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Tema: Tesis sobre la Falange "de izquierdas" (Ernesto Milá)

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    Tesis sobre la Falange "de izquierdas" (Ernesto Milá)

    Tres tesis sobre la Falange "de izquierda"


    Revista FUERZA NUEVA, nº 551, 30-Jul-1977

    TRES TESIS SOBRE LA FALANGE DE IZQUIERDA

    Por Ernesto Milá

    Desde finales de los años 60, una serie de organizaciones falangistas surgieron al margen del Movimiento Nacional, movidas por la creencia de que no existía una voluntad revolucionaria en el seno del “partido único” y de que era preciso luchar con más fuerza contra el naciente capitalismo español. Las bautizaron, o se autobautizaron, como Falange “de izquierdas”…

    Estos grupos salieron a la luz pública en las horas de disolución del SEU, y con indescriptibles vicisitudes continuaron hasta hoy su andadura política. La crisis del Movimiento Nacional, fomentada desde las altas esferas de Poder, contribuyó a que muchos falangistas honrados pasaran a engrosar sus filas, encuadrados en las múltiples organizaciones disidentes del Movimiento.

    En muchas ocasiones venían a cubrir un vacío operativo y militante que la Falange oficial no estaba en grado de superar. Solamente a principios de los años 70, la unidad de la Falange -tanto la “oficial” como la “disidente”- pareció cercana en las fechas de la concentración de Alicante, cuando la prohibición oficial a la celebración del acto aglutinó a militantes venidos de diversas esferas. Esta unidad no ha dejado de ser la primera meta de los falangistas; sin embargo, todo induce a pensar que desde Alicante-70 se ha ido alejando progresivamente. Hoy es poco menos que una empresa imposible; por tanto, la única posibilidad que cabe es señalar posiciones, marcar las líneas divisorias entre la Falange llamada “auténtica”, o de “izquierdas”, y nosotros.

    Algunos honestos e ingenuos simpatizantes falangistas, prestos a dar su apoyo a cualquiera que enarbole la bandera roja y negra, vista camisa azul y tenga por emblema el yugo y las flechas, apenas pueden entender cómo es posible que en pocos meses las agresiones verbales del grupo denominado “auténtico”, las violencias físicas practicadas en Madrid y otras ciudades contra nuestros militantes, hayan enfrentado a militantes con los mismos emblemas. El objeto de este artículo es precisamente aclarar de una vez por todas, esta equivoca situación.

    1ª Tesis:
    El grupo falangista denominado “auténtico” utiliza, como coartada ideológica que justifique sus actitudes oportunistas, continuas referencias al “redescubrimiento” de José Antonio, olvidando que otros teóricos contribuyeron también a la elaboración del nacionalsindicalismo.

    El meollo ideológico de la cuestión es éste: los “auténticos” parten de la base de que lo único que puede unir a Falange es el pensamiento joseantoniano y que éste, hasta ahora, no se ha interpretado en su totalidad: es preciso, pues, redescubrirlo. Ahora bien, es evidente que José Antonio sufre una apreciable evolución desde el Discurso de la Comedia hasta que tiene que enfrentarse con el Tribunal Popular de Alicante. Los “auténticos” concluyen que en la etapa final de esta evolución se encuentra la síntesis de todo lo anterior y, por tanto, la verdadera doctrina que debe iluminar las rutas de Falange.

    Del razonamiento anterior se pueden extraer unas primeras conclusiones.

    • De 1933 a 1936, José Antonio no tuvo materialmente tiempo para completar su esquema ideológico; existe, pues, una serie de huecos evidentes: si bien están sentados los principios de orden ético y nacional, falta completar algunas posturas políticas: sobre la organización del Estado, sobre las regiones, sobre la práctica política a seguir, etc.

    • El nacionalsindicalismo no fue obra exclusiva de José Antonio. Ramiro, por ejemplo, fue un teórico comparable a José Antonio, y cuyo libro “Discurso a las juventudes de España”, a mi modo de ver, representa la quintaesencia del pensamiento nacionalsindicalista, y, entre otras cosas, aborda problemas estratégicos y tácticos que José Antonio no se planteó.

