Para rastrear la decadencia de la hidalguía, que más arriba -sostenía yo- fechaba alrededor de la mitad del siglo XVIII, la Carta XXXVIII de las "Cartas Marruecas" de Cadalso es elocuente.

En dicha carta aborda Cadalso uno de los defectos que se nos imputan a los españoles por parte de los europeos: el orgullo. No le faltaba razón en este punto. En la "Antropología" de Kant hay una muestra de ello. Cadalso nos pinta el cuadro de costumbres de la época:

"Los nobles menos elevados hablan con más frecuencia de sus conexiones, entronques y enlaces. Los caballeros de las ciudades ya son algo pesados en punto de nobleza. Antes de visitar a un forastero o admitirle en sus casas, indagan quién fue su quinto abuelo, teniendo buen cuidado de no bajar un punto de esta etiqueta, aunque sea en favor de un magistrado del más alto mérito y ciencia, ni de un militar lleno de heridas y servicios. Lo más es que, aunque uno y otro forastero tengan un origen de los más ilustres, siempre se mira como tacha inexcusable el no haber nacido en la ciudad donde se halla de paso, pues se da por regla general que nobleza como ella no la hay en todo el reino."

En cuanto a los "hidalgos de aldea", como los llama Cadalso, la descripción es pintoresca: el hidalgo aldeano "se pasea majestuosamente en la triste plaza de su pobre lugar, embozado en su mala capa, contemplando el escudo de armas que cubre la puerta de su casa medio caída, y dando gracias a la providencia divina de haberle hecho don Fulano de Tal. No se quitará el sombrero, aunque lo pudiera hacer sin embarazarse; no saludará al forastero que llega al mesón, aunque sea el general de la provincia o el presidente del primer tribunal de ella. Lo más que se digna hacer es preguntar si el forastero es de casa solar conocida a fuero de Castilla, qué escudo es el de sus armas, y si tiene parientes conocidos en aquellas cercanías."

La información que en Cadalso se puede encontrar está, no obstante, condicionada por sus prejuicios ilustrados. Pero creo que era digno de tener en cuenta que, aunque la decadencia de la hidalguía se produjera en el contexto de esas reformas fiscales, las rancias costumbres anejas a la hidalguía todavía imperaban en los pueblos. La calidad de los pueblos se medía por la población hidalga que los habitaba. En el mismo siglo XVIII, cuando los eruditos se atrevían a redactar algún libro de historia local, operaban con el mismo molde al que alude Cadalso: "...se mira como tacha inexcusable el no haber nacido en la ciudad donde se halla de paso, pues se da por regla general que nobleza como ella no la hay en todo el reino". Otro dato a tener en cuenta: las medidas ilustradas del siglo XVIII pudieron ocasionar un estrago considerable en el estamento; no obstante, también en el siglo XVIII se posibilitó que el hidalgo pudiera trabajar en oficios "civiles" o "mecánicos" sin perder su condición.


Sobre lo que comentaba Val: Es común traducir títulos nobiliarios de una nación a otra. Por ejemplo el alemán "Freiherr" como el "Barón" español, o el también tudesco "Graf", como "Conde. Pero lo que es una traducción adquiere, a la luz de la historia del país concreto, una riqueza y variedad que habría que atender al pormenor. Estoy de acuerdo con Valmadian, "hidalgo" no es un título, es una condición.