Lecciones secretas de Carlos V a Felipe II
Jesús García Calero
Se editan por primera vez las cartas con las instrucciones que Carlos V escribió a su hijo en 1543, cuando Felipe II contaba 16 años y en las que le preparaba para reinar y le desvelaba su estrategia
Imaginemos una escena, casi shakespeariana: un hombre escribe una carta a su hijo, en la víspera de una batalla. En ella confiesa su inquietud ante su suerte y los desvelos por su hacienda. Pero no es un hombre cualquiera, es un rey; y su hacienda es la gobernanza de medio mundo. El drama se podría haber titulado «Carlos V», pero el hecho es que la carta del Emperador a su hijo Felipe II existe de verdad, ocurrió en el gran teatro del mundo. En realidad existen dos cartas, una de ellas secreta. Ambas las escribió el César el 4 y el 6 de mayo de 1543, en el puerto catalán de Palamós. Allí esperaba buena mar para partir al combate con su flota.
Ambas misivas, la pública y la secreta, estuvieron perdidas durante más de un siglo. En ellas, Carlos V aconseja detalladamente a su hijo de 16 años cómo ser un buen rey, por si en la campaña militar él muriera o fuera preso, y le da instrucciones para no caer en las redes de sus consejeros, ni ser devorado por la ambición de los grandes del reino. También le habla de sus miedos y le hace partícipe de sus estrategias en los distintos frentes, de las razones de Estado de un imperio inmenso pero de frágil equilibrio, por si tuviera que sucederle. Ningún Rey de la historia ha mostrado la fragilidad y la inseguridad que Carlos V confiesa en este documento. «Es como ver al César desnudo», relata Geoffrey Parker, entrevistado vía skype.
El historiador es el responsable de la primera edición crítica de estas cartas, que acaba de publicar el Centro de Estudios de Europa Hispánica (CEEH), y resulta emocionante recordar cómo las descubrió en 2010. Estaban en los archivos de la Hispanic Society of America pero no habían sido estudiadas, catalogadas como un borrador. Quizá alguien lo pensara al ver tal cantidad de tachaduras y correcciones. Parker no tiene duda de que todas esas enmiendas son autógrafas y reflejan el sumo cuidado de un rey que debe encontrar las palabras exactas que su hijo podría necesitar si él faltaba. Otros reyes a lo largo de la historia han escrito a sus hijos. Pero lo extraordinario de estos documentos son las instrucciones secretas, que el César suscribe el 6 de mayo de 1543, un documento único. El Emperador dice lo que piensa de sus ministros sin ambages, previene al Príncipe de Asturias de sus defectos, así como de las luchas y peligros que acechan en la corte: «Os escribo y envío esta secreta que será para vos solo y así la tendréis secreta y debajo de vuestra llave sin que vuestra mujer ni otra persona viva la vea», le dice a su hijo adolescente.
Por la inseguridad que trasluce, una incertidumbre espiritual de la que podrían aprender aun hoy los políticos; por la extensión de los textos y por el número de correcciones, Parker asegura que es el documento político más importante de su reinado que ha llegado a nosotros, y dice más: «Si de Carlos V solo conociéramos estas cartas, sobre todo la instrucción secreta, solo con ellas podríamos afirmar que se trata del político más importante de su época, tales son la sutileza e inteligencia de sus pensamientos, dudas y consejos». Escuchemos las palabras de Carlos V: «Voy a cosa tan incierta que no sé qué fruto ni efecto se seguirá de él, porque el tiempo está muy adelante y el dinero poco y el enemigo avisado y apercibido».
Vida sexual del Príncipe
Uno de los aspectos más polémicos de las cartas es la humillación a la que Carlos V sometió a su hijo en asuntos de sexo. Mientras muestra gran confianza en su hijo para los asuntos de Estado, previene al Heredero contra su trato con mujeres y las lisonjas de los cortesanos que podrían facilitarle encuentros eróticos. Rachael Ball, colaboradora de Parker en esta edición, nos cuenta con humor lo llamativa que resulta hoy esa prevención. Parker explica que entonces se creía que el Príncipe Juan, el hijo de los Reyes Católicos, había muerto debido a los excesos sexuales con su esposa, embarazada cuando enviudó. Y «Carlos V, que acabó siendo Rey por esa muerte, se muestra aterrado ante la idea de que el Príncipe pueda morir en su ausencia, por los problemas que traería al reino», añade.
Esta joya fue tan querida por el Emperador que se la llevó consigo a Yuste. Hoy está en el Metropolitan
La casi prohibición total del sexo, tratado como una «arma letal» por el Emperador, incluye los deberes conyugales. Obliga al Heredero a mantener, tan solo en este aspecto, la disciplina que marque su ayo. «Debió de ser humillante –afirma Parker– porque en Las siete Partidas Don Alfonso decía que cuando se casa el Príncipe es síntoma de madurez, y ahora Carlos V le niega a su hijo lo que era ley. Felipe II reaccionaría más adelante contra este trato en la boda de su propio hijo, único punto en el que no siguió los consejos de su padre».
