Europa: pasado, presente y futuro

Javier Barraycoa




Uno de los fracasos de Europa empieza por llamarse asimisma Europa. El segundo fracaso es quererse identificar con una mera Unión (Europea) monetaria y comercial. El tercer y último letal error, aborrecer (no decimos olvidar) sus raíces.

Estas tres premisas se pueden exponer de otra forma. No nos gusta la palabra Europa, nos gusta más –echando una mirada al pasado- la de Cristiandad. Y en la medida que se fue proyectando sus ideales por todo el mundo, incluso pudimos utilizar un nombre mucho más abstracto: Occidente. Reflexionar sobre el pasado nunca es estéril. Cuando la lengua latina era la lengua franca de nuestro continente la palabra Cristiandad tenía un sinónimo que era “gremio”. En realidad la palabra gremio, aun que se aplique a las agrupaciones obreras medievales, tenía un sentido más profundo: “entraña” o “seno”. Y eso era la Cristiandad, las entrañas culturales que protegían nuestra civilización del enemigo exterior, fuera el Islam por el sur, fuera el paganismo por el norte.

En realidad la palabra gremio, aun que se aplique a las agrupaciones obreras medievales, tenía un sentido más profundo: “entraña” o “seno”. Y eso era la Cristiandad


Las sucesivas quiebras de la Cristiandad, cisma de Oriente, protestantismo, Revolución francesa o comunista, siempre dejaron un resquicio de integridad de lo que tenía que ser la romanidad católica. Gracias a la Monarquía hispánica, la Cristiandad pudo pervivir mejor en partes de América que no en la propia Europa. Ni la masonería, utilizando a los ejércitos ingleses para provocar la emancipación de los Virreinatos, consiguió apagar la llama. La Cristiada mexicana es un ejemplo reciente de cómo perduró la semilla plantada por los españoles. Tras el devastador siglo XIX, el siglo del triunfo del liberalismo y los nacionalismos revolucionarios, los principios de la Revolución francesa parecían imponerse sobre la Roca de la Iglesia. Pero aún hubo momentos de esplendor para las armas de la cristiandad, como así lo demuestran numerosos movimientos tradicionalistas que lucharon sin descanso, con todos los medios, para que perviviera la Cristiandad.

Escudo del imperio austro-húngaro


Pero ello, para ciertos poderes (ya sabemos quiénes), no podía permitirse. Todavía a finales del siglo XIX quedaban restos de esa Cristiandad que molestaban, y mucho. El imperio austro-húngaro era la última gran fuerza política católica capaz de defender a una Roma acosada incesantemente por todos los movimientos revolucionarios. Por ello, en el siglo XX se orquestó una Guerra que tenía como objetivo oculto acabar con el imperio austro-húngaro y poner el Imperio británico (en sentido capitalista) y al imperialismo ruso (con el triunfo comunista) como las dos caras de la Revolución mundial anticapitalista. La segunda Guerra mundial no fue más que el segundo asalto de un proceso con fines muy definidos: acabar con los restos de lo que fue la Cristiandad: comunismo y capitalismo debían servir para al mismo fin. Inglaterra pasó el listón a Estados Unidos, como la Unión Soviética se lo ha pasado a China (ese extraño híbrido de comunismo y capitalismo).

El imperio austro-húngaro era la última gran fuerza política católica capaz de defender a una Roma acosada incesantemente por todos los movimientos revolucionarios.


El final de la Guerra fría, fue el inicio del deshielo. Y todos sabemos que cuando se descongela la carne, se pudre rápido. Y eso le pasó Europa. Sólo quedaban restos des cristiandad en zonas distantes entres sí como Italia (hasta que la democracia cristiana acabó con ella); España, cuya transición democrática secó su espíritu; Polonia (que salía fortalecida del comunismo) o Irlanda cuya alma fue comprada con euros, al ingresar en Europa. No deja de ser tremendo y curioso a la vez, que la entrada de los países más católicos en la Unión Europea, iniciaran automáticamente un proceso de secularización.



