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Tema: Elogio y defensa de la vocación militar (por Blas Piñar)

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    Re: Elogio y defensa de la vocación militar (por Blas Piñar)

    VII.El Ejército en la mente de Francisco Franco

    Pero yo no podría terminar aquí el análisis de las virtudes castrenses, si no dedicase un recuerdo a quien volvió a fundar la Academia General de Zaragoza, a su regreso de África, después de luchar en la Legión.

    Yo tengo que recordar aquí, por un deber de lealtad, de justicia y de honor, ahora que tantos aduladores se hallan en silencio, a Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado,... (Aplausos que impiden entender al orador).

    Bien sabía Franco que no hay Ejército si no hay un cuadro de oficiales, que la masa no sirve si no hay una levadura que la fermente, que el Ejército es, como decíamos, el armazón que sostiene el organismo social de la Patria. De poco sirve el Ejército si no es disciplinado, si no hay entre, los miembros, Armas y Cuerpos del Ejército, aquel ambiente de sano compañerismo y de entrañable camaradería, que le hace comparecer ante el pueblo y ante el Estado como una sola, gallarda y valerosa unidad.

    Por eso, cuando se perseguían las esencias de la Patria, tenía que disolverse la Academia General. ¡Fijaos bien cadetes españoles!: cuando se ataca a España, inmediatamente se ataca al Ejército. Si hoy está empezando a atacarse lo más sagrado de España, tened por seguro que, por encima de las adulaciones torpes de los insidiosos de siempre, se atacarán las virtudes militares y la permanencia misma del Ejército, puesto que el Ejército es el armazón social de la Patria. Por eso, la República, que quiso arrancarnos la conciencia histórica, a la vez que con el separatismo rompía la unidad de las tierras, con la disolución moral, la unidad en el hombre, y con la lucha de clases, la concordia entre todos los estamentos y las estructuras vivas del país, tenía que atacar el Ejército. Y para atacar el Ejército tenía que destruir la Academia Militar de Zaragoza.

    El 14 de Julio de 1931, pocos meses después de proclamada la República, Francisco Franco Bahamonde dio aquí una lección inolvidable sobre la disciplina, que reviste su verdadero valor "cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando". "Se deshace la máquina”, decía Francisco Franco el 14 de Julio de 1931, “pero la obra queda; nuestra obra sois vosotros, los 720 oficiales que mañana vais a estar en contacto con el soldado, los que constituyendo un gran núcleo del Ejército profesional, habéis de ser, sin duda, paladines de la lealtad, del espíritu de sacrificio por la Patria. No puedo deciros que dejáis vuestro solar, pues hoy desaparece; pero si puedo aseguraros que repartidos por España, lo llevareis en vuestros corazones y que en vuestra acción futura ponemos nuestras esperanzas”.

    Y en parte por ese núcleo selecto de la milicia, que había nacido y se había forjado bajo el caudillaje, el mando y la enseñanza de Francisco Franco, entonces el más joven general de Europa, y hoy la espada más limpia del mundo, fue posible, con otras aportaciones civiles y militares, que España no renunciase a su destino histórico, y que frente al Ejercito invisible que quería acogotarnos, se pusiera en pie para restaurar nuestras grandezas y nuestras libertades.

    Tremenda responsabilidad, pues, la de los Jefes de las Academias militares. Han de ganarse, a la vez, el respeto y el cariño de los subordinados, no sea que la falta de cariño signifique ausencia y distanciamiento y que el exceso de confianza llegue a convertirse en falta de respeto. Tal es la virtud del mando: ganarse la confianza y el cariño, sin pérdida de la autoridad. Esto es, en esencia, lo que han de aprender, para enseñarlo luego en los cuarteles y en los destacamentos militares a la juventud española. No olvidaros, profesores de las Academias, de aquello de San Isidoro: "el que está frente a los otros con autoridad, debe estar al frente de ellos con sus virtudes". (Aplausos).

