Gracias por este artículo esclarecedor, Muñoz.
Gracias por este artículo esclarecedor, Muñoz.
“Es ésta nuestra finalidad, nuestro gran ideal. Caminamos para la civilización católica que podrá nacer de los escombros del mundo de hoy, como de los escombros del mundo romano nació la civilización medieval. Caminamos para la conquista de este ideal, con el coraje, la perseverancia, la resolución de enfrentar y vencer todos los obstáculos, con que los Cruzados marcharon sobre Jerusalén. Porque si nuestros mayores supieron morir para reconquistar el Sepulcro de Cristo, ¿cómo no vamos a querer nosotros —hijos de la Iglesia como ellos— luchar y morir para restaurar algo que vale infinitamente más que el preciosísimo Sepulcro del Salvador, es decir, su reinado sobre las almas y sobre la sociedad, que Él creó y salvó para amarlo eternamente?”.
Plinio Corrêa de Oliveira.
Magnificos aportes.
Saludos a todos.
¡ VIVA MÉXICO VIVA SANTA MARÍA DE GUADALUPE VIVA MÉXICO !
Adelante soldado de Cristo
Hasta morir o hasta triunfar
Si Cristo su sangre dio por ti
No es mucho que tu por ÉL
Tu sangre derrames.
La Monarquía tradicional de Las Españas
Rey y Reinos
El ápice de la Hispanidad se puede decir que está en el reinado de Felipe II de España y I de Portugal. Congregando varios pueblos bajo su corona, Felipe sin embargo tenía la obligación de respetar las idiosincrasias, las tradiciones, privilegios y derechos de cada uno de sus reinos. A eso el historiador británico Sir John Elliott llamó monarquía compuesta [10], expresando así que lo que inspiraba este Imperio no era la centralización administrativa y la dominación de un pueblo sobre otro, sino la concepción de la hermandad entre todos los hombres y la cooperación entre ellos viviendo en una comunidad en que, resguardando sus legítimas libertades y tradiciones, se albergaban bajo un mismo rey, que era a su manera padre, juez y señor, protector, pastor de todos. Este rey no era absoluto, sino que estaba limitado por el derecho natural y por los pactos que expresaban las libertades de cada reino. De hecho, el Imperio portugués puede ser analizado como una federación de municipios, si tomamos en cuenta el poder de las Cámaras municipales y su autonomía. [...].
La idea de un rey que no es un dios ni divino, un rey limitado por la naturaleza de las cosas, limitado por el derecho natural y la justicia, limitado por las tradiciones y libertades establecidos por los pueblos: ese es el rey de la monarquía tradicional ibérica, ese es el rey portugués, ese es el rey de Las Españas. Ese es un rey que se adecuará a las idiosincrasias locales, posibilitando un Imperio en que conviven culturas de todo el mundo. Se trata de un régimen político radicalmente distinto tanto del absolutismo cuanto del liberalismo, se trata del régimen político que organiza la Hispanidad.
Nota: [10] Eliott, John. Una Europa de Monarquías Compuestas. En: España en Europa. València: Universitat de València,
Fuente: Alencar, F.L., Ruiz González, R. "¿Puede el cristianismo inspirar una cultura global? Una aproximación hacia la lusitanidad", [6. Rey y Reinos]. En: UNIV Forum Scientific Committee, Can Christianity Inspire a Global Culture? UNIV Forum 2010 Presentations / ¿Puede el cristianismo inspirar una cultura global? Comunicaciones Forum UNIV 2010, Universidad de Navarra, 2010. Pág. 43.
http://elmatinercarli.blogspot.com/2011/09/la-monarquia-tradicional-iberica.html
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
Muy buen articulo, Donoso. El municipalismo es vertebral en la monarquia tradicional portuguesa y su expresión propia en el foralismo hispano. Fue también bandera del Integralismo Lusitano y tema muy caro para António Sardinha.
Última edición por Irmão de Cá; 10/09/2011 a las 22:57
CRÍTICA:
[IMG]file:///C:\Users\kd000244\AppData\Local\Temp\msohtml1\01\clip_image001.jpg[/IMG]Cuenta Antonio Pérez, que estando Felipe II en la iglesia de San Jerónimo de Madrid, un orador dijo queriendo adularle, que "el rey era absoluto". Siendo el absolutismo un producto perverso del protestantismo, el auditorio se escandalizó, y fray Fernando del Castillo, del Santo Oficio tomó cartas en el asunto juzgando que tal afirmación era una barbaridad, pues la Iglesia era firme defensora del derecho foral. La "terrible condena inquisitorial" fue ni más ni menos que obligar al adulador a retractarse de dicha afirmación en el mismo púlpito.
(En Españoles que no pudieron serlo, de José Antonio Ullate Fabo)
1º
No se dice ahí que ese texto está basado en otro de Jaime Balmes, extraído de “El protestantismo comparado con el Catolicismo”, Tomo I, capítulo XXXVII “Nueva inquisición atribuida a Felipe II’; más concretamente, en una nota aclaratoria del texto en cuestión, sobre un texto de Antonio Pérez.
2º
Eso no lo escribe Antonio Pérez, ni Jaime Balmes, ni viene al caso con lo que Jaime Balmes cuenta del incidente del orador. Jaime Balmes sólo comenta que en aquella España la autoridad no estaba influida por "doctrinas despóticas que eran contrarias a la sana doctrina".Siendo el absolutismo un producto perverso del protestantismo,
3º
¿¿¿???? Esto se lo inventa el articulista.pues la Iglesia era firme defensora del derecho foral.
Jaime Balmes (o el citado Antonio Pérez) escribía que la Inquisición encontró la proposición “contraria a las sanas doctrinas”, y que el orador se retractó de ella, diciendo que “los reyes no tienen mas poder sobre sus vasallos, del que les permite el derecho divino y humano, y no por su libre y absoluta voluntad.”
