Revista FUERZA NUEVA, nº 565, 5-Nov-1977
¿Comandante supremo?
Todo el mundo creía, sobre todo los que somos profanos, que las últimas reorganizaciones (1977) de los Ministerios militares tenían, entre otras, la finalidad de separar el Mando castrense de la rama político- administrativa. Esa era la conclusión a que nos llevaba las explicaciones que nos dieron los profesionales con los que comentamos el tema, aparte de la lectura en la prensa de escritos oficiales y comentarios sobre tal asunto.
Sin embargo, ahora tenemos que deducir, en cambio, que a lo que se va es justamente a lo contrario: a elevar al ministro de la Defensa al rango de comandante supremo de los Ejércitos.
De ser cierto esto, tal como lo entendemos, haría verdad el rumor, que no podíamos creer, pero el último informe de Gutiérrez Mellado, hecho público en la prensa, lo parece confirmar al advertir que la inminente reestructuración del Ministerio de Defensa tiende “a deslindar la rama militar de la política-administrativa, aunque ambas dependientes del ministro”.
En mi modesta opinión, ello es gravísimo por cuento de ese modo se pone en manos políticas exclusivamente la capitanía general de nuestras Fuerzas Armadas, puesto que ese Ministerio de Defensa puede darse el caso -y de hecho hay que hacerse a la idea de que esto ocurra- de que su titularidad la ocupe no un militar, como ahora (1977) ocurre, sino un civil al servicio de los intereses concretos de su partido político, con el agravante, posible también, de que sea hombre de talante antimilitarista u obligado servidor por disciplina de partido, de ideas o intereses contrarios a los de las Fuerzas Armadas, lo cual ya ha sucedido en anteriores etapas o periodos democráticos de nuestra Historia.
Ellos nos llevaría a que ese posible ministro civil y aun enemigo de los Ejércitos y de cuanto éstos representan en la vida nacional, en la Patria en suma, ocupe no sólo la dirección político-administrativa de la Defensa Nacional, sino el mismísimo mando directo de nuestras Fuerzas Armadas, concediéndosele unos poderes de hecho, casi paralelos o pariguales a los del Rey, lo cual, insistimos, que a nuestro modesto y profano entender es totalmente opuesto de lo que se anunció en su día y que a juicio del que escribe resulta más aconsejable por la sana política, orden castrense y por el sentido común.
Confiemos en que no llegue a buen puerto semejante proyecto, que indudablemente supeditaría el mando militar a los vaivenes de la política partitocrática y que, por el contrario, se siga manteniendo la deseada separación entre ambos canales.
Ramón de Tolosa |
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