El Catoblepasnúmero 92 • octubre 2009 • página 2

Sobre el partidismo

Gustavo Bueno

A propósito del 75 aniversario del octubre rojo asturiano


Cartel publicado por «Propaganda y Prensa. Socorro Rojo de España», elaborado por la Delegación de Propaganda y Prensa de la Junta de Defensa de Madrid, que desde 1937 dirigía precisamente el comunista Gustavo de la Fuente, padre de Aida Lafuente
Durante las tres primeras semanas del presente mes de octubre se ha conmemorado de muchas maneras –conferencias, presentación de libros, artículos de prensa, programas de televisión y radio– la Revolución de Octubre de 1934. No puede decirse que estas conmemoraciones hayan sido superabundantes, pero tampoco escasas. Acaso cabría decir que discretas, pero suficientes para demostrar que su recuerdo está vivo y, sobre todo –y este es el punto que quisiera destacar aquí– que el recuerdo vivo es a la vez un recuerdo partidista, polarizado, en cuanto quienes recuerdan (tanto si lo hacen según su memoria vivida, realmente psicológica, como si lo hacen con esa memoria que hoy se llama histórica, y que sólo es memoria por metáfora) pretenden haber alcanzado ya una distancia suficiente para poder recordar sine ira et studio desde una plataforma neutral que pretende hacer justicia «a los dos bandos».
Hay que decir que estos últimos memoriosos –los neutrales, los imparciales– son los menos; los más, y sobre todo aquellos cuyos recuerdos han sido avivados por la «memoria histórica», mantienen perspectivas intensamente partidistas. Por ejemplo, hablarán de la «brutal actuación» de la Legión en Oviedo (pero no hablarán de la «brutal entrada» de los revolucionarios en el Ayuntamiento) en los días en los cuales tomó al asalto (día 13) la Iglesia de San Pedro de los Arcos. Acción en la que resultó muerta Aida de la Fuente, la «niña que jugaba a la comba» que cantaron Víctor Manuel y otros. Quien habla de Aida de la Fuente –o de Aida Lafuente– toma casi siempre partido: Aida de la Fuente, la Libertaria, se aparece como figura «ingente e inolvidable» de la Revolución; su heroísmo fue comparado con el de Agustina de Aragón o con el de Mariana Pineda, en carteles de propaganda «republicana» durante la Guerra Civil (1936-1939), y algunos batallones llevaron su nombre. En realidad el comienzo de la «consagración» de Aida se produjo en enero de 1936, en los días de la preparación del Frente Popular, y la relectura que a principios de 1936 se hizo del octubre asturiano puede tomarse como un testimonio de la continuidad entre la revolución de 1934 y la de 1936 que desencadenó la Guerra Civil: el mito de Aida de la Fuente puede servir de eslabón simbólico de esta continuidad, que como es natural niegan frontalmente determinados historiadores.