    Para nosotros, hombres de FUERZA NUEVA, la solución es bien simple: el nacionalsindicalismo es una concepción del mundo operativa cuya elaboración teórica corrió a cargo de una clase política dirigente y que hay que aceptar en su totalidad. Cualquier intento de desarticulación o disrupción de la unidad de esta clase política (Ramiro, Onésimo, José Antonio, etc.) representa una mutación perjudicial para todo el conjunto.

    Si José Antonio no aborda algunos problemas, parte de éstos Ramiro se encarga de plantearlos; si Ramiro y José Antonio disponían de una visión indirecta de la realidad campesina, Onésimo la palpaba diariamente y, por tanto, estaba en mejores condiciones que nadie para dar las soluciones y los planteamientos adecuados.

    Los “auténticos” se encuentran con un problema: el de cómo rellenar los “huecos” dejados por José Antonio. Si tenemos en cuenta el horror visceral y patológico de los “auténticos” porque se les pueda motejar de “fascistas”, y si además ellos mismos se han preocupado de podar el pensamiento joseantoniano de todo aquello que pueda ser tildado de “fascista”, es evidente que las referencias a Ramiro y Onésimo, que siempre albergaron unas grandes simpatías por el fascismo europeo y por sus revoluciones nacionales, comprenderemos por qué tales “huecos” ideológicos están siendo rellenados con lo más tópica hojarasca izquierdista, ya sea simplemente marxista, aunque, con preferencia privan las alusiones hacia el sindicalismo cenetista. No podía ser de otra forma.

    Los “auténticos” jamás han disimulado sus simpatías por la CNT, incluso los Miguel Hedilla y similares mantienen posturas de tipo neopestañista, esto sin olvidar que los pestañistas “auténticos” (los del Partido Sindicalista) cuentan en sus filas con amplias franjas de ex falangistas. Su desorientación ideológica se pone de manifiesto cuando envían notas a la prensa apoyando la concentración “aragonista” de Caspe, o cuando el “Comité de Lérida” alienta a la “Marcha de la Libertad”, hace ahora un año exacto. Esto sin hacer referencia al manifiesto publicado por los “auténticos” a la clausura de su primer Congreso, y en el que afectaban la democracia formal, los partidos políticos y la ruptura.

    Estas declaraciones son imperdonables, no sólo porque precisamente frente a la democracia liberal y frente a los partidos, José Antonio es tajante y claro, sino porque demuestran hasta qué punto tras la máscara de la búsqueda de la pureza ideológica y del “redescubrimiento” de José Antonio se oculta un oportunismo político descarado y grosero. Les interesa sólo una parte de José Antonio, dentro de la totalidad nacionalsindicalista, porque de esta forma pueden justificar unas actitudes difícilmente justificables para un falangista integral. Desprecian el resto porque entra en contradicción con su opción política, la cual se reduce a un sindicalismo autogestionario común a otras variantes de izquierdas, una de ellas, precisamente el Partido Carlista, cuya situación con respecto a la Comunión Tradicionalista es del todo similar (aunque bastante más antigua) a la nuestra con respecto al grupo “auténtico”. Sin embargo, hay pocas esperanzas de que se decidan a crear junto a los “hugonotes” (partidarios de Carlos Hugo) una FET y JONS (auténtica)…

    2ª Tesis:
    La “falange de izquierda” es la sublimación política de un complejo de inferioridad ideológico sufrido por todos aquellos que, como falangistas, no se han visto capaces de permanecer firmes ante la luz democrático e izquierdista.

    Vivimos en una sociedad burguesa que tiende a la nivelación en todos sus aspectos. Entendemos que nivelación es sinónimo de masificación. Nivelación política: un hombre, un voto. Nivelación económica y social: desaparición del proletariado histórico, que se ha transformado en burguesía media. Y, por supuesto: nivelación cultural, entendiéndose por tal el monopolio casi absoluto que mantiene lo que se ha venido en llamar cultura progresista en el mundo de las artes, del cine, de la literatura, de las letras, en el dominio de la moral, etc.

    Para la cultura progresista no existen valores eternos, sus formulaciones se dan en el plano de lo temporalista y coyuntural. Lo que hoy está “in” mañana puede encontrarse “out”, como diría Bob Dylan, “por la misma eterna ley por la que el presente de hoy es el pasado mañana”.

