Los eventos sísmicos de 1812 continúan generando controversias, sirvió para que sacerdotes predicaran que fue un «castigo divino» contra los republicanos y que habían ocurrido ciertos milagros.
«Se calcula que los muertos por el sismo pasaron de diez mil. Las festividades del Jueves Santo hicieron creer que el número de víctimas era mayor, ya que, a la hora de la primera conmoción, 4 y 7 de la tarde, se celebraban grandes oficios en todas las iglesias. Los templos de Altagracia, La Trinidad, La Merced, San Mauricio y San Jacinto, no eran más que un montón de ruinas», recogen en su dossier sobre el terremoto, Jaime Laffaille y Carlos Ferrer.
El venezolano José Domingo Díaz, nos narra en «Recuerdos Sobre la Rebelión de Caracas» de 1829, un hecho en que Francisco de Miranda, temiendo la caída del gobierno republicano, ordena al día siguiente del seísmo, fusilar a unos frailes al asegurar un milagro:
«El gobierno se reunió a las cinco de la tarde en la plaza de la Catedral para tomar providencias en aquella calamidad espantosa y la primera que tomó fue la más propia para consumar la desgracia. Dispuso que se abandonase la ciudad por todos sus habitantes, situándose en sus inmediaciones e hizo así entregar las fortunas de todos a un enjambre de ladrones que en aquella noche robaron cuanto quisieron en las casas abandonadas, y en los templos medio arruinados. Al principio de la noche llegó al gobierno, así la noticia de los enérgicos sermones predicados por la tarde en la plaza de los dominicos de que ya he hablado y en el atrio del Oratorio de San Felipe Neri, por el presbítero don Salvador García Ortigosa, de aquella congregación, como la de la conmoción general que existía con el acontecimiento del pilar de la Trinidad, el cual, unido a las demás circunstancias expresadas hacían temer una explosión. El gobierno presidido por Francisco de Miranda, mandó fusilar inmediatamente a aquellos dos eclesiásticos y derribar el pilar; pero la ejecución de lo primero quedó sin efecto por el temor del mismo pueblo, y para lo segundo no hubo quién se atreviese a ejecutarlo. Entonces se publicó aquella impía proclama que fue el escándalo de todos».
Autor: Emilio Acosta.
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Fuente
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