¿Qué es en realidad, ser un héroe? Quiero decir... todos tenemos en la cabeza imágenes de heroicidades de todo porte, la mayoría de las veces, grabadas en nuestra mente por obra y gracia de aquellas míticas películas que devorábamos sábados y domingos por la tarde. El tipo de heroicidades que podíamos contemplar en ellas no eran políticamente demasiado correctas y suponían, por lo general, muerte, destrucción y sufrimiento para el bando contrario al que pertenecía el protagonista; más no importaba, pues eran otros tiempos. También hay heroicidades que no generan ningún debate y son apreciadas por todo el mundo, como la de aquel invidente que consiguió ascender una montaña, y otras menos deslumbrantes, pero más cotidianas e igual de loables, como la de unos jóvenes vecinos de mis padres que pagan hipoteca, guardería y coche, mantienen a un par de criaturas con dos sueldos de auténtico "cuéntame"... y tienen pinta de hacer tres comidas diarias. Pero creo que, sí hay algo que caracteriza a toda suerte de héroes o heroínas, es que en ningún momento pensaron que estaban en el camino de convertirse en uno de ellos... más bien al contrario: de improviso, la vida les puso a prueba, les colocó frente a un destino extraordinario... y lo afrontaron.
El 27 de junio de 1898, Filipinas era española, al menos sobre el papel. La insurrección contra la potencia colonialista – porque no éramos otra cosa – se generalizó y tomó un cariz terrible, con hostigamientos continuos a los españoles y huidas del archipiélago bastante poco decorosas. Una de las últimas zonas donde estalló la sublevación fue la Comandancia Militar de Baler, una pequeña porción de costa, en la parte oriental de la isla de Luzón. Tan mal estaban ya las cosas que la autoridad apenas pudo mandar a 55 hombres de un batallón de cazadores que cuando llegaron y vieron como estaba el percal, llegaron a la conclusión de que no hay nada más estúpido en esta vida que morir en balde, y corrieron a refugiarse en una iglesia con los pocos víveres y municiones que consiguieron acarrear.
Al mando de esta tropa se hallaba el teniente Martín Cerezo. Era un hombre llanote y sencillo, que posiblemente aún no daba crédito a la situación que le había tocado vivir pero, decidido a mantener la españolidad de la iglesia a toda costa, y a intentar conservar a todos sus hombres con vida, se armó de coraje para explicar a sus subordinados la extrema situación en la que se encontraban... y les comunicó que entre sus planes para el fin de semana no figuraba rendirse. A los hombres, algunos de los cuales ya andaban cortando casullas para hacer una bandera blanca, se les debió de poner cara de “matar al mando” pero lo cierto es que, en pocos días, la férrea disciplina de Cerezo y ese espíritu quijotesco que destilamos aquí, hizo que a los tágalos les resultara del todo imposible tomar la pequeña iglesia. Primero lo intentaron negociando, tratando de hacer ver a los españoles que la guerra ya había terminado – cosa que era cierta - pero les fue mal, porque los sitiados, avisados por los veteranos de anteriores encerronas filipinas, no querían salir a parlamentar. Más tarde la emprendieron a cañonazos con el templo pero era recio y estaba bien construido, y sus muros apenas sí sintieron el impacto de la artillería. Por otro lado, los españoles, que debían ser unos figuras, no tenían ningún problema en salir regularmente de la iglesia a cazar algún pequeño animal o incluso a robar verduras de una pequeña huerta que habían creado los sitiadores filipinos... a punta de bayoneta; total, que entre tiro y tiro llegó la navidad y con los españoles cantando villancicos a gritos, al capitán tágalo se le hincharon las bolas – no precisamente las del árbol – y demandó a sus 900 hombres un último esfuerzo con el que acometer el asalto definitivo.
Pero tras largos meses de asedio, las durísimas condiciones del clima filipino habían hecho estragos en sitiados y sitiadores, y a los primeros les apetecía más bien poco lanzarse contra los muros de aquella maldita iglesia. Lo cierto es que, naturalmente, los hispanos estaban mucho peor; algunos ya habían muerto y no había ninguno que no hubiera recibido, al menos, un balazo. Por otro lado, la carencia casi total de alimentos frescos había abierto la puerta a la enfermedad más terrible de aquellas latitudes: el beriberi.
A estas alturas los ataques ya eran casi diarios; Incluso a finales de mayo de 1899, los filipinos consiguieron llegar hasta las mismas paredes de la iglesia, siendo rechazados por los españoles, uno de los cuales llegó a desnucar a un atacante... ¡con el golpe de un sagrario!. Pero en ese momento, cuando las acometidas empezaban a ser más fuertes y coordinadas, llegó hasta la iglesia un nuevo parlamentario. Era el un sacerdote castrense que, armado de paciencia y compasión, logró hacerles llegar un periódico español en que se hablaba de Filipinas como de una película antigua. Entre el estupor de sus soldados, el teniente cerezo comprendió que ya no había nada por lo que luchar más que por la dignidad de sus hombres y negoció, a través del sacerdote, una salida honrosa para la tropa.
El 2 de junio de 1899, salieron de la iglesia de Baler los 33 supervivientes, al mando del teniente Cerezo. Estaban irreconocibles, desnutridos, y llenos de cortes; los filipinos, al verlos, formaron pasillo en posición de firmes, pasillo por el que los españoles anduvieron orgullosos en columna de a tres, y con las armas en el hombro... a pesar de que siete de ellos necesitaron ayuda para caminar; el mismo Cerezo tenía tres balazos, una pierna gangrenada y estaba empezando a perder la visión del ojo derecho. “Los últimos de Filipinas” abandonarían el archipiélago semanas más tarde, poniendo fin a la presencia española, que databa de 1521.
Para cuando abandonaron la Isla, Filipinas ya estaba en guerra con su presunto libertador: los Estados Unidos de América.
PD: Baler es mucho más que el argumento de una película; es un relato sobre un grupo de personas sencillas que decidieron mirar a la vida de frente y luchar cada día porque no fuera el último, seguro que soñando con la imagen de sus mujeres, hijos o padres. Pero Baler también tiene sus claroscuros y en la iglesia pasaron muchas cosas... terribles algunas de ellas. Con todo, merecen que nos paremos un momento a conocer su historia, la de aquellos que decidieron cumplir con su obligación, con la esperanza de volver a casa a ver a sus familias....
... héroes.
http://romavictrix.blogspot.com/2006...o-de-1899.html
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