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Tema: Crimenes del terrorismo comunista en Italia: las Brigadas Rojas

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    Crimenes del terrorismo comunista en Italia: las Brigadas Rojas

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    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 593, 20-May-1978

    Tras el asesinato de Aldo Moro

    LA COBARDÍA ES CULPABLE

    EL mejor análisis de la situación que ha desembocado en el asesinato de Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana, se debe a Cesare Pozzo, portavoz del Movimiento Social Italiano. Estas son sus palabras:

    «Nosotros pagamos hoy años de alianza contra natura, de laxismo, que han comenzado muchos años antes del nacimiento del «arco constitucional» en favor de Andreotti. A fuerza de querer contentar a todo el mundo, no se sigue ninguna línea política. Se deja ir todo de cualquier manera y un buen día nos encontramos frente a las Brigadas Rojas.»

    Y esto: «Militantes comunistas descorazonados por la moderación de fachada de los dirigentes del Partido Comunista, van al terrorismo. Inversamente, numerosos elementos de la izquierda moderada se unen a las filas de la formación de Berlinguer cuando comprueban la debilidad de la izquierda no comunista, especialmente la del Partido Socialista, frente a la violencia y a todos los otros problemas a los cuales se enfrenta hoy el Gobierno. Lo que se prepara al final entre los bastidores de este mal teatro es la llegada al poder del conjunto de las formaciones comunistas.»

    En resumen, esto quiere decir dos cosas. Primero, que los comunistas y los terroristas son las dos caras de una estrategia común marxista para la conquista del poder. Los unos se sirven de los otros y recíprocamente. Y segundo: el comunismo no pierde en esta operación, puesto que por un lado nutre con sus afiliados más radicales las filas de los terroristas que le abren camino, mientras él puede seguir presentándose, tras la fachada de declaraciones falaces, como un partido «de orden» que debe participar en el Gobierno en una situación tan grave, a la vez que aumenta su clientela a expensas de los socialistas débiles y capituladores. Y como desenlace, el señalado por Pozzo: los comunistas en el poder, con las manos aparentemente limpias.

    La conclusión a que llega Cesare Pozzo no es menos rotunda. Aparte de medidas contra el terrorismo, debe cesar el hombre que más incapaz se ha revelado para combatir a las bandas de asesinos. Es decir, el ministro del Interior, Cossiga. «Las leyes, no de excepción, sino ordinarias, prevén que en caso de guerra este puesto sea confiado a un militar, el general jefe de los "carabinieri", por ejemplo. Es preciso aplicar la Constitución en este punto, puesto que estamos en estado de guerra. No somos nosotros los que lo decimos, son las Brigadas Rojas mismas, y ellas no se equivocan. La guerra está declarada al Estado italiano. Sepamos reaccionar antes de que revista formas aún más dramáticas, aún más irreversibles.»

    Se observará que este lenguaje no tiene nada de belicoso ni de desafiante. Por el contrario, es el único lenguaje sensato que ha resonado en Italia en estos días, aunque —siempre funciona la ley del silencio— los únicos que no han podido leerlo en sus periódicos son los españoles. Aquí estamos «bien enterados» gracias a una prensa «independiente», que se ha apresurado, sin embargo, a estampar opiniones tan estúpidas como la de atribuir el asesinato de Moro a una organización internacional... derechista. Nada menos.

    Las brigadas rojas son comunistas

    Y después, esa fotografía con la risa atroz del acusado Renato Curcio, fundador de las Brigadas Rojas, celebrando con sus coacusados, ante una página de periódico que le da la noticia, el asesinato de Aldo Moro. Risa atroz, provocativa, como provocadores son sus insultos a los jueces, a los que él denomina «justicia burguesa», a los que él llama «cerdos». Y todo eso, en plena sociedad que se hunde porque no sabe ser más que una plañidera, que se queja, que se lamenta de sus desgracias, pero incapaz de ir a buscar la raíz de su llaga, e incapaz, mucho menos, de reaccionar. De tanto lamentarse, tiene la columna vertebral de gelatina.

