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Tema: Testimonio sobre la gran traición de Juan Carlos (Marqués de Valdeiglesias)

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    Re: Testimonio sobre la gran traición de Juan Carlos (Marqués de Valdeiglesias)

    … Ocho años exactos separan dos discursos opuestos de Juan Carlos en las Cortes; el primero, ante Franco cuando le vino a jurar fidelidad hasta la muerte (… hasta la muerte de Franco, claro), y el segundo, sin despeinarse, ante las nuevas cortes democrático-comunistas-separatistas que él mismo contribuyó a implantar.

    Hecho revelador de la catadura del personaje.


    Discurso del Príncipe de España, ante Franco, en la sesión de las Cortes Españolas del 22 de julio de 1969

    “Plenamente consciente de la responsabilidad que asumo, acabo de jurar, como sucesor a título de Rey, lealtad a Su Excelencia el Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino.

    Quiero expresar, en primer lugar, que recibo de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo Franco, la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936, en medio de tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes pero necesarios, para que nuestra patria encauzase de nuevo su destino...

    España, en estos últimos años, ha recorrido un importantísimo camino bajo la dirección de Vuestra Excelencia. La paz que hemos vivido, los grandes progresos que en todos los órdenes se han realizado, el establecimiento de los fundamentos de una política social, son cimientos para nuestro futuro. El haber encontrado el camino auténtico y el marcar la clara dirección de nuestro porvenir son la obra del hombre excepcional que España ha tenido la inmensa fortuna de que haya sido y siga siendo por muchos años el rector de nuestra política.

    Pertenezco por línea directa a la Casa Real española, y en mi familia por designios de la Providencia, se han unido las dos ramas. Confió en ser digno continuador de quienes me precedieron.

    Deseo servir a mi país en cauce normal de la función pública y quiero para nuestro pueblo: progreso, desarrollo, unidad, justicia, libertad y grandeza, y esto sólo será posible si se mantiene, la paz interior. He de ser el primer servidor de la Patria, en la tarea de que nuestra España sea un reino de justicia y de paz. El concepto de justicia es imprescindible para una convivencia humana, cuyas tensiones sean solubles en; la ley, y se logren, dentro de una coexistencia cívica en libertad y orden.

    Ha sido preocupación fundamental de la política española en estos años, la promoción del bienestar en el trabajo, pues no puede haber un pueblo grande y unido sin solidaridad nacida de la justicia social. En este campo nunca nos sentiremos satisfechos.

    Las más puras esencias de nuestra gloriosa tradición deberán ser siempre mantenidas, pero sin que el culto al pasado nos frene en la evolución de una sociedad que se transforma con ritmo vertiginoso, en esta era apasionante en que vivimos. La tradición no puede, ni debe, ser estática: hay que mejorar cada día.
    Nuestra concepción cristiana de la vida, la dignidad de la persona humana como portadora de valores eternos, son base y a la vez fines de la responsabilidad del gobernante en los distintos niveles del mando.

    Estoy muy cerca de la juventud. Admiro en ella, y comparto, su deseo de buscar un mundo más auténtico y mejor, sé que en la rebeldía que a tantos preocupa está viva la mejor generosidad de los que quieren un futuro abierto, muchas veces con sueños irrealizables, pero siempre con la noble aspiración de lo mejor para el pueblo.
    Tengo gran fe en los destinos de nuestra Patria. España será lo que todos y cada uno de los españoles queramos que sea, y estoy seguro de que alcanzará cuantas metas se proponga, por altas que éstas sean.

    La Monarquía puede y debe ser un instrumento eficaz como sistema político si sabe mantener un justo y verdadero equilibrio de poderes y se arraiga en la vida auténtica del pueblo español.

    A las Cortes Españolas, representación de nuestro pueblo y herederas de] mejor espíritu de participación popular en el Gobierno, les expreso mi gratitud. El juramento solemne ante vosotros de cumplir fielmente con mis deberes constitucionales es cuanto puedo hacer en esta hora de la historia de España.