    Pues bien, este tipo de cultura lo invade todo y representa la punta de lanza de los partidos de izquierda. No en vano, Gramsci, el padre del “eurocomunismo” moderno, hablaba de llevar la batalla sobre todo en el frente de la cultura, porque, en definitiva, la cultura configura las costumbres, los usos y las modas de una población. Concluyendo: a una cultura progresista corresponde una sociedad progresista y una política progresista, luego izquierdista. Esta concepción hoy lo invade todo. Es imposible no mirar un escaparate de libros sin comprobarlo, cualquier película que veamos estará imbuida por esta concepción, cualquier clase de ciencias políticas, filosofía, derecho, etc., estará inspirada -salvo honrosas excepciones- por un progresismo más o menos notorio. Es un signo de los tiempos que tiene su explicación en el progresivo distanciamiento del hombre europeo de los valores históricamente tradicionales (eternos), progresivo distanciamiento que, primero a lenta marcha y luego, con un movimiento de despegue asintótico, continúa sin cesar.

    Quien acepta esto está a favor de la corriente. Quienes no lo aceptamos somos unos heréticos, unos fascistas, unos trasnochados, etc. y es verdaderamente difícil mantenerse en pie entre tanta ruina, es difícil nadar contra la corriente.

    La doctrina joseantoniana, la doctrina falangista, por definición es antiprogresista -no confundamos el término en lo que de acepción referente a progreso social y cultural pueda tener, nos estamos refiriendo a la concepción metafísica, que es base del caos moderno-, en cuanto que cree en unos valores inmutables, más allá del espacio y del tiempo, al margen de las contingencias de lugar y coyuntura.

    Esto es lo que nos hace “heréticos” y diferentes a los demás partidos políticos democráticos o sindicatos (incluida la CNT). Se trata de una diferenciación de la que debemos estar orgullosos; sin embargo, lo repetimos, es muy difícil mantenerse en pie en medio de este alud progresista. Para muchos, el creer en unos determinados valores, sea por pusilanimidad, sea por inmadurez ideológica, les ha producido una cierta sensación incómoda: el miedo a quedar marcados como heréticos, el miedo a enfrentarse al conformismo de la corriente imperante, ha producido evidentes mutaciones en nuestras filas.

    Estas mutaciones se han dejado sentir en las elecciones, al heredar AP y UCD residuos de lo que había sido el Movimiento, deseosos de gozar de una credibilidad democrática, y en el extremo opuesto encontramos a los “auténticos”, que, presas de un complejo de inferioridad ideológico, al no verse capaces de resistir el empuje de los usos y modas imperantes, han decidido seguir la corriente, perdiendo su identidad como falangistas.

    Dicho complejo lleva a los grupos de izquierda neofalangista a adoptar gesticulaciones absurdas. Veamos un caso: en el boletín editado por la llamada Junta Regional de FE y JONS (Círculo José Antonio de Zaragoza, en otras palabras), en el número correspondiente a julio de 1976, en primera página se lee lo siguiente: “Camarada Ramiro Ledesma, asesinado por la burguesía alfeñique y reaccionaria…”; para qué seguir; parece como si se tuviera miedo de recordar que a Ramiro, como a José Antonio, como a Onésimo y tantos otros heroicos camaradas de primera hora, sus únicos asesinos fueron socialistas, anarquistas y comunistas. Y es que recordar esto podría traer consigo una fulminante condena de “fascismo” por parte de la progresía…

    Para poder responder a un sinnúmero de cuestiones que se le plantean a una organización política hoy, los “auténticos” pretenden emular a otras agrupaciones de izquierda preferentemente, tomando frases prestadas de Mounier, Bakunin, Abad de Santillán, etc. Miguel Hedilla y Pedro Conde tienen, por ejemplo, una irreprimible tendencia a repetir una y otra vez que si José Antonio viviera hoy llevaría melena y barba (¡), a mostrar el carácter obrerista de su partido (ya que, no en vano, la progresía izquierdista por antonomasia ha levantado el mito de que sólo la clase obrera puede ser el motor de una revolución), y por último, se puede advertir un masoquismo bastante curioso y patológicamente digno de ser estudiado: en efecto, parece como si los “auténticos” se alegraran de que les detuvieran a sus militantes, de esta forma dramatizan el número de sus detenidos y las condiciones de la detención, se ufanan de que tal mes tuvieron treinta “caídas” y al mes siguiente se superaron con sesenta...; para colmo, en Barcelona colocan unos pasquines en los que, a modo de presentación, se lee: FE de las JONS (a) “Cuarenta años de clandestinidad”… Para ellos es una verdadera obsesión demostrar que también han sufrido “represión”, a fin de poder igualarse a aquellos partidos de la oposición democrática de rancia solera carcelaria.

