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Tema: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

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    Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

    Relaciones Iglesia Estado en el pensamiento de José Antonio:


    Revista FUERZA NUEVA, nº 515, 20-Nov-1976

    RELACIONES IGLESIA-ESTADO EN EL PENSAMIENTO DE JOSÉ ANTONIO

    Por Fray Antonio de Lugo O. S. H.

    Para entender rectamente el pensamiento de José Antonio acerca de esta cuestión, es necesario fijarse con detenimiento en el entorno religioso de su vida, así en el plano personal como en el profesional y político. El ambiente familiar de su educación, netamente piadoso, hizo de él, como afirma su hermana, la Condesa del Castillo de la Mota (Pilar Primo de Rivera), “un verdadero y entero católico”, y como tal se mostró siempre en público y en privado; a su amigo y camarada Francisco Bravo le declaró en una ocasión que “era católico convencido”. Su vida de piedad, sin alardes ni espectacularidades, era sincera, sólida; sabemos que, en repetidas ocasiones, practicó los ejercicios espirituales, en retiro, al estilo de San Ignacio, y entre sus lecturas religiosas le eran preferidas y habituales la Sagrada Biblia, San Agustín, Santo Tomás y San Pablo.

    Sería muy largo citar hechos que ponen de manifiesto, bien a las claras, el talante religioso de José Antonio en su actuación personal, familiar y social. Como profesional del Derecho, se ajustó siempre a los dictados de su conciencia moral cristiana. Siendo, a pesar de su juventud, abogado de prestigio y en ejercicio, nunca aceptó defender pleitos de divorcio, legal en España durante el quinquenio republicano. El 4 de julio de 1935 escribía en “Arriba”:

    Los autores de la ley del divorcio, cautos, sabían muy bien que las instituciones profundas y fuertes, como la familia, no se las puede combatir de frente, sino que hay que ablandarlas con el halago de la sensualidad y minarlas por procedimientos insidiosos… Desde el punto de vista religioso, el divorcio, para los españoles, no existe. Ningún español casado, con sujeción al rito católico, que es el de casi todos los nacidos en nuestras tierras, se considerará desligado del vínculo porque una Audiencia dicte fallo de divorcio. Para quienes, además, entendemos la vida como milicia y servicio, nada puede haber más repelente que una institución llamada a dar salida cobarde a lo que, como todas las cosas profundas y grandes, sólo debe desenlazarse en maravilla de gloria, o en fracaso, sufrido en severo silencio”.

    ***

    Es en su actividad política donde encontramos mayor abundancia de datos que demuestran el sentir altamente espiritual y católico de José Antonio; rechaza, de plano, “la interpretación materialista de la historia “, y afirma que “lo espiritual ha sido y es el resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos”, y que “aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso “, y para quien “la interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente, la española…”.

    Así pues, “toda reconstrucción de España ha de tener un sentido católico”; expresiones todas ellas que brotan del fecundo hontanar de sus nobles ideales, y fruto de una robusta fe católica. En Cáceres, el año 1934, en un discurso declaró con valentía y convicción:

    España fue a América no por plata, sino a decirles a los indios que todos eran hermanos, lo mismo los blancos que los negros, todos, puesto que siglos antes, en otras tierras lejanas, un Mártir había derramado su Sangre por el Sacrificio, para que esa sangre estableciera el amor y la hermandad entre los hombres de la tierra”.

    Por sus convicciones cristianas, se aparta del liberalismo filosófico y, como consecuencia, del liberalismo estatal. El materialismo ateo está en abierta oposición con José Antonio, que concibe al hombre como “portador de valores eternos” y no duda en proclamar que “ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá”.

    ***

    Cuando José Antonio trata el asunto de las relaciones del Estado con la Iglesia lo hace en términos que no contradicen sus ideas, sino más bien en perfecta coherencia con su fe. Su tesis es perfectamente ortodoxa. No es partidario de la separación, tal como la propone el liberalismo, y que ha sido repetidamente condenada por el Magisterio eclesiástico. Quizá donde aparece más evolucionado su pensamiento es en el siguiente texto:

    Queremos que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra historia, sea respetado y amparado como se merece, sin que, por eso, el Estado se inmiscuya en funciones que no le son propias, ni comparta, como lo hacía tal vez por otros intereses que los de la verdadera religión, funciones que sí le corresponde realizar por sí mismo“,

    que se completa con el siguiente párrafo de los “Puntos Iniciales”:

    Quiere decir que el Estado nuevo se inspirará en el espíritu religioso católico tradicional en España y concordará con la Iglesia las consideraciones y el amparo que le son debidos”.

    La doctrina de separación no admite inspiración alguna religiosa, al tiempo de gobernar; sólo contempla los deseos de la mayoría del pueblo, único soberano. La tesis joseantoniana, católica, es bien distinta, y afirma que el Estado ha de inspirar su actuación en la doctrina de la Iglesia católica; las razones las ha expuesto repetidísimas veces, al hablar del valor del espíritu en la vida de los hombres y de los pueblos. El Estado español, forjado en una Cruzada, hace suya la idea de José Antonio y la incorpora a la Ley de Principios del Movimiento Nacional, que, en su número ll, dice : “La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera, y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación “.
    http://hispanismo.org/historiografia-y-bibliografia/27573-no-fue-exagerado-hablar-de-una-teologia-de-los-principios-del-18-de-julio.html


    ***

    El pensamiento de José Antonio está contenido en los “Puntos iniciales”, en los siguientes términos, que son perfectamente compatibles con la doctrina católica más exigente, sin que por ello se le pueda tildar de favorecer la separación de la Iglesia y el Estado al modo liberal:

    Tampoco quiere decir que el Estado vaya a asumir directamente funciones religiosas que correspondan a la Iglesia. Ni menos que vaya a tolerar intromisiones o maquinaciones de la Iglesia, con daño posible para la dignidad del Estado, o para la integridad nacional”.

    Como se ve, una vez más, lo que repudia son las enojosas intromisiones, así por parte de la Iglesia como del Estado. Siguiendo la línea de su pensamiento y de su actuación, José Antonio es partidario del Estado confesional; más aún, encuentra en ello el modo normal de relaciones entre la Iglesia y el Estado, de acuerdo con las tradiciones españolas más antiguas, en perfecta concordancia con la autonomía y separación de funciones específicas; independencia que considera necesaria dentro de un estatuto de mutua colaboración y respeto. Ya en los “Puntos iniciales” había escrito, el año 1933:

    Quiere decir que el Estado nuevo se inspirará en el espíritu religioso católico tradicional en España, y concordará con la Iglesia las consideraciones y el amparo que le son debidos”.

    Quiere para la Iglesia, por parte del Estado, un trato de respeto y cuantas consideraciones sean necesarias, por ser la Iglesia católica la única verdadera, e históricamente la española. A quien juzgaba su postura en esta materia como menos conforme con la doctrina católica le contesta:

    Estos (los católicos falangistas), sin embargo, son inteligentes de sobra para saber, primero, que la declaración sobre el problema religioso contenido en el punto 25 del programa de Falange Española y de las JONS coincide exactamente con la manera de entender el problema que tuvieron nuestros más preclaros y católicos reyes…”

    Fray Antonio de Lugo O. S. H.


    Última edición por ALACRAN; 18/10/2021 a las 14:48
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

    JOSÉ ANTONIO EN MONTREUX (SUIZA, 1935)


    Revista FUERZA NUEVA, nº 498, 24-Jul-1976

    JOSÉ ANTONIO EN MONTREUX

    (Documento inédito)

    Después de buscarlo durante muchos años, la casualidad quiere que el mismo día en que FUERZA NUEVA EDITORIAL me hacía entrega del primer ejemplar de la VII Edición de mi “Biografía apasionada de José Antonio, encuentre entre mis viejos papeles unos documentos que pertenecieron a mi inolvidable camarada Vicente Gaceo, quien los recogió, en 1940, en la secretaría general de FET y de las JONS, en donde trabajaba a las órdenes de Pedro Gamero del Castillo. Uno de estos documentos, que me hubiese gustado poder incorporar a la nueva edición de mi libro, contiene, en francés, las palabras pronunciadas por José Antonio en la reunión de Montreux, tantas veces mencionada, en la que se negó a formar parte de una propuesta internacional fascista.

    En dos folios amarillentos y mecanografiados se contiene el siguiente texto que traduzco al español:


    "STRALCIO DALLA RELAZIONE DELLA RIUNIONE DELLA COMMISSIONE PER L'INTESA DEL FASCISMO UNIVERSALE"
    – Montreux II, Settembre 1935.


    (El señor Primo de Rivera entra en el Salón de Sesiones.)

    EL PRESIDENTE:

    Permítanme interrumpir este discurso para saludar al representante de la Falange Española, Primo de Rivera, que lucha encarnizadamente en su Patria contra el comunismo.

    La Falange Española tiene una aureola de martirio y de gloria porque casi todos los días, en las calles, se combate en España, y la juventud de ese país derrama su sangre para defender el ideal que nos reúne a todos. Estoy seguro de expresar vuestro sentimiento al saludar, en Primo de Rivera, a la joven España y os ruego guardar un momento de silencio para saludar a los muertos de todos los Movimientos que representamos aquí”.
    (Se guarda un minuto de silencio.)