Heraldo de Madrid, viernes 10 de enero de 1936, pagina 16
Ya en plena democracia, el 6 de abril de 1995, un Ayuntamiento ovetense (con mayoría absoluta del PP) acordó por unanimidad conceder el nombre de Aida de la Fuente al paseo principal del parque de San Pedro de los Arcos, añadiendo además al monumento su efigie: «Aida de la Fuente, la Rosa Roja, 1918-1934, y tus compañeros.»
Ahora bien, lo que no es evidente es que esta neutralidad benevolente de una corporación anticomunista y antisocialista pueda tomarse como prototipo de la verdadera perspectiva que corresponde a una memoria histórica que ya hubiera cicatrizado sus heridas. Acaso el partidismo de sus correligionarios actuales –en realidad a Aida de la Fuente se la disputaron comunistas, socialistas y anarquistas– permite, por su empatía positiva, recoger los más «profundos mensajes» de la Rosa Roja, mientras que la neutralidad benévola, que jamás podrá identificarse con esos profundos mensajes, tendrá que limitar su empatía a la apreciación, en un terreno más etológico que político, de su heroico y generoso comportamiento. Y esta identificación del neutral benevolente le pondría en la peligrosa tesitura de identificarse también con los heroicos y generosos comportamientos de tantos asesinos etarras que dan la vida por sus ideales, y que, desde un punto de vista etológico (antes que político), ofrecen también ejemplos de generosidad y heroísmo para con sus camaradas.
Ni el partidismo empático, ni el partidismo polémico (o, si se quiere, el partidismo de quien mantiene una empatía negativa) pueden ser descartados, en principio, como actitudes incompatibles con la comprensión histórica (no meramente psicológica); ni, por tanto, el neutralismo benevolente (por no hablar del indiferente) asegura un juicio más justo sobre el personaje. Aida fue hija de Gustavo de la Fuente, un leonés que se había de afincar en Oviedo como decorador del Campoamor, el Teatro de la Ópera; cabe sospechar que de ahí procedía el nombre de su hija. «Aida» fue al parecer un nombre inventado por Verdi, como nombre escénico, y el artista Gustavo de la Fuente, que conocía sin duda este nombre, se lo aplicó a su hija; en años sucesivos múltiples recién nacidas, sobre todo en ambientes progresistas, olvidándose ya de Verdi, impusieron este nombre a sus hijas. Lo cierto es que Gustavo de la Fuente fue uno de los fundadores del Partido Comunista en Oviedo, y su hija Aida, junto con sus hermanos, se educó en ese ambiente y se identificó con el movimiento revolucionario.
De cualquier forma, y en el momento de tratar del caso, hay que comenzar por fijar los hechos. Ante todo, hay que corregir la fecha errónea del nacimiento de Aida que figura en el monumento de San Pedro de los Arcos (y por supuesto en otros muchos documentos e historias). Aida, como consta en su partida de nacimiento, una copia de la cual tengo en mis manos, no nació en 1918, sino en 1915; por tanto, no tenía dieciséis años en el momento de su muerte. No era una niña víctima, como el pacifismo de la transición se veía obligado a creer. Tenía casi veinte años y manejaba una de las dos ametralladoras que defendían la posición que los revolucionarios tenían en San Pedro de los Arcos cuando la 21 Compañía de la Legión recibió la orden, para restaurar la legalidad republicana, de tomar la posición a la bayoneta calada. La muerte de Aida no fue pues la muerte de una víctima inocente asesinada por la brutalidad legionaria. Y nada de esto, obviamente, disminuye su heroísmo, antes bien lo incrementa, porque lo hace más consciente. Y cabe sospechar que el error de la fecha de nacimiento favorecía la visión de la historia propiciada por el pacifismo de la izquierda constitucional, la misma que años después abominaría de la violencia de la Guerra del Irak.

Heraldo de Madrid, viernes 10 de enero de 1936, pagina 2
Pero Aida de la Fuente murió en un acto de guerra, al pie del cañón, y su muerte fue un episodio más del proceso del golpe de Estado fracasado que había sido preparado un año antes por la «corriente caballerista» del PSOE, por las Juventudes Socialistas, por la UGT y sus aliados de «Alianza Obrera», la CNT y el PCE, que se adhirió en el último momento. Al parecer la muerte de Aida se produjo así: cuando un destacamento de la Legión, al mando del teniente búlgaro o ruso Dimitri Iván Ivanof, emprendió el asalto a la bayoneta calada, la ametralladora de Aida había agotado ya sus peines de munición; al aproximarse el legionario Torrecilla (según relata él mismo a la prensa) Aida le habría golpeado con una barra, a la vez que sacaba una pistola que guardaba en su pecho. El legionario fue más rápido y disparó antes. Unas horas después pasó por allí Luis de Sirval, de ideología comunista, redactor de El Liberal y de El Heraldo, y director de una agencia de prensa, y publicó un relato según el cual Aida habría sido fusilada a sangre fría por los legionarios. Este relato les indignó, hasta el punto de que el propio teniente búlgaro o ruso habría ido en busca de Sirval y le habría rematado a tiros de pistola (por lo que fue procesado ulteriormente).

