...IV.“Objetores de conciencia”
El alto concepto que la milicia nos ofrece nos lleva también a repudiar a los llamados objetores de conciencia que se niegan a incorporarse al Ejército cuando se movilizan sus reemplazos. No sólo se dan tales objetores entre los "testigos de Jehová" sino también entre los católicos, y en los Estados Unidos, con ocasión de la guerra del Vietnam, algunos han quemado públicamente su libreta de enrolamiento o han intentado una vistosa cremación ante la multitud, como señal de protesta al ser movilizados.
Las razones que se esgrimen por los objetores pueden reconducirse a tres: el precepto del Decálogo que dice textualmente "no matarás"; la invitación de Cristo a ofrecer voluntariamente la segunda mejilla, cuando ha sido abofeteada la primera; la invocación continua a la paz en boca del Maestro.
Tales razones, a mi juicio, no son convincentes. Una cosa, en efecto, es el mandato tajante "no matarás", y otra la prohibición de la guerra y del servicio de las armas, puesto que la guerra -como la operación quirúrgica- no se dirige esencialmente a la matanza o a la mutilación sino, cuando es justa, al mantenimiento de la paz hollada por el enemigo.
En segundo lugar, la invitación de Cristo a ofrecer, en demostración de humildad, la otra mejilla al adversario que nos ofende, se relaciona con la ascética personal, cuando lo que se halla en juego es nuestro "yo" que se rebela. Cuando, contrariamente, lo que se pisotea es algo superior a nosotros mismos, algo cuya defensa nos incumbe, entonces la violencia es aconsejable y urgida por la propia conducta del Señor, que vitupera con los términos más duros á los hipócritas, y que, con el látigo empuñado, y lleno de ira santa, arroja a los mercaderes que profanan el templo.
Por último, la constante invocación a la paz que escuchamos de la boca del Hijo de Dios, no puede llevarnos, como decíamos antes, a confundir la paz con el mantenimiento de la injusticia.
La Constitución "Gaudium et Spes" del Segundo Concilio Vaticano se ocupa del tema al decir que "parece equitativo que las leyes provean humanitariamente en el caso de quienes por objeciones de conciencia se nieguen a emplear las armas, con tal de que de otra forma acepten servir a la comunidad".
Para un católico, las objeciones de conciencia, en este campo no son admisibles si se tiene en cuenta que el mismo documento desvanece todos los escrúpulos que al recluta pueden presentarse al declarar: "Los que están enrolados en el Ejército... considérense como instrumentos de seguridad y libertad de los pueblos, pues mientras claramente cumplen con su deber contribuyen al establecimiento de la paz".
Para los no católicos, la objeción de conciencia que puede estar aparentemente justificada, en su caso, por el grupo religioso a que pertenecen, debe ser tratada con un examen lleno de rigor, toda vez que no hay detectores capaces de decirnos donde se encuentra el que, siendo un pusilánime, un emboscado o un presunto desertor, acude a tales argumentos para legitimar su negativa.
V.Vocación castrense
Al Ejército hay que entenderlo y amarlo. Es preciso descubrir la entraña de la vocación castrense y percibir sin vacilaciones que la existencia militar no es una manera de estar o de pensar, sino una plena forma de ser.
Romanones, en su libro "El Ejército y la Política", trató de señalar esta "ratio" de la vocación castrense y de la misión de las fuerzas armadas, oponiéndose a ciertas concepciones vulgares acerca de las mismas. Entre tales concepciones, que destacaba y condenaba, exponía las siguientes: "se inventó el Ejército, a la vez que las contribuciones, para mantener en pie la fuerza del Estado; el Ejército es una corporación de individuos de uniforme, cuyo cometido consiste en dedicarse a maniobras y ejercicios decorativos; el Ejército está, en el fondo, constituido por la oficialidad, es decir, por una carrera en la que se obtienen sueldos fijos y vitalicios; el Ejército es un instrumento al servicio de la política, para defender los intereses del capital”.
Pero el Ejército no es nada de eso. Juan Plaza en su obra "La sociología y el Ejército", escribe que por tal ha de entenderse una "organización de hombres, material y medios, para el ataque y la defensa", y el General González Mendoza, añade que el Ejército es "un ente moral antes que una organización material".
El Ejercito no es, a mi juicio, el brazo armado de la nación, dispuesto a dar cachetes en la hora en que falla el dialogo; ni tampoco es, como dijera Calvo Sotelo, "la columna vertebral de la patria". El Ejército, en frase de Jorge Vigón, en "Milicia y política", es la "única armadura sólida de un orden social cualquiera", de tal modo que cuando la revolución bolchevique aniquiló el ejército ruso, inmediatamente organizó el ejército rojo, sin el cual no subsistiría el comunismo.
Para nosotros, con palabras del Príncipe Otto de Habsburgo, el Ejército es un "factor popular de renacimiento nacional", sin el que, como concluía Romanones, resulta “quimérica una vida nacional ordenada”. De aquí que siendo necesarios los Ejércitos, escribe Muñiz y Terrones en "Concepto del mando y deber de la obediencia": “no se han de escasear los medios para que tengan vida robusta y estén siempre en disposición de llenar los fines de su existencia. Mermar su importancia, regatearles los medios de instrucción, reducir los contingentes o los cuadros por una mal entendida economía, es un error”.