    Pero con esto no basta. Os decía al principio, que no iba a escamotearnos, ni a dulcificar, ni a poner cortinas de humo a los problemas vivos y palpitantes de nuestro presente universal y español.

    Pues bien, el Ejército que tiene todas estas virtudes y que debe esforzarse en incrementarlas, el Ejército que es un ente moral, antes que una organización técnica, tiene también, y así lo destacan todos nuestros autores militares y políticos, una alta misión en la vida civil, y ello no sólo porque como dijera Clausewitz, "la guerra es la continuación de Política, y por tanto, es el Ejército el que mantiene la política cuando fallan los medios pacíficos", sino porque al Ejército corresponde la guardia de aquellas constantes históricas de un país, al servicio de las cuales se halla la gestión política.

    En este sentido, afirmaba, el mariscal Lyautey que "para el Ejército no puede haber dentro del Estado nada que le sea indiferente: desde la educación que se dé al niño en las escuelas, hasta aquella que recibe en los grados superiores de enseñanza; desde la forma de acrecer las fuerzas contributivas del país, hasta el desarrollo de las obras públicas, ferrocarriles, puentes y carreteras. Todos esos elementos constituyen eslabones que forman la cadena de los elementos militares para la defensa del territorio. No puede ser tampoco indiferente al Ejército la capacidad productora del país, lo mismo en la agricultura que en la industria. Ni hay fábrica que no pueda llegar a ser un día un elemento militar útil y necesario, ni un campo sin cultivo que no pueda perjudicar en un momento dado el interés militar. Todo con el Ejército tiene conexión. Por eso este no se puede concebir sino formando un todo con el resto de la nación".

    El príncipe Otto de Habsburgo, en la conferencia antes aludida, proclamaba con vigor que "no se puede morir por un Estado que ha perdido el sentido mismo de su esencia y que el Ejército tiene derecho a exigir al Estado que sea digno de merecer, en caso preciso, la vida de los súbditos”. En igual línea de pensamiento se producen Vázquez de Mella y José Antonio, los generales Alcubilla, Kindelán y el Generalísimo Franco.

    Vázquez de Mella, en su discurso de Barcelona de 8 de julio de 1921 se pronunciaba así: "se dice que el Ejército no debe intervenir nunca en la política. Pero ¿qué se entiende por política cuando el orden social y la jerarquía social vacilan y desmayan? ¿Creéis que se va a colocar al Ejército debajo de la campana neumática para que no lo dé el aire de la calle? ¡No! Si en la sociedad hay elementos deletéreos y disolventes que atacan las bases y los fundamentos sociales, ¿va el Ejército a resignarse, a mirar como un espectador un ambiente que cruzan aires de rebeldía para herirle en lo más esencial de su constitución, en lo que es la esencia de la disciplina? Si la política se redujera a cosas mezquinas y asuntos nimios, entonces ¡no intervengáis en ella! De esta política no debe participar el Ejército; pero de la alta política nacional no podéis ser instrumentos pasivos".

    José Antonio, maestro civil de una generación española, escribió con belleza y valentía: "el Ejército es, ante todo, la salvaguardia de lo permanente; pero no debe mezclarse en luchas accidentales. Pero cuando es lo permanente lo que peligra, cuando está en juego la misma permanencia de la patria (que puede, por ejemplo, si las cosas van de cierto modo, incluso perder su unidad), el Ejército no tiene más remedio que deliberar y elegir. Si se abstiene, por una interpretación puramente externa de su deber, se expone a encontrarse de la noche a la mañana sin nada a que servir. En presencia de los hundimientos sucesivos, el Ejército no puede servir a lo permanente más que de una manera: recobrándolo con sus propias manos". Y en otro lugar añadía: "¿Habrá todavía entre nosotros quien proclame la indiferencia de los militares por la política? Esto pudo y debió decirse cuando la política se desarrollaba entre partidos. No era la espada militar la llamada a decidir sus pugnas, por otra parte, hasta mediocres. Pero hoy está en litigio la existencia misma de España como entidad y como unidad. Cuando lo permanente peligra, ya no tenéis derecho a ser neutrales. El que España siga siendo depende de vosotros. El enemigo, cada día, gana unos cuantos pasos. Cuidad de que al llegar el momento inaplazable no estéis paralizados por la insidiosa red que alrededor se os teje”.