    3ª Tesis:
    Los grupos falangistas de izquierda se han visto imposibilitados de crear una estrategia política válida y coherente; obligados a moverse en el exclusivo plano de las tácticas, han terminado subordinando la ideología a las tácticas.

    A los “auténticos” les ocurre como a la CNT, sus postulados maximalistas les impiden elaborar una estrategia realista que les muestre el camino a seguir desde el punto cero hasta la consolidación de una sociedad nacionalsindicalista como la que dicen propugnar. A nuestro entender, la búsqueda de una estrategia es fundamental -de importancia pareja a la ideología- a la hora de organizar un movimiento político, ya que gracias a ella todas las iniciativas son capitalizadas en el sentido de la estrategia; se puede dividir la totalidad de las luchas políticas en un orden de jerarquías; y se conoce en qué puntos es preciso concentrar esfuerzos. La estrategia facilita al militante el perfecto conocimiento de lo que está haciendo y de por qué lo hace, le responde a la pregunta de “¿adónde va la organización?” y es la piedra angular de la práctica política de un partido.

    Pues bien, el grupo “auténtico”, así como la falange de izquierdas en sus múltiples variantes, y en ello se ha hecho solidaria a la mayoría de partidos y partidillos nacidos en la aurora democrática, carece de estrategia definida, lo cual, unido al complejo de inferioridad ideología antedicho y al eclecticismo ideológico también comentado, produce los siguientes fenómenos:

    Revolucionarismo: el revolucionarismo es la degradación (o la no comprensión) de la práctica revolucionaria. No es revolucionario quien gesticula más, no es revolucionario quien se muestra más extremista, quien está habituado a buenas dosis de demagogia social, no es revolucionario quien promete imposibles y, sobre todo, no es revolucionario quien no tiene en cuenta las condiciones objetivas de una nación. Los “auténticos” -y esto sé que les gustará oír- se han colocado en muchas ocasiones a la izquierda de las organizaciones más izquierdosas de la nación. La segunda parte es que a medida que uno va avanzando hacia la izquierda comprueba cómo las dosis de responsabilidad e inconsciencia aumentan.

    Obrerismo: el culto al obrero se circunscribe dentro de esta óptica y no tiene en cuenta las modificaciones de la sociedad occidental, y consiguientemente de las franjas proletarias. Olvidan que Falange no es de una clase, sino de todos los españoles, y cándidamente pintan “Falange con el obrero”. Hoy la implantación obrera de los “auténticos” es mínima y su misma concepción de la función del sindicato con respecto al partido les coloca en la mera esterilidad política. En efecto, los partidos, como entidades políticas, presentan amplios frentes de lucha y una gama de proposiciones políticas aplicables a cada una de las actividades de la nación. Los sindicatos, por el contrario, son -en una democracia- organizaciones especializadas de defensa de los intereses obreros que movilizan a las masas obreras en la lucha por unas reivindicaciones próximas (laborales), mientras que el partido lo hace en vistas a la consecución de unos objetivos más amplios (políticos). Los “auténticos” han inventado unos sindicatos que no son correa de transmisión de un partido, sino al revés. Es decir, que por esta misma ley las CONS de los “auténticos” anulan a la misma Falange como instrumento político, ya que las primeras pretenden ser instrumentos políticosociales. Aparte de constituir una originalidad con pocos precedentes (y ninguno afortunado), esta concepción sume en la esterilidad tanto al sindicato (que se ve superado en sus funciones) y al partido (que se encuentra comprimido por el sindicato).

    Seguidismo: la falta de criterio político propio produce el que las decisiones y orientaciones políticas sean tomadas en función de los vientos que soplan. A diferencia de las organizaciones políticas de envergadura, que sí disponen de estrategia y saben perfectamente en todo momento adónde dirigir sus pasos, los “auténticos” se limitan a ir a remolque: si se habla de la marcha de la libertad en Cataluña, les falta tiempo para adherirse; si es de amnistía, ellos no serán menos; en cualquier caso, se trata de, aun a riesgo de ir en el último furgón, no perder el tren.

