del Imperio Romano, el de los visigodos fue el que mejor copió las tradiciones romano-bizantinas." Asimismo, el historiador español Daniel Gómez Aragonés (4) dice que “la influencia debemos buscarla, particularmente, en cuestiones políticas, ideológicas, artísticas y religiosas. No podemos entender el Reino Visigodo de Toledo sin comprender la dimensión del Imperio Romano de Oriente, Bizancio. Debemos tener presente que los grandes faros de dicha época eran en un extremo Constantinopla y en el otro Toledo. Una vez más, el Mediterráneo fue ese canal de interacción que hizo fluir las relaciones. Es muy importante conocer el influjo de Roma y posteriormente de Bizancio sobre nuestra cultura. La liturgia hispanogoda es uno de nuestros mayores tesoros.”

    Tanto en España como en Rusia se van a reunir pueblos dispersos (a veces, todavía paganos) en torno a ese ideal universal romano perfeccionado en la cruz; pueblos dispersos que tienen que sacudirse la embestida del islam y cuya fortaleza servirá para que Europa quede tranquila y alejada de este problema. La victoria acaudillada por Don Pelayo en Covadonga, en el siglo VIII, irá creando entre galaicos, astures, cántabros y vascones y mozárabes (los cristianos hispanos que se habían quedado en territorio dominado por el islam) una conciencia de la “España perdida” cuya recuperación había que poner en marcha. En el otro extremo del continente, en el siglo X, el príncipe Vladimiro I de Kiev se convierte al cristianismo y va a comenzar una nueva historia política que enlaza con la espiritualidad y la liturgia bizantina. El mesianismo ruso de ser la Tercera Roma tiene este punto de partida. Y no en vano, el polígrafo Marcelino Menéndez y Pelayo definió a España como “la espada de Roma”. Tanto en Rusia como en España estamos ante un Medioevo prolongado durante siglos en la lucha y en la cultura de frontera. Todo este mundo está vertido en la comunión de geniales creaciones épicas, cantadas en Rusia por los guslares y forjadas en España por los Cantares de Gesta. Esta prolongación espiritual, cultural y política hará decir al muy atento pensador alemán Oswald Spengler que “el espíritu español quebrantó el Renacimiento”.

    Hablábamos de pueblos dispersos que acaban reunidos; un hecho que es más notorio en Rusia, pues en España, a pesar de las diferencias, en contra de lo que pensaron muchos, mejores o peores intencionados, existen unas ligazones étnicas muy fuertes; primero, porque no se explica la consolidación del reino de León -tras la incipiente monarquía astur- sin la repoblación mozárabe, y asimismo, no se explica el avance de la Reconquista sin la interacción entre los mozárabes y los repobladores del norte que llegaron de Despeñaperros para abajo. Aparte, la extensión continental rusa no es tampoco comparable a la ibérica. Con todo, sí hay un factor fundamental de unidad entrambas patrias: La confirmación de la fe y la corona. En España, primero fue Recaredo I, luego, Don Pelayo; en la Rus, Vladimiro I de Kiev, a posteriori, Iván el Terrible. España (como Portugal) tenía su irredentismo en su costa norteafricana, prolongando la Cristiandad que quedó truncada tras la invasión islámico-arábiga; sin embargo, en 1492, cuando castellanos, aragoneses y portugueses ya tenían una presencia firme en África, es el mismo año que Colón arriba a Guanahaní, siendo que toda una geopolítica cambia, en pro de una geopolítica universal y providencial: A partir de la Península Ibérica, las Baleares, las Canarias; del norte de África al continente americano va a irradiar la misional civilización hispánica. España y Rusia están “sobre Europa”, y si bien España tiene su talón de Aquiles entre África y América, Rusia lo empezará a tener en el siglo XVI primero ante la inmensidad asiática, con el papel cosaco en la conquista y poblamiento de Siberia, y a posteriori al cruzar el Estrecho de Bering, se convertirá, como en España, en una nación “tricontinental”, y líbrenos Dios de paralelismos con términos actuales.

    Empero, ¿quedan Rusia y España cerradas y cercadas hacia ambientes lejanos? De ninguna manera, y resulta que esta historia paralela va a converger en la aparición de un nuevo enemigo común en el Mediterráneo: El turco. El mismo enemigo que acabó con Bizancio, el mismo enemigo que cuasi finiquitó el mundo romano del que, por un lado y por otro, las Españas y las Rusias son herederas. El mismo enemigo que no podrá desbordar el continente europeo al encontrarse estos dos diques al Oriente y al Occidente. Y el mismo enemigo con el que continuamente coquetearán las potencias que conformarán lo que conoceremos como la Europa más moderna.

    Con todo, convenimos en que ni el mundo ruso ni el mundo hispánico estuvieron aislados. Por más que su idiosincrasia fuera resistente a la nueva configuración que experimentaba el continente, ambas entraron en el mundo ilustrado. En España vino de mano de los Borbones, pero no fue sólo su exclusividad, puesto que no había Borbones en Portugal y sin embargo el marqués de Pombal demarcó una política tan absolutista o más que al otro lado del Guadiana. Lo mismo sucedía en la muy idealizada Austria con el josefismo, ejemplo de absolutismo asfixiante. El siglo XVIII supuso un punto de inflexión importantísimo, pues no era sino confirmar la Paz de Westfalia, el tratado que en 1648 selló las ideas de los futuros estados-nación. De Westfalia a Utrecht, donde el imperio británico confirmó su rapiña de Gibraltar, tanto España como Rusia se enmarcarán en una dificilísima política europea seguidas muy de cerca tanto por Francia como por Inglaterra. En España, como decimos, Felipe de Anjou fue el rey legítimo designado por su tío Carlos II; sin embargo, el archiduque Carlos de Austria, irrespetando estos términos, no tuvo mejor idea que invadir España aliado de nuestros peores enemigos: Holandeses y británicos. Parecía que media Europa se tomaba la Piel de Toro como un botín. Y los británicos tomaron el mayor punto estratégico del planeta: Gibraltar; la unión del Mediterráneo y el Atlántico, la llave de Europa y África, y el paso obligado hacia América. Para confirmar su dominio talasocrático, y para humillar al que Cromwell consideraba el enemigo providencial, no podían haber escogido momento y punto mejores. Inglaterra, sabiendo de la proyección universal hispánica, acuñó en el siglo XVIII que “a España hay que vencerla en América y no en Europa”. En este siglo trazará su plan para humillar a España y sin embargo, recibirá las derrotas más humillantes de su historia, desde Cartagena de Indias por mano del vascongado Blas de Lezo a la América del Norte con el andaluz Bernardo de Gálvez cerrando desde el Caribe al Mississipi. Blas de Lezo que, por cierto, había luchado años antes con uñas y dientes por Felipe V, quien mimó especialmente a vascongados y navarros por el ardor en defender su causa.