    EL PRESIDENTE:

    Desde hace tiempo, Primo de Rivera sigue con simpatía nuestra organización, y si todavía no forma parte efectivamente de ella es por razones de política interior que él mismo os explicará. Cuando formemos un Frente único, que será la conclusión de nuestras discusiones, pienso que Primo de Rivera habrá preparado a la opinión pública de su país, la cual sentirá la necesidad de no estar ausente en una reunión semejante.

    Yo pienso que los sentimientos de España a este respecto –y si me engaño, que Primo de Rivera me lo diga–proviene del temor que siente de verse mezclada en los asuntos internacionales.

    El español posee un individualismo que le impulsa a rechazar toda organización internacional; pero ustedes verán por las conclusiones del Congreso del Komintern que cuando se trata de constituir un Frente único se ve, llegar hasta los partidos de extrema derecha socialista (radical–socialista) para desencadenar la revolución mundial que sería el fin de la civilización europea. Pienso, pues, que unirse no es hacer internacionalismo, sino responder con la unión de las fuerzas puras y sanas a la unión de las fuerzas que quieren desencadenar la revolución sangrienta”.

    PRIMO DE RIVERA:

    “Agradezco muy sinceramente la emocionante acogida que habéis tributado, no a mí, sino a la Falange Española que combate cada día en las calles ensangrentadas de mi país. Me siento muy conmovido por vuestro recibimiento y os transmito muy sinceramente el saludo de la Falange Española y el mío.

    De momento, estoy en la obligación de no participar en los trabajos de vuestra Comisión. El presidente os ha dado las razones.

    España no está preparada todavía a unirse, por mi mediación, a un movimiento de carácter no ya internacional, sino supernacional, universal. Y esto no sólo porque el carácter español es demasiado individualista, sino también porque España ha sufrido mucho por las Internacionales. Estamos en las manos de tres Internacionales por lo menos: una masónica, una socialista, otra capitalista y quizá de otros poderes, de un carácter extranacional que intervienen en los asuntos españoles. Si apareciésemos ante la opinión española como unidos a otro movimiento, y esto sin una preparación lenta, profunda y difícil, la conciencia pública española, e incluso la conciencia democrática, protestaría. Es preciso pues preparar a los espíritus en vista de estos trabajos supernacionales.

    Los jefes están obligados, con mucha frecuencia, a refrenar a sus propios partidos. Si yo comprometiera mi condición de jefe, iría probablemente contra la opinión de la mayoría de mi partido. Ahora bien, ustedes saben que la Falange Española, para su gloria y su desgracia, ha tenido ya treinta y cuatro muertos (combatimos todos los días; Barone me decía hace un momento que los periódicos franceses relatan un encuentro en el que hemos tenido la suerte de triunfar, pero en el que ha habido muertos y heridos) y esto me crea lazos más fuertes que el sencillo deber o la vanidad y me amarra a mi puesto de Jefe... Estoy atado por la sangre de nuestros mártires, por lo que no me considero autorizado a contrariarlos.

    Pero creo que frente a los peligros comunistas e internacionalistas hay que reconocer que los pueblos civilizados tienen el derecho y el deber de transmitir esta civilización a los más retrasados.

    Yo creo que todos nosotros estamos obligados a preparar a la opinión en nuestros diferentes países antes de iniciar una acción colectiva. Yo prometo a todos vosotros hacer lo que pueda en ese sentido y despertar una conciencia nacional.

    Ahora debo abandonar esta reunión por las razones que he expuesto y también porque tengo varios trabajos que realizar. No obstante, espero poder participar próximamente en vuestras reuniones”.

    ***


    No creo que estas palabras graves y profundas del Fundador de la Falange Española hayan sido publicadas hasta la fecha (julio, 1976), por lo que me complace extraordinariamente darlas a conocer a cuantos todavía están interesados por su figura y por su pensamiento.

    Felipe XIMÉNEZ DE SANDOVAL

    Última edición por ALACRAN; 18/10/2021 a las 14:49
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera


    José Antonio: Discurso fundacional de Falange Española (1933)

    "Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo. Cuando en marzo de 1762 un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó «El contrato social», dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran en cada instante decisiones de voluntad.

    Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese yo superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio –conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior–, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía; si la verdad era la verdad o no era la verdad; si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase.

    Como el Estado liberal fue un servidor de esa doctrina, vino a constituirse, no ya en el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador de las luchas electorales. Para el Estado liberal sólo era lo importante que en las mesas de votación hubiera sentado un determinado número de señores; que las elecciones empezaran a las ocho y acabaran a las cuatro, que no se rompieran las urnas. Cuando el ser rotas era el más noble destino de todas las urnas. Después, a respetar tranquilamente lo que de las urnas saliera, como si a él no le importase nada. Es decir, que los gobernantes liberales no creían ni siquiera en su misión propia; no creían que ellos mismos estuviesen allí cumpliendo un respetable deber, sino que todo el que pensara lo contrario y se propusiera asaltar el Estado, por las buenas o por las malas, tenía igual derecho a decirlo y a intentarlo que los guardianes del Estado mismo a defenderlo.

    De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas, tenía que dedicar el 80, el 90, el 95 por 100 de su energía a sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en los escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus impertinencias, porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar humillaciones y vejámenes de los que precisamente, por la función casi divina de gobernar, estaban llamados a obedecerle; y si, después de todo eso, le quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada o de algunos minutos robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre dotado para gobernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas de Gobierno.

    Vino después la pérdida de la unidad espiritual de los pueblos, porque como el sistema funcionaba sobre el logro de las mayorías, todo aquel que aspiraba a ganar el sistema tenía que procurarse la mayoría de los sufragios. Y tenía que procurárselos robándolos, si era preciso, a los otros partidos; y para ello no tenía que vacilar en calumniarlos, en verter sobre ellos las peores injurias, en faltar deliberadamente a la verdad, en no desperdiciar un solo resorte de mentira y de envilecimiento. Y así, siendo la fraternidad uno de los postulados que el Estado liberal nos mostraba en su frontispicio, no hubo nunca situación de vida colectiva donde los hombres injuriados, enemigos unos de otros, se sintieran menos hermanos que en la vida turbulenta y desagradable del Estado liberal […]

    […] Por eso tuvo que nacer, y fue justo en su nacimiento (nosotros no recatamos ninguna verdad) el socialismo. Los obreros tuvieron que defenderse contra aquel sistema, que sólo les daba promesas de derechos, pero que no se cuidaba de proporcionarles una vida justa.

    Ahora, que el socialismo, que fue una reacción legítima contra aquella esclavitud liberal, vino a descarriarse, porque dio, primero, en la interpretación materialista de la vida y de la Historia; segundo, en un sentido de represalia; tercero, en una proclamación del dogma de la lucha de clases.

    El socialismo, sobre todo el socialismo que construyeron impasibles en la frialdad de sus gabinetes, los apóstoles socialistas, en quienes creen los pobres obreros, y que ya nos ha descubierto tal como eran Alfonso García Valdecasas; el socialismo así entendido, no ve en la Historia sino un juego de resortes económicos; lo espiritual se suprime; la Religión es un opio del pueblo; la Patria es un mito para explotar a los desgraciados. Todo esto dice el socialismo. No hay más que producción, organización económica. Así es que los obreros tienen que estrujar bien sus almas para que no quede dentro de ellas la menor gota de espiritualidad.

    No aspira el socialismo a restablecer una justicia social rota por el mal funcionamiento de los Estados liberales, sino que aspira a la represalia; aspira a llegar en la injusticia a tantos grados más allá cuanto más acá llegaran en la injusticia los sistemas liberales.

    Por último, el socialismo proclama el dogma monstruoso de la lucha de clases; proclama el dogma de que las luchas entre las clases son indispensables, y se producen, naturalmente, en la vida, porque no puede haber nunca nada que las aplaque. Y el socialismo, que vino a ser una crítica justa del liberalismo económico, nos trajo, por otro camino, lo mismo que el liberalismo económico: la disgregación, el odio, la separación, el olvido de todo vínculo de hermandad y de solidaridad entre los hombres […]

    […] El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase, desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una organización económica aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertirla se arrastren muchas cosas buenas. Luego, esto se decora en unos y otros con una serie de consideraciones espirituales. Sepan todos los que nos escuchan de buena fe que esas consideraciones espirituales caben todas en nuestro movimiento; pero que nuestro movimiento por nada atará sus destinos al interés de grupo o al interés de clase que anida bajo la división superficial en derechas e izquierdas.

    La Patria es una unidad total, en que se integran todos los individuos y todas las clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que queremos es que el movimiento de este día, y el Estado que cree, sea el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de una unidad indiscutible, de esa unidad permanente, de esa unidad irrevocable que se llama Patria.

    Y con eso ya tenemos todo el motor de nuestros actos futuros y de nuestra conducta presente, porque nosotros seríamos un partido más si viniéramos a enunciar un programa de soluciones concretas. Tales programas tienen la ventaja de que nunca se cumplen. En cambio, cuando se tiene un sentido permanente ante la Historia y ante la vida, ese propio sentido nos da las soluciones ante lo concreto, como el amor nos dice en qué casos debemos reñir y en qué casos nos debemos abrazar, sin que un verdadero amor tenga hecho un mínimo programa de abrazos y de riñas.