    Por último, es evidente que existe un nexo íntimo entre ideología y estrategia política. Un partido como UCD, por ejemplo, jamás podrá adoptar estrategia similar a la del PCE. Ahora bien, en el caso de los “auténticos”, el fenómeno que se obra es digno de estudio; revolucionarismo, obrerismo y seguidismo tienen poca relación con la doctrina falangista; sin embargo, al ser rudimentarias tácticas inevitables para un grupo que desea adoptar una imagen sindicalista revolucionaria, poco a poco modifican la ideología y tienden a perder la identidad propia en beneficio de un híbrido irreconocible.

    Esta no es una afirmación gratuita: el Frente Sindicalista Revolucionario, en los años 60, se encontró ante el mismo problema ya que, manteniendo posturas autogestionarias y muy obreristas defendidas por falangistas de izquierda, fue perdiendo poco a poco el escaso barniz azul de que disponía, y hoy no es más que un cadáver político paleoanarquista. Recuerdo un caso similar y más espectacular si cabe: el de una cierta Acción Revolucionaria Sindicalista, cobertura “táctica” (táctica, ¿cómo no?) que adoptó un sector de la Juventud Falangista disidente de los Círculos José Antonio. La ARS siguió en su larga marcha hacia la izquierda (una marcha sin retorno) una serie de modificaciones internas que terminaron por catapultar a muchos de sus elementos a la CNT, y dentro de la CNT a defender las posturas más infantilmente izquierdistas y virulentas.

    Conclusión

    Personalmente, pienso que analizando las posturas de los contrarios se puede comprender mejor la propia y adquirir nuevas ideas para sustentarla con más brío y energía. Veo necesario, pues, terminada la exposición de las tres tesis, extraer una conclusión. Compararnos con otras fuerzas políticas sirve también para reafirmarnos en la justeza de nuestra línea política, que si la hemos mantenido diáfana y clara durante estos turbulentos años ha sido porque hemos comprendido que ceder un poco es capitular mucho.

    Ideológicamente, hemos aprendido a ser nosotros mismos, sin mistificaciones ni oportunismos, sin mimetismos. Políticamente defendimos ayer una opción orgánica con la misma energía con que lo hacemos hoy. Si hubiéramos puesto a votación -como se hizo en el I Congreso Nacionalsindicalista el pasado año en Madrid- si el hombre era portador de valores eternos o no, si nos hubiéramos adicionado a una corriente de opinión o a una alianza de talante liberal, es indudable que nos habría ocurrido lo que a los “auténticos” o a los falangistas y tradicionalistas que todavía pacen en Alianza Popular: que han perdido el norte y, lo que es peor, su identidad.

    Ernesto MILÁ






    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Tesis sobre la Falange "de izquierdas" (Ernesto Milá)

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    Sobre el hedillismo "antifascista"


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 573, 31-Dic-1977

    HEDILLA, FRANCO Y EL HEDILLISMO ANTIFASCISTA

    La figura de Manuel Hedilla Larrey (1902-1970) ha sido cebo de incomprensiones, frivolidades y demagogias políticas. Una cosa es indudable: Hedilla fue un gran español, un patriota inequívoco y un hombre de un temple espiritual de acrisolada magnitud. En su “Testimonio”, Hedilla deja huellas inconfundibles de su trayectoria en pro de la ideología falangista. Con un respeto total a la figura de Franco -aun dentro de sus discrepancias- glosa las vicisitudes y los acontecimientos de toda una época coloreada agriamente por unas dificultades continuas. Ahora (1977), no es el aniversario de su muerte, ni ninguna fecha trascendente relativa a su semblanza. Ocurre que, indirectamente, en torno al personaje –mejor, en un pretendido seguidor- se ha posado el semillero de una polémica.

    Remontarse al juicio de Falange Auténtica no nos parece correcto, porque quizá nuestras impresiones retumbarían demasiados severas, y todos debemos estar empeñados en la unidad, hoy (1977) inviable. La disputa ha surgido a través de unas cartas aparecidas en “El Noticiero Universal”, de Barcelona, en crítica abierta al jefe territorial de una Falange que por auto-titularse hedilllista, y asimilar enteramente un nombre egregio, debe ser rebatida en cuanto a una posible desviación que en provecho propio -aun no intencionado- pudiera hacerse del segundo jefe nacional de la Falange. Porque no es lo mismo Hedilla que los hedillistas.