No era para menos, porque, según Ball, las cartas dejaron honda huella en el Príncipe y las cita a lo largo de su reinado en varias ocasiones. Pero ella y Parker subrayan la importancia de las confesiones sobre los ministros que hay en la carta secreta, que permiten profundizar en la psicología del Rey.
Le enseña a escuchar a sus consejeros –y le pone a tres para no dejarle en manos de uno solo de los bandos y le advierte de que por mucho que se sonrían y hagan regalos, se matarían entre ellos–. Le pide que no deje entrar a los grandes del reino en el Gobierno, pues harán todo lo que esté en sus poderosas manos para torcer su voluntad, «que después os costará caro». Y se refiere al duque de Alba entre otros, con episodios concretos. También le enseña cómo deshacerse de un alto cargo incompetente «sin desfavorecerle», otra útil lección secreta sobre el arte de gobernar.
Comparadas con El Príncipe, de Maquiavelo, escrito en 1513, las cartas de Carlos V son mucho más penetrantes y específicas, con un destinatario concreto, el Príncipe de Asturias, y una perspectiva de quien tiene no solo la experiencia, sino la responsabilidad y la servidumbre del poder. Parker nos pide que observemos la mirada del César en el retrato de 1548 para entender lo que quiere decir con «penetrante».
Por lo demás, le inocula la desconfianza hacia las lisonjas y favores y la atención que merecen otras virtudes. Le encomienda a los fieles consejos de don Juan de Zúñiga, que «puede parecer áspero» en comparación con todos los «blandos» que os «desean contentar». Aun así, le advierte contra su mayor defecto, «una poca de codicia». Una lección principal será que «el dinero debe ocupar siempre un lugar secundario frente a la honra y reputación», recuerda Parker. Si miramos bajo este prisma la política española del siglo XXI, seremos conscientes del valor del consejo.
De otro Carlos a otro Felipe
¿Pueden compararse con otros documentos escritos por otros líderes históricos? Parker reflexiona cuidadosamente al otro lado de la pantalla: «Ni aquellos que toman las decisiones más difíciles pueden explicar del todo el porqué de sus elecciones. Estas cartas me hicieron pensar mucho en un prólogo de John F. Kennedy al libro escrito por uno de sus principales asesores, en el que habla de las oscuridades del poder. Pero también me gusta compararlas con las cartas que otro Carlos escribió –curiosamente– a otro Felipe: las 10 cartas que Don Juan Carlos escribió a Felipe VIcuando el actual Rey de España tenía 16 años –la misma edad que Felipe II–, que le fueron remitidas cuando se fue a estudiar a Canadá y ya no tenía un contacto diario con la realidad hispana. Fueron publicadas en 2008 por García Abad». Cartas escritas al futuro. El tiempo hace círculos y hablamos de la misma Corona, casi cinco siglos después, y de la reciente abdicación que ha dado paso a un tiempo nuevo.
Tres españoles lo habían visto
«Ese original, que Felipe II guardó, no lo había visto ningún español desde el Rey Prudente, salvo el cronista Sandoval, que lo cita en su obra de 1605. Y claro, lo vio el ladrón que lo sustrajo del archivo del Ministerio de Estado, donde había permanecido desde el XVII hasta 1862», año en el que un historiador alemán realiza la primera transcripción moderna. Se le pierde la pista y nada se sabe de él hasta que fue subastado en París en 1900. En aquella subasta le fue ofrecido a la Biblioteca Nacional de Francia, que lo rechazó debido a su alto precio. Fue un coleccionista, llamado Wheeler, quien lo compró. Años más tarde, en 1905, se lo ofrecieron al fundador de la Hispanic Society (HSA), Archer Milton Huntington, que lo adquirió en Londres. Pero Huntington no creía que fuera original, según nos relata Mitchell Codding, conservador de la HSA. Aún así, lo guardó, como otros objetos valiosos, en su colección personal, en una habitación blindada, donde nadie, salvo él, lo vio. Ahí estuvo hasta que murió, en 1955, y entonces sus pertenencias llegaron a la HSA. Fue catalogado, pero con ficha mínima, debido al gran número de papeles. Y este objeto fue desde entonces uno de los 250.000 manuscritos, cartas y documentos que conserva la institución neoyorquina. Encuadernado en cuero rojo, allí fue donde Geoffrey Parker y John O’Neill, conservador de la HSA, lo abrieron un día de marzo de 2010. Y entonces, por fin, el documento tuvo la investigación que merecía. Y desde ahora, con el libro («Cómo ser rey»), todos podemos leerlo.
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