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1. De los vandeanos a los insurgentes italianos
El término "brigante", que habitualmente designa a quien vive fuera de la ley o a un enemigo del orden público, ha adquirido con el tiempo también un significado ideológico que indica, en sentido despreciativo, a quien se opuso con las armas al nuevo orden inaugurado por la Revolución francesa. Usado en Francia para designar a los combatientes realistas y católicos de la Véndee, es empleado en los años siguientes también en Italia para nombrar a los "insurgentes", esto es, a los componentes de las bandas populares que se alzaban en armas contra los invasores franceses y sus aliados: los jacobinos locales. El fenómeno adquiere un relieve particular en las provincias napolitanas donde, tanto en 1799 como en 1806, surgieron partidas – dirigidas por gente del pueblo, por burgueses e incluso por sacerdotes, y que se nutrían de empleados, soldados huidos, campesinos y pastores – que defendieron su patria y su religión. Tal comportamiento valeroso, sin embargo, es definido rápidamente como "brigantaggio" por los revolucionarios y el término se transmite hasta ahora por una historiografía mendaz.
2. Los opositores a la Unidad en el Reino de las Dos Sicilias
También la unificación forzada de la península italiana, en el decenio de 1859 a 1870, suscita por doquier resistencias y reacciones, en particular en el Reino de las Dos Sicilias, donde la lucha armada contra el invasor adquiere proporciones extraordinarias. También en este caso los insurrectos, que combatían contra la imposición de una visión del mundo extraña a las propias tradiciones civiles y religiosas, fueron etiquetados como "briganti".
La resistencia en el Mezzogiorno se inició en agosto de 1860, justo después del desembarco en el continente de las unidades garibaldianas provenientes de Sicilia. La población rural, llamada a las armas por el sonido de rústicos cuernos o por las campanas tocando a rebato, derriban los comités insurreccionales, izan la bandera con la flor de lis y restauran los poderes legítimos. La despiadada represión llevada a cabo por los unitaristas, con ejecuciones sumarias y arrestos en masa, provoca que se alisten a las partidas, que los nativos denominaban masas, miles de hombres: soldados del disuelto ejército real, reclutas que rechazan militar bajo otra bandera, pastores, peones y montañeses.
En la primavera de 1861 la reacción estalla en todo el reino y el control del territorio por parte de los unitaristas se hace precario. En agosto es enviado a Nápoles, con poderes excepcionales, el general del ejército del neo proclamado Reino de Italia Enrico Cialdini (1811-1892), que organizó un frente unido contra la "reacción", reclutando a los soldados del disuelto ejército garibaldino y persiguiendo al clero y a los nobles leales, quienes son obligados a emigrar, dejando a la resistencia huérfana de una guía política válida. El gobierno adopta la línea dura y el general Cialdini ordena matanzas y represalias entre la población insurgente, decretando el saqueo y la destrucción de los centros rebeldes. De este modo se impide la insurrección general y se escribe una página trágica y negra en la historia del Estado unitario.
3. De la represión a la emigración
Con el sistema generalizado de arrestos en masa y de ejecuciones sumarias, con la destrucción de casonas y masías, con la prohibición de llevar víveres y animales fuera de los pueblos, con la persecución indiscriminada de civiles, se quiso golpear "a diestra y siniestra", para disgregar con el terror una resistencia que regeneraba continuamente sus filas. Fue introducido por primera vez en el derecho público italiano la institución del destierro, que resulta particularmente odiosa por su arbitrariedad. La multiplicación de premios y recompensas crea una "industria" de la delación, que es una ulterior mancha indeleble en la represión e inspira amargas reflexiones sobre la proclamada voluntad moralizadora de los gobiernos unitarios frente a las poblaciones meridionales. Una atención particular merece la guerra psicológica, conducida a gran escala mediante bandos, proclamas y sobre todo servicios periodísticos y fotográficos, que constituyeron los primeros ejemplos de una moderna "información deformante".