    El siglo XVIII es clave para entender la política de Francia e Inglaterra y sus ojos puestos sobre España y Rusia, potencias que manejaban grandes cantidades de territorio. Sin embargo, a pesar de gran resistencia popular, tanto en la propia corona como en determinadas oligarquías, las ideas de la Ilustración van a calar y de una forma muy exagerada. En Rusia el paradigma es Pedro el Grande, quien quiso obligar a los rusos a afeitarse y llegó a trasladar la capital de Moscú a una ciudad nueva: San Petersburgo. Lo de obligar a los rusos a afeitarse, a día de hoy, puede sonarnos a coña marinera, pero en aquella época tenía un significado cuasi religioso, pues tradicionalmente, muchos rusos se dejaban las barbas con la intención de parecerse a Jesucristo. No contento con eso, imitando el modelo protestante del rey-papa, su actitud llegó a crear un rupturismo dentro de la iglesia ortodoxa rusa que todavía colea a día de hoy, debido a las intromisiones estatales. Entre los tiempos de Carlos III y Carlos IV, las políticas regalistas fueron también asfixiantes, llegando en la época del ministro Pablo de Olavide (criollo limeño, para más señas) a meterse en el seno de las cofradías, intentando hasta suprimir hábitos de penitencia, lo que provocó gran revuelo en Sevilla.

    Sin embargo, en el siglo XIX, con la invasión napoleónica, sucede que su primera derrota militar es en Bailén, un hecho histórico que dio muchísimos ánimos a los resistentes patriotas rusos que, con Kutuzov y el general invierno, lograron derrotar a la Grande Armée. Napoleón, como los turcos, no pudo extender su tiranía acribillado en sus extremos de Occidente y Oriente. Sin embargo, las ideas de Napoleón habían penetrado con mucha fuerza en ambos mundos, y si bien el dictador corso fue derrotado con las armas, no lo fue con el pensamiento, porque desde las mismas élites, acomplejadas y culturalmente extranjerizadas, que veían a su pueblo como atrasado e inferior, inyectaron un extraño corpus ideológico ante el que los pueblos desarrollaron de una forma muy exagerada, al alimón de las mixtificaciones propias del romanticismo. A pesar de poseer hispanos y eslavos orientales una espiritualidad latente y vigorosa, la Europa que teníamos entre medio acababa por absorbernos. Y el mundo hispánico acababa por descomponerse en una sucesión de interminables guerras civiles, de la Península al Nuevo Mundo, donde todos contra todos se acaban matando, siendo que toda una geopolítica se viene abajo en unas guerras que duran hasta décadas, con una parte importantísima de la población, tanto ibérica (la que luego cristaliza en el carlismo) como ultramarina, y donde el mayor beneficiado fue el que había sido derrotado durante todo el siglo XVIII: El imperio británico; el mismo que, aplicando el clásico “divide y vencerás” se convierte en árbitro y señor de todo el continente, y que no muy tarde se reconciliará con los Estados Unidos para formar un bloque compacto ya en el siglo XX. Un bloque que todavía tiene como eje sagrado a la reina de Inglaterra, que no se olvide este “detalle”.

    Rusia, empero, no va a desintegrarse de esta manera tan atronadora. Sigue siendo una potencia continental, una potencia de tierra. Y es la misma potencia, directora de la Santa Alianza, la que pregunta por la posibilidad de ayudar a España ante el separatismo en América. El británico Wellington, cuya ayuda contra Napoleón fue más venenosa que otra cosa, decía solidarizarse con España mientras le mandaba oficiales a todos los próceres separatistas, a los que tenía absolutamente conchabados. Y justo es en esta época cuando Rusia deja de ser “Terra Incognita” para España, porque algunos diplomáticos de Fernando VII van a querer establecer una sólida alianza con los Romanov. La posible alianza militar nunca fraguada también tuvo su punto en España, porque gracias al diplomático Tatischev se compraron unos buques de guerra para ayudar a los realistas americanos; buques de guerra que a la hora de la verdad, estaban podridos y no podían zarpar. Entonces, se formó una pequeña comunidad rusa en España que tenía hasta su propia iglesia ortodoxa, de la que a posteriori, quedaría poco rastro.

    “Terra incognita”: Eso era el Oriente eslavo para muchos españoles hasta el siglo XIX. Y al contrario también lo mismo: España para los rusos significaba lo desconocido. Tanto rusos como españoles teníamos a lo francés como ejemplo de refinamiento y nuestras élites (así como las élites criollo-mestizas americanas) gustaban hasta de hablar francés entre ellos como símbolo de distinción. Nuestros pueblos mantenían paralelismos espirituales pero no se conocían. La brevedad de la legación diplomática rusa en Madrid y el escabroso y corrupto asunto de los buques de Tatischev tampoco sirvió para un mayor conocimiento entrambos. A posteriori, Rusia apoyaría los derechos del rey Carlos V frente a la usurpación liberal-isabelina, pero el triste triunfo de esta facción golpista, propiciado entre otros, por el imperio británico y la Francia orleanista, también servirán para alejar posiciones en el siglo XIX. El XIX, el siglo del desguace de las Españas, es también el siglo del intervencionismo franco-británico en Crimea, coqueteando con los turcos frente a un imperio ruso que se iba afianzando desde la Europa central a los confines del Extremo Oriente.