    Mi General: Desde que comencé mi aprendizaje de servicio a la Patria me he comprometido a hacer del cumplimiento del deber una exigencia imperativa de conciencia. A pesar de los grandes sacrificios que esta tarea pueda proporcionarme, estoy seguro de que "mi pulso no temblará" para hacer cuanto fuere preciso en defensa de los Principios y Leyes que acabo de jurar.

    En esta hora pido a Dios su ayuda, y no dudo que El nos la concederá si, como estoy seguro, con nuestra conducta y nuestro trabajo nos hacemos merecedores de ella.»


    ***


    Discurso de Juan Carlos en la inauguración de las Cortes democráticas, 22-Julio-1977


    Señores Diputados, señores Senadores:

    Les saludo como representantes del pueblo español, con la misma esperanza que ese pueblo tiene depositada en ustedes: la esperanza de que el voto que les ha otorgado sea el punto de partida para la consolidación de un sistema político libre y justo dentro del cual puedan vivir en paz todos los españoles.

    Se abre hoy solemnemente la primera Legislatura de las Cortes de la Monarquía. Al presidir esta histórica sesión, veo cumplido un compromiso al que siempre me he sentido obligado como Rey: el establecimiento pacífico de la convivencia democrática sobre la base del respeto a la Ley, manifestación de la soberanía del pueblo.

    Hace poco más de un año y medio, en mi primer mensaje como Rey de España, afirmé que asumía la Corona con pleno sentido de mi responsabilidad y consciente de la honrosa obligación que supone el cumplimiento de las Leyes y el respeto de la tradición.

    Se iniciaba una nueva etapa en la Historia de España que había de basarse, ante todo, en una sincera voluntad de concordia nacional y que debía recoger las demandas de evolución que el desarrollo de la cultura, el cambio generacional y el crecimiento material de los tiempos actuales exigían de forma ineludible, como garantía del ejercicio de todas las libertades. Para conseguirlo, propuse como empresa comunitaria la participación de todos en nuestra vida política, pues creo firmemente que la grandeza y fortaleza de la Patria tiene que asentarse en la voluntad manifiesta de cuantos la integramos.

    Señores Diputados y Senadores: Su presencia en este salón de sesiones; la representación que cada uno ostenta; la realidad visible de que las nuevas Cortes recogen una pluralidad de ideologías, son la mejor muestra de que, por una parte, se ha traducido a la práctica aquella voluntad de concordia nacional, y, por otra, que este solemne acto de hoy tiene una significación histórica muy concreta: el reconocimiento de la soberanía del pueblo español.

    El camino recorrido hasta el día de hoy no ha sido ni fácil ni sencillo. Pero ha resultado posible por la sensata madurez del pueblo español, por sus deseos de armonía, por el realismo y la capacidad de evolución de los líderes que hoy están sentados en este Pleno y por la favorable actitud de los altos órganos del Estado para asumir las exigencias sociales.

    La Corona, después de las últimas elecciones legislativas, se siente satisfecha al comprobar la forma en que se van logrando los fines que no hace mucho tiempo formuló. Hemos conseguido que las Instituciones den cabida en su seno a todas aquellas opciones que cuentan con respaldo en la sociedad española.

    No voy, por supuesto, a exaltar ahora el esfuerzo que nos permitió llegar a esta meta. Pero sí quiero decirles que entre todos hemos construido los cimientos de una estructura sólida para la convivencia en libertad, justicia y paz. Esos cimientos constituyen nuestro punto de partida, para construir la España a la que todos aspiramos. Una España que queremos armónica en lo político, justa en lo social, dinámica en lo cultural y progresiva en todos los aspectos, basada en la concordia y con capacidad de protagonismo en el mundo. Hemos conseguido entre todos que haya un lugar para cada opción política en estas Cortes. Ahora queremos que lo haya asimismo para cada ciudadano en el mundo del trabajo, de la cultura, de la economía, de la información y de las demás esferas de nuestra sociedad.