    Palmariamente, en primer lugar, hemos de señalar la conveniencia del decreto de unificación (1937). Parecía una necesidad el trasplante y plasmación de una unidad sentida en la conciencia popular a la legislación escrita. Hedilla y otros camaradas se opusieron al decreto, no por interés o egoísmo personal, quede bien claro, sino por convencimiento profundo de estar obrando en consecuencia con su formación y creencias. Sin embargo, no se puede hacer las revolución y la guerra al mismo tiempo; y el afán de querer realizar en un mismo momento dos acciones arduas e ineludibles, pero diferenciadas, el deseo de completarlas en un corte espacio temporal, encuentra una objeción por motivos prácticos, que puede minar una actuación detrimento de las dos opciones, sin lugar ninguna, lo que hubiera sido nefasto. Se hubiesen quizá provocado el malestar y los roces en la España nacional, y su derrota. Piénsese en el bando rojo. La mezcolanza de ambiciones, peleas y rencores posibilitó el desguace de una trayectoria rectilínea. El desconcierto y la falta de orientación por ansiar el cambio de estructuras, sin lograr la solución del poder político, para, a través de él, remodelar y cambiar la sociedad, produjeron el hundimiento de los vencidos.

    Los fascismos europeos: Mussolini

    Vamos a pesar de todo, a mostrar todas las cartas. Y en honor a la verdad, hemos de confesar que también Hedilla tenía serios reparos lógicos para mostrarse disconforme con la unificación. Así, era cierto que en las trincheras, requetés y falangistas luchaban codo a codo con fraternidad indesmayable, pero también es verdad que el decreto aumentó más, si cabe, la confianza y la fe de sentirse solidarios. Era igualmente claro que Hedilla, en su intuición sagaz, creyó descubrir un probable recorte del peso específico de la Falange, con el subsiguiente provecho de las capas reaccionarias, que, en adelante, boicotearían la solución orgánica total, la desmantelación del aparato capitalista, y la reforma agraria; pero en verdad este presentimiento, muy razonable, y el cumplimiento de estas directrices, no cabe achacarlos al formulismo jurídico cristalizado en la letra del decreto de 19 de abril de 1937, sino más bien al abandono posterior de la doctrina, al dominio tecnocrático, a la traición y a un acontecimiento clave, olvidado por tantos, y silenciado paradójicamente por los que sufren las consecuencias de su resultado: la pérdida de la segunda guerra mundial por los fascismos europeos.

    En efecto, curiosamente, los “hedillistas” reniegan del fascismo, sin reparar que precisamente, por la derrota de éste, ellos no pudieron ni están en condiciones de cumplimentar la revolución que todos los falangistas y nacionalrevolucionarios desean. La guerra de España fue un hito gigantesco en el siglo XX, pero constituyó también el preludio de lo que se estaba ya gestando y que poco después estalló: la lucha por la libertad de Europa, o el triunfo del marxismo. Esto fue la segunda guerra mundial. Para sintetizarla no hacen falta más palabras.

    Ahora bien, con la victoria nacional en la Guerra de Liberación se conseguía la defensa de los valores tradicionales, de la religión, el triunfo sobre el ateísmo, el empuje de una nueva estructuración sociopolítica. Faltaba algo más; había necesidad de cambiar el orden económico mundial sujeto al capitalismo financiero internacional, sometido en parte al judaísmo; y esta tarea –lograrla- potenciaría y conseguiría la revolución anticapitalista en España –la anticomunista ya se había cumplido-. En la última conflagración se dio este envite, pero perdió el bando deseoso de desenmascarar los tentáculos del dominio plutocrático. Con ello, se hundían en gran parte -aun cuando algunos triunfalistas entonces no se percataron de ello- las posibilidades de revolución social, porque, queramos o no, la dependencia a la política internacional supone un férreo cordón.