    Por desgracia, las bases rupturistas al respecto de la esencia tanto hispánica como rusa habían quedado ya asentadas, y si bien el mundo eslavo oriental no estalló en divisiones, como el mundo hispánico, se vería conmocionado de arriba a abajo con el estallido de la Revolución Rusa en el Año de Nuestro Señor de 1917. Lejos de haber una hambruna asoladora, lejos de haber un “Antiguo Régimen” sempiterno, y lejos de haber un clamor popular unificado, que son los tópicos insuflados por la propaganda comunista que de tan buena gana se ha acogido en el liberalismo occidental; lo cierto es que, como el mentado y admirado Solzhenitsyn, entre otros, lo que sucedió fue una explosión desordenada de muchos “partidos” y con mucho desorden, formándose algo más parecido a los conflictos post-napoleónicos del mundo hispánico que otra cosa. El zar Nicolás II, que había hecho bastantes reformas y tenía prestigio internacional, y todavía una aura cuasi religiosa en buena parte de su pueblo; sin embargo, se vio acorralado al entrar en la Gran Guerra; Gran Guerra en la que, entre otros, le había hecho la jugada su pariente el kaiser... ¡Y entró aliado de Francia e Inglaterra, y por intereses paneslavistas! Y eso con el todavía reciente fracaso de la Guerra Ruso-Japonesa, que tanto descontento creó y que tanto aprovecharían los revolucionarios (como en España aprovecharían los conflictos ultramarinos, de Filipinas a Marruecos, pasando por Cuba)… Otrosí, Inglaterra, a pesar del parentesco de Jorge V con Nicolás II, lo dejó en la estacada y sólo España intentó salvarle la vida de verdad, sin éxito. El imperio británico fue el que sacó mayor tajada del paneslavismo, para así anular al imperio austrohúngaro; mientras que en Rusia, aprovechando los desastres militares, la desazón en determinados sectores, y la falta de un gobierno contundente, el partido bolchevique, minoritario pero bien pertrechado e ideológicamente fanático, con un Lenin que había sido financiado por Prusia a través de Suiza, lideró el terrible proceso. Los alemanes volvieron a cometer el mismo error que en Francia: Creyeron que, financiando y aupando la Revolución, obtendrían grandes réditos territoriales. Y en ambos casos, París y Moscú se les volvieron en contra, aun de diferentes maneras. Buena parte de Europa creyó que Rusia sería su botín, tal y como lo creyeron algunos para con la España de principios del XVIII; sin embargo, no entendieron una cosa que sí entiende nuestro nombrado y reivindicado Schubart: La pervivencia del hombre mesiánico. Como dice el profesor Manuel Fernández Espinosa, director de nuestra revista, tanto el ruso como el español se hacen comunistas no por indiferentismo religioso, ni tampoco por un mero “odio”: El ruso, como el español, se hace rojo porque sustituye el Evangelio por Marx. Ni el español ni el ruso pueden pasar por una iglesia como si nada: O se arrodillan con fervor o quieren quemarla para implantar algo nuevo, una fe nueva. Es un pensamiento de conjunto que, asimismo, no se contenta con quedarse en su terruño, sino que se le queda el mundo chico una vez que ha superado su cultura de frontera. La amplia visión geográfica se refleja en los más variados modos de “comportamiento”; pero mientras el francés y el alemán viven rodeados de vecinos, el ibérico tiene la inmensidad de África y el mar, y el ruso, la estepa… No hay medias tintas ni maquiavelismos posibles en la constitución histórica de estos pueblos.

    Con todo, Lenin no tuvo ningún reparo en regalar territorio ruso, y así se lo hizo saber a los alemanes. Mas por avatares del destino, y sobre todo luego de la Segunda Guerra Mundial, el aparato represor fundado por Lenin y luego continuado por Stalin, y el inmenso botín, hizo que la Unión Soviética se confirmara como imperio, sustituyendo la estrella sangrienta a las cruces de los zares; y buscando extenderse por América y África. No porque en el comunismo estuviera subyacente el espíritu ruso, pues el comunismo ruso fue tan contrario a la historia y esencia de su patria como el alemán o el español; sino porque Stalin, en la Segunda Guerra Mundial, aun teniendo el estado leninista heredado, tuvo que crear una mística paralela para echar a pelear a un pueblo que en mucho caso veía a los alemanes como libertadores. No existe, en verdad, un “patriotismo soviético”, como no existió un “patriotismo tricolor” en España; aunque los republicanos rojos tomaran lemas de la guerra contra Napoleón, como “el no pasarán”. Ambos intentaron crear una mística paralela, acudiendo a antiguos “mitos” patrios que ellos habían desechado virulentamente, hasta que todo se le fue de las manos, y vieron que con la “dictadura del proletariado” y similares no movilizaban al pueblo. Y ese es otro punto de encuentro, y acaso el más importante para con nuestra historia contemporánea, porque en esta coyuntura es cuando definitivamente dejaremos rusos y españoles de ser “Terra Incognita”, porque los marxistas españoles tendrán en Rusia a su Vaticano rojo. Tanto así que el “¡Viva Rusia!” se convierte en un grito revolucionario de socialistas y comunistas. Antes de la Guerra Civil, Largo Caballero, notorio dirigente del Partido Socialista Obrero Español (5), ya se hace llamar “el Lenin español”. Los retratos de Lenin y Stalin pululan por Madrid. En aquella dolorosa Guerra que duró de 1936 a 1939, muchos gritaban antes “¡viva Rusia!” que incluso “¡viva la República!” y por supuesto “¡viva España!” El seguimiento hacia el Moscú de Stalin fue total: El Partido Obrero de Unificación Marxista fue eliminado por trotskista bajo la atenta mirada de la burocracia soviética. Andreu Nin, líder de esta facción, fue asesinado por el Frente Popular, la gran coalición de revolucionarios rojos que ya se habían hecho notar en 1934 cuando la derecha ganó las elecciones y organizaron un golpe de estado desde Asturias que fracasó; sin embargo, no parece merecer homenaje por una esquizoide ley dizque de “Memoria Histórica” suscrita hoy desde el liberalismo a la extrema izquierda.

    Y bueno, no dejamos de ser “Terra Incognita” sólo en un bando: Resulta que ya en la época de la Dictadura del general Primo de Rivera (de 1923 a 1930), el barón de Wrangel se le había ofrecido para combatir a Abd-El-Krim, el caudillo secesionista rifeño que si bien de joven sirvió a España, luego se aprestó a traicionarla; a lo que el general se negó por mor no de internacionalizar el conflicto. Pocos años después, y ya formada una nutrida colonia de rusos blancos en Francia, aquellos mismos que habían combatido la Revolución en Rusia, cuando vieron a unos soldados que vestían uniforme caqui y boina roja, con la mosca detrás de la oreja creyendo ahí afección comunista, sin embargo le dijeron que no, que era el Requeté, la fuerza militar de la Comunión Tradicionalista, cuyo lema era Dios, Patria y Rey; y aquellos rusos dijeron que querían alistarse en esa bandera, puesto que ellos en Rusia habían luchado por la Fe, el Zar y la Patria (6). Tanto en el Requeté como en la Legión se alistó un respetable número de rusos que, con el cristianismo a flor de piel y el ardor anticomunista, como mandan los cánones de quien admira la mística monástica que se retira del mundo y quien en absoluto teme a la muerte, regaron con su sangre el suelo español en una de sus horas más trágicas. Emilio Herrera Alonso, militar carlista, en su libro Los mil días del Tercio Navarra (7), detalla cómo su camarada el voluntario ruso Vladimir Kovalewsky opinaba que españoles y rusos eran pueblos que tenían muchas características comunes: Nobles, sentimentales, caritativos, afectivos, y cargados de tradiciones. Pero que a diferencia de los rusos, a los que él veía vocación de esclavos, los españoles la tenían de señores, lo cual les daba en muchos casos una altivez exagerada, sobre todo en el norte peninsular.

