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Tema: Textos históricos de alabanzas a España

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    Re: Textos históricos de alabanzas a España

    LOA DE LAS CARACTERÍSTICAS ESPAÑOLAS:

    - HECHOS

    a) EMPRESAS FÍSICAS

    MILICIA:

    418
    “Qué es la causa (pregunta Aristóteles) que, no siendo la valentía la mayor virtud de todas, antes la justicia y prudencia son las mayores, con todo esto la república y casi todos los hombres, de común consentimiento, estiman en más a un valiente y le hacen más honra dentro en su pecho, que a los justos y prudentes, aunque estén constituidos en grandes dignidades y oficios? A este problema responde Aristóteles diciendo que no hay rey en el mundo que no haga guerra a otro o la reciba; y como los valientes le dan gloria, imperio, lo vengan de sus enemigos y le conservan su estado, hacen más honra, no a la virtud suprema, que es la justicia, sino a aquella de quien reciben más provecho y utilidad. Porque, si no tratasen así a los valientes ¿cómo era posible hallar los reyes capitanes y soldados que de buena gana arriscasen su vida por defenderles su hacienda y estado?”
    DR. HUARTE DE SAN JUAN (1529-1588), ‘Examen de ingenios’.

    419
    “Para que los soldados sean verdaderamente fuertes de aquella fortaleza que es virtud cristiana, y no salteadores de caminos; ministros de Dios y no de Satanás; defensores de la Patria y no destructores; guardas de los amigos y no asoladores; amparo de los templos y cosas sagradas, y no fuego infernal que los abrase y consuma es necesario que el príncipe cristiano tenga gran cuenta con la disciplina militar de su ejército y que mande severamente castigar los excesos, desobediencias, insolencias...”
    PADRE RIVADENEIRA.

    420
    “Comos sabios y católicos, ahora os quiero dar a entender qué es este duelo, que a tanta gente da perpetuo duelo, para que, por ventura, os desengañéis del mayor engaño, del más nefando abuso y de la mayor inhumanidad que hoy se halla entre los hombres. Sabed que la batalla a todo trance que en España llaman desafío o campo cerrado, en Italia, duelo y los latinos, batalla singular entre dos hombres, es aquella por la cual, uno entiende probar al otro por las armas, en el espacio y término de un día, cómo es verdadero hombre de honra y no merece ser menospreciado ni injuriado, y el otro pretende probar lo contrario. Sobre esta manera de combatir han escrito muchos y muy excelentes varones, y no se ponen de acuerdo en su origen: unos dicen que lo inventaron los albiones pueblos de la Gran Bretaña, que hoy es Inglaterra; otros, que los mantineos; y otros, que los Longobardos. Mas parece, que antes que ellos, los españoles acostumbraban a averiguar sus pasiones por la ley del duelo. Dice Tito Livio que, estando Escipión el Africano en Cartagena celebrando las honras de su padre y tío, los dos Escipiones que dicen estar enterrados en Tarragona, vinieron a él dos caballeros principales, españoles celtíberos, llamados Corbis y Orsúa, cada uno de los cuales pretendía ser señor de un gran estado que había sido del padre de uno de ellos, y ya que ni por justicia ni concierto habían podido averiguarlo, determinaron averiguarlo por la espada, y pusieron por juez al mismo Escipión y, así, en su presencia combatieron con espadas cortas y de punta aguda, y con broqueles, que eran las armas comunes de entonces, que desde mucho antes y después usaron los españoles, y en este combate, Corbis mató a Orsúa. Dicen que eran los dos primos hermanos, y que el estado había sido del padre de Orsúa, a quien tan poco le valió su justicia, que la perdió en el duelo con la vida y hacienda. Además de éstos, muchos españoles combatieron delante de Escipión, por casos de honra como por darle placer. Y no me sorprende que se usase tal costumbre en España, porque, del mundo, era la gente que menos aprecio tenía por la vida humana. Tanto, que Escipión halló entre ellos infinitos que, por amor a él, se hicieron sus compañeros en la muerte. Era costumbre de aquellos gentiles españoles que, cuando un hombre principal moría, todos sus compañeros morían con él matándose los unos a los otros, diciendo que iban a acompañar el alma del amigo muerto.”


    LA GUERRA

    421
    “El fin de al guerra es la paz y la seguridad de la república, como dice San Agustín, y no podría haber esta seguridad si con el temor no se tuviese a raya al enemigo”.
    P. VITORIA, ‘De iure belli’.

    422
    “Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas, y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey, en la guerra justa; y si le quisiéremos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria.”
    CERVANTES, ‘Don Quijote’ II-XXVII.

    423
    “Son, pues, propias de la guerra, la fortaleza y la constancia, y el sufrir, animosamente, los males. Y de la paz, la contemplación de la verdad. Comunes a ambos estados, la justicia y la templanza, pero más necesario a los que viven en paz, pues en la guerra la necesidad misma obliga a ser justos y sobrios, pero en la paz y en la próspera fortuna estos bienes hacen perezosos y exigentes y siervos del placer, a menos que acuda la justicia y la templanza a impedir estos males y tenga ocupados los ánimos el estudio de la filosofía y de las ciencias y que, gozando de la contemplación de la verdad y alegre con estas cosas altas, no se busque ninguno de los objetos por los que los hombres son impelidos a pecar.”
    J. G. DE SEPÚLVEDA (1490-1573), ‘Del reino y del oficio de rey’.


    EJÉRCITO:

    424
    “La infantería se distingue por su circunspección y la paciencia con que soporta las fatigas, así como por su disciplina, excediendo a italianos, flamencos y alemanes, para preparar una emboscada, defender un desfiladero, hacer una retirada o sostener un sitio”.
    MIGUEL SORIANO, ‘Relación del embajador de Venecia’.

    425
    “Tropa gentil, de bravos y valientes soldados, bien escogidos entre los tercios de Lombardía, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, y una parte de los de la Goleta... todos viejos y aguerridos soldados, tan bien en punto a trabajos y armas, la mayor parte doradas y otras grabadas, que más se les creyera capitanes que soldados... Y se hubiera dicho que eran príncipes, de tal modo eran soberbios y marchaban arrogantemente y con gracia.
    ............................
    Para las armas no cedían a ninguna nación; para las ciencias y las artes, entregábanse tan fuertemente a las armas que odiaban aquéllas y fuertemente las vilipendiaban, enviando al diablo los libros, de no ser algunos que, cuando a ellos se entregan, son raros, mas excelentes y muy admirables, profundos y sutiles, como no he visto muchos”
    PIERRE DE BRANTHOME (1540-1614), ‘Oeuvres complètes’.


    ELOGIO DE CASTILLA:

    426
    “Es Castilla madre de todas las demás coronas que ciñen la sien de nuestra victoriosa España y, así, con prevención contemplativa me pareció justísimo explicar primero los blasones e insignias que fueron origen de los otros. Son las que tienen aquesta monarquía, antiquísimas, y tanto que en tiempo de Ecequiel eran muy conocidas. Formábanse de aquesta suerte: un castillo de oro en campo carmesí, con puertas y ventanas azules, con tres torres y en cada una tres almenas de oro. Timbre, cuando se pone, es un castillo de la misma manera.
    Llámase Castilla en hebreo Adamuz. Era metrópolis la que conserva hoy el nombre y está junto a Córdoba; que también este reino es parte de la antigua Castilla. En esta provincia es muy probable que formó Dios al primer hombre. En ella consistió lo más ilustre de todo el Paraíso. De ella salen aquellos cuatro ríos que pintó Moisés, y explican con curiosidad muchos autores. Pruébolo muy despacio en otra parte".
    JUAN DE CARAMUEL (1606-1682), ‘Explicación mística de las armas de España invictamente belicosas’. (1636)


    427
    “Los reinos de Castilla, que son, sin duda, la cabeza de esta monarquía, como Roma, Constantinopla, Macedonia y Persia lo fueron de las antiguas..., siendo éstos los que dan más gente, más dinero y más substancia, es justo que considere V.M. cómo están y cómo los tienen las guerras extranjeras y los servicios propios; porque todos los demás reinos de V.M. tienen apariencia de señorío y hacen sombra de grandeza; pero dan poca gente y ningún dinero que salga de los mismos que lo contribuyen para éste o para los demás reinos de V.M.; y, así, o están ricos, o, a lo menos, no necesitados. Todo cuanto se gasta en ellos y en éstos y en los demás que es necesario en un imperio tan grande, para la conservación y aumento de él, todo sale de los tributos de Castilla’.
    BALTASAR DE ÁLAMOS BARRIENTOS (1555-1640), ‘Papel que Antonio Pérez puso en manos del rey Phelipe III.’


    GALICIA:

    428
    “Pálido sol en cielo encapotado,
    Mozas rollizas de anchos culiseos,
    Tetas de vacas, piernas de correos;
    Suelo menos barrido que regado;
    Campo todo de tojos matizado,
    Berzas gigantes, nabos filisteos,
    Gallos del Cairo, búcaros pigmeos,
    Traje tosco y estilo mal limado.
    Cuestas que llegan a la ardiente esfera,
    Pan de Guinea, techos sahumados,
    Candelas de resina con tericia,
    Papas de mijo en cuencas de madera,
    Cuevas profundas, ásperos collados,
    es lo que llaman reino de Galicia.”
    LUIS DE GÓNGORA, ‘Soneto’.


    DE LAS COSTUMBRES DE LOS ESPAÑOLES:

    429
    “Groseras, sin policía ni crianza, fueron antiguamente las costumbres de los Españoles. Sus ingenios, más de fieras que de hombres. En guardar secreto se señalaron extraordinariamente; no eran parte los tormentos por rigurosos que fuesen, para hacérsele quebrantar. Sus ánimos, inquietos y bulliciosos; la ligereza y soltura de los cuerpos, extraordinaria; dados a las religiones falsas y culto de los dioses; aborrecedores del estudio de las ciencias, bien que de grandes ingenios. Lo cual transferidos en otras provincias, mostraron bastantemente que ni en la claridad de entendimiento, ni en excelencia de memoria, ni aun en la elocuencia y hermosura de las palabras daban ventaja a ninguna otra nación.

    En la guerra fueron más valientes contra los enemigos que astutos y sagaces; el arreo de que usaban, simple y grosero; el mantenimiento, más en cantidad que exquisito ni regalado; bebían de ordinario agua, vino muy poco; con los malhechores eran rigurosos; con los extranjeros, benignos y amorosos. Esto fue antiguamente, porque en este tiempo mucho se han acrecentado, así los vicios como las virtudes.

    Los estudios de la sabiduría florecen cuanto en cualquier parte del mundo; en ninguna provincia hay mayores ni más ciertos premios para la virtud; en ninguna parte tienen la carrera más abierta y patente el valor y doctrina para adelantarse. Deséase el ornato de la letras humanas, a tal, empero, que sea sin daño de las otras ciencias.

    Son muy amigos los españoles de justicia; los magistrados, armados de leyes y autoridad, tienen trabados los más altos con los bajos, y con éstos los medianos con cierta igualdad y justicia; por cuya industria se han quitado los robos y salteadores, y se guardan todos de matar o hacer agravio, porque ninguno es permitido, o quebrantar las sagradas leyes, o agraviar a cualquiera del pueblo, por bajo que sea.

    En lo que más se señalan es en la constancia de la religión y creencia antigua, con tanto mayor gloria, que en las naciones comarcanas en el mismo tiempo todos los ritos y ceremonias se alteran con opiniones nuevas y extravagantes.

    Dentro de España florece el consejo; fuera, las armas; sosegadas las guerras domésticas y echados los moros de España, han peregrinado por gran parte del mundo con fortaleza increíble. Los cuerpos son por naturaleza sufridores de trabajos y de hambre, virtudes con que han vencido todas las dificultades, que han sido en ocasiones muy grandes, por mar y por tierra. Verdad es que en nuestra edad se ablandan los naturales y enflaquecen con la abundancia de deleites y con el aparejo que hay de todo gusto y regalo de todas maneras en comida y en vestido y en todo local. El trato y comunicación de las otras naciones que acuden a la fama de nuestras riquezas y traen mercaderías que son a propósito para enflaquecer los naturales con su regalo y blandura, son ocasión de este daño. Con esto, debilitadas las fuerzas y estragadas con las costumbres extranjeras, demás desto por la disimulación de los príncipes y por la licencia y libertad del vulgo, muchos viven desenfrenados sin poner fin ni tasa a la lujuria, ni a los gastos, ni a los arreos y galas. Por donde, como dando vuelta a la fortuna desde el lugar más alto do estaba, parece a los prudentes y avisados que, mal pecado, nos amenazan graves daños y desventuras, principalmente por el grande odio que nos tienen las demás naciones; cierto compañero, sin duda, de la grandeza y de los grandes imperios, pero ocasionado en parte de las asperezas de las condiciones de los nuestros, de la severidad y arrogancia de los que mandan y gobiernan.”

    PADRE MARIANA ‘Historia General de España’.
    Última edición por ALACRAN; 07/06/2011 a las 22:34

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    LOA DE LAS CARACTERÍSTICAS ESPAÑOLAS:

    - HECHOS

    a) EMPRESAS MORALES

    CULTURA ESPAÑOLA:

    430
    “Si tuviésemos lugar de cotejar las letras y sciencia de nuestros españoles con la de las otras naciones... bien se echaría de ver la ventaja que en todas facultades los españoles hacen a los muy letrados de los otros reinos... Pues agora bien claro vemos las muchas Universidades que nuestra España tiene, pues casi no hay pueblo en ella que no tenga Universidad, o colegio, o escuela pública de letras.”
    PEDRO DE MEDINA, ‘Grandezas y cosas notables de España’. (1595)

    431
    “¡Oh España, qué pechos crías!
    Venturosa por tus hijos
    Te puede llamar el mundo:
    Díganlo espadas y libros”.
    J. PÉREZ DE MONTALVÁN (1602-1638), ‘Cumplir con su obligación’.

    432
    “Dejé a Flandes por España,
    Dulce patria, hermosa reina
    De las letras y las armas”.
    LOPE DE VEGA, ‘El valiente Juan de Heredia’.


    LA JUSTICIA:

    433
    “El fundamento principal de la monarquía en España y el que la levantó y la mantiene, es la inviolable observación de la justicia, y el rigor con que obligaron siempre los reyes a que fuese respetada”.
    SAAVEDRA FAJARDO, ‘Empresas de un príncipe cristiano’.

    434
    “Ejecute el príncipe con valor las veces que tiene de Dios y del pueblo sobre los súbditos, pues la justicia es la que le dio el cetro y la que se le ha de conservar. Ella es la mente de Dios, la armonía de la república y el presidio de le majestad”.
    SAAVEDRA FAJARDO, ‘Corona gótica’.


    LA LENGUA:

    435
    “Siempre fue natural pretensión de las gentes victoriosas procurar extender no menos el uso de sus lenguas que los términos de los imperios”.
    FRANCISCO DE MEDINA, en ‘Amonestaciones a Garcilaso’, de F. de Herrera.

    436
    “Est enim lingua hispana locuples et speciosa, quae non semitis, sed campis, non uti fontes angustis fistulis, sed ut latissimi omnes totis vallibus fluit ».
    ALFONSO GARCÍA MATAMOROS, ‘Hispaniae doctis enarratio’ (1553).

    437
    “Y después del hecho de la religión, no hay cosa que más concilie los ánimos de los hombres de varias naciones en amistad o conversación, y que más los domestique y aficione a imitar y seguir las costumbres de los que rigen que la unidad y conformidad de la lengua, cuya ignorancia los enajena y tiene en sospecha a unos de otros, como los sordos, que siempre se recelan y sospechan mal de las palabras que se hablan delante de ellos, que no entienden bien”.
    ARIAS MONTANO (1527-1598), ‘Carta al duque de Alba’

    438
    “Muchas veces he pensado la excelencia que tiene la lengua castellana entre otras lenguas, tanto que en toda parte es entendida, y aun hablada; y es por ser graciosa... y porque veo que la lengua castellana se nos entra por las puertas de este reino (de Valencia), y todos los valencianos la entienden y muchos la hablan, olvidados de su propia lengua”.
    MARTÍN DE VICIANA (1502-1574), ‘Epístola preliminar de Alabanzas de las lenguas hebrea, griega, latina, castellana y valenciana’.

    439
    “La lengua castellana, en la facilidad y dulzura de su pronunciación, se debe tratar con más honra y reverencia, y la toscana con más regalo y llaneza.”
    FERNANDO DE HERRERA.

    440
    “Si buscamos suavidad y dulzura, el castellano la tiene acompañada de gran ser y majestad, conveniente a pechos varoniles y nada afeminados.”
    BERNARDO DE ALDRETE (1565-1545).

    441
    “Si el emperador se sirvió en aquella ocasión (discurso de reto de Carlos V a Francisco I ante el papa Paulo III), en lugar del latín acostumbrado, debió ser, entre otros motivos, porque la lengua española posee cualidades especialmente adecuadas para la bravata y la amenaza.”
    PIERRE DE BRANTHOME.

    442
    “No ignoro que nuestra lengua, en el estado en que hoy la tenemos y en quien sabe usar de ella, tiene igual y aun superior elegancia, como lo advierten y prueban graves autores, y de la suya latina en comparación de la griega lo dexó escrito Cicerón. Y que aun parece mayor decencia hablar y escribir en ella a los reyes, pues ellos ponen su autoridad en no usar otra en sus respuestas, decretos y cartas y aunque las sepan, y ninguno hubo buen advertido que no procurase entender su idioma patrio, donde su Imperio.”
    JUAN DE SOLÓRZANO PEREYRA, ‘Politica Indiana’. Dedicatoria.
    ..................................
    “Y hácese más segura la opinión que voy fundando si consideramos que no sólo para dilatar la fe de Christo conviene que los españoles y los indios usemos un mismo lenguaje, como en semejante caso, hablando de los agarenos o moros, lo advierte Luis Vives, sino para que nos cobren más amor y voluntad, se estrechen más con nosotros, cosa que en sumo grado se consigue con la inteligencia y conformidad del idioma, como hablando en general, y ponderando el gran castigo que en la división de lenguas envió Dios a los hombres, lo dicen con palabras graves y dignas de leerse, Filón y Josefo, judíos y Genebrardo.”
    .....................
    “Esto que se ha dicho de obligar a los indios a nuestro lenguaje me persuade igualmente a juzgar que no tendría menos inconveniencia que también les obligásemos a que en el traje y modo de vestir, y en las demás costumbres loables, que no repugnasen mucho al estado y condición, se ajustasen a las de los españoles, y a su trato, comercio y comunicación; porque siempre asimismo, juntamente con el idioma, dieron sus trajes y costumbres los vencedores a los vencidos, como por palabras expresas lo dicen Cornelio Tácito, y Aurelio Prudencio, hablando de los romanos. Y Estrabón dice: que nuestros antiguos españoles fueron llamados estolatos y togatos, porque juntamente con el lenguaje recibieron de ellos este modo de vestiduras, hasta los celtíberos, que eran entonces tenidos por los más fieros, bárbaros e inhumanos.”
    JUAN DE SOLÓRZANO PEREYRA, ‘Politica Indiana’. lib. II, cap. XXVI.


    DE LAS LENGUAS DE ESPAÑA:

    443
    “Todos los españoles tienen en este tiempo y usan de una lengua común, que llamamos castellano, compuesta de avenida de muchas lenguas, en particular de la latina corrupta; de que es argumento el nombre que tiene, porque también se llama romance, y la afinidad con ella tan grande, que lo que no es dado aun a la lengua italiana, juntamente y con las mismas palabras y contexto se puede hablar latin y castellano, así en prosa como en verso. Los portugueses tienen su particular lengua, mezclada de la francesa y castellana, gustosa para el oído y elegante. Los valencianos otrosí y catalanes usan de su lengua, que es muy semejante a la de Lenguadoc, en Francia, o lenguaje narbonense, de donde aquella nación y gente tuvo su origen; y es así que ordinariamente de los lugares comarcanos y de los con quien se tiene comercio, se pegan algunos vocablos y algunas costumbres. Solo los vizcaínos conservan hasta hoy su lenguaje grosero y bárbaro, y que no recibe elegancia, y es muy diferente de los demás y el mas antiguo de España, y común antiguamente de toda ella, segun algunos lo sienten; y se dice que toda España usó de la lengua vizcaína antes que en estas provincias entrasen las armas de los romanos y con ellas se les pegase su lengua. Añaden que como era aquella gente de suyo grosera, feroz y agreste, la cual transplantada a manera de árboles con la bondad de tierra se ablanda y mejora, y por ser inaccesibles los montes donde mora, o nunca recibió del todo el yugo del imperio extranjero, o le sacudió muy presto. Ni carece de probabilidad que con la antigua libertad se haya allí conservado la lengua antigua y común de toda la provincia de España. Otros sienten de otra manera, y al contrario, dicen que la lengua vizcaína siempre fue particular de aquella parte, y no común de toda España. Muévense a decir esto por testimonios de autores antiguos, que dicen los vocablos vizcaínos, especialmente de los lugares y pueblos, eran más duros y bárbaros que los demás de España, y que ya no se podían reducir a declinacion latina. En particular Estrabón testifica que no un género de letras ni una lengua era común a toda España. Confirman esto mismo los nombres briga que es pueblo; cetra escudo; falarica, lanza; gurdus, gordo; cusculia, coscoja; lancia, lanza; vipio, zaida; buteo cierta ave de rapiña; Necy por el dios Marte, con otras muchas dicciones que fueron antiguamente propias de la lengua de los españoles, según que se prueba por la autoridad y testimonio de autores gravísimos, y aun algunas de ellas pasaron sin duda de la española a la lengua latina; de las cuales dicciones todas no se halla rastro alguno en la lengua vizcaína: lo cual muestra que la lengua vizcaína no fue la que usaba comunmente España. No negamos empero haya sido una de las muchas lenguas que en España se usaban antiguamente y tenían; solo pretendemos que no era común a toda ella. La cual opinión no queremos ni confirmarla más a la larga, ni seria a propósito del intento que llevamos detenernos más en esto.”
    PADRE MARIANA, ‘Historia General de España’ (1601).
    Última edición por ALACRAN; 07/06/2011 a las 22:37

  3. #3
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    Re: Textos históricos de alabanzas a España

    IX – LA ESPAÑA DE LA ILUSTRACIÓN; LA PATRIA DISMINUIDA.

    1
    El último vástago de la dinastía austríaca, muerto por consunción, sin descendientes, abre la liquidación testamentaria del trono de los Reyes Católicos. El mundo entero va a arrojarse vorazmente sobre sus despojos. Dos fuertes grupos se hallan en presencia: el alemán y el francés. El pueblo español, según su temperamento y los manejos a que es sometido, se pronuncia por uno u otro pretendiente. Castilla y parte de la corona de Aragón se deciden por el futuro Felipe V. En cambio, otra parte de los catalanes, valencianos y aragoneses, por el archiduque Carlos, primogénito del emperador.

    Mirando a Francia vive España en el siglo XVIII. Olvidada de sí misma clava sus ojos en el país vecino. Se inaugura una nueva dinastía: la Casa de Borbón, de la cual cinco reyes ocupan ese siglo: Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV. Una intensa corriente política, artística y cultural, atraviesa los Pirineos para invadir nuestra Patria. Los gustos de Francia imperan en España.

    Felipe V, el primero de los monarcas, a quien se ha llamado el ‘Animoso’ por el tesón con que defendió sus derechos a la Corona de España. En el horizonte político de España se cierne una tormenta que anegará en sangre numerosas naciones. El archiduque Carlos, pretendiendo hacer valer sus derechos a la Corona española, trajo consigo la guerra de Sucesión, larga y penosa, que dura trece años: Alemania formó la Gran Alianza con Inglaterra, Holanda, Portugal y Saboya. Francia y España tuvieron que luchar contra el resto de Europa. En 1713 terminó la guerra con el Tratado de Utrecht, por el que se reconoce a Felipe V como rey de España, tras la renuncia a la Corona francesa. A la Patria se le arrancan jirones de su Imperio, perdiendo Gibraltar, Italia y los Países Bajos. Es una de las épocas más tristes que ha presenciado nuestra Patria. Generales extranjeros guiaban siempre nuestras tropas, y una plaga de aventureros, arbitristas, cortesanas y lacayos franceses, irlandeses o italianos caían sobre España como nube de langosta para acabarnos de saquear y empobrecer.

    Al azaroso reinado de este rey siguió el remanso de paz de Fernando VI, que consiguió mantener a España en un total equilibrio, sin inclinarse en sus relaciones políticas a potencia europea alguna. Al amparo de la paz mejoró la Hacienda, se reorganizó el Ejército y se elevó la Marina a un alto grado de prosperidad.

    Carlos III forma con Francia el ‘Pacto de Familia’, que encadena la suerte de España a la del vecino país, ya que ambas naciones se comprometen a ayudarse mutuamente en las guerras exteriores, y de ahí las luchas de nuestra Patria contra Inglaterra y Portugal. De él ha escrito Menéndez Pelayo:
    “De Carlos III convienen todos en decir que fue simple testa férrea de los actos buenos y malos de sus consejeros. Era hombre de cortísimo entendimiento, más dado a la caza que a los negocios, y aunque terco y duro, bueno en el fondo, y muy piadoso, pero con devoción poco ilustrada, que le hacía solicitar de Roma con necia y pueril insistencia, la canonización de un leguito llamado el hermano Sebastián, de quien era fanático devoto, al mismo tiempo que consentía y autorizaba todo género de atropellos contra cosas y personas eclesiásticas, y de tentativas para descatolizar a su pueblo. Cuando tales beatos inocentes llegan a sentarse en un trono, tengo para mí que son cien veces más perniciosos que Juliano el Apóstata o Federico II de Prusia”.

    Pero allá por Francia surge la tormenta más grave. Versalles sigue en fiestas, la corte despilfarra, los nobles abandonan sus propiedades y se agrupan en torno a los monarcas. Mientras tanto, sus feudos y tierras se transforman en eriales. Francia se empobrece. Los filósofos franceses, los enciclopedistas son enemigos de la religión y del poder constituido. Sus escritos se propagan entre la masa del pueblo y comienzan a alentar la rebeldía. En España entra a reinar Carlos IV con su rectitud y debilidad bonachona, y años después en la tierra de sus antepasados ruedan las cabezas de Luis XVI y de María Antonieta.

    España acepta la guerra contra una Francia desbocada. La nobleza acude al frente de sus vasallos, nuestras gentes llagan a oleadas, los donativos suben a millones. Nuestra nación luchó con ventaja durante la campaña de 1793 en la llamada Guerra contra la Convención Francesa. El general Ricardos triunfaba en el Rosellón; pero en 1794 y 1795 los franceses ocuparon parte de nuestro territorio: Figueras, Guipúzcoa, Bilbao, Vitoria y Miranda caen en su poder. El 27 de julio de 1795 termina la guerra con la paz de Basilea, por la que España recuperó sus territorios a cambio de la parte que poseía en la isla de Santo Domingo. Desde entonces el gobierno de Madrid será un mero instrumento de la vecina República. Godoy firmó con Francia el Tratado de San Ildefonso, alianza ofensiva y defensiva que motivó la guerra contra Inglaterra. Sigue el rosario de luchas, en las que culmina la gloriosa empresa de Trafalgar, donde con valor indomable se escribe el relato de una derrota que semeja victoria por sus laureles heroicos.

    El concepto de europeización de España toma forma a partir de la obra de Feijóo (alrededor de 1730) y el grupo de escritores del tiempo de Carlos III llamados ‘reformadores’. Esa minoría percibe el cambio que se había producido en la conciencia colectiva de Europa. Ya antes, el advenimiento de la dinastía borbónica favoreció el predominio de una minoría nutrida de cultura extranjera, y desde entonces se origina en la vida española la famosa división que da forma a la evolución de nuestra Historia contemporánea.

    Religiosa y políticamente bajo la dinastía borbónica una minoría de ilustrados absorbió el jansenismo y el enciclopedismo de moda en Europa. Torcióse el espíritu de la civilización española; no se combatía ya por defender el catolicismo sino el ‘Pacto de Familia’; mudó de carácter la literatura; alteróse la lengua. El Santo Oficio también siguió la universal decadencia.

    Sí es verdad que no fue solo la mudanza de dinastía en España el hecho que determinó el cambio profundísimo en nuestros hábitos y gustos literarios, y que el mismo hecho se hubiera realizado antes o después aunque la dinastía de Austria hubiera seguido en España. No fue una moda cortesana y pasajera la que trajo las nuevas ideas críticas, fue un movimiento del que no se salvaron ni Italia, ni Inglaterra ni Alemania, donde no existían las razones políticas que parecieron favorecerle en España.

    Desde mediados del siglo XVIII, empiezan a serles cambiados los ideales al pueblo español criticando su pasado histórico; comienza la desnacionalización, borrando de las inteligencias ideas y creencias tradicionales para seguir el naturalismo, el materialismo y el positivismo histórico.

    Además de los decretos oficiales y de las cátedras de filosofía sensualista, fue un eficaz elemento de decadencia la nueva poesía y la amena literatura, que aunque de poco valor estético era de mucha repercusión social; traído de Francia, el prosaísmo endeble, la etiqueta de salón, la ligereza del buen tono lo iban secando todo. Los libros en francés, introducidos en España con licencia o sin ella, traían todo género de utopías sociales y de regodeos y sarcasmos contra todo lo aquí hasta entonces venerado.

    La España del XVI, henchida de un ideal religioso, nación viva unida por un ideal común, creó con su conciencia y arte el más alto tipo de cultura que produjo la civilización cristiana en la historia. Pero ahora, una división de ideas se inicia en el pueblo español. Aquella obra europea, mundial, de la misión española para alcanzar un imperio misional, con Roma por cabeza visible, España por brazo y nervio, y Dios por alma, se entierra, aunque no se pierde.

    Pero aun dentro del afrancesamiento, se seguía notando un afán que llevaba el ánimo español en pos de la elevación y la universalidad, porque “es notorio que la intensa y delicada reforma que se consuma en nuestro siglo XVIII no se ejercía sino en ambientes próceres. Todo el refinamiento estaba acotado en el reducido círculo de los grandes y pequeños hidalgos. Pero allí donde comenzaba el hombre llano, en vez de la vegetación de jardín de los ánimos señoriales, nacía y se desarrollaba lozanamente una flora silvestre que tenía todos los caracteres de la Edad Media”.

    De ahí surge un fenómeno de disyunción: una minoría intelectual pugna por imponer a las muchedumbres españolas los hábitos culturales de Europa, pero el pueblo se niega a aceptar lo que estima como una traición a su ideología castiza. Esa actitud surge de una inicial desconfianza popular. La aristocracia realza una misión que el pueblo no comprende y por ello la rechaza. Hay que notar el carácter ‘internacional’ de ese movimiento cultural que se opone a la noción inmediata directa y popular de los valores nacionales.

    Voltaire, desde su sillón de escritor decrépito y propenso a las comodidades, dirigía cartas a los apartados rincones del Occidente. Sus misivas, en las que alentaba el espíritu del siglo, espoleaban los ánimos de cuantos atendían a la obra de tejer la historia en los serenos telares del tiempo. Las diligencias que transportaban los pliegos se detenían en la entrada de una alameda de árboles y se enlazaba en la mansión esclarecida y culta de la comarca. Esto constituía la internacional patricia del siglo XVIII.

    Se abre en España una brecha por donde entran las ideas que la Contrarreforma obstaculizaba. Comienza la larga y despiadada lucha entre el ‘Enciclopedismo’ y la ‘Tradición’. En Francia, la Enciclopedia dirigía sus ataques a la Iglesia Católica Romana, y en virtud del apoyo secular que España prestó a ésta, comenzaron los pseudo-filósofos enciclopedistas la ofensiva contra España: “país de la escolástica”, “país de las hogueras inquisitoriales”, y del modo que el bufón necesita de sus cascabeles, Montesquieu, Voltaire y otros payasetes de la Enciclopedia tomaban una imagen sarcástica de España para hacer reír a todas las tertulias de los peluquines en Europa.

    Aunque esta peligrosa dirección que tomaba el nuevo movimiento no era del agrado de los innovadores hispanos, esa cuestión de zaherir a su patria les resultaba dolorosa, y si exhibían textos adversos a nuestra nación era con el fin de abrirse paso y de vencer la hostilidad holgazana con que buena parte de los españoles castizos recibían su deseo de mejora.

    La contradicción radicaba en que de un lado se aceptaban las formas tradicionales de Religión y Monarquía; pero, de otro, se admiten todas las teorías que acabarán por arrasarlas. Se encuentra esta época en un punto dificilísimo de equilibrio; su fuerza de disolución se salva con la lealtad a un monarca; quiere conjugar la razón agotadora con la ingenuidad de la fe religiosa... Imposible mantener el equívoco. El racionalismo ilustrado arrasará el altar y el trono. Dos unidades acabarán desprendiéndose: el absolutismo de un lado y el jacobinismo del otro; Francia irá con la segunda mitad y será jacobina; mientras que España propenderá al absolutismo. Aunque ninguna de las dos formas son puras.

    2
    Las grandes figuras intelectuales de esta época en España realizan un papel análogo al de los enciclopedistas europeos. Feijóo es un racionalista, en el más noble sentido, de afán descubridor; Sarmiento, a su manera, es un roussoniano; Cadalso está cerca de Montesquieu. Pero lo específicamente español es que esta tarea intelectualista, en lo que tiene de más urgente, la realizamos sin necesidad de romper con ningún dogma, fieles al sentido trascendente que gravita sobre nuestra historia.