    He aquí lo que exige nuestro sentido total de la Patria y del Estado que ha de servirla:

    Que todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan armonizados en una irrevocable unidad de destino.

    Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo. Pues si ésas son nuestras unidades naturales, si la familia y el Municipio y la corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesitamos del instrumento intermediario y pernicioso de los partidos políticos que para unirnos en grupos artificiales empiezan por desunirnos en nuestras realidades auténticas?

    Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre. Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima envoltura corporal de un alma que es capaz de condenarse y de salvarse. Sólo cuando al hombre se le considera así, se puede decir que se respeta de veras su libertad, y más todavía si esa libertad se conjuga, como nosotros pretendemos, en un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden.

    Queremos que todos se sientan miembros de una comunidad seria y completa; es decir, que las funciones a realizar son muchas: unos, con el trabajo manual; otros, con el trabajo del espíritu; algunos, con un magisterio de costumbres y de refinamientos. Pero que en una comunidad tal como la que nosotros apetecemos, sépase desde ahora, no debe haber convidados ni debe haber zánganos.

    Queremos que no se canten derechos individuales de los que no pueden cumplirse nunca en casa de los famélicos, sino que se dé a todo hombre, a todo miembro de la comunidad política, por el hecho de serlo, la manera de ganarse con su trabajo una vida humana, justa y digna.

    Queremos que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra Historia, sea respetado y amparado como merece, sin que por eso el Estado se inmiscuya en funciones que no le son propias, ni comparta –como lo hacía tal vez por otros intereses que los de la verdadera Religión– funciones que sí le corresponde realizar por sí mismo.
    Queremos que España recobre resueltamente el sentido universal de su cultura y de su Historia.

    Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque ¿quién ha dicho –al hablar de «todo, menos la violencia»– que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas, cuando se ofende a la justicia o a la Patria.

    Esto es lo que pensamos nosotros del Estado futuro, que hemos de afanarnos en edificar.

    Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido si se probara que es una manera de pensar tan sólo; no es una manera de pensar; es una manera de ser. No debemos proponernos sólo la construcción, la arquitectura política. Tenemos que adoptar ante la vida entera, en cada uno de nuestros actos, una actitud humana, profunda y completa. Esa actitud es el espíritu de servicio y de sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida. Así, pues, no imagine nadie que aquí se recluta para ofrecer prebendas; no imagine nadie que aquí nos reunimos para defender privilegios. Yo quisiera que este micrófono que tengo delante llevara mi voz hasta los últimos rincones de los hogares obreros, para decirles: sí, nosotros llevamos corbata; sí, de nosotros podéis decir que somos señoritos. Pero traemos el espíritu de lucha precisamente por aquello que no nos interesa como señoritos; venimos a luchar porque a muchos de nuestras clases se les impongan sacrificios duros y justos, y venimos a luchar porque un estado totalitario alcance con sus bienes lo mismo a los poderosos que a los humildes. Y así somos, porque así lo fueron siempre en la historia los señoritos de España. Así lograron alcanzar la jerarquía verdadera de señores, porque en tierras lejanas, y en nuestra Patria misma, supieron arrostrar la muerte y cargar con las misiones más duras, por aquello que precisamente, como a tales señoritos, no les importaba nada.

    Yo creo que está alzada la bandera. Ahora, vamos a defenderla, alegremente, poéticamente. Porque hay algunos que, frente a la marcha de la revolución, creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias; creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda despertar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivocación! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!

    En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España; nosotros nos sacrificaremos; nosotros renunciaremos, y de nosotros será el triunfo, triunfo que -¿para qué os lo voy a decir?)- no vamos a lograr en las elecciones próximas. En estas elecciones votad todos lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí nuestra España, ni está ahí nuestro marco. Esa es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros, fuera, en vigilia tensa, fervorosa y segura, ya sentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas."

    (Madrid, 29-X-1933; Teatro de la Comedia)
    Última edición por ALACRAN; 20/10/2021 a las 14:31
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

    Distingos necesarios (José Antonio, 1933)

    "Los que, refiriéndose a Italia, creen que el fascismo está ligado a la vida de Mussolini, no saben lo que es fascismo ni se han molestado en averiguar lo que supone la organización corporativa. El Estado fascista, que debe tanto a la firme voluntad del Duce, sobrevivirá a su inspirador, porque constituye una organización inconmovible y robusta.

    Lo que pasó en la Dictadura española (1923-1930) es que ella misma limitó constantemente su vida y apareció siempre, por propia voluntad, como un Gobierno de temporal cauterio. No hay, pues, que creer, no hay siquiera que pensar, que nosotros perseguimos la implantación de un nuevo ensayo dictatorial, pese a las excelencias del que conocimos. Lo que buscamos nosotros es la conquista plena y definitiva del Estado, no para unos años, sino para siempre.

    Los últimos partidarios de la democracia, fracasada y en crisis, procuran, con la mala intención que es de suponer y en defensa de los reductos agrietados, llevar el confusionismo al pensamiento de las gentes. Estamos aquí nosotros para impedir el engaño de todos los que no quieran dejarse engañar. Nosotros no propugnamos una dictadura que logre el calafateo del barco que se hunde, que remedie el mal una temporada y que suponga sólo una solución de continuidad en los sistemas y en las prácticas del ruinoso liberalismo. Vamos, por el contrario, a una organización nacional permanente, a un Estado fuerte, reciamente español, con un Poder ejecutivo que gobierne y una Cámara corporativa que encarne las verdaderas realidades nacionales. Que no abogamos por la transitoriedad de una dictadura, sino por el establecimiento y la permanencia de un sistema" […]

    (El Fascio, Madrid, 16 de marzo de 1933 Apud Obras de Primo, edición de Agustín del Río Cisneros; Madrid 1970.)
    Última edición por ALACRAN; 20/10/2021 a las 14:47
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

    Discurso de proclamación de FE de las JONS (José Antonio, 1934)

    "Aquí no puede haber aplausos ni vivas para Fulano ni para Mengano. Aquí nadie es nadie, sino una pieza, un soldado en esta obra, que es la obra nuestra y de España.

    Puedo asegurar al que me dé otro viva que no se lo agradezco nada. Nosotros no sólo no hemos venido a que nos aplaudan, sino que casi os diría que no hemos venido a enseñaros. Hemos venido a aprender.

    Tenemos mucho que aprender de esta tierra y de este cielo de Castilla los que vivimos a menudo apartado de ellos. Esta tierra de Castilla, que es la tierra sin galas ni pormenores; la tierra absoluta, la tierra que no es el color local, ni el río, ni el lindero, ni el altozano. La tierra que no es, ni mucho menos, el agregado de unas cuantas fincas, ni el soporte de unos intereses agrarios para regateados en asambleas, sino que es la tierra: la tierra como depositaria de valores eternos, la austeridad en la conducta, el sentido religioso en la vida, el habla y el silencio, la solidaridad entre los antepasados y los descendientes.

    Y sobre esta tierra absoluta, el cielo absoluto.

    El cielo tan azul, tan sin celajes, tan sin reflejos, verdosos de frondas terrenas, que se dijera que es casi blanco de puro azul. Y así Castilla, con la tierra absoluta y el cielo absoluto mirándose, no ha sabido nunca ser una comarca; ha tenido que aspirar, siempre, a ser Imperio. Castilla no ha podido entender lo local nunca; Castilla sólo ha podido entender lo universal, y por eso Castilla se niega a sí misma, no se fija en dónde concluye, tal vez porque no concluye, ni a lo ancho ni a lo alto. Así Castilla, esa tierra esmaltada de nombres maravillosos –Tordesillas, Medina del Campo, Madrigal de las Altas Torres–, esta tierra de Chancillería, de ferias y castillos, es decir, de Justicia, Milicia y Comercio, nos hace entender cómo fue aquella España que no tenemos ya, y nos aprieta el corazón con la nostalgia de su ausencia.

    Porque si nosotros nos hemos lanzado por los campos y por las ciudades de España con mucho trabajo y con algún peligro, que esto no importa, a predicar esta buena nueva, es porque, como os han dicho ya todos los camaradas que hablaron antes que yo, estamos sin España. Tenemos a España partida en tres clases de secesiones: los separatismos locales, la lucha entre los partidos y la división entre las clases.

    El separatismo local es signo de decadencia, que surge cabalmente cuando se olvida que una Patria no es aquello inmediato, físico, que podemos percibir hasta en el estado más primitivo de espontaneidad. Que una Patria no es el sabor del agua de esta fuente, no es el color de la tierra de estos sotos: que una Patria es una misión en la historia, una misión en lo universal […]

    Pero, además, estamos divididos en partidos políticos. Los partidos están llenos de inmundicias; pero por encima y por debajo de esas inmundicias hay una honda explicación de los partidos políticos, que es la que debiera bastar para hacerlos odiosos.