    Empero, veamos que a pesar de la notable diferencia, los paralelismos que Kovalewsky señaló a Herrera ya habían sido señalados por Schubart, aquel germano afincado en Letonia e imbuido de Oriente cristiano.

    Como vemos, Evangelio y Antievangelio se enzarzaban con furia en la Piel de Toro entre españoles y rusos, y en ambos bandos latían corazones similares. Y Solzhenitsyn (8) defendía que en España había triunfado, por encima de otras consideraciones, el concepto cristiano de la vida. Cuando vino a España en 1976, fue objeto de una gran cantidad de críticas. Él dijo que si querían ver una dictadura de verdad (Franco había muerto en 1975), que se fueran a la Unión Soviética; porque en España se vendía prensa extranjera, se podían hacer fotocopias y viajar libremente por el país sin permiso, así como se podía emigrar y regresar tan normal; y nada de eso se podía hacer bajo la hoz y el martillo. En cambio Solzhenitsyn recibió un aluvión de críticas y no necesariamente por parte de los marxistas, sino de los que luego se despejarían como “demócratas de toda la vida” mas no habían tenido problemas bajo el régimen de Franco. El escritor Juan Benet llegó a justificar en varias ocasiones los campos de concentración y especialmente para él; Camilo José Cela, del mismo gremio, le llamó “pajarraco de mal agüero”… En cambio, más allá de la literatura (y y…), ¿qué quedó de Benet o de Cela? ¿Y qué ha quedado de Solzhenitsyn? Ahí todo se responde…

    En fin, llegados a este punto, pareciera que el águila bicéfala se ha hecho para nosotros: Oriente y Occidente. Aunque la situación de rusos y españoles es muy diferente. Rusia, mal que bien, está luchando por mantenerse como una potencia. Ahora mismo en Ucrania pasa lo que pasó hace dos siglos en la América virreinal: Gente de muy diversa adscripción se enfrentan en trincheras diferentes. Y por más que haya “ideologías” que pretendan adobar, hay cosas que son de sentido común. Por más felón e inútil que fuera Fernando VII, separar las Españas, y más de esa manera, era un error que encima beneficaba a potencias muy concretas. Pues en Rusia pasa lo mismo: No se puede pretender ir de anticomunista por la vida, derribando estatuas de Lenin, a la par que se defienden las fronteras artificiales que éste creó, luego mantenidas por Stalin y por Jruschev. Además, la Rusia de ahora no es comunista, y es algo que va mucho más allá del gobierno de Putin, que sería harina de otro costal; por más que algunos no lo quieran entender. Los hermanos tienen que estar unidos y más en los momentos difíciles. Y la Historia, la sangre, la cultura, el espíritu, y el mismo sentido común que tanto nos falta, al final nos acaba reuniendo, por más que queramos tirarnos los trastos a la cabeza. Tanto España como Rusia tienen experiencia en saber que los tiempos de Dios no son los de los hombres, y que conseguir esa reunión de hermanos no es cuestión de un día para otro; empero, hay momentos donde hay que poner toda la carne en el asador.

    Rusia es nuestro hinterland oriental, España es el hinterland occidental. El Viejo Continente nada puede hacer sin nosotros, y por más que España esté absolutamente descompuesta e incluso en alocado suicidio, a nadie en verdad conviene que desaparezca del mapa. Rusos y españoles, de la “Terra Incognita” nos hemos encontrado, tanto en el continente como en América; donde hubo litigio fronterizo en el Pacífico, ante la inmensidad de Alaska, que estuvo a punto de desencadenar una guerra en el siglo XVIII. Luego, entre el XIX y el XX, no es nada desdeñable la emigración eslava oriental a la Argentina; Argentina que es la patria del gran filósofo Alberto Buela, el mismo que viene defendiendo desde hace años el legado hispánico y los cauces de entendimiento entre nuestros pueblos; el mismo filósofo que asimismo también sabe sobre los “misteriosos” paralelismos hispano-rusos y que desde hace tiempo ha iniciado una colaboración interesante, aun manteniendo cada cual sus puntos de vista, con el politólogo ruso Alexander Duguin. En Argentina tenemos a Buela y en España al escritor Juan Manuel de Prada, un valiente intelectual con muchas conexiones en Argentina (admirador del padre Castellani y otros grandes pensadores del país rioplatense), quien amén de defender los paralelismos hispano-ruso, aboga por acercarse a Rusia como justicia ante la hegemonía occidental-liberal. Nosotros, desde nuestras posibilidades, tratamos de desarrollar este misterio y de aproximarnos a Rusia al fundar la Sociedad Cultural Hispano-Rusa (9), donde nuestras publicaciones culturales manan de la amplitud cultural y espiritual como germen reivindicativo de nuestros plausibles lazos. En otros proyectos como en las revistas Raigambre y La Razón Histórica (10), también hemos reivindicado este legado, haciendo nuestras las palabras de Schubart, pues según el insigne profesor, “entre rusos y españoles no existen tan sólo semejanzas sorprendentes en la periferia de la vida, sino coincidencias en el centro del alma [...] Misión de ambos es pregonar la realidad de Dios en el mundo de lo inconsistente. Por esto hubieron de hacer penitencia ante todos los pueblos de la tierra, mediante una múltiple miseria. Cuando quede cancelada la culpa, se levantarán en el nuevo eón a una nueva grandeza y renovarán la fe en la primacía del espíritu sobre el poder, en la primacía del alma sobre la cosa".Y sí, creemos que tenemos una misión, pues nuestro mundo hispánico sigue cercado y descompuesto, gracias, entre otros, a la misma potencia que quiere desmembrar y debilitar Rusia; la misma que creyó que todo el monte era orégano cuando cayó la Unión Soviética y que podría manejar el Este como maneja a la burocracia de Bruselas. Ante el desafío de la globalización, creemos que podemos aprovechar nuestra vocación universal. Nuestra tradición constituye siempre una novedad, pues nuestras gentes, en muchos casos influenciadas por nefastas “élites”, se acogen a un colonialismo cultural anglo-degradante y desconocen sus posibilidades porque desconocen su historia, llena de levantamientos en momentos difíciles, y con una experiencia político-filósofica encomiable. Muchos, que encima van de “rompedores”, saben nombrar autores exóticos pero desconocen los más ilustres nombres que hicieron posible la epopeya que va desde los godos a las Antillas, los Andes y las Filipinas; un mundo que forjó cultura e instituciones, y que se pudo mantener con cierta autarquía hasta que se confirmaron nuestras peores desgracias. Pues bien: Al día de hoy, Rusia nos da el ejemplo. No perfecto, por supuesto, ¿pues quién lo es? Pero sin duda, un ejemplo de fe y voluntad, de recuperación de emblemas y causas tradicionales, de orgullo, coraje y fuerza para levantar una vitalidad orgullosa ante un mundo en ruinas. Ahora bien: Sin cohesión comunal, sin conciencia de sociedad, historia e identidad, sin el conocimiento de nuestras tradiciones en todos sus ámbitos, y sin ganas de querer cambiar realmente las cosas y estar preparados tanto para lo peor como para lo mejor, desechando la comodidad burguesa; no habrá nada. Porque nuestro tiempo es el de sociedades andantes, el de pueblos que tienen que defenderse a la fuerza. Sea, pues, la revelación del misterio hispano-ruso el gran acicate para la operativa y renovadora transformación que anhelamos, con el pasado en marcha como bandera hacia un futuro mejor.