    Cuando Forner, en su ‘Oración apologética por España’, debe enfrentarse con la injuria de Masson, ha de resolver esa antinomia; por un lado, como intelectual de su época se siente ligado al intelectualismo europeo; por otro lado, como español, ha de poner a su entusiasmo el límite del decoro contra el intelectualismo hostil a nuestra Patria. Entonces precisa de toda su habilidad para diferenciar favorablemente una cultura ‘árida y cartesiana’ de la otra cultura cristiana y española.

    Desde el punto de vista español, lo que Paul Hazard llama la ‘crisis de la conciencia europea’ se produce cuando nuestros intelectuales asimilan el nuevo espíritu. La llegada de los Borbones acabará con nuestra política intelectual de aislamiento de Europa, dando comienzo a la escisión de los españoles en dos bandos, cuyo choque generará las guerras civiles del siglo XIX. Este es el espectáculo de confrontación será visto por las mejores figuras de finales de siglo XVIII, como Jovellanos, Moratín, Quintana, Meléndez Valdés o Goya.

    “La resistencia española contra el enciclopedismo y la filosofía del siglo XVIII debe escribirse largamente porque merece libro aparte, que puede ser de grande enseñanza y no menor consuelo. La revolución triunfante ha divinizado a sus ídolos y enaltecido a cuantos la prepararon fácil camino; sus nombres, los de Aranda, Floridablanca, Campomanes, Roda, Cabarrús, Quintana... viven en la memoria y en lengua de todos; no importa su mérito absoluto; basta que sirviesen a la revolución, cada cual en su esfera; todo lo demás del siglo XVIII ha quedado en la sombra. Los vencidos no pueden esperar perdón ni misericordia. Vae victis”.

    3
    En lo político, desaparecen primeramente aquellas normas de una monarquía sabiamente conjugadora de los derechos divino y natural que regían las relaciones del soberano y sus súbditos. Aun en desuso las Cortes, los monarcas de la Casa de Austria jamás osaron identificar el Estado con su persona como hacía la definición de Luis XIV. Pero Felipe V, nieto del Rey Sol, que ni sabía latín para leer a Suárez ni español para leer a Mariana traía en su equipaje aquella doctrina foránea.

    En lo jurídico, las relaciones con Francia en este periodo debieron facilitar la influencia de su Derecho en el español. Las reformas llevadas a cabo por los monarcas en el siglo XVIII reflejan con mucha frecuencia el espíritu francés. Las ‘Ordonnances du Commerce’ (1673) y ‘de la Marine’ (1687) se tradujeron al castellano e inspiraron las del Consulado de Bilbao de 1737.

    En los reinados de Fernando VI y Carlos III se abre la vía de las grandes reformas socio-económicas y ambos reyes rodéanse de consejeros hábiles, Ensenada, Campomanes, Floridablanca, Aranda, que imprimieron notables adelantos en el comercio, la industria y la agricultura. La Hacienda fue reorganizada, la Marina y el Ejército se vieron dotados de gran eficiencia, reforzándose las fortificaciones de costas y fronteras, y España llenóse de soberbios edificios y fábricas. La instrucción y enseñanza pública merecieron también la atención de los monarcas. Las Universidades fueron reformadas, creáronse colegios y seminarios, se alentaron las sociedades económicas y culturales y comenzaron las investigaciones científicas y arqueológicas.

    El desarrollo literario fue casi nulo en el primer tercio del siglo. Artistas franceses e italianos irrumpieron en la corte de Felipe V; asimismo puede decirse que apenas hay pintura española hasta fines de siglo. Estos artistas y operarios extranjeros se dejan ganar por el ambiente español, y aparece así un Scarlatti que se deja influir su manera de música italiana por el encanto garboso de los giros españoles. Los mismos escritores, afrancesados de estilo, vuelven a lo nacional en temas y sentimientos. El Renacimiento borbónico tiene unos nombres que llenan de interés aquella época: Feijóo, el gran polígrafo; Salzillo y José de Mora entre los imagineros; Sors y el P. Soler entre los músicos; Ventura Rodríguez entre los arquitectos, y Moratín en el teatro.

    En lo cultural, a imitación de Francia, se funda la Biblioteca Nacional, las Reales Academias de la Lengua y de la Historia, el Monte de Piedad, el Jardín Botánico y la Academia de Nobles Artes de San Fernando. Toda la legislación carlotercista, aunque inspirada en la orientación general del moderno pensamiento europeo, supo atender a lo tradicional hispánico con un buen sentido admirable.

    4
    España se resistió a las modernas teorías, provocando el odio de los enciclopedistas, que con el artículo referente a nuestro país, preguntaban en tonos despectivos e insultantes ‘qué debía el mundo a España’. Frente a estos reproches álzase la voz de españoles preclaros como Forner, Jovellanos, Feijóo, Cadalso, Flores, Hervás, Sarmiento, Nasarre y tantos más, y extranjeros como el abate Denina y el arzobispo de Malinas, que rompen su lanza dialéctica en homenaje y loor de España.

    Todos ellos, al analizar la situación real presente, piensan que hacen un servicio patriótico buscando la verdad de lo que es España. Y ven las cosas tal vez con corazón dolorido, “con lágrimas en los ojos”, como dirá Cadalso. Y con ese dolor se va pasando revista a lo que ellos ven como español y digno de loa: la Patria, el valor, el orgullo, la historia, la cultura. Ante la frivolidad que raya en injusticia están dispuestos a vibrar por su Patria y por la justicia y hacen despertar de aquella realidad que olvidaba las glorias y grandezas porque eran trasnochadas.

    Representativo de este pensamiento es aquel trozo de Forner en la ‘Oración Apologética’:
    “Oh siglo ostentador, edad indefinible para las venideras, en que los estudios del hombre y de la verdad yacen despreciados por la fanática inclinación a investigaciones y objetos que nos distraen si no nos corrompen!... Aprende a pensar, y desnudándote de la ridícula altanería con que... te jactas de haber excedido a la inventora Grecia;... abandona el fútil magisterio de la vanilocuencia y acógete a España a aprender la solidez, el decoro y desengaños que te harán juzgar de tu ciencia menos presuntuosamente. En esto coloca ella el mérito de sus saber; no en dramas, trazados para combatir la religión pública; no en cursos de educación dispuestos a destruir la sociedad; no en diccionarios afinados malignamente para ofuscar la verdad y autorizar la sofistería; no en discursillos frenéticos que ponen su precio en la maledicencia. Saber lo que se debe y cómo se debe es el mérito de mi Patria”.

    Estos elogios están respaldados por la mayor parte de los españoles, que no saben perder su antigua veta hispánica, como lo prueba aquel unánime movimiento que animó a los españoles en la guerra contra la Convención Francesa (1793-95): “La nación española superó a cuanto en las demás épocas de la historia moderna se ha contado en materias de ofrendas hechas por el patriotismo de los pueblos”. Todos, altos y bajos, hombres y mujeres, llevados de su generoso carácter, corrieron a ofrendar sus posibilidades, sus personas y actos, para oponerse a la idea corruptora, lo que hace ver que los españoles no eran ese pueblo dormido y despreciado por aquellos mismos enciclopedistas. Hechos y caracteres que hacían ver la gloria de España a través de las lecciones de honor, hidalguía y bravura de la gente española.

    5
    Tipos de esta época son:

    El déspota ilustrado.

    El ‘despotismo ilustrado’ fue una revolución desde arriba, sin efusión de sangre ni fácil retórica, que se anticipaba con energía y orden a la de los pueblos. Se anticipaba para contenerla y, para contenerla mejor, en muchos aspectos contrariaba vigorosamente los sentimientos populares. Su teoría suponía audacia y energía en la reforma de usos y costumbres enmohecidos por los siglos, pero estudiada y elaborada lentamente por hombres de gran preparación técnica en la fría calma del gabinete, jamás improvisada y forzada por el bullicio callejero del pueblo.


    El erudito.

    Esta figura bien puede hallarse en una celdita de algún monasterio, como ventana abierta a la Europa ‘culta’. Allí llegan los periódicos y libros del extranjero, los ecos de enciclopedistas, las nuevas ideas sobre ciencias físicas y naturales. El erudito patriota absorbe para España todo el saber europeo de su tiempo y realiza una intensa labor acumulativa. A todo ello lleva su razón, su sano juicio y su imparcialidad serena: a la valoración de lo español. Su obra está al servicio de una preocupación por España, y su fórmula es incorporar los ‘adelantos’ europeos y ejercer una crítica serena para desengaño de errores comunes.

  4. #4
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    Re: Textos históricos de alabanzas a España

    ALABANZA DE ESPAÑA.

    GLORIAS DE ESPAÑA:

    444
    “Primera parte.

    II. Aquel ejemplo me he propuesto seguir en este discurso, cuyo asunto es mostrar a la España moderna la España antigua; a los españoles que viven hoy, las glorias de sus progenitores; a los hijos, el mérito de los padres; porque, estimulados a la imitación, no desdigan las ramas del tronco y la raíz (...)

    V. España, a quien hoy desprecia el vulgo de las naciones extranjeras, fue altamente celebrada en otro tiempo por las mismas naciones extranjeras en sus mejores plumas. Ninguna le ha disputado el esfuerzo, la grandeza de ánimo, la constancia, la gloria militar, con preferencia a los habitadores de todos los demás reinos (...)

    VIII. No deberían quedar enteramente satisfechos los españoles si los extranjeros no les concediesen otra prerrogativa que la ventaja de las armas, ya porque es muy limitado elogio el que se ciñe a sola una prenda, ya porque la osadía del corazón, la intrepidez en los peligros de la guerra, separada de otras cualidades nobles que ilustran la naturaleza racional, no es tan propia de hombres como de brutos, y más debe llamarse ferocidad que valor (...)

    IX. La pintura que hacen del genio español las plumas extranjeras representa en él todos aquellos nobles atributos que, hermoseando la parte racional, dan a su valentía todo el lustre de un virtuoso y verdadero valor (...)

    X. Abraham Ortelio (en el mundo antiguo sobre el mapa de España), recogiendo los dichos de varios autores, atribuye a los españoles, entre otras excelencias, la de liberales, benignos, obsequiosos con los forasteros, en tanto grado, que con honrada emulación compiten entre sí sobre servirlos y agasajarlos. ¡Oh heroicidad y discreción española! (...)

    XI. El mismo autor dice que era costumbre de los españoles entrar cantando en las batallas: Praelia aggrediuntur carminibus. Corazones igualmente despejados de los temblores del susto que de los atropellamientos del arrojo, emprendían festivos la defensa de la patria, mezclando el aprecio de la gloria con la desestimación del riesgo.

    XII. Paulo Merula celebra el amor de los españoles a la justicia, la integridad y vigilancia de nuestros magistrados en la administración de ella, sin respeto a acepción de personas; añadiendo que por la severa y cuidadosa aplicación de los jueces son muy raros o ningunos en España los latrocinios.

    XIII. Justino recomienda en sumo grado la honradez española en la fiel custodia de los secretos que se le confían, diciendo ser muy frecuente en los nuestros rendir la vida en los tormentos por no revelar las noticias que han adquirido en confianza: Saepe tormentis pro silentio rerum immortui: adeo illis fortior taciturnitatis cura quam vitae.

    XIV. La fidelidad de los españoles en la correspondencia del comercio se halla altamente acreditada con la experiencia que tanto tiempo ha hacen de ella los comerciantes extranjeros, valiéndose de los nuestros para despachar sus mercadurías en las Indias occidentales. Jacobo Sabari, en varias partes de su Diccionario de comercio, habla con admiración y asombro de esta fidelidad española...

    XVI. Porque fuera inmensa obra recoger todos los dichos de autores extranjeros a favor de los genios de nuestra nación, concluiré con los testimonios de Hugón Sempilio y Latino Pacato, porque comprenden cuanto se puede decir o pensar en el asunto, no sólo para adecuar nuestro derecho, más aún para satisfacer, si la tenemos, nuestra vanidad. El primero nos da todos los epítetos siguientes: «Observantísimos de la amistad, graves en las costumbres, templados en comida y bebida, de feliz juicio, adornados de ingenio y memoria, tolerantísimos de la hambre y sed en la guerra, sagacísimos para estratagemas, fidelísimos a los soberanos».

    XVII. El segundo, en el panegírico que hizo al gran Teodosio, después de decir que ‘España es la más feliz de todas las regiones del Orbe’, y que «el supremo Artífice puso más cuidado en cultivarla y enriquecerla que a todas las demás», porque no se entendiese que este elogio se limitaba a la fertilidad material del terreno o a sus minas de plata y oro, luego celebra a nuestra región por otra fecundidad mucho más preciosa, que es la de producir gran copia de hombres insignes en virtud y habilidad para todo género de empleos. ‘Esta tierra —dice— es la que engendra los valentísimos soldados, los excelentes caudillos, los elocuentísimos oradores, los ilustres poetas, los rectísimos jueces, los admirables príncipes’. ¡Oh, cuánto debe nuestra tierra al Cielo, pues parece que sobre ella derrama congregados cuantos benignos influjos tiene repartidos en la varia actividad de sus planetas! Sólo España da hombres grandes para todo, siendo excepción de aquella regla general: Non omnis fert omnia tellus.

    XIX. Hasta ahora hemos hecho la apología de nuestra nación con el testimonio de autores extranjeros. Ya es tiempo que tome vuelo la pluma para ilustrar más dilatado y ameno campo, descubriendo las glorias de España, no en dichos de testigos forasteros, sino en los hechos de los mismos españoles (...)

    XXIX. Siempre que me vienen a la memoria las conquistas con que se engrandeció el imperio romano y el aplauso con que el mundo las clamorea, admirando al mismo tiempo aquella república como la norma de todas en cuanto a las virtudes políticas y militares, no puedo menos de lastimarme de la debilidad del juicio humano, que dejándose fácilmente deslumbrar de un falso resplandor, apenas en materia alguna acierta a mirar con ojos fijos la verdad. ¿Qué fue la república romana? Una gavilla de ladrones que engrosándose más y más cada día, empezó robando ganados prosiguió robando poblaciones y acabó robando reinos (...)

    XXXIV. Cada pequeña provincia les hizo tanta resistencia como si estuviesen las dos fuerzas en equilibrio. Así tardaron no menos que doscientos años en conquistar a España. ¡Qué afrenta para los romanos, y qué gloria para los españoles, que en cada partido o pequeña provincia, congregándose el rudo paisanaje, años enteros hiciese frente a las disciplinadas tropas romanas, comandadas por sus más escogidos caudillos! No es esto lo más, sino que llegó tiempo en que no había en Roma quien quisiese cargarse de la guerra de España. Tan aterrados tenían a los romanos nuestros valerosos españoles. Quien no me creyere a mí, léalo en Tito Livio, década III, libro VI (...)

    XXXVII. La rendición de España, que parece había de eclipsar sus glorias, le abrió campo para sus mayores lucimientos. Nunca diera España emperadores a Roma, si Roma no hubiera hecho antes a España provincia suya. Dio, digo, España, emperadores a Roma; pero ¡qué emperadores! Tales, que fueron honra de España y de Roma: un Trajano, un Adriano, un Teodosio, todos tres insignes guerreros, a que añadieron el resplandor de otras muchas virtudes (...)

    XLIII. Pues con ocasión de Teodosio hemos tocado en la mayor gloria de España, esto es, el influjo que tuvo nuestra nación en el establecimiento de la fe católica, razón es detenernos algo en un asunto que constituye la suprema honra de los españoles.

    XLIV. Admirable es, sin duda, el cuidado que puso la Providencia divina en la conversión de España a la religión verdadera. Con estar esta Península en los últimos fines de la tierra y tan distante de Palestina, dos apóstoles destinó para su conversión: Santiago el Mayor y San Pablo.

    XLVI. En los tres primeros siglos de la Iglesia, cuando los cristianos no tenían otros templos que las cavernas más oscuras ni otras imágenes de Dios y de sus santos que las que traían grabadas en sus corazones, porque el furor de los emperadores gentiles no permitía otros templos ni otros simulacros que los de sus falsas deidades, entonces tenía España, según nos enseña la piadosa tradición, templo y simulacro consagrados a la Virgen María, Señora nuestra, no retirados entre algunos escarpados cerros, sino patentes a todo el mundo en la insigne ciudad de Zaragoza... ¿Por qué entre tantos millares de prodigios como Dios obró en la grande empresa de desterrar del mundo la idolatría, no podremos asentir a que hizo uno continuado por tres siglos, a fin de mantener el templo e imagen del Pilar? Si para dar prudente asenso a un milagro no basta el testimonio de la tradición, será preciso condenar como fabulosos casi todos cuantos se hallan escrito en las historias eclesiásticas. Si la valiente fe de una alma sola basta para recabar de la divina piedad un prodigio, ¿por qué en atención a tantos millares de fervorosísimos espíritus como se debe creer dejaría en España la predicación de los apóstoles, no haría Dios el de conservar para su consuelo el templo e imagen de Zaragoza?...

    XLVII. Correspondió España a tan señalado favor con su constancia en la fe, por la cual ofreció a Dios innumerables, preciosas víctimas en tantos insignes mártires como la ilustraron, cuya gloriosa multitud excede a todo guarismo. Un monasterio solo de San Benito (el de Cardeña) dio de una vez doscientos. Una ciudad sola (la de Zaragoza) da con justicia a los suyos el epíteto de innumerables. La calidad no fue inferior a la cantidad, pues entre los mártires españoles no pocos se descuellan como estrellas de primera magnitud del cielo de la Iglesia. Díganlo un Lorenzo y un Vicente, a quienes la Iglesia, en las deprecaciones públicas, prefiere a todos después del protomártir Esteban; una Eulalia y un Pelayo que en la edad más tierna lograron el triunfo más alto; hermosas flores que, de cándidas, hizo el cuchillo purpúreas, y fueron tantos más mártires cuanto padecieron más niños; siendo cierto que hace mayor sacrificio quien, anticipándose en temprana edad la muerte, se corta por Dios mayor porción de vida (...)

    LI. El espíritu y aplicación de Osio en servir a la Iglesia fueron heredados con grandes mejoras por otros muchos prelados españoles. La religión sola de San Benito dio a España cuatro excelsas constantes columnas de la fe en San Leandro, San Isidoro de Sevilla, San Fulgencio y San Ildefonso. Los innumerables Concilios de Toledo muestran claramente cuánto era el ardor de nuestros obispos en promover la disciplina eclesiástica (...)

    LIV. Volviendo al propósito, digo que la pérdida de España dio ocasionalmente a España el supremo lustre. Sin tal fatal ruina no se lograra restauración tan gloriosa. Cuanta sangre derramó el cuchillo agareno en estas provincias sirvió a fecundarlas de palmas y laureles. Ninguna nación puede gloriarse de haber conseguido tantos triunfos en toda la larga carrera de los siglos como la nuestra logró en ocho, que se gastaron en la total expulsión de los moros. No se recobró palmo de tierra que no costase una hazaña. No se podía adelantar un paso sin que las manos abriesen camino a los pies. No había otra senda que la que rompía la punta de la lanza. No había movimiento sin peligro, no había peligro sin combate, y por el número de los combates se contaban las victorias. Verdad es que interpuso la Omnipotencia muchas veces en nuestro favor extraordinarios auxilios. Pero ese es nuestro mayor blasón. Tan unidos estaban los intereses del cielo y los de España, que en los mayores ahogos de España se explicaba como auxiliar suyo el cielo. ¿Qué grandeza iguala a la de haber visto los españoles a los dos celestes campeones Santiago y San Millán mezclados entre sus escuadras? Era el empeño de la guerra de España común a la triunfante milicia del empíreo; porque juntándose en los españoles los dos motivos del amor de la libertad y el celo por la religión, cuanto para sí ganaban de terreno, tanto aumentaban al cielo de culto (...)

    LVI. Lástima es que los sucesos de aquellos siglos no quedasen delineados a la posteridad con alguna mayor especificación. La obscura o imperfecta imagen que nos resta de ellos basta a representarnos que todos los triunfos de los antiguos héroes son muy inferiores a los que lograron nuestros españoles. ¿Qué hazañas pueden Roma o Grecia poner en paralelo con las del Cid y de Bernardo del Carpio? ¿Quién duda que en ocho siglos, en que apenas se dejaron las armas de la mano, y en que los españoles se llevaban casi siempre en la punta de la lanza la victoria, habría otros muchos famosísimos guerreros, poco o nada inferiores a los dos que hemos nombrado? Pero al paso que todos se ocupaban en dar asuntos grandes para la historia, ninguno pensaba en escribirla. Todos tomaban la espada, y ninguno la pluma. De aquí viene la escasez de noticias que hoy lloramos. Y aún no es lo más lamentable que con muchos de nuestros ilustres progenitores se haya sepultado la memoria de ellos y de sus hazañas, por faltar autores que la comunicasen, sino que haya hoy autores que quieran borrar la memoria de algunos pocos que por dicha especial se eximieron de aquel común olvido (...)

    LXVI. (...) En España hay de todo, historiadores buenos y malos, del mismo modo que en Francia. La nota que más frecuentemente nos imponen los críticos franceses de que admitimos todo género de tradiciones, creo que más cae sobre sus historiadores que sobre los nuestros. Digan lo que quisieren de la venida del apóstol Santiago a España, de la imagen del Pilar y otras tradiciones nuestras, es visible la retorsión sobre ellos en la identidad de San Dionisio, obispo de París, con el Areopagita; en el arribo de los tres hermanos Lázaro, Marta y María, a Marsella; en las tres lises traídas del cielo por un ángel a Clodoveo; en la santa ampolla de Reims, dejando aparte la ley sálica, la fundación de la monarquía por Faramundo, y otras cosas de este género (...)

    LXVIII. (...) Singularmente fue glorioso el reinado de Fernando III, cuyas virtudes tiene canonizadas la Iglesia. Este príncipe, grande en el cielo y grande en la tierra, héroe verdaderamente a lo divino y a lo humano, en quien se vio el rarísimo conjunto de gran guerrero, gran político y santo, bastaría por sí solo para dar gloria inmortal a nuestra nación; pues si se atiende al todo de sus virtudes cristianas, militares y políticas, se puede asegurar con toda verdad que en otra nación alguna ‘non est inventus similis illi’ (...)

    LXXXI. Resplandeció para ilustrar a España un clarísimo sol, este fue aquel insignísimo prelado, honor de España y de la Iglesia, don Gil Carrillo de Albornoz, para cuyo gigante mérito faltan voces a la retórica; de cuyos raros talentos, si se dividiesen, se podrían sin duda hacer cinco o seis varones eminentísimos; pues él lo fue en virtud, en valor, en las letras, en las armas, en el manejo de negocios políticos y eclesiásticos (...)

    LXXXIII. En Fernando el Católico vemos el más consumado y perito en el arte de reinar que se conoció en aquel y en otros siglos y a quien reputan comúnmente por el gran maestro de la política, en cuya escuela estudiaron todos los príncipes más hábiles que después acá tuvo Europa; en Isabel, una mujer, no sólo más que mujer, pero aun más que hombre, por haber ascendido al grado de heroína. Su perspicacia, su prudencia, su valor la colocaron muy superior a las ordinarias facultades, aun de nuestro sexo, por cuya razón no hay quien no la estime por uno de los más singulares ornamentos que ha logrado el suyo.

    LXXXIV. Si atendemos a los hechos de armas y extensión que con ellos adquirió la dominación española, discurriendo por los dos ámbitos del tiempo y del mundo, sólo hallaremos algún paralelo a la multitud y rapidez de nuestras conquistas en las del gran Alejandro. Purgóse España de la morisma, agregóse el reino de Navarra a la corona de Castilla, conquistóse dos veces el reino de Nápoles contra todo el poder de la Francia; en fin, se descubrió y ganó un Nuevo Mundo (...)

    LXXXV. Si consideramos los instrumentos inmediatos que destinó la Providencia a tales empresas, esto es, jefes y soldados, dicho se está que unos y otros necesariamente fueron supremamente insignes. Por parte de los dos jefes principales se puede decir que aún eran para más de lo que hicieron. Hablo de aquellos dos rayos de la guerra, Gonzalo Fernández de Córdoba y Hernán Cortés (...)

    LXXXVII. No ignoro que algunos extranjeros han querido minorar el precio de las hazañas de Cortés, poniéndoles por contrapeso la ineptitud de la gente a quien venció y a quien han procurado pintar tan cobarde y tan estúpida, como si sus ejércitos fuesen inocentes rebaños de tímidas ovejas. Pero ¿de qué historia no consta evidentemente lo contrario? Bien lejos de huir los mejicanos como ovejas, se arrojaban como leones. Era en muchos lances vicioso su valor, porque pasaba a la ferocidad. Eran ignorantes en el arte de guerrear; mas no por eso dejaba de sugerirles su discurso tan agudos estratagemas, que fueron admirados de los mismos españoles. Hacíanles los nuestros grandes ventajas en la pericia militar y en la calidad de las armas. Pero, por grandes que se pinten estas ventajas, no equivalen, ni con mucho, al exceso que ellos hacían en el número de gentes, pues hubo ocasiones en que para cada español había trescientos o cuatrocientos mejicanos (...)

    LXXXVIII. El mayor honor que de tantas conquistas recibió el reinado de don Fernando y doña Isabel no consistió en lo que éstas engrandecieron el Estado, sino en lo que sirvieron a la propagación de la fe. Cuanto camino abría el acero español por las vastas provincias de la América, otro tanto terreno desmontaba para que se derramase y fructificase en él la evangélica semilla. Este beneficio grande del mundo, que empezó felizmente en tiempo de los Reyes Católicos, se continuó después inmensamente en el de su sucesor el emperador Carlos V, en que nos ocurre celebrar una admirable disposición de la divina Providencia, enlazada con una insigne gloria de España (...)

    LXXXIX. Si miramos sólo a la Europa, funestísimos fueron aquellos tiempos para la Iglesia, cuando Lutero y otros heresiarcas, levantando bandera por el error, sustrajeron tantas provincias de la obediencia debida a la silla apostólica. Mas si volvemos los ojos a la América, con gran consuelo observamos que el Evangelio ganaba en aquel hemisferio mucha más tierra que la que perdía en Europa. Así disponía el cielo que se reparasen con ventajas por una parte las ruinas que se padecían por otra; y lo que hace más a nuestro propósito, que cuando las demás naciones trabajaban en desmoronar el edificio de la Iglesia, España sola se ocupaba en repararle y engrandecerle. Al paso que en Alemania, Francia, Inglaterra, Polonia y otros países se veían discurrir mil infernales furias, poniendo fuego a los templos y sagradas imágenes, iban los españoles erigiendo templos, levantando altares, colocando cruces en el hemisferio contrapuesto con que ganaba el cielo más tierra en aquel continente que perdía en estotro.

    XC. No pudiendo los ojos mal dispuestos de las demás naciones sufrir el resplandor de gloria tan ilustre, han querido obscurecerla pintando con los más negros colores los desórdenes que los nuestros cometieron en aquellas conquistas. Pero en vano (...)

    XCII. (...) Yo me holgara de saber a punto fijo cómo se portaron los franceses con los salvajes de la Canadá. Lo que algunas naciones de aquel vasto país ejecutaban con los prisioneros de guerra, y practicaron con los mismos franceses, era atarlos a una columna, donde con los dientes les arrancaban las uñas de manos y pies, y con hierros encendidos los iban quemando poco a poco, de modo que tal vez duraba el suplicio algunos días, y nunca menos de seis o siete horas, tan lejos de condolerse de aquellos desdichados, que a sus llantos y clamores correspondían con insolentes chanzonetas y carcajadas. Quisiera, digo, saber si después de esta experiencia trataban los franceses muy humanamente a los prisioneros que hacían de aquella gente. Puede ser que lo hiciesen; pero lo que yo me inclino a creer es que los excesos de los españoles llegaron a noticia de todo el mundo, porque no faltaban entre los mismos españoles algunos celosos que los notaban, reprehendían y acusaban; los de otras naciones se sepultaron, porque entre sus individuos ninguno levantó la voz para acusarlos o corregirlos.

    XCIII. También se debe advertir que no fue tan tirano y cruel el proceder de los españoles con los americanos como pintan algunos extranjeros, cuya afectación y conato en ponderar la iniquidad de los conquistadores de aquellos países manifiesta que no rigió sus plumas la verdad, sino la emulación. Entre éstos sobresale con muchas ventajas el señor Jovet en la Historia, que escribió, de las religiones de todo el mundo, donde sin ser perteneciente a su asunto, no habla de provincia alguna de la América donde no se ponga muy despacio a referir cuanto hicieron de malo los españoles en su conquista, y aun cuanto no hicieron, pues mucho de lo que refiere es totalmente increíble y contrario a lo que leemos en nuestras historias: ¿a qué conducía, para darnos a conocer la religión que profesaron un tiempo o profesan hoy aquellos pueblos, noticiarnos tan por extenso las maldades que en ellos hicieron los españoles? ¿No se conoce en esto la pasión furiosa del autor? ¿Y no es cierto que quien escribe con pasión no merece alguna fe?

    XCIV. Aquí he determinado concluir este discurso, porque aunque los dos últimos siglos están tan llenos de acciones ilustres de los españoles como todos los antecedentes, la inmediación a nuestro tiempo las hace tan notorias, que sería ocioso dar noticia de ellas.”

    PADRE BENITO FEIJÓO (1676-1764), ‘Teatro Crítico Universal’, Tomo IV, disc. XIII: ‘Glorias de España’.


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    “...Segunda parte.

    I. En el Discurso pasado hemos celebrado los españoles por la parte del corazón: ahora subiremos a la cabeza... Resta que ahora califiquemos la habilidad intelectual de los españoles con extensión a todo género de materias; en que creo necesitan más de desengaño los extranjeros..; siendo no pocos los que tienen hecho el concepto de que somos los más inhábiles y rudos entre las naciones principales de Europa: concediéndonos sólo algún talento especial para las ciencias abstractas, como Lógica, Metafísica, y Teología Escolástica, y mediano o razonable para la Jurisprudencia, y la Teología Moral.

    II. Poca reflexión es menester para conocer el principio de un concepto tan injurioso a la Nación española, el cual no es otro que una equivocación grosera en que se confunde el defecto de habilidad con la falta de aplicación... Son los genios españoles para todo, como demostraremos después; pero habiendo puesto su mayor conato, y los más el único, en cultivar las ciencias abstractas, sólo pudieron los extranjeros observar la eminencia de su talento para éstas, coligiendo de aquí sin otro fundamento su ineptitud, o menos aptitud para las demás.

    III. Ni debemos contentarnos con la mediocridad que nos conceden para la Teología Moral y la Jurisprudencia. Por lo que mira a la Teología Moral, los mismos extranjeros, sin querer, dan testimonio a nuestro favor, pues en cuantas Sumas o Cursos de esta ciencia salen de mucho tiempo a esta parte en las naciones, apenas se ve otra cosa que una pura repetición de lo que antes habían escrito los teólogos españoles. Aún sus citas califican nuestras ventajas; siendo cierto que se hallan citados en sus escritos muchos más autores españoles que de otra nación alguna.

    IV. Ni se debe omitir aquí, que la Teología Moral... tuvo su nacimiento en España; pues San Raimundo de Peñafort, español, de la religión de Santo Domingo, fue autor de la primera Suma Moral que se ha visto, a la cual llama “de grande doctrina, y autoridad” el Papa Clemente VIII en la Bula de canonización de este santo. Esta es la primera fuente de donde se ha derivado el caudaloso río de la Teología Moral.

    V. En cuanto a la Jurisprudencia civil y canónica... tampoco pueden negar los italianos, ni nadie, que después que acá empezó a cultivarse esta ciencia, dio España muchos hombres consumadísimos en ella, que hoy son la admiración de toda Europa. ¿En qué parte de ella no es altamente venerado el famoso Martín de Azpilcueta Navarro, a quien se dio el epíteto del “mayor teólogo de todos los juristas, y el mayor jurista de todos los teólogos?” Lorenzo Beyerlinch, y los autores de novísimo gran Diccionario Histórico (todos extranjeros) le apellidan “Oráculo de la Jurisprudencia”. Admiró a Roma su doctrina y su piedad, cuando a aquella capital del orbe fue a defender a su grande amigo el señor D. Fr. Bartolomé Carranza...

    VI. ¿Qué lengua no preconiza al señor presidente Covarrubias, llamado de común consentimiento “el Bártulo de España”? De quien el sacrosanto Concilio de Trento hizo tan señalada distinción que le cometió la formación de los Decretos, en compañía del famoso jurisconsulto Italiano Hugo de Boncompaño, después Papa con el nombre de Gregorio XIII...

    VII. El ilustrísimo Antonio Agustín, arzobispo de Tarragona, fue uno de aquellos espíritus raros cuya producción perecea siglos enteros la naturaleza; pues a su incomparable comprensión de uno y otro Derecho, añadió una profundísima erudición de todo género de antigüedades eclesiásticas, profanas, y mitológicas. Paulo Manucio, aquel varón tan señalado en el estudio y conocimiento de letras humanas, decía de sí que, “comparado con otros, era algo en la bella literatura; pero nada si le comparaban con Antonio Agustín”. Vosio, aunque desafecto por la patria y enemigo por la religión, le llamó “varón supremo”, y confesaba que era uno de los mayores hombres del mundo. Llámale el Tuano “gran lumbrera de España”. El Padre Andrés Escoto le apellida “príncipe de los jurisconsultos, y flor de su siglo”...

    XI. Igualmente, o poco menos que los antecedentes, es celebrado por los extranjeros Agustín Barbosa, como se ve en los elogios que hicieron de él Uhgelio, Jano Nicio Eritreo, y Lorenzo Craso...

