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Tema: “Alma castellana II” (Azorín): espíritu y vida de la España del s. XVIII (Borbones)

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    Re: “Alma castellana II” (Azorín): espíritu y vida de la España del s. XVIII (Borbone

    VI
    Los literatos

    ...En el silencio de la celda, en la tranquilidad de las covachuelas, el erudito labora pacientemente. Hay eruditos como el padre Ponce — quien no publicó obra alguna — que oyendo leer el griego o el hebreo, lo traducen de corrido al latín o al castellano; los hay como el abate Hervás, que crean la filología comparada; los hay como el P. Flórez, que reconstruyen la España sagrada; los hay como el padre Martín Sarmiento, que escriben de todo lo humano y divino con erudición pasmosa...

    El P. Sarmiento — la figura más vigorosa de su tiempo — no sale de la celda. «Mejor quiero estar solo que bien acompañado — dice — .

    Los hermanos — añade —serían más hermanos si, cuando llegasen a conocerse, los separasen en distintas y distantes casas.» El P. Sarmiento no escribe cartas; no abre las que recibe. «¡Ojalá no hubiese recibido ni respondido a tantas — exclama — y tendría más dinero para libros, más tiempo para leerlos y más quietud interior para meditarlos!» De las cartas de parientes dice: «Todo viene a parar en pedir.» De las noticias de salud escribe: «No hay cosa ni carta más superfina; debo suponer que todos viven, mientras no viene la noticia de su muerte.» Detesta las academias, las juntas, las comisiones. Le mandan en una ocasión el título de académico honorario. «No se lo devuelvo a ustedes — contesta — por evitar gastos de correo.» No visita a nadie; no admite invitaciones para comer; no baja a la portería o a la iglesia cuando le llaman las devotas. Le fastidian los cumplidos, los saludos, las visitas, las despedidas, las cartas, los elogios, las enhorabuenas, las recomendaciones, todo el enojoso y diario sobo social; le fastidia, en fin, la urbanidad, «Creo que habrá en Madrid dos mil personas», escribe. No son pocas. Y si por acaso alguna de las tales tiene la fortuna de hablar con el adusto benedictino, habla seguramente con el hombre más sencillo, ameno y bondadoso de la corte. «Los que vienen a favorecerme a la celda — dice — dirán que están las tres y las cuatro horas seguidas, ya conversando, ya hablando de libros o de diversis. Y sé que algunos dicen que todo el dicho tiempo se les ha hecho un instante.»

    El P. Sarmiento trabaja incansablemente, tenazmente, ferozmente, encerrado en su celda. Su juicio es vivo y penetrante; su estilo, más hablado que escrito, como pedía el filósofo. El mismo dice: «muy claro en la conversación, vivo en las expresiones, muy intrépido en el hablar.» Sabe de todo y escribe de todo. «Su fuerte — dice Casafonda — son las antigüedades y sabe mucho de la disciplina militar y triunfos de los romanos; de sus armas, escudos, sellos, vestidos y calzado, convites, baños, juegos, granjas, edificios, calzadas, acueductos y cloacas, ferias, ceremonias y fiestas de su falsa religión, votos, sacrificios, oráculos, inscripciones sepulcrales y otras cosas de este jaez, especialmente las que tocan en asuntos raros y extravagantes, sobre que ha hecho algunas disertaciones. Una estaba trabajando, cuando yo salí de Madrid, sobre el origen de la enfermedad de las bubas, y otra compuso el año pasado sobre un sátiro que unos alemanes trajeron a enseñar a España.» Su Discurso sobre el método que debía guardar- se en la educación de la primera juventud es una de las más geniales obras de nuestra literatura. Proclama en él las lecciones de cosas; abomina del imperio del libro y de los métodos nemotécnicos; expone, en fin, con frase viva y diserta mil observaciones originales. «Todas las enfermedades — escribe — proceden de infinidad de insectos...»

    Sarmiento, Feijoó, Antonio José Rodríguez, Andrés Piquer, Martín Martínez, trabajan en la observación de la realidad, en la exactitud de la experiencia, en la comprobación de las leyes naturales. La observación transciende de la ciencia al arte. El teatro antiguo parece inverosímil. Indignan las supercherías de los viejos dramaturgos; indigna la torpeza de los actores. Habla Nicolás Moratín de los graciosos que interrumpen con bufonadas los llantos y congojas de sus señores, y pregunta: «Si a usted le sucediera tal cosa con un criado, ¿no le arrojaría por un balcón?» «En la comedia Esopo el fabulador — escribe Clavijo Fajardo — he visto yo a una dama defenderse de cuatro o seis barbados, todos con espadas, sin que la tocasen al pelo de la ropa, porque las puntas estaban mirando a las estrellas.» «El muchacho que quema la pez y las estopas — escribe el mismo— está las más veces a vista, ciencia y paciencia de todos, como si dijese: No tengan ustedes miedo, que todo es chanza

    Exaltan los preceptistas la verosimilitud escénica; añade Luzán — siguiendo a Cascales — una nueva unidad a las tres de espacio, tiempo y acción: la unidad de especie. De universal, hácese urbano el teatro. Enciérrasele entre las cuatro paredes de una estancia; mídense los diálogos; estudiase la propiedad de la frase.

