Revista FUERZA NUEVA, nº 1, 14-Ene-1967
DESPUÉS DEL REFERÉNDUM
Por Blas Piñar
La jornada del 14 de diciembre de 1966 ofrece al observados una plataforma segura para ciertas afirmaciones de base. Sobre ellas hay que seguir construyendo, a fin de que la voluntad popular vea con hechos tangibles que su respaldo a la política del Régimen ha refrendado lo hecho hasta ahora y estimulado, a la vez, a continuar la tarea emprendida.
Ese respaldo tiene dos notas acusadas: el “sí” compacto de las clases trabajadoras y modestas, y el “sí” de la nueva generación, que ha nacido y crecido al amparo de una paz gestada en una guerra que conoce tan sólo por los libros o por el testimonio de sus mayores.
Tales datos tienen una significación profunda, sobre todo cuando se especuló con exceso, y en ocasiones con intención malévola, sobre la lucha generacional, y cuando se ha querido dar la impresión, mucho más hacia fuera que hacia dentro, de que el sistema político que nació de la Cruzada era un Régimen vuelto de espaldas al signo de lo social.
Lo cierto es, sin embargo, que pese a la propaganda adversa, consentida con amplia generosidad entre nosotros, las masas -por emplear un lenguaje que tanto gusta a otros sectores- y la juventud -sobre la cual el campo adverso no disimula sus asechanzas de rapto ideológico- se han volcado de un modo afirmativo , oponiendo con el “sí”, un “no” tajante a la reacción de los que ahora, por motivos tácticos, utilizan un lenguaje que no utilizaron nunca o que si utilizaron fue sin la constancia evidente de unas realizaciones que les dieran entidad y valor.
El Jefe del Estado ha repetido, sin hartarse, que nuestro Régimen enlazaba lo nacional y lo social, inspirado en la doctrina cristiana. Nadie que analice con nobleza la obra de estos años podrá negar que pese a dificultades sin cuento, y que se hallan en el ánimo de todos, el país, socialmente hablando, ha roto la losa de la injusticia que, como dijera José Antonio, ahogaba, junto a la ausencia de un auténtico patriotismo, la vida de la nación.
Lo que no consiguieron jamás los marxistas de cualquier partido, con huelgas y motines, ni los grupos con etiqueta confesional, con sus declaraciones sobre el papel, lo ha llevado a término el Régimen de Franco, con armonía y con suavidad, con prudencia y con amor. De este modo, muchos de los que combatieron a Franco con las armas y con las ideas han sido ganados con los hechos para su causa, y le han prestado el 14 de diciembre su apoyo personal, apoyando su política.
Los cuadros leales, a los que incumbe la responsabilidad del quehacer político, tienen la obligación de seguir abriendo cauces a este aliento popular y juvenil, sin la zozobra permisible a quienes piensan que actúan en el vacío, por su despegue del estado general de conciencia. De acuerdo con el mismo, es necesario rematar la obra emprendida, cuando el Fuero del Trabajo ponía de relieve que la España nacional iba a muerte y a la victoria no sólo por la Patria sino también por la justicia.
Para ello, hay que afianzar el signo de lo nacional con una política descentralizadora que dé vida a los cuerpos intermedios, y acabe con las intentonas de una vuelta a los reinos de taifas, y consolidar el signo de lo social, conforme a los postulados irrenunciables que dieron vida al Régimen, a la aplastante mayoría popular que le respalda y a las exigencias de un orden cristiano en el que siempre quiso inspirarse nuestra política.
Sería ingenuo estimar que todos e ha logrado, e incluso que en los logros que hoy pueden enumerarse y hasta exhibirse, no hay defectos e imperfecciones. Tales defectos e imperfecciones existen, pero no nos asustan, puesto que constituyen algo que es propio de las empresas humanas, por pura que sea la intención, íntegros los hombres y ágiles los medios. Lo que nos asustaría es que la contemplación de tales imperfecciones y la contraofensiva reaccionaria, que hoy se viste con disfraces muy varios, paralizara o hiciera temblar la decisión rectora, no ya de quien preside la tarea política, sino la de sus colaboradores y ejecutores inmediatos.
El Régimen descansa sobre el pueblo, porque se ha convertido en su intérprete. La exclamación de la humilde limpiadora en vísperas del Referéndum: “¿qué pasará si los ricos nos quitan a Franco?” es aleccionadora. Nuestro pueblo tiene su esperanza puesta en Franco y en las instituciones a que él, para continuarle, llene de inspiración y de vida.
Sin demagogia, como dice la declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal española, de 29 de junio de 1966, hay que ir a la “realización del bien”, compatible, naturalmente, con la prudencia, aunque entendida “no como temerosa atenuación del ideal, sino como el camino para realizarlo lo mejor posible”.
En este aspecto FUERZA NUEVA, como semanario y como haz de voluntades integradas en el Movimiento, prestará su entusiasta e incansable adhesión a quienes patrocinen y lleven a término la política social, estimulando y aguijoneando para que sea más dinámica y ancha, más operante y perfecta.
Si la propiedad privada debe fomentarse, pues asegura a cada uno aquella zona necesaria de autonomía personal y familiar, sin la que el hombre no es libre, la autoridad debe impedir que se abuse de la propiedad privada en contra del bien común, pues los bienes de la tierra y el producto del esfuerzo humano deben servir para todos, mediante una justa distribución. A este destino universal de los bienes han de subordinarse todas las formas legítimas de organización y de propiedad.
A estas afirmaciones, la doctrina conciliar agrega que en la vida económica el trabajo humano ha de ser estimado por encima de los demás elementos, y que la finalidad fundamental de la producción no es el mero aumento de los productos, ni el lucro, ni la posibilidad de ejercer dominio, sino el servicio del hombre entero, tomando en consideración tanto el orden de sus necesidades materiales, como las exigencias de su vida intelectual, moral, espiritual y religiosa.
Si tales postulados han de servir de norma a quienes en el orden práctico los han desconocido, confirman sin reservas la política social del Régimen, que no debe encontrar obstáculos ni enfrentamientos, como no sean de matiz, al deliberar y disponer qué bienes y en qué condiciones han de transferirse a la propiedad pública, y al poner en marcha planes para el desarrollo económico y social que palíen los desequilibrios entre las regiones, protejan el sector agrario, contribuyan a una utilización más justa del suelo, satisfagan la creciente necesidad de una vivienda digna, promocionen sistemas de cooperación y de compensación que inspirados en el bien común no ahoguen el potencial económico de las empresas, hagan viable la activa participación de todos sus miembros en la gestión de las mismas, sin pérdida, claro es, de la necesaria unidad de dirección, y articulen un sistema fiscal eficiente y equitativo que revierta en beneficio del país y más concretamente de los sectores infradotados.
Todo ello es compatible con el estudio serio y meditado, con el examen sincero y realista de nuestros medios y posibilidades, con los ensayos a pequeña escala para comprobar aciertos y errores. Pero ninguna ocasión más propicia, más llena de calor humano, más impregnada de identificación popular, que la iniciada el 14 de diciembre de 1966 para continuar y perfeccionar hasta donde lo consientan nuestro coraje, nuestra honradez y nuestra economía, el quehacer político de un Régimen que quiere una España, espiritual y materialmente, de todos y para todos los españoles.
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