Revista FUERZA NUEVA, nº 589, 22-Abr-1978
EL PRECIO DE UN “GOBIERNO DE AMIGUETES”
Del oportunismo a la desmembración nacional
En un artículo anterior recordábamos la definición de Calvo Sotelo sobre los partidos políticos como cofradías anímicas de compadres. Al formular esta definición, el ilustre hombre público no podía sospechar que en la España neorroja, hoy (1978) rediviva, en la democracia del asesinato político y la pornografía legalizados, habría de enseñorearse del Poder un partido-grupo que sería quintaesencia confirmadora de aquella premonitoria definición.
Un gobierno de subsecretarios, cada vez con menos expertos, como lo ha caracterizado el senador Olarra, “lo que se llama un gobierno de amiguetes”, “incapaz de suscitar una emoción nacional, sustituida por el tono gris de una gerencia de empresa y por la política de pasillo”, como se dice incluso en “Ya”. Un partido-gobierno sin ideología, sin masas ni arraigo de base, como forjado artificiosamente desde arriba, sin élites, porque carece de figuras, ya que su fabricación se ha hecho utilizando el molde de alfarero de la mediocridad y el fundente del arribismo y la alto-cargo manía. Su cifra de afiliados apenas excede de la de altos cargos, prebendas y actas electorales.
Una “digitocracia”
Estamos, pues, no ante un partido sino ante un grupo de intereses políticos, del cual extrae Suárez su aparato de gobierno y con él le alimenta con el jugo nutricio del poder. ¡España gobernada por un grupo!, bajo el antifaz de la democracia formal que encubre el rostro de una digitocracia. El señor Tusell, uno de los contadísimos intelectuales del grupo, lo reconoce así: “Un partido-centro ha de tener una ideología, no puede ser un partido de notables o una simple máquina electoral. Todos los que ocupamos cargos hemos sido nombrados a dedo porque el partido no crece como para reunir congresos provinciales”.
Una digitocracia de este carácter es estrictamente una oligarquía, que ni siquiera lo es tal porque el modestísimo nivel político-intelectual de sus cuadros la reduce la condición de un cacicato. A la vista y el desaliento de los españoles está la impresionante realidad de este hecho en los tres equipos ministeriales de Suárez (1976-78), y de ahí que el único componente de altura, alógeno al grupo, haya tenido que dimitir repelido por el entorno político.
Es la tragedia infinita de España desde el momento del advenimiento de Suárez: que en los dificilísimos momentos en que era necesarios gobernantes de altura dotados de la iniciativa y el empuje que proporcionan la competencia técnica y el entusiasmo patrio, está regida por un grupo-equipo de tono menor, en el que parecen haberse dado cita todas las instancias de la mediocridad existentes en el país. Lo cual explica, de una parte, la parálisis total de Administración y de Gobierno en que vivimos (1978), y de otra, la política de concesiones, oportunismos, claudicaciones y maniobras, de “consenso”, el vocablo idiota que se ha acuñado para significar la democracia de pasillo y la degradación del compromiso político, porque la impotencia constructiva para afrontar los problemas, para “gobernar”, deriva como sustitutivo, como “ersatz”, en la maestría del juego picaresco de la vieja política, del trapecio, la componenda y el caracoleo partidista.
Lo vemos patente sobre todo en un problema que es debido a muerte para España, el de las autonomías.
Orfeo domesticador
Lo anodino y huero, lo estéril e inane de nuestra clase política, salvo excepciones, y del medio “ucedístico”, en el cual se mueve Suárez como el pez en el agua, le permite operar como un Orfeo domesticador que disuelve, integra, agrupa o reagrupa a los miembros del “partido” y se autorrectifica en disposiciones contradictorias al moverse bajo el “diktat” de las tres fuerzas que están en trance de disolver a España: los socialistas, los carrillistas y los separatismos (de los que nuestro mísero socialismo aldeano es el más sectario y taifa promotor). Y así resulta el domesticador domesticado.
Bien se ha comprobado en la humillante renuncia de UCD a sus criterios y sus enmiendas para aceptar en blanco el “ukase” desintegrador de España impuesto por Felipe González, Tarradellas y los vascos del PNV en la ponencia constitucional.
¿Es lícito gobernar en trueque de permanencia en el poder, sin convicciones ideológicas, sin criterio propio de gobierno y sin posiciones de principio irreductibles en la defensa de valores que son innegociables? Su carencia ha sido reemplazada por el equilibrismo a que aludíamos, por un sistema de prestidigitación política en que las soluciones nacionales pueden salir funambulescamente trastocadas, como es el caso de unas regiones que desde los orígenes prehistóricos hasta hoy son partes biológicamente integrantes del todo español, y aparecen ahora, transformadas, disfrazadas de nacionalidades por virtud de unos acuerdos de pasillo.
Que España siga siendo o deje de ser una Nación en Europa, que el mantener su unidad milenaria o destruirla mediante un artificio constitucional que posibilite su desmembración, dependa de que un diputado se retire o no de una ponencia es algo tan grotesco e inconcebible, representa un caciquismo tal, que supera a los más tristes de la España decimonónica y a la de Alfonso XIII, porque entonces se trataba de un caciquismo de campanario, pero ahora el campanario es la supervivencia de España.
Ejemplos a imitar
En esto la democracia-autocracia personal de Suárez se diferencia de todas las occidentales: ahí está (1978) la actuación implacable del presidente Giscard contra los separatistas bretones y corsos, y el rechazo por conservadores y laboristas de un leve proyecto autonómico para Escocia y Gales. Allí la unidad y el concepto de Patria no se cuestionan ni son negociables -están por encima de los compromisos de partido- y mucho menos lo es la conservación incólume del ser nacional radicado en el idioma y la cultura patria, que aquí es lo primero que alegremente se cede y regala.
Aquí todos estos valores sagrados penden del albur de la negociación entre tres líderes, ni siquiera de los partidos ni de las Cortes, que en papel de coro, comparsa, alabanza y marioneta se limitan a votar las decisiones que les remita el señor Suárez. El indignante y vergonzoso “Aberri-Eguna” vasco (que en ningún país europeo sabría autorizado) revela hasta qué punto inconcebible está llegando el Gobierno Suárez en su lenidad con la Antiespaña. (…)
Bajo la sumisión al socialismo felipista y a Carrillo, entregados por intereses de partido a balcanizar España, el Gobierno Suárez, con el fin de disputarle este airón a Felipe González, en aras de perpetuarse en el Poder, va flexionando a concesiones cada vez más radicales en este punto a lo que él llama “desdramatizar”. Y en el juego de maniobras entre los líderes y sus partidos están jugándose alegremente los destinos y la supervivencia de España.
Carmelo VIÑAS y MEY
|
Marcadores