    XII. Sólo hemos hecho memoria en este catálogo de aquellos pocos españoles a quienes los extranjeros respetan como supremos jurisconsultos. ¿Pero pocos los llamo? No sino muchos, que en línea de prodigios es número grande el de cinco; y lo que se multiplica mucho, pierde la cualidad de prodigioso. No obstante juzgo que si otros sabios en el Derecho que por acá hemos tenido, se hubiesen dado a conocer a los extranjeros como los antecedentes que trataron mucho con ellos, acaso no serían menos apreciados... En este número pueden entrar los señores Castillo, Larrea, Solórzano, Molina, Crespí, Valenzuela, Velázquez, Amaya, Gutiérrez, González, Acevedo, Gregorio López, y otros muchos, en cuyo elogio no debemos detenernos...

    XVIII. (...) La Astronomía, ciencia cuyo conocimiento debe a España toda Europa, pues el primer europeo de quien consta la haya cultivado fue nuestro rey Don Alfonso el Sabio. Y si otros antes de él la cultivaron, fueron sin duda españoles; pues esta ciencia fue trasladada de los egipcios a los europeos por medio de los árabes y sarracenos.. Así, como quiera que confesemos los adelantamientos que los extranjeros hicieron en estas Facultades, retenemos un gran derecho para que nos veneren como sus primeros maestros en ellas.

    XIX. De la Medicina... Por lo que mira a los principios, método y máximas, aún no sabemos quienes son los que mejor instruyen, si nuestros autores, si los extranjeros. Todo está debajo del litigio, así de parte de la razón como de parte de la experiencia... Acá tenemos un gran número de autores clásicos, a quienes celebran los de otras naciones. De confesión de ellos mismos el ‘Método’ de Valles es una obra tan singular que no tiene competencia.

    XX. En orden a la materia médica, es claro que hoy mendigamos muchos de los extranjeros, por la grande aplicación suya, y casi ninguna nuestra a la Química y a la Botánica. Hoy digo; porque en otros tiempos sucedió lo contrario. Plinio (lib. 25, cap. 8) da el primer honor a los españoles en el descubrimiento de hierbas medicinales.. Del estudio que entonces tuvieron los españoles en la Botánica es natural que se utilizasen las demás naciones, aprendiendo de ellos el conocimiento de muchas hierbas medicinales...

    XXVII. De la Filosofía Moral profana, si se aparta a un lado a Aristóteles, cuanto hay estimable en el mundo todo está en los escritos del gran estoico cordobés Lucio Anneo Séneca. Plutarco, con ser griego, no dudó de anteponerle al mismo Aristóteles, diciendo, que no produjo Grecia hombre igual a él en materias morales. Lipsio decía que cuando leía a Séneca se imaginaba colocado en una cumbre superior a todas las cosas mortales. Y en otra parte, que le parecía que, después de las Sagradas Letras, no había cosa escrita en la lengua alguna mejor, ni más útil, que las obras de Séneca... Podría llenarse un gran libro de los elogios, que dan a este filósofo varios autores insignes.

    XXVIII. En la Geografía es príncipe de todos el célebre granadino Pomponio Mela, de quien son los tres libros de “Situ Orbis”, no menos recomendables por la exactitud y diligencia, que por la elegancia y pureza de la dicción latina. De este tomaron lo que escribieron Plinio, Solino y todos los demás, que siguieron a estos en la descripción del orbe. Cubran los extranjeros... los estantes de las bibliotecas, no podrán negar que el gran maestro de ellos, y de todos los geógrafos fue un español.

    XXIX. Inglaterra y Francia... han hecho de algún tiempo a esta parte no leves progresos en la Historia Natural; pero no nos mostrarán obra alguna, trabajo de un hombre solo, que sea comparable a la Historia Natural de la América, compuesta por el padre Joseph Acosta, y celebrada por los eruditos de todas las naciones... La superioridad de los ingenios españoles para todas las Facultades no se ha de medir por multitud de escritores, sino por la singularidad de que, aún en aquellas a que se han aplicado muy pocos, no ha faltado alguno o algunos excelentes. Otras naciones necesitan el estudio de muchos para lograr pocos buenos. En España, respecto de algunas Facultades, casi se mide el número de los que se aplauden, por el número de los que se aplican.

    XXX. Como el estudio sabio de la Agricultura, comprende en su recinto una parte de la Historia Natural, podremos aquí añadir otro famoso Español que nos ofrece la antigüedad, Junio Moderato Columela, autor discretísimo y elegantísimo, cuyos libros “De Re Rustica”, por antiguos y modernos son aplaudidos como lo más excelente que hasta ahora se ha escrito sobre el utilísimo arte de Agricultura...

    XXXII. Cuando España no hubiera producido otro orador que un Quintiliano, bastaría para dar envidia, y dejar fuera de toda competencia a las demás naciones; en que sólo exceptuaré a Italia por el respeto de Cicerón; bien que no falta algún crítico insigne ... el cual sienta que sin temeridad se puede dar la preferencia a Quintiliano respecto de todos los demás oradores, sin exceptuar alguno. En otra parte le apellida el más elegante entre cuantos autores escribieron jamás...

    XXXIII. No fue Quintiliano el único grande orador que dio España a Roma. Marco Anneo Séneca, padre de Séneca el preceptor de Nerón, logra en la fama oratoria lugar inmediato a Quintiliano y a Cicerón. Este es el juicio del docto jesuita Andrés Escoto. De modo, que podemos decir que produjo dos Cicerones España en aquel tiempo en que Italia sólo produjo uno, y las demás naciones ninguno.

    XXXIV. El genio de los españoles modernos para la elocuencia, el mismo es que el de los antiguos. Debajo del mismo Cielo vivimos, de la misma tierra nos alimentamos. Las ocasiones de ejercitar el genio son mucho más frecuentes ahora por el uso continuo que tiene el sagrado ministerio del Púlpito...

    XXXVII. No negaré por eso, que el modo de predicar de España, en la forma que le practicaron y practican algunos sujetos de singular ingenio, tenga mucho de admirable. ¿Qué sermón del padre Vieyra no es un asombro? Hombre verdaderamente sin semejante ... Dicho se entienda esto sin perjuicio del grande honor que merecen otros infinitos oradores españoles, por su discreción, por su agudeza, por su erudición sagrada y profana. A todos envidio ingenio y doctrina...

    XXXVIII. Lo que tengo que decir de los españoles en orden a la Poesía, dista poco de lo que he dicho en orden a la Retórica. Tiene no sé que parentesco la gravedad y celsitud del genio español con la elevación del numen poético, que sin violencia nos podemos aplicar lo de “Est Deus in nobis”. De aquí es, que en los tiempos en que florecía la lengua latina, todas las demás naciones sujetas al Imperio Romano, todas, digo, juntas no dieron a Roma tantos poetas, como España sola; y poetas, no como quiera, sino de los más excelentes; que si no exceden, por lo menos igualan o compiten a los mejores que nacieron en el seno de Italia. Tales fueron Silio Itálico, Lucano, Marcial, Séneca el Trágico, Columela, Latroniano, y otros.

    XXXIX. Lo que es muy de notar es, que entre los expresados hay uno que no tuvo igual en lo festivo, y otro que disputa la preferencia al más eminente (según la opinión común) en lo heroico. El primero es Marcial, a quien nadie cuestiona el principado en las sales y agudezas jocosas: el segundo Lucano, a quien Stacio, y Marcial (votos sin duda de gran valor) dan preferencia sobre Virgilio. Del mismo sentir es el discreto y erudito Historiador Francés Benjamín Priolo. Otros algunos se contentaron con hacerle igual. Y aunque no puede negarse que la común opinión le deja inferior, creo que la preocupación favorable por el poeta mantuano y la envidia de las demás naciones a la nuestra contribuyó, más que la razón, a establecer la inferioridad del poeta español...

    XLIV. El genio poético que resplandeció en los españoles antiguos, se conserva en los modernos. Majestad, fuerza, elevación, son los caracteres con que los sella la nobleza del clima. El siglo pasado vio el Manzanares más Cisnes en sus orillas, que el Meandro en sus ondas. Hoy no se descubren iguales ingenios. Digo que no se descubren; no que no los hay...

    XLV. No sería justo omitir aquí, que la Poesía cómica moderna casi enteramente se debe a España... Y si bien que nuestros cómicos no se han ceñido a las leyes de la Comedia antigua, lo que afectan mucho los franceses, censurando por este capítulo la Comedia española, no nos niegan estos la ventaja que les hacemos en la inventiva, por lo cual sus mejores autores han copiado muchas piezas de los maestros. Oigase esta confesión a uno de los hombres más discretos en verso y prosa, que en los años próximos tuvo la Francia, el señor de San Evremont : “Confesamos” (dice) que “los ingenios de Madrid son más fértiles en invenciones, que los nuestros; y esto ha sido causa de que de ellos hayamos tomado la mayor parte de los asuntos para nuestras Comedias, disponiéndolos con más regularidad y verisimilitud”. (...) sólo se distinguen las dos Comedias en las expresiones de los afectos, y en esto excede infinito la española a la francesa.

    XLVII. (...) Con el testimonio de autores extranjeros probaremos que España ha producido excelentes historiadores. Entre los antiguos es celebrado Paulo Orosio, a quien Tritemio llama “erudito en las Divinas Escrituras y peritísimo en las letras profanas”; y Gaspar Bartio dice, se debe contar entre los buenos escritores...

    XLVIII. En la Edad Media son casi igualmente aplaudidos el Arzobispo Don Rodrigo, y Don Lucas de Tuy “a quienes”, dice el padre Andrés Escoto, “todos los amantes de la Historia deben mucho, porque nos dieron noticia fiel de infinitas cosas que sin la diligencia de estos dos escritores eternamente quedarían sepultadas en el olvido”. Elogia asimismo Vosio al Arzobispo Don Rodrigo, diciendo que adquirió entre los eruditos mucha gloria con los nueve libros que escribió de las cosas de España.

    XLIX. Acercándonos a nuestros tiempos, se presenta a nuestros ojos una multitud grande de historiadores, sin que el número perjudique a la calidad; pero sólo haré memoria de algunos pocos que he visto singularmente calificados por las plumas de otras naciones. Jerónimo Zurita es aplaudido en el gran “Diccionario Histórico” por varón “de acertadísimo juicio, y erudición extraordinaria”, para cuyo elogio se citan allí los testimonios de Vosio, del padre Posevino y del Presidente Tuano. A Ambrosio de Morales recomiendan altamente el Cardenal Baronio, Julio César Scalígero, el Padre Andrés Escoto, y otros innumerables. Las alabanzas de nuestro cronista el maestro Yepes resuenan en toda Europa por su exactitud, su candor, dulzura, y claridad. Es asimismo universalmente estimado por las mismas dotes el padre maestro Fr. Fernando del Castillo, cronista de la Religión de Predicadores, cuya ‘Historia’ tradujeron en su idioma los italianos.

    L. Entre los escritores de las cosas americanas son los más conocidos de los extranjeros el padre Acosta, cuya ‘Historia Eclesiástica y Civil’ no es menos preconizada por ellos, que la natural; y Don Antonio de Solís, cuya ‘Conquista de México’ traducida en francés, lo que con muy pocos libros nuestros ha hecho aquella nación, comprueba la alta reputación en que por allá la tienen. ¿Y quién puede negar, que este autor por la hermosura del estilo, por la agudeza de las sentencias, por la exactitud de las descripciones, por la clara serie con que teje los sucesos, por la profundidad de preceptos políticos y militares, por la propiedad de los caracteres, es comparable a todo lo mejor que en sus floridos siglos produjeron Grecia y Roma? Singularmente por lo que mira a la cultura y pureza del estilo, Francia, que es tan jactanciosa en esta parte, saque al paralelo sus más delicadas plumas; aparezca en campaña su decantadísimo “Telémaco”; que yo apuesto al doble por mi don Antonio de Solís, como se ponga en manos de hábiles y desapasionados críticos la decisión.

    LI. El padre Mariana, que hace clase aparte respecto de todos los demás historiadores de España por haber abarcado la Historia General de la Nación, hace también clase aparte respecto de los historiadores generales de otras naciones. Su soberano juicio, e inviolable integridad le constituyen en otra esfera superior. Por él se dijo que España tiene un historiador; Italia, medio; y Francia y las demás naciones, ninguno. Lo que se debe entender de este modo: de Italia se dice que sólo tiene medio Historiador, por Tito Livio, cuya Historia sólo comprende desde la fundación de Roma hasta el tiempo de Augusto; y aún de esto se ha perdido una gran parte. De Francia se dice que ninguno; porque aunque algunos escribieron la Historia de Francia desde Faramundo hasta el siglo decimosexto, o cerca de él, como Paulo Emilio, Roberto Gaguino, y el señor Du-Haillan, les faltaron aquellas calidades ventajosas, que pide un historiador general, y que se hallaron con eminencia en el padre Mariana...

    LII. Aunque Barclayo diga en su ‘Icon Animorum’, que los españoles desprecian el estudio de las letras humanas, los extranjeros se ven precisados a apreciar en supremo grado a muchos españoles que fueron eminentísimos en ellas. ¿Qué panegíricos no expenden en obsequio del famosísimo Antonio de Nebrija? Discípulo de éste, y que pudo ser maestro de todo el mundo en las humanas letras, fue el celebérrimo Pinciano Fernando Núñez, a quien apellida ‘gran lumbrera de España’ el Tuano; ‘varón de admirable agudeza’, Gaspar Bartio, y a quien el padre Andrés Escoto entre otros elogios funerales de que compuso su epitafio, cantó que todo el mundo era corto espacio a la fama de su mérito...

    LIII. A Francisco Sánchez, llamado ‘el Brocense’, da el mismo Justo Lipsio los gloriosos títulos de ‘el Mercurio’, y ‘el Apolo’ de España. El Padre Juan Luis de la Zerda sonó tan alto hacia las otras naciones en sus comentarios de Virgilio que el Papa Urbano VIII, grande humanista también, y gran protector de los literatos sobresalientes, envió a pedir su retrato, y le hizo una visita por medio de su sobrino Francisco Barberino cuando le despachó legado a España. Del famosísimo toledano Pedro Chacón hablan con admiración los mayores críticos de Francia, Italia, y Alemania. Nada menos o acaso más del incomparable Luis Vives, de quien, como hice con el pasado, omitiré innumerables elogios que le dan los más sabios extranjeros; pero no puedo callar el de Erasmo, por ser tan extraordinario: ‘Aquí tenemos (dice lib. 19, Epist. 101) a Ludovico Vives, natural de Valencia, el cual no habiendo pasado aún, según entiendo, de los veinte y seis años de edad, no hay parte alguna de la Filosofía en que no sea singularmente erudito; y en las bellas letras, y en la elocuencia está tan adelantado que en este siglo no encuentro alguno a quien pueda comparar con él’. Los que saben qué hombre fue Erasmo en las letras humanas no podrán menos de asombrarse de este elogio...

    LIV. (...) Celebran a Nebrija singularmente Erasmo, y Paulo Jovio. Justo Lipsio llama al Pinciano norma o regla de la verdadera crítica.... Por el Padre Zerda hablan en toda Europa sus Comentarios sobre Virgilio y sobre Tertuliano. Para el Brocense... añadiremos aquí que Gaspar Sciopio, aquel crítico mal acondicionado ... llamaba al Brocense ‘hombre divino’. A Chacón contó el mismo Sciopio por uno de los cuatro supremos críticos que ha habido, dando sólo por compañeros a nuestro español, entre los italianos a Fluvio Ursino; entre los franceses, a Adriano Turnebo; y entre los Alemanes a Justo Lipsio. Dejando por ahora aparte la suma sabiduría de Luis Vives, su juicio para la crítica se halla altamente encarecido. ‘Vir praeclarissimi judicci’ se lee en Gaspar Bartio. Y don Nicolás Antonio dice que, en el famoso triunvirato literario de aquella Era, compuesto de Erasmo, Guillermo Budé y Ludovico Vives, al primero se atribuía por prerrogativa principal la elocuencia, al segundo el ingenio, al tercero el juicio.

    LV. A más de esto, son colocados generalmente entre los críticos de primera clase el sevillano Alfonso García Matamoros, y el ilustrísimo Antonio Agustín. El primero fue uno de aquellos grandes españoles que se coligaron los primeros para hacer guerra a la barbarie, y dio a luz varios escritos críticos que logran la común estimación... Es llamado ‘juicioso crítico’ en el gran Diccionario Histórico. El segundo fue sin comparación mayor que el primero, y tan grande, que para hallar otro mayor que él es menester buscarle entre las criaturas posibles. Este es poco más ó menos el lenguaje en que hablan de él en todas las Academias europeas...

    LVI. No sería razón pasar en silencio a don Nicolás Antonio, autor de la Biblioteca Hispana; obra, según la opinión universal, superior a cuantas Bibliotecas nacionales han parecido hasta ahora, y que no se pudo hacer ni sin un trabajo inmenso ni sin una extensión dilatadísima de crítica.

    LVIII. El adorno de las lenguas es una de las cosas a que menos se han aplicado los españoles. En cuanto a las lenguas vivas los ha absuelto de la necesidad de aprenderlas, ya la postura de nuestra región en el último extremo de Europa, y del Continente, por lo que es menor el comercio con los demás reinos; ya el ser menos dedicados a la peregrinación nuestros nacionales, que los individuos de las demás naciones...

    LIX. (...) Sólo haré memoria de algunos que pueden ser admirados como monstruos, por haber aprendido más número de idiomas que el que parece cabe en la comprensión humana, especialmente si se atiende a que juntaron muchas ocupaciones con este estudio.

    LX. De nuestro famoso historiador Arzobispo Don Rodrigo dice Auberto Mireo, que asistiendo al Concilio Lateranense, que se celebró en su tiempo, mostró tanto conocimiento de varios idiomas, que los Padres del Concilio hicieron juicio que desde el tiempo de los Apóstoles ningún hombre había sabido tantas lenguas...

    LXI. Si alguna ponderación puede exceder a esta, es la que en el mismo Auberto Mireo se lee del doctísimo Arias Montano, que supo las lenguas de casi todas las naciones... que sabía diez lenguas... Fue, digo, tan modesto, humilde y piadoso Arias Montano, que se debe creer que antes quitaría que añadiría algo de lo que sabía. Se debe advertir, que parte de estas lenguas eran la hebrea, la caldea, la siríaca, y la arábiga, cuya comprensión es sumamente difícil.

    LXII. El Padre Martín del Río, harto conocido por sus escritos, supo nueve idiomas, el latino, el griego, el hebreo, el caldeo, el flamenco, el español, el italiano, el francés, y el alemán. Testifícalo Drejelio. Lo que asombra es, que pudiese aprender tantos idiomas un hombre que fue juntamente poeta, orador, historiador, escriturario, jurisconsulto y teólogo. Tales espíritus influye el Cielo de España.

    LXIII. Fernando de Córdoba (hombre prodigioso sobre todo encarecimiento...) supo con toda perfección las lenguas latina, griega, hebrea, arábiga, y caldea. Esto es lo que dice nuestro Abad Juan Tritemio; pero en Teodoro Gofredo... he leído si no me engaño, que demás de las expresadas, sabía todas las lenguas vivas de las naciones principales de Europa. Este Autor, por ser francés, pudo enterarse bien de la materia, porque París fue... el teatro donde ostentó todas sus rarísimas prendas este milagro de España.

    LXIV. (...) España dio más expositores de la Escritura que todo el resto de la Iglesia. Entre los cuales no debe tener el último lugar nuestro Lautero, por su ‘Sylva Allegoriarum’ tan aplaudida aún de los extranjeros...

    LXV. (...) En esta arduísima profesión puede España ostentar muchos autores de nota sobresaliente, como León de Castro, Pereira, Viegas, Alcázar, Villalpando, Gaspar Sánchez, Maldonado, etc. pero aún descontando todos estos, con otros dos solos que muestre (el Abulense, y Benito Arias Montano) pondré terror a todos los extranjeros: ‘Hi sunt duae olivae, & duo candelabra’...

    LXVI. Añade mucho a la gloria de España en el estudio y pericia escrituraria, el que las primeras dos Biblias Políglotas que logró la Iglesia, fueron obras de españoles. La primera es ‘la Complutense’, que se debe al cuidadoso celo del cardenal Cisneros: la segunda ‘la Regia’, impresa en Amberes bajo la dirección del nombrado Arias Montano.

    LXVII. También conduce al mismo intento, el que de los cuatro principalísimos rabinos a quienes veneran los judíos (como nosotros a los cuatro Santos Padres), los tres mayores fueron españoles, conviene a saber: Rabí Moisés Ben Maimón, Rabí David Kimchi, y Rabí Abenezra. También han sido españoles casi todos los que entre ellos tienen peculiar fama de erudición, como se puede ver en don Nicolás Antonio y en la Biblioteca Rabínica de Bartolocio... El que fuesen dotados de un talento singularísimo para explicar a su modo la Sagrada Escritura, redunda en aplauso de la Patria. Fuera de que los trabajos de estos tres fueron utilísimos, y dieron muy importantes luces a los mismos doctores católicos, como confiesan el Ilustrísimo Daniel Huet y el docto padre del Oratorio Ricardo Simón...

    LXVIII. En el gran Diccionario Histórico, dentro del largo artículo que trata de España, se leen estas palabras: ‘La Nación española ha sido excelente en autores ascéticos, que enriquecieron la Iglesia con libros espirituales y de devoción: y se nota, que su lengua tiene una cualidad particular para este género de escritos, porque su gravedad natural da mucho peso a las cosas que se enseñan en ellos.’ Esta confesión en unos autores que hacen en lo demás poca merced a la Nación española... nos absuelve de la necesidad de pruebas sobre este asunto... Los mismos franceses admiran y ponderan como cosa altísima y de lo más sublime que hasta ahora se ha escrito en este género, las obras de Santa Teresa y del Padre Fr. Luis de Granada... Débese, pues, atribuir esta excelencia, no a la lengua, sino al espíritu de los españoles, el cual, por cierto género de elevación que tiene sobre las cosas sensibles, está más proporcionado para tratar dignamente (asistido de la divina gracia) las soberanas y celestes.

    LXIX. Uno de los principalísimos capítulos, por donde en la gloria literaria se juzgan superiores a nosotros los extranjeros, es la amplitud de capacidad para abarcar materias y facultades diferentes... pero esto no depende... sino de otros principios; como son, ya el tener los españoles menos vaga la curiosidad, ya el honrado y honesto deseo de perfeccionarse más y más sin término en la facultad a que por profesión se dedican, ya la falta de comodidad para estudiar muchas...

    LXX. No obstante los grandes estorbos que por acá encontramos para comprender varias ciencias, ha tenido España no pocos hombres iguales en esta parte a los mayores y máximos de otras naciones...

    LXXI. Aparezcan al frente de todos dos grandes prodigios del siglo decimoquinto: el primero es el Abulense, cuyo sepulcro justamente está sellado de aquel singularísimo elogio: ‘Aquí yace el asombro del mundo, que supo cuanto se puede saber’. El alto sonido de este epitafio representará a muchos haberse propasado a lo hiperbólico; pero no es así, porque realmente fue, es y será siempre asombro del mundo el Abulense. El padre Antonio Posevino testifica, que a los veinte y dos años de edad sabía casi todas las ciencias... A vista de esto no tiene España que envidiar, ni su Juan Pico de la Mirandola a Italia, ni su Jacobo Critón a Escocia...

    LXXII. El segundo prodigio del siglo decimoquinto fue Fernando de Córdoba, cuya erudición de lenguas celebramos arriba. Tan descuidados somos los españoles en ostentar nuestras riquezas, que la memoria de este hombre hubiera perecido si los extranjeros no la hubieran conservado. En efecto, del gran Teatro de París, donde hizo pública demostración de sus muchas y rarísimas prendas, salió a todo el mundo la noticia. Pondré aquí, traducido en castellano, el testimonio nada sospechoso de nuestro ilustre abad Juan Tritemio, como se lee en su ‘Cronicón Spanheimense’.

    LXXIII. “Estando escribiendo esto nos ocurre a la memoria Fernando de Córdoba, el cual siendo joven de veinte años, y graduado ya de Doctor en Artes, Medicina, y Teología, vino de España a Francia el año de 1445, y a toda la Escuela Parisiense asombró con su admirable sabiduría; porque era doctísimo en todas las Facultades pertenecientes a las sagradas Letras, honestísimo en vida y conservación, muy humilde y respetuoso. Sabía de memoria toda la Biblia, los escritos de Nicolao de Lyra, de Santo Tomás de Aquino, de Alejandro de Ales, de Escoto, de S. Buenaventura, y de otros muchos principales Teólogos: también todos los libros de uno y otro Derecho. Asimismo, tenía en uña (como se suele decir) los de Avicena, Galeno, Hipócrates, Aristóteles, Alberto Magno, y otros mucho libros y Comentarios de Filosofía, y Metafísica. En las alegaciones era prontísimo, en la disputa agudísimo. Finalmente, sabía con perfección las lenguas hebrea, griega, latina, arábiga y caldea. Habiéndole enviado el Rey de Castilla por embajador a Roma, en todas las Universidades de Francia e Italia tuvo públicas disputas en que convención a todos, y nadie le convenció a él ni aún en la más mínima cosa. El juicio que de él hicieron los Doctores Parisienses fue vario: unos le tuvieron por Mago: otros sentían lo contrario: y no faltaron quienes dijesen, que un hombre tan prodigiosamente sabio era imposible que no fuese el Anti-Cristo». Hasta aquí Tritemio.

    LXXIV. Los dos héroes literarios que hemos nombrado bastan para honra de la Nación; pues no hay otra alguna que pueda jactarse de tener otros dos iguales a estos, ni se encuentran entre todas las extranjeras juntas, sino otros dos, el italiano Juan Pico, y el escocés Jacobo Critón. Sin embargo añadiremos otros algunos españoles, que fueron admirados por su vasta erudición.

    LXXVIII. De Luis Vives dice Isaac Bullart, que adquirió un conocimiento tan universal de las letras, que asombró a los máximos maestros de las más célebres Academias europeas...

    LXXIX. De Antonio de Nebrija, conocido en nuestras aulas sólo por un gramático insigne, se lee lo siguiente en el gran Diccionario Histórico: ‘Habiendo estudiado en Salamanca, y después pasado a Italia, paró en la Universidad de Bolonia, donde adquirió una literatura tan universal que generalmente le acreditó, no sólo de un docto gramático, mas aún del hombre más sabio de su tiempo. Demás de las lenguas, y las bellas letras, sabía también las Matemáticas, Jurisprudencia, Medicina, y Teología, etc.’

    LXXX. En Pedro Chacón celebró el Tuano un conocimiento universal y profundo de todas las ciencias: ‘Vir exquisita in omni scientiarum genere cognitione clarus’ (lib. 4.). Jano Nicio Eritro le llamó ‘Tesoro lleno de todas las doctrinas’ (apud Popebl.).

    LXXXI. Cuando no fuese notoria la vastísima erudición de Benito Arias Montano, bastaría para acreditarla el testimonio de Justo Lipsio, el cual en una epístola le dice que en él se hallan juntas todas las doctrinas, que divididas se hacen admirar en otros hombres..

    LXXXII. El padre Martín Del Río... fue otro prodigio de doctrina universal. Auberto Mireo sienta que ‘se había enterado tan perfectamente de todos los poetas, oradores, historiadores sagrados y profanos, filósofos, teólogos, en fin de los escritores de todas las ciencias, que parecía que ya sabía todo lo que se puede saber’. Antonio Sandero le llama ‘Varón de los máximos de su siglo, poeta, orador, historiador, jurisconsulto, teólogo, y peritísimo en varios idiomas’...

    LXXXVI. Para acabar de vindicar el crédito de los ingenios españoles de las limitaciones que les ponen los extranjeros, aún nos resta un capítulo substancial sobre que discurrir, que es el de la invención. Conceden a la verdad muchos a nuestros nacionales habilidad y penetración para discurrir sobre cualesquiera ciencias y artes; pero negándoles aquella facultad intelectual, llamada ‘inventiva’, que se requiere para nuevos descubrimientos...

    LXXXVII. (...) los nuevos inventos son más hijos del acaso que del ingenio, y por consiguiente en esta parte los extranjeros no pueden pretender sobre los españoles otra prerrogativa que la de más afortunados, diría lo que mucho ha dicho con gran fundamento Bacon de Verulamio. Bertoldo Schuvart, inventor (según la opinión común) de la pólvora, estaba muy lejos de buscar con designio formado esta furiosa composición. Mostróle su actividad el acaso de saltar una chispa en los materiales que tenía prevenidos para otro efecto. Jacobo Mecio encontró el telescopio, sin haber pensado jamás en tal cosa, por la casualidad de mirar dos vidrios puestos en rectitud uno y otro a tal distancia; cuya formación destinaba a otro intento muy diferente. El uso de la aguja tocada del imán para observar el Polo, no fue descubierto... sino por la imprevista y accidental observación de su dirección a aquel punto de la esfera...

    LXXXIX. Por lo que dice Estrabón, tratando de España, se colige claramente que la invención de máquinas para sacar los metales de las minas, y así mismo la de las preparaciones necesarias para purificar el oro... fueron producción de los españoles, a quienes celebra como ingeniosísimos sobre todas las naciones del Orbe en este género de operaciones.

    XC. Plinio, lib. 25, cap. 8, dice (como ya apuntamos arriba), que los españoles descubrieron más hierbas medicinales que las demás naciones.

    XCI. Los españoles fueron los primeros que navegaron por altura de Polo, inventando instrumentos para su observación, según refiere Manuel Pimentel en su ‘Arte de navegar’.

    XCII. El conde Pedro Navarro, guerrero igualmente bravo que ingenioso, en tiempo de los Reyes Católicos inventó para la expugnación de las plazas el uso de las minas, aquella horrible máquina que hace el milagro de que vuelen, no sólo los hombres mas aun murallas y riscos. La introducción de la pólvora en los cañones imitaba trueno y rayos: su aplicación a las minas excede el horror de los terremotos.

    XCIII. El ilustrísimo Antonio Agustín fue el primer autor de la Ciencia Medallística, auxilio grande para la Historia; pues la luz que dan las inscripciones, figuras, y adornos de las medallas, ilustra muchos espacio de la antigüedad, cubiertos antes de espesas sombras. Siguióle Fulvio Ursino en Italia, Wolfango Lacio en Alemania, Uberto Goltzio en Flandes. Recayó después este estudio en los franceses, que hoy la cultivan con grande aplicación...

    XCIV. La famosa doña Oliva de Sabuco descubrió para el uso de la Medicina el ‘suco nerveo’, que a tantos millares de médicos, y por tantos siglos se había ocultado; hasta que los ojos linces de esta sagacísima española vieron aquel tenuísimo licor a quien debemos la conservación de la vida, mientras goza su estado natural, y que ocasiona infinitas enfermedades con su corrupción...

    XCV. Las invenciones de varias máquinas hechas por los españoles en la América para desagües de las minas, beneficio de los metales, labor de azúcar y tabaco, merecen que se haga esta general memoria de ellas; pero individuarlas sería cosa prolija. Sólo haré mención particular de los hornos de Guancabelica y de La Habana para la fundición del azogue y formación de la azúcar, donde sin otro combustible que paja, por la disposición interior de la oficina, se enciende un fuego más activo que si fuera de encina o roble.

    C. De intento he reservado para el fin, por cerrar con llave de oro este discurso y todo el libro, la más noble invención española, y que con gran derecho puede pretender la preferencia sobre las más ilustres de todo el resto del mundo. Esta es el arte de hacer hablar los mudos, que lo son por sordera nativa. La gloria que resulta a España de este gran descubrimiento se la debe España a la religión de San Benito, pues fue su autor nuestro Monje Fr. Pedro Ponce, hijo del real monasterio de Sahagún...”

    PADRE BENITO FEIJÓO (1676-1764), ‘Teatro Crítico Universal’, Tomo IV, disc. XIV: ‘Glorias de España’.



    ESPLENDOR DE ESPAÑA:

    446
    “Pero, por otra parte, veo que las Partidas al mismo tiempo que iban alterando nuestra legislación, causaban un bien efectivo a la nación entera. A pesar de la diferencia que se hallaba entre ellas y la Constitución coetánea, debemos confesar que introdujeron en España los principios de la equidad y de la justicia natural, y ayudaron a templar no sólo la rudeza de la antigua legislación, sino también de las antiguas ideas y costumbres. Por donde quiera que se abra este precioso Código se encuentra lleno de sabios documentos morales y políticos, que suponen en sus autores una ilustración digna de siglos más cultivados.
    La obra de los antiguos filósofos, y lo que es más, la de los Santos Padres, frecuentemente citados en las Partidas, guiaron la nación al estudio de la antigüedad profana y eclesiástica, y la inspiraron las máximas de humanidad y justicia.

    (...) Por este medio empezó España a ser a un mismo tiempo una nación sabia, guerrera, industriosa, comerciante y opulenta; y por este medio también fue subiendo poco a poco a aquel punto de gloria y esplendor a que no llegó jamás alguno de los imperios fundados sobre las ruinas del romano. Varias causas concurrieron sucesivamente a acelerar esta feliz revolución: arrojados los moros de toda España, reunida a la de Castilla la corona de Aragón y Navarra, agregados a la dignidad real los maestrazgos de las Órdenes militares, descubierto y conquistado a la otra parte del mar un dilatado y riquísimo Imperio, crecieron el poder y la autoridad real a un grado de vigor que jamás había tenido. A la vista de este coloso se desvanecieron aquellas potestades que habían dividido hasta entonces la soberanía... Por fin, el grande, profundo y sistemático genio del cardenal Cisneros acabó de moderar el poder de los grandes señores, y aseguró a la soberanía una fuerza que hubiera sido perpetuamente freno saludable.
    JOVELLANOS (1744-1811), ‘Discurso sobre la legislación y la Historia”.



