Parque de atracciones dedicado a ETA
(Pablo Ordaz para el Pais.com)




La manera más rápida de pasar de San Pedro a San Juan, dos de los cuatro distritos de Pasaia, es a bordo de una motora que atraviesa la bahía en un santiamén por 60 céntimos el trayecto. Ayer, a eso de las cuatro de la tarde, una ruidosa excursión de catalanes, bien pertrechada de cámaras de foto y vídeo, disfrutó de la travesía al tiempo que la trainera de Trintxerpe -otro de los barrios de Pasaia- se cruzaba a la entrada del puerto con un carguero en busca de mar abierto. Ya en el embarcadero de San Juan -y después de celebrar en voz alta lo idílico del paisaje- una parte del grupo dirigió sus pasos hacia la izquierda y el resto se fue hacia la derecha. Unos y otros pasaron por restaurantes donde se come de maravilla. Pero los primeros, antes de llegar a la plaza, engalanada con pancartas a favor de los presos de ETA, tuvieron que desfilar por debajo de una maleta marrón colgada del tendido eléctrico. Dibujadas en verde, las siluetas de dos guardias civiles. Y con letras amarillas, una leyenda en euskera: "Fuera de aquí". Los que dirigieron sus pasos hacia la derecha tuvieron la oportunidad, que no dejaron escapar, de fotografiar varios murales en honor de ETA.
El agresor de un edil socialista había asesinado a dos personas en 1987.




A dos paradas de autobús del restaurante Arzak -tres estrellas Michelin- y de las villas señoriales del alto de Miracruz -todavía en la ciudad de San Sebastián-, el pueblo de Pasaia es otra historia. Al igual que en el resto de lugares donde gobierna ANV -Mondragón, Hernani...-, las calles se han convertido en un parque temático de ETA y su amenaza constante. Ayer mismo, las ancianas que salieron a tomar el fresco a la puerta de la residencia de San Pedro lo tuvieron que hacer, como todos los días, bajo los soportales llenos de pintadas a favor de la libertad del etarra De Juana Chaos, y los niños que jugaban al escondite en la plaza de San Juan lo hacían tras una carpa azul -de propiedad municipal- en la que, con grandes letras de molde, se pide la libertad para Jon Urkizu, uno de los terroristas del pueblo. El lunes pasado, los cinco concejales socialistas y el único concejal del PP también tuvieron que recorrer esas calles junto a sus escoltas para asistir al pleno municipal. "Siempre tienes la sensación de que vas al matadero", dice uno de ellos, "pero lo del otro día estaba preparado a conciencia". Los simpatizantes de Batasuna se colocaron justo detrás de los concejales a los que insultaban sin que la alcaldesa hiciera nada por impedirlo. "Al del PP le decían: eh, tú, abuelo, ¿te has tomado hoy el jarabe?, y a nosotros nos llamaban de todo. Hubo un momento en que me quedé mirando a uno de ellos y me lo recriminó:


-Tú qué miras. Deja ya de provocar.


-¿De provocar yo? Si vosotros no habéis dejado de insultarnos durante todo el pleno...


-Pero eso es nuestra libertad de expresión...".


Después de escuchar esto, el concejal socialista dejó de discutir. "Era inútil. Qué se le puede decir a un tío que te dice eso. Es como la guerra de Gila. Yo te puedo poner a ti los ojos morados a puñetazos, o pegarte dos tiros si me apetece, pero tú a mí no me digas nada, que me coartas la libertad de expresión". La historia no hubiera trascendido -se trata del calvario que viven a diario los concejales socialistas y populares- si uno de los alborotadores no hubiera agarrado por el cuello y propinado un puñetazo en la ceja al concejal socialista Bixen Itxaso. Los reporteros gráficos recogieron el momento. Los insultos. El forcejeo. El derechazo del matón a la ceja izquierda del concejal. Los dos policías locales que había en el salón de plenos se limitaron a observar. Y, al ganar la calle, uno de los asistentes le dijo a un agente de la Ertzaintza apostado frente a la puerta del consistorio.
-Ahí dentro se están pegando.


El jefe del operativo terció con cara de circunstancias.


-Ah, ¿sí?, nadie nos ha dicho nada.


Dos días y medio después -el jueves por la mañana-, la policía vasca detuvo al agresor en su domicilio de Pasaia. La difusión de su nombre, Jon Ander Uribarrena Ochoa, trajo la confirmación de un presentimiento. Hay matones detrás de las pancartas de Batasuna que ya han matado en nombre de ETA. Un pasillo macabro. Uribarrena fue uno de los que asesinaron a la militante socialista Maite Torrano. Sólo cumplió 10 años de los 20 a los que fue condenado y, cuando regresó a la libertad, lo hizo sin vergüenza, sin arrepentimiento, con el mismo odio.


Pilar Elías, la concejal del PP en Azkoitia, se encontró al asesino de su marido regentado la cristalería de debajo de su casa. El jueves por la mañana la familia de Maite Torrano debió sentir la misma sensación amarga cuando se enteró de que Uribarrena seguía libre y con el odio intacto. Hace dos años justos, una tarde de junio, el reportero fue a la Casa del Pueblo de Portugalete para hablar con Jesús Ramos de aquella noche del 25 de abril de 1987. Unas botellas de fuego entraron por la ventana y mataron a su mujer y a otro compañero del partido. Hablaron de su recuerdo. "Yo te puedo decir que a mi mujer la veo todos los días, a todas horas, es como una luz que me guía". Aquella tarde de junio de hace dos años, en el mismo lugar donde 20 años antes había visto a su mujer arder y morir por culpa de ETA y su locura, Jesús Ramos despidió al periodista con un apretón de manos y un deseo, con un nudo en la garganta: "Yo ya no espero que me pidan perdón, nunca lo han hecho, pero ojalá Zapatero tenga suerte y acabe con tanto sufrimiento".


No hubo suerte. Y lo peor es que el caso de Uribarrena -o del cristalero de Azkoitia- no son los únicos. En Pasaia mismo hay más asesinos de ETA que, después de pasar una temporada en la cárcel, no muestran señales de arrepentimiento. Uno de ellos, trabajador en uno de los barcos atracados en el muelle, deja sus quehaceres cuando ve aparecer a un concejal socialista y a sus escoltas. Se pone de pie. Los mira desafiante. Y no les quita la vista de encima hasta que desaparecen. Los guardaespaldas ya saben quién es, porque apenas hay secretos en un país tan pequeño, y evitan responder a la provocación. Pero cuando se van, el concejal se queda en su casa que a la vez es su prisión. Desde su balcón puede ver al viejo terrorista disfrutar de una libertad que él no tiene.


Bixen Itxaso, el concejal socialista agredido, veterano luchador por las libertades, no quiere hablar de lo que pasó el lunes. Prefiere que los turistas catalanes se lleven de Pasaia el recuerdo de la travesía en motora. Y de una trainera surcando la bahía en una tarde de paz aparente.