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UNA LENGUA SUPREMA: LA LENGUA ESPAÑOLA
LOS POETAS, CUSTODIOS DE LA TRADICIÓN
Una de las primeras manifestaciones que, en la historia de nuestra literatura, puede aspirar a denominarse tradicionalista la constituye la actitud del poeta Cristóbal de Castillejo (1490-1550). Si bien no fue el único, las máximas autoridades en Historia de la Literatura afirman que, cuando otros poetas castellanos cedieron, Cristóbal de Castillejo se mantuvo refractario a emplear las formas italianas que habían importado Boscán y Garcilaso de la Vega. En su "Reprensión contra los poetas españoles que escriben en verso italiano", Castillejo fustiga a los introductores de la moda italiana:
"Y en lugar destas maneras
de vocablos ya sabidos
en nuestras trovas caseras,
cantan otras forasteras,
nuevas a nuestros oídos:
sonetos de grande estima,
madrigales y canciones
de diferentes renglones,
de octava y tercera rima
y otras nuevas invenciones."
El fenómeno de la reacción de Castillejo podría interpretarse como una suerte de purismo castizo. La razón que blande Castillejo no es mera cuestión de xenofobia literaria. Lo que enfada a Castillejo es el prurito de los poetas castellanos que, arrinconando la métrica de nuestra tradición poética, se ufanan de la elegancia traída de la Toscana desdeñando el buen poetizar de los hispanos Juan de Mena, Jorge Manrique, Garci-Sánchez y otros menos famosos que, para los modernos:
"Daban, en fin, a entender
aquellos viejos autores
no haber sabido hacer
buenos metros ni poner
en estilo los amores;
y qu’el metro castellano
no tenía autoridad
de decir con majestad
lo que se dice en toscano
con mayor felicidad."
A la postre, Castillejo no pudo, por más que satirizó esta modernura, contener la invasión italiana que cundió entre los poetas de nuestro Siglo de Oro. El poderoso ejército de endecasílabos italianos venció a la infantería castellana de los ágiles octosílabos cultivados en el siglo XV por nuestros vates; y, también muy empleados en el XV por nuestros poetas, vino a sucumbir el solemne dodecasílabo, tan porfiado. La copla de arte mayor y el romance fueron suplantados por el soneto, la octava real, el terceto, la lira y la silva... La reivindicación de Castillejo fue desoída. No embargante, aquella imitación fue fecunda: España era por aquellos entonces un Imperio, y la salud íntima de nuestra robusta raza no iba a sufrir por mucho que un grupo selecto de poetas italianizara.
En cambio, cuando no se es una nación imperante, la introducción de modas extranjerizantes (vengan de donde vengan) sí que puede acarrear severas pérdidas, sin ganancia que las justifique.
Cuando empieza el siglo XVIII todavía hay, en la aristocracia española, hombres que merecerán los elogios de un francés tan observador como el Duque de Saint-Simon, por ejemplo:
"Villafranca, jefe de la casa de Toledo, era un hombre de setenta años, español hasta los dientes, apegado a las máximas, a las costumbres, a las etiquetas de España hasta la última minucia; valiente, altivo, orgulloso, severo, dechado de honor, de valor, de probidad, de virtud; un personaje chapado a la antigua, de todos querido, considerado, respetado, sin enemigos de ninguna clase, muy venerado y amado del pueblo, y, con lo que luego diré, de inteligencia mediocre".Pero, una vez establecido en el trono de España Felipe V, por más que el mismo Rey de origen francés se españolizara, la corte fue afrancesándose sin remedio. Y fue el XVIII el siglo de los afrancesados, más en lo peor que en lo mejor que pudiera tener el afrancesamiento. Se convirtió en señal de buena nota, entre los aristócratas españoles, apropiarse de las maneras y vestires francesas; y los pisaverdes hablaban en francés para mostrar su consonancia con el siglo.
Con el tiempo, ante el eclipse del poderío francés, en España vino a ponerse de moda el inglés conforme Inglaterra dominaba los mares y, con la colaboración de los liberales, convertía España en una reserva de recursos naturales que explotaba ella, como hacía en la India. Y, tanto la aristocracia como la alta burguesía españolas, se sumían en el esnobismo, diciendo "smoking", "roadster": Agustín de Foxá describió como nadie, en "Madrid, de Corte a Checa", el ambiente decadente en que vivían los señoritos "intelectuales" de izquierda (Alberti, Bergamín, García Lorca...), en sus costumbres, en su jerigonza, en sus gustos artísticos:
"Todo arte exótico, fuera negro, indio o malayo, se admitía con fruición con tal de quebrar la claridad clásica y católica de los viejos museos".Dice Foxá.
Hoy en día, con el predominio de la lengua inglesa, impuesta planetariamente por muchas razones, entre las que hemos de apuntar la tecnológica, corremos el peligro de degradar nuestra lengua castellana al contacto con esa algarabía anglosajona.
Es por ello que los poetas -y no hay poeta verdadero que no sea un patriota- han de alzarse como guardianes de la pureza de nuestra lengua, custodios del tesoro que hemos recibido de nuestros antepasados: esa morada, decía Heidegger, del ser que es nuestro ser mismo: la Lengua de Quevedo, de Cervantes, de Lope, de Aldana, de Cadalso, de Larra, de Galdós, de Pereda, de Azorín, de los Machado, de Valle-Inclán, de García Márquez, de Jorge Luis Borges, de Rubén Darío, de Delibes, de Cela, de Cunqueiro... Y de tantos otros que, por aliviar, no cito.
Que los poetas custodien nuestra lengua. Que los escritores guarden el verbo castizo y la española palabra. Pues es ese elemento oral y escrito el santuario de nuestra raza.
Si se expugnara ese Alcázar, mezclándose torpemente nuestra lengua española, superior en todas las acepciones, con esa jerga de piratas y malhechores multiseculares, el mundo se cubriría de nieblas y todo se degradaría.
Maestro Gelimer
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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Genial! verdad como una casa, tenemos que alzarnos como defensores de lo nuestro..
Mi honor, la lealtad,
mi fuerza, la voluntad,
mi fe, la catolicidad,
mi lucha, la hispanidad,
mi bandera, la libertad,
mi arma, la verdad,
mi grito... ¡despertad!
mi lema... ¡¡Conquistad!!
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