    DECADENCIA DE ESPAÑA:

    447
    “No existe Arnesto, ya ni remembranza
    De los claros varones,
    Que al frente de ibéricas legiones
    Llevaron el terror y la matanza
    De la una a la otra zona
    En su esfuerzo, en su brazo, en su tizona.

    La poderosa lanza, que terciaba
    Villandrando en sus hombros,
    Y adoquier que forzudo la vibraba
    Lanzaba muerte, asolación y escombros,
    Yace hace tiempo, olvidada,
    Envuelta en polvo y del orín tomada.

    Las ruinas de Sagunto son padrones,
    Que al pie del Turia undoso
    Publican con silencio majestuoso
    Que fueron sus indómitos campeones
    Confusión del Romano
    Hoy vergüenza y baldón del Castellano.

    El atrevido, el ínclito Extremeño,
    Que en las huestes fieles
    Fió su vida al Ponto en frágil leño,
    Y se orló en otro mundo de laureles,
    Desde la fría tumba
    Nos da en rostro con Méjico y Otumba.

    Sí, Arnesto: disipóse cual espuma
    El tiempo bienhadado
    En que el valor de España vio asombrado
    El lacio imperio, el moro, y Moctezuma;
    Hubo, Arnesto, hubo día
    En que la Patria tuvo nombradía.

    Mas hoy triste, llorosa, y abatida,
    De todos despreciada,
    Sin fuerzas casi al empuñar la espada,
    Que ha sido en otro tiempo tan temida,
    Mueve apenas la planta,
    Y los ojos del suelo no levanta.

    A su lado se ve el pálido miedo;
    La encogida pobreza,
    La indolente y estólida pereza;
    Y la ignorancia audaz, que con el dedo
    Señala a pocos sabios,
    Y con risa brutal cierra sus labios.

    La Religión del cielo descendida,
    Con tanto acatamiento,
    Por abuelos a nietos transmitida,
    Ve en el retiro de su augusto asiento
    Que los hijos que crecen
    Bajo su sombra la ajan, y escarnecen.

    Los ministros sacrílegos de Astrea
    Penetran en el templo,
    Y con maldad horrible sin ejemplo,
    Pisan, rompen el velo de la dea,
    Y el fiel de su balanza
    Lo inclinan al poder o a la venganza.

    El adulterio por los patrios lares
    Entra y sale corriendo,
    Y las palmas con júbilo batiendo,
    Cuenta ufano los triunfos a millares;
    Los justos se comprimen;
    Llora Himeneo; las virtudes gimen.

    La devorante fiebre ultramarina
    Al suelo hispano pasa,
    Deja yermo el tugurio, al pueblo arrasa;
    Y el sacro Betis la cabeza inclina
    Sobre su barba cana,
    Viendo el estrago de la peste insana.

    Nuestras naos, preñadas de riqueza
    De las minas indianas
    Surcan el golfo navegando ufanas
    Al puerto Hercúleo: ¡ ay, qué de tristeza!
    De males y de estragos
    Las de Albión preparan sobre el lago.

    Al mismo tiempo que su templo Jano
    Va las puertas abriendo,
    Y el aldabón los clavos sacudiendo,
    Forma un ruido, que aterra el pecho humano;
    Da el bronce el estampido,
    Salta la sangre, escúchase el quejido.

    En tanto España flaca y amarilla,
    El ropaje rugado,
    Destrenzado el cabello, y a su lado
    Postrados los leones de Castilla,
    Alza las manos bellas
    A los cielos de bronce a sus querellas:

    -¿Hasta cuándo, prorrumpe, Dios eterno,
    Ha de estar levantada
    La venerada, la terrible espada
    De tu justicia inmensa? ¿Tu amor tierno,
    Tu piedad sacrosanta,
    A mis hijos no acorre en pena tanta?

    Los talleres desiertos; del arado
    Arrumbado el oficio;
    El saber sin estima; en trono el vicio;
    La belleza a la puja; Marte airado;
    Sin caudillo las tropas...
    ¿Tornan, Señor, los tiempos de Don Oppas?

    ¿En esto había de parar mi gloria?
    ¿Mi fin debe ser éste?
    ¿Y falsías, y guerras, y hambre, y peste,
    Los postrimeros fastos de mi historia?
    Mi lloro continuado
    ¿No podrá contener tu brazo airado?

    Vuelve, Señor, el rostro a mis pesares;
    Vuelve al arco la guerra;
    Pureza al éter; brazos a la tierra;
    El respeto debido a tus altares;
    Prez y valía al bueno;
    A Themis libertad; paz a Miseno.”

    JOVELLANOS (1744-1811), ‘Oda’.



    APOLOGÍA DE ESPAÑA CONTRA SUS ENEMIGOS (JUAN PABLO FORNER):

    448
    “A nadie hemos provocado, y furiosamente nos acometen cuantos del lado de allá de los Alpes y Pirineos constituyen la sabiduría en la maledicencia. Hombres que apenas han saludado nuestros anales; que jamás han visto uno de nuestros libros, que ignoran el estado de nuestras escuelas, que carecen del conocimiento de nuestro idioma, precisados a hablar de las cosas de España por la coincidencia con los asuntos sobre que escriben, en vez de acudir a tomar en las fuentes la instrucción debida para hablar con acierto y propiedad, echan mano, por más cómoda, de la ficción; y tejen a costa de la triste Península novelas y fábulas tan absurdas como pudieran nuestros antiguos escritores de caballerías. Este es el genio del siglo... Así lo hizo Voltaire, y así lo debe hacer la turba imitadora. Aquél escribió una fábula de todo el mundo en su Ensayo sobre la historia universal; y sus doctos secuaces deben de haber tomado a su cargo dividir el mapa general y escribir en particular fábulas de cada provincia. Los franceses las forjan de los italianos, y éstos de los franceses: pero al tratar de España, olvidada la recíproca desestimación, se unen entre sí, y se abalanzan a ella, no de otro modo que los jactanciosos jefes de la moderna incredulidad, combatiéndose, motejándose, y viviendo en continua guerra unos con otros por la discordia en las opiniones y por la ambición de la primacía, se unen sólo cuando se trata de impugnar la verdad en la más santa y más magnífica de todas las religiones.

    España ha sido docta en todas edades. ¿Y qué? ¿Habrá dejado de serlo en alguna porque con los nombres de sus naturales no puede aumentarse el catálogo de los célebres soñadores? No hemos tenido en los efectos un Descartes, no un Newton, démoslo de barato; pero hemos tenido justísimos legisladores y excelentes filósofos prácticos, que han preferido el inefable gusto de trabajar en beneficio de la humanidad a la ociosa ocupación de edificar mundos imaginarios en la soledad y silencio de un gabinete. No ha salido de nuestra Península el ‘Optimismo’, no la ‘Armonía’ preestablecida, no la ciega e invencible fatalidad, no ninguno de aquellos ruidosos sistemas ya morales, ya metafísicos, con que ingenios más audaces que sólidos han querido convertir en sofistas...; pero han salido varones de un juicio suficiente para conocer y destruir la vanidad de las opiniones arbitrarias, suministrando en su lugar a las gentes las doctrinas útiles y señalando las sendas rectas del saber según las necesidades de la flaca y débil mortalidad. Si el mérito de las ciencias se ha de medir por la posesión de mayor número de fábulas, España opondrá sin gran dificultad duplicado número de novelas urbanas a todas las filosóficas de que hacen ostentación Grecia, Francia e Inglaterra...

    Para mí entre el Quijote de Cervantes, y el ‘Mundo’ de Descartes, o el ‘Optimismo’ de Leibniz no hay más diferencia, que la de reconocer en la novela del español infinitamente mayor mérito que en las fábulas filosóficas del francés y del alemán; porque siendo todas ficciones diversas sólo por la materia, la cual no constituye el mérito en las fábulas, en el Quijote logró el mundo el desengaño de muchas preocupaciones que mantenía con perjuicio suyo; pero las fábulas filosóficas han sido siempre el escándalo de la razón...

    Estemos pues en la confianza de que las acriminaciones con que nos maltrata la precipitada malignidad de algunas plumas extranjeras, no proceden de nuestra ignorancia, sino de la suya; no de la escasez de nuestros progresos científicos, sino de las ideas poco fieles, o más bien falsas, que tiene de las ciencias el vulgo de los que las tratan, y en especial los que sin tratarlas hablan de ellas con magisterio. Señal es, cuando acertamos a defendernos, que no ignoramos la sustancia de los capítulos sobre que nos condenan. La Lógica no es entre nosotros un cúmulo de observaciones vulgares entretejidas con retazos de todas las artes, y por eso gritan que lo ignoramos. No entendemos por Física el arte de sujetar la naturaleza al capricho, en vez del raciocinio a la naturaleza, y por eso claman que no la conocemos. Razonamos, no fingimos, en la Metafísica, y califican por ignorancia lo que es con propiedad no dar entrada al error. La Moral, la divina ciencia del hombre, la doctrina de su orden, de su fin, de su felicidad, la que une a la más noble de las criaturas con su próvido y liberal Criador, no ha sido entre nosotros todavía contaminada con aquellas legislaciones absurdas que hacen al hombre o brutal, o impío, o ridículo, y atribuyen a barbarie la prudencia de no querer hacernos bestiales, impíos o ridículos. En vano proponemos los nombres de nuestros grandes teólogos; la ciencia de la religión no es de este siglo, y precisamente ha de pasar por bárbara aquella nación en que se ha consumido más tiempo, más atención, y más papel en hablar de Dios y de sus inefables fines.

    Hemos tenido grandes juristas, sapientísimos legisladores, eminentes intérpretes de la razón civil, pero entre ellos ninguno ha escrito el ‘espíritu de las leyes’ en epigramas, ni ha destruido en las penas el apoyo de la seguridad pública, ni se ha resuelto a perder el tiempo y el trabajo en fundar repúblicas impracticables; se han contentado con mejorar los establecimientos de aquella en que vivían: consiguientemente todos deben pasar por bárbaros y rudos... Ni, según son sus juicios, se debe esperar mayor benignidad en las artes. Nuestra lengua no permite versos en prosa, ni nuestros poetas saben helarlos con una afectación filosófica, fría e insípida, incompatible con las agitaciones del ímpetu divino: y ved aquí que, con nuevo e inaudito modo de juzgar, no son buenos nuestros poetas porque lo son realmente. Llamarían desaliño en nuestros historiadores a lo que es sencilla y escrupulosa atención a la verdad. Hinchazón apellidan la majestuosa sonoridad de nuestro idioma, imperceptible a los extranjeros que no la hablan como hablaba Cicerón la de Atenas...

    ¿Para qué me canso? Dan nombre de ignorancia a la juiciosa precaución de no acomodarnos a las ideas poco justas que ellos tienen del saber: y porque en nuestra Península se hace poco aprecio de la arrogante ostentación y se desestima la peligrosa libertad de escudriñar los arcanos del Hacedor más de lo que es debido y de hablar de todo insolentemente, debemos sin remisión sufrir la nota de poco cultos.

    Y he aquí uno de los principales fundamentos en que apoyan sus acusaciones los que, después del extravagante Voltaire, no saben pensar sino lo que él escribió. ‘En España no se piensa; la libertad de pensar es desconocida en aquella Península; el español para leer y pensar necesita la licencia de un fraile’... Pero, ¿qué es lo que no se piensa en España, sofistas malignos, ignorantes de los mismos principios de la filosofía que tanto os jactáis profesar? Es verdad: los españoles no pensamos en muchas cosas; pero señaladlas, nombradlas específicamente, y daréis con ellas un ejemplo de nuestra solidez y vuestra ligereza. ‘No se piensa en España’: así es; no se piensa en derribar las aras que la humana necesidad, guiada por una infalible revelación, ha levantado al Árbitro del universo: no se piensa en conturbar el sosiego de la paz pública, combatiendo con sofismas indecorosos las creencias en cuya esperanza y verdad sobrellevan los hombres las miserias de esta calamitosa vida: no se piensa en arrancar del corazón humano los naturales sentimientos de la virtud, ni en apagar las secretas acusaciones que despedazan el interior de los delincuentes; no se piensa en elogiar las culpables inclinaciones de que ya por sí se deja llevar voluntariamente la fragilidad de nuestra naturaleza. En nada de esto se piensa en España; ni los que la habitan tienen por ocupación digna de sus reflexiones investigar defensivos al vicio, a la impiedad y a la sedición. ¿Y querrán decir todavía nuestros acusadores que es bárbara la constitución de nuestro Gobierno porque nos asegura de los tropiezos que trae consigo la licenciosa y desenfrenada libertad de pervertir los establecimientos más autorizados, y las ideas que ha aprobado por verdaderas el general consentimiento de todas las gentes?...

    Ni debemos tampoco sonrojarnos de confesar que se nos prohíbe la lectura de aquellos libros, que sin que se les prohíba dejan de leer los hombres que desean conservar incorrupta la pureza de sus costumbres. ¿Qué, acaso la sabiduría está reducida a un pequeño número de obras menudas, en cuyas líneas nada se aprende sino lo que no se debe aprender? ¿Perderán su excelencia nuestras bibliotecas porque no comparezcan en ellas un Rousseau, que solicitó inutilizar la razón, reduciendo al estado de bestia al que nació para hombre, un Helvetius, que colocó en la obscena sensualidad los incitamentos del heroísmo, y extrañó la virtud de entre los mortales; un Bayle, patrono y orador de cuanto se ha delirado con título de filosofía; un Voltaire, gran maestro de sofistería y malignidad, que vivió sin patria, murió sin religión y se ignora en todo que creyó o dejó de creer?...

    Se burlan de los cultos establecidos, porque ven no sé qué sombras de inverosimilitud en las revelaciones; y haciéndose nuevos apóstoles de dogmas repugnantes y contradictorios, llaman hallazgos de la razón a los que son extravíos de ella; racional conocimiento de la Divinidad, a lo que es una manifiesta corrupción de aquel instinto, un tiempo puro, hoy ya oscurecido y rodeado de incertidumbre, que inspira en el hombre las primitivas ideas de religión. Substituyen al Dios de Moisés el de Spinosa: a la moral de Jesucristo, la rebelión contra la moral: buscan ejemplos en los salvajes para disminuir el crédito de los sentimientos universales de la conciencia; dan nombre de religión a no tener ninguna; porque al fin, ¿qué me aprovecha que me hablen de Dios y de obligaciones, si sus ideas en estos puntos, de cuya certidumbre pende la felicidad humana, son inciertas, vagas, oscuras, indecisas, a veces absurdas, y siempre a propósito sólo para entretener el ocio de un número de caviladores y no para uso de la vida civil y activa?... ¿Y deberá España sonrojarse por carecer de este linaje de ciencia?... Pero ¡oh, que no poseemos grandes filósofos naturales! ¡Que nuestra lengua y observación no ostentan aquel portentoso número de volúmenes, en que tienen las regiones del Sena y del Támesis, como en sagrado depósito, descifrados los misterios de la madre Naturaleza! ¡Que nos vemos forzados a sellar el labio, y bajar los ojos cuando nos echan en cara nuestro descuido en este gallardo ramo de la Filosofía, con tanta utilidad cultivado en toda la Europa!...

    La España árabe era el emporio de cuantos deseaban aprender las artes, que, o dejó imperfectas la antigüedad, o arruinó la bárbara constitución de los tiempos. De allí salió el conocimiento de las Matemáticas, de allí la Astronomía, de allí la Medicina, de allí la Botánica, de allí la Química, de allí el principalísimo fundamento y elementos primeros de estas ciencias naturales tan célebre hoy, y cultivadas, no sé si con tan buen suceso como vehemencia... Difícilmente podrán persuadirse los Massones, Tiraboschis y Bettinellis que fue España en aquellos siglos tenebrosos la que mantuvo el verdadero uso de las ciencias...

    A la mitad del XIII empezó España a divisar en sus estudios, por la comunicación con Bolonia y Paris, las primeras vislumbres del Escolasticismo. Sin él, Alfonso X, monarca de esta edad, fue sabio, y sabio de mayores y mejores conocimientos que los batalladores de las escuelas. Por no haber sido escolástico restableció la astronomía en Europa, y también por no haberlo sido supo ser historiador, poeta, filósofo experimental, y sobre todo prudentísimo legislador que, entresacando de la jurisprudencia de Irnerio lo conveniente y más provechoso y valiéndose de sus grandes luces y propia experiencia en los asuntos políticos, logró dar a sus súbditos leyes cuales ni todo el escuadrón de los escolásticos de la primera época, contemporáneos suyos, ni la edad posterior con toda la pompa de su filosofía, han sabido darlas, ni más sabias, ni más justas, ni más completas, ni más metódicas...

    Y si bien la religión y la política separaban los ánimos de los españoles, cristianos y musulmanes; pero el saber indiferente pudo adaptarse, sin peligro, a la utilidad de todos: y en efecto, mientras las universidades de afuera trabajaban con vehementísimo ahínco en perturbar el uso de la racionalidad y producir enormes depósitos de sutilezas vanas o incomprensibles, España, libre del contagio del escolasticismo, daba de sí, entre los sarracenos, habilísimos médicos, astrónomos, geómetras, algebristas, químicos, poetas, historiadores. Entre los cristianos, hombres que competían en estas artes con sus tiranos, y uniendo a ellas el estudio de la religión, tratado con el decoro antiguo, hacían de su nación la región única donde las ciencias eran lo que debían. Las primeras cátedras con que se señaló la Universidad de Salamanca, erigida a mediados del siglo XIII, fueron las de Lógica, Retórica, Aritmética, Geometría, Astronomía, y Música, artes todas que no se fomentaron ciertamente para formar grandes escolásticos.

    Nada se disputaba entonces en España. Su Teología era sólo la explicación del dogma y la tradición, afirmada en los divinos oráculos de la Escritura y expuesta con desembarazada sencillez por los santos Prelados a quienes el Hombre-Dios, sin título de ‘sutiles’ o ‘irrefragables’, confirió la autoridad de interpretar sus misterios y mantener la estabilidad invariable de la creencia. La ciencia legal, apenas gustada en los fastidiosos ‘Comentarios’ de los jurisconsultos disputadores, se aplicaba en la lengua propia a la legislación, no ya sólo por el inmortal Alfonso, sino por el conquistador Jaime, verificándose existir en España dos sabios legisladores contemporáneos, puntualmente en los mismos días en que los azonianos sujetaban a sus voluntarias decisiones la administración pública del resto de Europa. ¿Qué más? Nacían en España los tratados de la sólida Medicina, y como si al otro lado de los montes dominase (y dominaba en efecto) un contagio corrompedor, no bien vencían los Alpes o Pirineos, ya comparecían desfigurados, pervertidos entre groseras interpretaciones, que por desgracia se hacían más lugar que los textos mismos....

    España se hizo escolástica mucho tiempo después que toda Europa era escolástica. Adoptó enteramente aquel método con tanto ardor y escándalo sostenido en las Universidades, cuando vio que para conservar íntegra la unidad de la religión, era ya indispensable necesidad derrotar con la Teología escolástica a los que confundiendo los abusos de ésta con los fundamentos de la religión, con pretexto de desterrar el Escolasticismo, destruían el dogma, y desunían la Iglesia. Mas ¿de qué modo se adoptó en España? Mejorándole; convirtiéndole de profesión semibárbara en ciencia elegante, sólida, reducida a principios ciertos e invariables...

    Españoles fueron los que le purgaron, los que a la profundidad, o llámese sutileza de sus raciocinios, aplicaron las galas del buen gusto y amena literatura: y ni Italia, ni Francia, ni Alemania, ni Inglaterra negarán jamás justamente que entre nuestros grandes escolásticos y los suyos hay la misma diferencia entre los doctos del siglo XVI y los del XII; en éste, todo fue rudeza, todo oscuridad; en aquél, todo elegancia, todo luces: y habiendo florecido en él nuestros grandes nombres, Victoria, Cano, Báñez, Soto, Castro, Suárez, Valencia, Maldonado y el restante escuadrón de varones doctísimos, escolásticos todos, pero escolásticos que entendieron y usaron de las humanidades y cultura de las lenguas y bellas letras con tanta maestría y acierto, como los que en otros países han colocado su gloria en sólo profesarlas; la malignidad misma habrá de confesar que uno de estos vale por muchos Ockamos y Halesios: y España jamás trocará al sólo escolástico Cano, no ya por todos los ‘iluminados’ e ‘irrefragables’ de la edad pasada, pero ni tal vez por ninguno de estos ponderados fabricadores de mundos de la presente...

    La maligna ignorancia de un Masson, que cree que nada debe Europa a los españoles, no hallará en verdad que le es deudora de mundos imaginarios, ni de invenciones efímeras que destruye el futuro día, durando sólo sus memorias como para testimonio y escarmiento de la ambiciosa curiosidad del hombre. Pero puestos en la balanza de la razón los descubrimientos, si se deben estimar más los más provechosos; España, sin dejar de hacer singular aprecio de las laboriosas y útiles invenciones de las demás gentes, no cede a ninguna el valor de las suyas, y en algunas muy importantes obtiene indubitablemente la preferencia...

    España no aparecerá, cierto, del todo inculta, que también ha sabido engendrar célebres soñadores, siquiera para que por ellos la tengan en alguna consideración los países que prefieran la gloria de un sistema vano a la formación de un código legislativo. Pero aunque menos fértil en este linaje de cultura, cuando ha convertido en todos tiempos su saber a la utilidad común, y sea por alguna inclinación que obra desconocida, o por la concurrencia de circunstancias que lo han dispuesto así, cada grande progreso suyo en las ciencias y artes ha sido un evidente beneficio en favor de los hombres; despreciando tranquilamente las hazañerías de la ignorancia, fía a los doctos imparciales la decisión de si es o no acreedora al titulo de sabia una nación, que funda el mérito de su sabiduría en el aprovechamiento que ha recibido de ella el género humano.

    Una nación cuya náutica y arte militar ha dado a Europa, en vez de un soñado y árido mundo cartesiano, un mundo real y efectivo, manantial perenne de riquezas; en vez de razonamientos voluntarios sobre las leyes, los mejores legisladores de los actuales Estados políticos; en lugar de sofistas impíos, juiciosísimos mantenedores de la única religión que enseña a ser justos; y en vez de vanidades científicas, los reformadores y restauradores de las ciencias. Sabia es, sin duda, la nación, que con menos superfluidad ha acertado a tratar las materias de mayor importancia: sabia, y no con pequeño mérito, la que en medio de una continuación de invasiones violentas, sujeción sucesiva y nunca interrumpida de fenicios, cartagineses, romanos, septentrionales, sarracenos; guerras varias, atroces, civiles, intestinas: frecuentes levantamientos; usurpaciones de provincias por la envidia política; dominaciones a veces tiránicas, a veces lánguidas y nada activas, a veces trastornadoras de su utilidad e intereses mismos; ha podido hacerse gloriosa en el universo, no menos que por sus conquistas, por su saber....


    ¿Y quién, sino la ignorancia instigada por el torpe furor de la malignidad, osará negar que han nacido, que han sido educados en España la mayor parte de aquellos genios incomparables, que en todos los siglos han declamado contra las extravagancias de la razón; que han procurado restituirla al recto conocimiento de la verdad... La religión es la principal ciencia del hombre; ella es la que le distingue, sin equivocación, de los irracionales: en España se han reducido a método y han sido hechas verdaderas ciencias la natural y la revelada. La Moral, unida a la Religión, mantiene al hombre en la perfecta constitución de su naturaleza: ni Roma ni Grecia misma poseen un Séneca como España, el padre, el grande orador de la virtud... el Derecho de Roma, hecho común en toda Europa, aun después de la destrucción de su Imperio, fue la obra obra de un Español; y, con todo eso, España sola, sin mendigar leyes que se establecieron para distintos tiempos, hombres y costumbres, posee en su seno los mejores códigos legislativos que conoce hoy la tierra, renovados sucesiva y prudentemente en las alteraciones de su Monarquía. El arte militar es el escudo de la legislación, el defensivo de las sociedades civiles;... España cuando unió en sí el imperio de casi dos partes del mundo, sojuzgándolas, enseñó a ambas el arte de vencer.

    La náutica enlaza la comunicación de todo el género humano... Si no suministró España el casual hallazgo de la brújula, sus pilotos fueron por lo menos los primeros, que empleándola premeditadamente en mas que atrevidas empresas, tentaron entregarse a la vasta capacidad de mares nunca hollados y dieron a la asombrada tierra el inaudito ejemplo de girar por toda la circunferencia del globo; y ¿de qué nación ha copiado Europa su legislación marítima sino de España que, por la inmensidad de sus posesiones ultramarinas, hubo de formar un código especial para el mar, cuando ni aun para la tierra poseía uno peculiar ninguna de las demás naciones?... España ha sido, después de Grecia, la que ha defendido a la humanidad de las invasiones de nuevas dolencias; la que ha mantenido ileso el dominio de la observación; la que ha comunicado a Europa el arte de investigar por las operaciones del fuego las virtudes medicinales; la que en sus conquistas de Oriente y Occidente abrió un nuevo mundo, no menos rico para los progresos de la Medicina, que para la negociación del comercio....

    La expresión de buen gusto nació en España, y de ella se propagó a los países mismos que, teniéndola siempre en la boca e ignorando de donde se les comunicó, tratan de bárbara a España, nación que promulgó con su enérgico laconismo aquella ley fundamental del método de tratar las ciencias...

    La culpable ignorancia de España ha estado solo en no haber sabido jamás hacer hinchada y jactanciosa ostentación de los muchos e innegables beneficios con que ha obligado a todo el linaje de los hombres. Desgraciada virtud es para el español la moderación. Despierta en fin, hostigado de infames acusaciones, y obligado a rechazarlas con las armas de la verdad, le hacen también delito de la defensa. Es sabio y le culpan de bárbaro; se defiende, y le insultan; presenta pruebas irrefragables, y sin escucharlas se obstina el odio en sustentar su error; y todo esto en el siglo de la Filosofía...

    ¡Oh, siglo ostentador, edad indefinible para las venideras, en que los estudios del hombre y de la verdad yacen despreciados por la fanática inclinación a investigaciones y objetos que nos distraen si no nos corrompen. En esto coloca España el mérito de su saber; no en dramas trazados para combatir la religión pública; no en cursos de educación, dispuestos para destruir la sociedad; no en diccionarios hacinados malignamente para ofuscar la verdad y autorizar la sofistería; no en discursillos frenéticos que ponen su precio en la maledicencia. Saber lo que se debe y como se debe es el mérito científico de mi Patria.

    Tomó Roma su legislación y cultura de los Griegos, cuando ilustrada ya mucha parte de España por los Fenicios, Cartagineses y Griegos mismos, sus ciudades marítimas ostentaban indubitablemente mayor magnificencia que la capital de aquel rústico Imperio que después había de subyugar al orbe...

    Salvaban a España de las violencias que sufría Roma su distancia y separación del centro del Imperio. Las escuelas, que en grande número habían ido erigiéndose en sus ciudades desde las primeras invasiones de los Romanos, florecían tranquilamente, ni perturbadas por el despotismo, ni corrompidas por la italiana depravación. ¿Dónde tiene Italia tres escritores de los tiempos de Tiberio y Cayo hasta Vespasiano, que puedan competir en elegancia, pureza y propiedad con Fabio, Mela, y el culto Moderato?...

    Llevó estos sentimientos a Roma la casa Annaea, y le fueron fatales. Gran Séneca, egregio honor del Pórtico, filósofo único que puede oponer sin rubor el imitador Lacio a la gloriosa Grecia, ¿con qué premios, con qué retribuciones ha obsequiado a tus venerables manes la ingrata Italia, por el inexplicable mérito de haber contenido cinco años en los límites de la virtud al mas desenfrenado y bárbaro de sus tiranos? ¿Cuándo debió Roma a ningún filósofo, de los pocos suyos, servicio igual al que le produjo el magisterio del estoico cordobés?... Admire en hora buena Italia los redondos y sonoros períodos de sus escritores de la edad de Augusto: España está contenta con las virtudes que aprende en la arena sin cal de su estoico. Ni es otra la estimación que hace de su Lucano...

    No sea, en buena hora, poeta épico el joven Lucano; pero sea el poeta de la verdad: sean sus libros la lección de los reyes, el escarmiento de la ambición, el código de la política, y España se satisface con este mérito de su patricio. El destino de esta nación es el de enseñar en todo, y el de no jactarse de lo que enseña....

    Más feliz ha sido con ellos la de Quintiliano; pero ¿cómo había de nacer en España el restaurador de la elocuencia en Roma; el maestro mas excelente de ella; el hombre de mejor gusto, de juicio mas recto entre los latinos? Acalora estas fábulas el miserable anhelo de atribuir a sola Italia el mérito de la invención que rara vez tuvo en la antigüedad: y no las desmienten los que con fallos dignos, no sé si de desprecio o de lástima, porque no ven salir de España enormes novelas de Física, afirman que no ha dado de sí jamás cosa que merezca el agradecimiento de Europa...

    El español Fabio fue el mayor y el último apoyo del saber latino, sustentado por sus discípulos, no sin esplendor, en los felices imperios de los Españoles Trajano y Adriano. Acabada la raza de su gimnasio, ¡qué tinieblas en Roma! ¡qué barbarie en sus tribunales! qué ignorancia, qué descuido en la educación de su juventud! Confiéselo Italia, y no se avergüence de honrar a aquel mismo, a quién el mejor de los emperadores italianos honró con excesiva preferencia a todos los profesores de su edad. Al juicioso Fabio, y a dos emperadores españoles es deudor el Lacio de cuanto bueno supo en los tiempos que corrieron desde Vespasiano hasta Antonino el Filósofo; así como a la casa Annaea y al cordobés M. P. Ladron de todo el buen gusto, que después de Cicerón conservó Roma en la Oratoria y Filosofía, desde el imperio de Claudio hasta el magisterio de Quintiliano.

    Fue, sin duda, gloria muy singular de España haber producido, bajo el imperio de los Césares, los hombres que con mayor crédito y utilidad profesaron la literatura, entre los cuales no son de olvidar ni el elegante Mela, que describió a los romanos el Orbe que habían devastado y aun no conocían, ni el ameno Columela, eminente ilustrador de la mas precisa de las artes; ni el anciano M. Séneca, hombre de prodigiosa memoria y el mejor crítico de los declamadores de su tiempo; ni el digno competidor de Eurípides en las Tragedias de Edipo y Fedra; y añádase, si se quiere, el festivo y popular Marcial, cuyos libros fueron las delicias y entretenimiento de la ociosidad urbana, no sin fruto en lo agudo de sus reprehensiones...

    Pero he aquí que, no contenta España con este insigne mérito, pretende el singularísimo de haber dado a Roma el mejor de sus legisladores. En Séneca le había dado ya el intérprete de las leyes de la Naturaleza; el maestro de las obligaciones humanas, sin cuya aplicación y conocimiento la legislación civil es mas bien yugo que freno de la humanidad. En el universal Adriano le suministró después el segundo Numa, tanto mas recomendable que éste, cuanto lo indeciso, inconstante y vario del Derecho de Roma, en un tiempo en que dominaba al orbe, inducía mayor necesidad de afirmar en leyes fijas el centro de tan vasto imperio....

    Estaba reservado al español Adriano fijar de una vez la perturbada jurisprudencia imperial y trasladar tan señalado ejemplo a los jurisconsultos Gregorio y Hermógenes; a los Emperadores Teodosio y Justiniano y a cuantos después de él se dedicaron a poner en orden la enmarañada selva del Derecho...

    Lo preveo ya: si no se le agradece a España el nacimiento y educación de un soberano tan benemérito de los hombres, peligro corre el grande Ossio; peligro también el Horacio cristiano, Prudencio. Para los que se apellidan filósofos en nuestros días, lejos de ser mérito haber dirigido el primer Concilio general de la Iglesia de Jesucristo, será un efecto de fanatismo; y haber escrito excelentes versos en elogio de los Mártires y en defensa de la Religión, será igualmente lamentable fruto de una preocupada y supersticiosa credulidad...; y despreciarán a Ossio, el catequista de Constantino, el oráculo de la Fe de Nicea, y el mayor Prelado de su siglo en letras, en gravedad, en integridad, y en elocuencia...

    El pío, el inmortal Ossio, fue el instrumento que empleó la mano de Dios para perpetuar la regla de tu unidad y el eterno fundamento de tu duración, dejando a los hombres el símbolo de los decretos del cielo, para que restituyan la paz a la tierra siempre que quieran resolverse a obedecer los documentos del hijo de María. Sí, injuriada España, no te detengan los dicterios de una turba que maldice de lo que la acusa; haz honrada ostentación de tu Prelado de Córdoba: oponle a los mayores varones de cualquiera otra gente: repite, ensalza su crédito, su opinión, su saber, sus fatigas en beneficio de la religión. También esta es filosofía y harto mas sublime, harto mas santa, harto mas necesaria, que los repugnantes sistemas de los sofistas: y pues Ossio se desveló tanto en sus adelantamientos, no es menos acreedor que cualquiera artífice de mundos a la estimación y reconocimiento de su patria...