    (1) Sobre la Escuela de Frankfurt, véase:
    http://es.wikipedia.org/wiki/Escuela_de_Fr%C3%A1ncfort
    Diccionario CrÃ*tico de Ciencias Sociales | Escuela de Frankfurt: Primera Generación


    (2) Véase:
    RAIGAMBRE: RUSOS Y ESPAÑOLES: EL "EÓN JOÁNICO" Y EL "HOMBRE MESIÁNICO"


    (3) Recomendamos encarecidamente que visiten el blog de G. Martín:
    http://imperiobizantino.wordpress.com/

    Otros enlaces relacionados:
    SOCIEDAD CULTURAL HISPANO-RUSA: ¿INFLUENCIA BIZANTINA EN HISPANIA?
    ANTONIO MORENO RUIZ: UNA AVENTURA HISTÓRICO-CULTURAL: EL IMPERIO BIZANTINO (4): EN LIMA.


    (4) Sobre Daniel Gómez Aragonés:
    RAIGAMBRE: ENTREVISTA AL HISTORIADOR DANIEL GÓMEZ ARAGONÉS


    (5) Sobre Largo Caballero:
    http://es.wikiquote.org/wiki/Francisco_Largo_Caballero https://qbitacora.wordpress.com/2009...rracivilistas/


    (6) Sobre los rusos blancos en España:
    Сruz conmemorativa « â€* Parroquia de Santa MarÃ*a Magdalena â€*
    Rusos Blancos
    Premín de Iruña: Los requetés rusos
    Premín de Iruña: Los sanfermines de 1939, primeros tras la guerra, los rusos y ¿el último encierro del aitacho?


    (7) Véase:
    ANTONIO MORENO RUIZ: MIS LECTURAS: "LOS MIL DÍAS DEL TERCIO NAVARRA", DE EMILIO HERRERA ALONSO.


    (8) Sobre Solzhenitsyn:
    ANTONIO MORENO RUIZ: "APOLOGÍA DE SOLZHENITSYN" - "DIGNIDAD DIGITAL".
    ANTONIO MORENO RUIZ: MIS LECTURAS: "EL PRIMER CÍRCULO", DE ALEXANDER SOLZHENITSYN
    ANTONIO MORENO RUIZ: "DE DOSTOYEVSKI A SOLZHENITSYN" - "EL CONTEMPORÁNEO"


    (9) Sobre la Sociedad Cultural Hispano-Rusa:
    SOCIEDAD CULTURAL HISPANO-RUSA
    https://www.facebook.com/pages/Socie...37247349843185


    (10) Revista Raigambre:
    RAIGAMBRE

    Revista La Razón Histórica:
    Revista digital de Historia - Revista La razón histórica


    (11) Sobre Arlindo Veiga Dos Santos:
    Cristianismo, Patriotismo e Nacionalismo: Arlindo Veiga dos Santos, arauto e poeta de uma Pátria-Nova



    Fuente:

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    Re: Rusia y España

    LA HISPANIDAD ANTE EURASIA












    Por Antonio Moreno Ruiz
    Historiador y escritor


    En nuestro tiempo parece que cobra auge la idea y el concepto de “Eurasia”. Se relaciona mucho con el pensador ruso Alexander Duguin y su escuela, ahora enfrascada en la elaboración de la Cuarta Teoría Política (1). Sin embargo, siendo exhaustivos, hemos de recordar el nombre y el ideal de “Eurasia” ya fue esbozado por algunos exiliados rusos ya a principios del siglo XX; los cuales, huyendo de la Unión Soviética, visualizaron un nuevo futuro para su patria a través de un gran espacio geopolítico que no en vano se correspondía con su tradición imperial.






    Alexander Duguin




    El eminente polígrafo Alexander Solzhenitsyn QEPD (2), si bien siempre receló con fuerza del término “Eurasia”, hablaba de las ficticias fronteras que se estaban realizando en el actual Kazajstán y en otros puntos del antiguo imperio ruso por mor de las “fronteras redefinidas” soviéticas, política que, aunada a las deportaciones masivas, es responsable de que veinticinco millones de rusos se encuentren fuera de sus tierras; y muchas veces atrapados ante un entorno dura y manifiestamente hostil. Alguna solución hay que hallar a este terrible desorden. ¿Ayudará en ello la recién creada Unión Aduanera Eurasiática? No lo sabemos. Pero si sólo se queda en lo comercial, ya sabemos cómo ha ido la Unión Europea…





    Alexander Solzhenitsyn




    Rusia es un gran país entre dos continentes. Nosotros, como hispanos, podemos entender esta geografía providencial. Y comoquiera que “Eurasia” está en boga para tirios y troyanos, creemos que hemos de posicionarnos desde nuestra perspectiva:

    ¿Qué se puede entender por “Eurasia”?

    -Si por “Eurasia” se entiende que ha de haber un único bloque geopolítico desde Lisboa a Vladivostok; o si encima se pretende ir desde el cabo San Vicente a Malasia, como se expone en algunos mapas, entonces, no hemos sino de negar la mayor y huir de semejante locura.