    Para empezar, ¿por qué no se dice quién es verdaderamente Renato Curcio? Porque este innoble asesino, que se ríe de sus crímenes ante los jueces, es un «católico progresista», un «católico de izquierdas», como tantos otros, incluyendo sacerdotes descarriados, que levantan el puño en los mítines comunistas. Como su amigo, que se ganó el título de «Hermano Metralleta» en los «maquis» comunistas de América del Sur. Así empezó Curcio. De su «catolicismo de izquierda» pasó al socialismo, o por lo menos se frotó con él, como secretario del alcalde adjunto y socialista de Turín, la ciudad que fue cuna de la unidad italiana, pero que hoy es, con Milán, una de las tenebrosas cuevas del terrorismo. En Milán estaba Feltrinelli, millonario, editor cuyas «librerías» sirvieron de punto de cita de todos los grupos terroristas. Al final él mismo voló por los aires cuando iba a colocar una carga de plástico para destruir las instalaciones eléctricas de la capital lombarda. Sus alumnos terroristas le hicieron comprender que había llegado la hora de que también se arriesgara él alguna vez, en lugar de alternar los salones de la aristocracia del dinero y de la intelectualidad melenuda con los golpes terroristas a cargo de otros. Y como Feltrinelli sabía imprimir manuales de terrorismo, pero le temblaban las manos cuando había que correr algún peligro, voló por los aires.

    En Turín están los curas izquierdistas, los socialistas de choque y además los hermanos Agnelli, de las fábricas Fiat, noblemente repartidos en la combinación política que gobierna en Roma. Uno es demócrata cristiano y otro declaraba no hace mucho que a él no le asustaba el comunismo y daba dinero para los sindicatos comunistas. Eso sí, guiñando el ojo, porque para él eso es una manera de mantener «un contacto», de disponer de un aval. Es lo mismo que hace la gran empresa francesa, financiando con anuncios innecesarios a «L'Humanité» y las «kermesses» comunistas, como puede leerse en el revelador libro «Les finances du Parti Communiste». Luego, naturalmente, cuando los comunistas llegan al poder, acaban con esos grandes empresarios, se apoderan de sus industrias y envían a sus anunciantes al paredón o al «goulag». Y encima se ríen. Pero, por el momento, las fábricas de Turín constituyen una base de donde se abastecen las Brigadas Rojas.

    De allí procede Cristofo Piancine, miembro de las Brigadas Rojas, condenado por asesinato y uno de los trece detenidos cuya libertad se reclamaba a cambio de la vida de Aldo Moro. En Turín actuó Alberto Franceschini, otro de los trece presos, antiguo miembro del Partido Comunista, y Roberto Ognibene, acusado de asesinato, «católico de izquierdas». Todas las especulaciones «sociológicas» que se han hecho, cortinas de humo para cegar a la opinión pública indignada, no pueden ocultar esta realidad: el terrorismo ha nacido de la monstruosa escuela en que se mezclan miembros del Partido Comunista, «católicos izquierdistas», trotskistas, izquierda socialista. Y el producto se llama eso: crimen, sangre y terror.

