LLÍVIA, UN PEDACITO DE ESPAÑA EN FRANCIA



Vicente Medina 07/10/2022




“Un amigo me recomendó conocer Llívia.

¡Perfecto!, ¿cómo puedo ir?

Es fácil, solo tienes que llegar a Puigcerdà, pasar por Francia y…

¡Espera!, ¿cómo que pasar por Francia?”

Pues sí, parece que sí, para llegar al municipio español de Llívia hay que pasar por Francia. ¡Y todo por un error!

Pero nada de un olvido reciente, sino un error técnico ocurrido en el siglo XVII.



Tirando del hilo de la Historia nos tenemos que remontar a 1659 año en el que se firmó el Tratado de los Pirineos, que a su vez fue un eco de los acuerdos de la Paz de Westfalia y el Tratado de Münster … que pusieron fin a la Guerra de los Treinta Años … ¡pero no del todo!

Ya que España no estaba de acuerdo con aquello y siguió guerreando con dos ‘viejos amigos’ como son Francia e Inglaterra.

De todo este lío no podía terminar la cosa bien ya que la España de Felipe IV ya daba signos de cansancio después de tantos y tantos años de guerra, manteniendo múltiples frentes en Europa y dentro de España con Portugal y Cataluña.



Al principio los asuntos de la guerra empezaron bastante bien para los intereses españoles, en la Guerra de los Treinta Años ganando a holandeses y suecos, pero estos éxitos pusieron algo nervioso a Luis XIII lo que hizo que la vecina Francia entrase en el conflicto tanto en el frente norte con los Países Bajos Españoles como en el sur con la Guerra de los Segadores que al grito de…

¡Viva la fe de Cristo!
¡Viva el Rey de España nuestro señor!
¡Muera el mal gobierno!



Se oponían al cumplimiento de la Unión de Armas del Conde Duque de Olivares, con la que buscaba asegurar el dominio de la Monarquía Hispánica, forzando a contribuir militar y económicamente al sostenimiento de esta, no solo a la Corona de Castilla, sino también y de forma proporcional al resto de los territorios no castellanos. Así la contribución se fijó en:

Corona de Castilla y su Imperio de Indias – 44.000 soldados
Principado de Cataluña – 16.000 soldados
Reino de Portugal – 16.000 soldados
Reino de Nápoles – 16.000 soldados
Países Bajos del sur – 12.000 soldados
Reino de Aragón – 10.000 soldados
Ducado de Milán – 8.000 soldados
Reino de Valencia – 6.000 soldados
Reino de Sicilia – 6.000 soldados


Buscando aproximarse a la cifra de 140.000 soldados que necesitaban para la defensa común.

Con la Unión de Armas se contraponía a los «fueros y privilegios» de los estados no castellanos, la opinión de los arbitristas, con origen en el pensamiento de la Escuela de Salamanca, por la que se solicitaba a los estados no castellanos que sufragaran parte de los costes que recaían principalmente en la Corona de Castilla, según se había denunciado a lo largo de la Guerra de los Treinta Años por parte del Consejo de Hacienda y el Consejo de Castilla.

El resultado de todo ello fue un desastre económico y militar en todos los frentes ya que para tratar de frenar el expansionismo francés primero con Luis XIII y posteriormente con Luis XIV, España debió de ceder numerosos territorios.

Con los tratados de la Paz de Westfalia de 1648 se reconoce la independencia de los Países Bajos, cerrándose la Guerra de los Ochenta Años y la de los Treinta Años, limitándose los territorios en el norte a los conocidos como Países Bajos Españoles, además de interrumpirse definitivamente la conexión entre Italia y estos que se había mantenido durante años por medio del Camino Español.

Con el Tratado de los Pirineos de 1659 se fija la frontera entre España y Francia en los Pirineos cediéndose todos los territorios al norte de estos.

Con el Tratado de Lisboa de 1668 se reconoce definitivamente la independencia del Reino de Portugal y el reinado de la dinastía de la casa de Braganza.

Con el Tratado de Aquisgrán de 1668, resultado de la Guerra de Devolución, a duras penas se mantuvo el control español sobre los Países Bajos Españoles, que por la debilidad militar y económica de la Monarquía Hispánica y frente al agresivo Luis XIV al frente de Francia se hubo de firmar la Triple Alianza entre ingleses, suecos y holandeses que se comprometieron a la defensa de los Países Bajos Españoles ante cualquier ataque francés.

Y mientras pasaba todo esto entre las grandes potencias europeas …

¿qué ocurría con la comarca de Llívia?, formada por las tres pequeñas localidades de Llívia, Cereja y Gorguja, …

Pues, por un error técnico se les olvidó a los firmantes que esta comarca tenía la condición de villa y no de pueblo, privilegio que le fue concedido tiempo atrás por el propio Emperador Carlos I.



Ante esta situación fue necesaria la firma de un nuevo tratado, el Tratado de Llívia de 1660, por el que se detallan los 33 pueblos de los valles del Querol que pasan a dominio francés, a excepción de Llívia que por su condición de villa se mantenía bajo soberanía española con la condición de nunca ser fortificada.
De esta manera se consolida la partición de la Cerdaña en la Alta y Baja Cerdaña, quedando la Alta bajo dominio francés y la Baja manteniéndose como española.

Pasando así a dominio francés aquellas tierras del Rosellón y la Cerdaña que formaban parte de la Corona de Aragón desde los años de Alfonso II de Aragón (el Casto) y que serían fuertemente defendidas por grandes reyes aragoneses como lo fueron Pedro II (el Católico) y Jaime I (el Conquistador), con la firma por este último del Tratado de Corbeil de 1258.



Años más tarde volverían a defender los derechos de la Corona de Aragón sobre aquellos territorios por parte de los Reyes Católicos que con la firma de un nuevo tratado, el Tratado de Barcelona de 1493, restituyó a España las tierras que se habían entregado como garantía por Juan II de Aragón a Luis XI de Francia a cambio de su apoyo militar y económico a lo largo de la Guerra de las Remensas acaecidas desde 1462 a 1485, que pondría fin su hijo Fernando II (el Católico), con la Sentencia Arbitral de Guadalupe de 1486, eliminando los malos usos de los señores feudales catalanes sobre los campesinos.

No volveríamos a pisar aquellas tierras hasta la Guerra del Rosellón reinando Carlos IV, ya contra la Primera República Francesa, y de nuevo con nefastos resultados para los intereses españoles con la cesión de parte de La Española a cambio de mantener Guipúzcoa con la firma de la Paz de Basilea de 1795 y el Segundo Tratado de San Ildefonso de 1796.



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