    Ella educó a Prudencio, el mejor poeta de aquel siglo; y no sin razón. Acaso era entonces España entre las provincias latinas la que mas se señalaba en las letras. Dio un doctísimo y santísimo Pontífice a la silla de Roma: un insigne orador a las escuelas de elocuencia: un poeta no despreciable a la Geografía: un historiador a todos los imperios; al Romano un Príncipe clementísimo y suficientemente literato; ni decayó mucho con la irresistible irrupción de los septentrionales. La multitud de sus Concilios, y la legislación del Fuero Juzgo, dictada por los sabios Prelados que componían aquellas santas asambleas, y que Carlo Magno juzgó digna de que se copiase en gran parte en sus ‘Capitulares’, indican bien que si la ferocidad de una inundación de naciones bárbaras subyugó a la siempre apetecida España, supo ésta inspirar en sus tiranos sentimientos de verdaderos Príncipes y convertir en Monarcas a los usurpadores... Caras sombras de los varones eminentes en virtud y sabiduría, que en aquellos tiempos de furor , de estragos, de inquietud horrenda y universal conservasteis por largo tiempo en España los vestigios de su antiguo esplendor; si no ilustro mi narración con los inmortales partos de vuestras vigilias y provechosa laboriosidad, no es porque no os crea preferibles a cuanto produjo entonces la oprimida tierra. Vuestra memoria durará cuanto el amor a la piedad, a la prudencia y a la virtud...

    En vuestros altos méritos consistía la universal cultura, según el estilo de aquella edad, que hallaron los árabes en España cuando la entraron. Su dominación trasladó a ésta las ciencias de Oriente, como ya dije, y lo que fue una fatalidad para el estado público de la nación, fue un triunfo para sus progresos literarios sobre toda Europa. Los árabes de España la enseñaron a establecer colegios, a edificar observatorios astronómicos, laboratorios químicos, repuestos públicos de medicamentos, reducir a arte la Botánica. ¿Qué aumentos no les debió la Medicina, en tanto grado que el mismo Hipócrates no se avergonzaría de aprender de ellos en muchas cosas? Suya es la invención de las destilaciones químicas, desconocidas de toda la antigüedad: suyas las operaciones del fuego... Suyo el descubrimiento y sustitución de los purgantes benignos a los pocos y peligrosos que empleaba la antigüedad... Suyo el uso del azúcar para formar jarabes, y conservar largo tiempo otras medicinas... La Historia Natural, singularmente aplicada a la Medicina, le es también deudora de notables adelantamientos: el anacardo, sándalo, nuez moscada, el almizcle, ámbar, alcanfor...

    Ni se descuidaba entretanto la subyugada parte de la Nación. Tres Raimundos, casi a un mismo tiempo, aceleraban los progresos de la sana literatura, y agregándola nuevas provincias, insensiblemente iban preparando la feliz revolución que completó después el inmortal Vives. Raimundo de Peñafort, elegido por un Pontífice para dar la última perfección al Código de la legislación eclesiástica, en que ya habían trabajado otros sabios españoles, desempeña dignamente su encargo, da leyes a Roma cristiana, y por no hacer inútil su ocio convierte sus conatos a animar el estudio de las lenguas de Oriente.

    Auxiliale, incitando a todos los Papas, a todos los Príncipes que conoció, su paisano el nunca fatigado Lulio. Abren las primeras escuelas: aquél en Barcelona, éste en Mallorca; rómpese el velo que obscurecía y ocultaba los retiramientos de la antigüedad: percibe Clemente V la luz que desde España iluminaba a la Religión, a la Historia; y a la noticia de los antiguos conocimientos inclínanle oportunamente las instancias del filósofo mallorquín, y decreta por fin en el Concilio de Viena la célebre constitución en que ordena a Roma, Paris, Oxford, Bolonia, y Salamanca mantener cátedras públicas de lenguas orientales con dos maestros en cada una.

    Raimundo Sabunde, por otra parte, se abismaba en la profunda filosofía del hombre, y con atenta meditación se internaba en el orden de su naturaleza. Su reflexión sobre el fin de las potencias intelectuales le guía al descubrimiento del Ente supremo, y deduciendo las relaciones que debe haber entre la criatura racional y su Creador, expone los principios de la religión natural, y enseña al hombre sus obligaciones...

    Los esfuerzos de estos varones (que nombro con singularidad porque contribuyeron a la ilustración de toda Europa); la intención del sabio Alfonso a propagar en sus dominios las artes útiles; las multiplicadas bibliotecas y escuelas de los árabes; la multitud de doctores extranjeros que acudían a España a llevar de ella a sus patrias las ciencias Matemáticas y Naturales de que carecían, dan un evidente testimonio de que cuando los griegos, que arrojó a Italia la toma de Constantinopla por los mahometanos, esparcieron con la lengua griega los estudios de Humanidad y el sabor de la filosofía de su país, no era el del Ebro el que mas necesidad tenía de sus lecciones. Le aprovecharon, ¿porqué se ha de negar?, y no fue pequeña gloria para España señalar la ilustración que recibía con nuevos beneficios a la literatura. En efecto, no bien se restituye a España el doctísimo Antonio de Nebrija, cargado con los despojos de las letras griegas y latinas, cuando, abriendo la guerra contra los acursianos manifiesta la barbarie de sus comentos, y se declara primer restaurador del Derecho que fundó el Español Adriano, coprovincial suyo. Alciato puede tener la gloria de haber escrito mayores volúmenes; pero el breve Diccionario jurídico de Nebrija, en corto papel, fue la brújula que dirigió el rumbo allanado después por el gran Arzobispo de Tarragona.

    ¿Y qué diré yo aquí del gran Ministro de Fernando el Católico y la prudente Isabel, de aquel eterno honor de la púrpura cardenalicia? Del que, con raro ejemplo de integridad, supo hermanar la Política con la Religión, la justicia con el poder, las riquezas con la sabiduría; a quien ni la autoridad, ni la adulación, ni el crédito, ni la peligrosa sagacidad del talento áulico desviaron jamás del austero ejercicio de la virtud, con la cual, como otros falsos políticos con el vicio y engaño, sembró en su nación las semillas de aquella grandeza que debajo del victorioso Carlos encogió y dejó atónita a toda Europa? Su Escuela de Alcalá no fue hija en todo de la universal reforma que se atribuye a los griegos expatriados. Con larga sucesión se derivaron a ella, sin salir de los límites de la Península, el conocimiento de los idiomas de Oriente (que no vino de Constantinopla); los estudios sagrados y jurídicos, que florecían ya en España con suficiente cultura; las ciencias Matemáticas que eran enseñadas por profesores españoles en Paris, y las Naturales que en toda su extensión fueron provincia mas propia del árabe que del griego..; pero ninguna nación de Europa presentará a aquella sazón mayor numero de varones doctísimos en lo que no enseñaron los griegos y se sabía en España que fuesen capaces de desempeñar la ardua empresa que acabaron dichosamente Alfonso de Zamora, el Pinciano, Nebrija, los dos Vergaras, Zúñiga, Coronel y Alfonso de Alcalá.

    El legítimo uso de la erudición oriental nació en esta época para Europa, cuando ya en España era, no solo común, pero empleada debidamente en asuntos dignos, como lo acreditó el Franciscano Raimundo Martínez, aprovechadísimo alumno de la escuela de Barcelona. Son vanas las pretensiones de algunos países sobre el principal influjo en la restauración universal de la literatura, que se observó generalmente al tiempo del Imperio de Carlos V. Los estudios sagrados jamás decayeron en España, como es fácil probar por una continuada serie de Prelados y Teólogos Españoles consumadísimos, que disfrutó Roma sin interrupción. La enseñanza de las lenguas orientales fue también fruto de los conatos de dos doctos Españoles. Uno de ellos, Raimundo Lulio, comenzó el primero a apartarse del común modo de filosofar, y el otro perfeccionó, por suprema autoridad la legislación de la Iglesia. Nebrija, hecho jurisconsulto en España, unió al Derecho las Humanidades que tomó de los griegos de Italia, y dio principio a extinguir la barbarie con que los jurisconsultos italianos habían afeado y hecho ridículo el Derecho de Roma...

    ¿Cuanta enseñanza no comunicó a Europa, al Universo, el penetrante, el descubridor, el sagacísimo Juan Luis Vives?... ¿Por qué mi España, mi sabia España, no ostenta en la capital de su Monarquía estatuas, obeliscos eternos que recuerden sin intermisión el nombre de este ilustre reformador de la Sabiduría? No fue el nombradísimo Bacon más digno del magisterio universal, que le ha adjudicado el olvido del grande hombre que le llevó por la mano, y le indicó el camino... Vives perfeccionó al hombre; demostró los errores del saber en su mismo origen; redujo la razón a sus límites; manifestó a los sabios lo que no eran, y lo que debían ser... España se anticipó a recoger frutos que eran tan suyos. Convirtió hacia sí la enseñanza del mas docto de sus hijos y aprovechó rápidamente en los documentos que adoptaba ya toda Europa. No hubo progreso suyo, siguiendo los pasos de tan gran varón, que no diese en su patria un nuevo aumento a la Sabiduría. Aprende de Vives el Brocense a emplear en todo la Filosofía; aplícala a la investigación de las causas del idioma latino..; y manifestando al Lacio lo que no investigó en el mismo siglo de Augusto, se apodera de las escuelas latinas, y adquiere en su Minerva el nombre que hasta entonces no había merecido ningún gramático.

    Hieren a Melchor Cano las amargas quejas de su patricio sobre el lloroso estado de la Teología: dase por enterado: medita, reflexiona sobre la tópica que debiera establecerse peculiarmente en cada ciencia, antes que Bacon contase esta tópica entre las que faltan; reduce a sus fuentes los argumentos teológicos; los pesa, los confirma; y copiando en parte a Vives, y usando en parte de su penetración, forma la ciencia teológico-escolástica, ordenándola en sistema científico, y dando su complemento a la primera ciencia del racional.

    La Medicina, entre todas, se aventajó en progresos que debe agradecer perpetuamente la humanidad, promovidos por el estudio de la experiencia en ningún otro país con mejor éxito que en España. Heredia observa la mortífera angina: descríbela exactísimamente; despierta Europa a las advertencias del médico español ... y, mejor Esculapio que el fabuloso, salva la vida a innumerables hombres. Ejecuta Mercado igual milagro del arte en las perniciosas calenturas intermitentes, solapada enfermedad que infaliblemente llevaba al sepulcro a cuantos acometía. En tanto, un monje español participa al Orbe el extraño y portentoso arte de dar habla a los mudos, para que después de un siglo se lo apropiase desembarazadamente un extranjero. La exacta experiencia, las puntuales historias de las enfermedades, el conveniente auxilio a los progresos de la humanidad doliente, el examen de las virtudes que en los seres colocó el Creador para el recobro de la salud, eran la Medicina de nuestros profesores. Abrense las riquezas del Nuevo Mundo, y observándolo Monardes con distinta vista que los negociantes de Europa, examina atento sus plantas, piedras, bálsamos, frutos, y escribe la primera ‘Historia medicinal de Indias’, tesoro mas exquisito que el del inagotable Potosí.

    ¿A qué ciencia, a qué arte no llegó la ilustración filosófica del fecundo Vives? En los teólogos y juristas que éste formó, halló Grocio los materiales con que ordenó el Código de las naciones, y la jurisprudencia de los Monarcas.

    Habíanos venido de Francia el inepto gusto a los libros de caballería, que tenían como en embeleso a la ociosa curiosidad del vulgo ínfimo y supremo. Clama Vives contra el abuso; escúchale Cervantes; intenta la destrucción de tal peste; publica el Quijote, y ahuyenta como a las tinieblas la luz al despuntar el sol, aquella insípida e insensata caterva de caballeros, despedazadores de gigantes y conquistadores de reinos nunca oídos.

    ¿Y no osaré yo afirmar que el verdadero espíritu filosófico, mas racional y menos insolente que el ponderado de nuestros días, comunicado a todas las profesiones y artes en aquel meditador siglo, perfeccionó también las que sirven a la ostentación del poder humano, que copian los vivos seres de la Naturaleza, que levantan soberbios testimonios de la inventora necesidad del hombre? ¿Pudo ser Herrera el Arquitecto del Escorial sin filosofía? Sin ella Rivera, Murillo, Velazquez con breve pincel, los émulos del poder divino?...

    Mi mente embebecida con la contemplación de su grandeza misma, manifestada en las obras de tan insignes genios, mueve perezosamente la pluma, que detenida con el letargo de la consideración, admira mas que produce y refiere. No olvida, pasa en silencio de propósito otros muchos y señaladísimos beneficios, que en las ciencias, artes y profesiones de pura conveniencia ha producido el ingenio español. Mi intento fue demostrar que en los asuntos útiles no hay nación que pueda disputarnos los adelantamientos...

    JUAN PABLO FORNER (1756-1797), ‘Oración apologética por la España y su mérito literario’ (1786).



    ¿QUÉ SE DEBE A ESPAÑA? (ABATE CARLO G. DENINA)

    “449
    Se lee en la nueva Enciclopedia por orden de materias: ‘¿Qué se debe a España? Desde hace dos siglos, desde hace cuatro, desde hace diez, ¿qué ha hecho por Europa?’

    Es asombroso que un francés, en una obra que, desde algún punto de vista, tiene carácter nacional, hiciera esta pregunta precisamente en el tiempo en que Francia sostenía una guerra con los ingleses para hacer independiente de una potencia europea los países que España había dado a la Europa, y en el tiempo en que España hacía los más grandes esfuerzos para garantizar nuestras costas meridionales de las incursiones de los corsarios africanos protegidos por Francia. Si el señor Masson, redactor de este artículo, ha creído que al rebuscar los progresos del ingenio humano y de la sociedad en general, se debe hacer abstracción de los intereses de los Estados, ¿cómo no ha temido que un español, a su vez, le pregunte sobre lo que hace la Francia por el género humano desde que existe?...

    Tampoco debo callar aquí que el sr. Cavanilles ha publicado en París hace ya más de un año observaciones sobre este mismo artículo... Me atendré a las expresiones que el sr. Masson se ha servido, porque no se contenta con preguntar lo que ha hecho la España desde hace algún tiempo, sino que demanda lo que ha hecho por la Europa desde hace cuatrocientos, desde hace mil años. Yo contesto que la España ha hecho por la misma Francia, desde el tiempo de Carlomagno y de Alcuino hasta el ministerio de Mazarino, mucho más que la Francia haya podido hacer por las demás naciones.

    Para seguir algún método, hablaré de las ciencias y de las artes con arreglo a su división ordinaria: Teología, Jurisprudencia, Medicina, Física, Matemáticas, Bellas Letras y Bellas Artes.

    Temo que al nombrar la Teología se levante alrededor mío un murmullo... Esta ciencia ha hecho ciertamente grandes progresos en las escuelas de París. Verdad es que algunos de los grandes profesores no eran franceses: San Anselmo, Pedro Lombardo y Santo Tomás eran italianos; Alberto el Grande y Alejandro de Hales, alemanes; Escoto era escocés. Pero lo que importa decir es que antes que hubieran aparecido estos grandes maestros de la Teología escolástica, un español, obispo de Zaragoza, llamado Tajón, había dado el primer modelo de un cuerpo de Teología, y que el primer tratado completo de moral cristiana ha sido la obra de un dominico español... Los biógrafos franceses apenas encontrarán glosadores de la Biblia más juiciosos y más útiles que los Maldonado y los Saa. Verdad es que el Molinismo y el Quietismo deben su origen a los teólogos españoles, y que Jansenius fue una creación de Felipe IV; pero ¿es en España donde se encendió el fuego de las querellas que han atormentado a la Iglesia con respecto a estas doctrinas? ...

    Pero, después de todo, los moralistas escépticos que han hecho honor a la Francia, ¿no se han formado con los libros españoles, tanto como con los alemanes y con los italianos? Porque es de notar que, repasando algunos, los libros clásicos de este género, como la ‘Imitación de Jesucristo’, el ‘Combate espiritual’, la ‘Filotea’, se hicieron en Francia; que los Rodríguez, los Granada, el Cartujo y el fraile Molina eran españoles, y de todos ellos se han aprovechado bien los estimables solitarios de Port Royal que los tradujeron.

    Seguro es que a pesar de la superstición que se complace en atribuir al carácter español el fanatismo religioso, jamás ha hecho en España tantos estragos como en Francia. El cardenal Guillermo de Blois ¿no fue uno de los primeros que creyeron rendir un homenaje a la divina Providencia, entregando a las llamas a los que no pensaban como él? El espíritu perseguidor de los jesuitas ¿en dónde tuvo su origen?...

    La Europa, desde hace largo tiempo, se reprocha las guerras insensatas que sostuvo durante los siglos XII y XIII [las Cruzadas]..., ¿se debe culpar a los devotos españoles? ¿o a los devotos franceses? Todo el mundo sabe de qué nación era San Bernardo, el hombre más grande que la Francia tuvo en aquellos siglos, y nadie ignora que el mejor de los reyes que Francia ha tenido ha sido el jefe de las Cruzadas más ruinosas.

    (...) Algunas de estas instituciones [Órdenes religiosas] han tenido por objeto el de mitigar los males de la humanidad que eran inevitables. Si España no ha sido la cuna de todas estas Órdenes, lo ha sido de una gran parte de ellas. ¿Cuál es la que ha nacido en Francia? La de los cartujos.

    La Ciencia del Gobierno, que constituye la parte principal de la Jurisprudencia, de que voy a hablar, nació en España casi al mismo tiempo que en Italia. No pretendemos canonizar a Fernando V, rey de Aragón, aun cuando se le haya dado el sobre nombre de Católico. Pero ¿a quién debemos establecimientos más útiles que a ese rey español? El sistema de milicia nacional y de ejército permanente..., hasta cierto punto es obra de dicho Fernando... Por otra parte, ¿se podría establecer un paralelo entre los cardenales ministros Cisneros y Richelieu, sin dar preferencia al primero?

    No todo el mundo está de acuerdo sobre la influencia que han tenido los libros que tratan del derecho de gentes en la constitución de los Estados. Si sobre éstos creemos a Voltaire, el ‘Espíritu de las Leyes’... no ha hecho cambiar un solo artículo de los códigos de las naciones... Sea de ello lo que fuere, los más célebres autores de estas materias se han formado con libros españoles, pues sin contar los Suárez, los Vázquez y los demás escolásticos tan alabados por Grocio, la España tuvo a los Fox Morcillo, los Mariana y tantos otros que han hecho mucho más que los Hobbes y los Grocio, que en su mayor parte han precedido a Bodino, que pasa por ser uno de los primeros y de los más profundos.

    En el Derecho civil no han aventajado menos los españoles a los franceses. Covarrubias era citado antes que Cujas por todos los jurisconsultos de todas las naciones que habían aceptado el Derecho romano. Los italianos no dudan en colocar junto a Alciato su contemporáneo, ...al español Covarrubias. Asimismo, un autor francés que debe conocer España porque estudió diez años en el país ha dicho: “El número de jurisconsultos allí es infinito y no se podría negar sin injusticia el que allí la Jurisprudencia es enseñada tan fundamentalmente como la más refinada política”.

    Si volvemos al vista al Derecho canónico..., la Francia... ¿ha tenido, como España un Raimundo de Peñafort? ¿... que el español Antonio Agustín ...sabio, juicioso y prudente canonista? Cualquiera que fuese el saber de los dos Pithou..., no se podría encontrar ninguna de las máximas consignadas en este libro que no lo haya sido en los Concilios de España y que no la hayan enseñado los canonistas españoles. Me bastaría nombrar a Francisco Salgado de Somoza, Francisco de Vitoria y Gabriel Santander, los Vargas, los Sepúlveda, los Simancas, y acaso conviniera mencionar también a Van-Espén.

    (...)¿No es de España de donde nos han llegado los libros [de Farmacia] que se estudiaron durante cuatro siglos en Italia, en Francia y en todo el Norte civilizado de Europa? Se me objetará que estos libros no están ya en uso y que sus autores eran árabes. En cuanto al uso, yo pregunto de buen grado si son absolutamente mejores que los que se han cambiado por ellos. (...) Un sabio apologista de la literatura española pretende que los árabes, así como los visigodos al encontrarse establecidos en España, debe considerarseles como formando parte de la nación, lo mismo que los francos y los borgoñones están comprendidos en la nacionalidad francesa. Pero dejemos a un lado los árabes y preguntemos si Fernel ha sido más grande y más célebre en esta ciencia que Francisco Vallés y si ha habido en Francia médicos superiores a Hernández, a Herrera y a tantos otros del mismo siglo y de la misma nación.

    Si los descubrimientos que han hecho los españoles en un Nuevo Mundo han traído desgraciadamente a Europa una enfermedad hasta entonces desconocida, los médicos españoles han sido los primeros en encontrar remedios para ella. Pedro Pintor y Gonzalo Oviedo no son ignorantes ni desconocidos de los franceses ni de los italianos.

    Pero es necesario tocar algún aspecto de la Anatomía... (A) los italianos... se deben los primeros progresos que hizo la Anatomía... Los flamencos, entonces súbditos españoles, les siguieron de cerca. Vesalio, médico de Carlos V, es todavía muy célebre, y durante algún tiempo un español llamado Valverde fue considerado hasta en Italia como un gran anatomista. ¿Qué tenía entonces la Francia en este orden de cosas? La Vasseur no valía más que Valverde.

    (...) La Italia y la Alemania han superado a las demás naciones en la Botánica y en la Economía rural... Pero cuando se hace memoria de los establecimientos que hizo el cardenal Albornoz en Bolonia, de los que salieron los primeros libros de Agricultura y de Historia Natural, la misma Italia está en deuda con este prelado castellano por los progresos hechos en este orden... Por lo demás, si los españoles no se han dedicado a dar a conocer las producciones del antiguo continente, no han dejado por lo menos de proporcionarle relaciones exactas y razonadas de las plantas, de los minerales y de los animales del nuevo continente que acababan de descubrir.

    Yo sé que Ulises Aldovrandi, el verdadero restaurador de la Historia Natural, sólo comenzó a dar a conocer sus talentos a la vuelta de un viaje que hizo a España. Tournefort no pasó los Pirineos por buscar y coger las hierbas solamente; este hombre célebre... sabía muy bien que España había tenido a los Acosta, a los Hernández, a los Funes, a los Herrera, que habían ilustrado diferentes ramas de la Historia Natural, y que la España podía ofrecerle alguna cosa más que sus producciones naturales.

    Como no es la Francia la que ha producido los Geber, los Roger Bacon y, en los últimos siglos, los Boyles, los Willis, los Staahl y los Vanhelmont, un francés es el que menos derecho tendría a preguntar qué es lo que españoles han hecho en la Química. En todo caso podríamos contestar que Raimundo Lulio era español y que Paracelso no era francés. Además de esto, debemos a los españoles los conocimientos más necesarios para la separación de los metales, que es acaso la parte más esencial de la Química. El jesuita Acosta, en su ‘Historia Natural y Moral de las Indias’, nos suministra noticias mucho más detalladas sobre las amalgamas que las que teníamos de Plinio, de Vitrubio y de los demás autores que le precedieron. Poco después, y en la misma época, Alfonso Barba, español, hizo sobre esta materia un tratado que los franceses todavía encontraban útil ciento cincuenta años después, porque de él se dio una traducción francesa en el año de 1751, después de las que había en alemán y en inglés, y no es ésta la única parte en que los españoles han sido útiles a los franceses.

    (...) ¿Pero podemos dispensarnos de decir aquí que una gran parte de su sistema [de Descartes] parece tomado de Pereira Gómez en su famoso libro titulado ‘Antoniana Margarita’, y de las obras de Francisco Valles?

    El sabio y honrado Feijóo, que hizo el elogio de su nación al mismo tiempo que trataba de ilustrarla y de curarla de sus prejuicios, ha declarado francamente que jamás España había hecho nada en la Física y que la España no tenía nada más que seguidores de Aristóteles. Viviendo en un tiempo en que Europa era una mitad cartesiana y otra neutoniana, Feijóo no se atrevía a pensar que se pudiera, siguiendo a Aristóteles, entrever grandes verdades en el libro de la naturaleza, y que los peripatéticos españoles pudieran suministrar buenas luces alos cartesianos franceses.

    Ni España ni ninguna otra nación disputan a Vieta el honor de haber inventado, en alguna manera el Álgebra, aunque los franceses no ponen en duda que fuera precedido por Tartaglia, por Ferri, por Cardano y otros italianos. Y si se quiere comprehender a los portugueses bajo el nombre de españoles, Núñez fue anterior a Vieta en muchos años y le ha ayudado con sus luces. (...) Lo seguro es que debemos a España este método de calcular, sea porque los españoles lo hayan inventado, sea porque lo hayan recibido de los árabes.

    No es menos cierto que los españoles han contribuido antes que los franceses a los progresos de las demás partes de las Matemáticas. La Europa, en verdad, debe mucho a un francés del siglo XI que fue elegido Papa con el nombre de Silvestre II... pero este Gerberto, este Papa Silvestre, justamente célebre, ¿en dónde aprendió sus doctrinas? ¿No es en España en donde fue a buscar lo que no encontraba en Francia?

    Dos italianos... de la Edad Media, Juan Campanus Novarois y Gerardo de Cremona también han estudiado o enseñado las Matemáticas en España...Y cuando Juan de Sevilla tradujo el ‘Alfragan’ del árabe al latín, ¿había prestado Francia a Europa un servicio semejante?

    (...) En este género (Astronomía) la Italia, la Alemania y la Inglaterra sirvieronse mucho tiempo de las Tablas alfonsinas, obra hecha por los españoles...

    Yo dudo de hasta de si en todo el siglo XVI ha habido en Francia astrónomos comparables a Alfonso de Córdoba y Juan de Rojas... Diré más: que hasta la mitad del siglo XVI los italianos no creían encontrar en ningún otro país mejores maestros de Astronomía que en España. En efecto, Agustín Ricci... astrónomo muy estimado en su tiempo, fue a estudiar Astronomía en Cartagena y en Salamanca. Séame permitido observar aquí que los españoles han tenido parte en todas las invenciones y en todos los acontecimientos de los siglos XV y XVI.

    (...) España puede pretender haber introducido en Europa el papel de hilo. Invención acaso más útil que la de la imprenta, puesto que ésta sin aquélla carecería de importancia. La España y Portugal son las naciones que han hecho el uso más brillante de la brújula y de la Cosmografía, que los antiguos hicieron renacer... ¿Cuál es el cosmógrafo, el navegante, el capitán que se ve nombrado de entre los franceses en toda la historia del descubrimiento de América?...

    Temo que se interprete mi memoria como una sátira y no me atrevo a preguntar si en París se ha tomado a los otomanos como europeos y si se cree que estos bárbaros hayan hecho algún bien a Europa, mas es forzoso preguntarlo: cuando la Europa estuvo amenazada por las armas de Solimán y de Selim ¿quién fue el que las rechazó? La batalla de Lepanto detuvo los progresos de una potencia que había sembrado el espanto en los corazones cristianos. Había en ella buques guerreros de los venecianos, piamonteses, toscanos y de otros Estados marítimos meridionales que supieron juntar los españoles para contener el torrente. ¿Qué hizo Francia en aquella ocasión? ¿Fueron tropas francesas o españolas las que sirvieron de baluarte a Hungría?

    Por ese mismo tiempo se trabajaba para arreglar el Calendario; operación en la cual las Matemáticas hacían imprescindible su utilidad... Pero es de observar que en el cómputo que hizo Gregorio XIII con este fin, las Tablas alfonsinas habían sentado el primer fundamento y además intervinieron Alfonso Chacón, español, y tres napolitanos súbditos del rey de España...

    La mecánica es una parte de las ciencias matemáticas y no dejaremos de notar aquí que España tuvo grandes ingenieros antes que Francia. Durante todo un siglo los franceses han creído que todo el arte de la fortificación había sido creado por Vauban... Con respecto a los orillones, que forman una parte esencial de la arquitectura militar, los españoles tienen tanto derecho como los alemanes a pretender el honor de haber instruido al célebre ingeniero francés. Para las minas, que también son parte esencial de la arquitectura militar, nadie disputa la invención al español Pedro Navarro.

    Los españoles tienen asimismo tan justas pretensiones como los franceses al descubrimiento de la circulación de la sangre...; es, sin embargo, seguro que el español Miguel Servet aportó más luz sobre esta materia que el francés Baseur. España... puede pretender otra de la misma naturaleza, que es la del fluido nervioso, que Doña Oliva de Sabuco fue la primera en hacer notar.

    (...) sobre la manera de hacer hablar a los mudos. Si los libros españoles no estuvieran desgraciadamente pasados de moda, hubiera sido ésta la ocasión de citar a Pedro Ponce, benedictino del convento español de Sahagún, que lo ha inventado o practicado con gran éxito, no solo cincuenta años antes que el abate l’Epée y antes aun que el inglés Wallis y que el suizo Ammal...

    Todavía sería oportuno añadir que Galileo... que los españoles han trabajado con él y le han alentado con ofertas halagüeñas. Yo tengo una carta original de Galileo, por la que se ve que un señor Guevara, en el año 1635, le había comunicado observaciones muy sutiles...

    (...) Los españoles han contribuido muchísimo al progreso de estos estudios [lenguas antiguas]. Fernando Núñez, que llevó a España el conocimiento del griego... ¿no precedió a los Etienne? La Biblia completa salía de las imprentas de Alcalá, en muchas lenguas, cuando el padre de los dos Etienne ensayaba imprimir el Salterio solo en cinco columnas. Antonio de Nebrija y Francisco Sánchez, ‘el Brocense’ ¿han hecho menos que estos franceses o vinieron después que ellos? Entre los que Francisco I llamó a Francia para enseñar las lenguas sabias había tres o cuatro españoles. Esto acaecía en el tiempo en que Luis Vives hacía con gran éxito la guerra a la escolástica. De este famoso triunviro de la literatura del siglo de Carlos V y de Francisco I: Budé, Erasmo y Vives,... éste tenía mejor juicio y más sentido crítico. Su obra sobre la decadencia de las ciencias y de las artes ha causado mayor efecto que ningún otro libro salido de Francia y hasta de Italia...

    Tuvo también España algunos buenos historiadores y literatos hábiles que aclararon el caos de la Historia antigua y de la Iglesia. Se leen en Italia las ‘Vidas de los emperadores’ obra traducida por Pedro Mexía,... doscientos años antes que lo hubieran hecho los Crevier y los Veau... Para la Historia Eclesiástica... los ‘Anales’ del cardenal Baronio ¿quien ayudó al sabio cardenal en la compilación de estos ‘Anales’? Pues era un dominico español llamado Tomás Maluenda a quien hizo el cardenal venir a Roma expresamente.

    No contaré entre los historiadores españoles, aunque fuera de una familia de reyes de España, al cardenal de Aragón que recogió las ‘Vidas de los Papas’, obra tan estimable como la que hizo Baluze en este género. Diré solo que sin los trabajos de Chacón y de Cabrera, la ‘Historia Eclesiástica’ de Fleury sería menos interesante. Para la Historia moderna o medieval, sería fácil comparar las Crónicas de los reyes de Castilla con las de Janville, de Froissard y de Monstrelet. Las bibliotecas de Historia ni aun en Italia ofrecen memorias más antiguas ni juiciosas que las del obispo Rodrigo Ximénez de Rada... y creo que España no es menos rica en buenos historiadores que Francia.

    (...) Después de todo se oyen todavía las arengas, las representaciones y los discursos forenses que se hicieron en Francia durante estos dos últimos reinados... ¿hubieran tenido mayor éxito que los de Núñez, Pérez de Oliva y de García Matamoros?

    Las apologías de la doctrina de Aristóteles que tenemos de Galland y de Perion ¿son hoy o eran en su tiempo acaso más leídas que los discursos pronunciados por los españoles sobre disciplina eclesiástica en el Concilio de Trento?

    Mientras tanto, los españoles formaban a las demás naciones en la elocuencia de la cátedra. Los franceses no tenían aun los Bossuet, los Bourdaloue ni los Lingendo cuando leían los sermones de Francisco de Borja, de Diego Murillo, de Gaspar Sánchez, del cardenal Toledo, de Peralta y de Paravicino. Por otra aprte, las obras de los Granada y de los Rodríguez contribuyeron a formar los Massillon mucho más que todos los autores franceses de aquel tiempo.

    Al hablar de la Poesía, se puede decir aun con mayor seguridad que Francia debe más a España de lo que los otros países deben a Francia. (...) El duque de Orleans, por ejemplo, puede ser comparado con el marqués de Villena y con el de Santillana, pero es posterior, y yo no sé de ningún poeta francés del siglo XV que haya alcanzado el éxito que obtuvieron Juan de Mena y Rodrigo de Cota. Paso en silencio a los Mendoza, los Boscán, los Garcilaso sobre los que nadie creo ques e atreva a colocar los Bellay, los Marot y los Rennier, que fueron sus contemporáneos...

    (...) No temo arriesgar una paradoja al decir que las demás naciones civilizadas perderían menos si faltaran las obras maestras del Parnaso francés de lo que hubiera perdido Francia de faltar los poetas españoles del siglo que precedió al de Luis XIV.

    Hay asimismo cierta especie de poesía en la que Francia no ha podido igualar a España. Los españoles leen todavía con placer tres o cuatro poemas épicos, mientras los franceses se sienten fatigados al cabo de un solo canto de la ‘Henriada’. El juicio sería aun mucho más decisivo si se comprendiera a Camoens entre los españoles. Por lo demás, puesto que teníamos la ‘Jerusalén libertada’ y ‘Los Lusiadas’ más de un siglo antes que la ‘Henriada’ es seguro que Europa nada debe a Francia en este aspecto...