    Como Rey de España, al tener la soberanía popular su superior personificación en la Corona, quiero convocarles a una colaboración plena y decidida para conseguir esos fines. La democracia ha comenzado. Ello es innegable. Pero saben perfectamente que falta mucho por hacer, aunque se hayan conseguido en corto plazo metas que muchos se resistían a imaginar. Ahora hemos de tratar de consolidarla.

    En estos momentos cruciales de nuestra Historia hemos de procurar eliminar para siempre las causas históricas de nuestros enfrentamientos. Creo que poseemos las condiciones de altura de miras y de afán de trabajo en común para encararnos con un porvenir de paz y de progreso. Lo que aún nos falta hemos de conseguirlo en la labor de cada hora, en la capacidad de diálogo, en la conservación de ese alto ejemplo de avenencia y espíritu abierto que se ha puesto de manifiesto desde el comienzo de los trabajos de estas Cámaras.

    En ese esfuerzo estará siempre presente la Corona, que permanecerá en estrecho contacto con el pueblo y con los representantes legítimos del pluralismo de nuestra sociedad que han de realizar una tarea ardua, pero apasionante. La Institución monárquica proclama el reconocimiento sincero de cuantos puntos de vista se simbolizan en estas Cortes. Las diferentes ideologías aquí presentes no son otra cosa que distintos modos de entender la paz, la justicia, la libertad y la realidad histórica de España. La diversidad que encarnan responde a un mismo ideal: el entendimiento y la comprensión de todos. Y está movido por un mismo estímulo: el amor a España.

    Para la Corona y para los demás órganos del Estado, todas las aspiraciones son legítimas, y todas deben, en beneficio de la comunidad, limitarse recíprocamente. La tolerancia, que en nada contradice la fortaleza de las convicciones, es la única vía hacia el futuro de progreso y prosperidad que buscamos y merecemos.

    Como Monarca constitucional que hablo en nombre de la Institución a que me debo, no me incumbe proponerles un programa de tareas concretas que únicamente a ustedes y al Gobierno corresponde decidir, ni ofrecer orientaciones para llevarlas a buen término, pues este es cometido de los poderes políticos. Pero sí quiero señalar la función integradora de la Corona y su poder arbitral que cobran un especial relieve en sus relaciones con las Cortes. Los aspectos de esta relación habrá que desarrollarlos y concretarlos. Al Congreso y al Senado, que en esta jornada comienzan sus trabajos, les corresponde un doble papel: el de ser la primera concreción de la democracia y el de crear esa misma democracia como modo de convivencia y como sistema eficaz para una sociedad, libre y moderna, que permita la formulación de sus reivindicaciones, su transformación y el progreso de la justicia.

    La responsabilidad de las Cortes está en recoger las aspiraciones de los españoles y canalizarlas adecuadamente. No podremos fracasar en esta tarea de crear y mantener la democracia, como han fracasado otros intentos históricos, pues sabremos interpretar adecuadamente lo que más convenga al servicio del pueblo español.

    La Ley nos obliga a todos por igual. Pero lo decisivo es que nadie pueda sentirse marginado. El éxito del camino que empezamos dependerá en buena medida de que en la participación no haya exclusiones. Con la presencia en estas Cortes de los partidos que a través del voto representan a los españoles, damos un paso importante en esa dirección y debemos disponernos con nobleza a confiar en quienes han sido elegidos para dar testimonio de sus ideas y de sus ilusiones.

    Además de estos objetivos, el país tiene pendientes muchos problemas concretos sobre los que el pueblo español espera la acción directa de sus representantes. El primero es crear el marco legal adecuado para las nuevas relaciones sociales, en el orden constitucional, el regional o en el de la comunicación humana.

    La Corona desea —y cree interpretar las aspiraciones de las Cortes— una Constitución que dé cabida a todas las peculiaridades de nuestro pueblo y que garantice sus derechos históricos y actuales.

    Desea el reconocimiento de la diversa realidad de nuestras comunidades regionales y comparte en este sentido cuantas aspiraciones no debiliten, sino enriquezcan y hagan más robusta la unidad indiscutible de España.

    La Corona desea un marco de justicia para las relaciones entre los hombres y un ejercicio de la autoridad sin discriminaciones.

