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62. Después -tras las vicisitudes de la mudable fortuna y el hervor de nuevas borrascas- el sólo engaño del pérfido Julián bastó para desgarrar el Imperio Godo. Pues apenas se enteró de la violación de su única y bella hija por el rey Rodrigo, empezó a tejer la tela de sus engaños -para España más funestos que para Troya los de Sinón-, e introdujo aquí, a través del mar de Cádiz y de los campos de Andalucía (guiándolo por allí los hados) a los árabes, perennes, enemigos de la religión cristiana.
63. De aquí arranca otra de las etapas más calamitosas que atravesó España; bien porque tomada casi toda ella por los sarracenos, la nobleza goda, llevando consigo a los dioses lares y el espíritu patrio, refugióse en Asturias y la Cantabria; bien porque en adelante la atención principal de los españoles la reclamarían, no el estudio de las letras, sino las luchas por sus vidas y fortunas.
64. En estas densísimas nieblas, las disciplinas que empezaron primero a despuntar fueron la Medicina y la Astronomía. Antes de los árabes eran estas ciencias las de la vida más lánguida y atrasada; pero ellos, sobremanera conocedores de ambas, perpetuaron en comentarios los muchos experimentos y observaciones que en el transcurso de los siglos hicieron.
65. Más bien que para observar las maniobras de los cristianos, creo verosímil que obedezca la construcción de la mayor parte de las torres y castillos levantados en los montes de España, al deseo de buscar un observatorio para otear el horizonte y el cielo, sin la interposición de sitios más elevados que aquéllos. Pues no disponiendo en todas partes, como los asirios, de planicies adecuadas para contemplar los movimientos y trayectoria de las estrellas, con el fin de conseguir una perspectiva más amplia necesitaban los astrónomos subir a los lugares más altos.
66. Sobre los muchos y consumados médicos y físicos de entonces, destacaban principalmente Rasis, que floreció setenta años antes que Avicena, y recogió todos los comentarios de los escritores anteriores a él; Zouro, que llevaba el sobrenombre de “El Sabio”; Avicena, cordobés -y según algunos, sevillano-, rey de Bitinia, cuya Metafísica mereció la aprobación de toda la posteridad, y el cordobés Averroes, émulo implacable de Avicena.
67. Más que en latín, me agradaría que en las escuelas interpretasen a Avicena en árabe; ya porque en la lengua nativa de este autor encontrarían menos tropiezos los discípulos de Galeno, ya porque sería mejor acogido si no le hiciesen hablar en un lenguaje tan bárbaro… ¡Qué tragedias no movería, si viniese del otro mundo y se viese interpretado en una forma tan extraña!...
68. Mientras tanto, los cristianos (hartos de guerrillear por las alturas de los montes y las estrecheces de los desfiladeros -donde se refugiaron- con los árabes -sucesivamente expulsados del reino de León y de la mayor parte de Castilla), volvieron sus ojos con afanoso empeño desde los horrores de las batallas -de cuya fiereza los troyanos se admirarían si las hubieran visto- hacia el espectáculo, sórdido también y fúnebre, de sus decaídas letras.
Los hombres buenos y cultos, lamentaron la desgraciada situación de los estudios y empezaron a preocuparse del restablecimiento del primitivo esplendor de las letras.
69. El iniciador de está saludable propósito fue Tello, Obispo de Palencia, quien con otros escogidos varones animados del mismo deseo, a fuerza de súplicas, convencieron al rey Alfonso (VIII) de Castilla, hijo del rey Sancho, para que, si quería levantar bandera de esperanza sobre la conquista del resto de España, erigiese en la ciudad palentina una nueva Universidad.
70. Bajo estos auspicios surgió, hace cerca de trescientos ochenta años, el magnífico museo de Palencia, nido donde nacieron ingenios notables en todas las ciencias, y entre los que apareció, como sol refulgente vencedor, por su luz, de los astros menores, el incomparable en santidad y letras Domingo Calagurritano; a pesar de la afirmación de Volaterrano sosteniendo que se crió en Valencia.
71. Treinta y cuatro años después, Fernando Rey de Castilla, según unos, o Alfonso, hijo de Fernando, el santo rey que libertó a Sevilla del poder de los árabes, bien por la mayor facilidad de comunicaciones y de aprovisionamiento para los estudiantes, bien por la mayor benignidad del clima, con felices auspicios trasladó la Universidad a Salamanca.
72. A los diez y seis años de trasladarse la Universidad, la subida al trono de Alfonso X reportóle grandes provechos. Pues no contenta la Providencia con darle grandes dotes de astrólogo, quiso ampliar en él la gloria de España, inspirándole la recopilación de las leyes -esparcidas antes en infinitos volúmenes- en un libro de siete secciones que los nuestros llaman Partidas; lo mismo que sus sabias Tablas de Astronomía y la General Historia, obras todas escritas o por él solo o en colaboración con otros.
Su favor y protección dilató el radio de acción de los estudios con atracción y fuerza tan misteriosa, que se tenían en poco las armas que no buscaban auxilio en las letras.
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