    Los partidos políticos nacen el día en que se pierde el sentido de que existe sobre los hombres una verdad, bajo cuyo signo los pueblos y los hombres cumplen su misión en la vida. Estos pueblos y estos hombres, antes de nacer los partidos políticos, sabían que sobre su cabeza estaba la eterna verdad, y en antítesis con la eterna verdad la absoluta mentira. Pero llega un momento en que se les dice a los hombres que ni la mentira ni la verdad son categorías absolutas, que todo puede discutirse, que todo puede resolverse por los votos, y entonces se puede decidir a votos si la Patria debe seguir unida o debe suicidarse, y hasta si existe o no existe Dios […]

    […] Y por si nos faltara algo, ese siglo que nos legó el liberalismo, y con él los partidos del Parlamento, nos dejó también esta herencia de la lucha de clases. Porque el liberalismo económico dijo que todos los hombres estaban en condiciones de trabajar como quisieran: se había terminado la esclavitud; ya, a los obreros no se los manejaba a palos; pero como los obreros no tenían para comer sino lo que se les diera, como los obreros estaban desasistidos, inermes frente al poder del capitalismo, era el capitalismo el que señalaba las condiciones, y los obreros tenían que aceptar estas condiciones o resignarse a morir de hambre. Así se vio cómo el liberalismo, mientras escribía maravillosas declaraciones de derechos en un papel que apenas leía nadie, entre otras causas porque al pueblo ni siquiera se le enseñaba a leer; mientras el liberalismo escribía esas declaraciones, nos hizo asistir al espectáculo más inhumano que se haya presenciado nunca: en las mejores ciudades de Europa, en las capitales de Estados con instituciones liberales más finas, se hacinaban seres humanos, hermanos nuestros, en casas informes, negras, rojas, horripilantes, aprisionados entre la miseria y la tuberculosis y la anemia de los niños hambrientos, y recibiendo de cuando en cuando el sarcasmo de que se les dijera cómo eran libres y, además, soberanos.

    Claro está que los obreros tuvieron que revolverse un día contra esa burla, y tuvo que estallar la lucha de clases. La lucha de clases tuvo un móvil justo, y el socialismo tuvo, al principio, una razón justa, y nosotros no tenemos para qué negar esto. Lo que pasa es que el socialismo, en vez de seguir su primera ruta de aspiración a la justicia social entre los hombres, se ha convertido en una pura doctrina de escalofriante frialdad y no piensa, ni poco ni mucho, en la liberación de los obreros. Por ahí andan los obreros orgullosos de sí mismos, diciendo que son marxistas. A Carlos Marx le han dedicado muchas calles en muchos pueblos de España, pero Carlos Marx era un judío alemán que desde su gabinete observaba con impasibilidad terrible los más dramáticos acontecimientos de su época. Era un judío alemán que, frente a las factorías inglesas de Mánchester, y mientras formulaba leyes implacables sobre la acumulación del capital; mientras formulaba leyes implacables sobre la producción y los intereses de los patronos y de los obreros, escribía cartas a su amigo Federico Engels diciéndole que los obreros eran una plebe y una canalla, de la que no había que ocuparse sino en cuanto sirviera para la comprobación de sus doctrinas.

    El socialismo dejó de ser un movimiento de redención de los hombres y pasó a ser, como os digo, una doctrina implacable, y el socialismo, en vez de querer restablecer una justicia, quiso llegar en la injusticia, como represalia, a donde había llegado la injusticia burguesa en su organización. Pero, además, estableció que la lucha de clases no cesaría nunca, y, además, afirmó que la Historia ha de interpretarse materialistamente; es decir, que para explicar la Historia no cuentan sino los fenómenos económicos. Así, cuando el marxismo culmina en una organización como la rusa, se les dice a los niños, desde las escuelas, que la Religión es un opio del pueblo; que la Patria es una palabra inventada para oprimir, y que hasta el pudor y el amor de los padres a los hijos son prejuicios burgueses que hay que desterrar a todo trance.

    El socialismo ha llegado a ser eso. ¿Creéis que si los obreros lo supieran sentirían simpatías por una cosa como ésa, tremenda, escalofriante, inhumana, que concibió en su cabeza aquel judío que se llamaba Carlos Marx? […]

    […] Nos dicen que somos imitadores. Onésimo Redondo ya ha contestado a eso. Nos dicen que somos imitadores porque este movimiento nuestro, este movimiento de vuelta hacia las entrañas genuinas de España, es un movimiento que se ha producido antes en otros sitios. Italia, Alemania, se han vuelto hacia sí mismas en una actitud de desesperación para los mitos con que trataron de esterilizarlas; pero porque Italia y Alemania. se hayan vuelto hacia sí mismas y se hayan encontrado enteramente a sí mismas, ¿diremos que las imita España al buscarse a sí propia? Estos países dieron la vuelta sobre su propia autenticidad, y al hacerlo nosotros, también la autenticidad que encontraremos será la nuestra, no será la de Alemania ni la de Italia, y, por tanto, al reproducir lo hecho por los italianos o los alemanes seremos más españoles que lo hemos sido nunca.

    Al camarada Onésimo Redondo yo le diría: No te preocupes mucho porque nos digan que imitamos. Si lográsemos desvanecer esa especie, ya nos inventarían otras. La fuente de la insidia es inagotable. Dejemos que nos digan que imitamos a los fascistas. Después de todo, en el fascismo como en los movimientos de todas las épocas, hay por debajo de las características locales, unas constantes, que son patrimonio de todo espíritu humano y que en todas partes son las mismas. Así fue, por ejemplo, el Renacimiento; así fue, si queréis, el endecasílabo; nos trajeron el endecasílabo de Italia, pero poco después de que nos trajeran de Italia el endecasílabo cantaban los campos de España, en endecasílabo castellano, Garcilaso y fray Luis, y ensalzaba Femando de Herrera al Señor de la llanura del mar, que dio a España la victoria de Lepanto.

    También dicen que somos reaccionarios. Unos nos lo dicen de mala fe, para que los obreros huyan de nosotros y no nos escuchen. Los obreros, a pesar de ello, nos escucharán, y cuando nos escuchen ya no creerán a quienes se lo dijeron, porque precisamente cuando se quiere restaurar, como nosotros, la idea de la integridad indestructible de destino, es cuando ya no se puede ser reaccionario. Se es reaccionario, alternativamente, cuando se vive en régimen de pugna; cuando una clase acaba de vencer a otra, y la clase vencida aspira a tomar la represalia; pero nosotros no entramos en este juego de represalias de clase contra clase o de partido contra partido. Nosotros colocamos una norma de todos nuestros hechos por encima de los intereses de los partidos y de las clases. Nosotros colocamos esa norma, y ahí está lo más profundo de nuestro movimiento, en la idea de una total integridad de destino que se llama la Patria. Con este concepto de la Patria, servida por el instrumento de un Estado fuerte, no dócil a una clase ni a un partido, el interés que triunfa es el de la integración de todos en aquella unidad, no el momentáneo interés de los vencedores. Esto lo sabrán los obreros, y entonces verán que la única solución posible es la nuestra.

    Pero otros nos suponen reaccionarios porque tienen la vaga esperanza de que mientras ellos murmuran en los casinos y echan de menos privilegios que en parte se les han venido abajo, nosotros vamos a ser los guardias de Asalto de la reacción y vamos a sacarles las castañas del fuego, y vamos a ocuparnos en poner sobre sus sillones a quienes cómodamente nos contemplan. Si eso fuéramos a hacer nosotros, mereceríamos que nos maldijeran los cinco muertos a quienes hemos hecho caer por causa más alta...

    Por último, nos dicen que no tenemos programa. ¿Vosotros conocéis alguna cosa seria y profunda que se haya hecho alguna vez con un programa? ¿Cuándo habéis visto vosotros que esas cosas decisivas, que esas cosas eternas, como son el amor, y la vida, y la muerte, se hayan hecho con arreglo a un programa? Lo que hay que tener es un sentido total de lo que se quiere; un sentido total de la Patria, de la vida, de la Historia, y ese sentido total, claro en el alma, nos va diciendo en cada coyuntura qué es lo que debemos hacer y lo que debemos preferir. En las mejores épocas no ha habido tantos círculos de estudios, ni tantas estadísticas, ni censos electorales, ni programas. Además, que si tuviéramos programa concreto, seríamos un partido más y nos pareceríamos a nuestras propias caricaturas. Todos saben que mienten cuando dicen de nosotros que somos una copia del fascismo italiano, que no somos católicos y que no somos españoles; pero los mismos que lo dicen se apresuran a ir organizando con la mano izquierda una especie de simulacro de nuestro movimiento. Así, harán un desfile en El Escorial si nosotros lo hacemos en Valladolid. Así, si nosotros hablamos de la España eterna, de la España imperial, ellos también dirán que echan de menos la España grande y el Estado corporativo. Esos movimientos pueden parecerse al nuestro tanto como pueda parecerse un plato de fiambre al plato caliente de la víspera […]

    […] Nuestra agrupación no es un partido: es una milicia; por eso nosotros no estamos aquí para ser diputados, subsecretarios o ministros, sino para cumplir, cada cual en su puesto, la misión que se le ordene, y lo mismo que nosotros cinco estamos ahora detrás de esta mesa, puede llegar un día en que el más humilde de los militantes sea el llamado a mandarnos y nosotros a obedecer. Nosotros no aspiramos a nada. No aspiramos si no es, acaso, a ser los primeros en el peligro. Lo que queremos es que España, otra vez, se vuelva a sí misma y, con honor, justicia social, juventud y entusiasmo patrio, diga lo que esta misma ciudad de Valladolid decía en una carta al emperador Carlos V en 1516: "Vuestra alteza debe venir a tomar en la una mano aquel yugo que el católico rey vuestro abuelo os dejó, con el cual tantos bravos y soberbios se domaron, y en la otra, las flechas de aquella reina sin par, vuestra abuela doña Isabel, con que puso a los moros tan lejos."