El Siglo Futuro, miércoles 17 de octubre de 1934

La Época, lunes 29 de octubre de 1934

Heraldo de Madrid, martes 30 de octubre de 1934
El mismo día de la muerte de Aida tuvo lugar el incendio de la Universidad de Oviedo, incluida su valiosísima biblioteca. También aquí el relato de los hechos es diferente según el partido del relator. Si quien relata el suceso lo atribuye a los mineros que, viendo ya fracasado su intento de apoderarse de Oviedo, y en retirada, incendiaron el lugar en donde estudiaban los hijos de la burguesía, se definirá como reaccionario; y se definirá como progresista quien relate el suceso atribuyéndolo a la propia aviación del Gobierno de la República, porque aquel día había sobrevolado Oviedo ametrallando a sus habitantes, y acaso sin proponerse directamente destruir la Universidad, habría hecho estallar los depósitos de dinamita y de petróleo que efectivamente los mineros habían almacenado en el edificio de Valdés Salas.

Estampa, 3 de noviembre de 1934
Ahora bien, aunque se admite que un «burgués-conservador» estará más inclinado a atribuir el incendio a los mineros que a la República, de ahí no se sigue que quien mantenga esta atribución sea conservador y burgués; y aunque se admita que un «progresista» está inclinado a atribuir el incendio a la aviación republicana, de ahí no se infiere que quien atribuya a la aviación el incendio de la Universidad sea por ello un progresista. Parece muy probable (por motivos que sería impertinente aducir aquí) que el incendio de la Universidad de Oviedo fue debido a la metralla o a las bombas de la aviación republicano burguesa que la sobrevoló, pero esto no significa no estar a mil leguas de una toma de partido progresista. En cualquier caso la oposición conservador/progresista (o bien burgués/proletario, o bien reaccionario/revolucionario, o bien derecha/izquierda) es una oposición que sólo tiene significado cuando va acompañada de parámetros puntuales, y se transforma en una grosera, primitiva, metafísica o mítica oposición maniquea cuando se la utiliza en general, al margen de cualquier parámetro.
Pero lo cierto es que la polarización dualista (maniquea) de la «memoria histórica» afecta a cualquier recuerdo, aún cuando éste sea anecdótico. En uno de los corrillos que se formaban después de una conferencia sobre los sucesos de Asturias de 1934, y en el que yo me encontraba, alguien me contó la siguiente anécdota: un pariente suyo, artillero, fue llevado –arrastrado– por un grupo de mineros revolucionarios desde el centro de Oviedo hasta el monte Naranco, en donde estaba emplazado un cañón que apuntaba a la torre de la Catedral, aquella torre que hizo célebre en toda España al magistral De Pas, de La Regenta de Clarín. El artillero fue conminado a afinar la puntería –no era cosa de derribar edificios contiguos de valor, incluso político– y a disparar sobre la torre. Sin escapatoria, al artillero no se le ocurrió otra cosa que decir: «Necesito para afinar la puntería una tabla de logaritmos, id a buscármela enseguida.» Salieron dos mineros corriendo a buscarla, sin saber muy bien qué podría ser tal tabla de logaritmos y, como es natural en aquellas circunstancias, no la encontraron. Una persona de orientación progresista que estaba junto a mí en el corro me comentó en voz baja: «Como se nota que este señor (el que contaba la anécdota) es un facha, que cuenta un cuento destinado a desprestigiar a los mineros, como gente iletrada que no sabía lo que era una tabla de logaritmos». Yo le respondí que de la anécdota no se desprendía desprecio alguno hacia quienes no hubieran hecho el bachillerato (y aún teniendo en cuenta que muchos de quienes lo hicieron siguen sin saber qué es un logaritmo), que, antes bien, la anécdota demostraba cómo los mineros que pedían una puntería refinada habían sido capaces de entender en el momento (aunque no supieran nada del asunto, razonarían por analogía a partir de sus propias experiencias con la dinamita) la utilidad de este libro de números que llamaban tabla de logaritmos. Mi interlocutor me miró con una sonrisa, como diciendo: «Se nota la simpatía por los mineros que usted demostró en las huelgas de 1962.»

Heraldo de Madrid, sábado 11 de enero de 1936, pagina 3




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