    El General Alcubilla, bajo la rúbrica "la milicia como tema de nuestro tiempo", escribe que "el Ejército garantiza la continuidad histórica nacional, y es una organización fundamentalmente política", de tal modo que cuando se produce "el divorcio entre el Estado y la Nación, el deber de las fuerzas armadas es cumplir sus obligaciones para con la Nación, por encima de los compromisos que el Estado tenga contraídos, sin que pueda calificarse de rebelde esta actitud, toda vez que cuando hay colisión de derechos, al superior corresponde prevalecer".

    El General Kindelán insiste en que la "intervención del Ejército es un bien indispensable en la vida de las naciones. El Ejército -dice- debe enfrentarse en un plano superior con los grandes problemas nacionales, constituyendo un guardián de todos los valores y constantes históricas del pueblo a que pertenece, que ha de defender, contra todo aquél que intente atacarlo, sea enemigo exterior o interior, sea en último extremo, afortunadamente excepcional, contra el mismo Estado, si es que este, apartado de su fin esencial, rompe o amenaza interrumpir la continuidad histórica de la Nación”.

    Y Francisco Franco, el 19 de julio de 1937 proclamaba que si "al Ejército no le es lícito sublevarse contra un partido ni contra una constitución, porque no le gusten, tiene el deber de levantarse en armas para defender a la Patria cuando está en peligro de muerte"; y el 17 de mayo de 1958 añadía: “El Ejército, en nuestro Estado, es mucho más que un simple instrumento de defensa; es la salvaguardia de lo permanente".

    Y no se crea que se trata de una doctrina carpetovetónica. El General Weigand, haciendo el análisis crítico de la situación en su país, escribía: "es un reto al buen sentido consagrar miles de millones a la defensa nacional, entretener millares de hombres sobre las armas y tolerar que pueda alentarse contra el ideal sagrado en cuyo nombre se exigen estos sacrificios"; y el príncipe Otto de Habsburgo, añade: "cuando un gobierno inicuo se encuentra en flagrante contradicción con el derecho natural... el verdadero soldado no puede permanecer en una fácil neutralidad. Hay situaciones en las que la insurrección en defensa de la sustancia del Estado, es no solamente un derecho, sino, incluso, un deber".

    En esta dirección se orienta la ley constitutiva del Ejército español al señalarle las siguientes misiones: "mantener la independencia de la patria, asegurar el imperio de sus leyes fundamentales y defenderle de los enemigos interiores y exteriores".

    Pues bien; ¿Acaso no debemos preguntarnos, ante la realidad que nos circunda, si el Ejército puede continuar como espectador en los días que nos toca vivir? Cuando Franco ha dicho, en su discurso de 16 de Mayo de 1952 que "frente a la interpretación leninista o estalinista del Estado, no es un marxismo apenas atenuado o un socialismo marxistizante lo que a nuestro juicio corresponde, sino la orgullosa afirmación de los valores de la personalidad humana, la derogación terminante del materialismo histórico y el reconocimiento firmísimo de la capacidad de regir la historia desde el Estado y de realizar la justicia a través de las instituciones necesarias", por todas partes, incluso en periódicos de filiación política conocida, se nos proponen para el futuro las fórmulas socialistas como ideales y salvadoras.

    Cuando Francisco Franco ha dicho el 3 de junio de 1961, que "resulta un atentado contra la razón y la realidad cualquier interpretación, sea militar, jurídica, filosófica o literaria, que pretenda encuadrar nuestra guerra dentro de los límites clásicos y angostos de las simples guerras civiles", ello no obstante, incluso en las publicaciones del Estado, se habla de guerra civil, y se ha consentido, como afirmaba con indignación el General Iniesta, que determinado novelista, insistiendo en la tesis de la guerra civil, confunda a vuestros padres y al mío, que lucharon por Dios y por la Patria, con los que saquearon las iglesias, fusilaron a los sacerdotes y quebrantaron la sagrada unidad... (Aplausos que interrumpen al orador).