    La Corona desea que se creen los instrumentos necesarios exigidos por la dignidad del hombre.

    Y nada dignificará más a quienes estamos obligados a resolver en común nuestro destino, que la aceptación de las normas que estas Cámaras van a elaborar. Estoy convencido de que en sus trabajos no olvidarán la necesidad de atender especialmente a los sectores menos favorecidos de nuestro pueblo.

    Con todo, permítanme que les reitere el convencimiento de que sólo una sociedad que atienda a los derechos de las personas para proporcionarles iguales oportunidades y que evite las desigualdades injustas puede ser hoy una sociedad libre. El progreso a que aspiramos quedaría en una ficción vana si no comportara la mejora real de las condiciones de todos los ciudadanos, y singularmente la de quienes se encuentran más lejos del nivel que en el aspecto humano exige la sociedad actual desde el punto de vista de la cultura, del trabajo, del hogar y del bienestar familiar. Porque la expansión de la cultura y la mejora del orden social requieren un esfuerzo constante, dirigido a lograr una adecuada participación en aquellos bienes que, siendo fruto de la cooperación de todos, son igualmente indispensables para la general prosperidad.

    España atraviesa un momento de dificultades económicas que obedecen, entre otras causas, a las repercusiones de la crisis internacional. Estas dificultades y las posibles soluciones no han de considerarse al margen de las exigencias sociales. Y si es cierto que las acciones directas no corresponden a estas Cortes en su totalidad, también lo es que ellas deben velar por la integración de los intereses de todos los sectores, por el reflejo de todas las aspiraciones y porque no existan desequilibrios perturbadores entre los ciudadanos ni en el reparto de las cargas que les pudieran corresponder.

    También en este aspecto la Corona dedicará su máximo empeño a estimular los avances sociales, a moderar las lógicas tensiones de una sociedad en transformación y a conseguir el nivel de vida que nuestro pueblo reclama. La reforma que en este campo demanda nuestro tiempo es el reto que asume la Monarquía de todos los españoles.

    La Corona defiende y promueve la amistad y la colaboración con todas las naciones, sin distinción de regímenes políticos. Seguirá trabajando para conseguir la integridad de nuestro territorio. Y es consciente de que una sociedad como la española, con una juventud entusiasta y unos profesionales perfectamente preparados, con un potencial humano como pocas veces hemos poseído en nuestra Historia, va a permitirnos conquistar el lugar que nos corresponde en el concierto de las naciones.

    La Corona espera que los intereses de España en el exterior se defiendan por encima de las opciones concretas de cada partido, porque sólo la unión de todas las fuerzas políticas y sociales nos permitirá realizar con éxito en la acción exterior las aspiraciones nacionales.

    Señores Diputados y Senadores: La consecución de todos estos fines depende de una manera directa del rigor y del entusiasmo que, sin duda, pondrán en el ejercicio de las funciones y los deberes que el pueblo español les ha encomendado, buscando una sociedad más igual, desprovista de privilegios, justa y en progreso constante.

    España y el mundo miran hoy a estas Cortes. Estoy convencido, pues conozco la sinceridad de los ideales de sus miembros, que el sentimiento de esperanza con que nuestro pueblo confía en los resultados de las tareas no se verá decepcionado. Sé perfectamente que estas Cortes van a dar ejemplo al país de austeridad, de entrega y de eficacia en su labor. En esa ilusionante tarea no les faltará nunca el estímulo y el impulso de la Corona. Yo pido a Dios que me ayude siempre a cumplir con mi deber en el servicio de España.