    Podía intentarse, desde luego, un aumento industrial, un progreso de vida unas cotas económicas fuertes y sólidas, pero no la destrucción de los grandes “trusts”, de los monopolios, etc. De hecho, todo esto se consiguió con Franco, se alcanzó el hecho extraordinario de llegar a ser el décimo país industrial del mundo. Pero hemos –teníamos- que aspirar a más. Y de pronto, incongruentemente, quienes prometen una revolución nacionalsindicalista -prefieren decir “sindicalista” a secas- atacan al fascismo, que es quien, repito, más nos podía haber ayudado a realizarla ya hace años. Porque de haber triunfado de la guerra Hitler y Mussolini, seguirían existiendo injusticias –ello es humano- aunque el comunismo hubiera sido destruido y las expresiones materialistas socavadas.

    Ahora, la pregunta es: ¿Se regiría el mundo según los moldes capitalistas? No somos adivinos, pero lo que sí podemos asegurar a los “hedillistas” y demagogos es que sobre la buena fe de aquellos hombres no cabe duda. Mussolini -aunque en su primera etapa el fascismo económicamente se cinceló alrededor de un liberalismo intervencionista- creó la novedad cooperativa como fórmula de mejor distribución en la producción, abogando por soluciones alejadas de las grandes concentraciones de capital. Se olvidan muy fácilmente los orígenes socialistas de Mussolini, quien al ser expulsado del Partido Socialista Italiano, en 1914, entre aplausos afirmó: “Sois más severos que los jueces burgueses… El socialismo es algo que tiene sus raíces en la sangre misma. Lo que me separa hoy de vosotros no es cuestión de poco más o menos, es una trascendental cuestión que tiene dividido a todo el socialismo.”

    Adolfo Hitler

    Respecto a Hitler, fue un trabajador, encauzó un partido nacionalsindicalista -un socialismo compatible con la propiedad privada-, acabó con los “junkers”, grandes terratenientes prusianos, y desmoronó las instituciones burguesas, eliminando el paro y elevando la condición social del obrero formidablemente. No dejo de sonreírme cuando observo que hombres de un origen y arraigo tan eminentemente modesto y popular como los líderes fascistas son presentados ante las masas cual explotadores del obrero, mientras los teóricos y prácticos del marxismo, en su mayoría judíos de extracción burguesa, son representados como la avanzada proletaria. La hipocresía es alma predilecta de los embaucadores políticos.

    De todas formas, como pugnamos por la sinceridad, hemos de advertir que en el fenómeno Hitler fue evidente un apoyo de la industria germana, ya que Alemania necesitaba una expansión económica. También es indudable que se dieron unas condiciones objetivas, no decisivas ni mucho menos, pero favorecedores del carácter de aquel movimiento. Así, la crisis de los años 30 –provocada, como sucede con casi todas las convulsiones capitalistas, y no fruto del azar, tal cual creen muchos ingenuos-, la descomposición social de la nefasta República de Weimar, el deseo de rebatir la humillación de la anterior guerra, la avanzada marxista con unos planes definidos y preconcebidos de ocupación de Alemania, detalle ocultado sistemáticamente, etc. (...)

    Testimonio y estadística

    Un profesor nada sospechoso -Jean Touchard- acerca de la heterogeneidad sociológica del fascismo, desligada de una parcela minoritaria de poder, advierte: “Sin embargo, no hay que concluir, demasiado precipitadamente, que “el fascismo es una revolución hecha por las clases medias”. Es necesario denunciar una imaginería, procedente de un elemental populismo, que tiende a representar al fascismo como un movimiento pequeñoburgués financiado por el gran capital, con exclusión de toda participación popular. La realidad es más compleja. Las informaciones, desgraciadamente insuficientes, que poseemos sobre la sociología del fascismo (Italia) prueban la heterogeneidad del reclutamiento. En 1921, entre 150.000 inscritos en el partido fascista, encontramos 18.000 propietarios rurales, 14.000 comerciantes, 4.000 industriales, 10.000 miembros de profesiones liberales, 22.000 empleados (de los que un tercio son funcionarios) y casi 20.000 estudiantes, o sea, 90.000 miembros no obreros; sin embargo, los otros 60.000 se reclutan entre los obreros agrícolas (que forman la categoría más numerosa) y entre el proletariado urbano. En Alemania, la curva de adherentes al Partido Nacionalsocialista es casi exactamente paralela a la curva de paro”.