    No terminaría de recorrer las obras de agrado y gusto con las que los españoles han suministrado modelos o ideas a los franceses. Cuando Francia había tenido ya su Pascal, su Fenelon y su Fontenelle, las personas más cultas y más instruidas no encontraban mejores libros que proponer a las princesas que las Novelas de Cervantes. Y nada hay en ‘El Diablo Cojo’, de Lesage, que no se haya tomado de la obra de Luis Vélez de Guevara.

    Pero sobre todo es en la poesía dramática en la que Francia se ha enriquecido a costa de España. Todos los que conocen un poco las obras de Corneille y de Moliere saben cuanto se han aprovechado de las invenciones de Lope de Vega y de Calderón de la Barca, y nadie ignora que la época luminosa de la tragedia francesa ha sido fijada por la imitación de una pieza española de Guillén de Castro. El autor del ‘Nuevo Diccionario Histórico’, al hablar de Scarron, dice que la moda de su tiempo era robar a los españoles cuanto se podía.

    Si los españoles con su imaginación fecunda no hubiesen suministrado argumentos a los poetas de otras naciones, Francia hubiera permanecido largo tiempo en sus asuntos ya trillados... No se trata de saber si las obras de Lope de Rueda, del capitán Virués, de Guillén de Castro, de Lope de Vega, de Cervantes, de Calderón y de tantos otros españoles están tan conformes con las reglas de Aristóteles y con las de Horacio como las de Corneille y las de Moliere. Se pregunta solo si esos restauradores del teatro francés se han aprovechado de lo que los españoles han escrito antes que ellos...

    (...) Los propios italianos declaran que a España se debe en gran parte el progreso que hizo la Música en el siglo XVI. Cuando no se hiciese memoria sino de Bartolomé Rami, Francisco Tovar y Diego Ortiz, que vivieron en los tiempos de Francisco I ... ¿podría presentar la música francesa un solo maestro de aquel tiempo comparable a estos tres?

    (...) Cuando la España tenía los Berruguete, los Becerra, los Vargas, los Pérez de Alexio, dignos discípulos de Miguel Ángel o del Tiziano, sólo había en Francia un Florentin llamado ‘le Roux’, primaticio de Bolonia, y un Juan Cousin, apenas conocido...

    (...) Francisco I había demostrado ya su gusto por las Bellas Artes antes de su desgraciada expedición a Italia; pero hasta después de su vuelta de Madrid no se dedica a hacer florecer estas Artes, sea porque las había encontrado más avanzadas en España, sea por las reflexiones que hizo en su reposo... Lo cierto es que España, bajo el reinado de Carlos V y Felipe II, tenía hábiles arquitectos, escultores y pintores, mientras que Francia sólo tenía iluminadores...

    Acaso los españoles del siglo de Felipe II no han dado a Europa tantas alhajas, tantas cajas cinceladas, tantos dijes, tanta variedad de estofas... pero ¿pretenderán que tengamos en consideración la ligereza de los petimetres, los caprichos de las señoritas de la Ópera y la disipación de los grandes arrendadores que han hecho a Europa tributaria de París? mas bien, acaso, deberíamos quejarnos de esas modas...

    No me persuado que quieran hacer comparaciones de lo que nosotros recibimos de Francia con lo que España nos ha proporcionado y suministra actualmente. Porque, en fin ¿han sido los españoles, a quien ahora se les reprocha el ser inútiles para Europa, ... los que han dejado cultivar el cacao, el azúcar o explotar sus minas? ¿Podremos comparar los preciosos metales con que España nos enriquece desde hace tres siglos con la plata trabajada en París? ¿... no son más convenientes los tejidos de punto de Venecia y España que los brocados de Francia? ¿Hacernos dudar de si el Norte de Europa tiene más necesidad de los tejidos de Lyon que de las lanas de España? ¿O no teníamos acaso índigo para teñir antes que Francia poseyese las Antillas y compartiera la isla de Santo Domingo?...

    Sin embargo, no se puede negar que España, desde hace algún tiempo, casi ha desaparecido del teatro de las Ciencias y de las Artes, y es forzoso dar la razón, en parte, al redactor de este artículo. Verdad es que habiendo formulado una acusación vaga e insidiosa contra España que abarca hasta diez siglos, el señor Masson ha dejado escapar las causas verdaderas de su decadencia, y que éstas merecen ser mejor estudiadas.

    Los españoles que encontraron recursos inagotables en el Nuevo Mundo no revelaron ningún deseo de comerciar con los demás países de Europa, y así no se pusieron en condiciones de seguir los progresos que en ellos se hacía... El oro del Perú, la plata de Potosí, las delicias de Italia, la industria de los flamencos... pertenecía a España ¿Cómo no había de dedicarse al reposo contando con tales ventajas? Las naciones están sujetas a los mismos vicios y vicisitudes que los hombres... tal como nosotros, a fuerza de persuadirnos de que no podemos tener rivales, nos encontramos al final con que otros nos acaban superando.

    He aquí lo que le ha sucedido a España: a mediados del siglo pasado [siglo XVII], cuando España comenzaba a caer necesitaba ser movida por alguna nación que pudiese darla esta emulación, tan útil a las naciones como a los particulares; pero esta nación no se presentó entonces a su vista. Desgraciadamente, se creyó superior a todo lo que la rodeaba. Hacían todavía alguna estimación de Italia, único país por donde los españoles viajaban... pero reinaba entonces en Italia el mismo mal gusto que en España.

    Alemania destrozada por las tropas de Fernando II y por los suecos aun no figuraba en la literatura ni era en las ciencias lo que había sido dos siglos atrás. Los holandeses eran mirados como unos marineros amotinados ¿Podía medirse España con un país que no era la treintava parte de sus dominios en Europa? Los Huygens, los Vosios, los sabios, los literatos de Leyden y de Utrecht eran tenidos en nada por los españoles.

    Inglaterra estaba igualmente muy lejos de excitar la admiración de los demás pueblos... el canciller Bacon poco estimado en su patria entonces, menos lo era aun en otra partes. Shakespeare nada suponía para España. Milton era desconocido y apenas habían nacido Newton y Locke.

    Aun cuando Francia no alcanzaba todavía la consideración que tuvo al final del siglo XVII, era la única que podía merecer la atención de España, pero la antipatía era demasiado grande... para informarse de los progresos franceses en Artes y Ciencias. Cuando el orgulloso ministro de Luis XIII se sintió emulado por los favoritos de Felipe IV, los grandes de España no estaban dispuestos a imitar a los franceses...

    Ya en los comienzos de este siglo [siglo XVIII], España había pasado a ser dominio de un príncipe de la Casa de Francia, y estando gobernada por franceses, tuvo más repugnancia que nunca a aparecer discípula de una nación rival. Los franceses hubieran querido enseñar sus gustos, sus maneras y su idioma a España, y así resultó algo que no era español ni francés... España no ha comenzado a volver hacia lo que debía ser más que cuando ha visto en el trono a reyes nacidos en su seno y tiene a la cabeza de sus negocios ministros cuyos intereses no pueden ser distintos de la Nación y del Estado”.

    ABATE CARLO GIOVANNI DENINA (1731–1813), ‘Discurso leído a la Academia de Berlín” el 26 de Enero de 1786.



    ALABANZA DE ESPAÑA:

    450
    “La península llamada España sólo está contigua al continente de Europa por el lado de Francia, de la que la separan los montes Pirineos. Es abundante en oro, plata, azogue, piedras, aguas minerales, ganados de excelentes calidades y pescas tan abundantes como deliciosas. Esta feliz situación la hizo objeto de la codicia de los fenicios y otros pueblos. Los cartagineses, parte por dolo y parte por fuerza, se establecieron en ella; y los romanos quisieron completar su poder y gloria con la conquista de España, pero encontraron una resistencia que pareció tan extraña como terrible a los soberbios dueños de lo restante del mundo.”
    JOSÉ CADALSO (1741-1782), ‘Cartas marruecas’.



    ELOGIO DE ESPAÑA Y SUS PROVINCIAS:

    451
    “Juicio imparcial de la nación en general y particular por provincias que la componen.

    ESPAÑA:

    El español es honrado,
    Es esforzado y valiente,
    Es moderado y prudente,
    Buen marino y buen soldado.
    Es obediente y callado,
    Es generoso y sufrido,
    Ingenioso y atrevido;
    Y con tal disposición,
    Por falta de aplicación
    Es un tesoro escondido.

    CASTILLA LA NUEVA:

    Castilla la Nueva es
    País sano y agradable;
    La gente, bastante amable;
    Más afecta al interés;
    Todos los campos que ves
    Cultivados con ardid
    Hacen mucho más que un Cid,
    Sin catar jamás el pan,
    Si un año con otro dan
    Cebada para Madrid.

    CASTILLA LA VIEJA:

    Es el castellano viejo
    Hombre de buen corazón
    Y de muy santa intención
    Para dar un buen consejo,
    No es hombre de gran despejo,
    Es algo largo y mohíno
    Y el fruto más peregrino
    Que su sencillez encierra
    Es sólo el que da la tierra:
    El pan, pan y el vino, vino.

    ALCARRIA:

    El alcarreño sencillo
    En su modo de vivir,
    No sabe jamás salir
    De entre romero y tomillo.
    En cualquiera lugarcillo
    Se cría gente muy fiel;
    Echan los pobres la hiel
    Trabajando como brutos,
    Y, al fin, sus colmados frutos
    Es un poquito de miel.

    MANCHA:

    El que llega a caminar
    Por la Mancha, sin falencia
    Le enseñan con gran frecuencia
    La horca antes que el lugar.
    No gustan de trabajar,
    Es gente de poca espera,
    Arman pronto una quimera,
    Y nunca de hambre se mueren,
    Pues son dueños cuando quieren
    De lo que tiene cualquiera.


    EXTREMADURA:

    Espíritu desunido
    Anima a los extremeños;
    Jamás entran en empeños
    Ni quieren tomar partido;
    Cada cual en sí metido
    Y contento en su rincón,
    Huye de toda instrucción,
    Y aunque es grande su viveza,
    Vienen a ser, por pereza,
    Los indios de la nación.

    ANDALUCÍA:

    Al andaluz retador
    Y excesivo en ponderar,
    No se le puede negar
    Es gente de buen humor,
    Jamás conservan rencor;
    Galantean a sus madres,
    Nunca viven sin comadres,
    Y en sus desafíos todos
    Se dicen dos mil apodos
    Y luego quedan compadres.

    ARAGÓN:

    El aragonés, callado,
    Todas las cosas emprende
    Con tesón, y las defiende
    Con espíritu osado;
    Testarudo y porfiado
    A nadie cede su gloria;
    Y para formar historia
    Jamás perdona fatiga
    Y aspira siempre a la intriga,
    Al dominio y la memoria.

    CATALUÑA:

    El catalán, bullicioso,
    Carruajero y navegante,
    Mercader y fabricante,
    Jamás vive con reposo.
    Es un país escabroso,
    A costa de mil afanes,
    Marca tierra, hace planes,
    Y aunque sea en un establo,
    Al fin, por arte del diablo,
    Hace de las piedras panes.

    VALENCIA:

    Valencia, fuera de chanza,
    Que infunde a todos infiero
    Un espíritu ligero
    Muy dispuesto a la mudanza.
    Llevan muy floja la panza;
    Son de corazón muy frío;
    Habitan siempre en un río,
    Y, al fin, tienen de este modo
    La substancia para todo,
    De gente de regadío.

    MURCIA:

    El murciano, trabajando
    Alegre en su barraquilla,
    Al son de una guitarrilla
    Pasa la vida cantando.
    El suele de cuando en cuando
    Jugar una morisqueta;
    Pero su intención es quieta,
    Y cuidar sus naranjicos,
    Criar cuatro gusanicos
    Y guiar una carreta.

    GALICIA:

    No se le puede negar
    A los gallegos más legos
    Que vale por mil gallegos
    El que llama a despuntar;
    No prueba su paladar
    Más que coles y pan seco
    Y hasta el niño más enteco
    Baja el verano a segar
    Con gusto a todo lugar
    menos al lugar de Meco.

    MARAGATOS:

    Los maragatos bonazos
    No son bestias por un tris;
    Que cualquiera del país
    Es un pobre calzonazos.
    Vendiendo mil embarazos
    Van y vienen muy de prisa
    Con sus lienzos; y es la risa
    Que así como me lo quiero,
    Se llevan nuestro dinero,
    Pero nos dan la camisa.

    MONTAÑAS:

    Es del montañés la gloria
    Guardar por antigua prenda
    En una pequeña hacienda
    Una gran ejecutoria
    Del noble país la historia
    A todo alojero embebe
    Y creo que se le debe
    Al montañés esta maña,
    Que es la nobleza de España
    Más cercana que la nieve.

    ASTURIAS:

    El asturiano cerdoso,
    bajo, rechoncho y cuadrado,
    Forcejudo y mal formado,
    Es un mixto de hombre y oso;
    Su carácter es honroso,
    Hombre de bien, mas sin maña,
    Todo lo emprende con saña,
    Y son, según les inclina
    Su afecto, a mozos de esquina,
    las acémilas de España.

    NAVARRA:

    Navarra, en la realidad
    Da de sí la gente honrada;
    Y aunque es un poco pesada,
    Guarda palabra y verdad.
    En todo tiempo y edad
    Son terribles comedores,
    Igualmente bebedores,
    Y todos son fabricantes,
    Asentistas, comerciantes,
    Indianos y capadores.

    RIOJA.

    Es la gente riojana
    Vividora en tal manera,
    Que muy bien a otra cualquiera
    Le puede cardar la lana.
    Es fuerte, robusta y sana,
    Y tiene todo su gozo,
    Desde el más viejo al más mozo,
    Vivir en campaña rasa
    Y, abandonando su casa,
    Pasan la vida en un chozo.

    MALLORCA:

    Del mallorquín el tesoro
    Es el aceite y el vino;
    Aborrece al argelino
    Y a toda casta de moros.
    Ama la plata y el oro
    Y guarda bien su peculio;
    Todo el año es mes de julio,
    Y con rara devoción,
    Da culto y veneración
    A su Raimundo Lulio.

    MADRID:

    Aun las personas más sanas,
    Si son de Madrid nacidas,
    Tienen que hacer sus comidas
    De píldoras y tisanas.
    Diamantes como avellanas,
    Estirado corbatín,
    Ricas vueltas y espadín,
    Suele hacer su adorno bello;
    Mas siempre marcado cuello
    Con sellos de Antón Martín.

    CANARIAS:

    El canario, siempre vago,
    Buscando en el mar su vida,
    Hace toda su comida
    Con un plátano y un trago.
    Trata al inglés con halago
    Y le da el fruto que encierra
    Su fértil y hermosa tierra,
    Y así, viene a ser con maña
    Vasallo del rey de España
    Y hermano del de Inglaterra.

    AMÉRICA:

    El indiano con ardid
    Vence mil riesgos y gana
    Mucho dinero en la Habana
    Para gastarlo en Madrid.
    El vive en continuo ardid
    Y su paradero es,
    Con todo el afán que ves,
    Ser un pretendiente eterno
    De su hábito, o de un gobierno
    O un título de marqués.

    PORTUGAL:

    Cree el portugués finchado
    Que es más que un rey de otra parte
    Que sujeta al mismo Marte
    Y que el mundo ha dominado;
    Que a todos la ley ha dado,
    Que es más fuerte que Sansón,
    Más sabio que Salomón,
    Y creyendo lo que ves,
    Todo, todo, todo es,
    Un terrible mentirón.

    VIZCAYA:

    El vizcaíno, muy severo,
    Con dureza nunca oída,
    Prefiere siempre a su vida
    La defensa de su fuero;
    Es amigo verdadero,
    Es un mercader honrado,
    Un marinero arrestado
    Y es capaz con entereza,
    Sin cansarse la cabeza,
    De escribir más que el Tostado.”

    ANÓNIMO, siglo XVIII, (Manuscrito 10.912, folio 159).
    Última edición por ALACRAN; 26/07/2011 a las 18:34

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    Re: Textos históricos de alabanzas a España

    LOA DE LAS CARACTERÍSTICAS ESPAÑOLAS:

    HOMBRES.

    SENTIDO RELIGIOSO:

    452
    “Bien conozco, Dios mío, que nada se hace sobre la tierra sin el concurso de tu adorable Providencia, y por eso, rendido a tus santos decretos, sufro con resignación y paciencia el peso de la humillación y amargura que oprime mi alma. ¡Ah! ¿Cómo no le sufriré, cuando recuerdo tantas y tan graves ofensas como he cometido contra Ti, mi Criador, mi Redentor y Salvador misericordioso, las cuales alejándome de Ti, me hacen indigno de tu protección y digno de más acerbas y durables penas!”
    JOVELLANOS, ‘Anexo a una carta a C. Gz. Posada’.



    SENTIDO MORAL:

    453
    “Toda moral será vana que no coloque el sumo bien en el Supremo Creador de todas las cosas, y el último fin del hombre en el cumplimiento de su ley; de esta ley de amor, cifrada en dos artículos, tan sencillos como sublimes: primero, amor al Supremo Autor de todas las cosas, como al único centro de la verdadera felicidad; segundo, amor a nosotros y nuestros semejantes, como criaturas suyas, capaces de conocerle, de adorarle y de concurrir a los fines de bondad que se propuso en todas sus obras. En el cumplimiento de esta ley se contiene la perfección del hombre natural, civil y religioso, y la suma de la moral natural, política y religiosa.
    JOVELLANOS, ‘Memoria sobre la educación pública’.

  6. #6
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    LOA DE LAS CARACTERÍSTICAS ESPAÑOLAS:

    IDEAS.

    a) ESPIRITUALES

    LA RELIGIÓN.

    454
    “¡Oh divina, oh amable religión! ¡Asilo cierto de la mortal angustia! ¡Suave freno de la maldad! ¡Consuelo, esperanza de la virtud!¡Infalible instrumento de la felicidad del hombre! ¡Apoyo, columna de la justicia! ¡Adorable tributo con que la criatura racional paga a Dios en costumbres puras, en demostraciones inocentes el inestimable don de su creación y existencia!
    J. P. FORNER, ‘Oración apologética’.


    455
    “El Cristianismo, lejos de deprimir al hombre, le ennoblece; lejos de dañar a la recta constitución de los Estados, los consolida y hace felices por medios seguros, fáciles, justos y acomodados a la misma naturaleza humana. Las máximas evangélicas no mandan, no ordenan preceptivamente el abatimiento, la ignominia, la debilidad, la desnudez. Aconsejan la humildad, la benevolencia, el sufrimiento mutuo, el refreno de las pasiones y su ley se funda en el amor recíproco de los hombres”.
    J. P. FORNER, ‘Carta al Censor’.


    RELIGIÓN Y MORAL:

    456
    “Entre todos los objetos de la instrucción siempre será el primero la moral cristiana; estudio el más importante para el hombre y sin el cual ningún otro podrá llenar el más alto fin de la educación. Porque, ¿qué hará ésta con formar a los jóvenes en las virtudes del hombre natural y civil, si se les deja ignorar las del hombre religioso? ... Ni ¿cómo los hará dignos del título de hombres de bien y fieles ciudadanos, si no los instruye en los deberes de la religión, que son el complemento y corona de todos los demás?
    JOVELLANOS, ‘Memoria sobre la educación pública’.

  7. #7
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    LOA DE LAS CARACTERÍSTICAS ESPAÑOLAS:

    IDEAS.

    b) POLÍTICAS

    IMPERIO MORAL DE LOS ESPAÑOLES:

    457
    “También España pudiera sacar de sus anales los títulos pomposos en que se cifra este funesto esplendor. Pudiera presentar sus banderas llevadas a las últimas regiones del ocaso, para medir con la del mundo la extensión de su imperio; sus naves cruzando desde el Mediterráneo al mar Pacífico, y rodeando las primeras la tierra para circunscribir todos los límites de la ambición humana; sus doctores defendiendo la Iglesia, sus leyes ilustrando la Europa, y sus artistas compitiendo con los más célebres de la antigüedad. Pudiera, en fin, amontonar ejemplos de heroicidad y patriotismo, de valor y constancia, de prudencia y sabiduría.”
    JOVELLANOS, ‘Elogio de Carlos III’.



    AMOR A LA PATRIA:

    458
    “Donde reina el amor de la Patria, brota la felicidad de entre las manos de los hombres. Los campos florecen; las poblaciones brillan; las generaciones se multiplican; no hay tierra sin cultivador; no hay familia sin patrimonio; no hay arte que se ignore, oficio que se descuide; los caminos (por decirlo así) hormiguean con el comercio; rebosan hacia los puertos las sobras del trabajo nacional; y trasladadas a los más remotos confines, refluyen a la patria en nueva y duplicada riqueza, que derramándose por las mismas manos que la engendraron, vuelve a ellas para dar continuo aumento a su fecundidad...
    La roca del Estado, apoyada en los cimientos robustos del amor a la Patria, resistirá inmóvil el ímpetu de las tempestades más horrendas: y mientras perseveren los cimientos, contrastará la violencia de las olas; y en el día de la serenidad aparecerá grande y triunfante en medio del mar ya tranquilo. Jamás puede llegar a ser infeliz una nación donde se trabaje, y el trabajo viva favorecido; y el trabajo será siempre favorecido en cualquier parte donde el amor de la Patria sea el móvil de la política, y forme el carácter civil de los ciudadanos.
    .............
    El amor de la Patria es fecundo por su naturaleza: en todas partes se insinúa, todo lo penetra, todo lo vivifica. Él ilustra, él dirige, él desengaña, él promueve, él estimula. Hoy da un paso; y el paso que da hoy es provechoso a los que hoy viven. Mañana adelanta otro paso; y ya la segunda generación gozará doble felicidad: y creciendo siempre en su progreso, al fin reparará los daños, caminando al remedio por un conducto saludable, no mortífero y emponzoñado. Amemos la patria de veras, y este amor nos hará felices, y hará más felices a nuestros nietos.
    Por ventura ¿no es este el espíritu de nuestro gobierno desde que la monarquía, libre ya de las antiguas rivalidades que la trabajaron dos siglos continuos, pudo respirar y atender con desahogo a restablecer los daños que ocasionó en ella su misma grandeza? Cotejad los reinados de la dinastía de Borbón con los tres últimos de la dinastía Austriaca. En estos veréis una Nación corpulenta y colosal, que impelida violentamente de la envidia o de los celos de otras naciones, se desploma al fin, se despedaza, y cada uno de los rivales acude ansioso a arrebatar alguno de sus fragmentos. En los monarcas de este siglo ya se ve una nación que renace de entre sus escombros; y cobrando fuerza y vigor sucesivamente, va caminando en silencio hacia su prosperidad. Todo se ha fomentado, todo se ha promovido; y si los embarazos que traen consigo las grandes ruinas no hubieran opuesto dificultades muy escabrosas a la beneficencia desinteresadísima de los monarcas, es muy posible que España se hallase hoy en el mismo estado en que la dejaron Fernando el Católico y el Cardenal Cisneros. Estos embarazos en gran parte están en los que obedecen, no en los que mandan. No es de este lugar ni de esta ocasión el manifestarlos: sólo diré, que si todos los súbditos de la monarquía amaran tanto el interés de su Patria, como aman su interés personal, acaso se cultivarían hoy más campos, y detrás de su abundancia vendría la de los hombres, la de las Artes, y la del oro.
    ..........................
    ¿Y nosotros, Señores, amamos verdaderamente la Patria? Cuando los esfuerzos de tres cetros consecutivos se han ocupado en reparar las pérdidas que nos ocasionaron dos siglos de guerras no interrumpidas, el maquiavelismo de Richelieu, un reinado pródigo, y una minoridad facciosa, ¿podremos presentar a la posteridad una larga lista de ciudadanos, que hayan renunciado gratuitamente a su lujo y su vanidad en obsequio de las intenciones del trono?”
    .......................
    Volved la vista a los pasos de nuestra monarquía desde que la fundó Pelayo en la áspera montaña de Covadonga; y hallaréis diez siglos de las guerras las más porfiadas, las más permanentes y peligrosas que han fatigado jamás a pueblo alguno. Peleamos ocho siglos por nuestra libertad, y más de dos por conservar los dominios vastos que unieron a esta metrópoli la fortuna de sus armas y los enlaces de su trono. En todo este largo tiempo la necesidad aplicó todo el honor al ejercicio de la milicia. De los soldados nacieron los caballeros y los hidalgos; y acostumbradas aquellas manos vencedoras a la lanza y la espada y el broquel, desdeñaron el arado, el telar y el martillo. La misma fatalidad que nos envolvió en las guerras, crió en nosotros el espíritu caballeresco, y nos enemistó con las artes, con los oficios y aun con las ciencias. Los manantiales de la riqueza variaron en Europa con las intrépidas navegaciones de Gama y de Colón. Antes podía ser poderosa una nación militar; hoy no puede ser poderosa sino una nación mercantil. Desplomose el gran coloso de nuestra monarquía, y de ella nos quedaron sólo el espíritu caballeresco, y algunos abusos que en tiempo de nuestra grande opulencia apenas se sentían, y hoy se dejan sentir porque desapareció la opulencia. ¿Se ha cambiado aun el antiguo espíritu de la nación? ¿Se han ajustado nuestras ideas al diverso estado de las cosas?”
    JUAN PABLO FORNER, ‘Discurso sobre el amor a la Patria’ (1794).


    459
    “XXX. (...) No niego que, debajo del nombre de Patria, no sólo se entiende la República o Estado, cuyos miembros somos, y a quien podemos llamar Patria común; mas también la provincia, la diócesis, la ciudad o distrito donde nace cada uno, y a quien llamaremos patria particular. Pero asimismo es cierto que no es el amor a la Patria, tomada en este segundo sentido, sino en el primero, el que califican con ejemplos, persuasiones, y apotegmas historiadores, oradores, y filósofos. La Patria a quien sacrifican su aliento las armas heroicas, a quien debemos estimar sobre nuestros particulares intereses, la acreedora a todos los obsequios posibles, es aquel cuerpo de Estado donde debajo de un gobierno civil estamos unidos con la coyunda de unas mismas leyes. Así España es el objeto propio del amor del español, Francia del francés, Polonia del polaco... Las divisiones particulares que se hacen de un dominio en varias provincias o partidos son muy materiales para que por ellas se hayan de dividir los corazones.

    XXXI. El amor de la patria particular en vez de ser útil a la república, le es por muchos capítulos nocivo; ya porque induce alguna división en los ánimos que debieran estar recíprocamente unidos para hacer más firme y constante la sociedad común; ya porque es un incentivo de guerras civiles y de revueltas contra el soberano, siempre que considerándose agraviada alguna provincia, juzgan los individuos de ella que es obligación superior a todos los demás respetos el desagravio de la patria [particular] ofendida. Ya en fin porque es un grande estorbo a la recta administración de Justicia en todo género de clases y ministerios.

    XXXII. Este último inconveniente es tan común, y visible, que a nadie se esconde; y lo que es peor ni aun procura esconderse. A cara descubierta se entra esta peste, que llaman paisanismo, a corromper intenciones por otra parte muy buenas, en aquellos teatros donde se hace distribución de empleos honoríficos, o útiles...”

    PADRE BENITO FEIJÓO, ‘Teatro Crítico Universal’, Tomo III, disc. X: ‘Amor de la Patria y pasión nacional’.


    460
    “Hablo, sí, de aquel noble y generoso sentimiento que estimula al hombre a desear con ardor y a buscar con eficacia el bien y la felicidad de su Patria tanto como el de su misma familia; que le obliga a sacrificar al interés común; que uniéndole estrechamente a sus conciudadanos e interesándole la suerte, le aflige y le conturba en los males públicos y le llena de gozo en la común felicidad. Hablo, finalmente, que en los buenos tiempos produjo a España tantas glorias, tantos héroes y tantos célebres patriotas.”
    JOVELLANOS, ‘Discurso sobre los medios de promover la felicidad de Asturias’.



    DEFENSA DE LA COLONIZACIÓN ESPAÑOLA EN AMÉRICA:

    461
    (...) XC. No pudiendo los ojos mal dispuestos de las demás Naciones sufrir el resplandor de gloria tan ilustre han querido obscurecerla, pintando con los más negros colores los desórdenes que los nuestros cometieron en aquellas conquistas. Pero en vano; porque sin negar que los desórdenes fueron muchos y grandes, como en otra parte hemos ponderado, subsiste entero el honor que aquellas felices y heroicas expediciones dieron a nuestras armas. Los excesos a que inducen ya el ímpetu de la cólera, ya la ansia de la avaricia, son atenta la fragilidad humana, inseparables de la guerra. ¿Cuál ha habido tan justa, tan sabiamente conducida, en que no se viesen innumerables insultos? En la de la América son sin duda más disculpables, que en otras. Batallaban los españoles con unos hombres que apenas creían ser en la naturaleza hombres, viéndolos en las acciones tan brutos. Tenía alguna apariencia de razón el que fuesen tratados como fieras los que en todo obraban como fieras. ¿Qué humanidad, qué clemencia, que moderación merecían a unos extranjeros aquellos naturales, cuando ellos desnudos de toda humanidad, incesantemente se estaban devorando unos a otros? Más irracionales que las mismas fieras, hacían lo que hace bruto alguno, que era alimentarse de los individuos de su propia especie. A este uso destinaban comúnmente los prisioneros de guerra. En algunas naciones casaban los esclavos y esclavas que hacían en sus enemigos; y todos los hijos que iba produciendo aquel infeliz maridaje, servían de plato en sus banquetes hasta que no estando los dos consortes en estado de prolificar más, se comían también a los padres. La crueldad de otras naciones no se saciaba con dar muerte a los prisioneros, sino que se la hacían prolija y dolorosa con cuantos géneros de tormentos les dictaban el odio y la venganza.

    XCI. Todo lo demás iba del mismo modo. En unos Países no habían religión alguna: en otros se profesaba una religión tan bestial, que horrorizaba más que la total carencia de religión. El hurto, el engaño, la perfidia si no se celebraban como virtudes a lo menos no se reprendían como vicios. Los horrores de su lascivia pasaban mucho más allá del término adonde puede llegar nuestra idea. Abusaban de uno y otro sexo públicamente sin pudor, sin vergüenza alguna; en tanto grado, que según refiere Pedro Cieza, había templos, donde la sodomía se ejercía como acto perteneciente al culto. En consideración de tantas y tan horribles brutalidades no podían los españoles mirarlos sin grande indignación, aún cuando eran bien recibidos de ellos. ¿Qué sería cuando los hallaban armados? ¿Qué sería cuando sucedía la fatalidad de que sorprendidos algunos de los nuestros, eran cruelmente sacrificados a sus ídolos? Puede decirse que el bárbaro proceder de aquella gente tenía a los españoles en tal disposición de ánimo, ó en tal abominación y tedio, que a cualquiera ofensa llegaba a las últimas extremidades la cólera.

    XCII. Si otras naciones, en los países donde entraron fueron más benignas con los americanos (que lo dudo), no es de creer que esto dependiese de tener corazón más blando que los españoles, sino de tener mejor estómago para ver tales atrocidades y hediondeces. Puede ser que la mayor delicadez de los españoles en materia de religión y costumbres los hiciese más intratables para aquellos bárbaros. Sin embargo, yo me holgara de saber a punto fijo cómo se portaron los franceses con los salvajes de Canadá. Lo que algunas naciones de aquel vasto país ejecutaban con los prisioneros de guerra, y practicaron con los mismos franceses, era atarlos a una columna, donde con los dientes les arrancaban las uñas de manos, y pies, y con hierros encendidos los iban quemando poco a poco, de modo que tal vez duraba el suplicio algunos días, y nunca menos de seis ó siete horas; tan lejos de condolerse de aquellos desdichados, que a sus llantos y clamores correspondían con insolentes chanzonetas y carcajadas. Quisiera, digo, saber si después de esta experiencia trataban los franceses muy humanamente a los prisioneros que hacían de aquella gente. Puede ser que lo hiciesen; pero lo que yo me inclino a creer es, que los excesos de los españoles llegaron a noticia de todo el mundo, porque no faltaban entre los mismos españoles algunos celosos que los notaban, reprendían, y acusaban; los de otras naciones se sepultaron, porque entre sus individuos ninguno levantó la voz para acusarlos ó corregirlos.

    XCIII. También se debe advertir, que no fue tan tirano y cruel el proceder de los españoles con los americanos, como pintan algunos extranjeros, cuya afectación y conato en ponderar la iniquidad de los conquistadores de aquellos países, manifiesta que no rigió sus plumas la verdad, sino la emulación...

    PADRE BENITO FEIJÓO, ‘Teatro Crítico Universal’, Tomo IV, disc. XII: ‘Glorias de España’.



    LA VOZ DEL PUEBLO, CONTRARIA AL BUEN JUICIO:

    462
    “Aquella mal entendida máxima, de que Dios se explica en la voz del pueblo, autorizó la plebe para tiranizar el buen juicio, y erigió en ella una potestad tribunicia, capaz de oprimir la nobleza literaria. Este es un error de donde nacen infinitos: porque asentada la conclusión de que la multitud sea regla de la verdad, todos los desaciertos del vulgo se veneran como inspiraciones del Cielo...