    Pues aquí tenéis, en esta misma ciudad de Valladolid, que así lo pedía, el yugo y las flechas: el yugo de la labor y las flechas del poderío. Así, nosotros, bajo el signo del yugo y de las flechas, venimos a decir aquí mismo, en Valladolid:

    ¡Castilla, otra vez por España!"

    (Valladolid, 4 de marzo de 1934; Teatro Calderón)
    Última edición por ALACRAN; 20/10/2021 a las 14:37
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

    "ESPAÑA Y LA BARBARIE" (Conferencia, 1935)

    “Mañana hará un año, en este mismo teatro, que la Falange Española de las JONS se presentaba ante España. En aquellas fechas se había realizado la fusión de los núcleos integrados por JONS y Falange Española, que desde entonces forma irrevocablemente la Falange Española de las JONS. Aquel acto fue el primero de su propaganda, y con el brío de todas las cosas pujantes, concluyó a tiros. Casi siempre, el empezar a tiros es la mejor manera de llegar a entenderse. En este año hemos andado mucho, y debemos aspirar a presentarnos con cierto grado de madurez que acaso fuera insospechable en 1934; al cabo de un año, nuestro movimiento tiene que haber encontrado sus perfiles intelectuales.

    Hubo quienes, pensando en nosotros, creyeron ver en la calle la fuerza de choque de algo que después correría a cargo de las personas sensatas; ahora ya no lo piensan, y por nuestra parte, de una manera expresa, nos sentimos, no la vanguardia, sino el ejército entero de un orden nuevo que hay que implantar en España; que hay que implantar en España, digo, y ambiciosamente, porque España es así, añado; de un orden nuevo que España ha de comunicar a Europa y al mundo.

    Las edades pueden dividirse en clásicas y medias; éstas se caracterizan porque van en busca de la unidad; aquéllas son las que han encontrado esa unidad. Las edades clásicas, completas, únicamente terminan por consunción, por catástrofe, por invasión de los bárbaros. Roma nos presenta este proceso.

    Su edad media, de crecimiento, va desde Cannas a Accio; su edad clásica, de Accio a la muerte de Marco Aurelio; su decadencia, desde Cómodo a la invasión de los bárbaros. Cuando empiezan a operar en Roma los dos disolventes que habían de terminar en su destrucción, Roma estaba completa, Roma era la unidad del orbe; no le quedaba nada por hacer. Todo lo extremo estaba realizado, y Roma no tenía vida interior; su religión se limitaba a regular ceremonias; su moral era una moral de pueblo sobre las armas, militar, cívica; magníficos resortes para cuando se edificaba; inútiles, una vez concluida la construcción. Por eso el cansancio de Roma hubo de refugiarse en dos movimientos de vuelta hacia la vida interna: primero, el estoicismo de nuestro Séneca, que es todavía una actitud intelectual, sin efusión; luego, el cristianismo, que era la negación de los principios romanos; la religión de los humildes y de los perseguidos, capaz de negar al César su divinidad y aun su dignidad sacerdotal. El cristianismo reinó los cimientos de la Roma agitada; pero falta todavía, para que Roma acabe de desaparecer, la catástrofe, la invasión de los bárbaros.

    Estamos ahora, cabalmente al fin de una edad que siguió tras la Edad Media, a la edad clásica de Roma. Destruida Roma empieza como un barbecho histórico. Luego empiezan a germinar nuevos brotes de cultura. Las raíces de la unidad van prendiendo por Europa. Y llega el siglo XIII, el siglo de Santo Tomás. En esta época la idea de todos es la "unidad" metafísica, la unidad en Dios; cuando se tienen estas verdades absolutas todo se explica, y el mundo entero, que en este caso es Europa, funciona según la más perfecta economía de los siglos. Las Universidades de París y de Salamanca razonan sobre los mismos temas en el mismo latín. El mundo se ha encontrado a sí mismo. Pronto se realizará el Imperio español, que es la unidad histórica, física, espiritual y teológico.

    Hacia la tercera década del siglo XVIII empiezan las congojas, las inquietudes; la sociedad ya no cree en sí misma, ya no cree tampoco, con el vigor de antes, en ningún principio superior. Esta falta de fe, en contraste con la pesadumbre de una sociedad otra vez perfecta, impulsa a los espíritus débiles a la fuga, a la vuelta a la Naturaleza.

    Juan Jacobo Rousseau representa esta negación, y porque pierde la fe de que haya verdades absolutas crea su Contrato social, donde teoriza que las cosas deben moverse, no por normas de razón, sino de voluntad. Surgen los economistas y empiezan a interpretar la historia por referencia a las nociones de mercancía, valor y cambio. Surge la gran industria, y con ella la transformación del artesonado en proletariado. Surge el demagogo, que encuentra dispuesta una masa proletaria reducida a la desesperación, y lo que se creyó progreso indefinido estalla en la guerra de 1914, que es la tentativa de suicidio de Europa.

    La Europa de Santo Tomás era una Europa explicada por un mismo pensamiento. La Europa de 1914 trae la afirmación de que no quiere ser una. Producto de la guerra europea es la creación de legiones de hombres sin ocupación, después de aquella catástrofe se desmovilizan las fábricas y se convierten en enormes masas de hombres parados; la industria se encuentra desquiciada, aparece la competencia de las fábricas y se levantan las barreras aduaneras. En esta situación, perdida, además, toda fe en los principios eternos, ¿qué se avecina para Europa? Se avecina, sin duda, una nueva invasión de los bárbaros.

    Pero hay dos tesis: la catastrófica, que ve la invasión como inevitable y da por perdido y caduco lo bueno, la que sólo confía en que tras la catástrofe empiece a germinar una nueva Edad Media, y la tesis nuestra, que aspira a tender un puente sobre la invasión de los bárbaros: a asumir, sin catástrofe intermedia, cuanto la nueva edad hubiera de tener de fecundo, y a salvar, de la edad en que vivimos, todos los valores espirituales de la civilización.
    Tal es nuestra nueva tarea ante el comunismo ruso, que es nuestra amenazadora invasión bárbara. En el comunismo hay algo que puede ser recogido: su abnegación, su sentido de solidaridad. Ahora bien, el comunismo ruso, como invasión bárbara que es, es excesivo y prescinde de todo lo que pueda significar un valor histórico y espiritual; es la antipatria, carece de fe en Dios; de aquí nuestro esfuerzo por salvar las verdades absolutas, los valores históricos, para que no perezcan.

    ¿Cómo podrá hacerse eso? Esta es una pregunta que empieza a tener respuesta aquí, en Castilla y en España.

    Una de las pretendidas soluciones es la socialdemocracia. La socialdemocracia conserva esencialmente el capitalismo; pero se dedica a echarle arena en los cojinetes. Esto es un puro desatino.

    Otra pretendida solución son los Estados totalitarios. Pero los Estados totalitarios no existen. Hay naciones que han encontrado dictadores geniales, que han servido para sustituir al Estado; pero esto es inimitable y en España, hoy por hoy, tendremos que esperar a que surja ese genio. Ejemplo de los que se llama Estado totalitario son Alemania e Italia, y notad que no sólo no son similares, sino que son opuestos radicalmente entre sí; arrancan de puntos opuestos. El de Alemania arranca de la capacidad de fe de un pueblo en su instinto racial. El pueblo alemán está en el paroxismo de sí mismo; Alemania vive una superdemocracia. Roma, en cambio, pasa por la experiencia de poseer un genio de mente clásica, que quiere configurar un pueblo desde arriba. El movimiento alemán es de tipo romántico; su rumbo, el de siempre; de allí partió la Reforma e incluso la Revolución francesa, pues la declaración de los derechos del hombre es copia calcada de las Constituciones norteamericanas, hijas del pensamiento protestante alemán.

    Ni la socialdemocracia, ni el intento de montar, sin un genio, un Estado totalitario, bastarían para evitar la catástrofe. Hay otro género de ungüentos, de los que en España somos pródigos: me refiero a las confederaciones, bloques y alianzas. Todos ellos parten del supuesto de que la unión de varios enanos es capaz de formar un gigante. Frente a este género de remedios hay que tomar precauciones. Y no debemos dejamos sorprender por su palabrería. Así, hay movimientos de esos que, como primer puntual de sus programas, ostentan la religión, pero que sólo toman posiciones en lo que significa ventaja material; que, a cambio de una moderación en la Reforma Agraria o un pellizco en los haberes del Clero, renuncian al crucifijo en las escuelas o a la abolición del divorcio.