4 º
El título correcto hubiera sido: “La Santa Inquisición en defensa del Derecho Divino y Humano.La Santa Inquisición en defensa de las libertades sociales
A los que afirman que la Inquisicion era un instrumento de Felipe II, se les puede salir al encuentro con una anécdota, que por cierto no es muy á propósito para confirmarnos en esta opinion. No quiero dejar de referlirla aquí, pues que á mas de ser muy curiosa é interesante, retrata las ideas y costumbres de aquellos tiempos. Reinando en Madrid Felipe II, cierto orador dijo en un sermon en presencia del rey, que los reyes teman poder absoluto sobre las personas de los vasallos y sobre sus bienes. No era la proposicion para desagradar á un monarca, dado que el buen predicador le libraba de un tajo, de todas las trabas en el ejercicio de su poder. Á lo que parece, no estaría entonces todo el mundo en España tan encorvado bajo la influencia de las doctrinas despóticas como se ha querido suponer, pues que no faltó quien delatase á la Inquisicion las palabras con que el predicador habia tratado de lisonjear la arbitrariedad de los reyes. Por cierto que el orador no se habia guarecido bajo un techo débil; y así es que los lectores darán por supuesto, que rozándose la denuncia con el poder de Felipe II, trataría la Inquisicion de no hacer de ella ningun mérito. No fué así sin embargo: la Inquisicion instruyó su expediente, encontró la proposicion contraria á las sanas doctrinas, y el pobre predicador, que no esperaría tal recompensa, á mas de varias penitencias que se le impusieron, fué condenado á retractarse públicamente, en el mismo lugar, con todas las ceremonias de auto jurídico, con la particular circunstancia de leer en un papel, conforme se le habia ordenadoras siguientes notabilísimas palabras : Porque, señores, los reyes no tienen mas poder sobre sus vasallos, del que íaj permite el derecho divino y humano; y no por su libre y absoluta voluntad.» Así lo refiere D. Antonio Pérez, como se puedo ver en el pasaje que se inserta por entero en la nota correspondiente á este capítulo. Sabido es que D. António Pérez no era apasionado de la Inquisición....El Protestantismo comparado con el ... - Jaume Balmes - Google LibrosDon Antonio Perez en sus Relaciones, en las notas á una carta del confesor del rey, fray Diego de Chaves, en la que este afirma que el príncipe seglar tiene poder sobre la vida de sus súbditos y vasallos, dice : « No me meteré en decir lo mucho que he oido sobre la calificacion de algunas proposiciones de estas, que no es de mi profesion. Los de ella se lo entenderán luego, en oyendo el sonido; solo diré que estando yo en Madrid, salió condenada por la Inquisicion una proposicion que uno, no importa decir quién, afirmó en un sermon en S. Hierónimo de Madrid en presencia del rey católico : es á saber. Que los reyes tenían poder absoluto sobre las personas de sus vasallos, y sobre sus bienes. Fué condenado, demas de otras particulares penas, en que se retratase públicamente en el mismo lugar con todas las ceremonias de auto jurídico. Hízolo así en el mismo pulpito; diciendo que él había dicho la tal proposicion en aquel dia. Que él se retrataba de ella, como de proposicion errónea. Porque Señores (así dijo recitando por un papel) los reyes no tienen mas poder sobre sus vasallos, del que les permite el derecho divino y humano: y no por su libre y absoluta voluntad. Y aun sé el que calificó la proposicion, y ordenó las mismas palabras que habia de referir el reo, con mucho gusto del calificante, porque se arrancase yerba tan venenosa, que sentía que iba cresciendo. Bien se ha ido viendo. El maestro fray Hernando del Castillo (este nombraré) fué el que ordenó lo que recitó el reo, que era consultor del Santo Oficio, predicador del rey, singular varon en doctrina y elocuencia, conoscido y estimado mucho de su nacion y de la italiana en particular...
(Relaciones de Antonio Perez.) Paris 1624.
Jaime Balmes, “El protestantismo comparado con el Catolicismo”, Tomo I, capítulo XXXVII.
En estos momentos están dando "El mito de la Inquisición Española", documental de la BBC, en canal Santa María, de Mercedes (prov. de Buenos Aires). Mientras en nuestros países se sigue creyendo en estos mitos, cada vez hay más anglo-sajones que dicen la verdad.
Ver online
Última edición por Erasmus; 21/10/2011 a las 05:59
Imperium Hispaniae
"En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."
Sobre el documental:
La Falsa historia de la Inquisición EspañolaLA FALSA HISTORIA DE LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA.
Un programa de la BBC refuta el mito del Santo Oficio como paradigma del terror
LOLA GALÁN. Londres.
Las siniestras salas de tortura dotadas de ruedas dentadas, artilugios quebrantahuesos, grilletes y demás mecanismos aterradores sólo existieron en la imaginación de sus detractores.
Sin embargo, todavía hoy su nombre se invoca como sinónimo de represión, oscurantismo y crueldad. ¿Qué mecanismos del destino convirtieron a la Inquisición española en el más duradero ejemplo de terror? La respuesta, de acuerdo con los exhaustivos datos recabados por una nueva generación de historiadores internacionales es sencilla: el Santo Oficio se enfrentó a una gigantesca maquinaria propagandística. Los efectos de la tergiversación, promovidos por el mundo protestante gracias a la imprenta, han sido tan duraderos que todavía hoy el término inquisición o inquisidor se identifican con horror, tortura y asesinato en todos los idiomas.
Resulta paradójico que haya sido la BBC -la televisión pública británica- la encargada de reconstruir la imagen de una institución tan española. El domingo, un programa nocturno de máxima audiencia -Time Watch- mostró el verdadero rostro de un tribunal creado por los Reyes Católicos para luchar contra la herejía. Expertos de la talla de Henry Kamen, Stephen Haliczer o los profesores españoles José Álvarez-Junco y Jaime Contreras reconstruyen en el reportaje El mito de la Inquisición española el verdadero paisaje de una institución, aunque no defendible a los ojos del siglo XX, sí intencionadamente desvirtuada.