    Y mientras José Antonio Primo de Rivera, que, en tanto otra cosa no se demuestre, ha incorporado en lo que tiene de permanente, su doctrina política a la conciencia nacional, decía que "ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo", ese mismo novelista acaba de escribir, caballeros cadetes, en el libro de Paniker "Conversaciones en Cataluña" que "la raza española es inconstante, envidiosa y patética y que como empresa colectiva es un desastre". En nombre de España y del Ejército quiero formular con energía mi protesta.

    Y mientras el punto de los principios fundamentales dice que la unidad entre los hombres y las tierras de España es intangible, porque cualquier atentado contra ellas constituye, como se nos había enseñado, un crimen que no perdonaremos, se consienten manifestaciones separatistas y después de algunas detenciones suele ponerse en libertad a los culpables. (Aplausos prolongados).

    Y que conste que la acometida del separatismo estaba prevista, pues fue Francisco Franco el que el 16 de mayo de 1955, nos decía: "la quiebra de la unidad de España es empresa acariciada en la mente de nuestros adversarios de todo linaje (que) especulan con una quimérica transición hacia otra cosa. En esto no nos basta que sus empeños se estrellen contra la fortaleza de que hemos venido dando muestra: es necesario cerrar las filas para no dar motivo por pequeños incidentes de la vida diaria, a especulaciones que engañan a la opinión".

    Y mientras se afirma que habíamos luchado por la unidad religiosa y moral de nuestro pueblo, y construido un Estado para su defensa; y mientras Francisco Franco, nos prevenía en su discurso de 3 de junio de 1961 contra "el cinismo... con que se fomenta la delincuencia o se ensalza el vicio y la inmoralidad, produciendo el naufragio de los valores del espíritu", se estimula o se guarda silencio ante las oleadas de corrupción que nos invaden.

    Pues bien, nosotros no podemos consentir de ninguna forma, bajo ningún pretexto, cualquiera que sea el disfraz o la autoridad que lo avale, que se prostituya, la sana moral de nuestro pueblo y que oleadas crecientes de pornografía en el cine, en el teatro y en la novela corrompan al país. (Grandes aplausos).

    Y mientras de la Revolución y de la guerra nace un sistema político sin lucha de clases (punto XI de la Falange), que entiende -con la Iglesia- que la lucha de clases va contra el amor, y que hace y trata de hacer con su Ejército, esencialmente político, en el más alto y noble sentido de la palabra, una España súper clasista, en los campamentos, en los cuarteles y en los destacamentos militares, se pacta oficialmente anarquismo y con la C.N.T.

    Nosotros, en nombre de la unidad de las clases, y del Estado nacido de la guerra y de la Revolución, al que deseamos sea fiel a sí mismo, formulamos también nuestra irritada protesta, entendiendo además, que el Ejército ante tamaño desorden y confusión no puede permanecer mudo, porque ello significaría tanto como traicionar a la Patria, a la Revolución y a la guerra. (Ovación entusiasta).

    Cuando el Estado pierde el sentido de su misión, cuando deja de creer en la filosofía política que le dio nacimiento y fuerza, empieza a adquirir un complejo de inferioridad, inicia una etapa de disimulo, utiliza un idioma contradictorio y débil, abdicante y enfermizo, deja que de nuevo las fuerzas ocultas de la historia, replegadas a sus puntos de partida después de la Victoria, se envalentonen y avancen, pululen y brujuleen. ¡Y todo esto, lo consienten España, el gobierno y vosotros! El gigante está así a punto de ser esclavizado por los enanos.