    Otros bloques de ésos se declaran, por ejemplo, corporativistas. Ello no es más que una frase; preguntemos, si no, al primero que nos hable sobre esto: ¿Qué entiende usted por corporativismo? ¿Cómo funciona? ¿Qué solución dar, por ejemplo, a los problemas internacionales? Hasta ahora, el mejor ensayo se ha hecho en Italia, y allí no es más que una pieza adjunta a una perfecta maquinaria política. Existe, para procurar la armonía entre patronos y obreros, algo así como nuestros Jurados Mixtos, agigantados: una Confederación de patronos y otra de obreros, y encima una pieza de enlace. Hoy día el Estado corporativo ni existe ni se sabe si es bueno. La Ley de Corporaciones en Italia, según ha dicho el propio Mussolini, es un punto de partida y no de llegada, como pretenden nuestros políticos que sea el corporativismo.

    Cuando el mundo se desquicia no se puede remediar con parches técnicos; necesita todo un nuevo orden. Y este orden ha de arrancar otra vez del individuo. Óiganlo los que nos acusan de profesar el panteísmo estatal: nosotros consideramos al individuo como unidad fundamental, porque éste es el sentido de España, que siempre ha considerado al hombre como portador de valores eternos. El hombre tiene que ser libre, pero no existe la libertad sino dentro de un orden.

    El liberalismo dijo al hombre que podía hacer lo que quisiera, pero no le aseguró un orden económico que fuese garantía de esa libertad. Es, pues, necesaria una garantía económica organizada; pero dado el caos económico actual, no puede haber economía organizada sin un Estado fuerte, y sólo puede ser fuerte sin ser tiránico, el Estado que sirva a una unidad de destino. He ahí cómo el Estado fuerte, servidor de la conciencia de la unidad, es la verdadera garantía de la libertad del individuo. En cambio, el Estado que no se siente servidor de una unidad suprema teme constantemente pasar por tiránico. Este es el caso de nuestro Estado español: lo que detiene su brazo para hacer justicia tras una revolución cruenta es la conciencia de su falta de justificación interior, de la falta de una misión que cumplir.

    España puede tener un Estado fuerte porque es, en sí misma, una unidad de destino en lo universal. Y el Estado español puede ceñirse al cumplimiento de las funciones esenciales del Poder descargando no ya el arbitraje, sino la regulación completa, en muchos aspectos económicos, a entidades de gran abolengo tradicional: a los Sindicatos, que no serán ya arquitecturas parasitarias, según el actual planteamiento de la relación de trabajo, sino integridades verticales de cuantos cooperan a realizar cada rama de producción […]

    […] Para implantar todas estas cosas hay que vencer, desde luego, incontables resistencias. Se opondrán todos los egoísmos; pero nuestra consigna tiene siempre que ser ésta: no se trata de salvar lo material; la propiedad, tal como la concebíamos hasta ahora, toca a su fin; van a acabar con ella, por las buenas o por las malas, unas masas que, en gran parte, tienen razón y que, además, tienen la fuerza. No hay quien salve lo material; lo importante es que la catástrofe de lo material no arruine también valores esenciales del espíritu. Y esto es lo que queremos salvar nosotros, cueste lo que cueste, aun a trueque del sacrificio de todas las ventajas económicas. Bien valen éstas la gloria de que España, la nuestra, detenga la definitiva invasión de los bárbaros."

    (Valladolid, 3-III–1935, Teatro Calderón)
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    Re: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

    "HOMENAJE Y REPROCHE A DON JOSÉ ORTEGA Y GASSET" (1935)

    […] "Don José Ortega y Gasset –que cumple en estos días veinticinco años de profesor– oyó la vocación de la política. En esta hora de valoración, ¿quién podrá negarle, si es justo, la clarividencia crítica y la limpieza moral de sus actitudes? No tuvo que expresar a gritos el dolor de España –“acostumbro gritar pocas veces", ha dicho–; pero nosotros, los hombres nacidos del 98 acá, entendemos muy bien el escozor entrañable que esconde la sobriedad castellana de sus gestos. Acaso porque hayamos aprendido a identificarla en libros suyos. ¡Cómo se nos sube hasta la garganta la mediocridad de una España sin alma común, que al descalzarse el coturno del Imperio no halló modo de andar si no era poniéndose en babuchas! No; don José no quiso hacer de la política un flirt, pero se dio por vencido. Cuando descubrió que "aquello", lo que era, no era "aquello" que él quiso que fuese, volvió la espalda con desencanto. Y los conductores no tienen derecho al desencanto. No pueden entregar en capitulaciones la ilusión maltrecha de tantas como les fueron a la zaga. Don José fue severo con sí mismo y se impuso una larga pena de silencio; pero no era su silencio, sino su voz lo que necesitaba la generación que dejó a la intemperie. Su voz profética y su voz de mando.

    Otro, acaso intentará dar por nulos estos años de expedición a la política. Reintegrarse a las viejas tareas con un “aquí no ha pasado nada". Don José sabe que nada de lo que ha pasado de veras se puede dar por nulo. Las actitudes trágicas –como ésta de saltar a la política– no tienen vuelta: o se desenlazan a la otra orilla o se estabilizan en la diaria tragedia, maravillosamente depuradora, de comprobar frustrada la que fue más ardiente esperanza de la propia vida.

    Pero nada auténtico se pierde. Cuando un "egregio espíritu" se entrega por entero, hasta agotarse en frustración generosa, nunca se dilapida el sacrificio. Los que vienen detrás tienen ya ganado incluso el aprendizaje de los errores. La crítica precursora ha desbrozado mucho. Otros brazos, con golpes más simples y más fuertes, seguirán la tarea. Al final –acaso en un final no previsto, en los instantes de la crítica precursora–, los que lleguen tendrán un recuerdo de gratitud para los que si no vieron del todo la verdad o no tuvieron fuerzas para entronizaría, al menos deshicieron a cuchilladas muchos espantapájaros armados con mentiras.

    Una generación que casi despertó a la inquietud española bajo el signo de Ortega y Gasset se ha impuesto a sí misma, también trágicamente, la misión de vertebrar a España. Muchos de los que se alistaron hubiesen preferido seguir, sin prisas ni arrebatos, la vocación intelectual... Nuestro tiempo no da cuartel. Nos ha correspondido un destino de guerra en el que hay que dejarse sin regateo la piel y las entrañas. Por fidelidad a nuestro destino andamos de lugar en lugar soportando el rubor de las exhibiciones; teniendo que proferir a gritos lo que laboramos en la más silenciosa austeridad; padeciendo la deformidad de los que no nos entienden y de los que no nos quieren entender; derrengándonos en ese absurdo simulacro consuetudinario de conquistar la "opinión pública", como si el pueblo, que es capaz de amor y de cólera, pudiera ser colectivamente sujeto de opinión... ; todo eso es amargo y difícil, pero no será inútil. Y en esta fecha de plata para don José Ortega y Gasset se le puede ofrecer el regalo de un vaticinio: antes de que se extinga su vida, que todos deseamos larga, y que por ser suya y larga tiene que ser fecunda, llegará un día en que el paso triunfal de esta generación, de la que fue lejano maestro, tenga que exclamar complacido: "¡Esto sí es!"

    (“Haz”, núm. 12, 5 de diciembre de 1935)

    Última edición por ALACRAN; 20/10/2021 a las 15:01
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    Re: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

    ...
    Última edición por ALACRAN; 17/12/2023 a las 11:50
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    Re: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

    Escrito de José Antonio tras los gravísimos sucesos de la subversiva Revolución de octubre de 1934 (II República) en Cataluña y Asturias, que ocasionaron centenares de muertos.



    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 564, 29-Oct-1977

    “CARTA A UN MILITAR ESPAÑOL” (José Antonio Primo de Rivera)

    Con motivo del 29 de octubre, aniversario de la fundación de la Falange, hemos creído que lo mejor es reproducir uno de los textos de José Antonio Primo de Rivera de mayor vigencia actualmente (1977). Para no caer en frases manidas del discurso del teatro de la Comedia, que casi todos conocemos, hemos considerado oportuno reflejar la “Carta a un militar español” que el fundador escribiese con fecha de noviembre de 1934, ahora van a cumplirse cuarenta y tres años.

    No podrás, aunque quieras, ser sordo y ciego –como te aconsejó cierta inesperada gloria nacional– ante la apremiante angustia de España. Dentro de unas semanas acaso tendrás de nuevo que llamar a tu Compañía para tomar las armas en discordia civil. Y por mucho que acalles las inquietudes de tu propio espíritu, no podrás eludir, en las largas vigilias del servicio, estas preguntas inaplazables: ¿qué es lo que está ocurriendo? Este Estado en cuya defensa arriesgo la vida, ¿es el servidor del verdadero destino patrio? ¿O estaré perpetuando con mi esfuerzo una organización política muerta, desalmada y esterilizadora?

    Quien ninguna noche se siente libre de las mismas incertidumbres quiere que le acompañen a través de esta carta, en una silenciosa meditación.