Una institución controlada por abogados reacios a aplicar la tortura y mucho menos inquisidores que sus homólogos de Francia, Alemania o Inglaterra, donde sin necesidad de un tribunal específico se asesinó tres veces más herejes, brujas o personajes más o menos excéntricos. Para el profesor de la Universidad de Illinois, Stephen Haliczer, los propios archivos de la Inquisición son elocuentes: En cerca de 7.000 casos, apenas se aplica algo parecido a la tortura en un 2%.
En 350 años de historia represiva, y mientras la leyenda habla de millones de asesinatos, la cifra real de víctimas se sitúa entre 5.000 y 7.000 personas.
A lo largo de cincuenta minutos, el programa de la BBC, coproducido por el historiador e hispanista Nigel Townson, lleva su afán de reconstrucción de la verdad histórica hasta la figura de Felipe II, auténtica bestia negra de la imaginería internacional. La política de Felipe II es perfectamente discutible.
A mí no me resulta particularmente simpático -explica en el programa el profesor Álvarez-Junco-, pero su hijo Carlos era simplemente un adolescente de mala salud que murió en un accidente. Convertirle en el paladín de la libertad como ha hecho la historia, en el joven libertador de los Países Bajos, que cae asesinado por su padre, como cuenta la ópera de Giuseppe Verdi, Don Carlos, resulta uno de los casos de injusticia histórica más sangrantes.
Imperium Hispaniae
"En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."
A Santa Inquisição
A Grande Mídia:
Na colina do castelo de Belmonte, os inquisidores cortaram as cabeças de inúmeras famílias não cristãs. Crianças entre 2 e 10 anos foram capturadas e mandadas para as ilhas de Cabo Verde a fim de serem vendidas como escravas para plantadores de cana-de-açúcar no Brasil. (...)
Em 1506, 20 mil judeus foram enviados ao Palácio das Estátuas, sede da Inquisição em Lisboa, para serem convertidos ao cristianismo sob o fio da espada. A iniciativa acabou em um massacre de três dias. Dois mil judeus morreram nas ruas de Lisboa.
REVISTA PLANETA
Outras versões:
“A Inquisição na Espanha celebrou, entre 1540 e 1700, 44.674 juízos. Os acusados condenados à morte foram apenas 1,8% (804) e, destes, 1,7 (13) foram condenados em “contumácia”, ou seja, pessoas de paradeiro desconhecido ou mortos que em seu lugar se queimavam ou enforcavam bonecos.” (...)
“Dos 125.000 processos de sua historia [tribunais eclesiásticos], a Inquisição espanhola condenou a morte 59 “bruxas”. Na Itália. 36 e em Portugal 4.”
E a propaganda de que “foram milhões”.
A Inquisição exterminou 30 milhões de pessoas?
O vídeo traz depoimentos de pesquisadores isentos e renomados que se debruçaram sobre este complexo tema, desmitificando falsificações históricas arquitetadas com o único objetivo de criar uma lenda negra em torno desta complexa instituição e, destarte, desmerecer a Igreja Católica e sua contribuição decisiva na construção da civilização ocidental.
O Mito da Inquisição Espanhola (Dublado) 1/4 - YouTube
A tortura era o método normalmente aplicado, infelizmente, por todos os países, por todas as polícias, e permitido por todos os códigos legais até o século passado.
Foi a Igreja a primeira a não aceitar a confissão sob tortura como prova de culpa.
Na Inquisição -- ao contrário do que se fazia em todas as partes, a tortura só podia ser aplicada uma vez, sem derramamento de sangue, só com a aprovação do Bispo e com a assistência de um médico. Os papas sempre preveniram os inquisidores de que eles eram pastores e não torturadores nem carrascos.
Nas prisões de todos os países, toda pena capital era precedida de torturas punitivas. Por isso os acusados preferiam ser julgados pela inquisição, onde o tratamento era sempre muito menos cruel.
Inquisio e tortura - MONTFORT
[ notem o que é a Grande Mídia, demoniáco instrumento de engano e destruição, visto também os recentes e vergonhosos acontecimentos pelo mundo: Iraque, Líbia, etc. ]
Oitavo Mandamento
"¡Viva la Inquisición!" (I)
Resuelto como estoy a ennegrecer la poca buena reputación que me pueda quedar después de haber defendido las “cadenas” de los realistas frente al afrancesamiento camuflado de patriotismo de los constituyentes de Cádiz, hoy quiero reivindicar la memoria de esta benémerita institución.
Y esta vez lo hago tomando por bandera otra exclamación popular de principios del siglo XIX, lógica continuación del irónico “vivan las cadenas”, que demuestra que los españoles que hicieron la guerra a los revolucionarios bonapartistas en 1808 y a los revolucionarios doceañistas en 1821 ―porque la intervención de los cien mil hijos de San Luis en 1823 tuvo el camino preparado por la Guerra Realista, luchada por españoles― no combatían por una monarquía absolutista, más parecida al régimen liberal que a la monarquía católica y foral que, es cierto, tanto había degenerado hacia el despotismo ilustrado en las últimas décadas borbónicas, pero es de justicia reconocer que prometía una pronta regeneración con las corrientes reformadoras en clave tradicional que ya desde los albores del siglo XIX quisieron volver a impregnar las instituciones con ese espíritu que nunca abandonó el patriotismo popular durante los años de afrancesamiento de las élites, manifestándose en toda su gloria en la guerra contra Napoleón, rebrotando en la Guerra Realista y en las revueltas del reinado de Fernando VII ―ya sin una invasión extranjera que pudiera encubrir de nacionalismo el auténtico móvil religioso de estas guerras―, y encontrando finalmente respaldo dinástico en el carlismo.