Pero si el Ejército es el gran agente formativo del espíritu nacional, ello se debe a que al mismo corresponde, junto al adiestramiento castrense de la juventud, su adiestramiento social, inculcándola el sentido de la Patria y del Estado. Así, a la obligación del servicio militar forzoso, corresponde el deber por parte del mando de hacerle producir las consecuencias más saludables para la sociedad.
¿Os habéis dado cuenta, oficiales y futuros oficiales del Ejército, de vuestra tremenda responsabilidad? ¿Os habéis dado cuenta de que, por vuestras manos, solamente por vuestras manos, no por las manos del profesorado universitario, pasa y va a pasar toda la juventud española? Son 300.000 españoles los que cada año se incorporan a filas, los que han de recibir en ellas la impronta de un sentido español, que como os decía el General Iniesta en una de sus alocuciones, ha de auparse desde la españolía por razonamiento y por amor.
¿Os dais cuenta de que vuestra misión no consiste solamente en dotar a esta muchachada española de conocimientos técnicos sobre táctica, estrategia, tiro, equitación...? Tales conocimientos, escribe Francisco Sintes, en su libro "Espíritu y técnica de la formación militar", son instrumentales y, por si solos, no sirven para nada, como de nada sirve en política contentarse sólo con una buena Administración, porque de la Administración y de la técnica, incluso de la técnica castrense, cuando no hay un espíritu que las mantenga, se apodera con facilidad el enemigo. Lo que importa a vosotros es formar el corazón del soldado, el alma del soldado, darle el sentido de la nacionalidad y la conciencia de saberse hijos de una Patria grande e irrevocable, concebida como unidad de destino en lo universal; que no nos pertenece, como nos pertenece el patrimonio, sino que pertenece al pasado, al presente y al futuro, siendo a la vez, como decía Don Antonio Maura, "un recuerdo y una esperanza".
Don Manuel Siurot, cuando yo era niño, hablaba a los cadetes y pronunció un gran discurso en la Academia de Infantería de Toledo: vosotros sois, les aseguraba, los "soldados fuertes de la justicia y los maestros dulces de la verdad, los que enseñáis a los cobardes la lección de la muerte y enseñáis a los incultos la lección de la vida". ¡Oficiales, cadetes!: sed soldados fuertes de la justicia y maestros de la verdad. (Aplausos).
Por eso, Jorge Vigón, en la obra que antes citamos, escribe, que "no será posible tener buenos oficiales si no se les dota de una doctrina común. Es posible -agrega- conducir a los hombres sin saber demasiada química y sin haber llegado a comprender los misterios de las matemáticas; pero sin conocer los principios que informan la política, sin saber dónde está la verdad y donde se oculta peligrosamente el error, difícilmente podrá conducirse a estos jóvenes que van a encomendarse a nuestra oficialidad, bien pertrechados de palabras brillantes y de consignas, pero acaso sin una idea clara de lo que en ellos se encierra, y sin conocer exactamente cuáles son sus deberes -los deberes de la juventud- en esta hora de la reconstrucción de España".
La eficacia del cuadro de oficiales y el cumplimiento de su doble misión, adiestramiento castrense y formación del espíritu nacional, se hallan en función de las virtudes militares que posean. La vida militar, ha escrito Azorín, es espíritu, y sin tal espíritu, que las virtudes castrenses vigorizan, las fuerzas armadas serían como una espada sin temple o un cuerpo sin alma. De tal manera la milicia es espíritu, y las virtudes militares galopan y se apoyan sobre las virtudes cristianas, que, de ordinario, suelen equiparse los héroes y los santos y la hagiografía está repleta de santos guerreros, como San Sebastián y San Mauricio, San Luis de Francia y San Fernando, y de santas guerreras como Santa Juana de Arco.
Villamartín aseguraba que "el ejercicio de las virtudes castrenses cuando es auténtico, cuando supone en el militar una completa manera de ser, acaban reduciéndose a las virtudes religiosas, porque solamente en lo religioso robustece el espíritu para disponer la materia al sufrimiento". El Ejército, así concebido, es una forma de servicio religioso a la patria, Giménez Caballero decía: "A Dios le hablamos de Padre nuestro y a la Patria debemos llamarla España nuestra".
VI.Virtudes del Ejército
Vuestro uniforme, como el hábito del religioso, os distingue de los demás, os destaca entre el estúpido igualitarismo naturalista. El uniforme os da un carácter público, sagrado y externo, expresa de una forma visible vuestra consagración a España y hace patente que las virtudes del ciudadano, vosotros, militares, las poseéis o debéis poseerlas en grado supremo.
Los filósofos distinguen entre el espíritu guerrero, el espíritu militar y el espíritu industrial. "El espíritu guerrero, decía Ganivet en su "Idearium español", es espontáneo y el militar, reflejo; el uno está en el hombre, y el otro en la sociedad; el uno es un esfuerzo contra la organización, y el otro un esfuerzo de organización”. Por consiguiente, espíritu guerrero y espíritu militar son, para Ganivet, contrapuestos.