    1. LA QUIEBRA DEL ORDEN CONSTITUCIONAL

    La solución de la última crisis viene a confesar que el orden constitucional vigente ya no puede soportarse a sí mismo. El Estado, para vivir, tiene que acogerse a subterfugios que lo instalen fuera del normal funcionamiento de las instituciones. Ya no es sólo el estado de guerra, convertido en endémico, con su secuela de clausuras, intervención de prensa, prisiones gubernativas y todo lo demás; es la formación de un Gobierno nacido en sistema parlamentario, pero que no podrá vivir media hora en el Parlamento; de un Gobierno que para gozar una pasajera ilusión de vida tiene que mantener las Cortes cerradas hasta el límite que autoriza la Constitución. Así viviremos un mes bajo la dictadura –ya sabemos cuán justa y austera– del Partido Radical, sin que nos falten los diarios alicientes del asesinato, el atraco y la amenaza de quienes, aparentemente vencidos en octubre, ya se jactan de estar preparando el desquite, y pasado este mes, ¿qué nos aguarda? Rota toda posibilidad de convivencia, habrá que disolver las Cortes. Unas elecciones serán la entrega del país a la pugna entre dos mitades encarnizadas: derechas e izquierdas. ¿Quién tendrá razón en esa pugna? Para saberlo hay que examinar qué son las izquierdas y qué son las derechas en España.

    2. LAS IZQUIERDAS

    Las izquierdas son más numerosas (no se olvide que en la izquierda está comprendida la casi totalidad de la inmensa masa proletaria española); más impetuosas, con más capacidad política...; pero son antinacionales. Desdeñando artificiales denominaciones de partido, las izquierdas están formadas por dos grandes grupos:

    a) Una burguesía predominantemente intelectual. De formación extranjera, penetrada en gran parte por la influencia de instituciones internacionales, esta parte de las izquierdas es incapaz de sentir a España entrañablemente. Así, todas las tendencias disgregadoras de la unidad nacional han sido aceptadas sin repugnancia en los medios izquierdistas.

    b) Una masa proletaria completamente ganada por el marxismo. La política socialista, extremadamente pertinaz v hábil, casi ha llegado a raer de esa masa la emoción española. Las multitudes marxistas no alojan en su espíritu sino una torva concepción de la vida como lucha de clases. Lo que no es proletario no les interesa; no pueden, por consiguiente, sentirse solidarias de ningún valor nacional que exceda lo estrictamente proletario. El marxismo, si triunfa, aniquilará incluso a la burguesía izquierdista que le sirve de aliada. En esto la experiencia rusa es bien expresiva.

    3. LAS DERECHAS

    ¿Y las derechas? Las derechas invocan grandes cosas: la patria, la tradición, la autoridad...; pero tampoco son auténticamente nacionales. Si lo fueran de veras, si no encubriesen bajo grandes palabras un interés de clase, no se encastillarían en la defensa de posiciones económicas injustas. España es, por ahora, un país más bien pobre. Para que la vida del promedio de los españoles alcance un decoro humano, es preciso que los privilegiados de la fortuna se sacrifiquen. Si las derechas (donde todos esos privilegios militan) tuvieran un verdadero sentido de la solidaridad nacional, a estas horas ya estarían compartiendo, mediante el sacrificio de sus ventajas materiales, la dura vida de todo el pueblo. Entonces sí que tendrían autoridad moral para erigirse en defensores de los grandes valores espirituales. Pero mientras defiendan con uñas y dientes el interés de clase, su patriotismo sonará a palabrería; serán tan materialistas como los representantes del marxismo.

    Por otra parte, casi todas las derechas, por mucho empaque moderno que quieran comunicar a sus tópicos (Estado fuerte, organización corporativa, etc.), arrastran un caudal de cosas muertas que le priva de popularidad y brío.

    4. LO DECISIVO

    Ni en la derecha ni en la izquierda está el remedio. La victoria de cualquiera de las dos implica la derrota y la humillación de la otra. No puede haber vida nacional en una patria escindido en dos mitades inconciliables: la de los vencidos, rencorosos en su derrota, y la de los vencedores, embriagados con su triunfo. No cabe convivencia fecunda sino a la sombra de una política que no se deba a ningún partido ni a ninguna clase; que sirva únicamente al destino integrador y supremo de España; que resuelva los problemas entre los españoles sin otra mira que la justicia y la conveniencia patria.

    Ahora bien: una tendencia así, desligada de apetitos, es difícil que cuente, en el breve plazo que la exigencia nacional impone, con la posibilidad de conquistar el Poder. Ni por vías legales ni por vías ilegales. No podrá por vías legales, porque las elecciones son, mucho más que un pugilato de ideales, un juego de intereses; cada elector vota por el candidato que considera le conviene más. Y no podrá por vías ilegales, porque los Estados modernos, guarnecidos de formidables fuerzas armadas, son prácticamente inexpugnables. Sólo en un caso triunfaría el movimiento nacional en su intento de asalto al Poder: si las fuerzas armadas se pusieran de su parte o, al menos, no le cerraran el camino.

    Y he aquí, supuesto el caso, la grave perplejidad que se os va a plantear a los militares españoles. Si un día, fatigados todos de derechas e izquierdas, de Parlamento gárrulo y vida miserable, de atraso, de desaliento y de injusticia, una juventud enérgica se decide a intentar adueñarse del Poder para inaugurar, por encima de clases y partidos, una política nacional integradora, ¿qué haréis los oficiales? ¿Cumplir a ciegas con la exterioridad de vuestro deber y malograr acaso la única esperanza fecunda? ¿O decidiros a cumplir con el otro deber, mucho más lleno de gloriosa responsabilidad, de presentar las armas con un ademán amigo a las banderas de la mejor España?

    5. ESCRÚPULOS

    Adivino el escrúpulo de muchos militares. "Nosotros –dirán– no podemos tener opiniones políticas. En trance de cumplir con el deber, no nos toca juzgar si tiene razón el Estado o los que lo atacan: hemos de limitamos a defenderlo en silencio."

    ¡Cuidado! Normalmente, los militares no deben profesar opiniones políticas; pero esto es cuando las discrepancias políticas sólo versan sobre lo accidental; cuando la vida patria se desenvuelve sobre un lecho de convicciones comunes que constituye su base de permanencia. El Ejército es, ante todo, la salvaguardia de lo permanente; por eso no se debe mezclar en luchas accidentales. Pero cuando es lo permanente mismo lo que peligra; cuando está en riesgo la misma permanencia de la Patria –que puede, por ejemplo, si las cosas van de cierto modo, incluso perder su unidad–, el Ejército no tiene más remedio que deliberar y elegir. Si se abstiene, por una interpretación puramente externa en su deber, se expone a encontrarse, de la noche a la mañana, sin nada a qué servir. En presencia de los hundimientos decisivos, el Ejército no puede servir a lo permanente más que de una manera: recobrándolo con sus propias armas. Y así ha ocurrido desde que el mundo es mundo; como dice Spengler, siempre ha sido a última hora un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización.

    Queráis o no queráis, militares de España, en unos años en que el Ejército guarda las únicas esencias y los únicos usos íntegramente reveladores de una permanencia histórica, al Ejército le va a corresponder, una vez más, la tarea de reemplazar al Estado inexistente.

    6. PELIGROS DE LA INTERVENCIÓN MILITAR

    Puestos los destinos de España en manos del Ejército, son de prever dos escollos contrarios capaces de malograr la prueba. Son estos dos escollos el exceso de humildad y el exceso de ambición.

    1. Exceso de humildad.–Es muy de temer que el Ejército se asigne a sí mismo el papel, demasiado modesto, de mero ejecutor de la subversión y se apresure a depositar el Poder en manos ajenas. En este caso, son previsibles dos soluciones igualmente erróneas:

    a) El Gobierno de notables, o reunión de eminencias, requeridas por sus respectivas reputaciones, sin consideración a los principios políticos que profesen. Esto frustraría la magnífica posibilidad nacional del instante. Un Estado es más que el conjunto de unas cuantas técnicas; es más que una buena gerencia: es el instrumento histórico de ejecución del destino de un pueblo. No puede conducirse a un pueblo sin la clara conciencia de ese destino. Pero cabalmente la interpretación de ese destino y de los caminos para su cumplimiento es lo que constituye las posiciones políticas. El equipo de ilustres señores no coincidentes en una fe política se reduciría a una mejor o peor gerencia, llamada a languidecer sin calor popular en tomo suyo.

    b) El Gobierno de concentración, o reunión de representantes de los diferentes partidos que se prestaran a participar en el Gobierno. Esta solución añadiría, a la esencial esterilidad interna de la solución anterior, la de no constituir en la práctica sino una recaída en la política de partidos; concretamente, en la de los partidos de derecha, ya que es patente que los de izquierda no iban a querer intervenir. Es decir, que lo que hubiera podido ser el principio de una era nacional prometedora vendría a quedar reducido, una vez más, al triunfo de una clase, de un grupo, de un interés parcial.

    Estos serían los peligros de un exceso de humildad; pero también lo contrario es temible. Vamos a considerarlo.