Y es que los Agraviados o Malcontents que en 1827 se rebelaron en Cataluña contra el “despotismo ministerial” de la última década del reinado de Fernando VII, no pudiendo creer que el Rey Católico gobernara de esa manera por su propia voluntad y suponiendo que volvía a estar cautivo en su Palacio como durante el Trienio Liberal, lo hicieron bajo este lema:
“¡Viva la Inquisición y muera la policía!”(1)
Quiero hacer una breve reflexión personal sobre la Inquisición española, sin pretender ofrecer una siquiera somera síntesis histórica ni entrar en el terreno de las cifras (aunque son elocuentísimas por sí solas), alrededor de tres preguntas: ¿qué hacía el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición? ¿Por qué lo hacía? Y ¿tenía razón para hacerlo?
¿Qué hacía la Inquisición?
Todo el mundo lo sabe: perseguía la herejía, enjuiciaba herejes. Lo que no sabe todo el mundo es qué es un hereje. No es hereje todo el que no es cristiano. Al contrario, para ser hereje es necesario ser cristiano, o decir serlo. “Quien profesa la fe cristiana tiene voluntad de asentir a Cristo en lo que realmente constituye su enseñanza”, dice Santo Tomás de Aquino, y puede desviarse de la rectitud de la fe si “tiene la intención de prestar su asentimiento a Cristo, pero falla en la elección de los medios para asentir, porque no elige lo que en realidad enseñó Cristo, sino lo que le sugiere su propio pensamiento” (Suma teológica, II-IIae, q.11, a.1). El que no es cristiano no puede desviarse de una fe que nunca fue la suya, y por tanto no puede ser hereje. Y si no es hereje, no puede ser procesado por la Inquisición.
En términos generales, la Inquisición española no mandó ejecutar, ni siquiera procesó, a ningún judío o mahometano, sencillamente porque en España no había ningún judío o mahometano. La Inquisición se establece en 1478 y empieza a actuar en 1480; los judíos son expulsados en 1492 y los moriscos en 1502. En el relativamente breve espacio de tiempo entre la creación del Santo Oficio y las expulsiones, que yo sepa sólo se conoce un caso, el del Santo Niño de la Guardia, de judíos no conversos procesados (por asesinato ritual, no por cuestiones de fe), aunque no he encontrado fuentes fiables que esclarezcan si el enjuiciamiento de los dos judíos lo hizo la Inquisición, como con los seis conversos también implicados, o bien las autoridades civiles.
En todo caso, después de las expulsiones oficialmente sólo hay cristianos en España. Los Reyes Católicos, estableciendo la Inquisición una década antes de la expulsión de los judíos, ofrecen una alternativa: o te quedas y te conviertes, o te vas; pero si te quedas, ya sabes que esto es lo que hay. Quién duda de que esta elección se ofrece en condiciones menos que favorables, con todo lo que supone para una familia mudarse a otro país en pocos meses con el perjuicio económico de la venta rápida de sus propiedades y la prohibición de llevarse ciertos bienes. Pero la conversión no fue forzada. Muchos, naturalmente, prefirieron anteponer su hacienda a su religión y convertirse sin sinceridad. Pero que ellos no tomaran en serio su fe no convierte en una injusticia que los Reyes Católicos sí tomaran en serio la suya.
Tampoco para los católicos supuso la Inquisición una especie de reinado del terror, donde nadie se atrevía a aventurar alguna palabra que mal entendida pudiera llevar a la hoguera. “Herejía, vocablo griego, significa elección; es decir, que cada uno elige la disciplina que considera mejor” dice Santo Tomás citando a San Jerónimo, y luego citando a San Agustín: “si algunos defienden su manera de pensar, aunque falsa y perversa, pero sin pertinaz animosidad, sino enseñando con cauta solicitud la verdad y dispuestos a corregirse cuando la encuentran, en modo alguno se les puede tener por herejes” (II-IIae, q.11, a.2). El proceso inquisitorial es, lo dice su nombre, un proceso judicial de averiguación: minuciosamente reglado y con garantías, no es arbitrario. Ofrece numerosas oportunidades para aclarar malentendidos y para el arrepentimiento.
El tormento, práctica probatoria común en los tribunales españoles y europeos del momento, sólo se aplica si las declaraciones del reo son contradictorias, y las confesiones así obtenidas sólo son válidas si se ratifican en veinticuatro horas, ya sin tormento. Si persiste la contradicción, se puede aplicar hasta dos veces más, y a la tercera hay que dejar libre al prisionero. Se tiene que hacer en presencia de un médico, que lo puede impedir, posponer, o limitarlo a las partes sanas del cuerpo. Los únicos métodos admitidos eran la garrucha, la toca, y el potro: los que hemos visto el museo “de la Inquisición” de Santillana del Mar difícilmente nos podremos olvidar de aquella procesión de horribles instrumentos de tortura que, qué sopresa, provienen de fuera de España. En cualquier caso, el uso del tormento por la Inquisición se limitó al 2% de los procesos.
No todos los condenados iban a la hoguera. Solo los no arrepentidos y los relapsos sufrían la pena capital, ofreciéndoseles hasta el momento final en el patíbulo la oportunidad de arrepentirse y morir a garrote antes de ser quemados. Pero también existían una serie de penas de menor severidad que se correspondían con la gravedad de la ofensa, como el sambenito (el menos severo, puramente infamante), los azotes, la cárcel, y las galeras para los hombres y casas de galera para las mujeres, donde éstas trabajaban y aprendían un oficio. Famosas eran las cárceles o casas de misericordia de penitencia de la Inquisición por su trato favorable comparadas con las civiles, hasta el punto de que había presos que fingían herejía para pasar a la jurisdicción de la Inquisición. ¡Qué lejos de la película Alatriste, en la que un hombre prefiere cortarse la garganta antes de ser detenido por la Inquisición!