    Por eso, si en política, como dijo Francisco Franco, el 3 de junio de 1961, "lo interesante es saber prever el futuro, no convertirse en sujeto pasivo de los acontecimientos, sino adelantarse y poder encauzarlos y dirigirlos", no olvidemos que el enemigo continúa en la lucha, que solamente nosotros hemos hecho y conmemorado la paz, y que, ante los peligros de la hora, nada más cuerdo que traer a colación aquellas palabras de José Antonio en el periódico "Haz" de 19 de Julio de 1935: "antes, todavía, la incomodidad ahuyentaba el sueño de España; ahora nada cierra el paso al sopor. Todos los gusanos se regodean por adelantado con la esperanza de encontrar otra vez a España dormida, para recorrerla, para recubrirla de su baba, para devorarla al sol. Sea cada uno de vosotros un aguijón constante contra la somnolencia de los que os circundan".

    Es lo mismo que os decía el General Iniesta al entregaros los sables y deciros que vuestro descanso consiste en el constante alerta por España; lo que Francisco Franco pedía al Ejército en su discurso del primer desfile de la Victoria: "os pongo ahora en guardia permanente".

    Pero nosotros, los hombres civiles, tenemos derecho a exigiros a vosotros que nos transmitáis vuestras virtudes. La milicia -decía José Antonio- "es una exigencia de los hombres y de los pueblos que quieren salvarse". Queremos, pues, que un sentido militar atraviese y transpire nuestra vida toda.

    ¿Es que, acaso, la prosperidad económica, el nivel más alto de vida está reñido con tales virtudes? Cuando firmamos los tratados internacionales que rompían el "boicot" que nos tenía prisioneros, una voz autorizada y amiga nos dijo: "el periodo de aislamiento de España, a pesar de los considerables sufrimientos materiales que representaba para toda la nación, era un periodo que necesariamente conduce a la virtud. Pero ahora el anacoreta vuelve al mundo próspero y a las seducciones de la materia. Nada más peligroso que este momento. La euforia que viene después de las privaciones arruina la resistencia. Es, pues, de importancia esencial, para no perder el fruto de tantos años duros... fortalecer las virtudes cardinales y los valores del espíritu, que son los únicos que en la hora de la abundancia dan denuedo para mantener las nobles resoluciones tomadas en los años de pobreza".

    Termino, señores. Decía Guicciardini, embajador ante los Reyes Católicos, que ellos afirmaban que con los españoles se podían hacer grandes cosas si el país se mantenía unido y en orden. Vosotros, militares, sois los abanderados de la unidad y del orden. Nosotros, hombres civiles, estamos dispuestos a empaparnos de aquellas virtudes que la dificultad del tiempo demanda, a fin de incorporar a nuestra vida ese tesoro de austeridad, de sano orgullo, de sentido del honor, de disciplina, de jerarquía, de obediencia y de fe en una España irrevocable.

    Si, con palabras de Francisco Franco, "quiebran antes las naciones por su división, su descomposición y sus crisis de virtudes, que por la acción que pueda desencadenarse contra ellas desde el exterior", nosotros pedimos una España unida y en orden.

    ¡Caballeros cadetes, oficiales!: yo, un hombre civil, quiero que llegue hasta vosotros la voz de una fuerza nueva, enardecida, con brío, coraje, y amor entrañablemente hispánicos, una voz que representa a cuantos en el pueblo están dispuestos a sacrificarse, a luchar y a morir por esta España unida y en orden.

    El porvenir no es de los escépticos, sino de los que tienen fe; no es de los que odian, sino de los que aman. Vosotros tenéis fe en España, vosotros amáis a España. Nosotros, hombres civiles, creemos en España y amamos a nuestro pueblo.

    Con esta fe y con este amor, mi Capitán General, mi General, permitidme que a los Caballeros cadetes, les invite a gritar conmigo:

    ¡Viva Francisco Franco!
    ¡Viva el Ejército!
    ¡Arriba España!

    (Los cadetes y oficiales contestan con vigor a estos gritos, a los que siguen grandes aplausos que se prolongan durante largo tiempo. Los cadetes, puestos en pie, despiden enardecidos al orador).
    Última edición por ALACRAN; 21/10/2020 a las 22:23
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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