    Dentro de Europa, debido a la magnitud de sus diferencias, siempre habrá varios bloques. En todo caso, en Europa, somos latinos. Nuestros intereses nunca estarán dentro del europeísmo. No podemos hablar por los rusos, pero lo certeramente objetivo es que ni a Rusia ni a España les ha convenido históricamente meterse en determinados tejemanejes políticos de Europa; si bien por supuesto que debemos estar en Europa, pero con nuestros intereses. Hacer de Europa un bloque unido es un error de antemano y de ahí no puede salir nada bueno. Muchas son las diferencias y las debilidades.

    Y eso por no hablar de los países asiáticos… Ya sería demasiado.

    Alexander Duguin, con una amplia trayectoria política en espectros digamos “poco convencionales”, viene ahora abanderando la “Cuarta Teoría Política”. Resumiendo brusca y toscamente, podemos decir que según esta escuela, al fin del Antiguo Régimen surgió un mundo ideológico artificial al calor de la confirmación de las nuevas naciones-estados que precisamente venían a derrumbar lo que quedaba de aquel mundo más o menos tradicional. Primero se destapó el liberalismo, que desde finales del siglo XVIII a principios del XX se enseñoreó; siendo que, si bien encontró oposición contrarrevolucionaria, también engendró una oposición revolucionaria, primero con el marxismo, y luego con el fascismo. Sin embargo, todas las ideologías surgidas como oposición al liberalismo oficial/predominante pero embutidas en el mundo revolucionario acabaron sucumbiendo; el fascismo, luego de la Segunda Guerra Mundial, y el comunismo, a la caída del Telón de Acero. En el caso comunista, si bien todavía está fuerte el régimen de Corea del Norte, la ristra de apocados socialismos hispanoamericanos abanderados por el chavismo y los Castro ya es otra cosa, empezando porque son incapaces de guardar la estricta disciplina bolchevique. No tienen capacidad ideológica y su praxis es desastrosa. Es notorio que el comunismo como bloque ideológico/político fuerte se quedó en el camino; empero, estos pseudocaudillos no llegan a ser comunistas. Apenas llegan a un populismo barato y a la hora de la verdad, nada han hecho por ser una alternativa real al liberalismo, más bien al contrario; han sustituido la oligarquía anterior por la suya propia y han tomado la ideologización ramplona de la Historia por bandera, creando un culto “religioso” hacia un dictador de extracción esclavista como Simón Bolívar, quien fue repudiado en su día por el mismísimo Karl Marx (3).
    El odio a los orígenes hispanos de nuestra América, amén de la llegada del hambre, la violencia y la corrupción, nunca serán alternativas. Son incapaces para con su propio pueblo.

    Otrosí, dudamos mucho que a los eurasiáticos les gustaran movimientos que promovieran el indigenismo antieslavo, por poner un ejemplo paralelo.

    Y en cuanto a “temas morales”, la diferencia de los bolivarianos y adláteres para con el liberalismo oficial brilla por su ausencia.

    Por supuesto, entendemos que muchas veces, por circunstancias, la política hace extraños compañeros de cama, y si bien a veces hay relaciones internacionales más que complejas (4), eso es una cosa y otra el pretender recrear una línea ideológica que en verdad no existe más que en el papel, o el intentar mezclar el agua y el aceite.

    Empero, antes de seguir con la crítica, no pretendemos ir con aires destructivos y reconocemos que es el mismo movimiento eurasiático el que dice que la Cuarta Teoría Política no es algo definitivo, por lo cual, no podemos sino mantenernos a la expectativa.

    -Obvio resulta percibir cómo los estados-nación están cayendo. Empero, no creo que deba alarmarnos este hecho de por sí. El estado-nación fue un invento de la Revolución Francesa. Su concepción y praxis ha ido en perjuicio de los grandes espacios (geo)políticos.

    El nombrado Duguin ha puesto de ejemplos histórico al Imperio Bizantino y al Sacro Imperio Romano-Germánico. Y nos parecen buenos ejemplos. Mas véase, asimismo, cómo la Romania trascendía lo europeo, teniendo también sus enclaves en Asia y África, continuando la lógica vocación imperial romana. Esa vocación fue heredada por la Monarquía Hispánica: Para nosotros los hispanos no tiene mucho sentido esa suerte de geopolítica que contradice la tierra y el mar. Las Españas atravesaron los mares para afirmarse en la tierra.

    En el continente europeo, asimismo, también continuó esa vocación imperial que se sitúa muy por encima del estado-nación. El Imperio Austrohúngaro o el Imperio Ruso son dos ejemplos de continuidad y evolución de grandes espacios políticos unidos por vínculos históricos y sagrados. Pero al final cayeron víctima de la Revolución. La misma que se está autodevorando, poniéndonos en una situación que recuerda mucho a la caída de la Roma occidental.

    Los españoles, al igual que otros pueblos del Viejo Continente, tenemos mucha experiencia como para temer por el estado-nación; por un estado-nación que al fin y al cabo nos fue impuesto por el liberalismo en forma de gran traición divisora y fratricida, y que destrozó nuestra esencia. Empero, esa misma experiencia nos dice que Europa nunca fue una unidad per se; y que de hecho, tanto el protestantismo como el islam rompieron hace siglos las vías de unidad de cultura y espíritu que pudiera haber en Europa. Es más: Cuando esa unidad existió, apenas se hablaba de Europa: Se hablaba de Cristiandad. Y se hablaba con imperio. Con imperios, mejor dicho. Europa es lo que surge luego de la paz de Westfalia, toda vez que ese rupturismo queda confirmado.

    No vemos esa “unidad europea” por ninguna parte. El experimento de nuestro tiempo, rareza burocrática con aliños progres y democristianos, no nos lleva a ninguna parte. Pero otros experimentos tampoco nos habrán de llevar a nada bueno.

    -¿Se viene una suerte de “nueva Edad Media”? Así parece. Dicho sin leyendas negras antimedievales. Vivimos en un mundo cultural/espiritual que se parece mucho al tiempo que le tocó a San Agustín de Hipona, cuanto menos. Las continuas explosiones del liberalismo/capitalismo y el abandono de la tierra está creando unas alienaciones monstruosas.

    Mientras más se aleja un pueblo de la tierra, más pierde su sentido de trascendencia, su amor por el origen y su conciencia comunitaria.

    Sobre todo en Europa occidental, se han creado sociedades radicalmente artificiales, masas humanas que no saben ni de dónde vienen ni a dónde van. El fenómeno de las migraciones masivas, y más ahora con los daños colaterales de la “guerra de Siria” y las –falsas- “primaveras árabes” (5) no va a hacer sino empeorar un problema ya de por sí mórbido.