La Inquisición, en propiedad, no mataba a los condenados: los relajaba al brazo secular, y éste ejecutaba la pena. Reconozco que a primera vista esto puede parecer un sofisma para descargarse la responsabilidad del trabajo sucio, pero tiene su razón de ser. Y este detalle, aparentemente de poca importancia, resulta absolutamente esencial para comprender qué era la Inquisición. Una vez más, Santo Tomás nos lo hace comprensible:
“En realidad, es mucho más grave corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda con que se sustenta la vida temporal. Por eso, si quienes falsifican moneda, u otro tipo de malhechores, justamente son entregados, sin más, a la muerte por los príncipes seculares, con mayor razón los herejes convictos de herejía podrían no solamente ser excomulgados, sino también entregados con toda justicia a la pena de muerte.Mas por parte de la Iglesia está la misericordia en favor de la conversión de los que yerran, y por eso no se les condena, sin más, sino después de una primera y segunda amonestación(Tit 3,10), como enseña el Apóstol. Pero después de esto, si sigue todavía pertinaz, la Iglesia, sin esperanza ya de su conversión, mira por la salvación de los demás, y los separa de sí por sentencia de excomunión. Y aún va más allá relajándolos al juicio secular para su exterminio del mundo con la muerte. A este propósito afirma San Jerónimo y se lee en el Decreto: Hay que remondar las carnes podridas, y a la oveja sarnosa hay que separarla del aprisco, no sea que toda la casa arda, la masa se corrompa, la carne se pudra y el ganado se pierda. Arrio, en Alejandría, fue una chispa, pero, por no ser sofocada al instante, todo el orbe se vio arrasado con su llama.” (II-IIae, q.11, a.3)
El poder secular quiere perseguir la herejía. Siempre ha querido, porque siempre ha sido una amenaza real. Y la seguiría persiguiendo aun si no existiese una Inquisición. Pero ésta sirve de filtro, administra esta tarea mediante un procedimiento de averiguación ―de inquisición― cuya conclusión se hace saber a la Justicia, que finalmente la ejecuta. Y el poder secular se beneficia de que exista esta jurisdicción separada porque los eclesiásticos que la dirigen aportan la especialización en el saber teológico, algo que no es estrictamente función de los príncipes, mitigando así un celo castigador que puede ver herejía donde en realidad no la hay, como ocurría con las cazas de brujas al otro lado de los Pirineos y del Atlántico norte.
Pero mediante esta mediación de la Iglesia no sólo se ven servidos los intereses de la justicia. Se va más allá. Parece que la Iglesia, cuando se interpone entre el hereje y el príncipe, dice a éste: te ayudaré a mejor administrar tu Justicia, pero antes me dejarás ofrecer mi misericordia. Gracias a la Inquisición, el que es hallado culpable de algo tan grave tiene la oportunidad ¡hecho insólito en los tribunales! de arrepentirse y salir completamente perdonado, con una segunda oportunidad y una nueva vida por delante. “Por parte de la Iglesia está la misericordia en favor de la conversión de los que yerran”.
(1) La Inquisición fue suprimida y la primera policía establecida durante el Trienio Liberal. Fernando VII, en su segunda etapa de gobierno, confirmaría estos dos cambios.
Firmus et Rusticus
"¡Viva la Inquisición!" (II)
Continuación de la Primera Parte:
En la entrada precedente comencé a plantear una visión personal de la Inquisición española, estructurada en torno a tres preguntas, respondiendo a la primera: ¿qué hacía la Inquisición? Porque antes de intentar vislumbrar las motivaciones de quienes la establecieron, y antes de someter a crítica estas motivaciones, es necesario conocer los hechos. Hechos que la leyenda negra ha conseguido falsear con especial eficacia en éste su blanco predilecto, mostrando un desprecio por la verdad que deja boquiabierto al más prevenido.
Esbozados ya algunos aspectos del proceso inquisitorial para hacerse una mejor idea de qué hacía la Inquisición, pasamos a preguntar:
¿Por qué lo hacía?
Primero una aclaración. Hablamos de la Inquisición española para referirnos a aquella creación de la bula Exigit Sinceras Devotionis Affectus de S.S. Sixto IV en 1478, a petición de los Reyes Católicos, que la ponía bajo la especial supervisión del poder real (el Consejo de la Suprema y General Inquisición es uno de los varios consejos que conformaban la Monarquía: sus miembros, entre seis y diez, eran antiguos inquisidores nombrados por el rey a propuesta del Inquisidor General, y éste a su vez nombrado por el papa a propuesta del rey), a diferencia de la Inquisición romana o medieval que dependía bien de los obispos o bien directamente del sumo pontífice. La Inquisición, en su acepción amplia, ni fue una creación de los Reyes Católicos ni existió solo en España. La Inquisición medieval se extendió por varios reinos de la Cristiandad (no llegó a Castilla pero sí a Aragón), y su misma creación responde a que se consideraba que en ciertos lugares la herejía no era suficientemente perseguida: es decir, ya se perseguía, aunque no hubiera Inquisición.
“Ahí está el «Fuero Real», mandando que quien se torne judío o moro, muera por ello e la muerte de este fecho atal sea de fuego. Ahí están las «Partidas» (ley II, tít. VI, Part. VII) diciéndonos que al hereje predicador débenlo quemar en fuego, de manera que muera, y no sólo al predicador, sino al creyente, es decir, al que oiga y reciba sus enseñanzas.”-Menéndez Pelayo, Historia de España, ed. Jorge Vigón.
También se persiguió fuera de España, antes y después de los Reyes Católicos, y no solo en países católicos. La Inquisición española es única, sí, por su particular estructura y sujeción a la corona, pero no en el hecho de procesar herejes.
Así pues, ¿por qué existía la Inquisición en general, y la española en particular?
Porque la herejía es contagiosa. Y si algo se tiene por nocivo, se entiende que su contagio debe evitarse. Ojo, no entro todavía a valorar si de verdad la herejía es nociva, pero es indudable que así se creía. Este contagio tiene dos consecuencias, una que afecta al individuo y otra a la sociedad.