    Una lista de asesinatos

    La estupidez —o algo peor— de quienes descargan de responsabilidad a los comunistas, hablando de una «conspiración de la derecha», tiene buen cuidado de silenciar el hecho de que los atentados de las Brigadas Rojas se han dirigido siempre en una sola dirección. El primer asesinato de las Brigadas Rojas es realizado el 17 de junio de 1974, y las víctimas son dos miembros del Movimiento Social Italiano, en Padua. Mario Sossi, adjunto del fiscal general de la República, es secuestrado acusándole de ser un perseguidor de la izquierda en general y de la izquierda revolucionaria en particular. En 1976 asesinan al fiscal de Genova, Francesco Coco, y a dos agentes de su escolta: Coco investigaba los crímenes de las Brigadas Rojas; Fluvio Corce, presidente del Colegio de Abogados de Turín, asesinado en 1977, se había distinguido, desde sus años de la Universidad, como un hombre con ideas derechistas. Son asesinados policías como Rosario Berardi, que había intervenido en la detención de terroristas que ahora están siendo juzgados; jueces como Ricardo Palma, encargado de preparar cárceles especiales para los peligrosos presos que pertenecen a las Brigadas Rojas; oficiales de prisiones como Lorenzo Cotugno, demócratas cristianos como el consejero regional Publio Fiori, periodistas anticomunistas como Cario Casalegno, director de «La Stampa», asesinado, o Indro Montanelli, herido...

    En total, 19 asesinatos desde 1974, e innumerables atentados con heridos, destrucciones de edificios, incendios, explosiones de bombas. Se calcula en más de 2.000 atentados los que llevaron a cabo el pasado año (1977). Lo dicen ellos, y además se jactan. Y el Gobierno democristiano se calla y tiene la complicidad de los comunistas y socialistas.

    En toda esta carrera de crímenes, las víctimas fueron siempre personalidades de la derecha política —en sentido genérico de la palabra—«magistrados, policías, empresarios o periodistas anticomunistas. Sólo la perversión mental de los que tratan de confundir a la opinión pública atribuyendo a la «derecha» el terrorismo de la izquierda es capaz de mentir tan cínicamente. Y puesto que de esta manera se ayuda al terrorismo, no hay más remedio que calificar estas mentiras de complicidad consciente.

    Terrorismo comunista

    Pero dejemos que sea el propio Renato Curcio, su fundador, quien defina las Brigadas Rojas. Cuando puso en pie este grupo terrorista, en noviembre de 1970, declaró que su objetivo era implantar una sociedad comunista mediante el desencadenamiento de ataques contra «la democracia inepta y formalista». Para ello se inspiró en el modelo de lucha urbana de los «tupamaros» uruguayos, movimiento también de origen comunista, aunque hoy (1978) erradicado de Uruguay gracias a la enérgica acción del Ejército, que alejó a los políticos que protegían secretamente a los terroristas. ¡Si esto se hiciera en todos los países! El mismo carácter comunista se encuentra en otros textos de las Brigadas Rojas, que afirman, por ejemplo, que quieren construir «el Partido Comunista combatiente» y «transformar el proceso de guerra civil deslizante en una ofensiva general».

    Además de la larga cadena de acciones terroristas, Curcio, como sus compañeros, han convertido la sala del Tribunal de Turín, en que están siendo juzgados, en un foro de propaganda política, con constantes insultos a «la justicia burguesa». Sus abogados no han sido menos activos en sus acciones de apoyo a esta táctica terrorista, siguiendo el ejemplo de los defensores de la banda Baader-Meinhoff alemana. Como se recordará, uno de estos abogados. Croissant, huyó a Francia y está detenido en Alemania tras su extradición por complicidad con los terroristas. Automáticamente se puso en marcha en todo el mundo una vasta campaña de protesta por la detención de este abogado.

    Algo semejante ocurre en Italia. Pocos días antes del descubrimiento del cadáver de Aldo Moro, la policía, a la que se han dado poderes especiales, aunque claramente insuficientes, para sus investigaciones en las actuales circunstancias, hizo una redada de izquierdistas sospechosos de complicidades con el terrorismo. Por absurdo que parezca, los mismos que ahora se indignan por la brutal muerte del presidente de la democracia cristiana, elevaron airadas protestas por la detención de los izquierdistas.