    2. Exceso de ambición.–No, entendámonos, de ambición personal en los militares, sino de ambición histórica. Esto ocurriría si los militares, percatados de que no basta con una buena gerencia, sino que es necesario suscitar la emoción de una tarea colectiva, de una interpretación nacional del momento histórico, quisieran ser ellos mismos quienes la suscitaran. Es decir, si los militares, ejecutores o coadyuvantes en el golpe de Estado, se propusieran descubrir por sí mismos la doctrina y el rumbo del Estado nuevo. Para un intento así, los militares no cuentan con una suficiente formación política. Si yo tratara –como tantos– de adular al Ejército, le atribuiría, sin más, todas las capacidades. Por lo mismo que sé lo que representa el Ejército, el inmenso acervo de virtudes silenciosas, heroicas e intactas que atesora, me parecería indecente adularle. Pienso, en cambio, que es lo leal poner a su servicio un esfuerzo de lucidez. Por eso digo estas cosas como las pienso: el Ejército, habituado a considerar que la política no es su misión, tiene en lo político un ángulo visual incompleto. Peca de honrada ingenuidad al propugnar soluciones políticas. Así, no logra atraer, por falta de eficacia doctrinal, de sugestión dialéctica, asistencias populares y juveniles persistentes. No olvidemos el caso del general Primo de Rivera: lleno de patriotismo, de valor y de inteligencia natural, no acertó a encender entusiasmos duraderos por falta de una visión sugestiva de la Historia. La Unión Patriótica, escasa de sustancia doctrinal, se quedó en una vaguedad candorosa y bien intencionada.

    Si la Providencia pone otra vez en vuestras manos, oficiales, los destinos de la Patria, pensad que sería imperdonable emprender el mismo camino sin meta. No olvidéis que quien rompe con la normalidad de un Estado contrae la obligación de edificar un Estado nuevo, no meramente la de restablecer una apariencia de orden. Y que la edificación de un Estado nuevo exige un sentido resuelto y maduro de la Historia y de la política, no de una temeraria confianza en la propia capacidad de improvisación.

    7. GLORIA DE LA INTERVENCIÓN MILITAR

    No sólo purgará el Ejército su pecado de indisciplina formal, sino que se cubrirá de larga gloria si, en la hora decisiva, acierta con la levadura exacta del período que empieza. Europa ofrece ricas experiencias que ayuden a acertar: los pueblos que han encontrado su camino de salvación no se han confiado a confusas concentraciones de fuerzas, sino que han seguido resueltamente a una minoría fervientemente nacional, tensa y adivinadora. En torno de una minoría así puede polarizarse un pueblo; un amorfo agregado de personas heterogéneas no puede polarizar nada. El Ejército debe esperar en aquellos en quienes encuentre más semejanza con el Ejército mismo; es decir, en aquellos en quienes descubra, junto al sentido militar de la vida, la devoción completa a dos principios esenciales: la Patria –como empresa ambiciosa y magnífica– y la justicia social sin reservas –como única base de convivencia cordial entre los españoles–. Así como el Ejército es nacional, integrador y superclasista (puesto que en él conviven orgánicamente, al calor de una religión del servicio patrio, hombres extraídos de todas las clases), la España que el Ejército defienda ha de buscar desde el principio un destino integrador, totalitario y nacional. Eso no es cuestión de recetas (casi todos los partidos, aun los más fofos, insertan ya en sus programas algún principio corporativista a la moda), es cuestión de temperatura; las recetas sin fe no son nada, igual que en el Ejército de nada servirían la táctica y los reglamentos interiores sin un acendrado espíritu de servicio y de honor.

    Poco importaría que los depositarios del Poder fueran pocos y no muy avezados en las artes de la administración. Las técnicas administrativas son profesadas por expertos individuales fáciles de reclutar. Lo esencial es el sentido histórico y político del movimiento: la captación de su valor hacia el futuro. Eso sí que tiene que estar claro en la cabeza y en el alma de los que manden.

    8. ANUNCIO

    Pronto, por mucho que nos retraiga de la decisión última el supremo pavor de equivocarnos, tendremos que avanzar sobre España. Los rumbos abiertos a otros países superpoblados, superindustrializados, convalecientes de una gran guerra, se abrirían mucho más llanos para nuestra España semipoblada y enorme, en la que hay tanto por hacer. Sólo falta el toque mágico –ímpetu y fe– que la desencante. Como en los cuentos, España está cautiva de los más torpes y feos maleficios; una política confusa, mediocre, cobarde, estéril, la tiene condenada a parálisis. Ya se alistan paladines para acudir en su socorro, y una mañana –oficiales, soldados españoles– los veréis aparecer frente a vuestras filas. Ese será el instante decisivo; el redoble o el silencio de vuestras ametralladoras resolverá si España ha de seguir languideciendo o si puede abrir el alma a la esperanza de imperar. Pensad en estas cosas antes de dar la voz de "¡fuego!". Pensad que por encima de los artículos de las Ordenanzas asoman, una vez cada muchos lustros, las ocasiones decisivas en la vida de un pueblo. Que Dios nos inspire a todos en la coyuntura. ¡Arriba España!

    JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA,

    Jefe de la Falange Española de las J.0.N.S.

    (Madrid, noviembre de 1934)

    Última edición por ALACRAN; 17/12/2023 a las 11:49
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Pensamiento y textos de José Antonio Primo de Rivera

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    “José Antonio y el sentido cristiano de la Falange”



    RevistaFUERZA NUEVA, nº 566, 12-Nov-1977

    JOSÉ ANTONIO Y EL SENTIDO CRISTIANO DE LA FALANGE

    Fray Antonio de Lugo

    “Nos vamos a asomar a la vida interior de un hombre que es riquísima, excepcional. Una vida interior natural que no trata de hacer un mito, ni de canonizarlo, sino de realizar una afirmación de él mismo. Un hombre que, en su proyección hacia afuera, siempre actúa bajo los imperativos de su fe”, dijo fray Antonio de Lugo O.S.H., en su conferencia de nuestra Aula, el pasado jueves día 3.

    El orador, a lo largo de más de una hora, utilizó documentos válidos de cuanto confirmaba el título, haciendo un recorrido riguroso por la vida social, personal y política de un hombre, José Antonio Primo de Rivera, que sujetó todos sus actos a un estricto cumplimiento de las exigencias de su conciencia, según la moral católica. Se refirió a testimonios de Pilar Primo de Rivera, Francisco Bravo, Ramón Serrano Súñer y otras personas que le conocieron bien, así como al testimonios fehacientes de la religiosidad, sentida sin ñoñerías, del fundador de Falange Española.

    A José Antonio le preocupaba hondamente la eternidad, y sabía que la cima de la santidad residía en el deber. De ahí que no pasara por nada mal hecho, y de que supiera arrepentirse cuando estimase que algo no estaba bien. Sin florituras teológicas, pero con profundo sentido de ir allá donde se encontrase la voluntad de Dios. “Es decir -prosigue el conferenciante-, movido por la gracia”.

    Fray Antonio espiga, del pensamiento de José Antonio, textos en los que hablaba de la penitencia, de la gracia, del sentido trascendente de la vida, incluso de la nulidad del divorcio para aquellos que creen en el vínculo matrimonial bien entendido, según la Iglesia Católica y la ley natural. Hace ejercicios espirituales, aconseja a sus mejores camaradas, emplea todos sus esfuerzos en cumplir con sus obligaciones y resuelve siempre en católico. Es hombre que vive con ausencia de egoísmos, “tratando de militar en política y de ordenar la vida social del pueblo mirando a Dios”.

    Otro aspecto de la vida de José Antonio es destapado por el orador. Se refiere a la utilización de medios lícitos, ya que cuando habla de puños y de pistolas es en última instancia, cuando se ha perdido toda otra posibilidad de dialogar y cuando lo fundamental está en peligro, además de las propias vidas personales, que también tienen derecho a defenderse. “Yo hablé de puños y pistolas -dice José Antonio- por aquellos muchachos que luchaban por la conquista del Estado y por la defensa de la Patria”, afirma José Antonio. Y continúa con palabras del fundador: “Cuando vi que esos niños que salían a vender “FE” eran atacados de aquella manera, comprendí que había que defenderse con las mismas armas”.

    Respecto a las relaciones Iglesia-Estado, fray Antonio de Lugo habla de esta manera: “Creo que el fundador hacía una distinción que hoy no se tiene en cuenta. La Iglesia siempre ha condenado la separación, ya que no es admisible la separación de potestades. Ambas son obra de Dios, no hay que olvidarlo. Pero cada una tiene funciones distintas, y no tienen por qué afectarse la una a la otra. José Antonio era partidario de la unión de potestades. Si todo su pensamiento está transido de ello, es raro que abogara por la desunión. De cualquier forma, él siempre hablaba del respeto entre ambas y no quería intromisiones de una en la otra”.

    Finalizó su conferencia, dicha entre ovaciones y con un profundo rigor teológico y de pensamiento, además de con una gran espiritualidad, aludiendo al testamento y a la muerte de José Antonio, ambos repletos de sentido cristiano. “Cuando José Antonio sale de la celda para situarse frente al pelotón de fusilamiento, saca del bolsillo un crucifijo, tras haber confesado durante cuarenta y cinco minutos, lo besa y dice ¡Arriba España! Así termina la vida del fundador de la Falange”.

    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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