Ortega, por su parte, en "Ideas de castillos - Espíritu guerrero", contrapone este último al espíritu industrial y asegura que, mientras el espíritu guerrero es "un estado de ánimo habitual que no encuentra en el riesgo de una empresa, motivo suficiente para evitarla" el militar, por la evolución de los tiempos y las transformaciones de la técnica, "significa una degeneración del guerrero, corrompido por el industrial”. El militar, es, concluye Ortega, “un industrial armado, un burócrata que ha inventado la pólvora". Pero esto no es verdad. No es verdad, porque el espíritu militar es espíritu guerrero, porque el militar es el guerrero adaptado, como ha escrito Sintes Obrador, a las peculiares condiciones de organización que la evolución de la técnica ha introducido.
El militar, pues, no es el hombre que toca un botón y hace una guerra de ingeniería, sino que es, antes que nada, un corazón y un espíritu. Por eso, el cuadro de oficiales tiene que asimilar las virtudes castrenses: Fe rotunda, inderogable, en sus propias ideas, que son las ideas matrices que han ido configurando históricamente a su patria; Esperanza en que tales ideas, en vida o en muerte, han de triunfar; Caridad para distribuir el esfuerzo entre todos sus camaradas, porque la camaradería, en cristiano, se llama, precisamente, caridad y amor.
Los militares han de tener la virtud de la prudencia, especialmente en el mando, y para ello, nada mejor que la práctica en los puestos inferiores de la obediencia. Han de ser justos, haciendo equitativo ese reparto de las cargas y de las prebendas entre aquellos que constituyen la gran familia militar. Han de tener la fortaleza, que les haga inasequibles al desaliento, sobre todo en los momentos de dolor y de sacrificio, como decía nuestro Francisco Aldama, “sin que la muerte al ojo estorbo sea”. Han de tener, en suma, la templanza, para moderarse y guardar la compostura precisa en el momento de la victoria, tal y como la presenta Eduardo Marquina en "Oro del alma", al referirnos con versos hermosos la rendición de Breda, inmortalizada por los pinceles de Velázquez:
"Cuando el tercio era un verso de oro y el enemigo un verso de tierra,
vos, Marqués de Espínola, para hacer menos fuerza,
al más joven galán de los hombres del tercio,
-bigote en punta, nariz aguileña
colgasteis las riendas del potro echasteis pie a tierra.
Y aquél honor que se debe al monarca, la inclinación de cabeza,
la tuvisteis, Marqués, para los restos de la tropa flamenca,
campesinos lampiños, burgueses de lacia vestimenta,
con lanzones obrados con orlas para un gremial desfile de municipio en fiesta".
Esas han de ser las virtudes de nuestro Ejército y con ellas, cardinales y teologales, las del honor, la lealtad, la abnegación y la pobreza.
Platón en "La República" decía que "los dioses han puesto en el alma de los soldados plata y oro divinos, por lo que no tienen necesidad del oro y de la plata de los hombres", y tan en serio tomaron estas palabras nuestros soldados, que, como escribe Cánovas, "venían en harapos, desnudos, llenos de cicatrices, debiéndoles las pagas. Pero era tal su sentido del honor, que cuando se presentaban ante Felipe II, y Felipe II les decía: ¿Qué queréis en recompensa por vuestro heroísmo?, aquellos Tercios de Flandes contestaban: "Señor, solo queremos como recompensa volver a pelear de nuevo a las órdenes de Alejandro de Farnesio". He aquí la gran lección de la pobreza y de la austeridad.
Cervantes, en su discurso de "Las Armas y las Letras" describe así la austeridad del soldado: "más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga...; en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en campaña rasa, con sólo el aliento de su boca, que como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe salir frío, contra toda naturaleza. Pero esperada que llegue la noche para restaurarse de todas estas incomodidades en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, no pecará de estrechez, que bien puede medir en la tierra los pies que quisiera, y revolverse en ella a su sabor, sin temor a que se le encojan las sábanas". En "El licenciado Vidriera", el mismo Cervantes comenta así las alabanzas que de la vida militar hizo Don Diego de Valdivia: "pero no... dijo nada del frío de los centinelas, del peligro de los asaltos, del espanto de las batallas, de la hambre de los cercos, de la ruina de las minas, con otras cosas de este jaez, que algunos las toman y tienen por añadiduras del peso de la soldadesca y son la carga principal de ella".
Si a esto se añade, como decía Alfredo de Vigny en "Servidumbre y grandeza militar", que el soldado "se halla a la espera continua de la muerte, renuncia a la libertad de pensar y de obrar, se halla sujeto a lentitudes impuestas, y no puede acumular un patrimonio de importancia", se comprenderá la precisa y poética definición que de la milicia nos ofrece Calderón de la Barca:
"La constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados
que, en buena o mala fortuna
la milicia no es más que una
Religión de hombres honrados.
(Aplausos)
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