    El nuevo siglo llega. Con los disturbios políticos enciéndense las pasiones. Conmueve la guerra todos los espíritus. Créanse juntas de gobierno en todas las provincias. Huye de Sevilla la Central; busca el pueblo, «para degollarlos», a sus individuos. Se les trata de ladrones, se les abren sus equipajes en la Isla de León de orden del gobierno. Apellídase traidores a los que esperan en los pueblos la invasión francesa. Acúsase en las Cortes al obispo de Oviedo por no haber abandonado su Silla; llama el Redactor general «reo de alta traición» al de Córdoba y pide su muerte en patíbulo porque, invadida la ciudad andaluza, va el prelado a unirse a sus diocesanos en cumplimiento de su misión evangélica. Son patriotas los que abandonan archivos, secretarías, fábricas, conventos. Se destruye y se arruina todo. «Si España no consigue ser libre, quede hecha al menos un inmenso desierto, un vasto sepulcro», dice el gobierno en un manifiesto. Gentes maleantes aprovechan la coyuntura de hurtar el cuerpo a la «ejecución por deudas» o al «castigo por delitos» y échanse al campo en defensa de la patria. «Los pueblos temblaban a la presencia feroz de esas turbas de inhumanos, que arrancaban el oro y la vida de sus habitantes, y celebraron con júbilo que cayesen en manos de los enemigos.» Las Cortes decretan la cesantía de cuantos empleados han permanecido fieles en sus destinos durante la invasión...

    La personalidad humana excitada se exalta. Todos hablan, todos escriben. Se publican millares de folletos, de manifiestos, de proclamas, de comunicados. Escriben los diputados, los jefes políticos, los empleados, los concejales, los ciudadanos de todas ideas y partidos, justifican unos su conducta política o aclaran cuentas sospechosas; explican otros sus dimisiones o sus palabras en las Cortes; lanzan los exaltados furibundas soflamas a los españoles «enemigos acérrimos de la arbitrariedad y del despotismo con que hemos estado estrujados en los reinados anteriores». Se llama «genio del patriotismo» a un desdichado vejestorio que al remate de su vida sienta plaza de granadero. Se publica su retrato; se le consagra el indispensable folleto. «¡Patriota insigne! — le grita el autor — recibe este homenaje de quien te aprecia y te venera sin pretender adularte y sabe que nuestra voz es la tierna expresión de todos los hombres libres, que ven en ti el enemigo de los tiranos y el más valiente defensor de las públicas libertades.» Las plumas no bastan; las razones se remiten a los puños. Gallardo «anduvo escondido gran porción de tiempo por evitar la gloria que iba a traerle su inmortal Diccionario», Al «célebre» Daza le obligaron varias veces a correr «con los anteojos desmontados». Los redactores de El Conciso sufrieron con una paciencia heroica las varias medidas que algunos oficiales de tropa les tomaron de las costillas».

    Ved llegado el momento. Todo este ardor, todo este entusiasmo candoroso, toda esta energía avasalladora va a pasar del club y de la prensa a la literatura. El romanticismo cristaliza. Juntad a la pasión política cierto vago y lacrimatorio sentimentalismo, que ya apunta en Meléndez y en Cienfuegos llega hasta el ridículo, y tendréis completo el cuadro. El romanticismo cristaliza. He ahí las críticas de Larra, los poemas de Espronceda, La conjuración de Venecia.

    Fuentes:

    MANUEL LANZ DE CASAFONDA. Del estado presente de la literatura en España, en el Semanario erudito, tomo XXVIII. (Madrid, 1790.)
    MARTÍN SARMIENTO. El porque si y el porque no, en el Semanario erudito, tomo VI. (Madrid, 1787.)
    ÍDEM. Discurso sobre el método que debía guardarse en la educación de la primera juventud, en el Semanario erudito, tomo XIX. (Madrid, 1789.)
    NICOLÁS FERNÁNDEZ DE MORATÍN. Desengaños al teatro español, (Madrid, 1762.)
    CLAVIJO. El pensador.
    Examen de los delitos de infidelidad a la patria, (Segunda edición); Burdeos, 1828. (El autor es el poeta D. Félix José Reinoso.) Hay una edición «española», hecha en Madrid en 1842.
    FR. FRANCISCO ALVARADO. Cartas críticas, tomo IV. (Madrid, 1825.)
    Proclamas y manifiestos de principios del siglo XIX
    Última edición por ALACRAN; 03/06/2022 a las 13:18
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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