    En concordancia con estos criterios soslayados, la caída de la civilización occidental centrada en las derrotas del Eje -en plural, ya que no fue solo una pérdida militar-, es una realidad nítida. Únicamente España pudo embanderar un programa de dignidad en el mosaico descorazonador de una Europa moribunda, engañada, víctima de su ceguera.

    A Franco se le puso muy difícil la sustitución del engranaje capitalista, porque se halló maniatado, en parte, por las circunstancias de una época. Pero el Caudillo no era un muñeco ni un personajillo. Su pragmatismo conllevaba también una rigidez profunda en torno a unas verdades objetivas indiscutibles. Con Franco se lograron cotas de bienestar mayúsculas. La “Revolución pendiente” -no es una frase vacía- sigue en pie (1977), desde luego. Pero confieso que no veo que estén en condiciones de posibilitarla quienes reniegan de unos movimientos nacionales que en su Patria -aun con errores graves- cumplieron una determinada política de engrandecimiento semejante a la que defendían José Antonio y Hedilla, ambos simpatizantes de estas concepciones.

    Primeramente, pensé que la maniobra era táctica, creyendo que dada la gran propaganda que se ha vertido contra el fascismo -empleado el término en una acepción global- en los últimos años, sobre todo cara al mundo del trabajo, se prefería menospreciarlo -reacción poco gallarda a pesar de todo- en aras a una efectividad práctica. Sin embargo el problema discurre (1977) por otros vericuetos. En mi opinión la Falange Auténtica -con el respeto que merecen algunos militantes de base, que no sus dirigentes, culpables del rumbo del partido- sufre de una falta de personalidad o ignorancia histórica latentes.

    Sin discusión, han de sufrir de un complejo obnubilante que les hace querer presentarse como perseguidos, antifascistas y contrarios al “statu quo” anterior para ganar puntos en la nueva situación. De otra suerte, no se explica que Adolfo Martínez Rubio, primer nombre en Barcelona para la candidatura del Congreso (1977) -del que he leído anotaciones precisas y lúcidas, se refiere a Franco tildándole de “dictador fascista”. En primer lugar, Franco nunca fue un fascista. Y en segundo término, no encontramos correcto echar tierra sobre una doctrina que jamás abonó una semilla opuesta a los postulados de Falange.

    ¡Basta ya de mentiras y tergiversaciones! José Antonio admiró a Mussolini. José Antonio colaboró en “El Fascio”. José Antonio respetó la ideología fascista aplicada a otro país que no era el suyo. Y el tema de la concentración de Montreux es un caballo de batalla equívoco. El fundador de la Falange no se identificó con aquel Congreso, no por considerarse adversario de las enunciaciones y propósitos que allá se daban cita, sino por encontrar peligroso e inoportuno, en aquel instante español, hacer alarde de un posible rasgo internacionalista. Sabido es que el Ausente remachó sus palabras con estas aseveraciones, publicadas como documento inédito en FUERZA NUEVA, número 498, de la pluma de su biógrafo Ximénez de Sandoval: “Ahora debo abandonar esta reunión por las razones que he expuesto y también porque tengo varios trabajos que realizar. No obstante, espero poder participar próximamente en vuestras reuniones”. Ver: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

    Enfrentados por el destino

    En nuestra opinión, Franco y Hedilla fueron dos grandes hombres enfrentados por razones del destino. Y la admiración a uno no minimiza el brillante perfil del otro. Los dos amaban a España. Somos los primeros en pugnar por la reivindicación de Manuel Hedilla, pero que este homenaje y recuerdo a su figura no constituye una punzada de rencor sobre nadie. Que se nos muestre a Hedilla tal cual es, sin desvíos ni afanes revanchistas. El verdadero Hedilla es un místico, un caballero, un soldado.

    Hedilla, sin medias tintas, reiteraba el 16 de febrero de 1937: “Estamos poniendo arriba a España. Arriba la unidad de España, que nuestros mejores hombres están ganando en las trincheras y en la lucha; arriba la grandeza de España, que ganaremos en los días siguientes a la victoria…, arriba la economía de España, limpia de… explotadores; arriba el hombre de España, al que devolveremos su misión”.

    Creo es suficiente para apartar vendas de los ojos. Sólo queda aconsejar a los hedillistas que recuerden que por ser más “antifascistas” cada día son menos falangistas.

    Manuel Villahoz Baleta


    Última edición por ALACRAN; 15/04/2024 a las 14:01
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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