    1. Aestimes judicia, non numeres, decía Séneca. El valor de las opiniones se ha de computar por el peso, no por el número de las almas. Los ignorantes, por ser muchos, no dejan de ser ignorantes. ¿Qué acierto, pues, se puede esperar de sus resoluciones? Antes es de creer que la multitud añadirá estorbos a la verdad, creciendo los sufragios al error... Siempre alcanzará más un discreto solo que una gran turba de necios; como verá mejor al sol una águila sola, que un ejército de lechuzas...

    IV. Los que dan tanta autoridad a la voz común no prevén una peligrosa consecuencia, que está muy vecina a su dictamen. Si a la pluralidad de voces se hubiese de fiar la decisión de las verdades, la sana doctrina se habría de buscar en el Alcorán de Mahoma, no en el Evangelio de Cristo. No los Decretos del Papa, sino los del mustí habrían de arreglar las costumbres; siendo cierto, que más votos tiene a su favor en el mundo el Alcorán que el Evangelio. Yo estoy tan lejos de pensar que el mayor número deba captar el asenso, que antes pienso se debe tomar el rumbo contrario: porque la naturaleza de las cosas lleva que en el mundo ocupe mucho mayor país el error que la verdad. El vulgo de los hombres, como la ínfima, y más humilde porción del orbe racional, se parece al elemento de la tierra, en cuyos senos se produce poco oro pero muchísimo hierro.”

    PADRE BENITO FEIJÓO, ‘Teatro Crítico Universal’, Tomo I, disc. XI: ‘Voz del Pueblo’.

  8. #8
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    Re: Textos históricos de alabanzas a España

    LOA DE LAS CARACTERÍSTICAS ESPAÑOLAS:

    HECHOS.

    EXCELENCIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA:

    463
    “XIX. En la copia de voces (único capítulo, que puede desigualar substancialmente los idiomas) juzgo que excede conocidamente el castellano al francés. Son muchas las voces castellanas que no tienen equivalente en la lengua francesa; y pocas he observado en ésta, que no le tengan en la castellana. Especialmente de voces compuestas abunda tanto nuestro idioma, que dudo que le iguale aun el latino ni otro alguno, exceptuando al griego. El Canciller Bacon, ofreciéndose hablar de aquella versatilidad política, que constituye a los hombres capaces de manejar en cualquiera ocurrencia su fortuna, confiesa que no halla en alguna de las cuatro lenguas, inglesa, latina, italiana y francesa, voz que signifique lo que la Castellana ‘desenvoltura’. Y acá estamos tan de sobra, que para significar lo mismo tenemos otras dos voces equivalentes: ‘despejo’ y ‘desembarazo’.

    XX. Nótese, que en todo género de asuntos escribieron bien algunas plumas españolas, sin mendigar nada de otra lengua. La elegancia, y pureza de D. Carlos Coloma y D. Antonio de Solís en materia de Historia, no tiene que envidiar a los mejores historiadores latinos. Las Empresas Políticas de Saavedra fundieron a todo Tácito en castellano sin el socorro de otro idioma. Las Teologías, Expositiva, y Moral, se hallan vertidas en infinitos sermones de bello estilo. ¿Qué autor latino escribió con más claridad y copia la Mística que Santa Teresa? ¿Ni la Escolástica, en los puntos más sublimes de ella, que la Madre María de Agreda? En los asuntos poéticos ninguno hay que las Musas no hayan cantado con alta melodía en la lengua castellana. Garcilaso, Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Mendoza, Solís y otros muchos, fueron cisnes sin vestirse de plumas extranjeras. Singularmente se ve que la lengua castellana tiene para la Poesía heroica tanta fuerza como la latina en la traducción de Lucano que hizo D. Juan de Jáuregui: donde aquella arrogante valentía, que aún hoy asusta a los más apasionados de Virgilio, se halla con tanta integridad trasladada a nuestro idioma, que puede dudarse en quién brilla más espíritu, si en la copia si en el original. Últimamente, escribió de todas las Matemáticas (estudio en que hasta ahora se habían descuidado los españoles) el P. Vicente de Tosca, corriendo su dilatado campo sin salir del patrio idioma. En tanta variedad de asuntos se explicaron excelentemente los autores referidos y otros infinitos que pudiera alegar, sin tomar ni una voz de la lengua Francesa. ¿Pues a qué propósito nos las introducen ahora?”
    FEIJÓO, Teatro Crítico Universal, Tomo I Disc XV

  9. #9
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    Re: Textos históricos de alabanzas a España

    Tenemos lectura para rato. Gracias, Alacrán.

  10. #10
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    Re: Textos históricos de alabanzas a España

    Increíble trabajo, ALacrán. A mi me va a venir genial para la facultad. Gracias!
    España, tierra de María.

  11. #11
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    Re: Textos históricos de alabanzas a España

    X – SIGLO XIX: CAÍDA EN PICADO; DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA AL FEDERALISMO CANTONAL.

    1
    Los sangrientos sucesos ocurridos en París en 1789, por la plebe amotinada, constituyeron el primer chispazo de una hoguera siniestra que redujo a polvo todas las instituciones del país vecino. Sus llamaradas se levantaron por encima de todas las fronteras y el mundo se conmovió antes sus resplandores horribles. Porque la Revolución francesa, de fatales consecuencias para todos los países, no fue sino la ira de un pueblo irreligioso, hambriento y envenenado, descargando sus golpes contra la Iglesia, la Monarquía, las Instituciones y la Nobleza.

    España, por medio de Godoy, que ha sustituido al enciclopedista Aranda, declara la guerra a Francia. España la aceptó con entusiasmo; luchamos con ventaja durante la campaña de 1793 y el general Ricardos triunfó en el Rosellón. Pero los dos siguientes años Figueras, Guipúzcoa, Bilbao, Vitoria y Miranda ven aparecer a los franceses. En 1795 termina la guerra con la paz de Basilea.

    Desde esta fecha el Gobierno de Madrid es un simple instrumento de la vecina República. De esta sumisión nos queda una sola gloria nacida de un fracaso: Trafalgar. Trafalgar sepultó nuestra Marina de guerra. Aquella armada gloriosa creada por San Fernando que supo conquistar Sevilla, Baleares y Valencia, que recorrió todos los mares del planeta en viajes triunfales, halló su tumba en 1805 en las aguas del Estrecho, ciñendo en sus aguas en doloroso abrazo a los mártires y héroes de la Patria.

    En Francia, sobre las ruinas humeantes provocadas por el incendio revolucionario, se alzó la paz, y Napoleón, el militar afortunado, ascendió al Imperio. Francia, repuesta interiormente, luchaba al amparo de su espada contra Europa entera. Los ejércitos imperiales ganaban naciones enteras como botín.

    España, solar de tradiciones gloriosas, perdía, por el contrario, su noble gesto de Imperio. Carlos IV, rey débil, regía sus destinos. La corte, dividida en dos bandos, era un foco de intrigas. Napoleón, árbitro de la familia real española, mantenía aquéllas con torcidas intenciones. Simulando proteger a Godoy, le propuso la conquista y reparto de Portugal con el fin de debilitar a Inglaterra, aliada suya. Y con ese torcido motivo, las tropas francesas penetran sin dificultad en el territorio español, que ocupan en el transcurso de un año.

    Desconocía Napoleón la conciencia española cuando intervino en la Península a raíz de la abdicación de Carlos IV y la proclamación de Fernando VII. Se engañó al juzgar nuestro carácter por el de los desdichados gobernantes que indignamente representaban el espíritu del pueblo. El pueblo hispano, aparentemente dormido, conservaba intactas sus fuerzas y sentimientos tradicionales y dinásticos. el pueblo lanzóse en defensa de sus reyes y se declaró la guerra a Francia y a su emperador.

    La resistencia se organizó espontáneamente, avivada por espíritu religioso que vivía íntegro en el alma nacional. Aquella era guerra de religión contra las ideas enciclopedistas, difundidas por las legiones napoleónicas. Por contraste, los “clérigos ilustrados y de luces, los abates, los literatos, los economistas y los filósofos tomaron muy desde el principio el partido de los franceses y constituyeron aquella legión de traidores, que se llamaron los afrancesados”.

    De lo que fue aquella lucha, en la que pereció buena parte de nuestro patrimonio artístico y monumental salieron nombres inmortales: Zaragoza, Gerona, Bailén, Arapiles. Todos los historiadores franceses reconocen, como Napoleón mismo, que su caída se debió al gran tropiezo español, dado en los momentos más consistentes de su poder. En las memorias de los mariscales y gente de tropa del ejército francés se hablaba siempre con terror de las campañas de España, donde las conquistas se hacían casa por casa a pesar de ya haber sido rendidas las poblaciones.

    Durante la Guerra de la Independencia, los intelectuales se afrancesaron y los que se llamaban nacionales sueñan en Cádiz “constituciones” y “derechos del hombre”. Mientras el pueblo bravío defiende las ciudades y campos palmo a palmo de las acometidas francesas, sus dirigentes, a traición, copian y parafrasean las leyes y los senadoconsultos, los códigos y los rescriptos de la Francia jacobina.

    Del caos derivado de la lucha contra los franceses merecen deducirse varias consecuencias. A ningún trozo de suelo español se le ocurrió entonces desligarse del conjunto, aceptando con pasión el imperativo de la unidad de la Patria española. La segunda, que no solamente España demostró la consistencia de su unidad como nación, sino la superioridad de su rango y jerarquía sobre los dominados y desunidos fragmentos de pueblos que integraban entonces la mayor parte de Europa.

    Los españoles, tras arrojar de su suelo a los franceses reciben a Fernando VII, “el Deseado”, y echan un cerrojo a los Pirineos: “España no firma el Tratado de París de 1814. España no tiene nada que decir en el Congreso de Viena. España no está presente en Waterloo... España... ni siquiera piensa en América que enfebrecida de independencia ha empezado ya la lucha por su emancipación”.

    “¡Triste y goyesco final de la epopeya encendida el 2 de mayo!... Los constitucionales de Cádiz escindidos y luego perseguidos. Los virreinatos americanos en trance de disgregación. Gibraltar olvidado, cuando la contribución de las sangre española a la caída de Napoleón hubiera sido una sagrada razón más para pedirlo en Viena... España y su rey se divertían en hacer y deshacer un rompecabezas francés que se llamaba Constitución cuya gracia consistía en dividir a los españoles en dos bandos que empezaron por llamarse exaltados y moderados y siguieron en liberales y conservadores para acabar después, pasado un siglo, en marxistas y antimarxistas” (X. de Sandoval, ‘La Piel de Toro’). En América surgen los caudillos libertadores y comenzaron las luchas fratricidas a favor o en contra de los ‘derechos del hombre’. Comenzadas, adquirieron su completo desarrollo en los campos de Ayacucho. Tras la vuelta de Fernando VII, en 1814, se encarnizaron las rivalidades y banderías. La lucha civil puso fin a una Historia externa gloriosa. España se encerró en su recinto para reñir con ella misma la batalla más larga, cruel y estéril de su secular combatir.

    Al fallecer Fernando VII, en 1833, comienzan las guerras carlistas. Comienza una carrera loca en el que son escenas cumbres la matanza de frailes, la desamortización, las medidas contra la Iglesia, la abolición de las órdenes monásticas y demás intentos revolucionarios. Tras ellas, España se entrega a los azares de una política interior, mediocre e inmerecida, de la que no sacará más provecho que su total desvanecimiento.

    Menéndez Pelayo escribe sobre el espíritu de estas luchas del siglo:

    “Gracias a aquellas reformas quedó España dividida en dos bandos iracundos e irreconciliables; llegó en alas de la imprenta libre, hasta los últimos confines de la Península, la voz de sedición contra el orden sobrenatural lanzada por los enciclopedistas franceses; dieron calor y fomento al periodismo y las sociedades secretas a todo linaje de ruines ambiciones y osado charlatanismo de histriones y sofistas; fuese anublando por días el criterio moral y creciendo el indiferentismo religioso, y, a la larga, perdido en la lucha el prestigio del trono, socavado de mil maneras el orden religioso, constituidas y fundadas las agrupaciones políticas no en principios, que generalmente no tenían, sino en odios y venganzas o en intereses y miedos, llenas las cabezas de viento y los corazones de saña, comenzó esa interminable tela de acciones y de reacciones, de anarquía y dictaduras, que llena la torpe y miserable historia de España en el siglo XIX.”

    Una tregua entre las facciones que se consumían fue la guerra con el Imperio marroquí en 1860. Ante el insulto, acaso premeditado o sugerido por elementos extraños, España supo alzarse con entereza y armarse nuevamente en cruzada en defensa de su dignidad ofendida. Pedro Antonio de Alarcón, cronista-testigo, escribió en el ‘Diario de la Guerra de África’: “En esa guerra, el espíritu español revivió, luchó y vibró como en tiempos antiguos... el país entero asistió en masa a las operaciones, estimuló a sus soldados... poniendo en la empresa el amor propio nacional... ¡Lástima que ese entusiasmo fuera pasajera flor de un día, nacida por casualidad entre guerras civiles, sublevaciones y pronunciamientos!”.

    Esa misma gallardía había de repetirse cuatro años después frente a la plaza fuerte del Callao, al exigir reparación a las repúblicas de Chile y del Perú por los atentados cometidos contra los españoles allí residentes. La escuadra nacional bombardeó el puerto de Valparaíso, y como amenazaran al brigadier de ‘La Numancia’ con echar a pique sus buques, el almirante Méndez Núñez, contestó con aquel gesto de la España con honra, fiel expresión del espíritu caballeresco que aun anidaba en sus hombres.

    En esta ocasión, como en las restantes maniobras que la precedieron y siguieron, se aprecia una circunstancia muy española: el divorcio entre los elementos del Gobierno y los de acción. En tanto aquéllos son manifiestamente impotentes, los instrumentos nacionales –Ejército, Marina, etc.-, muy exhaustos de medios y totalmente desatendidos, efectúan, no obstante, su cometido. Pero falta la dirección, la mentalidad que debe recoger, centralizar y aplicar las diversas energías del país, que se entrega, por el contrario, a preocupaciones políticas, de intereses propios o de grupito, mientras marinos, soldados y otros ramos que representan a la verdadera Patria cumplen penosamente su deber.

    Los juegos de la política dieron al traste con el régimen tradicional español. El carlismo queda durante muchos años en un voluntario y melancólico ostracismo, en el que acrisola sus virtudes tradicionales al propio tiempo que transforman en doctrina lo que en sus principios solo fue impulso intuitivo y patriótico. La doctrina tradicional se solidifica y fragua mientras lo que de patriótico e intuitivo tenía también el liberalismo de los ingenios constitucionales de Cádiz, se desmorona con los diferentes ensayos y matices moderados y progresistas, a los que se mezclan, al mediar el siglo, las nuevas ideologías anarquistas y socialistas de Proudhon, Bakunin, Marx y Engels.

    La división del pensamiento español necesariamente acaba dando al traste con la institución monárquica que no había sabido conservar lo más esencial de sus significado. Prim acaudilló la mayor conspiración del siglo XIX, gran coalición de militares y civiles, progresistas, moderados y republicanos, que derrumbó la monarquía de los Borbones en 1868.

    Para reanudar el sentimiento monárquico pasó por España el meteoro de Amadeo I de Saboya; imparcial y desapasionado, contempló con estupor y tristeza la vocación de suicidio de que hacía gala una España metida en el ahogadero de sus diferencias ficticias, de sus falsos abismos temperamentales, y marchose como un fantasma, sin pena ni gloria.

    Reconocidas las cortes en la Asamblea nacional se proclamó la República. “Todas las furias andaban desencadenadas –escribe Menéndez Pelayo-. Se desencadenó por entonces frenético el espíritu irreligioso. Dictó el Gobierno leyes absurdas e injustas; en Andalucía y Extremadura se desbordaba la revolución talando dehesas, incendiando montes y repartiéndose pastos”. “En un país que debía sus mayores glorias a los monarcas insignes compenetrados con sus vasallos para un destino glorioso, ‘República’ quiere decir tanto como fractura de la línea de engarce del pasado con el futuro... hundimiento de lo tradicional en la inquietud de lo contrario al meollo íntimo de la nacionalidad”.

    Los cantones, primer levantamiento ocurrido en Cartagena, con carácter, si no separatista, al menos con cierta dispersión de la unidad política nacional, seguían ideas federativas por las que España debía descomponerse en varios estados autónomos, a la sombra de otro Estado oficial.

    Una unidad de veinte siglos de cultura e historia comunes no podía disgregarse para dar cabida a unas satisfacciones regionales que no tenían ni fundamento, ni solución ni porvenir. Una unidad como la española, dominada a lo largo de los siglos por unas constantes que continuamente convergen en su natural dirección, no puede quebrantarse por tales o cuales modalidades peculiares, que no alcanzan al fondo subjetivo, idéntico en todos los españoles.
    Hasta los propios republicanos que crearon -y después combatieron- ese cantonalismo sabían que España no estaba hecha por casualidad; que no era la resultante de intereses pasajeros ni tampoco la superposición de pueblos poco afines entre sí unidos por conveniencia. Así lo comprendieron quienes combatieron implacablemente la rebelión cantonal.

    El 2 de enero de 1874, el general Pavía disolvió las Cortes republicanas. El 29 de diciembre del mismo año, el general Martínez Campos proclamó en Sagunto como rey a don Alfonso XII; pero la nueva concepción que de la monarquía por entonces ya se tiene no es sino la del rey como capitán, político o burócrata, según el sesgo de las circunstancias. Sometido su poder ficticio a la fragmentación de la “división de poderes”, quedaba incapacitado para despertar al pueblo español de su marasmo y enderezarle a un destino en consonancia acorde con su esplendoroso pasado.

    En el breve plazo de dieciséis años (1869-1885), España conoció todas las vicisitudes que podían darse en el régimen político de los pueblos: reacción, revolución, destronamiento, abdicación, república, separatismo, guerras civiles, restauración y regencia. Ello basta para comprender el carácter de la época y sus amargas consecuencias.


    2
    Los hombres de la primera parte de esta época, que sienten la repulsa de un romanticismo nacionalista, conciben a España como una empresa. Y, cosa curiosa, quien mejor lo realiza es, en tales momentos, el pueblo español. El pueblo, que ha permanecido al margen de la tarea cultural y aristocratizante de los ilustrados, aparece como una reserva histórica cuyo papel va creciendo a lo largo del siglo.
    Basterra ha escrito:
    “Entonces se produce una exasperación del ánimo popular español, que entra violentamente en escena, no de otra suerte que el rebaño que derriba y apezuña a Don Quijote de la regeneración erudita de “los amigos del país”; el pueblo de las majas y de los chisperos, que encuentran como solución de la vida el tocar jacarandosamente la guitarra sobre el haz de la anchurosa y triste España. Los delicados, los selectos... fueron derribados, hollados y apezuñados”.

    Pero olvida que, en esos primeros tiempos, quienes salvan a España y escriben con sangre su alabanza son los ignorantes. Y en vez de entrar en la confederación familiar planteada por Napoleón y gozar de mayor progreso, España prefirió continuar siendo España y confiar en sus propias fuerzas. Y eso fue, paradójicamente, obra exclusiva del pueblo ignorante que Goya simbolizó en el cuadro del Dos de Mayo.

    España queda como aislada y recluida, dedicada al cultivo y recuerdo de sus antecedentes originarios. La evolución universal apenas si nos alcanzó y, desde luego, no penetró en nuestro carácter. Fue quizá la única nación que sostuvo intactas sus primitivas formas, mantenidas no por la voluntad de sus gobernantes sino por la acción del pueblo mismo; esto es, de la gran masa que evidenciaba la profunda separación existente entre sus dirigentes torpemente entregados a indigestas doctrinas y la colectividad, digna continuadora de las esencias y virtudes de la España del Renacimiento.

    Los diversos pensadores de este período añaden su voz al coro de las alabanzas de España. Son notables las de la Guerra de la Independencia, entre los cuales se distinguió el obispo Fr. Miguel de Santander, cuyos discursos, inspirados en el santo amor a la Patria, tanto contribuyeron a levantar el espíritu de los españoles. En el debate que desde hace dos siglos se había iniciado sobre el ser mismo de la nación, sonaron las voces laudatorias frente a las que criticaban. Con la entrada del siglo XIX y la Guerra de la Independencia, el argumento supremo no pudo ser sino la fuerza de las armas. Pero el anhelo de formular una interpretación del curso histórico de España no cesó en las mejores mentes.

    Quintana, al hablar de España, lo hizo movido por la idea europeísta de cultura, deísmo y su fe en el “progreso”, lo que respondía a su ideal enciclopedista. Hay en él patriotismo, angustia por España y un buen deseo de sacarla adelante pero no una preocupación honda.

    España, al llegar el Romanticismo, vuelve los ojos a sí misma y le preocupa su esencia. “Los hombres capacitados para sentir la inquietud por el ser de España han estado con frecuencia en el extranjero y han conocido otros mundos con un nivel cultural más elevado...”. A estos hombres, “les dolerá todo, España y el cuerpo y el alma, y amarán, por debajo de todo, a esa España en carne viva, acaso más porque la sienten desgraciada”.

    A Larra le inspira cada vez mayor pesimismo: “Aquí yace media España; murió de la otra media”. Su espíritu hipercrítico fustiga todo lo propio; el corazón le duele por la España desunida. ¿Hay solución? No; “aquí yace la esperanza”, muerta por sus tristezas.

    Así como en el siglo XVIII la oposición a la crítica de los reformadores carece de efectividad por defender un casticismo muerto y por la abundancia de lastre de filosofía escolástica, ahora, el pensamiento liberal, bastante débil en sí mismo, encuentra enfrente dos personalidades poderosas. Balmes y Donoso Cortés, impulsados por la vena del renacimiento religioso y nacional, van a afirmar lo sustancial de la tradición católica española, tratando de modernizarla dentro de la ortodoxia, y a denunciar los peligros de disociación con que las nuevas doctrinas liberales y progresistas amenazan a la sociedad y a la cultura. La obra de Balmes tiene un carácter marcadamente filosófico. Donoso, en cambio, expresa sus ideas de un estilo apocalíptico, a veces lleno; otras, de un acento personal que no tiene continuadores en las generaciones siguientes, pero prepara el terreno para una fuerte reacción neocatólica.

    Balmes vio, clarividente, las constantes históricas de la España de su tiempo, servido por su augusta serenidad espiritual. Vio clarividente las constantes históricas de España; ahondó en la médula de las pasadas instituciones y predijo el futuro curso de los acontecimientos, atento a las generaciones venideras. Con vigorosa hebra de filósofo de la Historia escruta el secreto de la vida hispánica, contemplándola con amor. Ni pesimista ni confiado, confió siempre en las cualidades de nuestro pueblo: cordura, sensatez, nobleza, energía, brío, grandeza de alma y generosidad. Balmes continúa la tradición política perdida entre nosotros y profesa el unitarismo profundo e integral que brilló con los Reyes Católicos. Donoso Cortés percibió igualmente, en su calidad de político, por ser teólogo, y de diplomático, por ser profeta; su obsesión eran también las constantes históricas, porque tenía la Historia en la médula.

    Con la segunda mitad del siglo viene un cambio de perspectiva y tono. Hacia 1850 se transforma de nuevo la sociedad europea. El romanticismo ha perdido su vitalidad y deja de ser el modo dominante. El prodigioso adelanto de las ciencias particulares desplaza el centro de atención estimativa: se pasa al culto por la ciencia positiva, hacia una técnica que parece realizar maravillas. En España coincide esta época con la liquidación de la primera guerra carlista y el triunfo del sistema constitucional; se abre una etapa más estabilizada y los españoles empiezan a sentirse instalados después de tanta provisionalidad. Contemplan entonces a Europa y ven, frente a ella, su agricultura destruida, su atraso científico, su escasez de vida literaria y cultural y comienzan a sentirse rezagados, queriendo emprender una carrera apresurada, en busca del tiempo perdido.

    El afán de compensar el retraso no deja hueco a una cuidadosa meditación y la preocupación por España deja de centrarse en cuestionar su esencia y concretarse en pesadumbre por el “tiempo perdido”, por su “atraso” presente y en el afán por hacerla “progresar”. Al tomar posición frente a la ideología positivista, las antiguas escisiones renacen en dos bandos: los ‘librepensadores’, hombres asomados a los avances de la ciencia, y los ‘creyentes’, que polemizan entre sí. Una actitud polémica llevan ambos a todas las interpretaciones que se fuerzan en interés de sus principios. Desde ella se enfocará la “decadencia” española, y no sólo las soluciones propuestas, sino la explicación de sus causas y aun la misma inquietud por España se tiñen de justificación de una ideología o ataque a la contraria.

    3
    LA POLÍTICA.

    Característica de este siglo para España es la desviación del espíritu nacional. “Bajo la influencia extranjera y en particular francesa, perdió el alma española su unidad moral y aun su unidad intelectual, que en el reino del arte y en el del pensamiento habían creado obras sin par. Ideas exóticas la combaten, ideas que serán el fermento de las próximas revoluciones, que conmoverán durante todo el siglo XIX y los primeros años del XX la Península Ibérica.”

    La ideología de las Cortes de Cádiz acerca de nuestra Historia está retratada en los insidiosos versos de Quintana en su oda ‘El panteón de El Escorial’, y se inspira en obras como las del canónigo Llorente, acerca de la Inquisición, llenas de innegable erudición, pero también de mala fe y apasionamiento manifiesto. Solamente Martínez Marina, el “Herculano de Castilla” trata de aunar los dos amores de su vida y busca en esas Cortes de imitación francesa unas raíces nacionales que basará en unas míticas “libertades castellanas”.

    Esta desviación del espíritu nacional se manifiesta en dos sentimientos que, más o menos, anidaron en los directores de nuestras instituciones: una es la incomprensión de nuestro destino y de nuestro pasado; otra, el aborrecimiento de lo tradicional. Los políticos, los literatos, los –es un decir- filósofos de los siglos XVIII y XIX van todos uncidos al carro francés. De allí nos trajeron el enciclopedismo, el liberalismo y la falsa democracia, errores en sí mismos opuestos al carácter español.

    Escribe el P. García Villada:
    “España se ha perdido a sí misma. Aquel carácter caballeresco, viril, emprendedor, rectilíneo, ha sido sustituido por otro amanerado, ensayista, egoísta, voluble. Se vive de farsa y, lo que es peor, de trampa, en todos los órdenes de la vida pública y social; en la política, en la enseñanza, en el comercio, en la estimación de los valores y hasta en la religión. La mayoría de los directores del pueblo cambian como las estaciones del año; de demagogos furibundos pasan al campo del orden –entendido a su manera-, y de paladines de los principios más puramente tradicionales tórnanse acomodaticios y posibilistas. Y esta deformación del espíritu nacional se ha extendido a las masas, hoy monárquicas, mañana republicanas; hoy católicas, mañana anticlericales; hoy de derechas, mañana de izquierdas”.

    Sólo hay dos ideas que, a través de estos vaivenes tendrán eficacia suficiente para retener dentro de sus cuadros a los españoles: el tradicionalismo y el socialismo. El tradicionalismo, que sostuvo dos guerras civiles por el ideal genuino español, a costa de su sangre, y el socialismo, también a costa de su sangre, propugnando la derrota del capitalismo.

    Aparece también otra causa de nuestra decadencia: la pérdida del espíritu genuinamente religioso. Ni se conocen bien los dogmas de fe, ni se siente la religión y se subordina la religión al servicio de fines políticos, económicos y sociales.

    4.
    LA CULTURA

    Escribe Menéndez Pelayo:
    “El viento mortífero del siglo XVIII había ido agostando todos los renuevos de cultura indígena y seguíamos embobados tras de las huellas de los franceses, renegando los unos y olvidando los otros nuestro pasado, ansiosos de modelarnos por el ejemplo ajeno con no menor fidelidad que sigue el niño los renglones de la pauta que le presenta el maestro. Si algo quedaba de los antiguos métodos, había que buscarlos en universidades de segundo orden o en ignorados conventos. De aquí la medianía, la esterilidad, el aislamiento, la ineficacia. Moral y materialmente, estábamos hundidos y anonadados por el convencimiento en que habíamos caído de nuestra propia ignorancia, flaqueza y miseria, tras de lo cual había de venir forzosamente una asimilación indigesta de cultura extraña, quizá de tan ruin efecto como la decadencia propia. En esto no diferían mucho realistas y liberales, y es mero antojo y garrulidad periodística y oratoria poner de un lado la luz y de otro las sombras y llamar a boca llena “ominosas” a las dos temporadas de gobierno absoluto de Fernando VII, no ciertamente gloriosas ni apetecibles ni muy para lloradas, pero que de fijo nada perderán puestas en cotejo con las insensateces de entremés del año 20 ni con la misma regencia de Cristina.”

    “Si la cultura de los ideales adolecía de exótica y superficial, la de los partidarios del antiguo régimen había llegado a tal extremo de penuria que en nada recordaban la gloriosa ciencia española de otras edades, ni podía aspirar por ningún título a ser continuadora suya. Todavía a principios del siglo se conservaban, especialmente en las Órdenes religiosas y en el seno de algunas Universidades, tradiciones venerables, aunque, por lo común, de puro escolasticismo; y en tal escuela se formaron algunos notables apologistas, férreos en el estilo, pero sólidos en la doctrina, superior con mucho en elevación metafísica a la filosofía carnal y plebeya del siglo XVIII, única que ellos tenían enfrente. Así lograron y merecen aplauso y buena memoria el sevillano P. Alvarado, el valenciano P. Vidal, el mallorquín P. Puigserver, y otros que aquí se omiten. Pero su obra resultó estéril en gran parte, por la sujeción al procedimiento escolástico... condenando de plano todo género de innovaciones... hasta en las enseñanzas físicas. Y como su estilo inculto, desaseado y macarrónico, no convidase a los hombres de buen gusto no solo sirvió para no convencer a los liberales, sino entre los realistas mismos hizo pocos prosélitos; siendo sustituido pronto y sin ninguna ventaja de la cultura nacional por traducciones atropelladas de aquellos elocuentes y peligrosos apologistas neocatólicos de la Restauración francesa (Chateaubriand, De Maistre, Lamennais)... Cuan grande fue el peligro dígalo el gran ejemplo de Donoso Cortés, que ni antes ni después de su conversión acertó a ser español en otra cosa que en el poder y magnificencia de su palabra deslumbradora, con cuyo regio manto revistió alternativamente ideas bien diversas, pero todas de purísimo origen francés, ora fuese en el inspirador Royer-Collard, ora Lamennais, De Maistre o Bonald.”

    “Una sola excepción, pero tan grande y gloriosa que ella sólo basta para probar la perenne vitalidad del pensamiento español aun en los periodos menos favorables, nos ofrece Balmes, cuya elevada significación filosófica, apenas entrevista por sus contemporáneos, ha de crecer en el transcurso de los tiempos... El único libro filosófico español de la primera mitad del XIX... el único que puede compararse con las obras de nuestros grandes pensadores de otros tiempos o con los que entonces escribían en otras partes de Europa es la ‘Filosofía fundamental’, libro que precisamente por su originalidad no encontró favor entre los neoescolásticos... como si un sólo capítulo de Balmes no valiese más que todos los manuales que ellos han hecho. El Balmes metafísico no es inferior en nada al Balmes admirable de lógica práctica en ‘El Criterio’ o de filosofía de la Historia en ‘El protestantismo’. (Menéndez Pelayo: ‘Heterodoxos, VII)

    A pesar de tantas y tan recias convulsiones como sufre el siglo, el desarrollo de la cultura española no se interrumpió. En el campo de la literatura, el romanticismo brotó como protesta contra la tiranía del clasicismo francés, proclamando la libertad en el arte literario y la fantasía creadora, sin más norma que el gusto y la belleza. La poesía lírica contó entre sus geniales cultivadores a Quintana, Zorrilla, Espronceda y Becquer. El teatro brilló con tres obras ejemplares: ‘Don Álvaro o la fuerza del sino’, del Duque de Rivas; ‘El Trovador’ de García Gutiérrez, y ‘Los amantes de Teruel’, de Hartzenbusch. Y, junto a ellos, Bretón de los Herreros, Ventura de la Vega, Gil y Zárate y López de Ayala.

    En el arte de los primeros años del siglo, los cuadros de Goya intentan barrer los estigmas de la corrompida y endeble sociedad de su tiempo. Es Goya rebelde en el arte, en el pensamiento y en las ideas; sus únicas ternuras lo son en escenas populares de verbenas y de masas reidoras entregadas al placer de vivir. Mas cuando penetra en el decaído mundo circundante se transforma en el implacable psicólogo de sus terribles e irónicas pinturas y dibujos. Después de él descollaron Leonardo Alenza, los Madrazo, Mariano Fortuny, Eduardo Rosales, etc.

    5.
    Caracterizan este periodo, tan dispar y variado en sus manifestaciones humanas, los siguientes tipos:

    El pueblo.

    Porque los pueblos tienen espíritu, y el cuerpo, aun siendo desmedrado, puede albergar un alma valerosa y sublime, supo despertar de su apatía el espíritu español. En este siglo, la inminencia del peligro y el oprobio de la burla lo alzan y empujan; y surgiendo de las propias entrañas, a prueba de sacrificios y de dolores, forjó, heroico y vibrante, la epopeya de su liberación. Este pueblo, desamparado de sus reyes, viciados los cimientos de su vida, sin norte, sin disciplina, sin orientador, sólo cuenta al empezar la lucha con su firme voluntad de vencer. Lucha como puede y con las armas que su ingenio le dicta o la necesidad le impone. Cada español se transforma en un heroico soldado.

    El guerrillero.

