El misterio Avellaneda
Juan Manuel de Prada
Hemos leído varias veces el Quijote de Avellaneda, tratando de averiguar quién fue su autor; una pretensión bien lo sabemosbastante fatua, pues han sido muchos los estudiosos de la literatura que han fracasado en el empeño. Cervantes, en cambio, lo sabía perfectamente; pues a lo largo de la segunda parte del Quijote son varias las ocasiones en que se refiere desdeñosamente al usurpador: «No se atreverá a soltar más la presa de su ingenio escribe en el prólogo en libros que, en siendo malos, son más duros que las peñas». Pero el Quijote del fingido «licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de Tordesillas» no es más duro que las peñas; y sólo la comparación con la obra maestra de Cervantes puede inclinarnos a calificarlo de «malo». Denota, ciertamente, una sensibilidad un tanto burda, tentada por el humor zafio; carece de la finura que permitió a Cervantes trazar personajes imperecederos (que en la novela de Avellaneda tienen algo de peleles caricaturescos); y a veces abusa del alarde retórico (que Cervantes siempre desdeñaba, salvo para parodiarlo), aunque las más escribe con un estilo sazonado y sin afectación; ha leído con aprovechamiento las obras de Cervantes y conoce al dedillo algunas particularidades de su biografía (especialmente cruel se muestra cuando se burla de sus muchos años y de su manquedad); y, en fin, justifica su ataque al creador del Quijote alegando que ha ofendido reiteradamente a Lope de Vega (de quien Avellaneda se declara rendido admirador) y que ha hecho «ostentación de sinónimos voluntarios» para burlarse de él (es decir, que Cervantes habría aludido, o incluso retratado, a Avellaneda en su primera parte del Quijote).
La sospecha de que la identidad de Avellaneda se oculte detrás de alguno de los personajes de Cervantes resulta muy sugestiva. Martín de Riquer, por ejemplo, sostuvo que Avellaneda sería un tal Jerónimo de Pasamonte (luego convertido injuriosamente por Cervantes en el galeote Ginés), un soldado aragonés que combatió también en Lepanto y, como el propio Cervantes, sufrió cautiverio a manos de los turcos, que años más tarde detallaría en unas memorias escritas en un estilo muy basto que no casa con el del Quijote apócrifo. Más verosímil se nos antoja que Avellaneda fuese algún escritor próximo a Lope de Vega, tal vez alguno de los muchos poetas (empezando por los hermanos Argensola) que formaban el séquito del conde de Lemos, al que Cervantes pretendió (y mendigó) en vano incorporarse. No sabemos cuáles fueron las insidias que Cervantes deslizó contra Avellaneda; en cambio, son evidentes los agravios que lanza contra Lope, cuya forma de hacer comedias, poco respetuosa de las reglas aristotélicas, Cervantes desacredita tal vez por envidia. En el Quijote de Avellaneda son varias las ocasiones en que se ensalza a Lope con los ditirambos más encendidos; y hasta se parafrasean unos versos suyos en latín, lo que denota mucha y muy osada confianza.
Muchas veces he pensado que Avellaneda fue en realidad un autor colectivo, una mancomunidad de escritores unidos en la venganza contra Cervantes, todos ellos devotos (y hasta lameculos) de Lope, entre los que pudiera contarse un jovencísimo Alonso de Castillo Solórzano, que un par de décadas más tarde se convertiría en uno de los más grandes autores de nuestra picaresca; y que, además, era natural de Tordesillas, y con algún Avellaneda en su prosapia. Pero... ¿y si entre esos autores emboscados figurase el propio Lope? Sabemos que Cervantes y Lope habían sido amigos y se habían intercambiado piropos por escrito; y que, más o menos hacia 1604, empezaron a cruzarse sonetos injuriosos, hasta que Cervantes pone fin al intercambio ridiculizando a Lope en el prólogo del Quijote. No parece inverosímil pensar que Lope quisiera responder del modo que más podía doler a Cervantes: aprovechándose de la fama de sus personajes, permitiendo que escritores de medio pelo se encargasen de confeccionar una novela paródica que los convirtiese en burdos zascandiles y reservándose para sí mismo el aliño final de injurias y vejaciones al manco y viejo Cervantes.
¿Pudo ocurrir así? Se non è vero, è ben trovato. Y nos confirmaría algo que el propio Cervantes afirma en Los trabajos de Persiles y Segismunda: «No hay amistades, parentescos, calidades, ni grandezas que se opongan al rigor de la envidia». No ha habido, seguramente, dos hombres tan grandes como Cervantes y Lope; y, sin embargo, el rigor de la envidia recíproca los empujó a despellejarse. Pero de ese encono bilioso nació la segunda parte del Quijote, la más 'excelsa' obra de nuestra literatura, que tal vez se habría quedado en el tintero sin el acicate 'expurgatorio' de Avellaneda.
El misterio Avellaneda
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