Siguiendo una ley inalterable de la historia, que propuso Toynbee, las grandes civilizaciones cuando se desintegran, intentan inútilmente rehacer la unidad original. Buscan, como un cuerpo material, una unidad: material, monetaria, legislativa, en sus instituciones. Pero, reza el Estudio de la Historia de Toynbee, estos intentos son inútiles. Tarde o temprano el cuerpo que intenta mantenerse unido por obra y gracia de sus elites, acaba fracasando y enfrentado. Es un cuerpo sin alma y por lo tanto ya está muerto, aunque dé la sensación de vitalidad. Estas ideas las expresaba el genial historiador británico a mediados del siglo XX, sin sospechar que Europa podía caer en un proceso de colapso y desintegración. Hoy Toynbee hubiera contemplado con asombro cómo se cumplía la ley que había expresado.

Las grandes civilizaciones cuando se desintegran, intentan inútilmente rehacer la unidad original. Buscan, como un cuerpo material, una unidad: material, monetaria, legislativa, en sus instituciones.


Es evidente, excepto para los ciegos y estultos, que Europa es un constructo artificial, al servicio de una elite globalizada que utiliza a unos tecnócratas burocratizantes para homogeneizar un cuerpo social sin alma. Hasta aquí es terrible y angustiosos. Por eso, muchos prefieren refugiarse en el paraguas del optimismo que no enfrentarse a la realidad. Europa es un gigante con pies de barro. Y este barro, cada vez es más fango que otra cosa. Pero esto no es lo peor. Hay que aceptar que las civilizaciones nacen, crecen, se desarrollan y mueren. Lo peor es que esto le está pasando a Europa por obra y gracia de un proceso de autoodio como nunca se ha conocido en la historia.

Europa está enferma, pero no de una enfermedad económica, o de “valores”, o de agotamiento histórico. No, Europa está enferma de autoodio que se manifiesta en la Cristofobia reinante. Las elites europeas han decidido que prefieren una Europa muerta, que no una Europa en la que pudiera renacer el cristianismo. La elites europeas no odian la religión. Su increíble tolerancia hacia el Islam lo demuestra, hasta tal punto que pronto los creyentes musulmanes tendrán más privilegios que el resto de europeos. Repetimos, no odian a las religiones, pues muchos de ellos son entusiastas del budismo. Simplemente odian una religión: la verdadera.

Europa está enferma de autoodio que se manifiesta en la Cristofobia reinante. Las elites europeas han decidido que prefieren una Europa muerta, que no una Europa en la que pudiera renacer el cristianismo


Esto explica porque las elites europeas, los superpoderosos burócratas callan cosas que cualquier europeo debería saber, como por ejemplo: que vamos directos a una extinción por envejecimiento de la población; que, por tanto, el estado de Bienestar está tocado de muerte; que la inmigración musulmana nunca se integrará en la cultura europea sino es para dominarla. Para disimular esta debacle, se han concedido “libertades” que no son sino libertinajes, y se ha extendido una “ideología de género” con la única finalidad de destruir la maternidad en la mujer y la virilidad en el hombre. Como caso real y cruel, recordamos una noticia estremecedora: una feminista abortó a su hijo al enterarse que era barón y “no quería traer un monstruo al mundo”. Cuando se piensa así, es que el gigante ya se está desmoronando.



Ante todo ello … tenemos un futuro por el que luchar, esa es nuestra esperanza. No podemos dejar que la cristiandad fenezca. Quedan muchas semillas, pequeños reductos, campos por arar y cosechas que recoger. Cuando el cristianos reino visigodo se desmoronó de la noche a la mañana con la invasión musulmana, muchos se retiraron a combatir en las montañas, desde los Picos de Europa hasta los Pirineos. Hay debemos encontrar esas montañas, que no son otra cosa que los principios que nos elevan sobre el materialismo que nos ofrece la Europa de los mercaderes y la de los cristofóbicos. Muchas son las tentaciones, pero cuando nos elevamos sobre lo banal y efímero, y contemplamos la realidad con ojos trascendentes, entonces te das cuenta que la realidad es muy diferente. No luchamos por victoria mundanales, sino que servimos a un Señor que está muy por encima de los mercaderes.


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