De este modo fue destruido el llamado "manutengolismo", esto es, el vasto movimiento de apoyo y financiación a la guerrilla, que representa un fenómeno tan amplio y articulado socialmente que no pudo ser desarticulado recurriendo únicamente a la legislación penal, incluso la excepcional. Finalmente fue la proclamación del estado de asedio, las matanzas indiscriminadas, el terror, la traición remunerada las que truncaron la voluntad de resistencia de la población. Cuando las energías bélicas se agotaron, la extrañeza frente al nuevo orden se manifestó más pacíficamente, pero no menos dramáticamente, en la grandiosa emigración transoceánica de la nación "napolitana", que afectó a varios millones de personas.
4. Más allá de la censura historiográfica: las razones ideológicas y políticas
Este periodo doloroso de la historia de Italia ha sido censurado y deformado desde hace más de un siglo. La historiografía de inspiración liberal, desde Francesco Saverio Nitti (1868-1953) a Giustino Fortunato (1777-1862) y a Benedetto Croce (1866-1952), interpreta la resistencia popular como manifestación de criminalidad común y como resultado de la instigación "reaccionaria", hábil en explotar los males endémicos y seculares del Mezzogiorno. Por otro lado, igualmente deformante son cuantos parten de las consideraciones de Antonio Gramsci (1891-1937) sobre la "cuestión meridional" para proponer una lectura del Brigantaggio como manifestación de la lucha de clases, identificando en las partidas una forma de lucha armada conducida en primera persona por las masas campesinas contra las clases dominantes.
En realidad, una interpretación exhaustiva del complejo fenómeno del Brigantaggio debe partir de la consideración de que la oposición armada fue solamente uno de los aspectos de la resistencia antiunitaria de las poblaciones meridionales, que presentó características más vastas y profundas que las que habían caracterizado la insurgencia de la época napoleónica. De hecho, en los años posteriores a 1860, la resistencia se presenta bajo formas muy articuladas, como testimonia la oposición llevada a cabo en el Parlamento, las protestas de la magistratura, que vio canceladas sus gloriosas y seculares tradiciones, la resistencia pasiva de los empleados públicos y el rechazo a ocupar cargos administrativos, el descontento de la población de las ciudades, la abstención en los sufragios electorales, el rechazo al reclutamiento obligatorio, la emigración, la difusión de la prensa clandestina y la polémica entre los mayores publicistas del reino, entre los que destaca Jacinto de' Sivo (1814-1867), que defendieron a través de sus escritos los pisoteados derechos de una monarquía reconocida en todo momento por el conjunto de las naciones y bendecida por la suprema autoridad espiritual.
La resistencia armada es no obstante el fenómeno más evidente, que afecta no sólo el mundo campesino, sino a toda la sociedad de su tiempo en sus estructuras y en los grupos que la componían.
En los primeros años la motivación legitimista es dominante y la modalidad de la guerrilla, capaz de unir a aristócratas y pueblo, trae a la memoria la epopeya vandeana. Esta continuidad contrarrevolucionaria no es únicamente simbólica, si se considera que, para capitanear a los insurrectos, la flor de la flor de la nobleza lealista europea descendió de las brumas de sus propios castillos hasta el fuego de una lucha sin cuartel "por el trono y el altar", "por la fe y la gloria", como estaba escrito en uno de los paneles de la muestra sobre "Brigantaggio, lealismo y represión", organizada en Nápoles en 1984. El conde Henri de Cathelineau (1813-1891) - descendiente de uno de los más valerosos comandantes de la guerra de la Véndee -, el barón prusiano Teodoro Klitsche de La Grange (1799-1868), el conde sajón Edwin de Kalckreuth, fusilado en 1862, el marqués belga Alfred Trazégnies de Namour, fusilado en 1861 a la edad de treinta años, el conde Émile-Théodule de Christen (1835-1870), los catalanes José Borges (1813-1861), definido como el "anti-Garibaldi", y Rafael Tristany (1814-1899), son los artífices de memorables empresas e hicieron que durante mucho tiempo se esperase una conclusión victoriosa de la guerrilla.
