El Rey
“Lo que no pueden hacer jamás los partidos, lo que no puede hacerse tampoco ni aun conservarse aunque se encuentre hecho, cuando muchos mandan, así como lo mejor que puede hacer un dictador o cualquiera especie de monarca electivo, no hay razón ninguna para que no lo pueda hacer un rey hereditario.
Es lo menos que puede hacer.
¿Se trata de un impulso de cumplimiento del deber lo que mueve al dictador o electo soberano? Pues es lo menos que puede mover al rey.
¿Se trata de los estímulos de la gloria? Pues no le están vedados, sino que le solicitan especialmente.
¿Se trata de salvar una situación? Pues tampoco le es impropio, antes encontrará más sinceras y respetuosas colaboraciones que cualquiera otro.
¿Se trata de interés? Pues por mucho que tengan el dictador y el electo no pueden tener tanto, ni tan forzoso o legítimo. Porque el dictador y el electo podrán engrandecer a su Patria o engrandecerse ellos, como cosa pasajera; pero el engrandecimiento de la Patria y el engrandecimiento de un Rey y de su familia son la misma cosa, siguen la misma suerte, están identificados. ¿Quién le asegura al dictador o al electo que un sustituto desconocido, acaso enemigo, o aun por muy amigo que sea, va a seguir su obra, sus mismos pasos y no los va a demoler de arriba abajo o sacar reflexiones de la obra imperfecta o de la torpeza de su antecesor para justificar hasta posibles errores suyos? [...]
Pues el Rey está libre de todos esos inconvenientes; su sucesor es su sangre y su hechura; la prosperidad y grandeza de la Patria tienen el más seguro e identificado continuador de la edificación. Y la gloria, el bien de la Patria, el interés por ella y su engrandecimiento van a ser precisamente la gloria, el bien, el interés y el engrandecimiento de el Rey y su familia; la gloria y la prosperidad o las vergüenzas o amarguras de la Patria van a ser la herencia de su hijo, con el natural interés de toda la familia, por consiguiente, de que prospere siempre el bien público y su servicio.
Al soberano ocasional le deben, naturalmente, solicitar y atraer o desorientar y entorpecer los vínculos y preferencias o desconocimientos o antipatías de su personal condición, de su procedencia de clase, familia o lugar particulares.
Pero a un rey no le moverá ningún interés de clase, familia o lugar contra el interés de la prosperidad y beneficios comunes, que es a un tiempo el negocio público y su negocio particular y el de su descendencia. Ni la altura de la posición puede darle vértigo y hacerle perder la cabeza, porque ha nacido en ella y para ella, ni la misma codicia puede tentarle como a un improvisado que se encuentra en una incierta aventura de vuelos maravillosos parecida a los sueños.
En la persona del rey y en su familia, la atención al interés común, el mismo interés común de la patria, sus conveniencias y la preocupación de su porvenir, absorben todo el espíritu, susceptibilidades y esmeros, y así como un comerciante intercala cien veces en la conversación y en el curso de sus pensamientos la reiterada y persistente alusión: «el negocio; mi negocio…; sin descuidar el negocio…; antes que nada teníamos que estar en el negocio»…, así en el tono y la naturaleza más elevados del caso, la permanente reflexión y alusión de las familias reales es ésta: «Eso sería contra el interés público…; al país no se le puede llevar a ese riesgo…; cada cual trabaja para sí, pero un rey se debe a todos por igual…; tú vas muy de prisa, pero yo llevo una corona en la cabeza y detrás de mí un país».
El carácter hereditario de la sucesión da a la soberanía lo que ningún otro ejercicio posible de poder puede alcanzar: la vinculación consustancial del interés del bien particular propio de un padre de familia y del interés del bien público en un oficio especial para servirlo.
Fuente: FIRMUS ET RUSTICUS
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