Primera consecuencia: por culpa de uno se pierden las almas de muchos. Si se considera que una doctrina es instrumental para la salvación, o al menos sumamente útil para alcanzarla, naturalmente se considerará objetivamente buena y apetecible, y su corrupción objetivamente mala y reprobable. Pongamos que en un equipo de fútbol a un jugador se le ocurre que es mucho mejor pasarse el balón con las manos en vez de con los pies, ya que de esta forma no se perdería la posesión y se ganaría el partido con mayor facilidad, que al fin y al cabo es el objetivo del equipo. A los demás jugadores les parece buena idea, y el día del partido todos la ponen en práctica, recibiendo uno tras otro tarjeta roja. Naturalmente, acaban perdiendo el partido. Supongamos que antes del desastre el entrenador del equipo le dice a este jugador: ye, tú tienes mucha imaginación, pero las reglas del juego son éstas, y como hagamos lo que dices vamos a perder el partido. Como el jugador no hace caso, el entrenador le deja en el banquillo e incluso le acaba expulsando del equipo para que no siga metiendo ideas en la cabeza de los demás, porque aunque le crean de buena fe, seguirán recibiendo tarjeta roja en el momento de la verdad. Ésta es la idea. La libertad de expresión no es lo que está en el centro del problema: es la veracidad o falsedad de lo que se expresa, y las consecuencias que esto pueda tener.
Estoy oyendo la voz de mi Pepito Grillo: estás hecho un demagogo, comparando el banquillo con la hoguera, ¿qué vendrá después? Sí, la Inquisición podía llegar a condenar a muerte a los herejes relapsos y a los no arrepentidos. Esto es quizá lo que más choca a la sensibilidad moderna, que se ha formado una idea del cristianismo como una especie de pacifismo hippie. ¿No dice Santo Tomás que “la Iglesia, por institución del Señor, extiende a todos su caridad; no sólo a los amigos, sino también a los enemigos y perseguidores”? Sí, y continúa:“Pero hay un doble bien. Está, primero, el bien espiritual, que es la salvación del alma, y al cual se encamina principalmente la caridad. Ese bien debe quererlo cualquiera, a los otros por caridad. Por eso, desde este punto de vista, admite la Iglesia a penitencia a los herejes que vuelvan, aunque sean relapsos, pues de este modo los incorpora al camino de la salvación.Pero hay igualmente otro bien al que atiende secundariamente la caridad, es decir, el bien temporal, como la vida corporal, las propiedades temporales, la buena fama y la dignidad eclesiástica o secular. Este tipo de bienes no estamos obligados por caridad a quererlo para los demás, sino en orden a la salvación eterna, tanto propia como ajena. De ahí que, si un bien de estos que posee alguno puede impedir la salvación eterna de otros, no es razonable que por caridad lo queramos para él; antes al contrario, debemos querer, por caridad, que carezca de él [...] Según eso, si los herejes conversos fueron recibidos siempre para conservar su vida y demás bienes temporales, podría redundar esto en detrimento de la salvación común, tanto por el peligro de corrupción, si reinciden, cuanto porque, si quedaran sin castigo, caerían otros con mayor desembarazo en la herejía, a tenor de lo que leemos en la Escritura: ¡Otro absurdo!: que no se ejecute en seguida la sentencia de la conducta del malo, con lo que el corazón de los humanos se llena de ganas de hacer el mal(Ecl 8,11). Por eso la Iglesia, a los que vienen por primera vez de la herejía, no solamente les recibe a penitencia, sino que les conserva también la vida; a veces incluso les restituye benévolamente a las dignidades eclesiásticas, si dan muestras de verdaderos convertidos. Y tenemos constancia testimonial de que esto se ha hecho con frecuencia por el bien de la paz. Mas cuando, admitidos, reinciden, es una muestra de su inconstancia en la fe; por eso, si vuelven, son recibidos a penitencia, pero no hasta el extremo de evitar la sentencia de muerte.” (II-IIae, q.11, a.4).
Precisamente porque el hombre vive en sociedad, y no se le puede considerar separado de ella, no es una injusticia que para el bien de la sociedad se castigue la herejía con pena de muerte, tal como se hace con otros delitos: “si fuera necesaria para la salud de todo el cuerpo humano la amputación de algún miembro, por ejemplo, si está podrido y puede inficionar a los demás, tal amputación sería laudable y saludable. Pues bien: cada persona singular se compara a toda la comunidad como la parte al todo; y, por tanto, si un hombre es peligroso a la sociedad y la corrompe por algún pecado, laudable y saludablemente se le quita la vida para la conservación del bien común; pues, como afirma 1 Cor 5,6, un poco de levadura corrompe a toda la masa.”
Un poco de levadura corrompe a toda la masa. La herejía, aparte de perder las almas de los individuos, tiene una segunda consecuencia que se manifiesta en el plano de la sociedad, de menor importancia salvífica (1) pero más tangible en el inmediato mundo terrenal: la propagación de doctrinas heterodoxas subvierte el orden social y político.
Ya sea un país católico o protestante, bien rinda culto al emperador o a la democracia parlamentaria, las autoridades no gustan excesivamente de que se subviertan los fundamentos sobre los que se apoyan. Esto es común a todos los tiempos. Si la herejía en materia religiosa se ha convertido en algo indiferente para los Estados modernos, no es porque hayan descubierto súbitamente la tolerancia que tanto eludía a sus antecesores, sino porque la religión se ha recluido en el ámbito de lo privado, y el fundamento de las lealtades políticas ha sufrido un trasvase radical:
“Hobbes y Bodino prefieren la uniformidad religiosa por razones de estado, pero es importante ver que una vez que a los cristianos se les hace cantar “No tenemos más Rey que el César” realmente es indiferente para el soberano que haya una religión o muchas. Una vez que el Estado ha conseguido dominar o absorber a la Iglesia, solo hay un pequeño paso desde el establecimiento absolutista de la unidad religiosa a la tolerancia de diversidad religiosa. En otras palabras, hay una progresión lógica de Bodino y Hobbes hacia Locke. El liberalismo lockeano puede permitirse la clemencia hacia el “pluralismo religioso” precisamente porque la “religión” como asunto interior es una creación del propio Estado.”-William T. Cavanaugh, The Wars of Religion and the Rise of the State.