    Pareciera que las tradiciones están muriendo, pero hasta las piedras quieren hablar.
    No sabemos cuánto tiempo durará esta pesadilla de podrido desarraigo, pero desde luego, tiene fecha de caducidad. La “era de las revoluciones” que empezó en el siglo XVIII ya no da para más. El fantasmagórico rompecabezas globalista caerá en mil pedazos.

    Hay experiencia de espacios supranacionales. Podemos aprovechar la riqueza de la historia. Las Españas, como las Rusias, están entre los continentes. Ahora bien, ahondando entre las Españas y las Rusias: Si en el mundo eslavo-oriental se esboza el ideal de Eurasia como su espacio geopolítico, ¿no podemos nosotros cumplir, en consonancia con Portugal, el papel de Euramérica? No creo que los rusos renuncien a su papel en Europa, y no estoy diciendo que los españoles no debamos “estar en Europa”. Al contrario. Pero si queremos estar en Europa de verdad, debe ser con nuestro propio bagaje, y no con el que nos impongan otros.

    Grandes pensadores hispanos que, injustamente son desconocidos por y para muchos, ya fueran peninsulares o americanos, coincidieron en llegar a un “nuevo imperio espiritual, mercantil y diplomático”, una “confederación tácita” (6); así como el dominio del norte de África. Ceuta y Melilla no son “ciudades aisladas”: Forman parte de una tradición y un anhelo. Fue el islam el que separó la ribera norteafricana de España. En verdad la frontera, desde tiempos del romano emperador Otón (7), no radicaba en el Estrecho de Gibraltar, sino en el Atlas.

    Hemos ahí los puntos más importantes de la geopolítica hispánica.

    Por ello, como conclusión:

    Podemos comprender la idea de Eurasia siempre y cuando se trate del gran espacio geopolítico que puede tocarle a los rusos en relación con tierras y pueblos “inmediatos” para ellos por herencia y vocación.

    Rusia es la heredera de la Roma oriental que mayor fuerza puede aportar. España (y Portugal) es la heredera de la Roma occidental que más prolongó este legado. Hispanos y eslavos estamos en tierra de frontera. Somos custodios. La inmensidad nos llama. Para nosotros no se ha hecho el nacionalismo ni el racismo. Somos gente de pensamiento de conjunto, de grandes horizontes, de fe henchida, de carácter aventurero. Los estrechos y artificiales límites a los que nos somete la modernidad se caen por su propio peso. Deberíamos estar preparados para mantenernos en pie en un mundo en ruinas. Pero preparámonos como Dios manda.








    NOTAS:

    (1) Sobre la Cuarta Teoría Política, recomendamos este enlace:

    La Cuarta Teoría Política (4TPes) | Antena en español para una ...



    (2) Sobre Alexander Solzhenitsyn algo hemos escrito a lo largo del tiempo. Siendo un pensador sobre el cual tenemos predilección, nos permitimos recordar algunos enlaces:

    "apología de solzhenitsyn" - "dignidad digital". - antonio moreno ruiz

    "agosto 1914", de alexander solzhenitsyn - antonio moreno ruiz


    "SOLZHENITSYN CASTIZO" - "KATEHON" - Antonio Moreno ...




    (3) Sobre la pésima opinión que Marx tenía acerca de Bolívar, dejamos un par de enlaces bastante ilustrativos. La incoherencia ramplona y circense de esta clase de política que ha inundado a Hispanoamérica (sin ser ninguna alternativa al liberalismo, reiteramos) es de órdago.

    Karl Marx opina sobre Simon Bolivar. - Taringa!




    (4) Siguiendo en el contexto hispanoamericano, no estaría de más recordar las excelentes relaciones diplomáticas que mantuvieron Fidel Castro y Francisco Franco. Cuando murió Franco, Fidel decretó tres días de luto nacional en Cuba. Asimismo, Fidel también tuvo excelentes relaciones diplomáticas con el argentino Videla; así como Alberto Fujimori no vaciló en acoger a Hugo Chávez, en represalia por la condena que le había hecho Carlos Andres Pérez. Las relaciones de amistad entre Fujimori y Chávez duraron hasta la muerte del bolivariano.




    (5) En puridad, no hay “guerra” en Siria, sino una invasión terrorista planificada desde los laboratorios anglosionistas y sus necesarios aliados wahabíes. Las guerras deslocalizadas por el mundo árabe, desde Libia a Siria (no sin mencionar a Túnez y Egipto), son acaso la última puntilla, en una suerte de enfrentamiento “Oriente/Occidente” que, en verdad, no es más que una farsa de la globalización.

    Sobre la República Árabe de Siria, véase:

    RAIGAMBRE: A FAVOR DE SIRIA


    “Para entender la República Árabe de Siria”. - Revista La razón histórica






    (6) El pensador que acaso más y mejor sintetizó estos ideales fue Juan Vázquez de Mella en lo que él llamó los Dogmas Nacionales. Ramiro de Maeztu, Zacarías de Vizcarra y Manuel García Morente complementaron muy bien los ideales de la Hispanidad desde la Vieja España; con el complemento portugués de António Sardinha y su ideal de la Alianza Peninsular. Sobre el ideal de Mella, encontramos paralelismos más que interesantes en los peruanos José de la Riva Agüero (quien llegó a conocer a Mella) y Rafael Cubas Vinatea. Y también podemos mencionar al brasileño Arlindo Veiga Dos Santos y su “sistema de alianzas fundamentales hispánicas/neohispánicas”.




    (7) Véase:

    Por la liberación de la Hispania Transfretana ocupada por el Islam - ReL







    RAIGAMBRE: LA HISPANIDAD ANTE EURASIA
    Trifón dio el Víctor.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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    Re: Rusia y España

    L
    legada de Iván V y Pedro I a la ceremonia de coronación de este último
    España y Rusia, dos países que comparten las mentiras de una leyenda negra que les pinta como bárbaros

    Tanto la leyenda negra española como la rusa encontraron acomodo intelectual durante la Ilustración, justo cuando los franceses asistieron el fracaso de su proyecto imperial en América mientras el español se mantenía en pie y el ruso se extendía por el mundo