    Los valores y las virtudes que los españoles han puesto de manifiesto; la esforzada entrega de sus representantes al quehacer político; la labor de nuestras Instituciones; la lealtad y disciplina de nuestras Fuerzas Armadas y, en fin, el patriotismo de todos, nos permiten afrontar con entereza y optimismo los problemas del presente y confiar en un futuro de paz y libertad. Con esos propósitos, con esa esperanza y con esa ilusión, queda abierta la Legislatura”.
    Última edición por ALACRAN; 05/06/2023 a las 13:53
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Testimonio sobre la gran traición de Juan Carlos (Marqués de Valdeiglesias)

    En la muerte de J. I. Escobar Kirkpatrick


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 560, 1-Oct-1977

    Ha muerto José Ignacio Escobar y Kirkpatrick, marqués de Valdeiglesias



    Entre la náusea casi diaria que produce en general la clase política española abundosa en especímenes, tan solo notables por su ambición, limitada por su nula capacidad, emergen de vez en cuando políticos de raza honestos y consecuentes. Entre éstos se contaba el marqués de Valdeiglesias, que nos dejó solos el lunes, 19 de septiembre de 1977. (…)

    Por desgracia, los últimos años han sido una alucinante salta de despropósitos, errores y horrores. Valdeiglesias, hombre de sólida formación católica, humanística y española, ha sido uno de los pilares más sólidos de mi educación política y doctrinal. Él, junto con Vegas Latapié y don Ramiro de Maeztu, es uno de los puntales y fundadores de aquella espléndida revista “Acción Española”, que defendió con altura intelectual los principios del derecho público cristiano en los azarosos años de la II República española, tan parecidos a los de la monarquía liberal que padecemos. Pues una república coronada se parece demasiado a una República sin coronar.

    José Ignacio, hombre ecuánime y prudente, lúcido hasta sus postreros momentos, en la última ocasión en que hablé con él -sería en julio de este año- previniendo su cercana muerte, pues se encontraba muy enfermo, me dijo: “Lo único que siento es morirme antes de ver cómo acaba esta abyecta farsa política, que para vergüenza de España y ludibrio del universo mundo ahora soportamos”. Sus vocablos fueron mucho más duros, y hasta en hombre también educado y ponderado se escaparon epítetos rudos y malsonantes refiriéndose a altas magistraturas del Estado cuasi español.

    Ante tanta perfidia, ignorancia, cerrilismo, cursilería y liberalismo emerge, como una mezcla de Séneca, Cicerón, Julio César, Napoleón Bonaparte, Charles Maurras y Donoso Cortés, la figura de José Ignacio Escobar Kirkpatrick, marqués de Valdeiglesias. Valdeiglesias no fue en su vida otra cosa que católico y monárquico. Pues bien, católico lo fue siempre, y monárquico, también, pero al final monárquico “ma non fanatico” como decía el chiste italiano. Poco se ha perdido José Ignacio con irse al cielo. Pero nos ha dejado solos sin el faro de su cultura y su inteligencia en la confusa charca pestilente que es la vida política del año hispano de escasa gracia de 1977.

    Descanse en paz un caballero cristiano y español, y que desde el cielo interceda ante Él, que nunca defrauda, para que nos ilumine y nos guíe en la lucha incansable por el triunfo de las ideas que llevarán a España a su dignidad y salvación. Aquí te ponemos por testigo, querido José Ignacio, de que hasta el último aliento, como tú, lucharemos por Dios la Patria y la justicia.

    Desde los luceros nos contempla Valdeiglesias, y con más entusiasmo que nunca, siguiendo su ejemplo gritamos una vez más ¡arriba España!

    Alfonso DE FIGUEROA Y MELGAR
    Duque de Tovar

    Última edición por ALACRAN; 04/01/2024 a las 13:18
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Testimonio sobre la gran traición de Juan Carlos (Marqués de Valdeiglesias)

    ... "ni el carlismo, ni Acción Española, ni, en definitiva, Franco, ni los hombres que en la Cámara dieron el “sí” el 22 de julio de 1969 deseaban, ni suponían que Juan Carlos, por su cuenta, restauraría la monarquía liberal"...


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 577, 28-Ene-1978

    Editorial

    Recientemente (1978) se han publicado dos reportajes -en “Interviú” y “Cambio 16”- en torno a la figura de S. M. Juan Carlos I. Ambos trabajos periodísticos han resultado muy reveladores acerca de la personalidad del Monarca, de sus intenciones y de su intervención en la trayectoria política patria desde su acceso al Trono.