    No se pierde esa tradición de España, aprendida en los primeros años de su historia con Indíbil y Mandonio, Indorcetes e Istolacio, y hasta el propio Viriato. Ocasión nueva trae nuevos guerrilleros dispuestos al clarinazo del Dos de Mayo: Juan Martín el Empecinado, el cura Merino, Espoz y Mina, Chapalangarra, acompañados de héroes como Palafox, Álvarez de Castro y demás. Otros guerrilleros en las luchas civiles: Zumalacárregui, el tigre de las Améscoas; Cabrera, el del Maestrazgo etc, enlazados en la tradición de la milenaria Celtiberia.

    Puede caracterizársele como una actividad prodigiosa al servicio de caros ideales. Su gesta heroica le expone al peligro de la guerra, a la aspereza de la lucha, a las penalidades de las campañas, la falta de recursos y a la necesidad de superarse. Su voz enérgica será guión de los suyos y su aliento infunde valor a sus seguidores. Su táctica militar burla la de los mejores generales... Honrados porque viven por un ideal, patriotas frente a los malos aires extranjeros, y pobres que sólo dejan a su muerte “mujer e hijos, como únicos bienes poseídos”.

    El general.

    Tipo clásico del XIX: “Un general valiente y con campañas en las colonias que un día no está conforme con al política parlamentaria enredadora de Madrid. Y se subleva.”

    Y así lo hacen Espartero y, otro día, Narváez. Y otro, O’Donnell, y otro, Prim para traer al rey Amadeo. Y otro día de 1874, el general Martínez Campos, en Sagunto... Al lado de éstos, otros generales héroes, como Palafox, Castaños, Álvarez de Castro, La Romana, Porlier. Todos gloria y dolor en la vida española.

    El patriota.

    No es el hombre exaltado que sale a la barricada o perora en el café, encendido en discusiones. Es el hombre público o el escondido, orador o escritor, sabio o erudito, que tiene el corazón henchido del gran amor a la Patria. Su idealismo es su aliento y se entrega a su estudio y su defensa con el ardor del viejo hidalgo quijotil cuando decía: “No peleo por la hacienda, que peleo por la honra”. Y ese idealismo, limpio de torpes ambiciones, fuente viva de sacrificios, está plasmado en hombres como Balmes, Donoso, Aparisi... Con su pensamiento, marcan una huella en la Historia de España levantando el espíritu nacional y haciendo la unión de todos los españoles de buena voluntad. Saben que la ciencia y la fe son dos buenas hermanas, que conducen al hombre por los caminos de la verdad.
    Última edición por ALACRAN; 11/10/2011 a las 13:33

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    Re: Textos históricos de alabanzas a España

    ALABANZA DE ESPAÑA.

    METAFÍSICA DE ESPAÑA:

    464
    “Cuartel el mas occidental de Europa, encerrado por la naturaleza entre los Pirineos y los mares, divididas sus comarcas por profundos ríos y montañas elevadísimas, como delineadas y colocadas por la mano misma del grande artífice, parece fabricado su territorio para encerrar en sí otras tantas sociedades, otros tantos pueblos, otras tantas pequeñas naciones, que sin embargo han de amalgamarse en una sola y común nacionalidad que corresponda a los grandes límites que geográficamente le separan del resto de las otras grandes localidades europeas. La historia confirmará los fines de esta física organización.
    ...Grupos primero, tribus después, pueblos y naciones mas adelante, llegan a guerrear entre sí, o por la necesidad de ensancharse, o por incompatibilidad de intereses, o por rivalidades que siempre se suscitan entre vecinos pueblos, tratándose como extraños, y olvidándose al parecer de su común origen. Pero en medio de esta diversidad de tendencias y de genios, se conserva siempre un fondo de carácter común, que se mantiene inalterable al través de los siglos, que no bastan a extinguir ni guerras intestinas ni dominaciones extrañas, y que anuncia habrá de ser el lazo que unirá un día los habitantes del suelo español en una sola y gran familia, gobernada por un solo cetro, bajo una sola religión y un sola fe. Y cuando con el trascurso de los tiempos se cumple este destino providencial del pueblo español, entonces conservando España su fisonomía especial, se desarrolla su vida en orden inverso. Antes, al través del fraccionamiento y de la variedad manteníase vivo un fondo de carácter que recordaba la identidad del antiguo origen y hacía presagiar la unidad futura; después, en medio de la unidad conservan los pueblos sus especiales y primitivos hábitos, y con el recuerdo de lo que fueron, las tendencias al aislamiento pasado. Antes, la unidad en la variedad; después la variedad en la unidad. Pueblo siempre uno y múltiple, como su estructura geográfica, y cuya particular organización hace sobremanera complicada su historia, y no parecida a la de otra nación alguna...
    El valor, primera virtud de los españoles, la tendencia al aislamiento, el instinto conservador y el apego a lo pasado, la confianza en su Dios y el amor a su religión, la constancia en los desastres y el sufrimiento en los infortunios, la bravura, la indisciplina, hija del orgullo y de la alta estima de sí mismo, esa especie de soberbia, que sin dejar de aprovechar alguna vez a la independencia colectiva, le perjudica comúnmente por arrastrar demasiado a la independencia individual, germen fecundo de acciones heroicas y temerarias, que así produce abundancia de intrépidos guerreros, como ocasiona la escasez de hábiles y entendidos generales, la sobriedad y la templanza, que conducen al desapego del trabajo, todas estas cualidades que se conservan siempre, hacen de España un pueblo singular que no puede ser juzgado por analogía. Escritores muy ilustrados han incurrido en errores graves y hecho de ella inexactos juicios, no imaginando que pudiera haber un pueblo cuyas condiciones de existencia fuesen casi siempre diferentes, muchas veces contrarias a las del resto de Europa...
    Y no obstante, cuando este país, habitualmente inactivo, rompe su natural moderación, y rebosando vida y robustez se desborda con un arranque de impetuosidad desusada, entonces domina y sujeta otros pueblos sin que baste nada a resistirle, descubre y conquista mundos, aterra, admira, civiliza a su vez, para volver a encerrarse en sus antiguos límites, como los ríos que vuelven a su cauce después de haber fecundado en su desbordamiento dilatadas campiñas.”
    MODESTO LAFUENTE (1806-1866), ‘Historia General de España’, 1850.



    ELOGIO DE ESPAÑA:

    465
    “¿Qué era, decidme, la nación que un día
    reina del mundo proclamó el destino,
    la que a todas las zonas extendía
    su cetro de oro y su blasón divino?
    Volábase a Occidente,
    y el vasto mar Atlántico sembrado
    se hallaba de su gloria y su fortuna.
    Do quiera España: en el preciado seno
    de América, en el Asia, en los confines
    del África, allí España. El soberano
    vuelo de la atrevida fantasía
    para abarcarla se cansaba en vano;
    la tierra sus mineros le rendía,
    sus perlas y coral el Oceano,
    y dondequier que revolver sus olas
    él intentase, a quebrantar su furia
    siempre encontraba costas españolas.
    ...¡Salud, oh padres de la Patria mía’,
    yo les diré, ‘salud’! La heroica España
    de entre el estrago universal y horrores
    levanta la cabeza ensangrentada,
    y, vencedora de su mal destino,
    vuelve a dar a la tierra amedrentada
    su cetro de oro y su blasón divino”.
    MANUEL JOSÉ QUINTANA (1772-1857), ‘A España después de la Revolución de Marzo’, 1808.

    466
    “...¡Lejos de mí la historia tentadora
    De ajena tierra y religión profana!
    Mi voz, mi corazón, mi fantasía
    La gloria cantan de la Patria mía.

    Venid, yo no hollaré con mis cantares
    Del pueblo en que he nacido la creencia,
    Respetaré su ley y sus aliares;
    En su desgracia a par que en su opulencia
    Celebraré su fuerza o sus azares,
    Y, fiel ministro de la gaya ciencia,
    Levantaré mi voz consoladora
    Sobre las ruinas en que España llora.

    ¡Tierra de amor! ¡tesoro de memorias,
    Grande, opulenta y vencedora un día,
    Sembrada de recuerdos y de historias,
    Y hollada asaz por la fortuna impía!
    Yo cantaré tus olvidadas glorias;
    Que en alas de la ardiente poesía
    No aspiro a más laurel ni a más hazaña
    Que a una sonrisa de mi dulce España.”

    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893), Introducción a los Cantos del Trovador’, 1840.

    467
    “Por lo que hace a nuestra España, ningún resplandor iguala al resplandor de su historia. Una provincia bastó para conquistar el Oriente: Cataluña. Una para conquistar a Nápoles: Aragón. Una para conquistar América: Castilla. Cuando esas varias provincias, en su dichosa conjunción, y bajo el cetro de los Reyes Católicos, dieron a luz a España, el mundo presenció un espectáculo que aun no habían presenciado las gentes: el espectáculo de tres grandes epopeyas, llevadas por unos mismos héroes y aun mismo tiempo a un felicísimo remate: la expulsión de los agarenos, la conquista de América y la sujeción de la Italia. Entonces sucedió que el pueblo español, no cabiendo dentro de sus límites naturales, se derramó como conquistador por el mundo; como se había derramado por el mundo como conquistador el pueblo romano. Todas las naciones civilizadas nos rindieron vasallaje: la Italia fue vencida; la Francia, humillada; la Alemania cayó bajo nuestro imperio; la Inglaterra, protegida por las tempestades, si no sujeta, quedó a lo menos turbada y temerosa. Los españoles pusieron sus fronteras en donde la civilización había levantado sus columnas.”
    JUAN DONOSO CORTÉS (1809-1853), ‘Las reformas de Pío IX’ 1847.


    468
    “España, tierra de antiguo renombre, tierra de maravillas y de misterios... España ocupó siempre un lugar considerable en mis sueños infantiles, y las cosas españolas me interesaban por modo especial... que me indujo en edad temprana a aprender su noble idioma, y a conocer su literatura, su historia y tradiciones, de modo que al entrar en España me sentí como en casa. En España pasé cinco años que, si no los más accidentados de mi vida, fueron, no vacilo en decirlo, los más felices de mi existencia. Y ahora que la ilusión se ha desvanecido para no volver jamás, siento por España una admiración ardiente; es el país más esplendido del mundo, probablemente el más fértil y con toda seguridad el de clima más hermoso. Si sus hijos son o no dignos de tal madre, es una cuestión distinta que no pretendo resolver; me contento en observar que entre muchas cosas lamentables y reprensibles he encontrado también muchas nobles y admirables...

    El argumento más fuerte que, a mi parecer, puede aducirse como prueba del vigor y de los recursos naturales de España y de la buena ley del carácter de sus habitantes, es el hecho de que hoy día el país no se halle extenuado ni agotado, y que sus hijos sean aún un gran pueblo de muy levantados ánimos...

    Diré de los españoles que ningún pueblo muestra en sus relaciones sociales un sentimiento más justo de lo que constituye la dignidad de la naturaleza humana, ni que entienda de mejor manera cuál debe ser la actitud de cada uno con relación con sus semejantes. España es una de las pocas tierras de Europa donde la pobreza no es tratada con menosprecio y, puede añadirse, donde el poderoso no está ciegamente erigido en ídolo”.

    JORGE BORROW (1803-1881), ‘La Biblia en España’, 1843.

    469
    “Ya ves, aun permanezco en España; me inspira tanto interés este noble país y estas nobles gentes que, cuantas veces he formado el propósito de abandonarlo y he hecho los preparativos, otras tantas veces he aplazado mi partida”
    WASHINGTON IRVING (1783-1859), ‘Cartas’.



    ELOGIO DE LOS ESPAÑOLES:

    470
    “Yo creo, señores, y lo creo con envanecimiento, que ha habido en la tierra dos pueblos que han sido elegidos y predestinados; el pueblo judío y el pueblo español. Los que no crean la verdad de lo que digo, creerán las pruebas que voy a dar.
    El pueblo judío fue el representante, el solo representante en la antigüedad de esta idea religiosa, de la unidad, de la espiritualidad de Dios entre los demás pueblos idólatras y materialistas; el pueblo español ha sido el representante del catolicismo entre los pueblos protestantes. El pueblo judío derramó su sangre por su fe en el Asia, y el pueblo español en las regiones de Europa y en el Continente americano. Véase si la semejanza no es cabal, si la semejanza no es cumplida, si la semejanza no es honrosa. Pues bien: yo pido al pueblo español lo que hizo el pueblo judío; el pueblo judío ha conservado intacta su fe a pesar de su dispersión, de su cautiverio; y yo pido que el pueblo español conserve intacta su fe a pesar de las revoluciones.”
    JUAN DONOSO CORTÉS (1809-1853), ‘Discurso sobre culto y clero’, 1845.


    471
    “Nací español; lo sabes por mi trato
    franco y leal, y por mis nobles hechos;
    que no hay en mi país doblez ni engaños
    en palabras de nobles, ni en sus pechos
    miras serviles, cábalas ni amaños.”
    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893), ‘Leyendas: La pasionaria’.


    472
    “Considero al pueblo español como al representante vivo de la Edad Media. Desconoce muchas pequeñas realidades por las cuales sus vecinos sienten una vanidad pueril; pero posee de una manera profunda las grandes verdades de la vida y tiene suficiente carácter e inteligencia para llevarlas a sus últimas consecuencias. El carácter español da un bello contraste con la dócil inteligencia francesa. Es duro, brusco, poco elegante; está lleno de orgullo salvaje y no se preocupa por la opinión de los demás: es exactamente el contraste que ofrece el siglo XV y el XVIII en Francia.
    STENDHAL (1783-1842), ‘De l’amour’, cap. XVII.


    HEROÍSMO DE LOS ESPAÑOLES:

    473
    “¿Cuál es la nación que no tiene sus héroes propios a quienes admirar y seguir? ¿Cuál la que no ha sufrido vicisitudes del bien al mal y del mal al bien, que es cuando se crían estos hombres extraordinarios? No lo será ciertamente aquel pueblo que alzó en las montañas septentrionales de España el estandarte de la independencia contra el ímpetu fanático de los árabes. Allí no sólo se mantiene libre de la opresión en que gime el resto de la Península, sino que, adquiriendo fuerzas y osadía, baja a derrocar a sus enemigos de la larga posesión en que estaban. Ningún auxilio, ningún apoyo en príncipe o gente alguna; dividido entre sí, ya por las particiones de los estados, imprudentemente establecidas por sus reyes, ya por las guerras que estos estados se hacían, verdaderamente civiles; al mismo tiempo nuevos diluvios de bárbaros que el África de cuando en cuando envía para reforzar a los antiguos; y todo esto junto mantiene la lucha por siete siglos enteros y forma una serie terrible de combates, de peligros y de victorias. Salen, en fin, los musulmanes de España, y entonces, a manera de fuego que comprimido violentamente rompe y se dilata a lo lejos en luz y en estallidos, se ve el español enseñorearse de la mitad de Europa, agitarla toda con su actividad ambiciosa, arrojarse a mares desconocidos e inmensos, y dar un nuevo Mundo a los hombres. Para hacer correr a una nación por un teatro tan vasto y desigual son necesarios sin duda caracteres enérgicos y osados, constancia a toda prueba, talentos extraordinarios, pechos capaces de la virtud y el vicio, pero en un grado heroico y sublime.”
    MANUEL JOSÉ QUINTANA (1772-1857), ‘Vidas de los españoles célebres’, 1807.


    VIRTUDES DE LOS ESPAÑOLES :

    474
    “Y no porque deje de haber en los españoles calidades y virtudes propias de los pueblos libres. Yo reconozco en ellos muchas dignas de alabanza; y largo tiempo antes de ahora discurriendo los dos sobre este punto, hallábamos, milord, que de todos los pueblos del continente, éste era acaso el más a propósito para recibir con fruto el germen de la libertad. Templado, frugal, sufridor de trabajo y de fatiga, grave, consecuente y algún tanto altivo, sujeto a un régimen y a unas leyes civiles que, si bien defectuosas por otro aspecto, no favorecen demasiado a las clases altas con degradación y vilipendio de las humildes; acostumbrado por más de un siglo a ver entregada la dirección de los grandes negocios del Estado a ministros sacados de la clase media y aun ínfima de la nación, era preciso esperar que recibiese sin repugnancia y se habituase gustoso a un sistema político análogo y consiguiente a tan bellas disposiciones.”
    MANUEL JOSÉ QUINTANA (1772-1857), ‘Carta a Lord Holland’, 1823.


    475
    “El valor, primera virtud de los españoles, la tendencia al aislamiento, el instinto conservador y el apego a lo pasado, la confianza en su Dios y el amor a su religión, la constancia en los desastres y el sufrimiento en los infortunios, la bravura, la indisciplina, hija del orgullo y de la alta estima de sí mismo, esa especie de soberbia, que sin dejar de aprovechar alguna vez a la independencia colectiva, le perjudica comúnmente por arrastrar demasiado a la independencia individual, germen fecundo de acciones heroicas y temerarias, que así produce abundancia de intrépidos guerreros, como ocasiona la escasez de hábiles y entendidos generales, la sobriedad y la templanza, que conducen al desapego del trabajo; todas estas cualidades que se conservan siempre, hacen de la España un pueblo singular que no puede ser juzgado por analogía.”
    MODESTO LAFUENTE (1806-1866), ‘Historia General de España’, 1850.


    DOLOR POR ESPAÑA:

    476
    “¿Qué se hicieron tus muros torreados?
    ¡Oh mi patria querida!
    ¿Dónde fueron tus héroes esforzados,
    tu espada no vencida?
    ¡Ay!, de tus hijos en la humilde frente
    está el rubor grabado:
    a sus ojos caídos tristemente
    el llanto está agolpado.
    Un tiempo España fue: cien héroes fueron
    en tiempos de ventura,
    y las naciones tímidas la vieron
    vistosa en hermosura.
    Cual cedro que en el Líbano se ostenta,
    su frente se elevaba;
    como el trueno a la virgen amedrenta,
    su voz las aterraba.
    Mas ora, como piedra en el desierto,
    yaces desamparada,
    y el justo desgraciado vaga incierto
    allá en tierra apartada.
    Cubren su antigua pompa y poderío
    pobre yerba y arena,
    y el enemigo que tembló a su brío
    burla y goza en su pena.
    Vírgenes, destrenzad la cabellera
    y dadla al vago viento:
    acompañad con arpa lastimera
    mi lúgubre lamento.
    Desterrados ¡oh Dios!, de nuestros lares,
    lloremos duelo tanto:
    ¿quién calmará ¡oh España!, tus pesares?,
    ¿quién secará tu llanto?”
    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) ‘A la Patria’.

    477
    “O España mía, Madre idolatrada,
    ¡Ay cual te veo trémula y llorosa!
    Dime ¿qué fue de tu brillante Armada?
    ¿Qué fue de esa opulencia tan colmada
    Que el inmenso tesoro
    Hundía al peso de tu plata y oro?
    ¿Qué fue de tantos ínclitos varones,
    En sucesión gloriosa,
    Pasmo, envidia y pavor de mil naciones?...
    Ya Lerma, ya Olivares,
    Ya Godoy, ya José, mil viles entes
    De nombres y de bandos diferentes,
    Con signo atroz de trágicos azares,
    Tu lozana pujanza mancillaron
    Y tu fecundo seno desgarraron.
    ¡Ay exánime esclava, en paz y en guerra,
    De la insaciable y bárbara Inglaterra,
    Tras ensayos sin fin, nunca el sendero,
    Sabes hollar de tu nivel certero!
    En perpetuo vaivén, víctima ansiosa
    De sed avara o de ambición rabiosa,
    En giro sempiterno
    De loco, absurdo y ciego desgobierno,
    La vocinglera y criminal comparsa
    Pregonando sin fin felicidades
    De bárbaras soñadas teorías,
    Y en tropel redoblando realidades
    De incesantes y horrendas demasías.”
    JOSÉ MOR DE FUENTES (1762-1848), ‘Isabel II’, 1843.
    Última edición por ALACRAN; 11/10/2011 a las 13:43

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    Re: Textos históricos de alabanzas a España

    LOA DE LAS CARACTERÍSTICAS ESPAÑOLAS.

    HOMBRES:

    DIGNIDAD DEL HOMBRE:

    478
    “Antes que Pascal lo dijese con elocuencia sobrehumana, ya sabía el hombre en qué consistía su nobleza y su grandeza. El hombre es más noble que el mundo, porque el mundo no piensa y él piensa; y es más grande, porque ha de vivir después de acabado el mundo. Como el cielo se levanta sobre la tierra, así es mayor que el cuerpo que siente el espíritu que piensa. Quitad del mundo al hombre, ¿quién sabe en él de Dios? Esas flores se entreabren y esos astros resplandecen, mas ignoran para quién dan su luz o exhalan su perfume. Son los mudos e insensibles adornos de un templo magnífico; ¿pero que es del templo si falta el sacerdote?”
    ANTONIO APARISI Y GUIJARRO (1815-1872). ‘Obras completas’.



    LIBERTAD DEL HOMBRE:

    479
    “La virtud en el hombre es fuerza; y si, apoyado en la virtud, el hombre subyuga sus pasiones y reina o gobierna su razón ilustrada por un consejero divino, aquel hombre es libre. De hombres honrados y de pueblos sobrios y virtuosos se hacen pueblos libres; pero de hombres o pueblos en quienes cunde el libertinaje del espíritu o el espíritu desenfrenado de goces materiales –haced las Constituciones que queráis-, no haréis más que pueblos turbulentos o esclavos.”
    ANTONIO APARISI Y GUIJARRO (1815-1872). ‘Obras completas’.



    SENTIMIENTOS POLÍTICOS DEL PUEBLO ESPAÑOL:

    480
    “El pueblo español es todavía religioso gobernable; aun, por consiguiente, gobernable. Si un gran gobierno se dirigiera a él, hablándole la lengua que él entiende, el pueblo español le contestaría. Acordaos de las palabras del sr. Permanyer: ‘La mayoría del pueblo español no pertenece a ninguna bandería: conserva como un fuego sagrado los principios y sentimientos de sus padres’. Pero también ha dicho el ilustre amigo que ese pueblo español está atesorando desengaños, por eso le veis apartado de nosotros, indiferente adverso. Esta es la verdad; quien os diga lo contrario os engaña; la mayoría del país no ama este sistema tal como se usa; ama las Cortes; le es grato ese nombre, que lo fue a sus mayores, .... pero no gusta de que los diputados vengan aquí a traer sus pasiones y sus odios... España lo que quiere es “verdad, justicia y economía”, quiere obras buenas y no palabras vanas.”
    ANTONIO APARISI Y GUIJARRO (1815-1872), ‘Contestación al discurso de la Corona’, 1863.


    ESPÍRITU TRADICIONAL DE ESPAÑA:

    481
    “Yo deseo conservar lo que nos queda de aquellos tiempos, lo único que nos queda, aunque mermado y entibiado, el espíritu religioso y monárquico que esforzó a la gente española en la gran jornada de los siete siglos, desde una cueva oscura [Covadonga] hasta Granada la imperial; que paseó después por todos los ámbitos del mundo la bandera española, que atravesó por fin las soledades del Océano, y encontró, conquistó y civilizó un mundo nuevo”.
    ANTONIO APARISI Y GUIJARRO (1815-1872), ‘Contestación al discurso de la Corona’, 1863.

    482
    ¿Qué harían nuestros padres, los del siglo XV o XVI, si resucitaran en el siglo XIX y vieran, de una parte, los estragos de una revolución loca, que no reformó sino destruyó, y se encontrasen, de otra, con el libro y el periódico, el ferrocarril y el telégrafo...? Restaurarían, en cuanto fuera posible, la obra de los siglos, pero ‘acomodándola a las verdaderas necesidades, a las legítimas aspiraciones y hasta al gusto del presente’. Sólo así es hacedero formar una obra vividora, y reanudando la tradición se tiene Patria. El altar siempre es el mismo; los adornos del altar varían al compás de los tiempos. en los presentes, como en los pasados, se puede y debe escribir en la bandera de España: ‘Dios, Patria y Rey’.
    ANTONIO APARISI Y GUIJARRO, ‘Restauración’, 1872.


    INDEPENDENCIA ESPAÑOLA:

    483
    “No es éste tiempo de estarse con los brazos cruzados el que puede empuñar la lanza, ni con la lengua pegada al paladar el que puede usar el don de la palabra para instruir y alentar a sus compatriotas. Nuestra preciosísima libertad está amenazada, la patria corre peligro y pide defensores: desde hoy todos somos soldados, los unos con la espada y los otros con la pluma. Ya vino el día en que pueden salir del pellejo los corazones y puedo yo añadir que he llegado dichosamente a la época de mi edad en que el hombre de bien y el buen ciudadano, ni por esperanza de mejor fortuna, ni por temor de la muerte, debe hacer traición a su conciencia. ¿Qué diría de mí la patria? ¿Qué pensarían los buenos y los malos de mi silencio? ¡Yo mudo ahora! ¡Yo, que hace tantos años que no he empleado la pluma y mi celo sino en honra y gloria de mi nación, ahora sin dar señales de vida en el momento en que el enemigo de la Europa maquina su esclavitud o su desolación! ¡Manos a las armas y Dios bendiga la noble intención de tan santa empresa!

    Con esta guerra volveremos a ser españoles rancios a pesar de la insensata currutaquería, esto es, volveremos a ser valientes, formales y graves. Tendremos patria, la amaremos y defenderemos... Tendremos costumbres nuestras, aquellas que nos hicieron inconquistables a las armas y a la política extranjera. Cantaremos nuestras jácaras, bailaremos nuestras danzas, vestiremos nuestro antiguo traje. Los que se llaman caballeros montarán nobles caballos, en vez de tocar el fortepiano y de representar caseros dramas sentimentales apestando a francés. Volveremos a hablar la castiza lengua de nuestros abuelos, que andaba mendigando ya, en medio de tanta riqueza, remiendos de jerga galicana. Nuestra lengua volverá a ser de moda cuando el ingenio y seso de los españoles produzca obras dignas de la posteridad, y cuando la moral y la política, cuya jurisdicción vamos a fijar, salgan en traje y lenguaje castellano.

    ¡Oh, incautos españoles! Aún creo que no habéis temido todo lo que podríais temer de las inicuas ideas de Bonaparte, hecho dueño de España. Preveíais éstos y los otros trastornos, contribuciones, conscripciones, abolición de vuestras leyes, ruina de vuestra santa Religión, pérdida de las Américas, etc., etc. Pero, ¿estabais seguros de que no había de poner la España por el modelo de los demás países que domina mediata o inmediatamente? ¿Estabais seguros de que, tomando en todo por pauta a su organizada Francia, no os dividiría en departamentos, distritos, prefecturas, etc., quitando el nombre y la existencia política a vuestras provincias y acaso el nombre mismo de España, imponiéndola el de Iberia o Hesperia, según la manía pedantesca de sus transformaciones, para que así nuestros nietos no se acordasen de qué país fueron sus abuelos?

    ¡Españoles ilustres, provincias que os honráis con este timbre glorioso y que juntas formáis la potencia española y que, reduciendo vuestras voluntades en una sola, haréis para siempre invencible la fuerza nacional: unión, fraternidad y constancia!

    ANTONIO CAPMANY (1742-1813), ‘Centinela contra franceses’, 1808.


    484
    “Venid, vencedores, de la Patria honor, recibid el premio de tanto valor.
    Tomad los laureles que habéis merecido, los que os han rendido Moncey y Dupont.
    Vosotros, que fieles habéis acudido al primer gemido de nuestra opresión.
    Venganza os llamaba de sangre inocente, alzasteis la frente que jamás temió.

    Y al veros, los dueños de tantas conquistas huyen como aristas que el viento arrolló.
    Vos de una mirada que echasteis al cielo parasteis el vuelo del Águila audaz;
    Y al polvo arrojasteis con iras bizarras las alas y garras del ave rapaz.
    Llegad ya, provincias, que valéis naciones, ya vuestros pendones deslumbran al sol:
    pálido el tirano tiembla, y sus legiones muerden los terrones del suelo español.
    ¡Oh, qué hermosos vienen! ¡Su porte, cuán fiero!
    ¡Cuál suena el acero! ¡Cuál brilla el arnés!
    Estos son guerreros valientes y bravos, y no los esclavos del yugo francés.

    Funesto es el día, francés orgulloso, y el campo ominoso que pisas también:
    la sombra de Alfonso, con iras más bravas, su gloria en las Navas defiende en Bailén.
    ¡Oh, cuán claros veo brillar en sus ojos los fieros enojos que van a vengar!
    ¡Oh, cuánto trofeo que ganó su espada, verá consolada la Patria en su altar!

    ¡Oh Patria, respira de males prolijos, descansa en los hijos que el cielo te dio! ni temas que el arte falte a su fortuna: soldados la cuna naciendo los vio.
    Tiempo es ya que altiva la frente levantes, pues llegan triunfantes los hijos del Cid.
    Venid, vencedores, columnas de honor,
    la Patria os da el premio de tanto valor.”

    JUAN BAUTISTA ARRIAZA (1770-1837), ‘Himno de la Victoria’.

    485
    “Luego se levantó del mar de la gran masa del Pirineo, cuya azulada mole, coronada de brumas, despertó en mi alma recuerdos inmortales... ¡Aquél era el perpetuo antemural de España, que no pudieron borrar los más insignes conquistadores! El poema de nuestra independencia, escrito con sangre de cien generaciones, acudió, pues, a mi memoria... ¡Cuántas veces... cuántas, vinieron sobre nuestra tierra, ya por el Septentrión, ya por el Mediodía, verdaderas inundaciones de guerreros amenazando sumergirnos! ¡Y qué lucha de titanes la nuestra por defender la nacionalidad y el nombre de los españoles, ora contra los Escipiones, ora contra Yusuf, ora contra Carlomagno, ora contra Bonaparte!... ¡Ni un sólo día transigimos con el extranjero! ¡Ni uno sólo yació en ocio nuestra espada!”
    PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN (1833-1891), ‘De Madrid a Nápoles’, 1861.

    486
    “Gran cosa, altísima faena fue; pero aun se puede decir más: Napoleón en Europa solo había encontrado ejércitos; en España fue donde encontró un pueblo, y para decir en pocas palabras cuán grande era este pueblo, basta decir que no hizo caso de Napoleón. La frase es vulgar y por eso es más sublime. ¡Oh! ¡Y cómo gozo yo cuando pienso en Valencia y lo que pasó en Valencia, en que un vendedor de pajuelas, subido en hombros de otro valenciano, en medio de la plebe congregada dijo estas grandes palabras: ‘El vendedor de pajuelas declara la guerra a Napoleón Bonaparte’. Admirad, señores, estas palabras; entre nosotros hasta los más humildes tenían algo de reyes; el pueblo español, con el romano, llevó sólo en su frente cierto sello real: ‘Populum late Regem’.
    ANTONIO APARISI Y GUIJARRO (1815-1872), ‘Contestación al discurso de la Corona’, 1863.


    SENTIDO PROVIDENCIALISTA:

    487
    “Oh, Dios mío! ¿Qué gran pecado ha cometido el pueblo español en sus días de prosperidad y de grandeza, que así concitas contra él los elementos cuando la fuerza de los hombres no es bastante a contenerlo en el camino de la gloria? ¿Por qué estorbas su regeneración? ¿Por qué le impides levantarse del polvo donde le hundió tu ira hace tres centurias? ¡Oh, Señor! En la tribulación que sufrimos reconozco la mano omnipotente que sepultó en los mares aquella escuadra Invencible, cuyo armamento difundiera el terror por toda Europa. ¡Tremendo fue nuestro castigo en aquellos días! Pero dese ya tu justicia por satisfecha. ¡Gracia, Señor! ¡Misericordia! ¡Aplaca tu cólera! ¡No nos tornes a la nada! ¡Mira que nuestra penitencia ha sido larga, dolorosa, áspera como el más duro cilicio! ¡Mira que hemos llevado la corona y el cetro de la ignominia durante trescientos años! ¡Mira que todos los pueblos que antes nos rendían pleito homenaje, nos han escarnecido, nos han befado, nos han dado a probar la hiel y el vinagre más acerbos!... ¡Señor, piedad para España! ¡Piedad para tus hijos! ¡Piedad para tus soldados!”
    PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN (1833-1891), ‘Diario de la Guerra de África’, 1859.


    LIBERTAD:

    488
    “El nombre del libertad parece condenado a ser mal comprendido en todas
    sus aplicaciones, desde que se apoderaron de él los protestantes y los falsos
    filósofos. En el orden religioso, en el moral, en el social, en el político, anda
    envuelto en tales tinieblas, que bien se descubre cuánto se ha trabajado para
    oscurecerle y falsearle. Cicerón dio una admirable definición de la libertad,
    cuando dijo que consistía en ser esclavo de la ley; de la propia suerte puede
    decirse que la libertad del entendimiento consiste en ser esclavo de la verdad,
    la libertad de la voluntad en ser esclavo de la virtud; trastornad ese orden y
    matáis la libertad.

    Quitad la ley, entronizáis la fuerza; quitad la verdad, entronizáis el error;
    quitad la virtud, entronizáis el vicio. Sustraed el mundo a la ley eterna, a esa ley
    que abarca al hombre y a la sociedad, que se extiende a todos los órdenes, que
    es la razón divina aplicada a las criaturas racionales; buscad fuera de ese
    inmenso desculo una libertad imaginaria, nada queda en la sociedad sino el
    dominio de la fuerza bruta, y en el hombre el imperio de las pasiones: en uno y
    otro la tiranía, por consiguiente la esclavitud.”

    JAIME BALMES, ‘El protestantismo comparado con el catolicismo’, 1842.
    Última edición por ALACRAN; 11/10/2011 a las 13:50

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