El púlpito de la corrección política, o la abominación de la desolación
La "herejía" en la modernidad no versa sobre lo teológico, sino sobre ese amalgama ideológico que hoy conocemos como lo políticamente correcto, que descansa en una visión antropológica individualista completamente demente y divorciada de la realidad (porque pretende que la libertad individual sea soberana, prescindiendo incluso de los límites que impone la naturaleza), y que viene desarrollándose en toda su radicalidad desde que la Revolución ―bebiendo del luteranismo― plantara sus premisas. Todos los días vemos que esta nueva “ortodoxia” no solo no resulta tan indiferente como la religión para las autoridades, sino que les es absolutamente fundamental: cuando alguien no se aviene a seguir su vertiginosa evolución, cunde el pánico. Detrás de todo el abuso mediático que suele perseguir a esa persona siempre se percibe cierto sentimiento de inquietud. Y con razón: su actitud es una amenaza, con auténtica potencia subversiva si no previene su propagación.
Y es que la herejía tiene consecuencias. Toda idea las tiene. La herejía no es subversiva por el hecho de ser diferente; lo es por el contenido concreto que la diferencia. Éste debe ser el pensamiento que nos acompañe como clave para formar un juicio valorativo de la Inquisición, respondiendo a la tercera y última de las preguntas que se plantearon al comienzo, que dejo para la próxima entrada.
(1) Aunque se puede argumentar que también la tiene, porque la sociedad en la que se enmarca el hombre, por muy amoral que sea, en cuanto sociedad ya es un bien apetecible. Material y, aventuro, espiritualmente. Pensando por ejemplo en el Justo del mundo pagano, el Sócrates, que no conoce la Revelación: el orden de la ciudad le proporciona la posibilidad de un perfeccionamiento que no sería posible, o menos probable, en la anarquía o en la jungla.
Firmus et Rusticus
"¡Viva la Inquisición!" (III)
Antes que sufrir la menor quiebra del mundo en lo de la religion y del servicio de Dios, perderé todos mis estados y cien vidas que tuviese, porque yo ni pienso ni quiero ser señor de herejes.
Habiendo ofrecido algunas claves, desde una interpretación personal, sobre qué hacía la Inquisición española, y por qué lo hacía, queda preguntarse:
¿Tenía razón?
La Inquisición vela por la ortodoxia católica. Lo primero, pues, es preguntarse si la ortodoxia es deseable. Desde el punto de vista del individuo, naturalmente cualquier católico debería responder que sí: la Iglesia hasta hoy sigue manteniendo la ortodoxia y definiendo las herejías que aparecen, gobernando a los fieles mediante sus pastores. Pero los Estados anticristianos ya no reconocen eficacia a los medios que tiene la Iglesia ―el Derecho canónico― para llevar a cabo esta tarea, y mucho menos dejan que la ortodoxia inspire su legislación. Ésta se queda, como mucho, en una recomendación: o la tomas o la dejas.
Pero, ¿tiene la ortodoxia alguna ventaja, aparte de lo relativo a la salvación individual, que beneficie a todos y justifique un lugar en la vida pública? Que la ortodoxia católica presida las instituciones políticas, ¿es algo objetivamente bueno, incluso para el no creyente?
“La idea del nacimiento a través de un Espíritu Santo, de la muerte de un ser divino, del perdón de los pecados, del cumplimiento de las profecías, son ideas que, cualquiera puede verlo, no necesitan más que un toque para convertirlas en algo blasfemo o feroz. [...] El menor error introducido en la doctrina causaría inmensos trastornos en la felicidad humana. Una frase mal redactada sobre la naturaleza del simbolismo habría destruido las mejores estatuas de Europa. Un desliz en las definiciones y se detendrían todas las danzas, se marchitarían todos los árboles de Navidad y se romperían todos los huevos de Pascua.”
-G.K. Chesterton, en Ortodoxia.La herejía tiene consecuencias. El conocimiento de las cosas tiene repercusión en los actos del hombre. Las ideologías, los "ismos" de los siglos XIX y XX, cuando llevaban a cabo sus terribles proyectos sociales y políticos no estaban sino desarrollando la particular visión del hombre y su naturaleza que les aportaban sus respectivas "filosofías". Chesterton imaginaba la ortodoxia como una enorme roca cuyas múltiples irregularidades conseguían equilibrarla: una de más o una de menos y colapsaría el soberbio edificio de la Cristiandad. Un hombre concreto, por muy inteligente y bienintencionado que sea, no puede prever las consecuencias que una idea suya pueda tener mil años después, si ésta idea se desprende del tronco de la ortodoxia ―cuya continuidad está garantizada por la Tradición― al que por prudencia cuando no por fe se debería adherir. No hace falta buscar ejemplos de esto entre los grandes heresiarcas: basta recordar la obra del católico Descartes, quien sentado junto a su estufa plantó quizá la mayor bomba de relojería filosófica de la Historia.
La labor creativa del hombre mantenida dentro de la ortodoxia tiene en ella garantía de supervivencia, mientras que es ley histórica que la herejía prende y súbitamente se extingue: es estéril por definición. Pero antes de extinguirse inflama al mundo, y arrasa todo lo que encuentra en su camino. Basta que un solo hombre cambie una definición para que la Civilización cristiana, única en la Historia en su rechazo del inevitable pesimismo pagano que tarde o temprano acaba por menospreciar y esclavizar al hombre cuando se niega su acceso a lo trascendental, se convierta en una monstruosidad.
El Estado moderno, ése que se permite indiferencia ante la religión, es el fruto más palpable de una herejía religiosa. Siguiendo la tesis de Cavanaugh, “las Guerras de religión no fueron los sucesos que hicieron necesario el nacimiento del Estado moderno; ellas fueron en realidad los dolores de parto del Estado. Estas guerras no fueron simplemente una cuestión del conflicto entre el “protestantismo” y el “catolicismo”, sino que se llevaron a cabo en gran medida para el engrandecimiento del Estado emergente sobre los restos en decadencia del orden medieval eclesial.” El protestantismo es el artífice doctrinal del fin de la Cristiandad y el comienzo del mundo moderno. El libre examen rompe la unidad religiosa para que florezcan tantas sectas como individuos, hábilmente enfrentadas por príncipes que se sirven de la herejía para consolidar un poder independiente.Mediante el “cuius regio, eius religio” primero y más tarde la tolerancia religiosa (que no se extendía a los católicos porque no aceptaban esta nueva situación), el Estado moderno secularizado se presenta como la solución, cuando desde el principio él mismo fue el problema.