    Muchos comentarios cabría desarrollar respecto a dichos reportajes que descubren los objetivos del Rey al aceptar una Corona, que se suponía por Franco y por quienes en las Cortes designaron al nieto de Alfonso XIII, que garantizaba la continuidad del Estado informado por los intangibles Principios del Movimiento, y que aquél -según se dice en “Interviú”- aceptaría con la intención de retrotraer a España hacia los senderos de la Monarquía parlamentaria, que ni Calvo Sotelo, ni José Antonio, ni el carlismo, ni Acción Española, ni, en definitiva, Franco, ni los hombres que en la Cámara dieron el “sí” el 22 de julio de 1969 deseaban, ni suponían que se restauraría.

    Pero ahora queremos centrar la glosa en un dato significativo que, a no dudarlo, ha de tener sus repercusiones en el futuro de la Patria y de la propia Monarquía. Nos referimos a que, según se deduce con claridad de tales reportajes, Adolfo Suárez es el hombre del Rey y la UCD el partido del Monarca.

    Ese dato se inducía, desde luego, de los acontecimientos sucedidos durante los veintiséis meses que dura la transición, pero ahora es la propia confesión del titular de la Corona la que confirma que Suárez fue elegido mucho antes de que el Consejo del Reino lo hiciese (1976) para pilotar la ruptura pacífica con el Estado nacido de la Cruzada que posibilitó la Monarquía nuevamente. El Rey -según dijo él mismo a “Cambio 16”- tenía designado al hombre de Cebreros para ello, lo promocionó, a través de Fernández Miranda, a la Secretaría General del Movimiento y luego a la Jefatura del Gobierno. Todo obedeció a una personalísima decisión de Su Majestad Juan Carlos, que naturalmente se convirtió en realidad gracias a la cooperación activa y fiel de don Torcuato (ver: Torcuato Fdez. Miranda, asesor de Juan Carlos para el perjurio ), quien logró, de Arias Navarro, el acceso de Suárez a la Secretaría del Movimiento, y, del Consejo del Reino, su inclusión en la terna. De ahí aquellas manifestaciones de que “llevaba lo que el Monarca deseaba”, cuyo verdadero sentido aparece hoy diáfano, aunque desmienta las aclaraciones ulteriores, relativas a tales manifestaciones, del propio Fernández Miranda.

    Y, si Suárez es el hombre del Rey, la UCD es el partido del Monarca, pues, sin la designación de aquél, éste nunca hubiera nacido. Además, el propio Ricardo de la Cierva registraba, no hace mucho, la influencia decisiva que el apoyo regio a Suárez tuvo en la configuración, como partido unitario, de UCD, contribuyendo mucho tal reciente apoyo a esfumar las resistencias de alguno a la unificación. Pero no por ello se crea que, al ser la UCD el partido del Rey, es, a su vez, el partido monárquico por excelencia. No; en ese conglomerado a la búsqueda de ideología no predominan, como es notorio, salvo excepciones, los que se han significado por su monarquismo. (…)

    Finalmente, debe preverse, desde otra perspectiva, que si la Monarquía no se resiente de esa intervención regia y efectivamente logra el futuro la naturaleza arbitral preconizada por el Rey, muchos razonarán como el republicano Paulino García, desde “El Imparcial”, que ha dicho que “si la Monarquía actual y el Rey, como sucesor de Franco, se desligan de todo compromiso con la época anterior, y aceptan de hecho y sin reservas el juego democrático, de manera que la Corona se reduce a un papel mínimo y casi lujoso, nosotros seguiremos creyendo que se trata de algo demasiado oneroso para la pobre economía de nuestra Patria”.

    Y quienes jamás fuimos ni somos republicanos, no podemos por menos de reconocer el peso que tal razonamiento lleva consigo y de advertir que nuestra Monarquía, la Monarquía que fue instaurada por Franco y el pueblo español en masivo referéndum (1966), la Monarquía de la Sucesión jurada por el Príncipe de España (1969), la Monarquía tradicional, católica, social y representativa, es harto distinta.


    Última edición por ALACRAN; 14/06/2024 a las 13:12
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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