LOS ESPAÑOLES PROHIBIERON EL COMERCIO DEL OPIO EN FILIPINAS, MIENTRAS INGLESES Y HOLANDESES SE LUCRABAN CON SU VENTA EN ASIA.
Una de las decisiones legislativas más memorables del siglo XIX fue la prohibición general de 1814 efectuada por José Ramón de Gardoqui, Capitán General y Comandante general de la marina en Filipinas, el mismo que comandó el Navío Santa Ana en la batalla de Trafalgar, sobre la tenencia, comercio y uso del opio y que venía a endurecer legislación existente anterior.
La decisión de la sociedad española de rechazar la plantación y el comercio del opio y la política de su imposición comercial a China, por medio del contrabando y la guerra, contrasta con la política inglesa y holandesa. El comercio de opio en Asia fue un fenómeno ideado y fomentado, al margen de cualquier escrúpulo humanitario, por parte de las potencias coloniales del siglo XIX, especialmente Gran Bretaña y Holanda.
La incompatibilidad del rechazo moral español al comercio del opio es el invisible legado de una época muy dura de la historia de España. Hoy, algunas tesis revisionistas tratan incluso de maquillar los efectos del opio en la salud pública de China, donde más del 10% de la población se drogaba, generando al comercio británico 16 millones de pesos fuertes en 1837.
https://somatemps.me/2019/05/17/hisp...venta-en-asia/
Pablo Escobar y la Reina Victoria
Por
Diego Díaz Córdova
18 febrero, 2014
A propósito de la serie de tv “Pablo Escobar, el patrón del mal”, surge la necesidad de reflexionar acerca de la historia y de la hipocresía reinante en el mundo. Si bien la serie muestra una complejidad no habitual para el espacio de las telenovelas, donde en general los malos son malos y desalmados y los buenos son “casi ángeles”, queda claro, en el sentido narrativo, que el enemigo de la década del ’80 era el narcotraficante colombiano. Su figura, de alguna manera, opaca los años de violencia del país caribeño, que desde 1948, cuando aconteció el Bogotazo, hasta el presente se mantiene con cierta continuidad. Y si bien es cierto que las andanzas del Cartel de Medellín no ahorraron en sangre, también es cierto que la violencia siguió luego de la desaparición física de su líder. Lo mismo que la cantidad de drogas que ingresó en los Estados Unidos. En una clara movida gatopardista, nada cambió con la muerte del patrón.
“Padrecito de nuestros pobres que sangran por las tejas como vos, Limón” dice el Indio Solari en una memorable canción de la década del ’90 y daba en el blanco, “otra vez”. El problema central con Pablo Escobar es que, a diferencia de otros mafiosos, su influencia (dones y contradones, amores en ambos sentidos) sobre el popolo minuto era notable. La prueba fue que a su funeral asistieron más de 20.000 personas, y que hoy, a más de 20 años de su muerte, su figura adorna, ya como santo, los altares de muchos hogares pobres colombianos. Pablo hizo obras, allí donde el estado nunca había llegado y, se sabe, las obras generan lealtad y cariño. Bíblicamente, por cierto, se sugiere que ésa, es la mejor forma de predicar.
La violencia que ejercía el Cartel de Medellín era claramente maquiavélica. El fin justificaba los medios, lo cual implicaba necesariamente una ecuación racional entre costos y beneficios. No es que estaba justificada la violencia, es simplemente que respondía a una metodología (cuestionable desde lo moral, pero metodología al fin). Muy lejos de aquella violencia irracional de los totalitarismos. Completamente diferente de los ejemplos de muerte de la razón de la que hablan los filósofos post estructuralistas. Mucho más cerca de lo que se espera de un individuo en un mundo capitalista.
Pablo Escobar pasó a la historia como un mafioso y sólo lo recuerdan los humildes. La Reina Victoria, por el contrario, adorna con su nombre accidentes naturales, como lagos o cataratas y regiones diversas del mundo. Extraño destino para quien, al igual que Pablo, decidió ganarse unos morlacos vendiendo falopa. La Reina Victoria fue una de las grandes narcotraficantes a escala global de la historia y el Imperio Británico fue, desde mediados del siglo XIX, uno de los más grandes narcoestados del planeta. Hay que decir que el tráfico de drogas es tan antiguo como el comercio mismo, es decir es un producto de la llamada Revolución Neolítica de hace aproximadamente 8.000 años.
En el siglo XIX el Reino Unido, vencedor de Napoleón, afianzaba sus dominios en el mundo y uno de los pilares de su poder, además del militar, era el de tener balanzas comerciales siempre favorables, un resabio, que aún persiste, de la teoría económica conocida como mercantilismo y que fuera furor en el siglo XVI. Pero con China la cosa no era tan fácil, ya que era más lo que compraba Inglaterra (seda, té y porcelana) que lo que vendía (manufacturas de la revolución industrial). El opio fue la forma encontrada para equilibrar las balanzas. Pero en función del daño que generaba en la salud pública, el Emperador Daoguang prohibió su consumo y su comercio. La respuesta europea fue la guerra, o mejor dicho las guerras, ya que hubo dos guerras del opio, la primera entre 1839 y 1842 y la segunda entre 1856 y 1860. La cantidad de muertos de ambas guerras, es, en las versiones más conservadoras de no menos de 40000 personas. Muerte, terror, drogas, dinero, un cóctel explosivo y conocido. La señora con cara de abuela regordeta comedora de scons, nada tuvo que envidiarle al Patrón. Incluso podemos conjeturar que la sensibilidad social de Pablo le hubieran puesto los pelos de punta.
Como nota de color final, recordemos que para financiar la guerra del opio, se creó el HSBC Bank de Hong Kong. No nos debe extrañar entonces que el banco haya pagado 1900 millones de dólares en multas en el año 2012 por lavado de dinero proveniente de la droga.
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Fuente:
Pablo Escobar y la Reina Victoria | Leedor.com
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