5. Las razones socio-económicas y las motivaciones religiosas
Con estas consideraciones no se intenta minusvalorar el carácter también social de las insurrecciones. La privatización de los bienes de la Iglesia durante la época napoleónica, que habían transformado la disposición de la sociedad y dado origen a la cuestión de la desamortización, tienen una parte relevante en la estimulación de la participación de los campesinos en la lucha armada, pero este aspecto no es suficiente para explicar la intensidad, la extensión social, la amplitud social y la duración del Brigantaggio. La atribución de un carácter prioritariamente social a la resistencia antiunitaria viene causado ya sea por prejuicios ideológicos, que inducen a los historiadores a minusvalorar o a negar la componente política del fenómeno, ya sea por la difusión y la persistencia del mito de la objetiva potencialidad revolucionaria de las sublevaciones campesinas.
Esta impostación se caracteriza por una general incomprensión y negación de la cultura de las poblaciones italianas, y esto es válido especialmente para su componente religioso, que constituía su alma. El elemento religioso está presente de modo general en las representaciones de la época, así como sobre las banderas y los estandartes de batalla; frailes y sacerdotes están presentes en gran número en las filas de los insurgentes, a pesar de que eran pasados por las armas en caso de captura; los obispos – pese a haber sido a menudo expulsados de sus sedes - sostenían eficazmente la insurrección, publicando pastorales de tono antiunitario e insistiendo en las protestas y las excomuniones provenientes de la Santa Sede. La cualificada La Civiltà Cattolica expresó repetidamente su apoyo a aquello que era visto como un movimiento espontáneo de masas, de carácter legitimista, contra la usurpación del nuevo Estado liberal.
El Brigantaggio fue pues un fenómeno complejo, manifestación del contraste entre dos mentalidades, entre dos diferentes planteamientos culturales, pero sobre todo representó la expresión más macroscópica de la reacción de una nación entera en defensa de su autonomía casi milenaria y de la religión perseguida y, por tanto, constituye el ultimo intento realizado en Italia, junto con la defensa de Roma por parte de los zuavos, para combatir a la Revolución con las armas.
Si la resistencia antiunitaria no consiguió repetir el éxito de la Santa Fede en 1799, esto se debe no solamente a la situación internacional desfavorable y al choque con el Estado unitario, del que no se conocían los mecanismos y que pudo concentrar durante algunos años imponentes fuerzas en el Mezzogiorno, sino también por la ausencia de una clase dirigente válida y bien determinada, que supiese animar y coordinar la reacción popular, espontánea y general, pero no autónoma.
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Para consultar: véase un testimonio significativo en Giacinto de' Sivo, I Napolitani al cospetto delle nazioni civili, de 1861, Il Cerchio Iniziative Editoriali, Rimini 1994; el estudio más documentado sobre el tema, no obstante resentirse de la impostación marxista según la cual el Brigantaggio es un episodio de la lucha de clases, en Franco Molfese, Storia del brigantaggio dopo l'Unità, Feltrinelli, Milano 1979; también Carlo Alianello (1901-1981), La conquista del Sud. Il Risorgimento nell'Italia meridionale, Rusconi, Milano 1994; Aldo Albonico, La mobilitazione legittimista contro il Regno d'Italia: la Spagna e il brigantaggio meridionale postunitario, Giuffrè, Milano 1979; Brigantaggio lealismo repressione nel Mezzogiorno. 1860-1870, Gaetano Macchiaroli, Napoli 1984; y Francesco Mario Agnoli, La conquista del Sud e il generale spagnolo José Borges, Di Giovanni, San Giuliano Milanese (Milano) 1993; véase una síntesis en mi artículo Il brigantaggio, en Cristianità, año XXI, n. 223, noviembre 1993, pp. 15-22.
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