    No puede extrañar, pues, la impotencia de la policía, impotencia que ha salido a la luz de una manera clarísima. Hay que señalar dos puntos importantes: uno, que recientemente (1978) los Servicios de Seguridad de la OTAN se mostraron preocupados por la situación en Italia, ya que habían detectado la presencia de al menos ochenta simpatizantes del terrorismo izquierdista en los mecanismos del Estado; y otro, que la policía y los servicios de contraespionaje del Estado italiano han sido objeto —y siguen siéndolo, aunque más calladamente— de una violenta campaña por parte de la izquierda y de los partidos políticos afines a ella, acusándoles de utilizar procedimientos muy duros. Algunos de estos servicios han sido desmantelados por el Gobierno, obediente a todo lo que pida la izquierda. En otros casos, funcionarios de la policía y del contraespionaje han sido marginados por sus «ideas derechistas». E incluso altos jefes de las Fuerzas Armadas han sido destituidos, procesados o pasados a la reserva acusándoseles —sin demostración— de preparar «conspiraciones» derechistas.

    Estas campañas contra las fuerzas de Orden Público y el Ejército coincidieron sospechosamente con la intensificación de las actividades de los terroristas. De la situación de los agentes de la policía —cinco de los cuales fueron asesinados cuando formaban parte de la escolta de protección de Aldo Moro, sin que ahora nadie se ocupe de ellos—, dan idea las manifestaciones de protesta de los propios policías, que tuvieron lugar en Roma no hace mucho. Los agentes se quejaban de estar indefensos y de ser «linchados moralmente» con las acusaciones de algunos partidos y medios de comunicación. Y eso que, al menos, no han sido desarmados como en otros países ni arrestados porque no quieren dejarse asesinar impunemente.

    No es el Estado democrático el que está indefenso por la impotencia de la policía. Es la policía la que ha sido reducida a la indefensión por el Estado democrático. Lo que explica en buena parte el drama actual.

    Fanfani acusa, demasiado tarde

    Así, no tiene nada de particular que sea el propio presidente del Senado, el democristiano Amintore Fanfani, quien ha alzado su voz en el coro general de protestas tardías, al reconocer, arrepentido del proceso terrorista, que «las autoridades no prestaron atención a los avisos tempestivos que fueron lanzados hace años. Ni siquiera hoy día el Gobierno y el ministro del Interior disponen de un cuadro estratégico y táctico de lucha contra el terrorismo», según ha dicho. Y él debe saberlo bien, porque ha sido jefe de Gobierno y ministro.

    Como las autoridades de estos años son las autoridades demócratas cristianas y como los gobiernos de estos años son los gobiernos demócratas cristianos y como el ministro del Interior es el demócrata cristiano Cossiga, esta acusación de la personalidad más destacada de la democracia cristiana, antes y después de la desaparición de Moro, va a pesar mucho.

    Hay que recordar que esta situación es consecuencia de la política de centro izquierda y de los Gobiernos de centro izquierda, que patrocinaron precisamente el asesinado Aldo Moro y el propio Fanfani. Esta lamentación de plañidera hubiera tenido más valor si Fanfani hubiera reconocido su parte de responsabilidad en la trágica escalada de crímenes del terrorismo.

    Los Gobiernos italianos de estos años no tuvieron primordialmente más preocupación que hablar de «la violencia venga de donde venga», de perseguir a la derecha nacional, de investigar las ideas de los jefes y oficiales del Ejército y de tratar de prohibir al Movimiento Social Italiano, mientras expedía certificados de «partido de orden» a los comunistas, cuyos hijos ideológicos son las Brigadas Rojas. Y en esta tragedia, Fanfani no es de los que menos culpa tienen. Se arrepentió demasiado tarde, y sería curioso conocer si sinceramente.

    En estas lamentaciones de hoy entra no poco de cálculo, de bajo cálculo político, pensando en las próximas elecciones, en las que será «rentable» el adoptar posiciones enérgicas y capitalizar el cadáver de Aldo Moro, secuestrado por las comunistas Brigadas Rojas justamente al final de su peregrinación por meter a los comunistas en el poder.


    José Luis Gómez Tello
    Última edición por ALACRAN; Hace 1 semana a las 23:38
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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