DE LA PUJANZA DEL PENSAMIENTO ESPAÑOL
Verracos vettones de Castillo de Bayuela (Toledo)
Y LA MISERIA DE LA INFIDELIDAD A LA TRADICIÓN ESPAÑOLA
Cuando el pensamiento hispánico ejerció su dominio en el mundo fue a través de sus grandes hombres y las grandes producciones filosóficas y literarias que estos hombres hicieron, fieles a su ser, para la eternidad.
Nunca fuimos nada cuando secundamos las corrientes extranjeras: el caso del krausismo importado por Julián Sanz del Río es tal vez el ejemplo histórico más flagrante de esto que decimos. Los krausistas se nos revelan así como una cuadrilla de presuntos intelectuales españoles desnaturalizados, adoptando una filosofía contraria al ser de España. Por sus frutos los conoceremos... Hicieron el ridículo.
¿Qué aportaron los krausistas españoles? Barbarizaron la lengua, adulterándola con una jerigonza que hubiera sido para Quevedo una cantera de vocablos para disparatar y hacernos reír. Lástima que en el tiempo en que prevalecieron estos trepadores indecentes que usurpaban las cátedras no hubiera en España un Quevedo.
Todo lo que no sea permanecer fieles a nuestro ser es reducirse al irrisorio papel de comparsa de otros. En el mejor de los casos: no pasar de imitadores condenados a la insignificancia y a la impotencia. En el peor de los casos: convertirse en cómplices de nuestra propia auto-destrucción. ¿Cómo no percibirlo contemplando cuanto nos rodea en la actualidad?
En cambio, contemplemos con admiración los monumentos de nuestros más ínclitos antepasados:
El P. Juan de Mariana, con su libro "De rege et regis institutione" (1599), tuvo el honor de ser considerado inductor intelectual de dos tiranicidios: el del sodomita Enrique III de Francia, a manos del dominico fray Jacques Clément y el de Enrique IV de Francia, a manos de François Ravaillac. El libro fue quemado en la hoguera pública, por orden del Parlamento de París.
En 1613 el P. Francisco Suárez escribió "Defensio fidei contra catholicae anglicanae sectae errores". El libro apologético se dirigía contra el juramento de fidelidad que impuso Jacobo I de Inglaterra a sus súbditos para asegurarlos en la secta anglicana. Jacobo I de Inglaterra, montando en cólera, mandó quemar públicamente en la hoguera este libro, como los franceses habían hecho con el del P. Mariana.
Ambos autores españoles -el talaverano Mariana y el granadino Suárez- eran jesuitas; dignos hijos de San Ignacio de Loyola.
¿Puede argumentarse algo más contundente que la condena a la hoguera de dos libros para percatarse del poder de su influencia?
Cuando estos jesuitas españoles publicaban un libro puede decirse que los reyes nefandos, maquiavélicos, heréticos y despóticos de Europa temblaban.
Es el gran dilema, el que incluso los que se llaman patriotas no se cuestionan:
O influir (tener poder sobre otros) o dejarse influir (estar bajo el poder de otro).
Y en esto no hay -ni puede haber- término medio: hay que elegir. Y cuando no se elige, la pendiente abajo está en imitar lo extranjero, lo extraño, lo ajeno (convertirse en otra cosa; a la postre, dejar de ser).
Y, si es el caso de optar por influir (tener poder sobre otros) no queda otra solución que ser uno mismo. Conscientemente uno mismo. Orgullosamente uno mismo. Orgullosamente español, sabiendo lo que es ser español. Conscientemente español, con orgullo de cuanto fuimos y voluntad de volver a ser.
Ser así, decididamente. Hasta el extremo de preferir antes la muerte que cualquier arreglo o componenda que entrañara transformarse en otra cosa.
España está en crisis, sí que lo está. En una crisis de identidad como nunca la sufrió... Es demasiado tiempo el que llevamos queriendo ser otra cosa que nos niega.
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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