La época de las Guerras de religión que comienza con Lutero y acaba con los tratados de Westfalia de 1648 es una de las más sangrientas de la Historia europea. España jamás las padeció. Excepción hecha, por supuesto, de los Países Bajos, donde nunca penetró la Inquisición. ¿Casualidad?
Si es verdad que Felipe II nunca llegó a decir aquello de "veinte clérigos de la Inquisición mantienen la paz en mis reinos", me imagino que sería porque resultaba demasiado obvio. Con un poco de labor preventiva, la Inquisición aseguró una España unida en la que no entraría el fratricidio masivo que caracterizó a la Europa moderna, y así se mantuvo hasta la invasión militar e ideológica de Napoleón, que sembró una semilla de discordia que todavía padecemos después de dos siglos y numerosas guerras civiles, todas ellasdirectamente imputables a esta nueva cuña revolucionaria en la unidad católica española. La Inquisición, defendiendo la ortodoxia, evitó el absolutismo que abrazaron los príncipes europeos a quienes Lutero brindó la oportunidad de convertirse en la suprema autoridad religiosa de su reino. Y la Inquisición, de propina, salvó almas: algo que tienden a ignorar los "caritativos" católicos que olvidan la mayor caridad de todas.
Cuando recordamos a los Malcontents o Agraviados que en 1827 se rebelaron en Cataluña contra el "despotismo ministerial" al grito de "¡Viva la Inquisición y muera la policía!", ¿podemos de verdad creer que querían cambiar una tiranía por otra? ¿Podemos negar que, al contrario, eran conscientes de que la Inquisición era su más segura salvaguardia contra este nuevo despotismo? ¿Podemos cansarnos de repetir su grito de guerra?
Concluyo estas entradas compartiendo un interesantísimo documental de la BBC (subtitulado en castellano) que hace poco nos brindó el magnífico blog El Rincón de Don Rodrigo, a cuyo autor doy las gracias. Merece la pena, y mucho, dedicar un poco de tiempo para verlo. Sirva de coda una idea del documental: los reyes de España nunca se esforzaron por combatir la propaganda de sus enemigos, que creó el mito de la leyenda negra, porque lo consideraban por debajo de su dignidad. Que juzgaran mejor dejarse oír por sus obras que por sus palabras es una actitud que les honra. Hoy, no obstante, ya no somos la potencia mundial elocuente en obras que fueron las Españas áureas. Los españoles de antes no se molestaban en desmentir la leyenda negra porque nadie se la creía; los de ahora no lo hacemos porque todos nos la creemos. Ánimo, pues, y a dar guerra. Que no nos haga falta un programa de la BBC.
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FIN
Firmus et Rusticus
Última edición por Hyeronimus; 31/05/2012 a las 18:41
Epílogo sobre la Inquisición
“Es caso no sólo de amor patrio, sino de conciencia histórica, el deshacer esa leyenda progresista, brutalmente iniciada por los legisladores de Cádiz, que nos pintan como un pueblo de bárbaros, en que ni ciencia ni arte pudo surgir, porque todo lo ahogaba el humo de las hogueras inquisitoriales. Necesaria era toda la crasa ignorancia de las cosas españolas en que satisfechos vivían los torpes remedadores de las muecas de Voltaire para que en un documento oficial, en el dictamen de abolición del Santo Oficio, redactado, según es fama, por Muñoz Torrero, se estampasen estas palabras, padrón eterno de vergüenza para sus autores y para la grey liberal, que las hizo suyas, y todavía las repite en coro: «Cesó de escribirse en España desde que se estableció la Inquisición».
¡Desde que se estableció la Inquisición, es decir, desde los últimos años del siglo XV! ¿Y no sabían esos menguados retóricos, de cuyas desdichadas manos iba a salir la España nueva, que en el siglo XVI, inquisitorial por excelencia, España dominó a Europa aún más por el pensamiento que por la accióny no hubo ciencia ni disciplina en que no marcase su garra? [...]
La Inquisición no ponía obstáculos; ¿qué digo?, daba alas a todo esto, y hasta consentía que se publicasen libros de política llenos de las más audaces doctrinas, no sólo la de la soberanía popular, sino hasta la del tiranicidio, aquí nada peligroso, porque no entraba en la cabeza de ningún español de entonces que el poder real fuese tiránico, y siempre entendía que se trataba de los tiranos populares de la Grecia antigua. [...]
Y, sin embargo, ¡cesó de escribirse desde que se estableció la Inquisición! ¿Cesó de escribirse, cuando llegaba a su apogeo nuestra literatura clásica, que posee un teatro superior en fecundidad y en riquezas de invención a todos los del mundo; un lírico a quien nadie iguala en sencillez, sobriedad y grandeza de inspiración entre los líricos modernos, único poeta del Renacimiento que alcanzó la unión de la forma antigua y del espíritu nuevo; un novelista que será ejemplar y dechado eterno de naturalismo sano y potente; una escuela mística, en quien la lengua castellana parece lengua de ángeles? ¿Qué más, si hasta los desperdicios de los gigantes de la decadencia, de Góngora, de Quevedo o de Baltasar Gracián, valen más que todo ese siglo XVIII, que tan neciamente los menospreciaba?
Nunca se escribió más y mejor en España que en esos dos siglos de oro de la Inquisición. Que esto no lo supieran los constituyentes de Cádiz, ni lo sepan sus hijos y sus nietos, tampoco es de admirar, porque unos y otros han hecho vanagloria de no pensar, ni sentir, ni hablar en castellano. ¿Para qué han de leer nuestros libros? Más cómodo es negar su existencia."
-Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles
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