    César CerveraSEGUIRActualizado:15/03/2022 17:07h
    GUARDAR18


    No una ni dos veces Rusia y España han sido tachadas de anomalías históricas. Bichos raros en su propio continente (cierto que Rusia se mueve entre Asia y Europa), enemigas de la civilización, países con tendencia a la barbarie y esquivas a la modernidad… «Escarba en un español y encontrarás un sarraceno; dentro de un ruso, y encontrarás un tártaro», afirmó en cierta ocasión la escritora estadounidense Gertrude Stein (1874- 1946). Ambos países arrastran leyendas negras sobre su historia y su forma de ser que la invasión a Ucrania ha avivado hasta niveles extremos en el caso ruso. La guerra ha despertado la rusofobia acumulada y ha devuelto viejos tópicos contra la nación de Dostoyevski, León Tolstói, Vasili Kandinski o Ígor Stravinski que los infames actos de Putin no justifican.
    «Rusia es una adivinanza, envuelta en un misterio, dentro de un enigma», aseguraba Wiston Churchill en una frase que resume la fascinación y, a la vez, el desconcierto que Rusia ha provocado históricamente a Europa occidental. El origen de esta desconfianza hacia Rusia no está en la Guerra Fría, ni en la Segunda Guerra Mundial, ni en la Revolución rusa, ni siquiera, como muchos creen, en la Guerra de Crimea contra Gran Bretaña. Los prejuicios contra los rusos, principalmente alentados por alemanes, británicos y franceses, proceden de principios del XVIII, cuando la leyenda negra española vivió también su renovación ilustrada.
    El origen ilustrado

    Tanto la leyenda negra española como la rusa encontraron acomodo intelectual durante la Ilustración, justo cuando los franceses asistieron el fracaso de su proyecto imperial en América mientras el español se mantenía en pie y el ruso se extendía por el mundo a un ritmo asombroso. De la mano de grandes reyes como Pedro I o Catalina La Grande, el imperio ruso se zambulló en la Ilustración y, además de expansión militar, vivió una edad de oro cultural.
    En parte por envidia y en parte por arrogancia, la intelectualidad francesa, repartidora de carnet de modernidad por el mundo, se negó a reconocer los méritos internos de Rusia para alcanzar sus objetivos y dibujó a ambos reyes de manera grotesca como déspotas asiáticos, de manera que solo merecían elogios cuando se valieron de los valores ilustrados para, según ellos, curar el atraso de la nación rusa. Curiosamente, Catalina era prusiana y Pedro, un hombre fascinado por la cultura occidental.

    Alegoría de la expansión rusa, de Auguste Raffet, hecha durante el levantamiento polaco de 1830.

    Como recuerda la filóloga e investigadora María Elvira Roca Barea en su obra ‘Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español’ (Siruela), Rusia se fue transformando en una auténtica obsesión para los ilustrados franceses, pero «no interesaba Rusia en sí misma, ni su lengua ni su literatura ni su cultura ni sus gentes ni su extraordinaria vitalidad». A los ilustrados franceses, solo les interesaba el poder ruso y la cultura que habían adaptado siguiendo el canon europeo que los galos dictaban.

    Diderot, Voltaire, Rousseau y otros ilustrados debatieron durante años sobre si era posible civilizar a Rusia, en tanto la consideraban, a pesar de sus avances culturales y políticos, una región bárbara y medio asiática. Prácticamente la misma polémica que los ilustradores, responsables de la renovación de la leyenda negra español en el siglo XVIII, mantenían sobre la tierra del Quijote en esas mismas fechas. La entrada dedicada a España en ‘Encyclopedie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers’ fue especialmente hiriente y causó un pequeño seísmo en la intelectualidad española. Influido por la leyenda negra, Masson de Morvilliers, el autor encargado del artículo sobre España, se dedicó a lanzar juicios sumarios contra la historia del país: «Tal vez sea la nación más ignorante de Europa. ¡Las artes, las ciencias, el comercio se han apagado en esta tierra!».
    a zona oriental del continente servía de contrapunto al concepto de civilización al que aspiraban los ilustrados y que consideraban propio de la Europa Occidental
    Sin embargo, el problema ruso era todavía más grave que el español, pues a ellos ni siquiera se les incluía dentro de la cultura europea. En palabras del historiador Núñez Seixas en su artículo 'Del ruso virtual al ruso real: el extranjero imaginado del nacionalismo franquista', «la zona oriental del continente servía de contrapunto al concepto de civilización al que aspiraban los ilustrados y que consideraban propio de la Europa Occidental, pero también se construyeron entonces una serie de tópicos acerca del atraso y de las características étnicas de los pueblos del imperio zarista».
    En el libro mencionado de Roca Barea, se apunta que incluso la palabra ‘civilización’ se popularizó durante la década de los setenta del siglo XVIII en relación al debate ilustrado de si Rusia era parte de ella o no. Diderot defendía la imposibilidad de florecer las artes y las ciencias en Rusia a corto plazo... Rusia estaba incapacitada, bajo su opinión y su experiencia en el país, para ser una tierra civilizada.
    Ingleses y alemanes toman el relevo


    Monumento a la guerra de Crimea en Londres.
    La propaganda antirrusa se aplificó con las guerras napoleónicas, convertida Rusia en una enemiga preferente de Francia, y se consolidó durante los siguientes siglos. Rusia fue presentada como una tierra hambrienta por conquistar Europa, de modo que sus habitantes cumplían el estereotipo del borracho, ignorante, bárbaro y ferozmente agresivo invasor. En francés se empezó a usar el adjetivo russe con el significado de «taimado» o «astuto».
    A mediados del siglo XIX, Gran Bretaña, artífice principal de la leyenda sobre España, tomó el relevo a Francia en la guerra política y propagandística contra Rusia. Para favorecer sus propias ambiciones sobre el imperio turco y Oriente Próximo, los británicos se valieron de la prensa para alertar de que la barbarie rusa amenazaba Europa. El caso de Afganistán, como otros, evidenció que, si bien Rusia no era una monjita de la caridad, la nación más agresiva en este y otros teatros no era otra que Inglaterra.
    Tanto el Idealismo alemán como el nacionalismo extremo representado por Hitler asumió estos tópicos a principios del siglo XX y negó a los rusos cualquier contribución a l a civilización europea. Desde la distancia que da la geografía, Julián Juderías, principal divulgador del concepto de «leyenda negra» vinculada a España, fue uno de los pimeros en percatarse de los prejuicios irracionales que rodeaban a Rusia. A principios del siglo pasado, Juderías, que dominaba el ruso, denunció en ‘Rusia contemporánea’ (Madrid: Imp. Fortanet, 1904), una de sus primeras obras, la visión distorsionada que Europa tenía de este país debido a la influencia de la propaganda de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Tiempo después hizo lo mismo con el caso español. Dos leyendas negras, dos civilizaciones con gran peso en la cultura europea a las que se les ha negado sistemáticamente su historia.

    https://www.abc.es/historia/abci-esp...8_noticia.html
    Última edición por ReynoDeGranada; 29/03/2022 a las 15:22
    Mexispano dio el Víctor.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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